15 abril 2020

Capitán Waleo capítulo 20: En los asteroides


La nave espacial Entrom-Hetida está detenida en el espacio. Una vez más, el ingeniero Gram Dixim-Owurro ha de trabajar duro buscando la forma de reparar una avería. Y tiene para rato.
—Hemos de quedarnos aquí varios días —informó el capitán Waleo a todos los tripulantes—. Así que ya pueden buscar la forma de pasar el rato sin salir afuera.
Él mismo lo tenía fácil, así que se retiró a su camarote a gozar de una simulación erótica cortesía de Lisandra, la computadora.
Al mando se quedó el oficial Keito Nimoda.
Un tímido teniente, el reptiliano Nicomedes Luxor, se acercó al puente cuando Nimoda intentaba echar una cabezadita en el puesto, sin que se notara mucho.
—¡Eh, disculpe, señor!
Ni caso.
—¡SEÑOR! ¡CAPITÁN EN FUNCIONES!
Nimoda sacudió la cabeza ante semejante grito.
—No hace falta que glite, teniente.
—Disculpe, señor, pero me pareció que estaba algo traspuesto.
—¡Yo nunca duelmo cuando estoy de gualdia!
—Como usted diga, señor
—¿Y qué se le oflece, teniente?
—Verá, señor, he observado que hay cerca un grupo de asteroides muy interesante y solicito permiso para explorarlos.
—¿Explolal-los usted solo?
—¡No, señor! Llevaría un grupo conmigo.
Cleo que eso debe autolizal-lo el Capitán.
Al capitán Waleo no le hizo mucha gracia que interrumpieran su simulación con esa solicitud. Pero no podía quejarse.
—Teniente —dijo después Nimoda—. El capitán autoliza la expedición a los asteloides. Lleve la lanzadela C, que tiene cañones de misiles aguja.

Poco más tarde, partía la lanzadera C, tripulada por el cabo Lormingo Kritowich y con el propio teniente Luxor y un grupo de marines al mando del temible sargento Aeiou Máxavelwurroketú. También iba el robot 8UM4N05, por recomendación expresa de Waleo.
El cabo Kritowich condujo la pequeña nave de forma magistral hasta penetrar en el campo de asteroides.
Junto con su última reparación, 8U había recibido algunas «mejoras», como por ejemplo un circuito humorístico. El resultado fue que no se callaba, siempre andaba contando chistes.
—Van dos flobinos por la aeropista —dijo el robot— y el del medio revienta.
—¿Por qué no te callas? —replicó el soldado Gaspakiwi Himoto—. ¡Me tienes hasta la coronilla con tus chistes malos!
—No se puede callar —objetó otro soldado, Rambo Tedexo Zeko—. Pero déjalo, a ver si revienta.
—La inteligencia de estos marines no permite apreciar la belleza y calidad de mis chistes —contestó el robot.
Ajenos a esa conversación, el teniente Luxor observó un asteroide peculiar.
—Cabo, ¿ha visto ese asteroide?
—¿El que tiene un túnel, teniente?
—El mismo. Vamos a explorarlo.
Y añadiendo por el micrófono hacia el compartimiento de la tropa.
—Sargento, ¡que sus hombres se preparen para batalla!
Lo de «hombres» era una forma de hablar, pues muchos de ellos no eran humanos; ni hombres, por lo tanto.
—Ya estamos preparados para lo que sea, teniente.
Era un asteroide de gran tamaño, casi un planeta enano. Y en la superficie mostraba un enorme orificio, negro, oscuro. Invitador.
La pequeña nave se introdujo en el interior de aquel orificio. Encendieron los potentes focos, que alumbraron las paredes irregulares de un largo túnel.
—Siga hacia el interior, cabo —ordenó el teniente.
En el compartimiento de tropa, los marines observaban cómo avanzaban con rapidez las paredes del túnel.
—Me pregunto a dónde nos llevará esto —observó el sargento.
—Se diría que está usted asustado, sargento.
—¡Soldado Morinety! ¡Cállese! ¡Yo nunca estoy asustado!

En la cabina, el teniente pensaba lo mismo, pero tuvo la precaución de callar.
De pronto, el cabo hizo aterrizar la nave.
—Ya no sigue el túnel, teniente —dijo—, puede verlo usted mismo.
Y así era. Aquel túnel terminaba en una pequeña cueva.
El sargento salió con tres de los marines, vestidos con sus trajes espaciales transparentes que dejaban ver la camiseta roja reglamentaria.
De pronto, sintieron un terremoto.
—¡Todo el mundo a la nave! —ordenó el teniente.
Los marines corrieron al interior de la nave, tropezando por lo intenso del terremoto.
—Parece que el terreno no es estable —observó 8UM4N05.
—¿Están todos a bordo, sargento? —preguntó el cabo Kritowich.
—Afirmativo —respondió el sargento.
—Despega —ordenó el teniente.
La nave se elevó y enfiló hacia el exterior del túnel. Pese a estar en el espacio, se notaba cómo las paredes del túnel se movían por causa del terremoto.
O quizás fuera al revés, comprendió de pronto el teniente. ¡Las paredes se movían y eso causaba el terremoto!
—Parece que la salida se cierra —dijo el robot—. Da la impresión de que estamos dentro de la boca de un monstruo.
En efecto, dos hileras de dientes parecían cerrarse en la salida del túnel.
—¡Usen los misiles de aguja! —ordenó el teniente.
El sargento se puso a cargo de las armas. Apuntó hacia la bóveda superior y lanzó una andanada de misiles, afilados como enormes agujas que se clavaron en la boca del monstruo.
Oyeron un enorme rugido de dolor. Y la boca se abrió.
Salieron y así pudieron ver al monstruo, que se retorcía de dolor.
—Es un gusanoide asteroidal —informó 8U.
—Gracias por el dato, robot.
—De nada, teniente —contestó 8U—. Eso me recuerda el chiste de los dinomorfos que estaban comiendo.
—¡Silencio, robot!

Por un momento, el teniente estuvo tentado de volver a la Entrom-Hetida. Pero aún faltaban horas para que el ingeniero terminara su trabajo, la lanzadera tenía combustible de sobra y todos estaban con ganas de seguir.
Dio la orden de seguir explorando.
Por un par de horas, recorrieron el campo de asteroides sin ver nada especial. No había ciudades, ni colonos, tampoco gusanoides ni nada de nada.
Hasta que el robot señaló algo.
—Aquel asteroide parece adecuado, teniente —dijo.
—Cabo dirija la nave hacia allí —ordenó el teniente.
El asteroide indicado no era muy grande, pero tenía una superficie bastante llana. La lanzadera aterrizó en el borde del campo.
Todos los tripulantes salieron al exterior, menos el cabo y el robot.
—Vamos a dividirnos en dos grupos —ordenó el teniente Luxor—. La mitad se va con el sargento, los otros se vienen conmigo.
Mostró un objeto que llevaba en las manos. Tenía forma esférica.
Era un balón de fútbol de reglamento.
Minutos más tarde, estaban jugando al fútbol en la superficie del asteroide.
El soldado Luisiano Morinety demostró ser el más preparado para el juego, cuando con un pase largo marcó el primer gol en la portería defendida por el teniente.
—¡Estaba fuera de juego! —se quejó.
—¡Venga ya, teniente! ¿Consultamos con el árbitro? —respondió el sargento, capitán y portero del otro equipo.
—No tenemos árbitro —señaló el teniente—. Claro que podemos consultar con el BAR.
—Teniente —intervino el soldado Rambo Tedexo Seko—. Lo del bar no es mala idea. Pero será en la nave, ya de regreso.
—Para que lo sepa soldado, BAR son las iniciales de Bonito Artefacto Raro, un sistema infalible para saber si fue o no gol. Pero no lo tenemos en la nave. ¡Está bien! Admito el tanto.
Volvieron a seguir jugando. Al poco, Rambo marcaba un gol para el equipo del teniente.
Éste celebró el empate con saltos de júbilo.
—¡Toma, toma, toma!
Volvieron al juego. De nuevo la pelota en el centro del campo.
Para el saque, el sargento señaló a Morinety. Éste tomó carrerilla y dio tal patada que la pelota salió lanzada al espacio.
—¡Por los wikis! —exclamó el teniente—. Creo que alcanzó la velocidad de escape.
—Quiere decir que no volverá al campo —explicó el sargento.
—¡Se acabó el partido! —ordenó el teniente.
—¿Así, con un empate? ¿Sin hacer el desempate?
—Sargento, ¿tiene usted otra pelota? —preguntó el teniente—. Ya veo que no. Así pues, ¿cómo jugamos?
—Podríamos jugar a otra cosa, teniente. Por ejemplo, al escondite.
—¡Olvídelo! Volvemos a la lanzadera. Y luego, a la Entrom-Hetida.
Varios soldados soltaron una exclamación de pena.
—¡Ya lo han oído! —dijo el sargento—. ¡Todos a la nave!
Pocos minutos más tarde, todos volvían al interior de la lanzadera. De inmediato, el robot 8U dio detalles acerca de la trayectoria seguida por el balón. Al menos hasta que el teniente le mandó callar.
Despegaron, pero no volvieron a la Entrom-Hetida.
Más bien siguieron unos cuantos minutos explorando los asteroides.
Encontraron un asteroide que tenía un enorme cartel.
«NIO» decía en letras negras.
—¡Es un asteroide rico en selenio!—exclamó el teniente—. ¿No lo ven? Se lee «NIO».
—También tiene titanio —indico el sargento—. Ese cartel, es con tinta «NIO».
—En todo caso, hemos conseguido algo de lo que informar al capitán —observó el cabo.
Todos estuvieron de acuerdo.
Ahora sí que pusieron rumbo a la Entrom-Hetida.

Ya de vuelta a la nave, el teniente Luxor se entrevistó con el capitán para rendirle su informe. Antes, supo que el ingeniero estaba a punto de terminar la reparación. Partirían en pocos minutos.
—Así que un asteroide rico en titanio o selenio, ¿no, teniente? También podría ser niobio, porque «NIO» vio usted, ¿verdad?
—Es posible, señor.
—No importa, porque primero me gustaría que me explicara qué fue lo que observó el navegante Jajá Jojó.
—Si fuera tan amable de dar más detalles, señor.
—Era un objeto pequeño, esférico, que procedía del campo de asteroides. Parecía un balón de fútbol. Iba a gran velocidad y por un momento creímos que era un meteorito.
—Capitán, yo no sé nada de eso.
—No me engañe, teniente estuvieron ustedes jugando al fútbol, ¿verdad?
El teniente Luxor no respondió, pero su cara lo dijo todo.

Enlace al capítulo 1

14 abril 2020

Capitán Waleo capítulo 19: Mundo de cuentos


La nave espacial Entrom-Hetida viajaba por regiones ignotas de la galaxia. El Navegante Jajá Jojó estaba tenso, pero su rostro no lo mostraba, como era lo habitual. Tenía que estudiar todo lo que quedaba al alcance de los sensores de la nave.
El capitán Waleo estaba en el puente y también se hallaba pendiente de lo que señalaban los sensores.
—¿Qué hay en esa nebulosa, navegante?
—Hay algunos indicios de un sistema con planeta habitable, capitán.
—¡Interesante! ¿Aparece en los mapas?
—No, señor.
—Luego, nos interesa ir allí. Trace un rumbo, navegante.
—¡Ya estaba en eso, señor! Solo tengo una duda, capitán.
—A ver.
—¿Atravesamos la nebulosa o la rodeamos?
Xujlius Waleo estudió los datos que tenía ante sí en la pantalla.
—Mejor la atravesamos. No parece ser muy densa y en cambio es enorme; rodearla nos hará perder mucho tiempo. Ahora debo informar al Almirante.
Poco después, aparecía el holograma del Almirante Ñiki Muelax, Comandante Mayor de la Flota Estelar.
—¡Capitán Waleo! Observo que no está vestido correctamente, como es habitual.
—Disculpe, almirante, pero no soy consciente de ello.
—¿Sabe que esa corbata no es reglamentaria?
—¡Ups! No me acordaba de la corbata de la buena suerte.
Waleo llevaba una pajarita de color rojo intenso. No era lo correcto en su uniforme, por supuesto.
—Bien, y aparte de obligarme a ver su repulsivo cuerpo humano, ¿qué se le ofrece, capitán Waleo?
—Nos disponemos a reconocer un posible mundo habitado, señor, y de acuerdo con las Normas procedo a avisar al Alto Mando de mis intenciones.
—Pues capitán, mucho hablar de las Normas y es la primera vez que usted nos avisa antes de ir a un mundo desconocido. Así que puede que esta vez deje en evidencia las veces anteriores. Ya no podrá decir que no lo sabía.
—En todo caso, almirante, sus órdenes son…
—Explorar. Y si está habitado, conseguir como sea que se integre en la Federación Galáctica.
—Así se hará, señor.
La imagen del juiniano desapareció, dejando al capitán Waleo sumido en la confusión. ¿Cómo pudo olvidar la pajarita?
—¡Navegante! ¿Ya tiene ese rumbo trazado?
—¡Sí, señor!
—Pues páselos a la computadora.
—Ya está.
La nave se adentró en la nebulosa de gas y polvo.

Minutos más tarde, la nave se detenía con brusquedad. Todos los presentes en el puente se sintieron empujados hacia delante. En el puesto del capitán apareció una enorme bolsa gris que hizo de colchón, impidiendo que se golpeara la cabeza. Otros tripulantes no tuvieron tanta suerte, y recibieron algunos golpes.
—¡Vaya, el airbag funciona! —exclamó el capitán, añadiendo—. Lisandra, ¿qué ha pasado?
—Capitán, me temo que se ha fundido el frobostatopocio —contestó la computadora.
—¡Llama a Dixim-Owurro!
Poco después se presentaba en el puente el ingeniero Gram Dixim-Owurro.
—Xujlius, te dije que instalaras airbags en todos los puestos del puente.
—Calla, Gram, sabes bien que costaba un pico. Y ahora lo que importa es que arregles el frobostatopocio
—¡Por los wikis! ¡Te has metido de lleno en una nebulosa llena de polvo! ¡Tenía que pasar!
—Quería ahorrar tiempo. Y no debes discutir las decisiones del capitán de la nave.
—Mis disculpas, capitán. Pero esta reparación me llevará un par de horas.

Durante dos horas exactas, la nave permaneció detenida dentro de la nebulosa. Los heridos del puente se curaron los chichones (poca cosa, en realidad), maldiciendo para sus coletos la racanería del capitán al no ponerles a ellos airbags.
Terminado el trabajo, el Ingeniero avisó al capitán:
—Mejor das media vuelta. No hay otro frobostatopocio, si decides seguir entre este polvo tan denso.
—Lisandra, ¡media vuelta! Daremos un rodeo sobre la nebulosa.

Por fin, tras dos días de duro viaje bordeando la nebulosa, y sin ver nada especial, el auxiliar Fresntgongo anunció:
—Planeta desconocido en pantalla, capitán.
Esta vez, Waleo optó por no usar las lanzaderas. Activó los tubos de teletransporte y llamó al comando de contacto.
—Teniente Luxor, baje con cinco marines al planeta.
—¡Sí, señor! —el reptiliano tragó saliva—. Señor, ¿usaremos los tubos?
—¡Claro!
Nicomedes Luxor no dijo nada. Odiaba los tubos, él prefería bajar de una forma normal, en una lanzadera.
El cabo Lormingo Kritowich apareció, al mando de cuatro soldados. Todos ellos vestían camiseta roja.
Los cinco marines y el teniente se colocaron en el interior de los tubos. Segundos más tarde, desaparecían.
Y surgían en la superficie del planeta desconocido.

Caperucita Roja les dio la bienvenida. Es decir, un ser de pequeño tamaño que asemejaba una niña con capucha roja.
—¡Hola, señores! ¿Han visto al Lobo Feroz?
—¡Hola! Me llamo Nicomedes Luxor, y no deberías buscar al Lobo. Es peligroso.
En ese momento apareció corriendo un individuo parecido a un lobo, erguido sobre las patas traseras y vestido con ropas extravagantes.
Se situó entre los soldados.
—¡Ayúdenme! —dijo—. ¡Me quiere comer!
El teniente no entendía nada.
—Un momento. Se supone que es usted quien quiere comerse a Caperucita.
La aludida abrió una enorme boca, llena de afilados dientes.
—¡Mira mi boca! —dijo—. ¡Es para comerte mejor!
—Señor —dijo el cabo Kritowich—. Diría que es el cuento al revés.
—¡Sí! Este es el Mundo de los Cuentos al Revés —replicó el lobo.
De pronto aparecieron cientos de Caperucitas Rojas.
—No debemos implicarnos en los asuntos locales —señaló el teniente.
Los recién llegados del espacio se fueron, dejando al Lobo a merced de las Caperucitas, quienes se lanzaron a devorarlo.
—¡Es horrible! —pudo decir el cabo, mientras se alejaban de aquella carnicería.

Y así iniciaron la exploración de aquel extraño mundo. Al rato se toparon con otro Lobo Feroz, este perseguido por los Cerditos, quienes pretendían comérselo asado en el caldero que uno de ellos tenía en su cabaña de madera.
Luego vieron al Enano del Bosque y las Siete Blancanieves, que lo tenían esclavizado. Y Cenicienta daba órdenes a la Madrina, quien debía poner sus conocimientos de brujería al servicio de la criada.
Hanzel y Gretel tenían encerrada a la bruja en la casita de chocolate.
Pulgarcito medía dos metros y medio y era el líder de una pandilla de gamberros.
Y así cuento tras cuento, todos estaban al revés.
El teniente Luxor tomó una decisión. Llamó a la nave
—Capitán, ¿puede venir el robot 8UM4N05?
—Se lo enviaré con mucho gusto, teniente —Waleo no entendía cómo alguien podría desear tener a su lado al repelente robot, pero con tal de no tenerlo a bordo…
El robot se presentó de inmediato.
—Aquí me tiene, capitán —dijo—. Y sospecho que desea enviarme al planeta, como apoyo al comando de exploradores. Si es así, solicito no usar los tubos de teleportación.
—Tienes razón, robot. Pero no voy a disponer una lanzadera para tu uso exclusivo.
—Le recuerdo que no es necesaria, capitán.
Waleo había olvidado que el robot disponía de su propia propulsión.
Y poco después, el robot 8UM4N05 salía de la nave lanzado hacia el planeta.
Fue un recorrido sin novedad, al menos hasta que alcanzó la atmósfera. En ese momento, el robot desplegó un campo protector, cuya existencia desconocían en la nave. Ese campo formó una burbuja alrededor del robot que le permitió sobrevivir al infierno de la reentrada.
8UM4N05 aterrizó sin novedad junto al equipo formado por el teniente Luxor y los cinco atónitos marines de espacio.
—Necesito tu ayuda, robot —dijo el teniente Luxor—. No solo no entiendo qué pasa aquí, además he de buscar a los líderes.
—Necesito datos.
—Los tendrás —replicó el teniente.
Durante media hora, le fue narrando todos los sucesos acaecidos en el planeta, al menos de los que habían sido testigos.
—Como verás, esto es una locura.
—Necesito entrevistar a uno de los habitantes de este mundo.
—Mira, ahí mismo tienes a uno de ellos —el teniente señaló a una guapa joven, tendida en un diván con cara sonriente—. Supongo que es la Bella Durmiente, pero como podrás ver está bien despierta.
El robot se dirigió hacia la joven.
—¿Es usted la Bella Durmiente?
—¿No ves, colega, que soy la Bella Despierta?
—Pues Bella Despierta, entonces, ¿puede decirme dónde está el autor del cuento?
—¿Se refiere usted a Grim y Grim?
—Imagino que son los Hermanos Grim, en efecto.
—Esos mismos. Les llevaré a su despacho.
Tuvieron que caminar durante varias horas, pero al fin llegaron a una colina en cuya cima se podía apreciar un castillo blanco con enormes torres acabadas en tejados cónicos.
El comando, agotado por la caminata y por tener que subir andando aquella cuesta, entró por la enorme puerta levadiza del castillo.
Les recibió un ser monstruoso, un siamés con dos cabezas y un solo cuerpo. Las cabezas no hacían más que discutir.
—Que el Gato con Botas tiene que ser de angora —decía una de las cabezas.
—¡Calla, imbécil! —replicó la otra.
—Tenemos visita —dijo la primera de las cabezas.
—Busco a los Grim. Mi nombre es Nicomedes Luxor y pertenezco a la Federación de Planetas.
—Somos los Grim —dijeron al unísono las dos cabezas.
—Les ofrecemos entrar en la Federación —anunció el teniente.
La negociación fue breve, para sorpresa de todos. Los dos Grim firmaron el documento, uno con la mano derecha y otro con la izquierda.

Poco después, el teniente daba orden para que fueran teletransportados a la nave.
—¡NOOOO! —exclamó el robot 8UM4N05.
Era tarde. Instantes después, los seis tripulantes de la Entrom-Hetida aparecían a bordo, junto a un montón de piezas metálicas desordenadas.
—Creo que olvidaron que solo se puede teletransportar materia viva —observó Lisandra.
El ingeniero Dixim-Owurro fue de nuevo llamado al puente, y al ver lo sucedido, comprendió de inmediato.
—¿No me digan que han teletransportado al robot?
No hacía falta que respondieran.
—Arreglar esto me llevará mucho tiempo.
—¡Tómate el tiempo que necesites! —replicó el capitán. ¡Por fin algo que salía bien!
Estarían bastante tiempo sin tener que soportar al repulsivo robot.
Solo Lisandra estaba triste. Echaba de menos sus transmisiones de datos.

Capítulo 20: En los asteroides
Enlace al capítulo 1

09 abril 2020

Capitán Waleo capítulo 18: Gayokiriko


A bordo de la nave Entrom-Hetida, aún faltaban algunos días para dar por terminada la cuarentena. A bordo nadie padecía la enfermedad producida por el viroide KronBy-19… aunque cada vez que alguien se rascaba era mirado por los demás de forma muy sospechosa. Eso sí, ya todos estaban inmunizados de por vida, o eso aseguraba el médico Carlosantana.
El ser gallináceo podía hablar gracias a las traducciones del robot 8UM4N05 o bien de la computadora Lisandra. (En adelante solo se pondrá la traducción de las palabras del gallináceo).
Ahora recuperado por completo, aquel ser parecido a un enorme pollo estaba en el puente con el capitán Xujlius Waleo y Mal'Mbo Ta'Rte, el oficial con el que mejor se relacionaba.
―Mi nombre es Gayokiriko y procedo del planeta Kokvuold. Le doy las gracias, capitán Waleo, por acogerme a bordo de su nave.
―A quien debe agradecer es al oficial Mal'Mbo Ta'Rte.
El gallináceo miró al oficial.
―Muchas gracias, oficial.
―De nada, señor. Tan solo he cumplido con mis obligaciones. Pero me permito recordarle la conversación que mantuvimos hace un rato. Si no tiene inconveniente en recuperar una de las cuestiones que hemos tratado…
―Se refiere usted, sin duda, al hecho de que esta nave sea propiedad del capitán. ¿Es así, capitán Waleo?
―En efecto.
―Por lo tanto, es con usted con quien debo tratar el retorno a mi mundo.
―¡Un momento! Antes de que prosiga, me veo obligado a recordarle que este no es un crucero de paseo. Se trata de una nave de la Federación y tenemos ciertas obligaciones que hemos de cumplir sin demora.
―Obligaciones que usted podría decidir ignorar a cambio de una cifra de, digamos diez millones de créditos.
―Si fuera cierto que usted puede pagarlos, cabe en lo posible que esté en lo cierto. En cualquier caso, estaría dispuesto a estudiar el tema. En otras palabras, que puede ser factible.
Al capitán se le habían puesto los ojos como estrellas gigantes blancas. ¡Diez millones!
―Le puedo asegurar que sí puedo pagar todo ese dinero. Espere a escuchar mi historia.
―Adelante.
Todos los presentes en el puente oyeron la historia de Gayokiriko. Y todos se quedaron atónitos y entristecidos. Alguno incluso lloró, pues se trataba de una historia muy triste y desgraciada.
Todos menos Xujlius. Pues él comprendió que no solo podrían viajar al planeta del gallináceo. ¡Es que les darían la orden de hacerlo!
Tenían que llamar de inmediato al Almirantazgo. Pero primero dedicó sus buenos minutos a ponerse decente, pues ya sabía lo exigente que era el Almirante Ñiki Muelax con la uniformidad de todos en la Flota.
―¡Almirante! ¡Se presenta el capitán Waleo a bordo de la Entrom-Hetida!
―¡Por los wikis, capitán! Me deja usted asombrado. ¡Está usted bien uniformado! Aunque creo que ese galón de la izquierda está un centímetro fuera de su sitio.
Waleo no pudo evitar el gesto de ajustarse el galón.
―¿Y qué se le ofrece, capitán? ¿O es que solo pretende que lo vea bien vestido por una vez? Aunque esté uniformado de acuerdo a las normas, le recuerdo que su sola imagen de humano me resulta repulsiva.
―Señor. Tenemos a bordo a un ser de Kokvuold que hemos recogido en una cápsula de supervivencia. Su historia debería ser conocida por usted.
―O sea que piensa contarme una batallita. Pues sea breve, capitán, y envíe los detalles más amplios por el medio habitual.
―¡Sí Señor! Verá, Gayokiriko era rey en Kokvuold pero fue depuesto. Su competidor, Tyoperiko, lo infectó con el viroide KronBy-19 y eso lo volvió no apto para el trono. Se les exige a todos los reyes una salud perfecta. Tyoperiko lo colocó anestesiado en una cápsula y lo envió por el espacio sin rumbo.
―Hasta que ustedes lo recogieron.
―Así es.
―Bonita historia para un psicodrama, Waleo. Pero ¿por qué cree usted que debo conocerla? No me gustan los psicodramas.
―Almirante. No he terminado.
―Adelante. Capítulo dos del psicodrama.
―Resulta que Tyoperiko dispone de cultivos del viroide para usarlos como le plazca. Y se los ha ofrecido a la Confederación a un módico precio.
El almirante montó en cólera. Era verdaderamente terrorífico verlo.
Pero mientas gritaba y gesticulaba, al mismo tiempo pensaba con rapidez.
―Capitán Waleo ―dijo una vez calmado―. ¿Me equivoco o ahora todos los tripulantes de la Entrom-Hetida están inmunizados contra el KronBy-19?
―Así se nos ha dicho, señor.
―Luego, ustedes son los indicados para esta misión. Le ordeno que se dirija a Kokvuold e impida, ¡como sea! Que la Confederación se haga con el viroide. Creo que lo mejor es que lo destruya, aunque sea tragándoselo. ¿Queda claro, capitán?
 ―Perfectamente, señor.
Xujlius sonreía de oreja a oreja.
―Bien, ya tiene sus órdenes. Desaparezca de mi vista, capitán.
Cortó la comunicación.
Como era lógico, no le diría al Gaykiriko que tenía órdenes de hacer el viaje. Así cobraría los diez millones limpios, sin tener que hacer nada especial. Ni siquiera desobedecer las órdenes.
Eso sí, aún debían esperar a terminar la cuarentena.

Aunque el planeta Kokvuold era desconocido, no fue difícil dar con sus coordenadas gracias a las indicaciones de Gayokiriko.
Nada más terminar la cuarentena, la Entrom-Hetida puso rumbo al planeta de los gallináceos.
Ya en órbita, primero que nada comprobaron que no había naves de la Confederación a la vista.
―Hemos llegado a tiempo, ¡por los wikis! ―hizo notar el capitán.
Prepararon las lanzaderas A y B con un nutrido grupo, formado por el propio capitán, varios oficiales y tripulantes, y diez marines, éstos al mando del temible sargento Aeiou Máxavelwurroketú. También les acompañaba 8UM4N05 el cual ejercería de traductor.
La nave quedó al mando del oficial Keito Nimoda.
Ya en tierra, les esperaba un nutrido grupo de gallináceos vestidos con lo que parecían uniformes militares. Tenían varias catapultas, con las que de inmediato lanzaron bolas de vidrio llenas de un gas.
―¡Qué mal huele! Sargento, ¿podría ser algún gas tóxico?
―No, capitán. Son solo gases con el viroide.
―Ahora podremos comprobar si de verdad somos inmunes, tal y como dijo Carlosantana.
Y así fue. Ni uno solo de ellos sintió ganas de rascarse.
―Sargento, ataque con esos cosquilleadores.
Muy pronto, todos los soldados gallináceos estaban cloqueando y cacareando, que era su forma de reír.
Eliminada toda oposición, Waleo y los suyos marcharon hacia el palacio real dirigidos por Gayokiriko. Allí les esperaba un iracundo Tyoperiko, el cual aún les lanzó la última bola llena de gas con el viroide.
Tras la respuesta de los federales con sus cosquillleadores, Tyoperiko tuvo que reconocer su derrota entre cloqueos.
―¿Dónde están todo el viroide que pensaban entregar a la Confederación? ―preguntó el capitán Waleo.
El ahora depuesto rey dio unas indicaciones que el robot 8UM4N05 tradujo. A un gesto del capitán, cinco marines fueron corriendo en aquella dirección, cosquilleadores en mano.

Ya en su trono, Gayokiriko dio orden de aplicar la pena máxima contra Tyoperiko. Fue desplumado.
Los marines informaron que no quedaba viroide en ningún depósito.
―Demos las gracias al capitán Waleo ―dijo el rey Gayokiriko.
―Más que las gracias, Majestad, prefiero el dinero.
―Sea.
El rey hizo un gesto y aparecieron diez servidores, cada uno portando una caja bastante voluminosa y pesada.
―Nosotros solo usamos monedas, capitán ―explicó el rey Gayokiriko.
En efecto, cada caja contenía un millón de monedas de un crédito, como pudo comprobar el capitán Waleo.
Sería bastante peso para despegar, pero soportable para las lanzaderas.
Y mientras pensaba en lo que haría con ese dinero, Xujlius Waleo dio la orden de regresar a la nave en órbita. Las dos lanzaderas despegaron entre aclamaciones de los gallináceos que abarrotaban la plaza; aunque estaban tan cargadas que casi no logran levantar vuelo. ¡Dichosas monedas!
Ya a bordo, hubo que guardar las pesadas cajas en lugar seguro, lo que no fue fácil. Además, evitando miradas espurias.

Cuando llevaban un par de horas recorriendo el sistema solar de Kokvuold, y antes de poder saltar al hiperespacio, Lisandra detectó la presencia de un grupo numeroso de naves.
No son de los gallináceos, capitán. Diría que son naves de la Confederación.
―¡Por los wikis del espacio! ¡Preparados para batalla!
Ya más cerca, pudieron ver que se trataba de 189 naves confederadas. Se recibió un mensaje en el puente con la imagen de un chingón de bigote enorme y sombrero de ala ancha.
―¡Ándale! ¿Qué se le ofrece a una solitaria y escuálida nave de la Federación por estos lares?
―Aquí la nave Entrom-Hetida, al mando del capitán Waleo. Este sistema ha sido admitido en la Federación Galáctica, luego es territorio federal. Son ustedes quienes han de largarse. Y no me ha sido usted presentado, capitán chingón.
―Capitán no, Padre, si es tan amable. Soy el Padre Zito y me alegra conocer al famoso capitán Waleo. Porque seré aclamado entre los míos como el chingón que derrotó a la Entrom-Hetida.
―¡Rayos fantasma! ―ordenó Waleo.
De inmediato aparecieron 188 copias de la Entrom-Hetida. Y todas, junto a la original, empezaron a disparar al unísono.
Muy pronto, el espacio se llenó con los restos de las naves chingonas y fantasmas. Hasta que solo quedo una nave, la auténtica Entrom-Hetida.
―Lisandra, pon rumbo al territorio federal más cercano.
―¡A la orden!
Pasaron al hiperespacio.
Pero al llegar a territorio de la Federación, surgió un problema.
Recibieron un comunicado urgente del Almirantazgo.
―Felicidades, capitán Waleo, por eliminar el peligro que suponía dejar el viroide en manos de la Confederación y de paso por conseguir un nuevo miembro federal. Pero ahora todos estamos ante un grave peligro. Verán, ustedes han estado expuestos al viroide KronBy-19. Y aunque estén todos ustedes inmunizados, son portadores del microbio. Por lo tanto, no podemos permitirles el paso a territorio federal sin que primero guarden una cuarentena.
¡Por todos los wikis!, pensó Waleo. ¡Otra vez 172 días de aburrimiento!
¡Prefería un enfrentamiento con los chingones!

Capítulo 19: Mundo de Cuentos
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08 abril 2020

Capitán Waleo capítulo 17: Cuarentena


Aunque estuvieran en territorio desconocido, todo estaba tranquilo a bordo de la nave Entrom-Hetida. El oficial Mal'Mbo Ta'Rte se encontraba al mando, de guardia junto con otros tripulantes, todos aquellos a quienes tocó la tercera imaginaria (nombre que daban a la tercera guardia nocturna, la peor de todas). Los demás estaban durmiendo… o eso se suponía, pues alguno como el capitán. Xujlius Waleo estaba disfrutando de una simulación erótica, gracias a la computadora Lisandra.
Otros tripulantes nunca dormían, como era el caso del robot 8UM4NO5.
De hecho, el propio 8U se hallaba en el puente de mando, para disgusto del capitán en funciones.
―¡Capitán en funciones! ―dijo de pronto el robot―. Sospecho que usted se ha quedado traspuesto.
―Explica por qué dices eso, robot.
―Antes de responder, debo añadir que todo el personal de guardia se ha quedado traspuesto.
―Vale, responde ahora, robot. Deja los comentarios para luego.
―Sencillo. Hay un objeto extraño en la pantalla y nadie lo ha señalado. Ni siquiera Lisandra.
¡Por los wikis! Tienes razón, robot. ¡Lisandra!
¡A la orden, capitán en funciones!
¿Puedes decirme qué es eso?
8UM4N05 estaba a punto de responder, pero se contuvo. No se le había ordenado hablar.
Es una cápsula de supervivencia dijo la computadora―. Diseño desconocido, pero su funcionalidad es evidente.
¿Estás totalmente segura, Lisandra?
Claro que sí, capitán en funciones.
Mal'Mbo Ta'Rte sabía que las normas de navegación espacial le obligaban a recoger aquella cápsula de supervivencia. Por eso quería asegurarse antes de actuar.
De acuerdo. Procedan a recoger esa cápsula y veamos lo que tiene en su interior.
La Entrom-Hetida emitió dos prolongaciones telescópicas, cada una acabada en una unidad prensora que recordaba a una enorme mano humana. Esas «manos» atraparon el objeto extraño y lo depositaron en la bodega principal.
Cuatro marines, al mando del sargento Aeiou Máxavelwurroketú, se prepararon para abrir la cápsula. Los cinco vestían la camiseta roja reglamentaria.
Fue el soldado Gaspakiwi Himoto quien abrió la esclusa de acceso. Con él iba Rambo Tedexo Zeko, quien había tenido que dejar a su mascota, la perrita Laika, en el camarote, al cuidado del cabo Lormingo Kritowich (globiano de Xetrilo-17).
Entraron los dos, cosquilleador en mano. Tras ellos, los otros dos soldados y el sargento.
El interior de la cápsula estaba a oscuras. Todos alumbraban con sus linternas hasta que Gaspakiwi encendió el interruptor.
¡No toque nada, soldado! ordenó el sargento.
Señor, estaba claro que esto es un interruptor para la luz.
En realidad, el sargento reconoció que ahora estaban mejor. Aunque la luz era algo cegadora, ahora podían ver todo el interior de la cápsula.
Allí señaló Rambo hacia una especie de caja de color azul.
Siguiendo la dirección señalada, descubrieron algo como un pollo enorme, desplumado, dentro de aquella caja.
No hay otra cosa a bordo que lo de dentro de esa caja informó Gaspakiwi.
De acuerdo. Saquemos esta cosa de la caja ordenó el sargento.Tal vez podamos comerla. Hace semanas que no comemos pollo.
Abrieron la caja y sacaron al ser de su interior. Tenía más de un metro de alto y unas protuberancias como pequeños tentáculos en el extremo de lo que parecían alas. Eso y otros detalles hicieron comprender al sargento que seguirían sin comer pollo.
―¡Vaya! Me temo que este ser es inteligente. No nos lo podemos comer.
¿Está vivo?
Creo que sí. Pero mejor aviso al médico Carlosantana.

El doctor Carlosantana nunca había visto a un ser como aquel de la cápsula. Bueno, ni él ni nadie más de la nave.
Pero sí pudo hacerle un análisis de su sangre. Era verde, aunque venía a ser algo parecido, por lo que así llamó al líquido que extrajo con una jeringa.
Cuando tuvo los resultados, llamó todo alarmado al sargento Máxavelwurroketú, a los cuatro soldados y a todos los que habían estado cerca del ser gallináceo.
―Tiene el viroide KronBy-19 ―avisó.
―Por mí, como si tiene el PePe-478.
―Sargento, no diga sandeces. El KronBy-19 produce una enfermedad muy contagiosa. Se caracteriza por producir eritema y prurito por toda la piel. Para que lo entiendan, enrojecimiento y picazón. Y muy fuertes.
―¿Algo así como esto? el soldado Rambo mostró su mano derecha, toda hinchada y enrojecida.
―¿Le pica?
―¡Mucho!, pero no puedo rascarme.
Rambo mostró su mano izquierda, tan hinchada y roja como la otra. Su cara también estaba enrojeciendo a gran velocidad.
―¡Por todos los wikis! ―exclamó el médico mientras corría hacia el intercomunicador del puesto médico―. Lisandra, ¡aviso de emergencia sanitaria en la nave! ¡Corta todos los accesos que llevan hacia este lugar! Y creo que deberías hacer lo mismo con la bodega de carga…

En cuestión de pocas horas, se hizo necesario levantar todos los bloqueos en el interior de la nave. No eran necesarios, pues toda la nave estaba infectada.
El capitán Waleo se despertó de pronto, notando un fuerte calor por todo el cuerpo, que además picaba por todas partes.
Lisandra, ¿qué sucede? ¿Y por qué te presentas así?
La imagen de la computadora era la típica hembra terrestre, casi desnuda, que usaba en las comunicaciones en el camarote del capitán. Pero esta vez tenía la piel roja por todos lados y no cesaba de rascarse.
He decidido mostrar una imagen coherente con lo que sucede en toda la nave, capitán.
En pocos minutos, la computadora hizo un resumen de lo que había sucedido.
Pero a ti ese viroide no te afecta ¿verdad, Lisandra?
No, señor. Pero siento la obligación de mostrar empatía con la tripulación.
No lo hagas. Me pones nervioso. Y vístete.
La imagen de la pantalla pasó a ser la de una mujer con uniforme. Y sin enfermedad visible.
Xujlius se vistió como pudo y se dirigió al puente. Allí estaban Carlosantana, el oficial Ta'Rte y hasta el ingeniero Gram Dixim-Owurro. Todos ellos no cesaban de rascarse.
Es decir, todos menos el híbrido de especie desconocida.
¿A ti no te afecta, Gram? preguntó el capitán.
―A mí no me afectan ninguna de las enfermedades habituales de la galaxia.
―Y sin embargo estás casi siempre enfermo…
―Dejemos eso. He subido al puente porque soy el único que puede teclear bien, pues no tengo que andar rascándome. Todos los demás están incapacitados para hacer cualquier cosa.
―Lo entiendo. ¿Y qué has hecho?
―Informar al Almirantazgo, claro está. Y han declarado la cuarentena a bordo. 172 días estándar.
―¿172 días? Pero, ¿cuarentena no son cuarenta días?
―Es una forma de hablar, Xujlius.
―¿Y no podemos ir a ninguna parte?
―A ningún sitio. La nave está detenida en medio del vacío estelar.

Fueron 172 días que se hicieron eternos para todos los tripulantes de la Entrom-Hetida. Y ni siquiera podían hacer mantenimiento de la nave, o entretenerse con cualquier actividad. El prurito, o sea la picazón, impedía realizar cualquier labor.
Hasta comer se les hacía difícil. La mitad de las veces, cuando tenían la cuchara, tenedor o el instrumento adecuado a su especie, con un trozo de alimento, sentían tal picazón que debían soltarlo. Aunque cayera al suelo.
Para desazón del soldado Rambo, también la perrita Laika se vio afectada. No cesaba de rascarse con las patas traseras.
El capitán preguntó al médico si existía algún remedio.
―Sí lo hay. El antídoto KKPis.0017. Disponible en cualquier mundo de la Federación.
―¿Y no lo tenemos a bordo?
―Está claro que no. Y no podemos ir a buscarlo, pues estamos en cuarentena. Tampoco pedirlo, pues ninguna nave se acercará a nosotros mientras estemos así.
―Me pregunto por qué no le tenemos. ¿No lo habías puesto en la lista del botiquín?
―¡Claro que sí, capitán! Pero usted, al ver lo que costaba, suprimió esa y otras partidas.
―¡Por los wikis!
―Al menos le puedo dar una buena noticia, capitán.
―A ver.
―En unos 32 días, todos nos habremos curado. Y la inmunidad ya será permanente.
―Entonces, ¿por qué los 172 días?
―Norma del Almirantazgo. Por razones de seguridad, según tengo entendido.

El robot 8UM4N05 tampoco se vio afectado, y era continuamente solicitado por toda la nave.
―Debería estar satisfecho con que se requieran mis servicios ―dijo 8U a Lisandra―. Pero no lo estoy. No me reclaman por mi elevada inteligencia, ni por mis amplísimos conocimientos. Solicitan mis servicios porque tengo las únicas manos disponibles a bordo. ¡No soy más que un vulgar ayudante!

Cuando pasaron los primeros 32 días de cuarentena, casi todos estaban recuperados a bordo de la nave.
Ya no fueron necesarios los servicios de 8U.
Y los oficiales decidieron aprovechar para hacer mantenimiento de todos los sistemas de a bordo.
En cuanto a los marines, el sargento Máxavelwurroketú les ponía a entrenar todo el tiempo. En el gimnasio y en los simuladores.
Más de uno extrañaba aquellos tiempos en los que no podían hacer nada.

Entretanto, el ser gallináceo rescatado en la cápsula permanecía en el centro médico. Respiraba y mostraba signos vitales, pero no despertaba.
Hasta que de pronto abrió los ojos y vio que estaba solo en un lugar extraño.
Kokorico glogo cocooooo ―dijo.
Lisandra avisó a Carlosantana. Y éste pidió la presencia del robot 8U, que conocía más de dos millones de formas de comunicación.
―¿Dónde estoy? ―tradujo el robot.
―Explícale dónde está. Y pregunta lo que le pasó.
Aún tenían más de cien días de cuarentena. Tiempo suficiente para contar muchas cosas.

Capítulo 18: Gayokiriko
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05 abril 2020

SE ACABÓ


Cuando por fin terminó el confinamiento, Julián se bañó, se afeitó y se puso ropa limpia recién planchada. Estrenó un frasco de colonia y se miró en el espejo.
Estaba listo para salir.
Al abrir la puerta, captó un fuerte olor a podrido. Pensó que él no había sido el único en descuidar la higiene al estar encerrado.
Salió a la calle, esperando ver a los vecinos que también abandonaban sus encierros.
Pero no había nadie.
Absolutamente nadie en la calle.
Tampoco en las otras calles. Ni en los edificios.
En ningún sitio.
Era el último hombre sobre la Tierra.

14 agosto 2019

Premio laboral


Dai Huan era la empleada más trabajadora de la fábrica. Dedicaba más de doce horas diarias a laborar en los talleres, quitando tiempo incluso a las horas de comer o dormir. Ni siquiera se enfermaba o pedía vacaciones.
Claro que Dai Huan tenía un niño de cinco años que mantener, después de que su padre la dejara sola para emigrar a Europa. Y con los escasos yuanes que lograba ahorrar, apenas tenía para darle algo de ropa nueva cada vez que la vieja se quedaba pequeña; o medicinas, algo por desgracias demasiado frecuente por culpa del aire envenenado.
Pero Tao, el jefe del taller habló con los dueños.
Creo que Dai Huan se merece el premio. Nunca ha faltado al trabajo, ni siquiera por enfermedad.
Y fue así como Dai Huan fue convocada a una reunión con Wang Jiang, uno de los socios de Kirlam Asoc, la empresa dueña de aquel taller, y de otros veinte en Shanghái. Una de las miles de empresas subcontratadas por la multinacional del mueble Keiea en todo el mundo.
Dai Huan tuvo que buscar su vestido menos estropeado y más vistoso. Lo planchó y arregló hasta que pareciera casi nuevo. Dejó al pequeño Guo con su abuela Suyin, es decir la madre de Huan y se dirigió a un sector del taller donde nunca había estado: la planta alta.
Allí, el aire acondicionado permitía olvidar los más de treinta grados de la calle, que era casi siempre la misma temperatura del lugar donde ella trabajaba.
Ella sentía que aquel no era su lugar, pero Tao (también arreglado, pues hasta se había afeitado y puesto corbata), la acompañaba.
Entraron en una oficina mayor que el apartamento de Huan. Solo había en ella una mesa de madera brillante y algunos sillones. Todas las paredes estaban recubiertas de maderas, salvo una, cubierta por una enorme pantalla digital.
El señor Wang Hiano estaba sentado tras la mesa. Tao y Huan hicieron una reverencia, a la que el ejecutivo respondió:
―Dai Huan, ¿esa eres tú?
―Sí, señor. A su servicio.
―Me ha dicho Tao, tu jefe de taller, que eres una gran trabajadora.
―Solo cumplo con mi obligación.
―Haces más que cumplir. Trabajas mucho y bien y te mereces un premio.
―Como diga el señor.
―Como sabes, fabricamos piezas para Keiea, y ésta tiene tiendas por todo el mundo. Dime, ¿te gustaría visitar una tienda de Keiea?
Huan pensaba en la enorme tienda de Keiea de Shanghái, un edificio donde ella nunca se había atrevido a entrar por miedo. Miedo a no poder comprar ni una sola de las maravillas que sin duda había en su interior.
―Claro que me gustaría, señor. A veces paso por delante, pero nunca he entrado.
―No me refiero a la tienda de esta ciudad. ¿Te gustaría visitar una tienda de Keiea en Europa? El país que tú prefieras. ¿Cuál eliges?
Recordó el país al que se fue el padre de su hijo. Ella sabía que ya no estaba en ese lugar, pues había pasado a uno fronterizootro cruzando una frontera.
―España.
―¡Perfecto! Viajarás a una ciudad de España, digamos, Madrid, y allí visitarás la tienda de Keiea. Todos los gastos pagados, una semana contando el tiempo del viaje.
Huan estaba tan asombrada que casi no se dio cuenta de un detalle. Pero lo hizo, y así se atrevió a comentar:
―¡Gracias, señor! Pero tengo un niño de cinco años y no creo que pueda llevarlo.
El ejecutivo comprendió de pronto por qué aquella mujer trabajaba tanto. No dijo nada pero pensó con rapidez.
―¿Hay algún familiar que se pueda hacer cargo del niño durante una semana? Pagaremos su manutención.
―Está su abuela, mi madre Suyin. Ella puede cuidarlo.
―¡Perfecto! Dai Huan, Tao te acompañará para que hagas los trámites, pasaporte, fotos para la web y la prensa, permisos de viaje y comprar algunas cosas, como una maleta, vestidos para el viaje y demás. Por hoy quedas libre de trabajo.
Y, sin más, salieron los dos del despacho.
Huan entró en un torbellino que duró dos semanas, antes de poder partir. Apenas tuvo tiempo para el taller, todo se le fue en los trámites, las sesiones con los periodistas y arreglar las cosas para que su madre no tuviera problemas con el niño.
Incluso pudo comprarse un teléfono celular. En realidad fueron dos, pues uno era para Suyin. Así podrían estar en contacto aunque cada una estuviera al otro lado del mundo.
Por fin, Dai Huan subió a un avión, un aparato enorme donde se apretujaban centenares de viajeros, algo que parecía imposible que se elevara por el aire. Pero lo hizo y así Huan vio su ciudad desde el aire; vio lo que pudo, pues la niebla oscuraontaminación de la humo la ocultó muy pronto.
El viaje fue largo y agotador. Tuvo que bajar del avión en un sitio extraño, donde el sol brillaba mucho y la arena del desierto estaba cerca, pero eso no impedía que la gente llevara toda clase de joyas encima. Una gente altiva, que vestía con ropajes largos y lujosos.
Menos mal que le explicaron con todo detalle los lugares por donde debía ir, pues los carteles informativos no le decían nada (no estaban en cantonés ni en cualquier otra lengua china). También, el propio teléfono le fue dando las indicaciones.
Llegó a tiempo de subir a otro avión, algo más pequeño que el que había abordado en China, pero también enorme.
Ya era de noche, pero Huan no tenía sueño. En el avión apagaron las luces para que la gente pudiera dormir, y ella miraba por la ventanilla (¡le había tocado esta vez un asiento junto a una de aquellas ventanas casi redondas!). Podía ver toda clase de luces, ciudades desconocidas donde la gente, suponía ella, estaría durmiendo.
Al final sí que se durmió.
Se despertó notando que era de día y que volaban una tierra árida. No tanto como el desierto del día anterior, pero menos verde que su China natal.
Llegaron a otro aeropuerto, y de nuevo Huan tuvo que valerse de todo su ánimo para moverse entre los pasillos, siguiendo gente extraña.
Le habían explicado que debía pasar un control de policía y que luego le estarían esperando. Y así fue.
A la salida del control, una joven le aguardaba con un cartel que ponía su nombre en ideogramas de cantonés. Era una chica del lugar, Maricarmen dijo llamarse, pero hablaba el cantonés con poco acento.
Maricarmen la acompañó a un taxi (un coche enorme que le pareció lujoso) y juntas recorrieron las calles de aquella ciudad, Madrid.
―Me han dicho, Huan, que es la primera vez que viajas.
―Sí, señora.
―Nada de señora, soy tu amiga. Llámame Mari.
―De acuerdo, Mari. Nunca he salido de Shanghái, y solo viajé una vez de mi aldea natal Yunkam a Shanghái, cuando era una niña.
―No has salido antes de China, ¿verdad?
―Así es.
―Bien, puede que te cueste acostumbrarte a este sitio. Es una cultura distinta, pero me consta que los tuyos se adaptan, así que tú te adaptarás. Además, será solo una semana, y luego podrás ver a tu familia. ¿Tienes un hijo?
―Sí.
―Yo también.
Ambas mujeres aprovecharon su común maternidad para compartir datos de sus retoños. La hija de Maricarmen también tenía cinco años, y ambas convinieron en que sería estupendo que se conocieran los dos niños.
El resto del día lo pasó Huan adaptándose al horario, tan distinto del suyo. Pudo hablar con su madre (despertándola de la cama, pues para era de madrugada en Shanghái).
Al día siguiente, Mari la llevó a visitar la ciudad. Entraron en algunas tiendas (la de Keiea la dejaron para otro día), donde Huan miraba todo con ojos de asombro, viendo como la gente compraba cosas que a ella le parecían el colmo del lujo.
Pero Mari le explicó que aquello no era lujo. Para que viera lo que era lujo de verdad, entraron en una joyería donde todo era de oro y diamantes. Huan vio un simple reloj de pulsera y cuando le dijeron el precio y su equivalencia en yuanes, comprendió que tendría que trabajar muchos años para poder acumular el valor de aquel pequeño reloj… que ni siquiera era el más caro del lugar. ¡Eso era el verdadero lujo!
Fueron a comer platos exóticos. Exóticos para Huan, se entiende, pues Mari estaba familiarizada con todos ellos: paella, tortilla, cocido, pizza…
Huan durmió ya en un horario casi normal. Se levantó y aseó, ya por la mañana, y fue a comer aceptando que en aquel lugar no le impedirían comer lo que quisiera, pues eso era un buffet. Así que eso fue lo que hizo, aunque no probó la leche, pues ya le habían advertido que no le sentaría bien, salvo una que ella no supo reconocer.
Más tarde vino Maricarmen a recogerla. Esta vez fue la visita a Keiea.
La tienda de Keiea en Madrid era tan grande como la de Shanghái. Pero aquí la trataron como alguien especial, la laboriosa trabajadora Dai Huan que en la lejana China fabricaba algunos de los componentes de los muebles y accesorios que allí se podían adquirir.
Una guapa joven rubia le acompañó por todo el recorrido. No hablaba chino, así que Mari debía hacer de traductora, pero a todo el mundo que encontraba presentaba a Dai Huan, tanto empleados de Keiea como clientes.
Huan pudo ver como se vendían los objetos que ella fabricaba, al menos algunas de sus piezas. Y le llamó poderosamente la atención los precios que tenían. Ya sabía pasar de euros a yuanes con la ayuda de la calculadora incluida en su teléfono y lo que pudo ver le dio mucho que pensar.
Terminó el día en una cena donde varios miembros de la empresa dieron sus discursos… que Mari pudo traducir aunque alguno fuera en inglés, no en español.

Cuatro días más tarde, Dai Huan se reincorporaba al trabajo como si nada hubiera pasado. Ya había besado a su niño tantas veces que pudo compensar los días de ausencia. Y ya se había adaptado al horario de Shanghái.
Huan trabajaba como siempre, pero empezó a dedicar tiempo para hablar con sus compañeros.
Un mes más tarde, el taller se declaraba en huelga.
Y el empresario Wang Hiano se entrevistó por Skype con los directivos de Keiea.
―El caso de Dai Huan, señores, me lleva a sugerir que suspendan la política de premios laborales.
―Creemos coincidir con usted, Mr Wang, pero si no le importa, ¿podría exponer sus argumentos?
―Claro, señores. La empleada Dai Huan tuvo ocasión de comprobar la enorme diferencia entre lo que aquí se le paga y el precio que tiene el fruto de su trabajo en el punto final de la cadena productiva. Así que decidió exigir que se le pague más, lo que ella considera una cantidad justa y adecuada.
―Justo lo que hemos observado en otros casos. Muchas gracias, Mr Wang.
La dirección decidió, tras una breve reunión, cancelar la política de premios al estímulo laboral de los productores de la materia prima de Keiea. Los resultados no estaban siendo los previstos por el departamento de marketing.