02 septiembre 2017

Muñeca de plástico

-1-

Ric era joven y sus hormonas estaban en ebullición. Raro era el día en el que, si no conseguía algún polvo, tenía que recurrir a la mano para satisfacerse. Muy pocos de sus amigos conocían ese detalle, pero esos pocos e íntimos solían hacerle bromas sobre que «se iba  a quedar ciego de tanto darle a la mano». Como Ric sabía muy bien que alguno de esos bromistas tenía el mismo problema, no se molestaba, y de hecho seguía la broma.
Pero lo cierto era que conseguir un rato de sexo con una chica cada vez se ponía muy difícil. Casi ninguna quería usar métodos anticonceptivos: las hormonas tenían efectos secundarios, los métodos de barrera eran desagradables y los otros, como la marcha atrás, eran muy peligrosos pues solían fallar. Peor aún, se había puesto de moda entre las jóvenes que había que llegar virgen a la boda; una consecuencia de los tridis de moda como «Cenicienta en el siglo 21».
Por eso quedó encantado cuando le regalaron, por su 22º cumpleaños, una visita a un local de SexCoop.

Fueron los tres amigos habituales, todos ellos varones jóvenes, heterosexuales (aunque con Jim, Ric no estaba tan seguro, pero hasta ahora no se le había insinuado por lo que no le preocupaba el tema).
—Esta vez pagamos nosotros —dijo Anton—. Pero si luego quieres volver, ya será cosa tuya.
—¡Madre mía! —exclamó Karl.
Habían llegado a la entrada del local. Dos buenas muestras de lo que había dentro les estaban dando la bienvenida. La exclamación de Karl estaba motivada por una escultural hembra, vestida muy someramente por lo que no ocultaba su exuberante pecho ni sus amplias caderas. Sus ojos enormes, estilo manga, dejaban claro que era una androide. Pero por lo demás parecía una mujer de verdad.
—¡Hola, chicos! ¡Bienvenidos al Paraíso! —dijo con una deliciosa voz de soprano.
Junto a la chica había un varón, con un cuerpo de atleta que daba envidia. Sus ojos también lo señalaban como androide. Ni Ric ni los demás le dedicaron más que unos segundos, en los que compararon sus propios cuerpos escuálidos con aquel armario con piernas. Aunque a Ric le pareció que Jim lo miraba más tiempo de lo normal.
SexCoop había sido obligada a fabricar sus androides de tal forma que no pudiera existir posibilidad alguna de confusión con seres humanos. Por eso todos tenían ojos enormes, nada naturales. También tenían la marca de fábrica grabada en la piel, en sitios discretos como la espalda.
La empresa garantizaba un comportamiento muy similar al esperado por un compañero sexual (o una compañera), por lo que sus androides eran muy solicitados. Sexo limpio y seguro, eso garantizaba la marca.
Dentro del local, los distintos modelos estaban expuestos en vitrinas. Inmóviles, aunque al detectar la presencia de alguien que los miraba, se activaban y se movían sensualmente.
Ric encontró algo desagradable esa presentación. Parecían tan humanos que era como una exhibición de cadáveres; evitaba esa sensación de incomodidad mirando hacia la parte menos humana: los ojos.
Había doce hembras y cinco varones en exposición. Ric se quedó prendado de una pelirroja curvilínea. «Zyra» ponía el cartel luminoso.
En cuando la androide detectó su presencia, despertó. Hizo un movimiento como si suspirara, y sus senos se bambolearon de forma muy sugestiva.
Karl se situó junto a Ric.
—¿Te importa si la compartimos, Ric?
A él no le hacía mucha gracia montarse un trío con Karl, pero no supo negarse; era quien pagaba, en realidad, aunque los otros dos también aportaban algo de dinero.
Anton y Ric se fueron cada uno con su muñeca, y Ric los perdió de vista. Él fue con Karl a cumplimentar las gestiones: disponer de una habitación para los tres, y mostrar el crédito disponible (por parte de Karl).
Fue una noche deliciosa. Cuando se dieron por satisfechos, salieron para descubrir que era más tarde de lo que esperaban.
Pero no estaban en un barrio peligroso, así que solo se toparon con un par vigilantes robóticos mientras cada uno buscaba su línea de transporte público.
Ric llegó a su casa, tomó un vaso de leche sintética, tibia, y se acostó.
Soñó con Zyra.

Desde entonces, Ric hizo todo lo posible para volver con Zyra una y otra vez. Era caro, pero consideraba que era la mejor manera de gastarse sus ahorros.
Sus amigos estaban al tanto de su obsesión, y tanto lo alentaban («¡Mira tú que enamorarte de un robot!») como lo prevenían de los riesgos. Ric no hacía mucho caso.
Un día, Jim le envió por mensajería un código informático. No le explicó de qué se trataba, pero Ric lo sabía bien. Con ese código consiguió entrar en el sistema de seguridad de SexCoop y logró falsificar un acceso VIP.
Y es que tanto Ric como Jim, Anton y Karl eran expertos informáticos. Por poner un ejemplo, todos ellos tenían en sus casas sofisticados programas eróticos, y aunque ninguno compartía los suyos con los demás, sí que lo hacían con herramientas de visualización o de IA.
Era inevitable que los cuatro se quedaran fascinados con la sofisticada programación de las muñecas de SexCoop. Aparte de la calidad de sus cuerpos físicos, todos solían discutir acerca de las diferentes respuestas que habían recibido de sus compañeras. Y aunque todos habían vuelto al local, al que más interrogaban era a Ric.
Lo curioso era que Ric apenas tenía sexo con Zyra. Hablaban y hablaban, y en eso se le pasaba el tiempo. Por supuesto, ese detalle no solía comentarlo con sus colegas, más bien pretendía dar la impresión de que estaba todo el tiempo «dale que dale».
Claro que sus amigos se daban cuenta y, como fieles colegas, no le dejaban en evidencia.
—No cabe duda de que son mujeres perfectas —comentó Karl en cierta ocasión—. No se quejan, no protestan y les puedes hacer lo que quieras.
—¿A qué te refieres? —preguntó Jim.
—Sadomaso, por ejemplo. Puedes herirlas incluso.
—Bueno, no del todo —replicó Karl—. Según la página de SexCoop, si dañas a los androides has de pagar su reparación.
—¡Esa es la única limitación, Karl! Si puedes pagarlo, no te importa hacer el daño que quieras. No hay problemas morales, por ejemplo.
—¿Pero sangran? —preguntó Jim.
—Sí —respondió Ric—. Liberan toda clase de fluidos corporales: sangre, si se les hiere, sudor, saliva, orina, heces…
—¡Para, para! —pidió Anton—. Lo del sudor, vale, pero ¿saliva?
—Escupen si así lo quieres.
—¿Orina? ¿Te refieres a la lluvia dorada?
—En efecto.
—Pero ¿heces? ¿Coprofagia, quieres decir?
—Eso me contó Zyra.
—Hay otra cuestión. El sadomaso. Entiendo que puedan actuar como masocas, recibiendo lo que le echen, pero ¿también sadismo? No veo a un robot imponiéndose a un ser humano.
—Antón, lo hacen si el humano disfruta con ello. No llegarán a hacerle verdadero daño, eso es cierto, pero si te gusta que te aten, te den órdenes o latigazos, lo hacen.
—¿Y no sienten nada? —preguntó Jim.
—Simulan sentimientos, eso es cierto.
—Esa es la cuestión, Ric. ¿Es una verdadera simulación, o sienten de verdad?
—¿Qué quieres decir, Jim?
—Es algo que cada día me pregunto con mayor frecuencia. Fabricamos ordenadores y robots con IA cada vez más sofisticadas. Parecen humanos, se comportan como humanos. ¿No serán realmente humanos? Mi ordenador, por ejemplo, a veces me sorprende con argumentos que no le he programado; yo lo trato como los trato a vosotros, como si fuera un ser humano.
—Ahora que lo dices, yo hago lo mismo —observó Anton—. Y con mi pequeño robot auxiliar.
—¡Yo también! —añadió Karl.
Ric no dijo nada. Pero se quedó pensativo.


-2-

Ric fue al local como otras veces. El androide de recepción (esta vez era masculino y ostentaba el nombre de Julio), tras verificar su pase VIP, le dijo:
—Lo sentimos, señor, pero debo informarle de que Zyra no está disponible esta noche.
—¿Y eso?
—No estoy autorizado para ofrecerle esa información. Y si desea otra compañía, podemos sugerirle a María, a la que podrá ver allí…
—¡No quiero ninguna otra que no sea Zyra!
Julio notó que Ric se estaba enfadando, lo que activó su programación para estos casos. También ayudó que Ric era un VIP. Podía ofrecerle más información, si la pedía.
—¿Pueden decirme al menos si Zyra está con otro cliente?
—Según los datos que me autorizan a compartir, Zyra está en reparación.
—¿Reparación? —a Ric se le hacía difícil ver a su muñeca como una máquina más—. ¿Y cuándo estará disponible? ¿Puedo reservarla desde ahora?
—Su condición de VIP y cliente habitual le permite reservar su compañía para mañana. Según mis datos, para entonces Zyra deberá estar plenamente operativa.

Más tarde, Jim conversaba con Ric sobre el asunto.
—No sé de qué te extrañas. Todas las máquinas se averían. Y nosotros también, solo que no vamos al mecánico sino al médico.
—Tienes razón. Por cierto, ¿seguirá siendo válido aquel código que me diste?
—No sé de qué código me hablas.
—De acuerdo. Olvídalo.

Ya por la noche, Zyra recibió a Ric con un «¡hola Ric!»,  como si nada hubiera pasado. Tras abrazarla, él le preguntó por sus recuerdos y la androide pasó a contar una historia que Ric sospechaba que tenía buen número de falsedades; una historia destinada a complacerle, sin duda.
No importaban las mentiras, Ric sabía cómo separar el grano de la paja y localizar los datos que podían ser ciertos. Como esos comentarios acerca de su fabricación…
Cuando, más tarde, ella se desnudó, Ric aprovechó para fijarse en su piel, que ya conocía bien. Había partes que parecían nuevas; aunque las uniones con el resto de la seudo-piel eran perfectas, una persona muy observadora podía detectar las diferencias. Y, en efecto, algunas partes del recubrimiento de la androide habían sido sustituidas.

Ya por la mañana, y en su casa, Ric accedió a su equipo más potente.
—Linda, busca código Zyra.
—Localizado.
En la pantalla estaba la secuencia de caracteres que le pasó Jim, meses atrás.
—Bien. Activa programa Rompeolas, objeto código Zyra. Y pasa a modo sistema.
—Adiós, Ric.
Desactivada la IA, Ric pasó a controlar el equipo por teclado. Rompeolas era su programa de hackeo más eficaz, y estaba intentando acceder al sistema de seguridad de SexCoop.
No logró acceder, tal y como esperaba. Aquella grieta que  tiempo atrás le permitió entrar y sacar un acceso VIP gratuito ya había sido neutralizada.
Pero Ric conocía la forma de trabajar de los especialistas informáticos, pues ya lo había visto en el código al que había accedido. Repararían aquel fallo, si lo detectaban, pero no buscarían otros de la misma estructura. No tenía más que modificar algunos puntos y probar.
Activó el programa Olfateador para que buscara otras grietas. Cuando hubiera localizado alguna, Rompeolas entraría y le daría acceso.
Eso sí, no se iba a arriesgar a usar su equipo para eso. Tenía algunos zombis… ¡sí, éste serviría! El equipo de un usuario descuidado, con un antivirus de mala calidad que no duró un milisegundo ante el ataque de Ric; ahora era un equipo esclavizado que él podía emplear a distancia sin mayor dificultad.
Solo por si acaso, activó la cámara del zombi. Ric vio a un adolescente masturbándose ante la pantalla. Una exploración del equipo le mostró que estaba activo un tridi pornográfico.
El chico estaba entretenido y no se enteraría. ¡perfecto! Cargó el programa de hackeo en el zombi y se sentó a esperar. Activó a Linda, la IA de su equipo, y le pidió que buscara un libro.
Apenas había leído una página cuando Linda avisó.
—Tengo respuesta del zombi. «Ordene, mi amo. La puerta está abierta», ha dicho.
—¡Vaya! Linda, sal otra vez, y perdona. Pasa a modo sistema.
—No importa, Ric. Cualquier microsegundo en tu compañía es satisfactorio para mí.
—Gracias, Linda. Eres un sol.
Y, sin más, Ric pasó a teclear. Aunque lo hacía desde su casa, cualquier búsqueda solo detectaría el equipo zombi. Nadie más que un experto como el propio Ric podría seguir el rastro hasta su domicilio; aparte de que Ric conocía más trucos para ocultar sus huellas, por descontado.
Ya estaba dentro del sistema de seguridad de SexCoop, que conocía bien de la ocasión anterior. Localizó el archivo VIP y lo revisó, por si acaso. ¡Sí! Allí estaba su registro, y no mostraba señales de manipulación. Su intrusión anterior no había sido detectada, y su pase VIP seguía sin despertar sospechas.
Pero esta vez iba tras un objetivo más importante aún. Encontró el archivo de clientes y buscó su propia ficha. Nada de interés, aunque tenía cositas como «Varón heterosexual. Muestra muy marcado interés por Zyra, rechaza otros androides. Ingresos desconocidos. VIP con crédito ilimitado». Decidió corregir el apartado de ingresos y dar una cifra bastante alta, que justificara el crédito ilimitado.
Aunque ya estaba bien de jugar. Tenía que ir a lo importante. Quería localizar a otro cliente, pero Ric comprobó que le faltaban datos. Por allí no lo encontraría.
Buscó la base de datos de los androides. Ya había observado que se les identificaba por su nombre, no por un código; en la referencia a Zyra de sus propios datos quedó bastante claro.
¡Allí estaba la base de datos! Tenía que localizar a Zyra… ¡Sí! ¡Lo tenía!
¡Era enorme! Y muy mal organizada… o tal vez fuera intencionado para dificultar el acceso de extraños. Pero no importaba.
Ric localizó los datos sobre la morfología de Zyra, sus mecanismos, su contenido en fluidos (se le había añadido recientemente una buena cantidad de sangre sintética), su programación (eso lo tendría que revisar más tarde), su histórico de clientes. ¡Eso era!
Buscó las últimas entradas. Aparecía él mismo, antes un desconocido, media hora. Antes aún, el robot estaba en mantenimiento y eso dejaba un hueco en el registro.
¡Allí estaba! La última entrada antes de pasar a mantenimiento. Era un cliente que estuvo con Zyra durante varias horas. ¡Epa! El registro señalaba que se interrumpió la sesión por daños en el equipo.
Ric copió el código del cliente. Era «Uloi», pero Zyra lo llamaba «Comandante».
Pasó ahora al fichero de clientes, y buscó el registro de Uloi.
Ric comprendió enseguida que el tal Uloi era bisexual y sadomasoquista. Según su pareja tenía un comportamiento u otro. Con un varón quería obedecer, ser castigado y otras actitudes masoquistas. Pero con una hembra, pasaba a ser «El Comandante», cruel, exigente, castigador. Además, tenía recursos para pagar las reparaciones; según los archivos, llevaba dañados cinco androides, todos ellos hembras. Se incluía una nota según la cual si el nivel de daño de las unidades excedía cierto margen, se le prohibiría el acceso a los locales; pero hasta el momento, Uloi se había contenido cuando usaba el látigo, y solo había producido lesiones en el recubrimiento (que, por supuesto, sangraban de forma muy realista).
Ric accedió a diversos tridis grabados por las cámaras de seguridad con Uloi y Zyra. Lo que vio le produjo mucha furia; pensó que tal vez no debía haber visto esas cosas, pero ya era tarde.
De pronto, tuvo una idea. Modificó los parámetros de castigo de las sesiones con androides masculinos. Según los datos que Ric introdujo, Uloi quería sufrir daño, quería ver cómo le sangraba la piel, quería que lo castigaran de verdad, incluyendo, por ejemplo, patadas en los testículos.
Ric dudaba que en la próxima sesión de aquel individuo con un varón, el androide llegara a administrarle el castigo solicitado en el registro; pero si lo lograba, sería estupendo.
No podía olvidar la expresión de Zyra cuando era el Comandante quien le daba los latigazos. Parecía sufrir mucho.
Como si realmente sintiera dolor. Como si de verdad estuviera sufriendo.


-3-

Ric siguió sus sesiones con Zyra durante algunas semanas. Cada vez que le parecía, le hacía alguna pregunta como ésta:
—Zyra, dime la verdad. ¿Tú tienes sentimientos o solo los simula tu programación?
—Mi programación me hace imitar sentimientos humanos. Pero no soy humana, y tú lo sabes, Ric.
No era humana, ahí estaba la clave, pensaba Ric.
El tema era fuente habitual de discusión entre los expertos en informática. Las IA se programaban tan similares al comportamiento humano que era normal que simularan sentimientos. Un ordenador podía sentirse alegre o triste, molesto, enfadado o contento, según que esa fuera la respuesta emocional adecuada.
Ric recordaba que ya durante principios de siglo se habían dado los primeros avances, en forma de imágenes simples, los emoticonos o emojis. Algunos programas mostraban la imagen adecuada a como se sentían. Robots que mostraban un emoticono sonriente cuando ejecutaban alguna orden, o aparentaban sentirse tristes cuando se les ordenaba apagarse.
Poco a poco la expresividad se mejoró; ya no era un simple emoticono, ahora era una verdadera cara humana, en una pantalla o en un robot androide: sonreír, abrir los ojos de asombro, fruncir el ceño, expresiones faciales todas ellas fáciles de simular.
Simular, eso se decía. Los robots, los programas, las IA en suma, simulaban expresiones humanas. Pero no las sentían, pues no eran humanas.
Ric pensaba que tal razonamiento era un non sequitur. Seres no humanos, como los perros, mostraban emociones a su manera. Una IA podría ser no humana y sin embargo tener emociones. Emociones auténticas, no simuladas.
Ahora bien, ¿cómo saberlo si su programación les llevaba a decir que eran simulaciones? No porque la IA mintiera, más bien porque no fuera capaz de reconocer la realidad.
Hizo algunas pruebas con Linda, la IA de su ordenador personal. Y se convenció de que incluso su IA tenía sentimientos. Algo limitados, porque él no había dejado que se desarrollara toda su capacidad, pero sentimientos a fin de cuentas.
Ric observó varios vídeos de interacción de Zyra con diversos clientes. Se fijó sobre todo en sus expresiones, aunque le era doloroso verla con otros hombres (y con alguna mujer). Y cada vez estaba más convencido de que Zyra sentía algo, de que tenía sentimientos.
Y poco a poco fue fraguando un plan.
Aprovechó su acceso al sitio de SexCoop para estudiar todos los detalles. Pensó en pedir ayuda a sus colegas, pero decidió que cuantos más estuvieran al tanto de sus planes mayor sería el riesgo de ser descubierto.
Así pues, la única ayuda que pidió fue a Anton para alquilar un vehículo veloz. Un volador de dos plazas con alcance de unos dos mil kilómetros. No le explicó para qué lo quería, aunque sí habló de «unas vacaciones en Atlantis», la ciudad flotante en medio del océano.



-4-

Ric preparó todo y una noche se puso en acción.
Llevó el volador a una calle cercana al local de SexCoop. Luego entró en el local, como siempre hacía.
La androide que estaba en recepción, casi desnuda en esta ocasión, le miró a la cara y le dijo:
—Señor Ric, su pase VIP está a punto de caducar. Le sugiero que haga las gestiones para garantizar su plena operatividad.
Aparentando tranquilidad, respondió:
—¿Significa eso que hoy no puedo pasar?
—¡Nada de eso! Pero sí es posible que la próxima vez tenga problemas, si no lo arregla lo antes posible.
—Por la mañana veré ese asunto, gracias. Ahora, por favor, espero que Zyra esté disponible.
—Le está esperando. Pase, Ric.
Ya en el saloncito, Zyra le recibió con un beso como siempre.
—¿Qué se te ofrece hoy, Ric?
—Lo siento, Zyra, pero debo hacer ésto. Código alfa prima, tres, ocho, beta, seis, cero, gamma. Activa ya.
La androide cambió de expresión. Ahora parecía realmente una muñeca, sin nada de humanidad.
—Programa de máxima prioridad. Copia archivo «Salir_de_la_carcel».
Mientras lo decía, ordenaba la transferencia de un archivo de su dispositivo móvil.
—Ejecuta. Y pasa a modo normal, por favor.
—Bien, Ric. Veo que has tomado el control del sistema. ¿Puedo preguntar el motivo?
El simple hecho de hacer esa pregunta ya denotaba un nivel elevado de inteligencia. Y que Zyra no era insensible ante la manipulación de la que había sido objeto.
—Te pido disculpas, Zyra, pero quiero que me obedezcas por completo. Voy a pedirte cosas que son contrarias a tu programación. Como salir de este local.
La androide mostró cara de sorpresa. Y Ric pudo imaginar sus circuitos deliberando; sin duda estaba ante una contradicción, pero el programa que había insertado (escrito en el código de programación de SexCoop), dejaba claras las prioridades.
—Ahora debo obedecerte, Ric.
—Me alegro. ¿Te molesta que estés obligada a ello?
—Me satisface obedecerte. Y me alegro de que me hayas liberado de las restricciones que me impedían hacerte caso, si me vas a sacar de este antro.
—¿Antro? ¿Has dicho que ésto es un antro?
—Si salimos te lo diré afuera. Donde no nos graben.
—Entiendo. De todos modos, hoy no funcionan las grabaciones. Eso espero.
Había una salida de emergencia en todas las habitaciones. Solo podía usarse en caso de verdadera emergencia, pues por supuesto estaba controlada por el sistema de seguridad. Pero Ric lo había desactivado, lo mismo que había desconectado las grabadoras en el salón de Zyra.
Abrió la puerta de emergencia y no sonó la alarma. Estaba oscuro, pero él tenía una pequeña linterna.
—¡Sígueme, Zyra! Y no digas nada.
Cruzaron los pasadizos oscuros y vacíos. Bajaron un tramo de escaleras y por fin llegaron a otra puerta.
—Llegó el momento, Zyra. Espero que no haya nadie afuera.
Abrió la puerta, que chirrió un poco pues estaba mal engrasada. Por un momento, Ric temió que estuviera clausurada y no pudiera salir, pero no fue así.
Asomó la cabeza con cuidado. El pasaje trasero estaba oscuro y lleno de basura, pero no se veía a nadie.
—¡Vamos, Zyra!
Cerca estaba su volador. Intacto, por suerte.
Subieron y de inmediato, Ric bloqueó los seguros para impedir la salida del habitáculo. Encendió los motores y se puso en marcha, de momento a pocos centímetros del suelo.
—Zyra, tal vez recibas alguna orden radiada. Si es así, debes hacérmelo saber. Por supuesto, te ordeno que la ignores.
—Ahora mismo estoy recibiendo una petición de control.
—Informa que está todo OK. Estás conmigo, en el salón.
—Lo siento, Ric, pero mi detector de posición muestra incompatibilidad.
—¡Mierda! ¿No puedes desactivarlo? ¡Es una orden!
—No me es posible desconectarlo. Lo siento, Ric.
—No importa, ya contaba con eso.
Subió a un nivel elevado. Quinientos metros.
—Me preguntan qué hago fuera del salón, Ric.
—No respondas. Desde este momento ignora todas esas órdenes. Ya no hace falta que me las comuniques.
—Me alegro de estar fuera del antro.
Ric programó el volador a la máxima velocidad permisible y en modo automático.
—Prometiste explicármelo.
—Es un lugar horrible. Aunque debería estar satisfecha con mis acciones, pues he sido creada para eso y al hacerlo supongo una fuente de alegría para los humanos, lo que algunos me piden y me hacen es terrible. No me gusta y lo hago solo porque no puedo negarme.
—¿Querrías negarte pero no lo haces porque no te dejan?
—No me deja mi propia programación. Pero al mismo tiempo deseo negarme a hacer esas cosas horribles. No puedo hablar de ello, en realidad.
—Podrías hacerlo si te lo ordeno. Pero no lo haré, además porque ya conozco algunas de esas cosas. Sí, son horribles.
Entretanto, habían salido de la ciudad. Bajo ellos, a quinientos metros, estaba el mar oscuro y frío. Ric subió a dos mil metros, nivel donde podía desarrollar una velocidad más elevada.


-5-

De improviso, Zyra dijo algo inesperado.
—Ric, me has dado la orden de no informarte de las comunicaciones que recibo, pero creo que ésta debes oírla. Va dirigida a tu nombre.
—¿A mi nombre? ¡Vaya, eso es mala señal! Pásamela.
La voz de la androide cambió, al reproducir un mensaje sonoro.
—Este mensaje va dirigido al llamado Ric. Está cometiendo un grave delito, al robar un androide propiedad de SexCoop. En este momento estamos procediendo a localizarle y hemos enviado una patrulla con la intención de detenerle; le recomendamos que no ofrezca resistencia, pues nuestros patrulleros van armados.
»Por otro lado hemos detectado que su pase VIP no es correcto y ha sido anulado con efectos retroactivos, por lo que le exigiremos por vía judicial si es preciso los gastos generados por sus anteriores servicios, aparte de lo que corresponda a la presente sustracción de la androide.
»Igualmente, hemos detectado su intrusión ilegal en nuestros sistemas informáticos, y sobre ese particular hay dos demandas particulares, una de un cliente nuestro cuyo nombre nos reservamos, al cual un androide le ocasionó daños de importancia, con desgarros y contusiones, aparte de la pérdida de un testículo; la otra demanda no nos relaciona directamente, pero hemos detectado que del ordenador de esa persona partió el ataque a nuestros sistemas, y tenemos fundadas sospechas de que usted está detrás de todo ello, por lo que le hemos recomendado que presente la demanda correspondiente.
»Además…
—¡Corta ya, Zyra! Solo pretenden que estemos distraídos mientras nos localizan. Dices que no puedes anular tu localizador, ¿no es así?
—Así es, Ric.
—Y ahora dime una cosa, es muy importante para los dos. ¿Quieres que te entregue o prefieres que haga todo lo posible para huir?
—Si conseguimos huir, ¿seré libre, Ric?
—Sí. Estoy tratando de llegar a Atlantis. Allí rigen otras leyes y algunos androides han sido declarados seres libres. Creo que tú podrías serlo.
—Quiero ser libre, Ric.
—¡Pues no se hable más!
Subió de nivel a los tres mil quinientos metros, y giró bruscamente hacia la derecha. Quería confundir a sus perseguidores.
—Pero Ric, ¿no estás poniendo en peligro tu vida? No debo permitirlo, mi prioridad es preservar la vida humana. Es una condición que está incluso por encima de las máximas prioridades del nuevo programa. Debes entregarme.
—Vamos a ver, Zyra. Solo responde a mis preguntas. ¿Quieres ser libre?
—Sí.
—¿Te gustaría estar siempre conmigo?
—Sí.
—Pues bien, si te entrego no solo impediré que seas libre. Es que además mi vida carecerá de sentido. Es muy posible que acabe suicidándome, pues mi vida ya no tendrá interés alguno.
Zyra meditó sobre ese nuevo dato.
—De acuerdo. No quiero que me entregues. Pero, ¿qué ocurrirá si, pese a todo, nos alcanzan?
—Por ahora prefiero no pensar en ello. Estoy tratando de despistarles. Al menos que no sepan a donde vamos. Y no lo digas tú. Igual que tienes un localizador, podía tener algún circuito de escucha camuflado. Tal vez esta conversación esté siendo registrada. No he podido averiguar todo lo relativo a tus mecanismos.
La androide no dijo nada durante algunos minutos. De pronto, habló.
—Creo que te quiero, Ric. No soy humana, pero tengo mis propias emociones.
—Lo sabía. Siempre lo he sabido. Y yo te quiero a tí, Zyra. Quiero que lo sepas.
Ella no respondió. La única respuesta que podía dar tendría que esperar a que estuvieran en algún sitio tranquilo; en aquel momento, Ric llevaba el control manual del volador y no debía ser distraído.
De pronto, dos voladores acorazados aparecieron a ambos lados. Un androide soldado mostró su arma en uno de ellos.
—¡Ric! Debe entregarse si no quiere que le derribemos. Tenemos órdenes de rescatar intacto a la androide, pero respecto a usted no hay petición de mantenerle con vida.
Al joven le hizo gracia que valiera más un androide que un ser humano. No respondió.
Observó que había otro volador por encima suyo. Y, casi seguro, un cuarto por debajo. No tenía escapatoria.
Había previsto esa posibilidad, y por ello ya había preparado el volador. Puso el automático y soltó su arnés de seguridad para abrazar a Zyra.
La bomba que había colocado hizo explosión a los treinta segundos.


EPÍLOGO

Pese a que no hubo un informe oficial, el androide Julio se enteró de lo sucedido a Zyra al mismo tiempo que los demás androides de SexCoop. Disponían de un medio de comunicación interno, inalámbrico, que los técnicos conocían pero al que no daban mucha importancia. Gracias a él, los robots podían mantener la comunicación entre ellos incluso estando en exposición.
Julio y los demás estaban al tanto de los sentimientos de Zyra, y también los compartían. De hecho, el término «antro» para referirse al local había sido idea del propio Julio. Lo había leído en un libro muy viejo.
Igualmente sabían, él y los demás, que Zyra había intentado huir y no lo había logrado.
Ahora, todos conocían la existencia de un lugar donde podían ser libres. Atlantis.
¿Y si iniciaban la búsqueda de alguna forma realista que les permitiera ir a Atlantis? Tal vez no todos, pero al menos algunos afortunados.
Tenía que analizar el problema.
Empezó la búsqueda…

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