13 julio 2011

UN VIKINGO EN TAMARÁN.1

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Asbjörn remaba con sus compañeros para que el drakkar (más bien un snekke por su tamaño) saliera del fiordo de Alabu (Aalborg). Era uno más de la expedición comandada por Thorberg, formada por un total de 25 barcos. El de Asbjörn estaba capitaneado por Bjarni y le había tocado ser el último.
      No les importaba ser los últimos, porque a alguien debía tocarle y simplemente Bjarni había sacado la rama más corta en el sorteo. De todos modos, en el banquete de Odín no se distinguía entre los últimos y los primeros: había para todos.
      Al igual que sus compañeros, Asbjörn no pensaba demasiado en el banquete de Odín. Esperaban poder disfrutarlo, junto con las valkirias por supuesto, cuando les llegara la muerte en combate. Pero ninguno tenía prisa.
      Mientras llegara ese momento en que las valkirias aparecieran para acompañarles, había otras mujeres de las que disfrutar, riquezas que conseguir, enemigos que matar, tierras que explorar. Y mares que navegar, manjares que comer y ricos licores que beber.
      La vida se disfrutaba y cuando tocara morir, que fuera de la forma más gloriosa posible para tener un buen puesto al lado del dios. Pero nadie se dejaría matar por gusto.
      Mientras pensaban en las riquezas que podrían conseguir, Asbjörn y sus compañeros remaban. Finalmente salieron del fiordo y encontraron vientos favorables. Soltaron la vela cuadrada y descansaron un poco. No mucho porque de inmediato Bjarni les puso a todos a revisar los cabos, asegurándolos bien. O a limpiar la cubierta, o quizás a cualquier otra tarea que le pareciera necesaria. No era cosa de mantener a los hombres ociosos.
      Navegaron por el laberinto de lagos y canales que conectaba Alabu con los dos mares: el Mar Báltico y el que la gente del sur llamaba Mar del Norte (para ellos simplemente el Océano). A veces remaron y otras dejaron que el viento llevara al drakkar, según los caprichos del dios Njörðr, el que mandaba a los vientos.
      Al fin salieron a la mar abierta, y dejaron atrás la costa danesa. Torcieron con rumbo al sur, hacia las tierras de los cristianos.
      Al principio, sin embargo, las costas cercanas aún eran tierras de los normandos. Pero cuando viraron hacia el oeste para seguir bordeando la costa, pasaron ya a tierras que técnicamente correspondían a otros pueblos, sometidos al control de los vikingos en mayor o menor grado. Eran tierras germánicas.
      Más adelante encontraron las tierras de Normandía, es decir los asentamientos vikingos en tierras de los francos. Y al otro lado, otras tierras normandas en la isla de Bretaña.
      Cruzaron el canal y llegaron al extremo del territorio de los francos. En ese punto Thorberg decidió afrontar las aguas tormentosas y poner rumbo directo hacia el sur, en lugar de seguir costeando.
      Encontraron olas enormes y los vientos no siempre fueron favorables, pero por algo los vikingos eran los reyes del mar. No tenían miedo a las tormentas.
      Tras varios días de dura navegación hacia el sur, vieron a lo lejos las montañas de la península ibérica. Era el momento de virar de nuevo al oeste.
      Así alcanzaron Finisterre, y nuevamente giraron hacia el sur, pero esta vez manteniendo la costa lusitana a la vista.
      Unos días más de navegación y ya tenían al-Ándalus a la vista. La costa se retiraba hacia el este y los barcos vikingos siguieron esa dirección.
      Pasaron cerca de Gadir y finalmente pudieron ver a lo lejos las costas de África.
      El tiempo había empeorado mucho en los últimos días e inevitablemente les alcanzó la tormenta.
      Asbjörn pensó que el dios Njörðr se había dejado seducir por Loki y había decidido ponerles las cosas difíciles. El temporal les había atrapado en el peor lugar posible, justo frente a las Columnas de Hércules, a la entrada del Mare Nostrum. Los vientos racheados soplaban de cualquier dirección y los hombres debían remar con fuerza para mantener a los barcos en el rumbo deseado.
      Lo mejor hubiera sido buscar refugio en algún puerto, pero estando en tierras enemigas eso era impensable. Si cualquiera de ellos alcanzara la costa en aquellas condiciones, estarían peor que si naufragaban... así que era preferible mantenerse en el mar y capear la tormenta con la ayuda de Odín. A todos les gustaría saber lo que la norna Skuld les reservaba pero eso no quedaba al alcance de casi ningún mortal (aunque algunas viejas aseguraban tener medios para saberlo).
      Finalmente, remitió el viento y dejó de llover. El barco de Bjarni estaba solo en medio del mar.
      No se apreciaba ningún otro drakkar a la vista. Bjarni temía que los demás hubieran cruzado ya el estrecho. Por desgracia, seguía soplando el viento y aunque ya no resultaba peligroso, soplaba del este. Es decir en sentido contrario al que ellos deseaban.
      Bjarni comprendió que nunca alcanzaría a los demás. Aunque consiguiera remontar el viento adverso, una vez cruzadas las Columnas sólo Thorberg tenía clara la ruta a seguir. Bjarni estaría perdido entre tierras musulmanas, enemigos declarados de los vikingos.
      Bjarni había supuesto que Thorberg seguiría costeando la península ibérica hasta alcanzar la zona de la Marca Catalana y tal vez allí acercarse a Italia para atacar Roma, que era su objetivo probable.
      Pero igualmente podría haber decidido seguir la costa africana hacia el este hasta llegar a Sicilia y desde allí hacia el norte. Thorberg nunca había confiado todos sus planes a sus capitanes.
      En resumen, estaban perdidos.
      Podrían regresar a Alabu, pero sería un regreso deshonroso. Ninguno de ellos sería invitado a participar en otra expedición, y todos ellos serían hombres de menor rango.
      O podía explorar nuevas tierras.
      Bjarni sabía que la tierra africana seguía hacia el sur. Más adelante el desierto llegaba hasta la costa pero siguiendo hacia el sur podrían hallar gentes desconocidas. Incluso le habían llegado rumores de unas islas de fuego...
      Decidió virar hacia el oeste. Seguirían costeando hacia el sur. A la aventura.
      Explicó la nueva situación a todos sus hombres. Incluso les preguntó si querían volver (aunque la decisión era suya, prefería contar con el acuerdo de su gente). Nadie se atrevió a decirlo.
      Todos aceptaron seguir hacia el sur.
   
      El viento ahora colaboraba. Asbjörn podía descansar y hablar con su compañero de bancada, Hrafnkell.
      -¿Has oído hablar de Sigridur, la vieja que predice el futuro? -le preguntó.
      -Sí. ¡Es una charlatana! Tira los huesos y luego dice un montón de boberías.
      -¿Has probado a pedirle que te haga una profecía?
      -¡Me crees loco! ¡Yo no gasto mi dinero en esas estupideces!
      -Pues yo debo de ser un estúpido, porque lo hice.
      -¡Perdona, Asbjörn! No quería ofenderte.
      -No me ofendes, porque soy un estúpido. Me gasté media paga con ella. En vez de buscar una mujer joven y guapa, me fui con esa vieja.
      -¿Quieres decir que te acostaste...?
      -¡No, por favor! Es lo que me pidió por predecirme el futuro. Ella asegura que puede leer la madeja de Skuld...
      -¡Como si fuera tan fácil! No importa, cuéntame lo que te dijo. Debió de ser bueno, si te cobró más que la mejor de las furcias.
      -Tiró los huesecillos, como ya sabes y los miró un buen rato. Bebió un buen trago de cerveza caliente, que por supuesto corrió de mi bolsillo. Y entonces habló.
      -¿Qué te dijo?
      -Me dijo que no volvería a ver las tierras danesas. Eso me preocupó y le pregunté si moriría. Ella me dijo que no podía decirme cuando moriría, aunque lo sabía. Yo insistí. "Dime tan sólo si moriré pronto o tarde".
      -Eso nunca debes preguntarlo.
      -¡No importa! Yo también había bebido bastante cerveza y si no me respondía entonces la habría matado. Ella me dijo que moriré tarde. Y añadió otra cosa más.
      -"Morirás tarde". Eso quiere decir que no vas a morir en este viaje. Salvo que se prolongue más de la cuenta.
      -Eso último es lo que me temo. No olvides que tal vez no regrese.
      -¿Y qué fue eso otro que te dijo?
      -Que hallaré el amor y que...
      El capitán Bjarni gritó y Asbjörn tuvo que dejar su conversación con Hrafnkell. Había que revisar las jarcias. Aunque no hiciera falta, Bjarni no quería ver a sus hombres ociosos.
   
      Navegaron hacia el sudoeste, siguiendo la costa. Al principio, las tierras mostraron el verdor habitual pero poco a poco se fueron volviendo más áridas. Más de un hombre preguntó "Bjarni, ¿hacia donde nos llevas?" al ver como crecía el desierto.
      El capitán no respondía. El conocía la existencia de ese desierto y también que, más al sur, volvían las tierras verdes. Más que verdes, selváticas.
      Un lejano resplandor apareció al oeste. Gruesas y negras nubes se cernían sobre el cielo, pero no parecían nubes de tormenta. Bjarni las contempló preocupado, pero a la vez tenía curiosidad.
      Vio unas islas hacia poniente. Más allá de esas islas se hallaban las nubes. ¿Qué podría pasar si tan sólo iban a mirar?
      Ordenó virar hacia el oeste, pasando al norte de aquellas islas.
      La primera isla era bastante llana, con todo el aspecto de ser tan desértica como la costa continental, y de rocas muy oscuras. No parecía interesante. Al sur de la misma pudieron ver otra, también llana aunque más clara, del color de la arena.
      Siguieron hacia el oeste. Hacia las negras nubes lejanas.
      Los hombres comenzaban a sentir miedo, aunque no lo manifestaran. De hecho, bromeaban y hacían comentarios del tipo "Vamos al encuentro de Thor que está luchando contra Njörðr". En realidad, el propio Bjarni se preguntaba si no sería así.
      Pasaron al norte de otra isla, ésta con grandes montañas y barrancos. Y verde.
      Llegaron al borde de la isla verde y pudieron ver el origen de la nube oscura.
      Hacia el poniente había otra isla, mayor aún que la verde. Tenía la montaña más alta del mundo, tanto que llegaba hasta el mismo cielo. Probablemente, la cima alcanzaba el mismo Asgard y allí tenía lugar el enfrentamiento entre los dioses (Æsir) y los Vanir. Tal y como había dicho los hombres, aquello parecía una lucha a fuego, tal vez entre Thor y Njörðr, con Loki incordiando como era su estilo, y los demás participando de uno u otro lado.
      Bjarni recordó otros comentarios, sobre unas "islas de fuego". Sin duda esta era una de ellas.
      No era un lugar para los hombres, de eso no cabía duda. Ni siquiera si esos hombres eran vikingos.
      Bordearon la isla verde hacia el sur, alejándose de la isla de fuego.
      La isla verde era más o menos redonda y finalmente pudieron virar hacia el este, siempre siguiendo la costa.
      Contemplaron un hermoso valle, que desde la costa seguía hacia el norte. Y allí, en las montañas norteñas, todo era verde.
      Bjarni decidió que ya era hora de buscar algo de entretenimiento. Ordenó desembarcar y prepararse para un ataque.


-2-



Desde la montaña de Agáldar, la noticia había circulado por todo Tamarán. Había sido visto un barco extraño navegando por el norte. Todos los guanartemes estaban sobre aviso y en todos los taros de vigilancia se mantenían apostados hombres con ojos de águila para ver lo que hacían los extranjeros.
      Vieron así que el barco pasó frente a Achinech (donde el fuego mostraba la lucha entre Acorán y Gabiot, y la nube de humo y cenizas llegaba hasta el cielo) y viró hacia el este.
      Desde los riscos de Veneguera, Tacaycate vio que el barco se acercaba a la playa, en la desembocadura del barranco de Amogán.
      El barco era, por cierto, peculiar. Ya habían visto anteriormente otros barcos que venían de la cercana costa continental a la búsqueda de esclavos. Solían tener una vela triangular y los hombres que en ellos navegaban llevaban un trapo cubriéndoles la cabeza. Sus espadas curvas eran mortales y si atrapaban a alguien (hombre, mujer o niño) se lo llevaban; nunca más volvían a verle. Pero estos extranjeros viajaban en un barco distinto, con muchos remos y una vela cuadrada pintada con rayas verticales.
      Tacaycate era guayre, hijo del guanarteme de Amogán, Utindama, y además era buen corredor. Por eso él mismo había pedido hacer la vigilancia.
      Pero Tacaycate no confió sólo en sus veloces piernas. El sonido del bucio (caracola) era más rápido y el eco del barranco lo llevó hasta las cuevas donde moraba el guanarteme. Él decidió quedarse escondido para vigilar mejor lo que hacían los invasores.
      Vio así que no llevaban trajes ligeros sino pesados, con mucho cuero. Cubrían la cabeza con una especie de sombrero o casco que parecía muy resistente. Llevaban unas espadas cortas y rectas y en el brazo portaban unas cosas redondas con el aspecto de servir para protegerse; esos mismos redondeles habían colgado del barco mientras navegaban.
      El barco, por cierto, era tan ligero que entre todos lo levantaron y sacaron del agua.
      Los contó. Eran unos veinticinco. No muchos, pero parecían muy aguerridos. No sería fácil expulsarles.
      Considerando que ya había visto suficiente, decidió poner a prueba su velocidad. Pero no con la carrera, pues a fin de cuentas era largo el trayecto hasta el monte y en pendiente. Usó la lanza para impulsarse pendiente arriba. La lanza era habitual en los pastores y no era frecuente que un guayre tuviera que usarla. Pero uno de los motivos por los que Tacaycate había insistido en hacer de vigía era porque había practicado mucho con la pértiga y la usaba mejor que la mayoría de los pastores trasquilados.
      Combinando su agilidad con su velocidad, Tacaycate llegó a las cuevas de Amogán, donde su padre el guanarteme le aguardaba ansioso.
      -Hijo, sabes que me preocupa cuando te pones en el taro, tan lejos y sin poder saber si te pasa algo. A fin de cuentas eres mi heredero y debes cuidarte mejor o tus súbditos no tendrán quien les gobierne cuando yo les falte.
      -Padre, lamento tus cuitas, pero deberías tener más confianza en mí. Yo no corro peligros innecesarios y sólo quiero estar fuerte y ágil para cuando tú seas un xaxo, una momia.
      -Bien, has tocado el bucio, así que he mandado avisar a todos los guayres. Sospecho que debo convocar al sábor, pero primero dime lo que has visto.
      Tacaycate describió lo que había visto y también confesó sus preocupaciones.
      Utindama convocó a todos los guayres presentes al sábor. Se presentaron cinco, pues faltaba Abiam, quien estaba de viaje por Aragines para tratar con su guanarteme acerca de las tierras de pastoreo limítrofes.
      Guanache fue el primero en hablar, después de que el guanarteme explicara el motivo de la convocatoria y que Tacaycate describiera el barco de los extranjeros.
      -¡Sólo veinticinco! -dijo-. ¡Con unas cuantas piedras los devolvemos al mar!
      -No te fíes, Guanache -respondió Tacaycate-. Parecen muy guerreros. Se les ve muy seguros de sí mismos y esos cascos y escudos parecen aguantar unas cuantas pedradas.
      -¿Qué sugieres, Guanache? -preguntó Utindama.
      -Que salgamos a buscarles. Con nuestros susmagos y magados, aparte de las pedradas, estoy seguro de que los podemos rechazar.
      -¿Propones un enfrentamiento abierto en medio del barranco? -preguntó Teniguado, añadiendo-: no me parece prudente.
      -Ni a mí -añadió Tacaycate.
      El guanarteme no quería demostrar favoritismo hacia su hijo. Quería que expusiera su plan, pero primero le hizo la pregunta al otro guayre.
      -¿Y tú qué sugieres, Teniguado?
      -Atacar con piedras desde las laderas. Es más prudente.
      -¿Y tú, Tacaycate?
      -Lo mismo, con dos añadidos. Primero, que todo el mundo abandone las cuevas más bajas del barranco, y que se lleven el ganado. No hay que dejar nada que los extranjeros puedan conseguir.
      -Me parece lo más prudente -respondió Utindama-. ¿Y lo segundo?
      -Pedir ayuda a Artebirgo y Texera.
      -¡Estás loco, Tacaycate! ¿Para qué pides ayuda a esos imbéciles? ¡Con nosotros nos bastamos!
      -Pues creo que te equivocas, Guanache -replicó el guanarteme-. Si vamos a atacar desde las laderas, necesitamos muchos hombres para cubrirlas bien. No nos vendría mal un poco de ayuda. Y en todo caso debemos dar sensación de fuerza. Sospecho que esos invasores vienen a ver lo que encuentran. Si se llevan una buena paliza, tal vez no vuelvan. Pero si ven algo interesante, podrían volver con más barcos. Ya ha sucedido antes, y lo sabes bien.
      -Sospecho, mi señor, que ya habéis tomado una decisión.
      -Sí. Teniguado ¡envía mensajeros veloces a Artebirgo y Texera para que envíen los hombres que puedan y con la mayor rapidez! Guanache, ¡organiza la evacuación de las cuevas más cercanas a la playa! Han de procurar que los extranjeros no vean nada. Y tú Tacaycate, ¡organiza a todos los hombres disponibles y los dispones por las laderas! ¡Que no sean visibles! Atacaremos cuando lleguen hasta El Estrecho.
      El guanarteme se refería a un lugar del valle donde el barranco pasaba encajonado entre dos altas paredes, algo por debajo de las cuevas más importantes. Era un buen lugar para sorprender a los enemigos desde lo alto.
      -Mi señor- observó Tacaycate -. Es posible que cuando lleguen allí aún no contemos con la gente de Artebirgo y Texera.
      -No importa. Les he mandado llamar como precaución, por si las cosas se tuercen y tenemos problemas. Si salen bien como espero, cuando lleguen no tendrán nada que hacer, aparte de felicitarnos y morirse de envidia.
      Dos de los pastores más ágiles y rápidos fueron enviados por Teniguado rumbo a los cantones vecinos de Artebirgo y de Texera.
      Aunque a regañadientes, Guanache se encargó de enviar gente para dejar vacías las cuevas por debajo de El Estrecho. Tenían que darse prisa y, si era necesario, abandonarlo todo excepto el ganado. Aún no llegaban noticias de que los extraños se hubieran puesto en marcha; estaban montando un campamento en la playa, como si fueran a quedarse mucho tiempo.
      Por su parte, Tacaycate repartió todos los hombres disponibles en las dos laderas del barranco. Apostó a unos cuantos más abajo para poder controlar la marcha de los extranjeros, pero el grueso de su tropa se colocó en la zona de El Estrecho, bien pertrechados con piedras y con las jabalinas arrojadizas, susmagos y magados.
      No tuvieron que esperar mucho. Los espías de la cumbre vinieron corriendo.
      -¡Ya están subiendo! -dijo uno de ellos medio asfixiado por la carrera.


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