23 junio 2011

Bentorán

Tras ser derrotado en la batalla de La Laguna, el guanche Bentorán ha de adaptarse a la nueva forma de vida impuesta por los conquistadores, siempre velando por su mujer y sus dos hijas. Aunque ha sido bautizado con el nombre de Juan Fernández, él sigue fiel a sus costumbres y a escondidas le reza a su dios Achamán. Perseguido por mantener sus costumbres, se salva al embarcar como emigrante hacia las Indias Occidentales, junto con su familia. En la ciudad de Santo Domingo puede comenzar una nueva vida, pues allí nadie sabe de su origen pagano.


Disponible en las principales librerías de la isla (o al menos eso espero) y en la web de ediciones idea

20 junio 2011

LA MEJOR DEFENSA, EL CONTRAATAQUE

La pandilla de Jorge estaba contenta. La noche se estaba dando bien. Nada más oscurecer habían trancado a un fulano despistado, con la cartera repleta de billetes.
El tío se había ido corriendo, todo cagado, y Jorge lo había dejado marchar; con un poco de zarandeo había soltado todo lo que llevaba encima. El reloj era de marca y aunque no de oro, seguro que sacaban bastante de él. El móvil estaba encendido y sin bloqueo, así que podrían aprovecharlo hasta que lo bloqueara la operadora; dependía de lo rápido que fuera el fulano, pero al menos les daba para hacer un par de llamadas guarras.
Y la cartera tenía un buen fajo de billetes, incluidos dos de 500.
Después de pasar un rato oyendo guarrerías en una línea porno, todos estaban más que calientes.
—Ahora, lo que nos hace falta es una tía —dijo Jorge.
Y se pusieron al acecho.

A Julia no le hacía mucha gracia pasar por aquellos callejones. Pero se le había hecho tarde y sabía que por allí podría atajar. En horas decentes era un lugar de paso habitual.
Pero aquellas no eran horas decentes, precisamente.

Jorge la vio venir y avisó a los demás por señas, en silencio. Era perfecta: joven, sola, y con falda corta.
Nada más pasar ella frente al portal donde esperaban, se le echaron encima.

Julia se vio atrapada. Eran cinco hombres.
—¡No me hagan nada! —dijo y les mostró el bolso para que lo cogieran.
—Deja tu bolso quieto —replicó el que parecía ser el líder—. Lo que me interesa es otra cosa.
Como decían algunas feministas «si no puedes evitarlo, mejor trata de disfrutarlo», así que Julia aceptó lo inevitable.
—Ya me lo imagino, tronco —contestó—. Pues ¿sabes una cosa? Yo también tengo ganas. A ver quién es el primero. Pero no me rompan la ropa, porfa.

Jorge se quedó de piedra. ¡La muy puta no se iba a resistir!
—Yo soy el primero. Pero como hagas algo raro, te vamos a dar una paliza que no la cuentas.
—¡Menos amenazas y demuestra que tienes cojones!
Mientras decía eso, la chica se quitaba las bragas y se tendía en el suelo.
Jorge no podía desperdiciar la oportunidad. Se bajó los pantalones y se le echó encima.
Pero no podía hacerlo. No se sentía excitado.
Le gustaba sentir como la mujer se debatía debajo de él, como la penetraba con fuerza y como ella gritaba de dolor. Pero aquí no había violencia.
¡Allí estaba ella toda escarranchada y ofreciendo su pubis depilado! Y eso no le ponía cachondo.
¡Encima, lo tenía pelado como una chiquilla!
Ella vio que no se le empinaba y fue comprensiva.
—¡Vaya! Parece que voy a tener que ayudarte un poco.
Y sin más se puso a hacerle una felación.
Tras un poco de trabajo por su parte, el jefe de la pandilla estuvo a punto y pudo cumplir con lo suyo.
Después fue el turno de cada uno de sus secuaces. ¡Aquella chica era inagotable!
Uno tras otro la fueron penetrando, y más de uno logró incluso que ella gritara de gozo.
Terminaron, y ella aún quería más. Trató de hacerlo otra vez con Jorge, pero estaba agotado. Lo mismo todos y cada uno de sus seguidores.
Todos ellos estaban rendidos y la dejaron vestirse tranquilamente.
Ella se fue y les dejó tirados en el suelo, agotados.

Julia se fue, contenta. ¡Y satisfecha! Había sido una buena jodienda. ¡Cuánta razón tenían las feministas aquellas!
Era un poco tarde para ir a la discoteca. Pero ya no importaba.
Y lo mejor era el fajo de billetes que había conseguido…

Jorge se levantó del suelo. Estaba casi seguro de que le había vencido el sueño, ¡tan agotado estaba!
Allí estaban sus pantalones; los cogió para ponérselos.
¡Un momento! ¡Faltaba algo!
¡El fajo de billetes!
¡La muy puta les había birlado el dinero!
Se lo había cobrado. ¡Y muy bien!