08 febrero 2011

JUICIO

En la sala del juicio únicamente se encontraban los dos equipos programadores y la gente de seguridad. Cada una de las dos Corporaciones había elegido a sus mejores especialistas en juicios y los había colocado en su sector.
A un lado estaban los tres técnicos de Kiltrex, la Corporación acusada. Al otro lado, y separados por una mampara transparente (en realidad, una variación del escudo que protegía el Cercado), los cuatro programadores de Liliplexum, la Corporación víctima del ataque presuntamente perpetrado por Kiltrex.
El grupo de seguridad estaba aburrido, sin nada que hacer. Y esperaba seguir así durante todo el juicio.
Dos enormes pantallas presidían cada sector. En la de Kiltrex se hallaba German-11, el presidente de la Corporación cuyo rostro sólo conocían unos pocos, aparte de los directivos claro está. German se veía tranquilo pues tenía plena esperanza de que no se pudiera demostrar la acusación.
En la pantalla del otro lado se veía a Kensing-5, recientemente elegido máximo director de Liliplexum. Estaba tenso, a la espera de lo que decidieran las máquinas.
Los Sistemas de Juicio habían demostrado ser prácticamente inmunes a cualquier intento de manipulación. Tras siglo y medio de aplicación habían dictado miles de sentencias, millones incluso, que casi siempre habían resultado ser correctas. Incluso las que no lo fueron y por lo tanto debieron revisarse, resultaron estar basadas en pruebas erróneas o declaraciones falsas. En ese tiempo, los juicios se habían reducido a lo esencial: declaración de los implicados y presentación de las pruebas, sin alegatos de abogados. En la actualidad, el dictamen de los sistemas se aceptaba sin dudar.
Los abogados y fiscales se habían convertido en programadores, encargados de diseñar la defensa y la acusación respectivamente. Un buen diseño del programa facilitaba una sentencia correcta, en eso estaban todos de acuerdo; aunque el propio sistema disponía de un programa estándar, se permitía a las partes adaptarlo a sus intereses. Se había comprobado que no afectaba a la imparcialidad, aunque sí que servía para que la sentencia se determinara con mayor o menor rapidez.
Aparte de las dos grandes pantallas de cada grupo, la pantalla central mostraba el resultado del trabajo de cada programador, o bien la respuesta del sistema.
Era el turno del grupo de Liliplexum. Habían elegido un rostro femenino, fabricado a partir de la reciente ganadora del concurso La Más Guapa, aunque su voz se había hecho más seductora.
—El pasado día diecisiete del corriente —dijo el rostro virtual—, fueron atacadas las instalaciones propiedad de Liliplexum situadas en Lima. El ataque se realizó mediante dos voladores-robots que sobrevolaron las instalaciones, pese a estar bajo el escudo del Cercado. Los robots liberaron sendas nubes de nanos sobre las instalaciones, y a continuación se autodestruyeron.
»Se activó el protocolo de seguridad, y todo el personal evacuó los edificios con la máxima rapidez que fue posible. No hay constancia de víctimas entre el personal, salvo un esguince de tobillo provocado por la precipitación en la huida. Todos los implicados fueron sometidos a análisis corporal, concluyéndose que los nanos no eran efectivos en el cuerpo humano.
»Toda la destrucción tuvo lugar en la maquinaria y en los productos almacenados en las instalaciones. Las máquinas quedaron hechas pedazos, los productos lo mismo. Y se detectó que todos los nanos propios empleados en la producción se habían desintegrado.
»Se realizó la toma de muestras por parte del equipo de incidentes de la Corporación. Sus conclusiones son las que siguen.
»Se hallaron dos tipos de nanos. Unos del tipo “killer” especializados en destruir todo objeto mecánico. Y otros del tipo “predator” encargados de aniquilar todos los nanos existentes, incluyendo los killer ya inactivos.
»No se pudo identificar al fabricante de ninguno de esos nanos, pero sus características se corresponden plenamente con los modelos K-14 y PD-X1 de Kiltrex. Si se confirma la identificación, se hace constar que no figuraba en los nanos como es preceptivo. De hecho no aparecía ninguna forma de identificación reconocible.
»Aunque los dos voladores quedaron hechos pedazos por su autodestrucción, se pudieron localizar fragmentos suficientes para identificarlos con los modelos GFL-12457-Z de Kiltrex. Cabe hacer constar que la correlación con el modelo indicado es de un 81,5%. Uno de los fragmentos resultó ser el chip de control, un Android-547XT, precisamente el modelo que equipan los GFL-12457-Z.
»Todo ello apunta a la Corporación acusada como promotora de la acción, cuyo importe de daños ya ha sido señalado.
»Fin del informe.
Era el turno de Kiltrex. Sus técnicos habían optado por el rostro de un hombre maduro, de barba blanca y voz sosegada.
»En primer lugar, hay que hacer constar que ninguna de las pruebas presentadas por la otra parte son concluyentes. Se habla de nanos y voladores que podrían ser fabricados por Kiltrex, pero no se llega a demostrar que fuera así. E incluso si realmente se trata de equipo nuestro, podría haber sido usado por otra Corporación con la intención de acusarnos.
»Pero supongamos que esa acción fuera una acción nuestra. ¿Cuáles serían los motivos? Resulta lícito dentro de la competencia comercial recurrir a ciertas acciones drásticas cuando la otra parte inició la acción de esa forma. Ya hay varios precedentes en tal sentido.
»Por lo tanto, si exponemos unos hechos que pudieran justificar esa acción, incluso aunque se concluya que hemos sido los causantes, el sistema puede decidir que tal acción ha estado justificada.
»El día 15 del pasado, la vivienda de German-11, nuestro presidente, fue objeto de una violación que hasta ahora resultaba inconcebible. Un grupo de sicarios de Afuera logró introducirse en el Cercado con identificaciones falsas y llegó hasta la mencionada vivienda. En su interior procedieron a robar joyas y monedas de oro y sometieron a diversas vejaciones a sus ocupantes, específicamente a German-11 y dos señoritas que le hacían compañía. El resto del personal permaneció ignorante del suceso hasta que tres unidades de seguridad se personaron en el lugar.
»Puede imaginarse la sorpresa del jefe del servicio cuando el teniente de seguridad le avisó que se había recibido la información de que un grupo de asaltantes se había introducido en la vivienda. El jefe no tenía noticias de ello, pero permitió la entrada de los agentes. Éstos se dirigieron hacia la habitación de German-11 y hallaron a los asaltantes, ya en plena retirada.
»Los asaltantes eran sicarios de Afuera y aunque no pudieron informar sobre la persona que les había dirigido, su líder identificó a Kensing-5 como el individuo a quien él llamaba “Jefe” y quien le había ordenado toda la acción, dándole toda clase de facilidades.
»Este hecho ha sido mantenido fuera del alcance de la población para evitar cualquier alarma social. Todos los implicados por debajo del llamado “Jefe” han sido arrestados y se hallan bajo control.
»Con respecto al informante, el teniente de seguridad no ha sido capaz de identificarlo, pero según él afirma, dicha persona parecía tener cabal conocimiento de los hechos y llamó para atrapar a los delincuentes con las manos en la masa, como suele decirse, pero después de que hubieran cometido sus fechorías. Todo apunta a que el informante era el llamado “Jefe”, es decir el ciudadano Kensing-5.
»Si, como parece evidente, la Corporación Liliplexum fue capaz de un ataque directo a la vivienda de nuestro presidente violando todas las normas de seguridad del Cercado en el curso de la acción, quedaría plenamente justificada cualquier acción por nuestra parte.
»He dicho.
El grupo de Liliplexum pidió la palabra.
—Sólo queríamos dejar constancia que el grupo de Kiltrex ha asegurado tener motivos para su acción, basándose para ello en un acto que no consta en el presente juicio. Por lo tanto, se deduce que reconocen la autoría del hecho que se juzga.
Sonó una suave música. El sistema ya disponía de datos suficientes. Dada la hora avanzada del día, se suspendía la sesión hasta la siguiente jornada.
Los dos jefes de las Corporaciones se desconectaron, volviendo a sus ocupaciones normales. Los grupos de técnicos salieron por puertas distintas, como era lo tradicional.
Aunque, también siguiendo una tradición algo más moderna, se reunieron en un saloncito con el personal de seguridad. Toda animosidad quedaba apartada frente a la camaradería del trabajo en común.
—Ustedes metieron la pata al mencionar la violación de la casa de German —decía uno de los técnicos de Liliplexum.
—No lo creo —replicó el de Kiltrex con quien compartía una copa—. Según nuestros análisis, era necesario señalar la causa para mitigar el efecto…
—Sí, pero sacaron a colación un suceso que no era motivo del juicio, lo que puede obrar en contra de ustedes y…

Por la mañana, los dos grupos de técnicos se hallaban en su sitio. Una de las pantallas mostraba a Kensing-5, pero la otra estaba en blanco. ¿Dónde estaba German-11?
En la pantalla central podía verse el rostro neutro, asexuado y de edad indeterminada, que constituía la identificación del sistema.
—El juicio ha quedado suspendido —informó—. El ciudadano German-11 ha aparecido muerto en su domicilio esta madrugada. Al no haber ya querellante, el resultado del juicio es irrelevante. ¿Alguna pregunta?
—Señoría, nuestro grupo de Kiltrex desearía conocer la sentencia en todo caso. Se nos ha acusado de un hecho que nos desacredita y deseamos que sea verificada nuestra inocencia.
—Se han señalado otros hechos que podrían justificar tal acción, pero tanto si son inocentes como si son culpables, el hecho se enmarca dentro de la actividad comercial habitual. Quien planteó la demanda aquí juzgada fue el ciudadano German-11. al no estar él presente, ya no hay demanda.
»Si ustedes, los representantes de Kiltrex, desean presentar de nuevo una demanda contra Liliplexum, pueden hacerlo, pero ha de repetirse todo el procedimiento.
»Por otro lado, aún queda por investigar el fallecimiento del ciudadano. Los indicios apuntan a un suicidio, pero bien podría ser un asesinato. Si se indicara el asesinato como causa del fallecimiento, la Corporación Liliplexum sería el principal acusado. Lamentablemente, tratándose de la muerte de un ciudadano no resulta competencia de este sistema, sino del tribunal central.
»Por lo tanto, sugiero a los miembros de la Corporación Kiltrex que si consideran llevar a cabo las acciones oportunas para esclarecer su inocencia en este caso, se dirijan a la audiencia adecuada.

02 febrero 2011

AVENTURA

Tsarik estaba aburrido. Lo solía comentar con sus guites, J’Loin, Brek y Yurömbe, y ellos coincidían en su apreciación.
En el Cercado se estaba bien, y había muchas diversiones. Pero llegado un momento, cansaban. Nunca había una verdadera sensación de peligro, todo era virtual, imaginario. Aunque fueran a un espectáculo realista, al salir podían olvidar la sangre, los dolores, todo lo que pudieron sentir, y volver al mundo anodino de siempre.
No les atraían las drogas, pues una vez que empezaban ya no podrían parar. Ni los estímulos eléctricos, por lo mismo: Tsarik conocía un par de fumetas y un electro, y los tres eran pura birria.
Brek fue el primero en sugerirlo.
—¿Por qué no salimos?
J’Loin le recordó que Afuera había una total y absoluta falta de seguridad.
—Allí te matan por cualquier motivo, hasta para quitarte los zapatos.
Brek se miró los blaster que llevaba puestos, unos Kistrom recién comprados y se lo pensó mejor.
Otro día fue Yurömbe quien trajo el tema a colación.
—Oigan, guites, ¿no les parece que Afuera no hay aburrimiento?
—Sí, no te aburres —replicó Tsarik—. Pero no estoy seguro de que valga la pena. Una cosa es buscar algo entretenido y otra muy distinta suicidarte.
—Es verdad, Yur, piensa otra cosa —pidió J’Loin.
Y finalmente, quien propuso la idea fue Tsarik.
—¡Vamos Afuera! —dijo—. Creo que podemos hacerlo.
—¿A que nos maten, Tsar? —contestó Yurömbe—. ¡Si tú mismo me quitaste la idea el otro día!
—Vale, pero es que ahora conocí a un guite de los sics.
—¿Te refieres a los sicarios, esos que mandan Afuera? —preguntó J’Loin—. ¡Qué guper!
—Sis. Él podría darnos prote cuando vayamos Afuera.
—¡Sería guper, Tsar! —observó Brek—. ¡Dale plan!
—A eso voy. Escuchen el plan…

Salieron temprano, justo después del desayuno. Los cuatro se dirigieron hacia un control, donde el jefe de los soldados (un sargento, teniente o algo por el estilo, pues para Tsarik eran todos iguales), les dijo:
—He chequeado sus tarjetas y todos son ciudadanos libres, así que no puedo impedirles salir. Pero han de saber que Afuera no tendrán la protección del Cercado. Si les sucede algo, ¡allá ustedes!
Y sin más, les abrió el escudo protector del Cercado. Un pequeño agujero circular de metro y medio de diámetro se abrió y a través de él fueron saliendo uno tras otro. Debían agachar la cabeza para poder pasar.
Tsarik fue el primero en pasar. Miró a su alrededor mientras cruzaban sus guites.
—¡Guper! —dijo—. ¡No hay nadie al busco!
En efecto, la calle que conducía a unos edificios ruinosos estaba vacía. Sólo se veía un poco de basura y los restos de un viejo coche abandonado.
Yurömbe fue el último en cruzar. El agujero se cerró de inmediato.
Estaban los cuatro guites Afuera. Sin prote.
J’Loin fue el primero en hablar:
—Tsar, ¡dale busco, como dijiste!
—Sis. Por aquí tiene que haber un depo…
Tsarik miró a su alrededor y al fin localizó lo que buscaba.
—¡Allí está el depo!
A unos metros de distancia había lo que parecía un depósito de basuras. Fueron hacia él y lo abrieron.
En el interior había objetos diversos, las cosas que la gente de Afuera debía abandonar antes de entrar en el Cercado. Sobre todo armas.
Había cuchillos, pistolas energéticas y de munición, palos…
También había porciones de drogas, luminarias portátiles, incluso ropa.
Cogieron algunos trapos malolientes para ponerse encima de su ropa, pues resultaba demasiado llamativa. Y recogieron algunas armas.
Tsarik y Yurömbe tomaron una pistola cada uno, aunque no tenían ni idea de cómo usarlas. J’Loin fue más prudente y recogió un cuchillo. Brek optó por un palo grande, una especie de bastón.
—Ahora, sigamos con el plan —dijo Tsarik—. Toca la busca de los sics. Ya deberían estar aquí.
En efecto, unos doce individuos de mal aspecto se les acercaban. Habían aparecido tras una esquina sin que ellos se dieran cuenta, enfrascados como estaban en buscar en el depósito.
Tsarik se quedó pálido, pero reconoció a su líder.
—¡Salud, Klinterio! Estos son mis guites.
—¡Ya veo, Tsar! —respondió el aludido. Y continuó, dirigiéndose a los suyos—. ¡Chicos, hoy toca hacer de gallinas!
—¡Pues que se porten bien los pollitos! —replicó uno de los sicarios.
Tsarik conocía un poco de la jerga de los sics. «Hacer de gallina» era cuidar de ellos como una gallina cuidaría a sus polluelos. Era una expresión algo injuriosa, pero no podían responder. Aquellos sics les harían papilla y ahora tenían que estar guper con ellos.
—Pues dale plan —concluyó Tsarik—. ¡Vamos, guites!
—Bien, pero ¡que todos los pollitos estén juntos! —exclamó Klinterio—. ¡Nada de separarse!
Así, totalmente rodeados por su escolta, los cuatro se internaron en el dédalo de calles. La basura cubría el pavimento hasta el extremo que se había convertido en tierra y por todos lados brotaba la hierba y el musgo.
Lo poco que podían ver era una pura birria. Y era poco, pues los sics no les dejaban ver casi nada, salvo el suelo que pisaban.
De vez en cuando pasaban junto a unos montículos terrosos, a veces cubiertos de musgo. Yurömbe preguntó por ellos y le respondieron:
—Hace años, ¡muchos años!, eran vehículos. Están así, abandonados, porque nadie los usa para vivir. Los que hacen de casas están más cuidados.
Y, en efecto, otros eran claramente reconocibles como vehículos abandonados. Sin cristales, pero más limpios, en ellos siempre había alguien.
—Si los dejan vacíos se los quitan —explicó Klinterio—. Por eso siempre se queda alguien del grupo.
—¿Cuánta gente vive en un coche de esos? —preguntó J’Loin.
—Depende del tamaño. En un modelo de dos asientos viven hasta siete.
—Pero ¡ahí dentro no pueden dormir siete!
—¿Quién habla de dormir? Siempre hay alguien despierto, buscando comida o cuidando.
Siguieron caminando. Pasaron junto a algunos grupos de gente, que se apartaban al ver llegar a los sicarios.
Nadie se atrevió a decirles nada, pues reconocían y respetaban a Klinterio.
Pero Brek se quejó.
—¡Con esta escolta no podemos ver nada!
—Si nos apartamos, no podemos garantizar la prote —arguyó el jefe.
—Pueden hacerlo si no se alejan —observó Tsarik—. Pero Brek tiene razón. Vinimos a ver esto y no vemos una birria. Apártense un poco.
—Vale, ¡pero no se separen!
Ahora la escolta les dejaba más espacio, y los cuatro guites podían ver el panorama. Seguía siendo una birria, pues nada más apreciaban que no fuera basura, gente mal vestida y con aspecto hambriento, y edificios ruinosos.
Pasaron junto a un grupo de árboles. En su interior vieron unas tierras labradas protegidas por unas cercas muy toscas, llenas de alambre de espino y restos de latas afiladas.
—Es el campo de los mercaderes —explicó el jefe de los sicarios—. Ahí se cultivan unas cuantas cosas para vender.
Klinterio saludó a un grupo de hombres que vigilaban aquellos campos.
—¡Qué hay, Gustavio! ¿Alguna novedad?
—¡Nada, Klinterio, esto está muerto hoy!
—¡Pues que siga así, guite!
—¡Ya, pero me gustaría tener un poco de diversión!
—¡En unos días la tendrás! No te cuento más porque ahora están estos pollitos, pero ¡ya lo verás!
—¡Una incursión! ¡De guper!
Siguieron caminando, ya de regreso al Cercado.
De pronto, Tsarik observó que faltaba Brek.
Justo cuando descubrió su falta, todos oyeron su grito. Venía de una esquina cercana, donde se apreciaba un grupo de gente.
—¡Por mis huevos! ¡Ese pollo nos ha jodido! —exclamó Klinterio.
Todos corrieron hacia donde se oían los gritos.

Brek se había distraído observando la forma en que estaba elaborada aquella cerca. Era tosca pero parecía efectiva; quien intentara cruzarla se haría daño con los pinchos de alambre o se cortaría con las latas.
No se dio cuenta de que los otros había seguido su camino. Cuando lo descubrió, estaba solo.
Un grupo de unos veinte desarrapados venía hacia él, bloqueando el regreso a su gente.
Cogió su bastón, y lo blandió ante ellos con gesto amenazante.
Varios de los desarrapados hicieron gestos burlones. No hablaron, pero su amenaza era evidente.
Lo rodearon de inmediato y le quitaron el palo.
Brek gritó.

Tsarik y Yurömbe prepararon sus pistolas, y J’Loin su cuchillo. Todos los sicarios tenían a punto sus propias armas.
Mientras, corrían hacia donde habían escuchado el grito.
La gente que había emboscado a Brek ya había desaparecido, escondida entre la multitud.
De Brek sólo quedaba el cuerpo desnudo, lleno de sangre y todo golpeado. Estaba muerto.
Yurömbe disparó su arma y casi le da a uno de los sicarios.
—¡Dame eso, imbécil! —exclamó Klinterio—. Si no sabes usarlo, es mejor que lo dejes o vas a acabar matándote tú.
Hizo lo mismo con el arma de Tsarik y el cuchillo de J’Loin.
—Estos cacharros hay que saber usarlos, pollitos.
—¿Qué hacemos con Brek? —preguntó Tsarik.
—¡Carga con él si quieres! Nosotros no haremos nada, porque ya no sirve de nada.
Tsarik y Yurömbe intentaron cargar con el cuerpo, pero comprendieron que no podían llevarlo hasta el Cercado. Lo dejaron allí, abandonado.
Apenas se alejó el grupo, varios de los más hambrientos se acercaron al cadáver. Estaba bien alimentado…
Poco después, el grupo de tres finalmente llegaba junto al escudo.
En un rinconcito se apreciaba una unidad lectora. Estaba llena de basura y más de una vez había sufrido el pillaje. Pero ahora funcionaba.
Los tres chicos del Cercado prepararon sus tarjetas. Pero primero, el jefe de los sicarios tenía que despedirse de ellos.
—Bien, aquí les dejo, guites. Pero antes de cruzar el escudo, escúchenme bien. ¿No querían aventuras? ¡Pues ya las tienen! Ahora vuelvan a sus refugios ¡y no salgan nunca más! Afuera no es sitio para disfrutar aventuras. ¡Es el infierno!