30 octubre 2010

VISITANTES

      Inés Guanarteme había estado cientos de veces en el aeropuerto de Gando. Como periodista, muchísimas veces había cubierto la llegada o la partida de personajes de todo tipo.
      Pero nunca lo había visto así. Totalmente vacío de aviones y sin embargo abarrotado de gente. Los aparcamientos de coches estaban a rebosar y fue necesario habilitar terrenos vacíos para estacionar coches y guaguas.
      Era mucho público esperando la llegada de los visitantes, algo nunca visto.
      Todos los aviones habían desaparecido por seguridad y eso había originado un tremendo trastorno: el tráfico aéreo se había desviado hacia Tenerife.
      Sin embargo todo eso quedaba justificado pues los visitantes llegaban en un vehículo de características desconocidas. Era una nave espacial extraterrestre.
      Procedía de alfa Centauro A.
      Los alfanos habían avisado de su llegada por radio, y a través de ese medio se les ofrecieron toda clase de destinos posibles en el planeta.
      Hubo muchas loterías intentando adivinar su elección. Los americanos votaban por Nueva York o Los Ángeles, y también Buenos Aires en el sur. Entre los europeos las opciones se decantaban por París, Londres o Moscú. África prefería El Cairo o Nairobi y los asiáticos discutían sobre si la elegida sería Nueva Delhi, Singapur, Tokio o Yakarta. Incluso Canberra fue ofrecida como candidata.
      Eso en lo que se refería a grandes ciudades porque también había quienes aseguraban que preferirían lugares con más significado, como las pirámides de Egipto, Stonehenge, el Sahara por ser el mayor desierto. O tal vez se quedaran flotando en el mar, cerca de un puerto como (otra vez Nueva York) o Alejandría…
      Pero al finl los alfanos sorprendieron a todos al elegir unas islas del Atlántico, más interesantes tal vez por su turismo que por otra cosa (eso aseguraron los detractores).
      Optaron, en fin, por el aeropuerto de Gando en la isla de Gran Canaria.
      Nadie sabía como sería la nave, sobre todo su tamaño, de ahí que se evacuara todo el aeropuerto. Los alfanos habían asegurado que no habría peligro para la gente en la terminal, y que podía venir todo el que quisiera a ver, siempre que no se invadieran las pistas. Pero no podían dar ninguna seguridad para cualquier vehículo que permaneciera en las pistas, ni para sus ocupantes.
      Por lo tanto todo el espacio de vuelo, aterrizaje, despegue y aparcamiento estaba despejado; tan sólo quedaban tres aviones que no pudieron despegar a tiempo por razones específicas (uno de ellos, averiado).
      La terminal estaba abarrotada por miles de seres humanos. Se habían suprimido los controles de seguridad en el área de embarque. Gente de todo el planeta había llegado desde unas semanas antes, buscando un buen sitio para verlo todo. Ni qué decir tiene que el seguimiento de los medios era brutal.
      Inés tuvo que mostrar sus credenciales de periodista (que revisaron con todo detalle, no fueran a ser falsas) para acceder a la zona VIP. Donde normalmente estaban las autoridades del aeropuerto estaba ahora hasta los topes, lleno de periodistas.
      Las cámaras de TV se habían colocado en la azotea.
      Inés se sentó junto a una pantalla, pues no podía ver ninguna ventana libre.
      La llegada estaba prevista para las 16:43 GMT.
      A las 16:40 una nube blanca y enorme cubrió todo el cielo visible, tapando la luz del sol (hasta ese momento había brillado en solitario).
      Todos miraron hacia arriba contemplando el fenómeno.
      La nube se movía como si contuviera algo en su interior que quisiera salir.
      A las 16:42, de una enorme grieta en la nube brotó un gigantesco objeto de color negro. Tenía forma cónica, como un enorme sombrero aunque irregular: presentaba toda clase de protuberancias y salientes.
      Desde luego, aquel vehículo no tenía una forma aerodinámica, pensada para atravesar una atmósfera.
      Inés observó (en la pantalla) que los cirros de la nube no llegaban a tocar a la nave; era como si una especie de campo de fuerza protectora la cubriera, lo que tal vez explicara que no necesitara una forma a prueba de la fricción con el aire.
      A la hora exactamente programada, la nave extraterrestre se posó sobre el suelo de la pista, a gran distancia de la terminal. Dos pistas de aterrizaje y buena parte del área de aparcamiento se hundieron bajo un peso de miles de toneladas. Todos pudieron oír el crujir del cemento, que no estaba diseñado para soportar semejante peso (millones de veces superior a cualquier avión existente).
      La nave se había posado sobre ocho enormes patas y cada una de ellas se hundió varios metros en el hormigón de las pistas. Pero finalmente se alcanzó el equilibrio.
      De la nave brotó un tubo que llegó hasta el suelo. Su extremo tenía una abertura circular, como un esfínter, que se abrió.
      Salió un ser envuelto en un traje protector de los pies a la cabeza. El traje era de color plateado brillante y la cabeza era una esfera, casi invisible pero con aspecto de ser muy resistente.
      Tenía cuerpo redondeado, como un pollo o un pato. Dos piernas finas y largas servían de apoyo en su parte inferior, y brotaban cuatro brazos, también muy finos, al parecer terminados en algo parecido a manos con pinzas. La cabeza era también redonda, aplanada y con un pico que recordaba a un pato.
      El ser miró a su alrededor y con un brazo señaló a la terminal, llena de gente (visible a través de las ventanas) y con otro hizo alguna señal al interior del tubo. Salieron cinco seres muy similares y todos se encaminaron hacia la terminal.
      Se había decidido que el primer contacto sería con dos astronautas expertos, y voluntarios. Siempre cabía la posibilidad de que existiera algún peligro y ellos comprobarían que todo estaba en orden antes de conducir a los alienígenas ante las autoridades presentes en el aeropuerto. De entre las decenas de candidatos se eligió a un astronauta de la NASA de origen hispano y a una taikonauta china, que recientemente había pisado la Luna en la segunda expedición tripulada de su país al satélite.
      Sao Li Wang y Michael Perez estaban vestidos con monos ajustados de color azul, que mostraban la forma de sus cuerpos. Las cabezas y manos quedaban descubiertas para no dejar dudas del color natural de la piel. Y estando en su mundo, no tenía sentido que se protegieran. Se había sugerido que debían estar desnudos pero esa propuesta fue rechazada de inmediato; así, el mono ajustado suponía un compromiso. Habían acordado que hablarían en tres idiomas: inglés, español y chino. Aunque eso dificultara las labores de traducción de los alfanos, debía dejarse claro que en la Tierra no había una única lengua.
      Los dos terrestres se dirigieron hacia el grupo de aliens, señalando el camino que aquellos debían seguir. Los seis visitantes rodearon a la pareja y se oyeron sonidos extraños, entre ronquidos y silbidos con alguna componente musical, parecida a una trompeta.
      Los dos astronautas terrestres dijeron las palabras que estaba programado, un saludo simple en los tres idiomas y una invitación a pasar a la terminal. Nadie sabía si les comprenderían, pero en todo caso la invitación a entrar fue evidente.
      Los alfanos siguieron a los terrestres hacia el interior del edificio. Dos vigilantes (desarmados) abrieron la puerta y así, por primera vez, los extraterrestres entraron en un edificio de la Tierra. Allí se reunirían con los representantes terrestres.
      La delegación que representaba al planeta había sido todo un reto para la diplomacia. Debía mostrar una imagen fiel de la humanidad, sin ofender a los visitantes (aunque en eso nadie podía estar seguro) ni a ninguna de las naciones más importantes. No podían ser muchos, pues eso dificultaría cualquier negociación, pero tampoco podía ser uno o dos. Finalmente, se optó por la Secretaria General de la ONU, la primera mujer en toda la historia de la organización, y que además era africana con lo que ya se tenía un representante de ese continente. El vicepresidente USA era la parte americana. Rusia había enviado a su Secretario de Estado, genuinamente caucásico. China renunció a enviar un representante, a cambio de que estuviera su astronauta, y la India logró colocar a un ingeniero, el Ministro de Desarrollo, pues tenían grandes esperanzas en el intercambio de tecnología. Las distintas religiones habían insistido en que tenía que haber un representante suyo, pero no se pusieron de acuerdo, así que finalmente quedaron sin estar representadas. No obstante, el vicepresidente americano era evangelista y prometió velar por sus intereses. Alguien protestó porque también estaría el astronauta de la NASA, pero éste representaba también a la agencia europea, y Europa había consentido en renunciar a su representación.
      Eran asó casualmente seis representantes de la Tierra y seis de Alfa. Pero todo el planeta estaba pendiente, pues había cámaras y micrófonos suficientes.
      Tras los primeros contactos, en los que parecía que cada uno hablaba sin tener garantías de ser escuchado, los alfanos sorprendieron a los terrestres al colocar sendos discos en las mesas frente a ellos. Cuando uno de ellos habló, el disco frente a él tradujo en perfecto inglés:
      —Nuestros traductores sólo son capaces de interpretar una voz  terrestre, no importa en qué lengua. Si sois tan amables de hablar de uno en uno, podremos entendernos. Nosotros haremos lo mismo y el traductor del que habla lo dirá en la lengua inglesa. Me consta que es la lengua que usáis para los intercambios, quedando claro que conocemos la existencia de otras lenguas, muchas de las cuales somos capaces de entender. Si ya está claro el procedimiento, podemos empezar a responder vuestras preguntas.
      La reunión duró dos horas y 24 minutos exactos (es decir un décimo de día). Durante ese tiempo se respondieron diversas preguntas y se plantearon cuestiones muy importantes. Entre las preguntas que fueron realizadas a los alfanos, la primera fueron los motivos de su elección para el destino de llegada.
      —Nuestro planeta es más seco y árido que el vuestro —fue la respuesta—. También hay pocas montañas y volcanes. Por eso nos interesan mucho los grandes océanos de vuestro planeta y también los volcanes de gran tamaño. Tenemos datos de los principales volcanes y sabemos que hay dos grandes situados en islas en medio del océano. Uno de ellos queda muy aislado, pero este archipiélago está muy bien situado y tiene un volcán realmente grande. Si ustedes nos autorizan a ello, saldremos en nuestros vehículos voladores a explorarlo.
      También se preguntó acerca de sus planes.
      —En esta ocasión no pensamos establecer contactos directos, pues hemos de analizar las muestras del aire para desarrollar los sistemas de inmunización; en los siguientes viajes, tal vez estemos ya preparados para poder respirar vuestro aire sin necesitar estos equipos protectores. Esta vez nos limitaremos a realizar viajes aéreos de reconocimiento, que ustedes deberán autorizar previamente. No queremos insultarles volando sobre sectores que no deseen que veamos.
      Sobre la seguridad, dijeron:
      —Nuestra nave tiene dispositivos de defensa que no mostramos, de la misma forma que sabemos que ustedes no han mostrado los vuestros; por eso vuestros vigilantes están desarmados. Si lo he mencionado es tan sólo para que informen de ello a sus gobiernos, pues sabemos muy bien que existen humanos disconformes con nuestra presencia. Esos humanos han de saber que si nos atacan nos defenderemos y no lograrán sus objetivos.
      Todos los terrestres se miraron entre sí. ¿Qué tipo de armas podría tener una gente capaz de viajar a través de las estrellas?
      Se les preguntó qué querían de la Tierra.
      —Nada. Sólo queremos visitarles, lo que ustedes llaman «hacer turismo». Queremos conocerles, ver su mundo, sus costumbres. No necesitamos ningún recurso de la Tierra, ni pensamos traerles nada del nuestro, salvo conocimiento.
      Preguntados sobre la tecnología que estaban dispuestos a compartir, dijeron:
      —Somos conscientes de que nuestra mera presencia ya supone una perturbación para las creencias de ustedes y sus sociedades. Y que cualquier conocimiento que les entreguemos alterará muchas cosas, por eso tendremos cuidado en la información que les demos. En este viaje sólo daremos indicación de nuestra existencia y que disponemos de medios para vencer la atracción gravitatoria. Son esos medios los que nos han permitido viajar a mayor velocidad que la luz. Sin embargo, antes de darles la información, lo que siempre será en otro viaje, no en este, hay una condición que deberan cumplir.
      —¿Cuál es esa condición? —preguntó la Secretaria General.
      —Acabar con las guerras.
      Los seis terrestres intentaron hablar a la vez. Hubo así un momento de desconcierto hasta que lograron calmarse. La Secretaria General tomó nuevamente la palabra.
      —Es una condición muy difícil. Las guerras no dependen de nosotros, sino de quienes las inician. Y esos no están aquí.
      —No estoy de acuerdo. Sin ejércitos no hay guerras. Han de suprimir los ejércitos.
      Nadie se atrevió a hablar. Manteniéndose tranquilos (aunque muchos estaban rabiando), dejaron que la portavoz de la ONU prosiguiera.
      —Sin ejércitos no podemos defendernos de quienes nos ataquen.
      —Usted es la representante del máximo organismo mundial. Usted, o quien le suceda, debería tener el control de todas las armas mundiales. Ninguna nación debería tener armas propias, ni ejércitos que las usen. Mi propuesta es la siguiente: den más poder a las Naciones Unidas, de forma que pueda enviar grupos armados contra todo aquel que no acate la orden que prohíbe los ejércitos.
      —Una fuerza de policía mundial.
      —¡Exacto! Aceptamos que exista un grupo militar de policía, incluso con armas nucleares, pero no ha de estar bajo el control de ningún gobierno. Y su función será defender a los demás gobiernos, nunca atacar.
      —Habría que estudiarlo.
      —Háganlo. Si lo consiguen, nos comprometemos a darles la tecnología para vencer la gravedad. Podrían tener vehículos muy rápidos sin rozamiento con el suelo. Sin ruedas. Y naves espaciales que puedan ir a Marte en una semana. Más adelante les diremos cómo hacer una nave que viaje a otras estrellas.
      Finalmente terminó la reunión. Los seis alfanos salieron de la terminal y se dirigieron a su nave, acompañados de los dos astronautas. Los otros cuatro gobernantes se quedaron deliberando. Habría que reformar el Tratado de Nueva York y crear unas nuevas Naciones Unidas más fuertes…
      Poco más tarde, de la nave extraterrestre despegaban quince vehículos voladores en todas direcciones. Uno de ellos se dirigió a la vecina isla de Tenerife, a visitar el pico Teide. Los demás partieron hacia Europa, África, América o incluso más lejos.
      El público comenzó a marcharse. Los alfanos aún se quedarían un día entero y ya no saldrían de su nave salvo en sus voladores.
      Inés regresó a la sede de su diario. Tenía que redactar su versión de la noticia, y además la columna de opinión.
      Ya estaba pensando en lo que pondría sobre la gran revolución que se avecinaba.
    
      Al día siguiente, volvió a Gando y llegó a tiempo para ver despegar la nave. En el suelo quedaron los agujeros en la pista producidos por las ocho enormes patas.
      Esos agujeros serían reparados. La pista sería acondicionada para soportar el peso de otras naves alfanas, y lo mismo se haría en otros lugares del planeta, acondicionados como espaciopuertos.
      Pero los agujeros en el orgullo humano jamás serían reparados.
     

21 octubre 2010

ENTROMETIDOS-2ª PARTE

Candelaria no tuvo más que repetir la amenaza del grateniano para que el alcalde moviera cielo y tierra hasta convencer a los gumblites de que admitieran la llegada de un vehículo volador, sin que se tratara de una emergencia.
El volador adaptado despegó de Cinder y pocos minutos más tarde descendía en las afueras del poblado gumblite nº 17 (Los gumblites no daban nombres a sus poblaciones, sólo un número empezando por el nº 1 para el pueblo central).
Salvo en imágenes, los nativos jamás habían visto de cerca a un alienígena. De ahí que casi todo el pueblo se amontonó alrededor de los tres gratenianos.
Hablaban todos a la vez, por lo que resultaba imposible traducirlo.
Finalmente, Candelaria decidió poner orden.
—¡Silencio! —gritó en gumblite, lengua que por supuesto dominaba—. No se amontonen de esa manera sobre nuestros visitantes. Si hablan de uno en uno, sus traductores podrán interpretarlo y ellos les podrán responder.
Sin embargo, quien habló primero no fue uno de los nativos, fue un alien. Observando el cartel a poca distancia, en alfabeto gumblite, preguntó—: Leo que éste es el poblado número 17. ¿Alguno de los seres aquí presentes podría decirme si hay otros poblados?
—Sí. Tenemos 249 poblaciones, y todas están numeradas. Es nuestra costumbre.
—Es mi suposición que el poblado número 1 será el principal, ¿acaso es así, o es otro el principal?
—El poblado número 1 es el más importante. Es donde están los viejos templos.
Los demás miraron asombrados a quien acaba de hablar; era un joven, no muy acostumbrado a guardar secretos. Los viejos templos no eran lugares donde las visitas fueran bienvenidas, aunque tampoco estaban prohibidas.
Candelaria captó la metedura de pata, si es que lo era.
—Creo que nuestros ilustres visitantes estarían autorizados para visitar los viejos templos —dijo, y todos se quedaron tranquilos. Ningún jefe o sacerdote se negaría a dejarles visitar los templos. Al menos desde afuera, como todos los autorizados para verlos.
La alguacil trató de controlar la visita, pero sólo lo consiguió al principio. Mientras los tres gratenianos permanecieron juntos, ella pudo acompañarlos. Pero inevitablemente, acordaron dispersarse por el poblado.
A ella le era imposible controlarlos a los tres si estaban en sitios distintos. Optó por quedarse al margen, pendiente de cualquier problema que pudiera surgir.
Los alienígenas entraron en las cabañas, y se sorprendieron de lo que en su interior pudieron hallar.
Por fuera, las cabañas mantenían el típico aspecto tosco, primitivo. Tenían forma cilíndrica, con techo cónico y estaban hechas con troncos y hojas amarrados con vegetales. Tenían cortinas tejidas con fibras naturales para las dos puertas, las ventanas y demás aperturas.
Pero el interior mostraba toda clase de comodidades modernas: cocinas de síntesis, camas de gel, comunicadores, asistentes electrónicos, generadores de fusión, ¡incluso algún que otro robot!
Los nativos vestían taparrabos, pero debajo llevaban ropa interior moderna. Las mujeres tenían los senos al aire, pero usaban sujetadores invisibles para mantener el pecho erguido.
Las antenas, cables y demás sistemas de comunicación estaban muy bien disimulados entre las hojas y troncos. Sólo si uno se fijaba con detalle llegaba a verlos.
Lo más sorprendente fue ver llegar a un pequeño grupo de nativos con cámaras, para el canal gumblite evidentemente.
Y no todos los nativos eran de origen bistulardiano. La mayoría eran azules, de etnia gumblosa, pero también había mestizos e incluso terrestres. Uno de los reporteros era un joven de piel negra, pelo rizado y rasgos claramente africanos. Un grateniano le preguntó:
—Disculpe, ser reportero, si le hago a usted una pregunta. No parece nativo. ¿Es usted un gumblite?
El otro tardó un poco en captar la pregunta. Aunque el traductor del grateniano la interpretó correctamente, la forma de expresarse dificultaba la comprensión.
—Sí, soy nativo. De hecho nací en el pueblo 103. Mis padres procedían de la Tierra, de Santo Domingo para ser preciso, y les encantó la forma de vida de los gumblites. En vez de ser colonos se convirtieron en nativos.
—Interesante. ¿Y cómo se reproducen los nativos procedentes de Santo Domingo?
Nuevamente, el reportero tardó en comprender. Y luego se demoró más, pues no sabía como responder. No estaba claro si le estaba preguntando sobre sus relaciones sexuales o era otra cosa. Optó por lo segundo.
—Supongo que estará al tanto de las diferencias en los cromosomas entre los terrestres y los bistulardianos.
—En efecto.
—Bien, pues si yo quisiera tener un hijo con alguien del planeta que no sea de mi especie, podría recurrir al ingeniero genetólogo. Aquí mismo hay varios mestizos.
—Correcto. Pero mi pregunta, ser procedente de Santo Domingo, es sobre la geometría sexual más habitual en esta población.
—¿Geometría sexual? ¡No entiendo!
Por suerte, Candelaria estaba cerca y pudo intervenir.
—El ser grateniano se refiere a si forman tríos o cualquier otra combinación distinta de la pareja.
—¡Ah, eso! No, los gumblites sólo formamos parejas para tener hijos. Yo mismo tengo una compañera mestiza, con dotación cromosómica terrestre, y hemos tenido dos niños de forma totalmente natural.
Fue en ese momento cuando otro nativo intervino para decir: —¡Pero los gratenianos sí que forman un trío!
El alienígena respondió: —Afirmativo. Nuestra unidad sexual es el trío. Pero lamento informar que no es nuestra costumbre aportar más detalles.
Felizmente, el tema de conversación evolucionó hacia áreas menos conflictivas. Candelaria se apartó del grupo para vigilar lo que hacían los otros dos gratenianos.

Llegada la hora de comer, los tres gratenianos se dirigieron al vehículo, sincronizados como relojes y retiraron unos envoltorios de sus enseres personales. Nunca comían con los humanos y eso era algo que la alguacil agradecía, pues no resultaba nada agradable. Ella pensaba que si alguien cometía el error de invitar a comer a un grateniano (y el grateniano aceptaba), se le quitarían las ganas de comer con toda seguridad.
Candelaria no se quedó a ver comer a los alienígenas, y se dirigió al comedor común del poblado. Los gumblites siempre compartían su comida, y no les importó hacerlo con ella.
Se trataba, toda ella, de comida sintética. Los gumblites tal vez vivieran en chozas primitivas, pero habían aceptado plenamente los beneficios de la tecnología en lo relativo a la alimentación. Lo que comió Candelaria había salido de un horno sintético, era pollo con verduras típicas de Bistularde; acompañaba una guarnición de papas fritas. Todo ello de síntesis, pero con todo el sabor y la textura de los alimentos naturales, además de contener los nutrientes equilibrados.
Los gratenianos fueron más rápidos en su comida y ya la esperaban por fuera del comedor comunal cuando ella terminó. Le extrañó que no entraran siendo tan entrometidos pero pensó que tal vez hallaran tan poco agradable ver comer a los humanos como éstos hallaban a los gratenianos. Y tenía toda la razón.
La tarde prosiguió en un tono similar a la mañana. Los tres aliens se dispersaron por todo el poblado y de vez en cuando Candelaria se veía obligada a intervenir para solucionar algún que otro equívoco.
Finalmente todos volvieron al vehículo y regresaron a Cinder. Aunque se les invitó a quedarse a dormir, los gratenianos declinaron la oferta, aduciendo que necesitaban espacios especiales para sus cuerpos, que por supuesto no había en el poblado gumblite.
Al día siguiente Candelaria esperaba perder mucho tiempo organizando la visita al poblado nº 1, pero no fue así. El alcalde se había encargado de solucionar todos los trámites para que los extraños pudieran ver los templos. Y así pudieron salir temprano, rumbo al mismo centro del sector gumblite.
Tardaron algo más de una hora, bajo un cielo nublado que amenazaba lluvia. Tal vez Genaro no les hubiera afectado de lleno, pero aún seguía lo bastante cerca como para producir mal tiempo. Y lo cierto fue que la escasez de luz no les permitió apreciar los templos en todo su esplendor.
La historia de los templos gumblites se perdía en las brumas del pasado.
Cuando los terrestres llegaron a Bistularde, encontraron nativos humanoides repartidos por todo el planeta. Sus culturas eran muy variadas, pero tenían algunos elementos comunes; así, nadie conocía los metales, salvo el uso decorativo de metales nobles y el caso excepcional de los j’mintes. El nivel tecnológico era, por tanto, correspondiente a la edad de piedra, paleolítico o neolítico según los casos. El desarrollo no era uniforme y existían grupos capaces de construir cometas voladoras tripuladas o artefactos de pólvora (¡sin metal!). A nivel social, se apreciaban grupos sin prevalencia de un sexo y de economía común, formando estructuras familiares diversas (la llamada «geometría sexual»).
Del origen de aquellas tribus nada se sabía. Cada una tenía sus leyendas del origen y hacía falta un estudio completo para encontrar sentido en aquel rompecabezas.
Fue una sorpresa descubrir ruinas de una civilización antigua, más desarrollada que la actual. Eso sucedió entre los gumblites, cuando Elena Cinder estableció contacto con ellos y logró ganarse su confianza hasta el punto de que le enseñaran su mayor secreto.
Elena consiguió para los gumblites un estatus de pueblo nativo, y fundó la pequeña villa de Guatemala para que sirviera de contacto con la “civilización” y los gumblites. Años más tarde, los habitantes de Guatemala de los Gumblites decidieron cambiar de nombre su pueblo por el de Cindervilla, ya que había cinco Guatemalas en todo Bistularde, con las confusiones habituales. Aparte de las burlas generalizadas por las iniciales «GG».
Desde entonces, sólo unos pocos privilegiados habían conseguido ver los templos gumblites y aún faltaba que un estudioso fuera capaz de encontrar alguna pista ensamblando las diversas piezas de las leyendas de Bistularde, pues apenas se había trabajado en esa línea.
Los templos eran cinco, es decir una “mano”. Se disponían formando una cruz simétrica, orientada casi de norte a sur. De hecho, cuando se construyeron (45.000 años atrás) apuntaba exactamente al norte y al sur. Los cuatro templos exteriores eran sendas cúpulas de piedra, sin señal de uso de metales, de las cuales dos aún se mantenían en pie. El templo central era el mayor de todos y tenía forma de pirámide pentagonal.
El interior de los templos se mantenía por completo fuera del alcance de los extraños, incluso en el caso de las dos cúpulas derruidas. Sólo los gumblites sabían qué había dentro de los templos, o las ceremonias que allí se celebraban. Tan sólo había un rumor de que en el central estaba Yijala, un objeto de adoración que había venido del cielo.
Candelaria sobrevoló los templos, desde gran altura para no molestar a los nativos, y los gratenianos los observaron con mucho interés. No había forma de reconocer sus expresiones, pero la alguacil creyó captar algún tono de asombro en los comentarios que pudo oír.
Finalmente aterrizó a una distancia prudencial y todos descendieron, para ser recibidos por la habitual algarabía de gumblites.
Durante la mañana, los tres gratenianos se ocuparon en tomar medidas. Usando un medidor interferométrico muy sofisticado, midieron los templos desde todos los ángulos (incluyendo desde arriba, para lo cual Candelaria tuvo que usar el volador y realizar pasadas con mucho cuidado sobre los viejos edificios). Hacia el mediodía, antes de ir a comer, uno de los alienígenas manifestó su asombro. La precisión de las medidas ¡era del orden de centímetros! Y tal vez el ajuste original de las medidas fuera aún mayor, ya que 45.000 años de erosión habían realizado su trabajo.
Eso significaba que los constructores tenían medios para medir y calcular muy avanzados. Aunque todo indicaba que no usaron más que cuerdas para medir y trazar las figuras geométricas, el grateniano explicó a Candelaria que era posible, aunque nada fácil; y en todo caso denotaba un conocimiento avanzado de geometría. Sobre todo porque la pirámide central tenía de base un pentágono regular, algo muy difícil de construir. Pero factible mediante reglas y círculos, es decir con cuerdas.
Aquel grateniano trató de explicarle como se podía hacer un círculo o trazar una línea recta mediante cuerdas bien tensadas, pero Candelaria apenas entendió nada, así que lo dejó sin más.
Empezó a llover y todos se fueron a comer. Los gratenianos al vehículo, Candelaria con los demás gumblites.
La lluvia amainó, convirtiéndose en una suave llovizna que apenas molestaba. Los gratenianos volvieron a lo suyo.
Candelaria optó por quedarse bajo una choza cercana; tal vez fuera la del jefe local, pero por el momento sólo había una mujer con dos niños en ella, y no tenía ganas de conversar con la alguacil, pues los chicos le mantenían bien ocupada.
Candelaria tomó su comunicador y se puso a ver sus registros. Los tres gratenianos tenían idéntica la parte numeral de sus códigos, y eso debía significar que formaban un trío, un grupo sexual. En cambio, la otra parte era distinta, un grupo de dos, tres y cuatro letras.
Aunque ella no había sido capaz de distinguir un alien de otro, tenía que haber alguna diferencia, y tal vez podría relacionarse con su género. A fin de cuentas, en los grupos humanos siempre se notaban las diferencias entre hombres y mujeres, por muy igualitaria que fuera su apariencia; cualquier alienígena era capaz de apreciarlo.
Observó sus grabaciones, a ver si lograba hallar una pauta. A veces creía reconocer a XSD, pero luego lo confundía con KI y otras con LIJY. El problema era que realmente no sabía quien era quien, es decir a quien correspondía cada grupo de letras. Si lo supiera, tal vez podría establecer mejor las relaciones.
¿Debería pedirles que se volvieran a identificar? ¿O se molestarían? A fin de cuentas, ella ya tenía un registro donde ellos se identificaban, en la presentación en Torre 8…
Un escándalo repentino proveniente del exterior la hizo asomarse. Los gumblites corrían bajo la lluvia (que se había intensificado) hacia el templo central.
Candelaria también corrió. No le preocupó mojarse con la lluvia abundante, pues ya sospechaba lo que había sucedido…
Era inevitable. En la Tierra, los gratenianos habían visto el interior de la Kaaba, y conseguido muestras de reliquias muy sagradas del Apóstol Santiago o de Buda. Aquí no podrían evitar ver la Yijala. ¡Y ya se había armado!
Todos los nativos entraban corriendo en el templo central. Candelaria dudó si sería conveniente (pues entonces ella también incurriría en falta) cuando vio que no era necesario.
Los tres alienígenas salían caminando tranquilamente, pero bajo una lluvia de piedras.
Candelaria observó que las piedras rebotaban contra algo que les cubría, algo invisible pero de gran resistencia.
¡Por supuesto! ¡Sólo así se explicaba que los gratenianos fueran tan osados y entrometidos! Sabían muy bien que en caso de emergencia les bastaba con desplegar su escudo, su campo de fuerza o lo que fuera.
Ella se preguntaba si resistiría el impacto de una bala, la radiación de un láser o un pulso de plasma. Tal vez sí, pero desde luego que no lo comprobaría.
Los tres llegaron hasta donde ella se encontraba. La alguacil tomó su emisor de voz y gritó: —¡Todo el mundo quieto! ¡Es una orden ejecutiva!
A duras penas, los nativos suspendieron el bombardeo. Estaban muy enfadados, pero comprendieron que no les servía de nada, y también que podían darle a su amiga de Cindervilla.
El jefe del pueblo se presentó ante Candelaria y, reprimiendo su furia, dijo una sola palabra: —¡Llévatelos!
—Ya mismo lo haré, jefe.
Les condujo al volador, todos escoltados por la multitud indignada.
Candelaria no se sintió tranquila hasta que el vehículo hubo levantado vuelo. Siempre podría quedar un exaltado con mala puntería…
Uno de los gratenianos (Candelaria supo que era XSD, no sabía cómo) dijo: —¡Es un meteorito! ¡La piedra que adoran los seres gumblites es un meteorito!
Candelaria no respondió. Estaba concentrada en dirigir el vehículo, pues no había podido poner el piloto robot. Pero comprendió que era lógico. ¿No decían que la Yijala había venido del cielo?
Se preguntó si sería de hierro, pero prefirió no saberlo. Probablemente no, pues los meteoritos sidéreos eran bastante raros. Sería una roca negra. ¡Y ya sabía demasiado! Los gumblites nunca la perdonarían si comentaba siquiera una sola palabra sobre el tema.

No descansó hasta haber conducido a los tres alienígenas a la puerta del ascensor en la Torre 8. Regresó a Cinder a tiempo de ver al alcalde don Pedro Fonterama.
—¡Felicitaciones, Candelaria! Ha realizado usted muy bien su tarea, y ha salido airosa del mal trago.
—¡Gracias, señor alcalde, pero ahora lo que más necesito es descansar!
—Debo decirle que hemos recibido la copia de un texto recibido en el ansible de Nueva Lima. Es de los gratenianos.
—¡No me diga que van a venir más! —Candelaria estaba aterrada ante la idea.
—¡Quédese tranquila! Es una felicitación por su trabajo. Se la nombra grateniana de honor, lo que quiere decir que si alguna vez viaja a un mundo grateniano tendrá los mismos derechos que cualquiera de ellos.
—¡Vaya, qué bien! Hubiera preferido un aumento de suelo. Y dudo mucho que alguna vez salga siquiera de este planeta. Creo que lo más lejos que iré será al cinturón ecuatorial.
—Nunca se sabe, Candelaria.
—Cierto, señor alcalde, nunca se sabe. Pero hay algo que yo sí sé.
—¿Puede decirlo?
—¡Por supuesto! Si no me equivoco, la Liga está también muy contenta, ¿verdad?
—Sí, en efecto.
—Y como están muy contentos, habrá una gratificación económica para los gumblites, y asimismo para Cindervilla.
—Es posible. Pero no creo que eso le importe a usted porque…
—Sí que me importa, y le ruego me disculpe por interrumpirle. Mi sueldo es pagado por el Ayuntamiento, es decir por la Liga. Por lo tanto, ¿no cree que de esa gratificación podría salir una partida, digamos que pequeña, para subir el sueldo de esta alguacil que tan bien se ha portado? ¿Qué me dice, señor alcalde?
—¡Ya veremos!

Enlace a la 1ª parte

20 octubre 2010

ENTROMETIDOS (1ª parte)

Candelaria Dos-Santos era la alguacil de Cindervilla, un pequeño poblado del Río Amazonas, continente Alfa, Bistularde.
Debido a su cargo y también a su genio, era conocida como “Métele Candela”… aunque nadie lo decía cuando ella podía oírlo.
En Cindervilla había 245 habitantes, sin contar los nativos que vivían en las poblaciones vecinas; éstos eran gumblites, aborígenes que mantenían sus usos y costumbres y se gobernaban también de forma independiente. Sin embargo, dentro de la Liga de Ciudades de Bistularde, la capital del sector gumblite era Cindervilla. Eso significaba sólo que a través de Cinder tenían lugar todas las gestiones relacionadas con los gumblites, y que el alcalde era su representante ante la Liga y por extensión ante la Federación Galáctica.
Así pues, cuando los gratenianos se comunicaron por ansible para indicar su deseo de visitar al pueblo gumblite, fue el alcalde de Cindervilla quien recibió la petición y quien tuvo que organizarlo todo. Avisó a su fuerza de policía para que se encargara de proteger a los aliens en su visita.
La “fuerza policial” era, por supuesto, Candelaria Dos-Santos, además del agente suplente que se tuvo que hacer cargo de las tareas rutinarias mientras Candelaria viajaba hasta la Torre nº 8 para recibir a los gratenianos.
Candelaria era mestiza, alta y de cara redonda pero de piel rosada y pelo rubio. Había buscado información acerca del pueblo que dominaba media galaxia. Ya le había advertido el alcalde que era muy importante que los extraños quedaran totalmente satisfechos de su visita.
—No solemos recibir turistas, y mucho menos alienígenas —había dicho don Pedro Fonterama, el alcalde—. Pero si queremos volver a recibirlos en el futuro debemos contentar a estos que vienen ahora.
El problema, por lo que Candelaria había averiguado, consistía en que los gratenianos resultaban muy curiosos y no se detenían ni siquiera ante una puerta cerrada. Además, al tener la seguridad de que miles (¡millones!) de mundos les respaldaban, eran osados y muy atrevidos. Unos verdaderos entrometidos.
La Liga no había escatimado medios para facilitar la visita. Candelaria pudo disponer de un volador con asientos adaptados a los gratenianos; por suerte no hacían falta más adaptaciones: otras especies alienígenas requerían atmósferas distintas, o al menos una separación porque producían olores desagradables. Eso cuando soportaban la reclusión en los vehículos humanos…
Candelaria llegó a la base de la Torre 8. Mucho antes de llegar pudo distinguir su destino: una torre que se elevaba hasta el mismo cielo. Allí se unía al Cinturón Ecuatorial, la enorme ciudad que rodeaba el planeta y donde vivía, de hecho, la mayor parte de la población de Bistularde. Sólo unos pocos amantes de la naturaleza (como Candelaria o indígenas como los gumblites) seguían habitando la superficie del planeta.
La base era un único edificio que se extendía, en superficie, por varios kilómetros cuadrados. Una de sus alas llegaba hasta el aeropuerto y allí descendió Candelaria con su volador.
Nada más atravesar la puerta, se sintió perdida. ¡Aquello era enorme!
Localizó una pantalla informativa y se dirigió a ella, toda llena de ansiedad.
Lo primero era lo primero. Averiguó cómo dejar constancia y registro de su vehículo, asegurando que estaría allí mismo, intacto, a su regreso. Por las normas de seguridad debía dejar acceso al sistema de encendido, pero verificó que sólo sería en caso de una emergencia. A veces los ladrones tenían acceso a los sistemas de emergencia y aprovechaban para desvalijar los vehículos estacionados, o incluso para llevárselos.
Con el comprobante del registro, Candelaria sabía que si le robaban el vehículo las autoridades deberían darle uno equivalente. Y no sería fácil conseguir uno adaptado a los gratenianos, por lo que la vigilancia sería mayor de lo habitual.
Ahora, “sólo” faltaba llegar al punto de encuentro de los aliens.
Nuevamente tuvo que recurrir a la pantalla informativa. Por suerte, el acceso a los ascensores era la ruta más solicitada, como era lo lógico, y Candelaria no tuvo ninguna dificultad en orientarse. Una línea azul recorría el suelo y un haz luminoso, también azul, marcaba la ruta en medio del aire. Rodeada del azul, Candelaria pasó a un pasillo automático que la condujo, en pocos minutos, a la sala de espera de los ascensores.
Había calculado bien el tiempo, y los gratenianos fueron puntuales, como era lo habitual en ellos (si los medios se lo permitían). El ascensor 3-J se detuvo y de él salió un grupo heterogéneo de seres: terrestres, bistulardianos, mestizos, y unos pocos alienígenas.
Uno de los aliens vestía un traje protector que apenas dejaba ver detalles de su anatomía. Parecía un caballo con cuatro patas, vestido con una armadura roja; dos salientes podían ser cabezas o algo por el estilo, cubiertos ambos con sendas esferas de color oscuro. Candelaria no tenía ni idea de a qué especie pertenecía aquel ser. Pero era seguro que había realizado un viaje muy largo, así que no se conformaría con hacer una visita turística.
Con el ser caballuno había cinco sin traje de ningún género. Parecían pulpos de color entre amarillo y rosado, con adornos multicolores en los “tentáculos” (en realidad, soportes columnares, pues se trataba de seres netamente terrestres). Tenían dos enormes ojos oscuros, en el mismo lado de su “cara” y bajo ellos un grupo de orificios que lo mismo podían ser bocas como narices u oídos.
Eran los gratenianos y nada más verla la reconocieron. Uno de ellos se dirigió hacia la alguacil y emitió unos sonidos a través de sus orificios. El traductor habló en lengua latina:
—Usted ha de ser el ser Candelaria Dos-Santos, según mis registros. Le ruego su confirmación.
—En efecto, ser grateniano. Yo soy Candelaria y estoy encargada de recoger a los visitantes de mi pueblo, Cindervilla. Pero sólo me habían informado de tres seres gratenianos y aprecio que son cinco más uno cuyo origen desconozco.
El traductor de Candelaria no era muy distinto del que usaba el grateniano, aunque se trataba de un modelo más simple. Todos los traductores usados en los mundos humanos eran variantes del modelo grateniano, así que no era extraño que se parecieran.
—No hay problema, pues lo explicaré. Mi código es XSD-457800 y junto con KI-457800 y LIJY-457800 seremos quienes acompañaremos al ser Candelaria en su viaje a Cindervilla y las poblaciones gumblites. Los otros dos seres gratenianos no me han autorizado a dar sus códigos, así que tan sólo le informaré que ellos se quedan aquí, con el ser de Trimbaljer, con una misión que no es de nuestra incumbencia. Simplemente hemos venido en la misma nave desde Trimbaljer.
—¡Ah, claro, ahora lo entiendo! Bien, si no tienen inconveniente, los tres seres que han de acompañarme...
—¡Disculpe, pero antes hemos de realizar las despedidas!
Durante unos minutos, el aire zumbó con vibraciones extrañas, que no fueron traducidas. Candelaria podría haber sintonizado su aparato para la traducción (salvo el habla del alien de Trimbaljer, que era la primera vez que conocía y que por supuesto no estaba en su traductor); pero sería de mal gusto, al tratarse de cuestiones personales. Ni siquiera hizo ademán de intentar entender la conversación entre los seis alienígenas.
Finalmente, los dos gratenianos desconocidos y el de Trimbaljer se alejaron con rumbo ignoto. Los otros tres gratenianos siguieron a Candelaria por el pasillo azul hasta la puerta y de allí hasta el vehículo. Éste estaba intacto, como era de esperar.
Todos subieron a bordo y una vez asegurados, Candelaria despegó.
El volador era un modelo bien automatizado. Candelaria no tenía que hacer absolutamente nada ante los controles. Tenía ante sí tres horas de aburrimiento si no conseguía conversación de los gratenianos.
—Si me disculpan los seres gratenianos —preguntó—. ¿Puedo saber de qué planeta proceden?
—Nuestro mundo de origen es el 127.405º del Sector Grateniano. Muy cercano a Trimbaljer y situado a 45,8 años luz de Bistularde y a 57,1 de La Tierra.
La respuesta vino de uno de ellos, pero Candelaria no pudo saber si era el mismo que había hablado antes o si era otro. Los tres gratenianos eran idénticos y no había forma de distinguir uno de otro.
Candelaria probó con otro tema. Tal vez la respuesta no estuviera cargada de números.
—Disculpen si mi pregunta les incomoda pero, ¿de qué sexo son ustedes? No soy capaz de distinguir uno de otro.
—Acepto la curiosidad del ser Candelaria. Pero la pregunta ciertamente nos incomoda. Sólo responderé informando que formamos una unidad sexual, es decir que los tres somos de sexos distintos. Lamento mucho la situación, pero nuestras costumbres me impiden ser más explícito. No daré más información acerca de nosotros, si bien aceptaré responder a cuestiones de otra índole.
Candelaria lamentó su metedura de pata. Tenía que compensarla.
—Gracias, y ruego a los seres gratenianos que me disculpen. Nosotros los humanos no somos tan discretos en lo del sexo, sobre todo aquí en Bistularde.
—Afirmativo. He deducido que es usted hembra. Me atrevo a preguntarle, ya que no parece incómoda por ello, si pertenece a algún grupo de la llamada «geometría sexual».
Candelaria se echó a reír. Ella también había oído esa expresión, referida a las muchas formas familiares que podían hallarse: triángulos, cuadrados, trapecios, figuras en estrella… En realidad no era algo exclusivo de Bistularde, pues en todos los mundos humanos se daban las mismas formas geométricas; simplemente que en su mundo los tríos eran más destacados.
—Pues no, ser grateniano. Ni siquiera tengo una pareja estable, y no me gustan los tríos ni esas otras formas exóticas.
—¿Puedo hacer otras preguntas?
—Sí, y espero que no sean tan personales.
El grateniano prosiguió su interrogatorio. Quería conocer muchos detalles de la vida en Cindervilla y de los gumblites.
Candelaria suspiró. Al menos estaba entretenida.
Mientras respondía a las preguntas como podía, recordó un artículo que había leído sobre el sexo de los gratenianos. Era lo único que pudo hallar sobre el tema.

«Los gratenianos tienen tres géneros sexuales. Uno está formado por los fecundadores, otro son los productores del huevo y el tercero son los receptores del huevo fecundado. Al parecer, el acto sexual implica a los tres sexos de una forma que no está clara, dada la notoria discreción de estos alienígenas para hablar de sí mismos; pero al parecer el fecundador deposita sus células fecundadoras sobre el huevo y luego el huevo fecundado es entregado al receptor. Éste se ocupa de su desarrollo ¡dentro de su aparato digestivo! Aunque los genes son los aportados por el fecundador y el productor, el receptor también aporta enzimas importantes en el desarrollo del embrión. Estas mismas enzimas podrían explicar cómo el embrión se puede desarrollar sin ser digerido; más bien parece que recibe los nutrientes directamente gracias a los procesos digestivos del receptor.
Según informaciones no contrastadas, hace medio millón de años hubo un intento en algunos mundos gratenianos para suprimir el sexo receptor mediante cámaras de desarrollo artificiales. No se sabe qué pudo ocurrir pero es evidente que el experimento fracasó.»

Finalmente cuando ya era de noche llegaron a la pequeña pista de Cindervilla. El alcalde don Pedro Fonterama hizo los honores en la recepción oficial, y los aliens fueron conducidos por la alguacil hasta el pequeño apartamento acondicionado para ellos.
Hacia media noche el tiempo cambió de forma un tanto brusca. Llovía, pero no era la típica lluvia suave de la mayor parte de las noches. Era una lluvia bastante intensa y el viento soplaba con ganas.
Por la mañana, una Candelaria cubierta con un protector de lluvia se acercó a la vivienda de los aliens.
—Temo informar a los seres gratenianos que será necesario cambiar de planes.
Uno de los tres se acercó con el traductor sujeto por un tentáculo, mano o lo que fuera.
—¿Acaso está relacionado con el tiempo atmosférico? Hemos observado que la lluvia y el viento no son acordes con las predicciones metereológicas.
—En efecto. El huracán Genaro ha cambiado de rumbo y se dirige a la costa de Alfa cercana a la desembocadura del Amazonas. Nos afectará bastante.
—¿No puede ser desactivado? —Esta vez Candelaria estuvo segura de que quien había efectuado la pregunta era otro grateniano.
—Tal vez el ser grateniano no esté informado de que no es conveniente desactivar a un huracán. Representan un mecanismo natural de ajuste de temperatura y los intentos de desactivación suelen ser peores.
—Entiendo. ¿Y tampoco se pude controlar su trayectoria? Representan un fenómeno caótico que nos resulta muy desagradable.
—¿He de suponer que en los mundos gratenianos no hay huracanes?
—El ser Candelaria supone correctamente. Dejamos que se produzcan, pero bajo condiciones cuidadosamente controladas para evitar todo daño.
—Pues nosotros no podemos hacerlo. ¡Bien! Como sea he de explicarles lo que hemos de hacer.
—El ser Candelaria será tan amable de informarnos.
Ahora, la bistulardiana no supo quien le había hablado. ¡Daba lo mismo!
—Hemos de permanecer en lugar seguro, como esta vivienda, hasta que el huracán se haya alejado o bien haya perdido fuerza. Lo más probable es lo segundo, pues una vez que entre en la tierra se debilitará.
—¿Cuántos días hemos de permanecer en este refugio?
—Dos o tres. Probablemente dos y tal vez un día más. No creo que haga falta estar más tiempo.
—Entendemos que el bajo nivel tecnológico de los humanos nos obliga a permanecer aquí un número variable de días, entre 2 y 3 con mayor probabilidad. ¿Es correcto?
—Cierto. ¿Necesitan algo para matar el tiempo?
—Que me disculpe el ser Candelaria. ¿Acaso “el tiempo” es un enemigo o una víctima para sacrificar?
—¡Perdón! «Matar el tiempo» quiere decir entretenerse, es una frase hecha.
—Creo comprender. No, no necesitamos ayuda para ocupar nuestro tiempo. Agradecemos al ser Candelaria su ofrecimiento.
—Bien, si no hay nada más, me retiro. Les ruego que no salgan mientras el tiempo siga tan inestable. Yo vendré cuando me sea posible.
—Agradecemos al ser Candelaria sus desvelos.
La alguacil volvió a salir bajo la lluvia. Siempre que hablaba con los gratenianos se quedaba mal. Por un lado, la obligación de hablar de forma protocolaria, por otro el no saber con quien estaba hablando. Ambas cosas le dejaban un mal sabor de boca.

Por suerte, Genaro no les molestó gran cosa pues no se acercó a Cindervilla tanto como se había temido. Tuvieron un día de lluvias intensas y viento, sin apenas destrozos. Y otro día con lluvias más suaves, justo lo suficiente para obligar a permanecer a cubierto.
Así, al tercer día los gratenianos pudieron salir de su refugio y recorrieron el poblado de cabo a rabo. Su inspección apenas duró un par de horas: no había nada que fuera de su interés.
Uno de los gratenianos lo explicó así a Candelaria: —Ser Candelaria, temo informarle que no hallamos nada digno de interés en esta población. Corresponde a un núcleo habitado humano típico, es muy similar a cualquiera de los que hemos visto en este planeta, en La Tierra o en cualquier otro mundo humano.
—¿Ustedes tres han estado en esos mundos?
—No me he explicado bien. Me refiero a mi especie. Contamos con los registros de miles de visitas a poblaciones humanas y no apreciamos diferencias destacables con lo que hemos visto en ésta. Sin ánimo de menospreciarles a vosotros, que quede constancia.
—¡OK! Deduzco que los seres gratenianos desean visitar un poblado gumblite. Haré las gestiones para mañana. Podemos ir caminando, son pocos kilómetros.
—Que me disculpe el ser Candelaria, pero creo haber entendido que ha sugerido un desplazamiento por nuestros propios medios físicos. ¿He entendido correctamente?
—Sí, caminando. ¿Hay algún problema? A los gumblites no les gusta que vayamos en nuestros vehículos.
—Nuestros cuerpos no están adaptados a realizar largos desplazamientos en esta gravedad y con estas temperaturas. Al menos nosotros tres no estamos acostumbrados a ello. Si no es posible hacer un recorrido en un vehículo, o bien si el desplazamiento es inferior a medio kilómetro, en tal caso nos veremos obligados a cancelar este viaje. Y eso supondrá una serie de trastornos que…
—¡Espere! Voy a ver si puedo arreglarlo. Veamos si lo he captado bien. Ustedes no pueden caminar más allá de quinientos metros, para desplazamientos mayores han de usar un vehículo. ¿OK?
—Afirmativo.
—En ese caso, hablaré con el alcalde. Los gumblites deben hacer una excepción, ¡como que me llamo Candelaria!
—¿Su otro nombre no es «Métele Candela»?
La alguacil enrojeció al oír el mote popular.
—¿Dónde han oído eso? ¡Por favor, no lo repita!
—Veo que he insultado al ser Candelaria. ¡No ha sido mi intención y le pido humildemente disculpas!
—¡Oh, no importa! Con que no lo repita, me basta.
—No lo repetiré, y daré instrucciones a los otros seres para que no lo hagan.
—¡OK! Me largo para arreglarlo todo.

(Continuará...)

14 octubre 2010

MINERAL DE HIERRO (Capítulo -7-)

Luis volvió al campamento con las indicaciones para hallar una buena mena de magnetita. Llevó unas cuantas muestras.
—Prometí hallar hierro y aquí lo tienen.
—¿Y esos nativos que se decía que usan el hierro? —preguntó Félix Casabrián.
—He estado con ellos, y no vale la pena. Son meros trozos de hierro meteórico, muy dispersos, de un cráter de hace cientos de miles de años. Calculo que en la montaña de magnetita hay millones de toneladas más que esos miserables trozos de meteorito.
—Espero que tengas razón —observó Teresa Diañez—. Desde Nueva Lima nos han estado presionando todos los días.
—¡Y no digamos nada por obligarnos tú a levantar el campamento avanzado! —insistió Félix.
—Sobre ese particular no pienso comentar nada. Vamos a enviar una expedición a esa localización. Yo volveré con los nativos y permaneceré a la escucha por radio. No intenten localizarme bajo ninguna circunstancia.
Había dejado a Bliona y Bulis en el pueblo y quería volver a verlas lo antes posible.

Luis volvió al pueblo j’minte y fue nombrado miembro del pueblo. El día anterior, Gritmon había renunciado a la jefatura a favor de Loneia. Él seguiría mandando a los cazadores y se encargaría de defender el pueblo de cualquier amenaza.
Luis supo que los directivos de Minerales Neolimeños estaban encantados con la mina de magnetita en Gamma.
Cuando quedó claro que había cumplido con su contrato, Luis pidió la baja. Quería seguir viviendo en el pueblo j’minte.
Meses más tarde, una nueva empresa de minerales aparecía para competir con Minerales Neolimeños.
Esencias Celestes era el peculiar nombre de la nueva empresa, que ofrecía sobre todo hierro, pero también otros metales: estaño, cobre, neodimio, iridio…
Esencias Celestes tenía su sede física en Gamma y su director era Luis Barbastro. Accionistas eran todos los j’mintes, que se quedaron encantados cuando Luis les mostró cómo podían obtener la esencia del cielo de la piedra amante. Podían mantener su estilo de vida sin renunciar a los medios de la tecnología terrestre.
Sencillamente, Luis se la había jugado a sus antiguos jefes. Les había mostrado un yacimiento, tal y como habían acordado. Pero en Gamma había más yacimientos de magnetita…

Enlaces: Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6

13 octubre 2010

MINERAL DE HIERRO (Capítulo -6-)

Luis comprendía que su disyuntiva no era ni siquiera original. Era el mismo problema que afectaba a todo Bistularde, la elección entre el modernismo tecnológico y la cultura tradicional nativa.
Parecían incompatibles, lo que obligaba a decidir entre una y otra forma de vida. Los terrestres, representados por la Unión Latina, habían llegado para quedarse. Y aunque no siempre se imponían por la fuerza, tenían medios con que los nativos no podían siquiera soñar. Por mucho que se quisiera mantener los usos y costumbres de siempre, los terrestres podían lograr algo parecido de forma mucho más fácil.
Sin embargo, los mismos latinos no olvidaban su origen, fruto de otro mestizaje cultural. Ellos, en términos generales, solían estar abiertos a nuevas formas de mestizaje; y así valoraban aquellos aspectos nativos que encontraban de interés. No siempre imponían sus propias costumbres.
Un ejemplo muy llamativo entre todos los planetas humanos. Los bistulardianos, fueran de origen terrestre o nativo, adoptaban las relaciones sexuales en trío con mucha facilidad. Ese había sido el producto cultural de Bistularde que más rápidamente se había adoptado por los colonos. Pero no era el único, aunque sí el más sugestivo.
Las mismas poblaciones variaban desde la altamente tecnificada Nueva Lima (que parecía una ciudad terrestre), hasta los miles de pequeños poblados que seguían manteniendo la estructura nativa, con chozas de barro y paja… a veces el barro y la paja se sustituían por plásticos o metales, pero la forma y disposición interna seguían siendo las mismas. Eso sí, dentro de aquellas chozas no era raro encontrar un calentador de microondas, un comunicador o un asistente personal. Y tal vez las camas fueran de gel espuma, en vez de hojas frescas. Pero los pobladores seguían adorando a sus dioses, hablando su lengua y vistiendo como siempre lo habían hecho.
Junto a las primeras torres ecuatoriales que llegaban hasta la órbita geoestacionaria, se levantaban toscas cabañas primitivas.
Luis comprendió al fin que la disyuntiva era falsa. No tenía necesidad de elegir.
De hecho fue la propia Bliona quien le facilitó la respuesta a su dilema personal.

Lo primero que había hecho Luis al quedarse en el pueblo por cinco días con el permiso del jefe, fue comprobar el uso del hierro. No lo vio en ninguna de las cabañas personales, ni siquiera en las del jefe o del brujo. Pero sí en el templo.
Había una construcción de madera dedicada al Primer Trío, formado por los tres dioses Kimla, Aemen y T’Jum. Esa construcción tenía clavos de hierro para reforzar las uniones. Todo ello bien recubierto de látex, para evitar la oxidación de los clavos.
Para los sacrificios rituales había cuchillos ceremoniales, también de hierro. Se mantenían bien afilados y engrasados, de nuevo para evitar su oxidación.
Bliona le comentó que el gran problema de la esencia del cielo (el hierro) era que se pudría con el agua, por eso había que mantenerla alejada del agua todo lo que fuera posible. También le dijo que había otros instrumentos de hierro usados para la construcción del templo y para su mantenimiento, además de algún otro para el cultivo de la tierra.
Al tercer día, Luis quiso conocer la fuente del metal. Ella dudó, pero él le recordó su promesa y finalmente ella aceptó.
Salieron del pueblo y caminaron por un sendero muy poco transitado que cruzaba la floresta hacia una colina cercana.
Bliona vio una piedra en el suelo y la recogió.
—¡Mira! —dijo—. Es la amante de la esencia.
—No te entiendo.
—Esta piedra siente una gran atracción por la esencia del cielo. Nos servirá para reconocerla. Observa.
Bliona se quitó del pelo su pinza de hierro y la acercó a la piedra. Ésta se pegó con fuerza.
—¿Ves como se aman?
Luis asintió. No era minerólogo pero había reconocido el mineral. Era magnetita.
—¿Hay muchas piedras como éstas?
—Sí. Hay algunos sitios donde es muy abundante.
—¿Y ustedes qué hacen con ellas?
—Nada. Sólo sirven para reconocer la esencia pura.

Gritmon los vio salir. Sabía bien a donde iba a conducir ella al extranjero. ¡Pensaba revelarle su mayor secreto!
Les siguió en silencio, tras haber preparado su cerbatana de fuego. Puso el polvo de fuego y la bola de metal, y lo apretó todo bien como ya sabía. Tenía también preparada la máquina de hacer chispas.

Caminaron durante varios kilómetros y finalmente llegaron a una depresión circular. Luis miró hacia todos lados.
¡Era un cráter de meteorito!
Bajaron por la pendiente, llena de rocas sueltas y donde no crecían más que algunos yerbajos.
Bliona llevaba el trozo de magnetita y cada vez que veía algo interesante le acercaba la roca. Hasta ahora, sin éxito.
Finalmente, la magnetita se quedó adherida a un trozo de roca rojo-negruzca.
—¡Aquí la tenemos! ¡Esta es una roca de esencia!
Luis no la cogió, porque no le hacía falta. Tampoco lo hizo Bliona.
Era hierro meteórico, eso sin ningún género de dudas. Restos del meteorito que produjo aquel cráter hacía quien sabe cuantos años.
Según las leyendas, Lomer, el Señor de las Rocas del cielo, envió rocas con metales para que los j’mintes las aprovecharan.
Estaba claro que se refería a un impacto de meteorito ferroso.
—¿Sabes si hace mucho que se produjo este agujero, Bliona? Según me has contado, Lomer envió una roca del cielo, ¿no es así?
—Este agujero se produjo hace mucho tiempo, tanto que nadie lo recuerda.
—¿Y todos los j’mintes usan la esencia del cielo?
—Sí, claro. Es lo que tengo entendido, aunque nunca he visitado otros pueblos.
—¿Ellos vienen aquí?
—¡No! Sólo nosotros. Pero hacemos cambios.
—¿Por ejemplo?
—Para hacer el polvo de fuego nos hace falta polvo del volcán y sal picante, creo que ya lo sabes.
—Sí, azufre y salitre que se mezclan con carbón, polvo de madera quemada.
—Sí, eso mismo. Pues cambiamos clavos o cuchillos de esencia por polvo de volcán con una gente que puede conseguirlo.
—Y supongo que harán otros trueques con otros grupos j’mintes.
—Sí.
Entretanto, habían ido andando de regreso al poblado. Luis de vez en cuando consultaba su tableta de comunicaciones, lo que Bliona llamaba «la caja de palabras», no porque necesitara traducción, sino porque mantenía un control de lo que sucedía a su alrededor. La tableta tenía un sensor espía, conectado a un chip que había colocado en el pelo de Gritmon. No se fiaba ni lo más mínimo del jefe.
¡Tal y como imaginaba! Gritmon andaba cerca de ellos, les estaba siguiendo.
Luis comprendió el peligro que corrían justo a tiempo. Vio que el jefe estaba escondido detrás de un arbusto y que se encontraba sospechosamente quieto.
—¡Al suelo! —gritó, a la vez que empujaba a Bliona. Bulis, a quien llevaba en brazos, se echó a llorar al darse contra el suelo pese a que su madre la protegió del golpe.
Se oyó una explosión muy cercana y un trozo de corteza saltó del árbol que estaba al lado. Justo donde Luis tenía su cabeza un segundo antes.
Luis no lo pensó más. Tomando su pistola láser, disparó en la dirección de la explosión.
Oyó un grito de dolor.
Manteniendo el arma a punto, separó las ramas que ocultaban a su atacante. Era Gritmon, tal y como había supuesto, que se aferraba un brazo. No tenía otras heridas.

Regresaron al pueblo. Bliona llevaba a la niña, que tenía un morado en la cara fruto del golpe recibido al caer su madre. Luis llevaba a Gritmon, con un brazo en cabestrillo, gracias a la pericia de Bliona; ella le había curado el brazo demostrando que sus conocimientos de curaciones y magia estaban a la altura requerida.
Todo el mundo se les acercó preguntando lo que había pasado. Luis se negó a contar nada, tan sólo pidió reunirse con Sipret.
El padre de Bliona montó en cólera al oír lo sucedido, pero no lo demostró. Sólo dijo: —Gritmon, tal vez debas reconsiderar tu jefatura. Es posible que no seas adecuado. ¿Estás dispuesto a conceder la oportunidad a otra persona?
Gritmon sabía bien lo que le esperaba. No podía negarse.
—Acepto. ¿Quién será esa persona? ¿Acaso este extranjero?
—¡No, por favor! —exclamó Luis.
—Creo que Loneia estaría dispuesta. Pero he de preguntárselo, antes de someterlo a consulta del pueblo.
—Disculpa, Sipret, pero hay un par de cosas que desearía saber ahora mismo de ti —intervino Luis.
—Puedes preguntar.
—Bliona me mostró una piedra que encontró en el suelo. Dijo que era la amante de la esencia.
—Sí, es cierto. Sé muy bien a qué piedra te refieres.
—¿No les sirve para nada? ¿No hacen nada con ella, aparte de usarla como detector del hierro?
—No te entiendo.
—Quiero decir que esa piedra amante sólo sirve para encontrar la esencia. ¿No hacen algo con ella? ¿Sabías que contiene también esencia del cielo?
—No, no la usamos para nada más. Si, como dices, contiene esencia, eso explica porqué sirve para hallar la esencia pura. Pero dentro de esa roca sin duda estará escondida la esencia. ¿Tal vez la magia de los extranjeros pueda sacarla?
—Pues sí. Sabemos cómo extraer el hierro de esa roca. Dime otra cosa y es muy importante. Bliona me ha dicho que es fácil de conseguir. ¿Sabes si hay algún lugar donde haya mucha? Un lugar alejado de todos los j’mintes, si es posible.
—Si te lo digo, ¿los extranjeros dejarán tranquilos a los j’mintes? —Aunque mayor, Sipret seguía manteniendo una mente ágil. Había captado el significado oculto tras las palabras de Luis.
—Creo que sí. Una buena mina de magnetita sería suficiente para mantener apartados a todos los jefes de Minerales.
—Disculpa, pero otra vez no te entiendo.
—¡No importa! ¿Puedes decirme si hay un sitio como el que te he pedido?
—¡Sí! Hay una montaña a quince jornadas de distancia. Allí abunda esta piedra amante. Podemos decirte donde está si prometes irte.
—Perdóname, pero no quiero irme. Eso sí, prometo llevarme a todos los míos, si eso es lo que desea tu pueblo.

(Concluirá...)

Enlace al prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5

11 octubre 2010

MINERAL DE HIERRO (Capítulo -5-)

Gritmon se quedó atónito al ver llegar la caja móvil de los extraños. ¡No serían capaces de venir a cara descubierta a su propio poblado! Llamó a su guardia de honor (los tres guerreros más fieles) y recogió la cerbatana de fuego, hecha con metal, junto con la bolsa de polvo de fuego y la bolsita con las bolas.
A través de las paredes transparentes de la caja podía verse la gente del interior. ¡Sólo había dos!
Gritmon se quedó más tranquilo. No era un grupo que viniera a atacarle.
La caja se detuvo en el centro del poblado. El jefe pudo ver mejor a sus ocupantes. Uno de ellos era un extranjero típico: cara rosada, alargada, pelo amarillo. La otra persona era una mujer del pueblo: cara azul, redonda, pelo negro. ¡Era Bliona!
Los dos se bajaron de la caja. Bliona vestía como una extraña, con ropas de colores que le cubrían todo el cuerpo. Y llevaba en los brazos a un pequeño.
La gente del pueblo comenzó a arremolinarse. No cesaban de exclamar «¡Bliona ha vuelto!» y «¡tiene un hijo!». ¡Estúpidos!
El hombre extranjero habló en la lengua de los j’mintes.
—¡Quiero hablar con la jefa, Loneia, y con el brujo, Sipret! Esta que está a mi lado es Bliona, hija del brujo y en los brazos tiene a Bulis, hija de Bliona y mía.
Gritmon se plantó ante él.
—Loneia no es la jefa.
—¿Quién es jefe?
—Yo, Gritmon, soy el jefe. Es conmigo con quien has de hablar.
Al oír aquello Bliona sintió un escalofrío que no pasó desapercibido por el jefe.
—Conforme, jefe Gritmon, hablaremos en un lugar con el brujo, si es que sigue siendo Sipret. Sólo estaremos los cuatro y la niña.
—Sipret es todavía el brujo. Bliona podría ser bruja, pero al irse Sipret decidió preparar a otro chico.
—Jefe Gritmon, yo espero quedarme —dijo Bliona—. Y seré bruja cuando mi padre así lo crea oportuno y yo supere la prueba.
—Eso ya lo veremos. Ahora vamos a mi cabaña. Diré a mis mujeres que salgan.
Bliona captó el detalle. Gritmon había dicho «mujeres». Cuando ella se fue, él no tenía ninguna compañera, pero ahora que era jefe había completado su trío. Puede que, incluso, tuviera más de dos mujeres…
Fueron dos chicas jóvenes las que salieron de la cabaña al verlos llegar. Bliona las conocía y no se extrañaba que se hubieran unido al joven jefe. Una de ellas estaba embarazada por lo que pudo apreciar.
El brujo Sipret parecía mucho más viejo que cuando Bliona abandonó el pueblo. Sintió pena por él y también deseos de abrazarlo. Pero no sería lo adecuado.
Tal vez en otro momento, si conseguía estar con él y en mayor intimidad…
Gritmon tomó la palabra, mostrando su visible enfado.
—¡Quiero saber porqué un extraño se atreve a entrar en mi pueblo! ¿Acaso no han tenido suficiente con la demostración que les hemos dado? Y también deseo saber porqué la traidora los ha conducido hasta aquí.
Luis miró a Bliona, y ésta respondió.
—Luis no es un extraño, es el compañero de la hija del brujo y padre de la nieta del brujo. Me ha pedido formar parte del pueblo, y aprovecho para pedirlo en su nombre.
—¡Eso habrá que decidirlo!
—Cierto, habrá que decidirlo. Pero lo menciono ahora para dejar bien claro que no es un extraño. Luis ha tenido mucho cuidado en que ningún otro extranjero haya venido con nosotros, para que el lugar donde está el pueblo siga siendo desconocido. Pero hay otra cosa más importante que debo decirte, jefe Gritmon.
—¿A ver?
—Yo no he conducido a los extranjeros hasta aquí. ¡Has sido tú!
—¿Cómo te atreves?
—¡Perdón, jefe Gritmon! —intervino Luis ante lo que parecía una discusión violenta. Le costaba un poco seguir el ritmo del lenguaje en una forma tan airada—. No puedo entenderles si se enfadan, y creo que puedo explicar lo que quiere decir Bliona. Si me lo permites…
—¡Habla!
—Tú eras el que llevaba la cometa que nos vio cerca del mar, ¿me equivoco?
—En efecto, era yo.
—Eso mismo me contó Bliona. Pues bien, desde que apareciste en el cielo de mi campamento, mi gente supo de la existencia de este poblado. Es lo que quiere decir Bliona. Puede que lo hayas hecho sin tú quererlo, pero al aparecer volando acabaste por traer a los míos a tu hogar. Y eso pese a que yo intenté evitarlo.
—Te ruego que te expliques, si no deseas que te mate ahora mismo.
Gritmon tomó su arma de esencia.
Luis se fijó mejor en aquel objeto. Era ciertamente un arma de fuego, un tubo de hierro con una tosca culata de madera. Parecía cargarse por delante con pólvora, como un antiquísimo arcabuz de los tiempos de la conquista de América.
—Preferiría que no me amenazaras —dijo—. Yo también tengo armas hechas de metal —y sacó su pistola láser. Sólo la puso frente a él, sobre la pequeña mesa de madera.
Gritmon comprendió que su demostración de fuerza le había salido mal. Captó la indirecta: los extranjeros tenían armas más poderosas que las suyas, y no convenía amenazarles.
—De acuerdo —convino—. Veo que tenemos armas iguales y no me temes. Yo tampoco te temo. Deseo que me cuentes todo lo que quieras acerca de lo que ha sucedido.
Luis sonrió al oír que «tenían armas iguales», poniendo al mismo nivel un tosco arcabuz con una moderna pistola. Pero no dijo nada sobre eso, y comenzó un relato bastante pormenorizado sobre lo que había sucedido en el campamento base desde que Gritmon apareciera volando sobre ellos. Incluyendo los sucesos a partir de la llegada posterior de Bliona, su viaje para que pudiera quedarse embarazada y la demora posterior para el regreso, dando pie a que unos cuantos desobedecieran las órdenes de Luis.
Gritmon no entendió bien muchas cosas, como el motivo del viaje. Pero quedó claro que fue necesario para aplicar una magia medicinal que permitiera el nacimiento de una niña hija tanto de los j’mintes como de los extranjeros. Era la niña con la que Bliona había soñado y que, según ella, traería la paz.
También comprendió que el llamado Luis había hecho lo posible para evitar que los extranjeros (los «terrestres» como los llamaba él) se acercaran al pueblo j’minte. Y los que lo habían hecho finalmente había sido por desobediencia. También que cuando él volvió a tomar el mando les obligó a regresar.
Pero lo más duro fue comprender que Bliona tenía razón al decir que fue él, Gritmon, quien los había traído. Y ahora, al atacarles sin provocación previa, les había dado un argumento para querer destruir a los j’mintes.
Luis narró el episodio de los jilokanos, el pueblo más fiero del mundo que se había enfrentado a los terrestres. Y cómo finalmente fueron derrotados. Estaba claro que los j’mintes acabarían derrotados en una guerra contra los extranjeros.
Lo mejor era evitarla, y tanto Luis como Bliona se estaban dedicando a ello con todas sus fuerzas.
Sin embargo, no podía aceptar todo eso.
—¡Es mentira! —exclamó—. ¡Todo eso no son más que mentiras para engañarnos! ¡Vienes aquí solo con la traidora y esa niña que dices es hija y no lo creo! ¡Seguro que hay miles esperando tus noticias para invadirnos! Y no creo que mediante la magia sea posible un hijo entre tus gentes y las nuestras.
Sipret había permanecido en silencio, pero decidió intervenir ante el arrebato del jefe.
—¡Que el jefe Gritmon me perdone, pero he de hablar!
—¡Habla, brujo!
—Yo también he de narrar una historia, y es la de los sueños de Bliona.
—Que muy probablemente se ha inventado ella.
—¿Tú crees? ¿Acaso no supo donde estaban los extranjeros antes de que tú los vieras desde el aire? ¿Acaso no vio al jefe de ellos, el mismo que ahora tienes ante tus ojos? Recuerdo bien cómo me lo describió: «no muy alto, de pelo amarillo, piel rosada y ojos azules». ¿Has visto a otro extranjero, otro terrestre, que corresponda con esa descripción?
—No, no lo he visto. De acuerdo, brujo, sigue con tu historia.
—Eso haré. Bliona me contó cada uno de sus sueños como era su obligación. Todos sabemos que a veces Kimla elige hablar a personas como ella antes que a un jefe o un brujo. Y yo estoy convencido de que esta vez a ella le ha hablado Kimla. ¿Acaso discutes conmigo cuando afirmo tal cosa, Gritmon?
—No voy a discutirlo, brujo. Tú eres quien interpreta a los dioses. Si dices que Kimla le ha hablado, debo creerte.
—Pues veamos lo que Kimla ha dicho a Bliona. Primero le mostró a los terrestres llegando a la playa. Luego, lo que sucedería si esos terrestres descubrían a nuestro pueblo, pues ellos buscan con desesperación la esencia del cielo y nos la arrebatarán. Ya has visto que ellos hacen cosas con ella que nosotros no sabemos. Usan la esencia para muchas cosas y la necesitan con ansia. Pregunto al extranjero, Luis, si no es cierto.
—Tienes razón, ¡oh brujo Sipret, padre de Bliona! —respondió Luis—. Me ordenaron venir a estas tierras a buscar hierro, lo que ustedes llaman esencia del cielo. Mis jefes la necesitan y si saben que los j’mintes la tienen, sin duda vendrán como animales de presa. He tratado de mantener el secreto de este poblado para que mis jefes no lo conozcan porque así se lo prometí a Bliona.
—Prosigo con mi historia —continuó el brujo—. Más tarde, Bliona supo en sueños que tendría una hija del jefe de los terrestres y cuando comprendió que esa niña podría impedir que ellos vinieran a por la esencia, decidió ir a buscar al padre para tenerla. ¿Acaso me equivoco, hija?
—No, padre —fue la respuesta de Bliona—. Cuando creí entender lo que Kimla quería decirme, sentí que mi obligación era hacerlo. Fue mucho más difícil de lo que yo creía, pero gracias a Kimla y a la magia de los terrestres, aquí está Bulis —mostró la niña a los presentes.
—¿Y cómo crees tú que esa niña puede impedir que los terrestres vengan? —quiso saber Gritmon.
—Por la promesa que le hice a Bliona —replicó Luis—. Promesa que estoy procurando cumplir, y que seguiré cumpliendo mientras yo viva. Entretanto, ruego al jefe que me permita quedarme unos días en el pueblo, viendo como viven los j’mintes.
—Para que luego se lo digas a los tuyos.
—¡No, si eso supone faltar a mi promesa!
—¡Conforme! —Gritmon se tragú su rabia, pero estaba obligado a aceptar—. Te quedarás cinco días con tu máquina infernal. Luego deberás irte y que todo rastro de los tuyos desaparezca de los alrededores. Incluso pido más, que se vayan del poblado en la costa. Si haces todo eso, te dejaré ser uno más del pueblo.
Eran unas condiciones duras, pero Luis las aceptó.
Tenía cinco días para hallar una solución al enredo en que se había metido.

(Continuará...)

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Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4

09 octubre 2010

MINERAL DE HIERRO (Capítulo -4-)

El campamento estaba demasiado solitario. Teresa recibió a Luis con lágrimas en los ojos.
—¡No pude evitarlo, Luis! Finalmente, montaron un campamento al otro lado de las montañas. Me han dicho que han visto dos o tres poblados de nativos y que piensan ir a visitarlos.
—Espero que al menos quede un vehículo para nosotros.
—Sí. Dejaron dos, uno porque no funciona pero el otro está operativo.
—OK, Teresa. Aquí debe permanecer un grupo para mantener el contacto, así que seguirás en tu puesto. Si no te importa, quiero decir…
—Me quedaré con la madre y la niña.
—¡No! Aunque te parezca absurdo, ellas deben ir. ¡Búscame una tripulación para el transporte! No quiero guerreros.
—Todos los espíritus belicosos se fueron ya, de eso puedes estar seguro. Te buscaré tres técnicos capaces, por si tienes algún problema en el viaje.
—Perfecto. Saldremos mañana temprano.
Bliona ya hablaba el latino con facilidad, tan sólo con un curioso acento. Y Luis dominaba la lengua j’minte, así que ambos se podían comunicar sin problemas.
Luis le explicó lo que había sucedido. Insistió en que si sucedía algo no sería porque él había roto su promesa. Pero que debían hacer lo posible para evitar cualquier desgracia.
Ella estuvo de acuerdo en marchar con él. Y por supuesto, llevando a la niña. Pese al peligro que había.

Gritmon había visto el nuevo campamento de los extranjeros y decidió atacarlos antes que se acercaran más.
Por desgracia, sólo habían podido fabricar una cerbatana de fuego, con esencia del cielo. La llevaba él, como jefe. Había comprobado que funcionaba muy bien: lanzaba una bola de esencia a muchos pasos, con fuerza suficiente para matar, incluso a un lobotigre. O a un hombre.
Había contactado con otras tribus, pero nadie estuvo de acuerdo en atacar a los extraños sin tener un motivo para ello. Gritmon no logró convencerles. Aunque todos estuvieron de acuerdo en ayudarles si fuera necesario, siempre que estuviera claro que no había sido él quien provocara la lucha.
Gritmon decidió que sería mejor atacar de noche y con un grupo pequeño que pudiera huir con facilidad por la selva. Eligió a dos dobles y una mano (25) de sus mejores y más fieles guerreros y se aprestaron para salir al atardecer.

Luis y Bliona viajaron a gran velocidad por el desierto. Llegaron más allá de las montañas y alcanzaron un oasis de verdor justo antes de que el sol se pusiera.
No podían viajar de noche, así que allí mismo montaron el campamento para dormir.

Gritmon atacó a los extraños cuando éstos estaban durmiendo en sus tiendas. Lanzó flechas de fuego que quemaron las tiendas, y luego una lluvia de dardos con las cerbatanas. Él, por su parte, lanzó varias bolas con fuego que hirieron a tres hombres. Era un poco complicado, pues después de cada lanzamiento debía cargar el arma con polvo de fuego y una bola de esencia, apretarlo todo, apuntar y encender la mecha. Se tardaba bastante más que en montar una flecha en un arco o un dardo en una cerbatana. Pero los resultados compensaban.
Lamentablemente, los extraños también tenían algo parecido, pues sus armas echaban fuego. Tres de sus guerreros quedaron tendidos en el suelo, muertos, mientras otros cuatro fueron heridos.
Finalmente, ordenó la retirada, refugiándose entre los árboles. Nadie les siguió, mientras ellos se alejaban del campamento enemigo.

Félix Casabrián era el autonombrado jefe del campamento avanzado en Gamma. Luis lo reconoció de inmediato como el más exaltado de los suyos.
El transporte había llegado a media mañana al campamento, y para Luis supuso toda una sorpresa ver las tiendas quemadas y claras señales de lucha.
El jefe de aquel grupo, Félix Casabrián, también quedó sorprendido al ver al verdadero jefe entrar en el campamento, acompañado de una mujer que, aunque vistiese al estilo terrestre, era claramente una nativa. Tardó en reconocerla como la chica que había ido al encuentro en una tosca cometa.
Finalmente, se fijó en el pequeño niño que ella llevaba en brazos.
Luis y Félix pasaron al interior de una de las tiendas intactas. Bliona les acompañó con Bulis, pese a las protestas de Félix.
—Ella es mi compañera y me acompañará en todo momento —insistió Luis, agregando—: ahora cuéntame lo que ha pasado.
—Nos atacaron. Anoche mismo.
—¿Quiénes?
—Nativos. Y tienen armas de fuego. Tenemos tres muertos y unos doce heridos en diversos grados.
—Bien. Primero, quiero un informe detallado del ataque. Y rápido, para poder decidir la reacción.
—¡Sugiero un ataque inmediato con los transportes! Ahora que tenemos uno más…
—¡Seré yo quien decida ese ataque, si se hace y cómo se hace! ¿Queda claro?
—¡Sí, señor!
—Bien. Déme ese informe. Y luego explíqueme porqué montaron este campamento tan cerca de los hábitats nativos, quienes pueden haberlo visto como una provocación. ¿Acaso no dí órdenes claras de que me esperaran?
—Pero, señor, ¡usted tardaba tanto! Llegamos a creer que se había olvidado de nosotros.
—Los motivos de mi demora no son de su incumbencia. Baste con decir que tuve a Bliona hospitalizada durante varios meses. ¿Queda claro?
—Sí, señor.
—Bien, a ver ese informe del ataque.
Félix narró los principales detalles del ataque. Cuando mencionó las armas de fuego, Bliona intervino.
—¡No puede ser!
—¿Qué es lo que no puede ser, querida? —quiso saber Luis.
—Por lo que dice Félix, la gente usó armas hechas con esencia del cielo, lo que ustedes llaman hierro.
—¡Sí, eso parece! Con pólvora.
—La pólvora es lo que llamamos polvo de fuego y yo misma sé cómo hacerla. La usamos sobre todo para las fiestas. Yo sé preparar unos fuegos verdes y rojos que suben muy alto antes de estallar. Pero la esencia del cielo no se usa para armas.
—Eso será en tu pueblo, Bliona. Parece que algún otro pueblo ha usado el hierro para hacer armas. Perdona, pero que Félix siga con su informe.
—De acuerdo, me callo.
Quedó claro entonces que, aunque los nativos tuvieran armas de fuego, no eran más que una o dos.
Finalmente, Félix completó su informe del ataque.
A continuación, Félix narró muy por encima cómo se aburrían en el campamento base de la costa, sabiendo que a unos pocos cientos de kilómetros podrían hallar hierro.
—Ya habíamos completado todos los informes geológicos posibles en un radio de cien kilómetros y apenas había que hacer. Logré convencer a unos cuantos y, aunque Teresa se opuso, agarramos tres transportes y nos pusimos en marcha.
Luis pensó en cómo habrían hecho para “convencer” a Teresa, y supuso algún grado de violencia. Pero no dijo nada hasta que se aclarara ese detalle.
Al finalizar ya era la hora del almuerzo. Luis suspendió la reunión hasta después de la comida.
Todos se reunieron después de comer en un rincón sombreado, bajo el que aún humeaban dos tiendas. Sólo tres hombres permanecían de vigilancia, que resultaba imprescindible después de haber sufrido un ataque.
Luis tomó la palabra de inmediato.
—Bien. Ustedes están aquí sin haber seguido mis instrucciones, pero espero que ahora sí que las sigan. Y son las de regresar.
Se oyeron murmullos y alguna voz airada.
—¡Silencio! No tomaré represalias por esta insubordinación, pero si ahora no me obedecen tengan por seguro que lo haré. ¿Queda claro?
Por un momento, alguien pensó que Luis difícilmente podía tomar represalias estando en clara minoría. De hecho, el propio Luis fue uno de los que lo pensó así.
Pero nadie se atrevió a dar el paso. Cabía en lo posible que, en caso de rebelión, varios de los presentes se pusieran de parte del verdadero jefe; una cosa era tomar una decisión en su ausencia y otra mantenerla estando él presente.
Aunque mantuvo su rostro impertérrito, Luis respiró para sí cuando comprobó que nadie aceptaba el sutil desafío. Prosiguió con su discurso.
—No se irán todos porque mantendré el campamento avanzado con una dotación mínima. Al menos mientras yo esté entre los nativos.
Ahora todos los comentarios fueron de sorpresa.
—No les temo, ni siquiera después de que les hayan atacado a ustedes. Por si no se han dado cuenta, mi esposa es una nativa y ha tenido una hija mestiza. Las dos son la mejor garantía de paz en estos momentos. Siempre que ustedes no hagan más provocaciones.
Dedicaron el resto del día a organizar los cambios. Alguno de los heridos sería trasladado en los vehículos pero los más graves se quedarían. Luis aprovechó esa circunstancia para que el médico se quedara; así si surgiera cualquier problema con Bulis tendrían un médico cercano.
Ni qué decir tenía que Félix Casabrián sería el comandante del grupo que regresaría. Luis habló con Teresa por radio y ambos acordaron estar al tanto de aquel grupo, no fuera a tomar otra decisión menos conveniente.
Luis aguardaría uno o dos días antes de buscar el poblado de Bliona. Aún no estaba seguro de que el ataque precediera de ellos, podría haber venido de cualquiera de los seis poblados cercanos. El de Bliona era sólo uno de los seis.
Le preocupaba un poco el que hubieran fabricado armas de fuego. Bliona le había narrado las leyendas, sobre todo las relacionadas con T’Jum y Lakim, donde quedaba claro que el uso del hierro se reservaba tan sólo a usos religiosos. Bliona había podido llevar un adorno del metal porque era hija del brujo y futura bruja de la tribu. Pero ni siquiera un jefe o un brujo usarían un arma de metal.
¿Qué les había llevado a ese cambio? Parecía evidente la respuesta: la presencia de los extraños.
Luis esperaba que las perturbaciones provocadas no fueran aún mayores.

Luis y Bliona tardaron dos días en abandonar el campamento. Primero, Luis quiso asegurarse que el grupo de Félix llegaba a la costa, en vez de, por ejemplo, dirigirse hacia otro lugar. Aún no se fiaba de ellos.
Una vez que Teresa le confirmó la llegada, ya se sintió más seguro.
Entretanto, estudió los mapas que habían confeccionado de la zona, siguiendo las indicaciones de Bliona sobre donde se hallaba su poblado. No era nada fácil, porque ella no se había alejado mucho de su gente hasta que decidió volar en la cometa. Y en su vuelo apenas pudo fijarse en lo que veía, pues le costó controlar el vuelo; para cuando logró tener cierta soltura se hallaba muy lejos de los suyos. De hecho ya estaba perdida y sólo volando hacia el este dio con el transporte de Luis.
Pero ella recordaba bien como eran los alrededores de su pueblo y con esos datos más las indicaciones de los exploradores sobre donde había núcleos habitados por nativos, finalmente Luis se hizo una idea de la ruta que deberían seguir.
Y antes de partir tuvo que tomar una decisión bastante difícil. Decidió que la localización del pueblo de Bliona quedara en secreto; era la forma más segura de protegerles, porque desde que hubiera un solo documento indicando donde se hallaba una tribu que conocía el hierro, alguien iría a buscarlos. Ahora o dentro de 50 años, daba lo mismo. Si se sabía, alguien acabaría por estar interesado.
Para mantener el secreto, deberían ir ellos dos solos en un transporte. Luis era capaz de llevarlo, siempre que el terreno no fuera demasiado malo. Pero Bliona no podría servir de apoyo: ¡ni siquiera sabía manejar la radio!
Bien, pues no usarían la radio salvo para una emergencia. Luis se detendría cada hora para enviar una señal de OK al personal de guardia en el campamento.
La fecha de partida fue 1698/120. El transporte con Bliona, Bulis y Luis partió del campamento avanzado casi al amanecer.
Cuatro horas más tarde, Bliona reconocía las casas de su poblado.

(Continuará...)

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05 octubre 2010

MINERAL DE HIERRO (Capítulo -3-)

Loneia era una buena jefa, según la opinión de la mayoría de los j’mintes. No era partidaria de la fuerza sino de la negociación; antes de buscar un enfrentamiento, procuraba el acuerdo entre las partes afectadas.
Tenía en gran aprecio las palabras del brujo, Sipret. Tanto, que a veces la gente creía que el jefe era él, lo que no era cierto. Pero en tanto como brujo, tenía mucha influencia.
Dejándose llevar por la opinión de Sipret, Loneia ordenó olvidar a Bliona. No le gustaba la forma en que la chica se había marchado, robando una cometa y sin decir nada a nadie. Pero su padre le contó los sueños que había tenido y la jefa comprendió que eran una motivación de índole superior. Si era la voluntad de Kimla, ellos, simples mortales, no debían inmiscuirse. Kimla velaría por Bliona.
Pero algunos no estaban de acuerdo con eso. Gritmon en especial era partidario de ir a la búsqueda de la fugitiva y traerla a la fuerza si era necesario. Él personalmente se sentía agraviado pues estaba convencido de que ella había tenido relaciones con él la noche anterior para averiguar todo lo relacionado con el vuelo.
Habló con otros guerreros y propuso un cambio de jefe.
Según las leyes de los j’mintes, cualquiera podía proponerse como jefe si contaba con apoyos suficientes.
Sipret convocó a reunión a todo el pueblo. A este tipo de reuniones asistían todos, incluso los más pequeños; y los enfermos eran trasladados para que estuvieran presentes.
Gritmon comenzó diciendo que respetaba a Loneia, pero que le parecía una persona débil y sin carácter. Habían aparecido unos extranjeros que tarde o temprano llegarían hasta el poblado y hacía falta un jefe fuerte y capaz de tomar decisiones rápidas sin tener que consultar a nadie. Finalmente, se propuso él mismo como jefe.
Ni siquiera nombró a Bliona, y sólo aludió al brujo de pasada. Fue un discurso muy hábil que caló en la población.
Loneia reconoció que el pueblo tenía el derecho de elegir a su jefe. Ella era hija de otro jefe y durante varios años había desempeñado su labor con éxito. Habían tenido paz, sobre todo gracias a que ella había evitado los conflictos. Si ahora venía una época turbulenta, sería mejor tener a alguien que amara la paz en lugar de un guerrero que les llevara a la perdición.
Acabó diciendo que sólo Gritmon había visto a los desconocidos. Nadie les había visto cerca, ni había motivos para creer que fueran a venir.
Eso último fue un error, pues la gente sabía más de lo que ella creía. Incluso se habían comentado los sueños de Bliona, pese a ser algo que sólo el brujo y la jefa debían conocer. Pero Gritmon estaba cerca cuando ellos hablaron, lo oyó todo y lo comentó con varios más.
La gente votó, eligiendo a Gritmon por clara mayoría. Sobre todo los jóvenes y los hombres guerreros mostraron su favor hacia él. La mayoría de las mujeres con hijos votó por Loneia, pero quedaron en minoría.
Lo primero que ordenó Gritmon fue construir armas más potentes. Tenían polvo de fuego, una mezcla que ardía con mucha furia y permitía incluso lanzar cosas. Mandó fabricar un tubo hecho de esencia de cielo para meter dentro el polvo de fuego; tendrían así una especie de cerbatana que usaría la fuerza del polvo de fuego para lanzar algo con fuerza. Por ejemplo, una bola, hecha también de esencia de fuego.
El maestro Pergüi se escandalizó cuando le ordenaron fabricar aquel objeto. Pero obedeció.
No dijo nada, aunque pensó que Gritmon acabaría como Lakim, quien quiso usar los objetos de T’Jum hechos con esencia del cielo.

Bliona no consiguió la hija que anhelaba de Luis. Lo comprendió cuando le vino la sangre de mujer.
Recordaba bien la conversación que tuvieron en la casa del poblado, junto al mar. Gracias a la caja de palabras, pudieron entenderse fácilmente.
Luis le había preguntado por la pinza de esencia del cielo.
—Me gusta ese objeto —dijo él—. Está hecho de una cosa que llamamos hierro.
—Esencia del cielo. Sé que ustedes los extranjeros lo aprecian mucho.
—¿Cómo lo sabes?
—Por un sueño. Y porque he visto que lo usan en muchas cosas, como esos transportes y otras cosas que he visto.
—Sí, es verdad. Me enviaron a buscar hierro. ¿Sabes tú donde hay?
—Sí, lo sé. Conozco un lugar donde hay mucho. Pero sólo te lo diré con dos condiciones.
—Dímelas.
—La primera, no quiero que hagas daño a mi pueblo.
—No sé donde está tu pueblo.
—Acabarás por saberlo. Ustedes los extranjeros han venido del cielo y están ocupando todo el mundo, así que tarde o temprano llegarán a nuestro pueblo.
—Tienes razón. ¡De acuerdo!, haré todo lo que pueda para que los tuyos no sufran. Pero tan sólo puedo responder por los míos. Hay otras gentes a las que no puedo controlar.
—Sé que tú harás todo lo que puedas.
—Bien. Has dicho «dos condiciones». ¿Cuál es la otra?
—Quiero tener una hija contigo.
Luis se quedó atónito al oír aquellas palabras.
—¿Una hija? ¿Y si es un niño?
—Si nace un niño y es hijo tuyo, lo aceptaré. Pero sé que la diosa Kimla me dará una niña.
Luis decidió no explicarle que era imposible que bistulardianos y terrestres tuvieran hijos… salvo con intervención genética. Si ella quería que él le hiciera una hija, no tenía inconveniente en intentarlo. Tal vez bastara con eso para que le contara donde estaba la mina de hierro de su pueblo.

Habían pasado ya casi tres semanas desde que apareciera Bliona y los exploradores se estaban cansando de no hacer nada. Habían visto que Luis andaba todo el día (y toda la noche) con la nativa y aunque éste les había asegurado que buscaba la forma de que ella revelara la fuente del hierro (todos habían visto el adorno que llevaba en el pelo), aún no lo había conseguido.
Algunos hablaban de marchar hacia las montañas. Ahora sabían, no sólo que había nativos, sino que éstos conocían el hierro.
Luis se debatía entre las dudas. Sobre todo porque ya se había dado cuenta de que Bliona no le revelaría su secreto si antes no tenía la hija prometida.
Sólo quedaba una solución. Irían a Nueva Lima y se someterían a un tratamiento de mestizaje.
Empezó por explicárselo a Bliona. No le habló de células ni de cromosomas, pero sí le explicó que allí conocían una magia para permitir que la gente del mundo (llamado Bistularde) tuviera hijos con la gente que venía del cielo, terrestres como él. Se justificó diciendo que hasta entonces pensaba que no haría falta, pero que ahora veía que no quedaba otra solución.
Ella le creyó y se mostró dispuesta a partir enseguida.
Pero antes, Luis debía dejar a alguien a cargo. Teresa Diañez le pareció la persona más adecuada.
Puso a Teresa en antecedentes. Y sobre todo le rogó encarecidamente que no organizaran una expedición al pueblo de Bliona, explicándole la promesa efectuada. Teresa prometió mantener a la gente ocupada y sobre todo enfriar a los más calenturientos.
Y así, en el día 197º, Bliona y Luis Barbastro partieron en el transporte de superficie hacia Punta Sur.
Bliona lo pasó fatal durante esa parte del viaje. Nunca había estado tan cerca del mar y las olas tan grandes parecían ahogarla. Se sintió de lo más contenta cuando pisó tierra de nuevo. Aunque fuera una tierra en la que nunca había estado.
Subieron a un vehículo suborbital, y la chica j’minte sufrió un nuevo choque cultural, al verse en un vehículo que ascendió por el espacio. Pudo ver su mundo como nadie antes lo había visto, y descubrió así que era redondo.
Para la gente del cielo podría ser normal, si viajaban entre los mundos. Pero para alguien que ni siquiera había volado hasta pocos días antes, todo era demasiado nuevo y asombroso.
Finalmente, Bliona llegó a una población enorme, llena de casas altísimas que llegaban hasta el cielo, de gente que andaba deprisa por unas cintas que se movían solas, y de objetos que pasaban a toda prisa. De los objetos también salía (o entraba) gente.
Las personas eran tanto del cielo como del mundo. Unos eran azules, como ella, otros rosados o marrones. Las caras eran redondas o alargadas, los pelos de todos colores (¡incluso rojo!), y los tamaños muy variados. Vio una mujer con el pelo verde, pero Luis le contó que ese color era pintado.
Casi todo el mundo vestía al estilo del cielo, con ropas de muchos colores que cubrían casi todo el cuerpo. Pero vio un chico alto de piel azul con un taparrabos de piel. Un aborigen, como ella.
Luis le había explicado los nombres. Aborígenes eran la gente del mundo, de color azul y que seguían con las costumbres de antes de conocer a los latinos (como se llamaban a sí mismos la gente del cielo). Conquistados eran los aborígenes que adoptaban las costumbres de los latinos. Colonos eran los latinos recién llegados al mundo. Colonos de segunda generación eran la gente como él, que habían nacido ya en Bistularde. Y mestizos eran los hijos mezclados de conquistados y colonos.
Había más divisiones y clasificaciones, pero Luis prefirió no comentarlas.
Buscaron una casita donde quedarse en Nueva Lima y se pusieron en manos de los especialistas en mestizaje. Extrajeron a Bliona varios óvulos. De Luis tomaron espermatozoides que manipularon para que tuvieran 48 cromosomas, en vez de los 46 normales.
Luis había explicado que deseaban una hija con pelo negro pero ojos azules. Eligieron el óvulo y el espermatozoide con los genes adecuados. Ambos fueron puestos en contacto, y de la fusión nació un embrión mestizo, que fue implantado en el útero de Bliona.
Esperaron hasta estar seguros de que el embarazo progresaba. Se les aseguró que de ahora en adelante todo marcharía normalmente, así que se prepararon para marcharse.
Sin embargo, justo cuando lo tenían todo a punto, Bliona empezó a sangrar.
Luis la llevó al centro de urgencia y el diagnóstico fue “incompatibilidad del embrión”.
Sucedía a veces: aunque siempre se procuraba que el embrión fuera compatible con los tejidos de la madre, no siempre se lograba. A veces quedaba algún gen del padre que daba lugar a proteínas incompatibles con las de la madre, activando las reacciones de rechazo.
El embarazo era de alto riesgo y Bliona debería permanecer internada hasta el parto… que incluso podría adelantarse.
La j’minte lo aceptó con paciencia y entereza. Ella quería tener su niña a cualquier precio.
Para Luis, la demora supuso un tormento. Temía lo que podía suceder con los suyos si no aparecía hierro pronto, sabiendo que a unos cientos de kilómetros tierra adentro lo había con total certeza.
De vez en cuando contactaba con Teresa, en el campamento de Gamma, y ella le contaba que todo iba en orden. Eran pocos los contactos, pues resultaban muy caros.
Por fin, decidieron intervenir y adelantar el parto, pues Bliona se estaba debilitando en exceso. La niña era increíblemente pequeña, y la madre preguntó si siempre eran así los hijos mestizos. Le explicaron que no, que era porque había nacido antes de tiempo.
Ella sabía que los niños prematuros tenían muy pocas posibilidades de sobrevivir, pero tampoco ignoraba que los medios de los extranjeros eran muy superiores. Tal vez serían capaces de hacer que aquella niña tan pequeña, que cabía en la palma de su mano, se desarrollara bien.
Como Bliona aún estaba débil y no podía levantarse, fue Luis quien se dedicó a contemplar a su hija en el nido todos los días.
Su espíritu de padre se fue fortaleciendo, viendo como aquel diminuto cuerpo se hacía cada días más grande.
Bliona también tenía contacto con la pequeña, pues le daba un poco de pecho varias veces al día. Una enfermera se la traía, tomaba su ración y luego se la llevaba.
Cuando ella se hubo recuperado, también acompañó a Luis en sus visitas al nido.
Finalmente, Bulis (nombre que le dieron a la niña) pudo salir del nido. Luis y Bliona se la llevaron a su casa.
Pero aún no podían marcharse. Bulis debía ser controlada diariamente hasta que los médicos pudieran dejarla marcharse a un lugar tan alejado de la civilización. Sólo cuando pudieran estar seguros de que se desarrollaría como cualquier otro niño, tan sólo entonces podrían irse.
Luis llevaba unos cuantos días sin contactar con Gamma. La última vez no lo había logrado, pero supuso que sería por algún fallo en el equipo (algo bastante habitual). Pero ya se estaba empezando a preocupar.
Por fin, los médicos dieron el alta definitiva a Bulis. Era una niña normal, de piel entre rosa y un azul muy tenue, pelo negro y ojos azules. Tomaba el pecho con ganas y reaccionaba perfectamente a las voces de su madre y de su padre. Incluso había empezado a mostrar intentos de sonrisa. Era encantadora, pensaba Luis.
Hicieron las maletas una vez más, incluyendo la pequeña cuna de viaje.
Volaron hasta Punta Sur y de allí al campamento en Gamma.

(Continuará...)

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