23 septiembre 2010

TILAIO (3º parte)

Los colonos sabían bien que aquel horrible grupo de 8 galpones no eran la verdadera Guadalajara de Bistularde. La ciudad habría que construirla poco a poco, aquello no era más que un campamento provisional.
El teniente Lopalba lo había comentado con Dolomif y el primero había elegido un terreno llano para fundar la ciudad.
La mayoría de los colonos lo sabían, pero por ahora nadie había llegado hasta el lugar, más que nada porque los detalles de organizar el campamento lo habían impedido. Ni siquiera estaban a punto los vehículos de transporte.
Tilaio contempló estupefacto como se montaban aquellas cajas con orugas. No entendía cómo podrían moverse y llevar gente en su interior. Mary se lo explicó como pudo.
Tan pronto como uno de los transportes estuvo listo, los dos subieron para dar un corto paseo. El conductor explicó a Tilaio como podía dirigirlo mediante los controles. No dio demasiados detalles, no fuera que el chico quisiera hacer lo mismo, pero sí lo suficiente para despertar interés.
Cuando el joven captó la idea de un transporte, pasó a la segunda cuestión: ¿a dónde irían?
Mary se lo explicó.
—¡Eso es terreno de lombriserpientes! —exclamó Tilaio.
—¿De qué hablas?
Ningún colono había visto las lombriserpientes. Sólo uno de ellos se había topado con uno de sus túneles, pero no había mostrado curiosidad por el asunto (era un técnico en electrónica y estaba preocupado por las comunicaciones en ese momento). Mary lo supo por un comentario casual que pudo oír. No le había dado más importancia que a cualquier otro comentario que podía oír aquí y allá, pero ahora lo recordaba con detalle.
Tilaio le explicó que eran unos animales muy grandes, de varios pasos de largo, sin huesos salvo la dentadura, que era dura como la roca.
—No se pueden comer, porque saben horrible y su carne es bastante indigesta. Aunque si no hay otra cosa, a veces la gente se los come.
—¿No son venenosas?
—No.
—Y con ese tamaño, ¿no son peligrosas? En mi mundo hay unos bichos llamados serpientes, y las que son muy grandes te pueden rodear hasta asfixiarte, para luego comerte. Otras pequeñas son venenosas, matan de un mordisco.
—Es muy difícil que una lombriserpiente te muerda, pues sólo comen tierra y rocas. Y nunca salen de la tierra, salvo de noche y con mucha humedad.
—Por lo que dices, son como lombrices pero muy grandes.
—¡Exacto!
—Pero si dices que no son peligrosas, ¿por qué les temes?
—Por los túneles que abren. Son enormes y a veces uno puede pisar uno y hundirse hasta medio cuerpo. O, si no, al menos tropezar y romperse una pierna. Cuando uno camina por sitios desconocidos tiene que andar con mucho cuidado para evitar sus agujeros.
—¿Y hay muchas en el lugar donde queremos fundar la ciudad?
—¡Está lleno! He visto agujeros de muchas brazas. Y si no me equivoco, esas cajas con orugas, esos “transportes”, son más pesados que una persona, ¿no?
—En efecto.
—Pues me parecen que se hundirán. Y si caen en un agujero grande, no sé qué podrá pasar.
—¿Cómo es que nadie más se ha dado cuenta?
—Mary, Tenientelopalba sólo escucha a Dolomif y éste nunca ha pasado por allí. Si yo le digo a Dolomif que hay muchas lombriserpientes, no me hará caso. Lo mismo si se lo digo a cualquier otro.
—Yo podría hablar con Lopalba.
—¿Te hará caso?
—No sé. No podré decirle que me lo has dicho tú, porque como bien reconoces sería invitarlo a ignorar mis palabras. ¿Y si dices a los tuyos que vayan allí porque no hay ningún peligro?
—Mary, puede que alguien se lo crea…
—Es posible. Bien, mejor no digas nada, ni en un sentido ni en otro. Yo intentaré hablar con el teniente, y tal vez me escuche.

A Mary le costó tres días concertar una entrevista con el teniente. Y cuando finalmente lo consiguió, no le sirvió de gran cosa. Lopalba insistió en conocer su fuente y cuando supo que era Tilaio simplemente lo ignoró todo.
—¡Lo suponía! —dijo—. ¡Ese chico no hace más que buscar la forma de llamar la atención! Ya me lo han advertido. Tú no deberías hacerle caso, Mary.
—Teniente, creo que los demás cometen un error en relación con Tilaio.
—¿Cómo es que todos los demás se equivocan y tú tienes la razón, Mary? Sospecho que ese crío te tiene sorbido el seso. ¡Ándate con ojo!
—¡Qué insinúa, Teniente? Disculpe, pero no puedo estar de acuerdo.
—Mejor dejemos el tema. ¡Ándale, Mary, sigue con tus cosas!
Aunque Lopalba había tratado de quitar hierro con su frase final, Mary comprendió mucho de lo que no había dicho. No le podía ordenar que no se relacionara con él, pero la sugerencia había sido bien clara.
Comprendió que toda la entrevista había sido un tremendo error. Ahora toda la colonia diría que ella estaba embobada con el chamaquito.

Ajeno a estos problemas, Tilaio tenía los suyos propios. Sus cuatro padres estaban cansados de ser el grupo matrimonial de más baja categoría. Grim, uno de sus dos padres, tenía familiares en otra tribu, situada a dos soles de caminata en un valle lejano. En esa tribu, él estaba seguro de lograr una categoría superior, pues su familia estaba relacionada con el brujo. Grim había realizado una visita (una mano de soles para ir, negociar y volver) y así se lo habían asegurado.
Por lo tanto, Grim, Toleia, Manev y Firmonda estaban decididos a marcharse. Pero no Tilaio. Él no quería alejarse de los terrestres, con su promesa de nuevos conocimientos. En especial, no quería dejar a Mary.
Como ya era lo suficientemente grande, Tilaio podía quedarse si algún adulto se hacía cargo de su cuidado. Pero, ¿quién admitiría al pequeño en su casa?
Ni uno solo de los kalianos estaría dispuesto, más que nada porque admitir a Tilaio en su familia sería rebajar su categoría.
Pero había una opción, y así lo dijo Tilaio a sus padres. Podía quedarse con la terrestre, Mary.
Claro que para eso había que contar con ella. Tilaio se dispuso a marchar, una vez más, al campamento terrestre. En esta ocasión irían con él sus dos padres y dos madres.
Grim y Firmonda no habían estado nunca en el campamento, y lo miraban todo con asombro. Manev y Toleia, en cambio, habían estado una vez cada uno. Pero el único que conocía bien el campamento era Tilaio, y por eso les iba explicando todo lo que veían.
Dos transportes estaban listos para explorar el terreno destinado a la nueva ciudad. La mano (cinco) de kalianos vio cómo dos manos (diez) de terrestres subían a bordo, una mano en cada uno, y se ponían en marcha.
Tilaio tuvo que empujar a una de sus madres para que se apartara del paso.
Preguntaron por Mary. Ella estaba en el centro administrativo, contemplando la pantalla con las transmisiones de los vehículos.
—Mary, éstos son mis padres, Firmonda, Grim, Manev y Toleia.
Ya apenas usaban el traductor, pues Mary hablaba el kaliano con cierta soltura, y Tilaio conocía bastantes frases en latino.
Mary saludó a cada uno. Ya no le extrañaba el cuadrilátero que formaban los matrimonios entre los kalianos; ni siquiera se preguntaba quien se acostaba con quien, pues a fin de cuentas no era de su incumbencia. Sabía bien que los hijos se consideraban de los cuatro, con independencia de la madre que lo hubiera gestado, y con total ignorancia de cual de los dos hombres era el padre genético.
Los cuatro kalianos adultos y el niño se fijaron en la pantalla holográfica. Una imagen aparecía frente a ella, mostrando un modelo de los árboles del valle, transmitido por uno de los transportes.
Tilaio era el único que había visto antes una pantalla, así que no se extrañó que sus padres se quedaran atónitos ante la imagen. Mary tuvo que explicar, lo mejor que pudo, que aquellos árboles no estaban allí, sino que era lo que veían los “ojos” del transporte.
Grim dijo: —¿No van a un sitio con muchas lombriserpientes?
—Eso me ha dicho Tilaio —respondió Mary—. Pero nadie le ha hecho caso.
—Pues yo he estado allí y apenas se puede caminar por tantos túneles.
—A mí tampoco me han hecho caso, y lo he intentado.
—¡Quieran los espíritus benévolos que no ocurra nada!
La pantalla mostraba ahora al otro transporte, que iba delante del que transmitía.
¡De pronto, el transporte dejó de estar a la vista! Una pequeña nube de polvo cubrió la imagen y al despejarse, ¡no había nada!
Se oyeron gritos por los altavoces. Los técnicos de control se pusieron a hablar por sus micrófonos, mientras una atronadora alarma sonaba por toda la sala.
El transporte que iba detrás, el que transmitía, se cercó con cuidado al lugar donde había desaparecido el primer vehículo. Vio un enorme agujero, de unos cinco metros de profundidad y más de quince de diámetro.
¡De pronto, la imagen tembló, cuando el segundo transporte también cayó! El suelo bajo él había cedido.
Mary y Tilaio corrieron a donde estaban los técnicos de control. El jefe era un veracrucense, que en las fiestas se vestía de mariachi, uno de los pocos que tenía un buen concepto de Mary.
—¡Pepe! Ahora no es momento de que me ponga a decirte aquello de «yo te avisé». Aquí está Tilaio, quien tiene algunos conocimientos sobre esas lombriserpientes. Creo que es mejor que consultemos con él todas nuestras dudas.
—¡Por mi madre, que tienes razón, Mary!
Tilaio explicó lo mejor que pudo, y con toda rapidez, lo que sabía de las lombriserpientes. Insistió en que el mayor peligro eran los agujeros, pero que aparte de eso no había peligro.
Grim se acercó al grupo y, aunque no hablaba nada de latino, con la ayuda del traductor pudo completar los informes del pequeño.
En la pantalla se veían unos animales enormes. Parecían anacondas de color negro, que se movían ante la cámara buscando la oscuridad al ver perforado su nido por los dos pesados intrusos.
Los ocupantes de los vehículos estaban aterrorizados. No sabían lo que eran aquellas especies de serpientes enormes, y se temían lo peor.
Aunque el blindaje había resistido la caída, alguno de los bichos estaba royendo las paredes. Tilaio confirmó que había riesgo de que las rompieran.
—Sus dientes rompen las rocas más duras.
El teniente Lopalba apareció, a medio vestir, y se puso al mando.
Su primera decisión fue enviar otro transporte al lugar.
—Mary, irás tú con el pequeño nativo. Ya que él sabe mejor que cualquiera lo que hay que hacer, que vaya.
—Uno de sus padres debería ir con él.
—Si crees que será una ayuda, sí. Si va a molestar, que no vaya.
Grim nunca había subido en un transporte, así que finalmente decidieron dejarlo atrás, pues no sería de mucha ayuda. Sin embargo, se quedó ante la pantalla para responder cualquier consulta.
El tercer vehículo llegó al lugar rápidamente. Tilaio se bajó y buscó señales de los túneles de las lombriserpientes. Indicó así la mejor ruta a seguir.
Se quedaron a una distancia prudente del enorme cráter abierto.
Mary bajó con Tilaio.
—Siguen aterrorizados —dijo—. Uno de los bichos casi ha perforado la pared. Tenemos que explicarles que pueden salir sin peligro.
Ella no estaba del todo tranquila.
—¿Estás seguro de que no hay peligro? Son unos bichos muy grandes.
—No, Mary, podemos incluso pisarles; sólo se apartan y tal vez te tiren al suelo al empujarte, pero no te hacen nada.
—Pues vamos a bajar.
Desde el borde del agujero se veían decenas de animales, moviéndose en todas direcciones, buscando la frescura y la oscuridad. Mary se tragó su miedo para empezar a bajar, pero Tilaio ya estaba bajando por la rampa inclinada.
Ella lo siguió.
Se encontró con el primer animal, una enorme tubería andante de veinte centímetros de grosor. Pasó por encima, y el bicho simplemente la ignoró.
Parecía que Tilaio tenía razón; era simple cuestión de tener un poco de cuidado, pues un empujón de una lombriserpiente no era precisamente una caricia. Pero ese era todo el peligro.
Llegaron a la puerta del primer transporte. Se oyó el altavoz interno: —¡Están locos! ¡Salgan de ahí!
—No hay ningún peligro —dijo Mary—. Son totalmente inofensivos.
Ella y el niño permanecieron afuera para demostrar que no había peligro. Dos veces un bicho pasó ante ellos, para susto de Mary quien hizo verdaderos esfuerzos para no ensuciar su ropa interior. Pero Tilaio se quedó tranquilo en todo momento.
Finalmente, abrieron la puerta del transporte. Uno de los colonos salió. Tenía un rasguño en la ceja izquierda, resultado de la caída.
—¿Seguro que no hay peligro? ¡Son enormes!
—Ningún peligro. Hasta puedes pisarles. Mientras no te empujen…

Lopalba envió los otros dos transportes que quedaban. Rescataron a toda la gente y luego, manteniéndose en terreno firme, sacaron los vehículos accidentados con grúas.
Al día siguiente, los cuatro padres de Tilaio volvieron a hablar con Mary de su propuesta. Ella les prometió que lo pensaría.
Para los cuatro adultos, la situación en el poblado kaliano era incómoda, eso ella lo sabía bien. Así que era comprensible que se marcharan.
Tilaio sólo tenía dos opciones: o se iba con ellos o se quedaba con los terrestres, pues nadie del pueblo lo aceptaba.
Ella estaba bien dispuesta a hacer de madre de Tilaio. A fin de cuentas, por su edad bien que podría serlo.
Y así se lo haría saber al chico.
Tan sólo le quedaba un pequeño detalle que estaba obligada a resolver.

Entre los kalianos no existía el tabú del incesto. Nada impedía así que un hijo tuviera relaciones sexuales con su madre.

(Primera parte)
(Segunda parte)

22 septiembre 2010

TILAIO (2º parte)

El teniente Lopalba se reunió con Dolomif a solas. Los otros diez terrestres se dispersaron por todo el poblado y hablaron con los nativos sobre casi todos los temas posibles. Sólo cuando se les preguntaba acerca de sus intenciones, lo dejaban en manos de los jefes.
Tilaio procuró no apartarse de Mary mientras ésta hablaba con otros kalianos.
La cabaña de Dolomif tal vez fuera lujosa pero para el teniente resultaba tosca y primitiva. Aunque por supuesto no dijo nada, mientras observaba todo lo que le rodeaba.
Estaba dividida en varias habitaciones mediante mamparas y cortinas, hechas con hojas y ramas tejidas. La mayoría de las habitaciones parecían estar destinadas a dormir y Lopalba sólo podía apreciar en una de ellas un lecho de hojas cubierto con una especie de lienzo.
Quedaba la habitación central, donde se hallaban los dos. Había en ella una mesa de madera con tres patas y varios taburetes confeccionados con troncos ahuecados, y recubiertos con piel (parecía ser de lobotigre). Había objetos dispersos por los rincones, la mayoría de ellos elaborados con arcilla, madera y fibras vegetales.
Entre los objetos, cuya función era desconocida, destacaba una caja de plástico, de colores llamativos (rojo, violeta y verde), que indicaba algún contacto previo con los colonizadores.
Hasta entonces apenas habían hablado. Dolomif estaba observando al terrestre y al ver que se fijaba en la caja la tomó, lleno de orgullo por su posesión, y dijo: —Esto fue un obsequio que me hicieron al ser nombrado jefe. Procede de una tribu muy lejana, a muchos pasos de aquí, más allá de las montañas y del gran río.
—Es de origen terrestre, ¿no es cierto?
—Sí, procede de las estrellas. Un extranjero la cambió hace ya muchos soles y eso fue muy lejos. No conozco los detalles.
—Esos extranjeros seguramente eran como nosotros.
—Eso es lo que me han dicho.
—Y supongo que se habrán quedado a vivir.
—Así me lo han contado. Más allá de las montañas y del río grande.
—Sobre eso es de lo que quería hablar con usted, Dolomif.
—Todo el mundo me ha preguntado a qué han venido los extranjeros. Yo también lo pregunto.
—Queremos quedarnos cerca de los kalianos. En el sitio que nos dejen.
—Hay tierras a muchos pasos de distancia. No las necesitamos. Tenemos suficientes a pocos pasos y no se agotan, gracias a Hertil.
—Muy bien, porque si el jefe está de acuerdo, llamaré a más extranjeros para que bajen desde el cielo.
—¿Más? —por una vez, Dolomif pareció alarmado.
—No muchos, unas pocas manos de manos.
—¿Serán más que los kalianos?
—No estoy seguro. Tal vez unos pocos más. Y les enseñaremos muchas cosas.
—En ese caso, pueden quedarse.

Y eso fue todo. Para el teniente resultó toda una sorpresa la facilidad con que se les había concedido terreno para la colonia. Había esperado unas negociaciones más complejas, cargadas por la desconfianza mutua. Pero el nativo ni siquiera había preguntado qué era lo que les enseñarían, ni solicitó un intercambio de bienes.
Casi era de noche cuando los once terrestres salieron del poblado. Nadie les acompañó hasta la nave.
La Lupita despegó en la oscuridad creciente.

Tilaio vio partir la nave desde el pueblo. El ruido atronador y la luz tan intensa, que asustaron a más de uno, a él simplemente lo maravillaron.
Pensaba en otras cosas.
Los extranjeros venían a quedarse. Ahora se marchaban, sí, pero a buscar más compañeros. Y Dolomif simplemente les había entregado unas tierras sin preguntarles qué pretendían hacer con ellas.
Él no podía ni siquiera opinar sobre el tema, pero nadie le impedía pensar.
Y pensaba que era un error. Dolomif debería haber sido más duro, exigir algo a cambio de las tierras. Por ejemplo, los hombres del cielo podrían enseñarles a manejar las armas con fuego y trueno. O a volar por el cielo. Pero el jefe simplemente había dicho que sí a la petición de los extraños.
Claro está que tampoco habría servido de mucho negarse. Los extranjeros eran poderosos y se quedarían si ese era su deseo.
Lo de pedir permiso a los kalianos (a su jefe) era un detalle de agradecer, por cierto, pero sólo un tonto se lo creería. Un tonto como Dolomif.
Tilaio se preguntó si el jefe habría considerado que no valía la pena negarse. Pero sabiendo cómo era de inteligente (es decir, muy poco), decidió que no. Ni se había dado cuenta.

Al día siguiente, la nave que bajó era mucho mayor que la pequeña Lupita. 56 colonos (dos manos de manos, una mano y uno más, según la forma de contar de los nativos) bajaron en una explanada situada a unos dos kilómetros del poblado Galiano.
Mary estaba entre ellos, como no podía ser menos. Su experiencia en el planeta no era demasiada, pero sí la suficiente para ayudar a aquellos novatos.
Lamentablemente, Mary no había ejercido propiamente de colonizadora, pues nada más llegar fue destinada a Nueva Lima, una ciudad ya construida y sin nativos cercanos. Así que no podía brindar experiencia en el trato con los bistulardianos ni con la vida salvaje. Mary sí había conocido nativos, pero ya “civilizados” o más bien adaptados a la cultura latino-terrestre.
Sí que había visto el gran contraste entre las costumbres de los aborígenes y los terrestres. Incluso bajo sus nuevas improntas culturales, los nativos tenían comportamientos insólitos en toda clase de circunstancias.
Sobre todo en el tema sexual. A todos los terrestres llamaba la atención la facilidad con la que los bistulardianos tenían relaciones sexuales, sin tener ningún tabú. Más de un terrestre se había quedado atónito a ver a las chicas nativas pedirles abiertamente tener sexo. Tanto hombres como mujeres. Los hombres nativos también eran así, pero eso ya estaba más de acuerdo con el estereotipo del macho terrestre.
Mary no aceptaba lo que decían sus compañeros, eso de que los nativos estaban locos por el sexo. Simplemente tenían menos inhibiciones, gracias a un hecho difícil de aceptar para una mujer de la Tierra: las bistulardianas ¡sabían perfectamente cuando podían quedarse embarazadas! No corrían riesgos de embarazos no deseados, lo que a fin de cuentas era el problema mayor que tenían las terrestres para ser más promiscuas. A los hombres no les importaba, porque ellos no eran quienes se embarazaban.
A ella le habían llovido propuestas por parte de nativos (y de terrestres). Pero no pudiendo controlar sus embarazos sin recurrir a las inserciones subcutáneas anticonceptivas, muy difíciles de conseguir en la colonia, no le quedaba otro remedio que limitar el sexo a cuando se sentía segura de que no habría riesgo. Y así y todo siempre se quedaba llena de temor hasta que llegaba la bendita menstruación.

El teniente Lopalba era de Guadalajara, así que ese fue el nombre elegido para la nueva población. Ya que no habían otras poblaciones con ese nombre, sería Guadalajara de Bistularde.
La nueva población se comenzó a construir enseguida. Las máquinas montaron ocho galpones semicilíndricos en cuestión de horas. Seis de ellos serían para viviendas, el otro para centro administrativo y el octavo lugar de recreo, instrucción y sanidad (un centro comunal).
La idea era que los nativos asistieran a las actividades en el centro comunal, donde también podrían ser atendidos de sus enfermedades y recibir enseñanzas.
De hecho, se invitó a todos los kalianos a visitar el nuevo poblado de los colonos.
Lopalba se arrepintió de aquella invitación casi de inmediato. Los nativos invadieron Guadalajara, entrando en todos los edificios (y en todas las habitaciones, ¡incluyendo las de aseo!), molestando a los colonos y a las máquinas y brindando su (innecesaria) ayuda que casi nunca era solicitada.
Más que ayudar, molestaban. Pero no se les podía echar después de haberles invitado.
Ahora los colonos debían dedicar la mayor parte del tiempo a evitar que los kalianos se accidentaran con las máquinas. En el centro comunal tuvieron que curar toda clase de lesiones, incluyendo la amputación de un brazo.
Este último caso fue de una mujer que ignoró los avisos para que no se pusiera en el camino de una cortadora láser. Cuando ella vio su brazo en el suelo y el muñón sangriento, se desmayó. Despertó horas más tarde, y tenía el brazo reimplantado; de hecho, ella creyó que no le había pasado nada, que todo había sido un sueño; hubo que mostrarle la cicatriz en su brazo para que comprendiera lo que había sucedido.
Al menos aquel incidente sirvió para que los nativos tuvieran más cuidado. Aunque si los extranjeros eran capaces de recomponer brazos y piernas cortadas, no había porqué tener miedo; eso dijo alguno, y siguió con sus imprudencias.
Tilaio trataba de evitarlo en lo posible, pero se tuvo que enfrentar al viejo problema: nadie le hacía caso. Bastaba que él dijera algo para que la mayoría de sus vecinos hiciera justo lo que él no quería.
Mary seguía observando al chico. Decidió hacerle una recomendación juiciosa:
—Tilaio, si lo que quieres es que la gente haga algo, ¿por qué no le dices que haga lo contrario? Así cuando los otros lo hagan al revés de cómo tú lo pides, terminarán por hacer lo que tú realmente quieres. Y así podrás tener más éxito.
Parecía enrevesado, pero Tilaio lo comprendió con facilidad. Y siguió el consejo, quedando sorprendido con los resultados.
Lo más curioso fue que a partir de entonces la gente comenzó a hacerle algo de caso.
Por su parte, Dolomif seguía ignorando sus recomendaciones; y el teniente Lopalba hacía lo propio.
Entre los terrestres, casi quien único le hacía caso era Mary. Ella tenía muy en cuenta sus sugerencias. Pese a su juventud, hallaba muy juiciosos sus puntos de vista.
Y, como no podía ser menos, Tilaio le pidió tener relaciones sexuales.
Mary se lo esperaba, así que no le sorprendió. De hecho, el sorprendido fue él al verse rechazado.
La terrestre no supo explicárselo bien. Según la experiencia del chico, sólo se le rechazaba cuando no se le encontraba interesante como pareja. Lamentablemente, esto era lo más frecuente.
Pero entre los kalianos, si dos personas se gustaban, no había motivos para que no pudieran tener sexo. Razones que para los terrestres eran importantes: la edad, el parentesco, si eran hombre o mujer, no tenían apenas valor para los nativos.
Sólo había otro motivo para un rechazo claro y era el riesgo de embarazo: si una mujer lo preveía, no había más que decir.
De hecho, esa fue la excusa que usó Mary.
Pero no era una verdadera solución: semejante argumento valía para un determinado día, pero más adelante ya no era válido casi nunca.
Y Tilaio lo sabía.
Cuando volvió a repetir la petición, Mary se vio obligada a explicarle la gran diferencia entre las bistulardianas y las terrestres en el control de su sexualidad.
Por su parte, ella no sabía muy bien qué hacer. El jovencito era atractivo, pero sabía bien lo que dirían los demás colonos si ella se liaba con un niño nativo. No tenía cristales anticonceptivos pero podía conseguirlos si se lo proponía; ya lo había hablado con la encargada de la farmacia, una joven de Morelos que entendió su problema a la primera.
En realidad, dada la diferencia en el número de cromosomas entre terrestres y bistulardianos, el riesgo de embarazo era casi nulo. Pero podía darse un episodio de aborto, según ella tenía entendido. No podía correr ese riesgo.
Tilaio supo que era aceptado, pero que por algún extraño motivo que escapaba a su comprensión, la terrestre no podía tener relaciones con él.

(continuará...)
(enlace a la primera parte)

ZEMOZ, EL BARBARIANO (1ª parte)

Zemoz nació en Barbaria, más exactamente en Kilopeya, un poblado de las montañas. Desde pequeño ha luchado contra toda clase de monstruos, y fue alumno del Maestro Hugok, gran especialista en lucha con espada, garrote y sobre todo en peleas de arrastre.
      Zemoz maneja la espada como nadie. Y no es una espada pequeña, por cierto. La espada de Zemoz mide casi tanto como él, unos buenos dos metros, y está hecha de acero forjado de Azulita. Su empuñadura está elaborada con roca broncínea, y aunque casi no tiene adornos, eso la hace aún más pesada. Pocos hombres (y casi ninguna mujer) son capaces siquiera de levantar la espada de Zemoz; mas él la maneja como si fuera de papel, hace molinetes y malabarismos como si tal cosa.
      Claro que Zemoz es realmente fuerte. ¿Había dicho cómo es? Creo que no.
      Ya he mencionado que Zemoz mide dos metros de alto. Es rubio y su pelo largo lo lleva en dos trenzas que suelen caer hacia los lados. Entre las trenzas lleva diversos trozos de telas, uno por cada amante que ha tenido. Viendo las trenzas se deduce fácilmente que Zemoz hace que las mujeres caigan tendidas a sus pies.
      Tiene los ojos negros y la piel oscura, lo que hace que el pelo parezca blanco en comparación. Su cara está marcada de cicatrices, pero la mayor parte proceden de su juventud, cuando corría riesgos innecesarios.
      Lleva el pelo largo, pues nunca se lo corta, y suele sujetarlo en dos trenzas que a su anuda para que no le molesten al luchar. Su frente queda así despejada y se ve siempre lisa, aunque de vez en cuando se nubla con arrugas de preocupación. Cuando Zemoz frunce el ceño, alguien morirá, casi siempre un enemigo suyo.
      Zemoz no suele sonreír, pero cuando lo hace muestra unos dientes afilados. El Maestro Hugok le enseñó a afilarse los dientes con piedra pómez para parecer más fiero ante sus enemigos. Por eso también, Zemoz no sonríe, porque su sonrisa da miedo.
      Zemoz tiene unos músculos muy marcados, aparte de que no se esfuerza en vestir mucho para esconderlos. Suele llevar el torso desnudo, por mucho frío que haga. Se le ha visto caminar sobre la nieve descalzo y vestido sólo con su taparrabos, sin que parezca tener frío. Yo tan sólo una vez vi a Zemoz con un abrigo, fue una noche en medio de la mayor tormenta de nieve que recuerdo. Cinco hombres murieron de frío esa noche y Zemoz se puso un abrigo.
      Los brazos de Zemoz son tan gruesos como los muslos de hombres más normales. Y su fuerza, no digamos. Una vez un campesino le preguntó si era capaz de levantar un arado con una sola mano. Zemoz lo hizo, ¡sin saber que podía soltar la yunta de bueyes que estaba sujeta al arado! Zemoz levantó la pareja de animales con su yugo y el arado con una sola mano, ante el asombro del campesino.
      ¿Había dicho algo de los pelos del cuerpo de Zemoz? No, creo que no. Pues bien, Zemoz tiene el torso tan lleno de pelos que parece un oso. Y los brazos y las piernas. Es un pelo suave y sedoso que, según dicen algunas mujeres, resulta agradable al tacto.
      La única vestimenta habitual de Zemoz es un tosco taparrabos de color negro. No está claro si es negro porque ese es su color, o si tenía otro color en origen, pues hay que reconocer que no suele lavarlo mucho. Es el aspecto menos favorable que tiene Zemoz: su higiene. De hecho, suele despedir un olor muy fuerte, aunque él asegura que le ayuda a conquistar a las chicas. No sé si será cierto, pero alguna ha salido corriendo antes de acercársele; pocas, sí, pero algunas. Y sé de muchas que se han acercado torciendo la nariz. También es verdad que casi todas las que reciben un abrazo de Zemoz (no siempre bienvenido), se suelen desmayar: entre el olor y la fuerza que deja sin aire, no hay mujer que soporte sus abrazos. Zemoz dice que las chicas se desmayan por él. Habría que ver si es de admiración o de asfixia.
      Las piernas de Zemoz son peludas y recias como columnas. Zemoz camina unas cincuenta millas al día, y alguna vez ha hecho más de cien millas, porque tiene unas piernas muy acostumbradas a caminar. De niño cuidaba cabras en las montañas, y allí se acostumbró.
      Zemoz siempre anda descalzo, de hecho no tolera ninguna clase de zapatos. Las plantas de sus pies son gruesas como cuero. Le han visto caminar sobre trozos de cristal como si fuera un suelo liso.
      Además, Zemoz es pesado, muy pesado. Por eso también suele ir caminando, pues pocas bestias pueden llevarlo. Una vez se montó en un caballo de tiro, un animal acostumbrado a soportar grandes fuerzas. Pues bien, el pobre bicho se quedó en el suelo con las patas rotas y las costillas perforándole los pulmones. Lo mismo acontece con cualquier silla en la que Zemoz pretenda sentarse; por tal motivo, él siempre se sienta en cuchillas en el suelo, o se queda de pie. Y duerme en el suelo; claro está, tampoco una cama lo podría soportar.
      Con las comidas, Zemoz no es muy exigente. Mejor dicho, no es nada exigente, come cualquier cosa que camine sobre cuatro patas o que tenga plumas, vuele o no vuele. Y en cuanto a plantas, si no son venenosas, Zemoz las come. Suele repetir la máxima del maestro Hugok: «lo que no te mata te fortalece».
      La primera vez que probó un plátano se lo comió con su piel, ¡y lo encontró delicioso! Además, con ese cuerpazo que gasta, tiene que comer mucho para mantenerse en forma. Es muy raro que algún amigo le invite a comer, y más de uno ha dejado de serlo después de darle comida, ¡es capaz de vaciar el almacén de todo un castillo!
   
      Cierta vez, el Duque de Kiftowen le concedió el honor de una velada. Aparte de dejar extenuadas con su abrazo a media docena de doncellas, a las que el Duque solicitó que lo agasajaran, vació la mesa donde estaban las viandas para toda la tropa y, sintiéndose insatisfecho, hizo lo mismo con la otra mesa, la de los manjares destinados al Duque y su corte. Esa noche, Zemoz fue el único que comió en el castillo.
      Tras la cena, buscó a las seis doncellas mas, dado que ninguna de ellas aceptó acompañarle al lecho, optó por forzarlas a las seis. Ante sus gritos acudieron los soldados, ya bastante enaltecidos por el ayuno forzoso, pero a todos ellos derrotó Zemoz con su espada. Fueron varios los que quedaron tendidos en el suelo, antes de que los supervivientes aceptaran retirarse.
      Finalmente, el Duque decidió echarlo del castillo; pero Zemoz estaba roncando en el pajar, por lo que fueron el Duque y toda su gente quienes abandonaron el castillo.
      El castillo de Kiftowen no es pequeño. Tiene siete torres con almenas, y cuenta con grandes salones en sus doce plantas, aparte los sótanos y mazmorras. Suelen habitarlo unas doscientas personas, entre solados y servidumbre.
      Todos ellos abandonaron el lugar, dejando solo a Zemoz con las ratas.
      Por la dicha de los dioses, fueron misericordiosos y esa noche no llovió; de hecho, la seca hojarasca del bosque sirvió de tosca cama para todo el mundo, desde el Duque y su dama hasta los más humildes sirvientes.
      Al día siguiente, Zemoz se despertó en el edificio vacío. Sólo halló un cerdo amarrado a una cuerda en su pocilga, que convirtió inmediatamente en su desayuno. Y así, tras esa «frugal» comida, se fue sin poder despedirse como esperaba. En realidad, el Duque y su séquito permanecían escondidos entre los árboles del bosque, en las cercanías del castillo esperando que se marchara para volver. Eso sí, primero lavaron todo (suelo, paredes, muebles...) para que desapareciera el terrible hedor que había dejado el barbariano. Y les fue de gran ayuda el chaparrón que por la noche enviaron los dioses.
   
      ¿Ya he comentado los amores de Zemoz? No estoy seguro... ¡Bueno!, ya he dicho que rara es la mujer que no se desmaya a su lado, pero si no es por su virilidad y su hombría, es más bien por su mal olor. De todos modos, Zemoz es como una mariposa buscando néctar de las flores... o más bien, es como un elefante sediento buscando un oasis, porque llamar «mariposa» a Zemoz es ridículo (y de hecho, si él se entera me mata; aunque dudo mucho de que llegue a enterarse puesto que no sabe leer). Lo que quiero decir, por si no ha quedado claro, es que Zemoz siempre está a la búsqueda de alguna hembra (y si es un jovencito quien se le pone a tiro tampoco lo desprecia). Pero Zemoz no es un experto en artes amatorias, más bien un bruto que se satisface enseguida, antes incluso de que su compañera se haya dado cuenta. Eso suponiendo que no haya perdido el sentido por el «aroma» que Zemoz exhala. Claro está que ninguna mujer se atreve a ofender al barbariano, sabiendo lo bestia que es, por eso todas las que han pasado por su lecho presumen de sus dotes viriles, e incluso exageran un poco. Lo cierto es que Zemoz no está tan dotado como dicen, su instrumento es más bien pequeño. Y si uno se fija bien en su taparrabos descubrirá que la mayor parte es puro relleno, principalmente algodón de Mus'tiplex.
      Como sea, la verdad es que Zemoz tan sólo una vez ha tenido novia. Era una pastora de su pueblo, Kilopeya, una vecina que vivía en una choza cercana a la de Zemoz y sus padres.
      Esto sucedió antes de que Zemoz aprendiera las artes del Maestro Hugok, mucho antes de que decidiera vagar por el mundo buscando aventuras.

(Continuará...)

21 septiembre 2010

TILAIO (1º parte)


Tilaio fue quien vio venir la caja del cielo.
Como era habitual, estaba solo. Tilaio era un chico muy raro, o así decían los otros kalianos. No le gustaban los juegos habituales entre los otros chicos, como perseguirse o la lucha. Cuando iban de cacería discutía las órdenes del jefe, sugiriendo otras estrategias; así que lo más frecuente era que no contaran con él para cazar.
Con las chicas tenía poco éxito, pues no era musculoso, no sabía luchar ni traía presas cazadas. Así que ¿quién lo iba a considerar una pareja interesante?
Sólo alguna mujer apreciaba su inteligencia y lo veía como un ser muy interesante.
Si Tilaio hubiera sido hijo del sacerdote o del jefe de la tribu, su destino estaría claro: con su inteligencia sería el más indicado para aprender todo lo relacionado con las curaciones y hablar con los dioses, o bien para mandar a los demás.
Pero Tilaio era hijo del cuarteto de nivel más bajo. Grim, Toleia, Manev y Firmonda, sus padres y madres, tenían todos ellos muy baja categoría. Así que Tilaio no tenía muchas posibilidades de ser algo en la tribu de los kalianos.
Él estaba convencido de que tendría que emigrar, irse a otro grupo donde no se le tuviera en cuenta su baja categoría. Pero no le serviría de mucho: uno de sus padres, Manev, procedía de otra tribu y desde que llegó pasó a ser el hombre de menor nivel, por ser de fuera.
Por lo tanto, ¡en otro grupo Tilaio estaría igual! ¡Vaya porvenir!
Otra posibilidad era que aprendiera a callarse. Era lo que le decía Firmonda, su madre mayor. Si Tilaio aceptara las órdenes de los jefes sin discutirlas le dejarían participar en las cacerías. Tarde o temprano tendría ocasión de dar a conocer su punto de vista, y así en algún momento sus ideas serían aceptadas. Pero nunca podría imponerlas desde abajo, sin contar con el acuerdo del jefe del grupo.
Cuando los demás se iban de caza, o a jugar alguno de esos despreciables juegos de competición, Tilaio se apartaba e iba a caminar solo. No temía a los peligros habituales, pues a fin de cuentas era fuerte y tenía su cerbatana. El mayor peligro era pisar en falso sobre un túnel de lombriserpiente. Si cayera en uno de ellos, podría partirse el tobillo. Pero bastaba con mirar bien por donde se andaba.
En el suelo no había marcas de lombriserpientes, así que no había peligro alguno.
Tampoco era la época de los lobotigres, y los murcios salían de noche.
Tilaio se alejó una vez más del poblado. El estúpido de Brinte había convocado a los chicos para cazar ángeles y le había dicho a Tilaio que no lo quería. Sólo porque en dos o tres ocasiones había querido sugerirle una mejor estrategia de caza.
El bruto de Brinte pensaba que los ángeles se cazaban haciendo ruido y disparando una nube de flechas. Sí, así conseguía alguno que otro, pero era un despilfarro de material, aparte de conseguir que la mayoría de los ángeles huyera y no volviera a los mismos árboles. Tilaio quiso explicárselo a Brinte, pero el jefe lo insultó.
Tilaio caminaba mirando hacia el suelo, evitando los túneles de las lombriserpientes, cuando algo le hizo mirar hacia el cielo.
Vio un punto muy luminoso, sobre una nube extraña.
La nube era muy blanca y en su centro brillaba una luz muy intensa.
Parecía descender.
Tilaio se fijó en que sobre la nube había algo como una caja azul. De la caja salía fuego y eso era lo que producía la luz. Y la nube, que sería humo probablemente.
La caja seguía bajando y ya se apreciaban cuatro patas delgadas. De hecho mientras Tilaio observaba, las patas crecieron hasta desplegarse sobre las cuatro esquinas de la caja.
Sólo en ese momento, Tilaio observó que la caja le iba a caer encima. Comprendiendo el peligro que corría, se apartó hasta refugiarse detrás de un arbusto.
Justo a tiempo: la caja tocó suelo muy cerca de donde había estado él un momento antes. Con un ruido infernal, el humo quemó el suelo bajo ella. Las patas cedieron un poco bajo el peso.
Y finalmente, cesó todo ruido.
El humo se despejó.
Tilaio estaba expectante. Salió de su escondite para ver mejor lo que sucedía.
Brotó una especie de escalera de un lado de la caja.
Se abrió una puerta redonda, en la parte de arriba de la escalera.
Salió una mujer.
Tenía la cabeza redonda y brillante. Vestía una especie de traje muy ceñido, de color azul que le cubría todo el cuerpo. Al ser tan ceñido, no cabía duda de que se trataba de una mujer.
Bajó la escalera y se quedó al pie, mirando alrededor.
Tilaio se le acercó. No la temía.
A pesar de la extraña cabeza.
Tilaio ya había oído los rumores.
Otros extranjeros bajaban del cielo en diversos lugares del mundo.
Eran hombres y mujeres, aunque algo distintos, que venían de un lugar que a veces llamaban “Tierra” y otras “Uniónlatina”.

En la nave de aterrizaje, de nombre Lupita, sus doce tripulantes se hallaban expectantes. Diez eran novatos, recién llegados en la Moctezuma. Los otros dos eran veteranos que se habían incorporado en órbita.
Mary Calmonia llevaba ya cinco años en Bistularde. En Nueva Lima se aburría realizando trabajos administrativos y su afán de aventuras le llevó a apuntarse como apoyo de los nuevos colonos. Procedían de México, como ella, y ese fue uno de los motivos por lo que quiso colaborar.
Y ahora ella estaba dispuesta a ser la primera en salir al exterior. Lo había solicitado y le cedieron el puesto sin rechistar.
Vestida con su traje espacial, sólo le faltaba ponerse el casco para salir. Así lo exigía la norma.
Mary encontraba ridículas la mayoría de las Normas de Colonización, pero esta en particular se llevaba la palma.
En los primeros días de la colonización, cuando el planeta era desconocido, tenía sentido mantener la precaución de tener el traje de aislamiento hasta comprobar que el aire era respirable y no había microbios peligrosos.
Pero ahora, con medio planeta conquistado, era más que sabido que el aire era perfectamente respirable. Con todo, había que seguir las normas, así que Mary saldría al exterior bien aislada, comprobaría al aire y sólo cuando los sensores dieran el OK se podría quitar el casco.
Mientras meditaba en la contradicción de las normas, Mary contemplaba el visor de aterrizaje. Descenderían a una buena distancia de un poblado aborigen, lo suficiente para que cualquier curioso se pudiera apartar al verlos descender.
Lo habitual era que los nativos se asustaran, si nunca habían visto un aterrizaje. Por mucha curiosidad que pudieran sentir, se apartarían de la ruta de la nave.
¡Un momento! Había un nativo justo en el punto previsto para el aterrizaje, que miraba atónito hacia arriba.
La nave descendía en automático, pero Mary estaba al control y podía moverla si fuera preciso. No le hacía gracia tener que hacerlo, pues a fin de cuentas ella no era piloto.
No había pilotos en la nave de aterrizaje, porque todo el descenso era automático.
El nativo no se apartaba.
¿Estaría herido? No lo parecía. Se movía normalmente.
Mary ya se aprestaba a mover los controles cuando el chico (era un joven, ya podía apreciarse) se alejó del peligro.
La nave se posó en el suelo de forma automática. Desplegó la escalera.
Mary salió al exterior con su traje debidamente cerrado.
El chico nativo la miraba con los ojos mostrando su asombro. Sin embargo, no mostraba miedo alguno, y de hecho se aproximó.
Mary hizo las comprobaciones de rigor y se quitó el casco.
Respiró hondo, percibiendo los perfumes de un lugar extraño. Olía muy distinto a Nueva Lima, eso sin duda. Notaba el perfume de flores desconocidas.

Tilaio comprendió que la cabeza redonda era algo que cubría la verdadera cabeza de la mujer. Lo supo cuando la extraña se quitó el casco, dejando salir sus cabellos negros, que sacudió con gusto mientras aspiraba el aire.
Era guapa, aunque seguía siendo extraña. Su cara era alargada y terminaba en una mandíbula alargada. Su piel muy oscura, de un color entre amarillo y marrón, muy distinta de piel azulada de Tilaio. Pero su boca era carnosa y sus pómulos algo salientes.
Ahora que estaba cerca, pudo comprobar que era bajita, le llegaría a él por el pecho.
Se preguntaba si a él le correspondería la primera palabra o si ella debería decir algo primero. Decidió tomar la iniciativa.
—Hola —dijo—. Soy Tilaio de los kalianos. ¿Tú quien eres?
La mujer lo miró sin entender. Sacó una pequeña caja de su traje y la observó con atención. Dijo unas palabras en una lengua extraña, pero de la cajita salió una voz distinta, hablando en la lengua kaliana:
—Me llamo Mary y soy de otro mundo, más allá de las estrellas. Perdona si no hablo tu lengua bien, espero aprenderla pronto. ¿Has dicho que tu pueblo son los kalianos?
—Sí. Todo este valle y los otros valles cercanos están habitados por los kalianos. Más allá hay otras gentes, pero no sé como se llaman.
La mujer, Mary, atendía más a la caja que a las palabras de Tilaio. Éste pudo oír un suave rumor procedente de la caja, tal vez repitiendo sus palabras en la lengua de las estrellas. Cuando ella habló, la caja volvió a hablar de forma comprensible para el joven.
—Y tu nombre es Tilaio, ¿no es cierto? ¿Dónde están los demás?
—En el pueblo o de cacería. Yo me quedé y decidí salir a caminar.
—¿Sueles caminar solo?
—A veces. Sobre todo si Brinte no me lleva con su grupo de caza.
—¿Podrías acompañarme al pueblo? A mí, y a los demás.
—¿Hay más gente en esa caja?
—Sí. Pero no quiero que tengas miedo. Están esperando a que yo les deje salir.
—¿Tú mandas?
Mary decidió que explicar la estructura del grupo era complejo. Ella no era quien dirigía el grupo, sino el teniente Lopalba.
—No exactamente. Digamos que soy la primera exploradora.
—De todos modos, es raro que una mujer sea exploradora.
—En mi mundo tenemos otras costumbres. Pero perdona que he de avisar a los demás.
Mary habló al traje en su lengua.
Poco después salían otros hombres y mujeres, todos con la cabeza cubierta con aquella cosa redonda. Alguno se la quitaba, pero otros preferían dejarla puesta.
Salieron dos manos y uno (once), tres mujeres y una mano y tres (ocho) de hombres. Uno de los hombres parecía ser el que mandaba, por la forma en que los demás le prestaban atención. Mary lo presentó como “Tenientelopalba” o algo parecido.
Tilaio prefería hablar con Mary. “Tenientelopalba” sólo se dirigió hacia él una vez y fue para hacerle una pregunta (por medio de una cajita como la de Mary): —¿Hay alguien que mande en tu pueblo?
Tilaio se quedó pensando. Brinte era jefe de los cazadores, pero sólo de los jóvenes como él. Aún era demasiado joven para otra cosa. Uno de los padres de Brinte, Dolomif, era quien realmente organizaba las expediciones de caza de los adultos. Y cuando había algún problema, los padres de Tilaio se dirigían a él, o le hacían llegar un recado (lo más habitual por su baja categoría).
— Dolomif es el jefe.
—Pues llévanos ante él.
—Creo que ahora está de cacería.
—Es lo mismo. Llévanos a alguien que mande. Y si hemos de esperar a que llegue Dolomif, eso haremos.
Los dos manos más uno se pusieron en marcha hacia el poblado, sin que Tilaio les tuviera que dirigir. Él, por su parte, se puso al lado de Mary y siguió hablando con ella.
—¿No hay más gente? —preguntó.
—Somos —aquí la cajita pareció dudar— dos manos y dos (doce). Uno se quedó en la nave.
—¿Nave es esa caja que vino del cielo?
—Exacto.
—Mary, ¿te puedo hacer una pregunta?
—Puedes preguntar lo que quieras. Si puedo te responderé. Pero primero respóndeme tú a mí. ¿Cuántos años tienes?
—Tengo dos manos y tres más (trece).
—Eres más joven de lo que había pensado. Pero es verdad que ustedes los nativos crecen más deprisa.
—¿En tu mundo crecen más despacio?
—Sí. Pero eso no importa. ¿Qué me ibas a preguntar? Creo que no era eso.
—No, es cierto. Quería saber a qué vienen ustedes en su caja del cielo, en esa “nave”.
—Nos gustaría quedarnos a vivir con ustedes. Pero sólo si lo aceptan.
—Mary, en el pueblo no me quieren porque me doy cuenta de muchas cosas que los demás no ven. Ustedes pueden ir por el cielo y tienen trajes que brillan al sol. Seguro que tienen otras cosas que no han enseñado.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo armas más potentes que las cerbatanas y flechas. Mis padres han oído cosas. En otros lugares ha venido la gente del cielo con armas de fuego y truenos. Incluso han traído venenos que sueltan en el aire.
—¿Y si yo te dijera que no tenemos esas cosas?
—No te creería. Tal vez tú no las tengas pero “Tenientelopalba” sí.
—¿Tampoco me crees en que no nos quedaremos si ustedes no lo desean?
—Desearía creerte. Pero me parece que aunque nosotros no queramos que ustedes se queden, si ustedes quieren hacerlo, lo harán.
—Tilaio, realmente eres un chico muy listo. ¿Seguro que sólo tienes dos manos y tres años más? ¿Y cómo es que no eres el jefe?
—El jefe de los jóvenes es Brinte y no le gusta que le aconseje.
—Porque tú eres más listo que él. Hay jefes así, también en mi mundo.
—Y además yo soy de la categoría más baja. No podría ser jefe.
—¡Una pena! Tu pueblo ganaría mucho con alguien como tú dirigiéndoles. Pero, ¡perdona! Creo que me estoy metiendo en asuntos que no son de mi incumbencia.
—No te entiendo.
—Que no soy quien para decirte esas cosas.
—No importa. Contigo puedo hablar mejor que con los demás del pueblo. Los otros adultos me ven como un joven de baja categoría, que ni siquiera es buen cazador.
—¿No eres capaz de cazar? No lo pareces.
—Es que Brinte no me deja participar. Y sin cazar algo decente, las chicas no me quieren. No valgo nada.
—Ya estamos llegando. Tilaio, yo creo que tú vales mucho aunque no te dejen traer piezas de caza.

Dolomif no estaba, y los extranjeros tuvieron que esperar su vuelta con los cazadores, cuando el sol ya estaba bajando.
Entretanto, Tilaio fue acribillado a preguntas por la gente.
Él disfrutaba siendo, por una vez, el centro de atención. Respondió como pudo, aunque cuando le preguntaron que a qué venían él afirmó no saberlo. Suponía que Dolomif entraría en cólera si se descubría que los extranjeros querían quedarse sin hablar primero con él.
De hecho, Mary estaba cerca de él y oyó todo lo que dijo. Fijándose en ese detalle, se lo dijo a los compañeros:
—¡Que nadie diga nuestras intenciones sin hablar antes con el jefe! Puede haber un problema con estos nativos si la noticia llega al jefe antes de que se la demos nosotros.

(continuará...)