27 junio 2009

¿Dónde está la laguna?




¿DÓNDE ESTÁ LA LAGUNA?

Una turista, con su mapa en la mano, me preguntó el otro día: —¿dónde se encuentra la laguna que da el nombre a la ciudad?
Tuve que responderle la verdad.
Pero aquí y ahora, yo también me lo pregunto.
¿Dónde está la laguna?
La laguna de Anaga…
…donde algunas noches despejadas se reflejaba la Estrella Polar. Y otras, sin luna, brillaba la Vía Láctea en su seno.
…donde el Guañame venía a exigir el ordeño de las cabras, para luego ofrendar su leche a Achamán, a la vista del Echeyde. Pues de lo contrario, tal vez Guayota no se aplacara y saldría furioso y soltando fuegos.
…pero llegaron los extranjeros que convirtieron un lugar de paz en un cementerio. Y construyeron edificios para honrar a su dios, muerto en una cruz.
Con la cruz trajeron la muerte. Excavaron canales, plantaron árboles que chupaban el agua. Secaron la laguna.
Donde estaba la laguna, sembraron trigo. E hicieron carreteras.
Más tarde, el cemento completó la tarea. “Las inundaciones son peligrosas”, se dijo. Y con cemento se culminó la obra de los conquistadores.
Aún llueve, si bien dicen los viejos que ahora menos que antes; pero el agua ya no se queda en la laguna, corre por el barranco hacia el mar. Y se pierde.
Mientras la isla descubrió que tenía sed, y ha de beber el agua del mar.
¿Dónde está la laguna?
Búscala en el sur, repartida entre miles de piscinas para que se bañen los norteños de piel pálida enrojecida, entre cerveza y cerveza.
Bajo una mole cúbica de veinte viviendas, allí está la laguna.
O estuvo.
Cuando la isla era virgen.

22 junio 2009

Cachorro


Desde el primer momento, despertaste mi interés. Estabas allí, entre una docena, todos con los ojos tristes, anhelantes.
Pero me fijé en ti, te miré a la cara, y pude leer en tus ojos tu propia historia.
Los primeros días. Una mota de pelo entre otras motas de pelo. Calor, suavidad, amor. Una fuente de comida, una lengua cariñosa que te limpiaba, que te amaba. Los gañidos de los demás, tus gañidos. Y algunas voces altas, extrañas, de gente que te cogía con las manos.
Siempre volvías a estar con tus compañeros, al calor materno.
Hasta que un día, ya no regresaste.
Se acabó el calor de tu madre. De tus hermanos.
Ahora estabas en una caja de paredes transparentes.
Cerca de ti, otros, también encerrados.
Tenías comida, pero no la rica leche. Tampoco te limpiaban con la lengua. Hacías tus necesidades en el suelo, y siempre lo cambiaban.
Por las paredes veías gentes. Te miraban, te decían cosas.
Querías acercarte, pero no podías, la pared te lo impedía.
Así un día tras otro.
Hasta que por fin, alguien te cogió. Las manos de una niña te acogieron y te llevaron.
Un nuevo hogar. Nuevos lugares para dormir, nueva comida. Y nueva gente.
Y allí estaba Él. Desde el principio comprendiste que a Él se lo debías todo. Si Él estaba contento, tú felicidad era plena. Si Él estaba enfadado, tu obligación era aprender, no hacer “eso” que a Él molestaba.
Todo tu tiempo era para Él.
Él te alimentaba. Él te sacaba de paseo para que hicieras tus necesidades. Él jugaba contigo. Él te peinaba, te lavaba. Él te quería.
Había otras personas, aparte de Él. Como la niña, que jugaba contigo y te hacía rabiar. Siempre te dejabas hacer, porque sabías que ella era otra cachorra como tú.
Fueron largos días de felicidad.
Hasta que llegó el infierno.
Tú no lo podías entender, pero yo creo imaginarlo.
Llegaba el verano. Los hoteles no admiten mascotas, sale muy caro pagar el viaje, no hay lugares donde dejarte. Y ya eras grande, molesto. Ya no era un cachorro.
Todos los días había que sacarte de paseo, ¡qué latazo! Y ni siquiera podía entrar en un bar a tomarse una cerveza, había que esperar a que cagaras y mearas para llevarte a casa y así poder salir con los colegas.
La solución, ¡simple!
Te metieron en el coche, te soltaron, ¡sin cadena!
Te dejaron atrás.
Ya no sabías donde estaba Él.
No encontrabas el plato con la comida ni con el agua.
Comprendiste que para beber tenías que buscar algún charco. Y para comer, las bolsas de la basura.
Para dormir, algún rincón que debías disputar a otros como tú. O a las ratas.
Ahora tenías encima cosas que te picaban y debías rascarte. Tu pelo estaba enmarañado y nadie te cepillaba. Te sentías sucio.
Le gente te daba patadas, te apartaba de su lado.
Nunca volviste a ver a Él.
Finalmente, llegaste a este lugar, con otros como tú.
Esperándolo a Él.
Pero en lugar de él, llegué yo.
Te acogí en mi casa. No pagué por ti, porque no se paga por el amor de verdad.
Ahora, para ti, yo soy un nuevo Él.

La verdad ¿eso qué es?

La verdad... ¿Qué es la verdad? ¿Acaso existe? ¿Quién la conoce?

La verdad es lo que cualquier persona considera que es verdad. Para un paranoico, esas voces que oye son verdaderas. Para un ciego, la verdad está en los sonidos, en los olores, no en lo que se ve. Para el ignorante, la verdad es lo que le dicen, siempre que él no pueda verificarlo. Para el creyente, la verdad es lo que le dicen, ya que él no va a comprobarlo. Para el escéptico, la verdad no existe, tan sólo aproximaciones (mejores o peores) a la misma.

Como soy escéptico, creo que la verdad no existe. Hay tan sólo teorías que se aproximan a lo que podría ser un límite en el infinito. Y tal y como no existe el infinito, tampoco existe la verdad absoluta, tan sólo verdades aproximadas, que con las nuevas teorías se ven caducas. Una nueva aproximación, y las verdades de antes ya no lo son.

Nadie conoce la verdad, por lo tanto. Hay algunos que pretenden saber la verdad. Tal vez sepan su verdad, pero no tiene porqué ser la mía. Lo malo es que, llevados por su egocentrismo pretenden obligarnos a los demás a aceptar su verdad, y sólo porque ellos así lo han decidido.

En resumen, déjenme con mis verdades aproximadas y permítanme buscar la verdad inexistente a mi manera. Si ustedes creen otra cosa, son libres de hacerlo.