24 noviembre 2011

ATAYTANA.6

6

Adacaimo ordenó reunirse el sabor, o sea el consejo de nobles. Lo hicieron en un tagoror situado en un sitio céntrico. El tagoror estaba destinado a la reunión del sabor de cualquiera de los menceyatos que convivían en las tierras comunales durante el verano.
      Con el mencey estaba Benitomo y unos cuantos achiciquitza, además del padre de Ataytana, que era achimencey. También se hallaba presente Achosman, el sigoñé de Abona. Fuera del tagoror, pero cerca del mismo, se encontraba Ataytana con su madre y sus dos hermanas pequeñas. No tenía hermanos varones.
      En cuanto a Araday, permanecía en la cueva con la única compañía de su perro. Pero muy cerca había varios guerreros de Abona, vigilando que no se escapara. Los guanches no eran amigos de amarrar a los delincuentes, se les vigilaba de forma que no pudieran huir.
      Achosman relató lo que había visto. Ataytana fue convocada al sabor para que narrara su versión, y ella reconoció que había quedado con Araday en la cueva y que habían estado toda la noche juntos.
      —Porque lo amo, mi señor mencey. Como mujer que soy, puedo elegir.
      —Pero no a uno de la casta más baja. ¡Si al menos fuera un achiciquitza, podría subir de categoría si tiene los méritos para ello! Pero un achicaxna, ¡imposible!
      Ataytana se alejó para que el sabor pudiera deliberar.
      Finalmente se impuso la estrategia política. Adacaimo necesitaba una alianza con Tahoro que le sirviera como contrapartida a las acciones de Tegueste y Anaga. Un aliado como Betxenuña siempre sería útil en el caso de un posible conflicto con sus vecinos. Así que decidió ignorar las palabras de Ataytana, en el sentido de que ella había organizado la reunión con Araday.
      Según la versión aceptada por el sabor, Araday se había visto con ella sin su consentimiento, por lo que era culpable de faltar a la honra de una mujer, y más aún de una achimencey. El castigo sería el abandono en una cueva apartada, dejándolo a merced de las tibicenas.
      Cuando Ataytana oyó la condena, gritó que ella también quería ser condenada.
      —¡Que nos dejen juntos a los dos en la cueva! ¡Quiero morir con él!
      Dos sigoñés de Adacaimo la llevaron a rastras al campamento.
      De todos modos, la condena de Araday no podía hacerse efectiva sin la consideración de su propio mencey. Benitomo lo dejó bien claro: había que consultar con la gente de Tahoro y de Adexe. Los de Tahoro, porque quedaban afectados ante la próxima unión de Tafuriaste y Ataytana (que debería posponerse). Ellos estaban cerca, y su respuesta llegaría en cuanto Betxenuña decidiera.
      Pero de Adexe no había nadie porque Guayota les había impedido venir. Adacaimo envió un mensajero, pidiendo una respuesta.
      Mientras, Araday debería aguardar en la cueva. Ahora la vigilancia quedaba a cargo de un guerrero de Güimar y otro de Abona. A veces venía también alguien de Tahoro para ayudarles.
      Pasó el Beñesmén, y Araday no pudo disfrutarlo pues seguía encerrado.
      De hecho, tampoco Ataytana lo disfrutó, pues no se sentía bien. No era el malestar que ella esperaba, era tan sólo la ansiedad por el futuro que le deparaba a su amado. Al menos, se alegraba de que se hubiera suspendido la boda con Tafuriaste, pues ahora estaba segura de que no lo amaba.
      Si ella no fuera una achimencey no habría tantos problemas. Tal vez perdiera su categoría, pero podría unirse al hombre que amaba si era lo que ella deseaba.
      Pero en su caso, las necesidades políticas harían que se debiera unir con un hombre al que no quería. Era una unión aborrecible para Chaxiraxi, pero no encontraba la forma de explicárselo a su padre y a su tío sin llevarlos a la deshonra.
   
      Finalmente, llegó el mensajero de Adexe, cuando apenas quedaban días para permanecer en la cumbre: ya empezaba a hacer frío por la noche.
      El mensajero dijo que Atocarpe había abjurado de Araday como súbdito suyo, pues había abandonado un valioso rebaño de ganado dejando que unos pastores de otro territorio se hicieran con el mismo. Ya eso era un delito digno de castigo, así que los de Güimar podían hacer con él lo que quisieran: el castigo de las tibicenas estaría, por lo tanto, más que justificado.
      Ataytana pudo escuchar aquellas palabras, pues se hallaba presente. Pero recordó el mareo que había sentido al levantarse, que le había llevado a vomitar. También recordó que llevaba ya varios días sintiéndose indispuesta y que no le había llegado el periodo. Sabía muy bien lo que todo eso significaba: el antiguo conocimiento de su madre le permitía calcular los días más adecuados para quedar preñada y ella lo había tenido en cuenta para elegir la fecha de la cita con Araday.
      Finalmente, Chaxiraxi la había ayudado. No estaba triste sino alegre, pero lo disimuló cuando, con la cara seria, se acercó a su padre para darle la noticia. Éste, atónito, se la pasó en susurros al mencey, quien se quedó de piedra al saberlo.
      —¿Estás segura, mujer, de que vas a tener un hijo?
      —Sí, mi señor. Chaxiraxi me ha bendecido.
      —Y el padre, ¿es ese achicaxna de Adexe?
      —No puede ser otro, mi señor.
      —¡Hay que comunicárselo de inmediato a Betxenuña y Tafuriaste!
      Hacia media tarde, les llegaba la respuesta de Tafuriaste: se negaba a alimentar al hijo de un achicaxna. Renunciaba a la boda, en otras palabras.
      Una mujer embarazada necesitaba de un hombre que la cuide. Si no lo tenía, debía buscarse; en el peor de los casos, su padre o hermano debería hacerse cargo de ella.
      Ni el mencey ni el padre de Ataytana quisieron quedarse con ella a cargo. De hecho, Adacaimo la declaró inmerecedora de la categoría de achimencey.
      Desde ahora pues, Ataytana no sería más que una achiciquitza, eso sí con los mismos sirvientes. Y si pasaba a vivir a otro menceyato, merecía que se le concedieran tierras y ganado.
      Como achiciquitza, Ataytana podía unirse a un achicaxna… aunque uno de los dos debería cambiar de categoría.
      En todo caso, ya era el momento de abandonar las tierras comunales. Araday y Ataytana consultaron con la gente de Abona. Aunque Achosman se opuso, los demás miembros del sabor estaban de acuerdo en admitirles entre ellos. Sobre todo el mencey y el guadameñe.
      Araday y Ataytana bajaron con los de Abona hasta Chasna, siguiendo la ruta de Tauce como era habitual.
      Ubay y Cataysa tuvieron un emotivo encuentro con los suyos. No sabían si volverían a verles, porque debían acompañar a Ataytana. Aunque era posible que se encontraran en las tierras del Echeyde para el próximo verano. O el siguiente.
      En Chasna tuvo lugar la ceremonia. En primer lugar, el sabor se reunió en el tagoror cercano y deliberaron.
      Preguntaron si alguien había visto a Araday ensuciarse las manos con sangre, con tierra o simplemente preparando la comida. Nadie respondió.
      Luego preguntaron si había cometido algún delito. Achosman dijo que se había unido con una mujer sin su consentimiento. Hubo una discusión y en el curso de la misma, fue llamada Ataytana. Ella contradijo la versión de Achosman: la unión había sido decidida por ella misma, de acuerdo a su derecho de mujer. No había delito.
      Nadie había visto a Araday castigar con crueldad a ningún animal, tampoco a un niño o anciano.
      Finalmente, el mencey quedó conforme en declararlo noble. Era un achiciquitza y se podría casar con Ataytana. De ello se encargó, entonces, el guadameñe.
      El propio mencey Peliguaro obsequió a la pareja con unas tierras para labrar, cinco cabras y un cerdo, y una cueva vacía. Perro ya tenían, evidentemente, así que no les hacía falta. Pero Araday debería acostumbrarse a mandar a sus pastores, no a cuidar él mismo del ganado. Sirvientes que se añadieron a los dos niños, Ubay y Cataysa.
      El guadameñe hizo entrega de una añepa a Araday. Éste no pudo evitar la emoción, y se echó a llorar.
      Ataytana lo besó hasta calmarlo. Para ella, la ceremonia era más bien una pérdida de categoría, pero comprendía lo que sentía su compañero. Y ella era feliz, viéndolo a él.
   
(Continuará...)
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