28 enero 2016

Nueva historia de Draco

No es frecuente que una planta tenga nombre, pero Draco lo tiene. Tal vez porque es un drago, nombre científico Dracaena draco. No es un árbol, pero lo parece. Es viejo, aunque no tanto como aquel otro espécimen que dicen los humanos tiene dos mil años de edad.
      La vida de Draco empezó de forma muy azarosa. Un mirlo comió los frutos anaranjados y riquísimos que daba una planta (su madre y su padre). Volando, el pájaro decidió expulsar lo que le sobraba, como hacen las aves. La deposición cayó en suelo fértil, y una semilla germinó, bien abonada.
      Draco comenzó sus días en peligro. Una diminuta mata, fácil de confundir con la hierba y con el riesgo de que cualquier animal la devorara; o simplemente la aplastara al pasar. Pero tuvo suerte y creció. Llovió y la tierra absorbió el agua. Algún caracol comió parte de sus escasas hojas, pero no le hizo un daño permanente.
      Cuando ya medía dos palmos de altura, apareció otro peligro, que Draco ignoraba. Un grupo de humanos había decidido construir un edificio en la tierra donde estaba Draco. Llegaron los tractores, pero uno de los operarios vio al pobre drago entre la hierba y pidió que lo salvaran.
      Otros humanos cortaron la tierra alrededor de Draco y lo pusieron en una maceta. Lo llevaron lejos, a un lugar donde había muchas plantas en macetas, casi todas jóvenes. Algunas eran dragos como Draco, otras eran pinos, madroños, loros, brezos…
      Fueron días de buen alimento, abono cuando hacía falta, riego abundante, cambiar de maceta cuando se le hacia escasa la tierra.
      Días que terminaron cuando llevaron a Draco a otro lugar. Lo sacaron de su maceta, otra vez estrecha, y lo plantaron en tierra. Lo regaron varias veces pero con el tiempo, Draco tuvo que buscarse los nutrientes como cualquier planta. Sus raíces crecían buscando el agua y los minerales, sus hojas captaban el gas carbónico del aire, dando oxígeno a cambio.
      Draco creció y creció. Hubo épocas de poco agua, en los que crecía menos; hubo épocas de bonanza e incluso hubo algún momento en que el agua fue excesiva y algunas raíces se pudrieron.
      Hasta entonces, Draco había crecido hacia arriba. Pero llegó el momento de florecer. Muchas flores dieron frutos, bayas amarillas que cayeron al suelo donde fueron devoradas por los mirlos y los gusanos.
      Draco echó cinco ramas. Ya no crecía sólo hacia arriba, ahora se abría hacia los lados. Sus cinco ramas se desarrollaron más y más.
      Vino otro momento de florecer. Ahora no era un solo racimo, eran cinco los racimos de flores, luego frutos. Draco era digno de admiración por la gente que vivía en la casa vecina, en medio del jardín con rosas, palmeras e incluso limoneros.
      Tras la floración, nuevas ramas. Y empezaron s surgir brotes que desde arriba buscaban el suelo, para tener más apoyo.
      Los humanos de la vivienda tuvieron que irse. La casa cayó en la ruina y alguien decidió que, en su lugar, se construiría un centro comercial. El jardín sobraba.
      Los limoneros, rosales y palmeras cayeron bajo el hacha, pero Draco se salvó una vez más.
      Llegaron las máquinas y excavaron alrededor de Draco. Lo subieron en un enorme camión y se lo llevaron a un lugar parecido al de años atrás: había plantas jóvenes de muchas especies, incluyendo draguitos, pero también dos plantas viejas, como Draco, con maderas alrededor sirviendo de muletas.
      Meses más tarde, Draco volvió a ser llevado en un camión. Encontraron un lugar para él, un sitio rodeado por coches ruidosos que emitían gases, pero la tierra era buena. Le dejaron sus muletas de pino viejo.
      Draco sintió que sus raíces buscaban nuevos nutrientes, mientras crecían libres otra vez. Con el tiempo, le quitaron los soportes de pino y creyó que de nuevo podría crecer tranquilo.
      Pero no fue así: por allí pasaban humanos de todo tipo. Un grupo de pequeños se colgaron de una de sus ramas, la cual no soportó el peso y se rompió. Los pequeños humanos salieron corriendo, asustados por lo que habían hecho.
      Otros humanos rajaron su corteza para dejar sus iniciales, o para sacarle la savia y usarla en alguna medicina. Incluso uno intentó quemarlo, pero no lo consiguió por la intervención de otros humanos (y porque ese año la corteza estaba húmeda por la abundante lluvia).
      No sólo la gente, a veces el tiempo también hacía daño. Un temporal repitió lo que habían hecho los niños y de nuevo otra rama se partió. Draco quedó desequilibrado, con más peso de un lado que del otro y hubo que ponerle soportes permanentes para que no se partiera.
      Pero el «Drago de la rotonda» ya no está solo. Han traído pequeños dragos, aún sin florecer, que le hacen compañía en el lugar.
      Y tiene otros compañeros, animalitos que han descubierto un agujero en su corteza y han hecho sus moradas en el interior. A veces roen por dentro, pero Draco los deja, pues así es la vida. Algún día caerá por completo, tal y como ya ha perdido dos ramas.
      Llega de nuevo el momento de florecer, y las flores se convierten en frutos. Las bayas amarillas caen y sirven de alimento a mirlos y ratones. Y algún humano recoge las semillas para plantarlas en vasos de yogur; con suerte, algún hijo de Draco nacerá y crecerá en otro lugar de la isla.
      Como viene sucediendo desde tiempos inmemoriales.

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