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15 abril 2020

Capitán Waleo capítulo 20: En los asteroides


La nave espacial Entrom-Hetida está detenida en el espacio. Una vez más, el ingeniero Gram Dixim-Owurro ha de trabajar duro buscando la forma de reparar una avería. Y tiene para rato.
—Hemos de quedarnos aquí varios días —informó el capitán Waleo a todos los tripulantes—. Así que ya pueden buscar la forma de pasar el rato sin salir afuera.
Él mismo lo tenía fácil, así que se retiró a su camarote a gozar de una simulación erótica cortesía de Lisandra, la computadora.
Al mando se quedó el oficial Keito Nimoda.
Un tímido teniente, el reptiliano Nicomedes Luxor, se acercó al puente cuando Nimoda intentaba echar una cabezadita en el puesto, sin que se notara mucho.
—¡Eh, disculpe, señor!
Ni caso.
—¡SEÑOR! ¡CAPITÁN EN FUNCIONES!
Nimoda sacudió la cabeza ante semejante grito.
—No hace falta que glite, teniente.
—Disculpe, señor, pero me pareció que estaba algo traspuesto.
—¡Yo nunca duelmo cuando estoy de gualdia!
—Como usted diga, señor
—¿Y qué se le oflece, teniente?
—Verá, señor, he observado que hay cerca un grupo de asteroides muy interesante y solicito permiso para explorarlos.
—¿Explolal-los usted solo?
—¡No, señor! Llevaría un grupo conmigo.
Cleo que eso debe autolizal-lo el Capitán.
Al capitán Waleo no le hizo mucha gracia que interrumpieran su simulación con esa solicitud. Pero no podía quejarse.
—Teniente —dijo después Nimoda—. El capitán autoliza la expedición a los asteloides. Lleve la lanzadela C, que tiene cañones de misiles aguja.

Poco más tarde, partía la lanzadera C, tripulada por el cabo Lormingo Kritowich y con el propio teniente Luxor y un grupo de marines al mando del temible sargento Aeiou Máxavelwurroketú. También iba el robot 8UM4N05, por recomendación expresa de Waleo.
El cabo Kritowich condujo la pequeña nave de forma magistral hasta penetrar en el campo de asteroides.
Junto con su última reparación, 8U había recibido algunas «mejoras», como por ejemplo un circuito humorístico. El resultado fue que no se callaba, siempre andaba contando chistes.
—Van dos flobinos por la aeropista —dijo el robot— y el del medio revienta.
—¿Por qué no te callas? —replicó el soldado Gaspakiwi Himoto—. ¡Me tienes hasta la coronilla con tus chistes malos!
—No se puede callar —objetó otro soldado, Rambo Tedexo Zeko—. Pero déjalo, a ver si revienta.
—La inteligencia de estos marines no permite apreciar la belleza y calidad de mis chistes —contestó el robot.
Ajenos a esa conversación, el teniente Luxor observó un asteroide peculiar.
—Cabo, ¿ha visto ese asteroide?
—¿El que tiene un túnel, teniente?
—El mismo. Vamos a explorarlo.
Y añadiendo por el micrófono hacia el compartimiento de la tropa.
—Sargento, ¡que sus hombres se preparen para batalla!
Lo de «hombres» era una forma de hablar, pues muchos de ellos no eran humanos; ni hombres, por lo tanto.
—Ya estamos preparados para lo que sea, teniente.
Era un asteroide de gran tamaño, casi un planeta enano. Y en la superficie mostraba un enorme orificio, negro, oscuro. Invitador.
La pequeña nave se introdujo en el interior de aquel orificio. Encendieron los potentes focos, que alumbraron las paredes irregulares de un largo túnel.
—Siga hacia el interior, cabo —ordenó el teniente.
En el compartimiento de tropa, los marines observaban cómo avanzaban con rapidez las paredes del túnel.
—Me pregunto a dónde nos llevará esto —observó el sargento.
—Se diría que está usted asustado, sargento.
—¡Soldado Morinety! ¡Cállese! ¡Yo nunca estoy asustado!

En la cabina, el teniente pensaba lo mismo, pero tuvo la precaución de callar.
De pronto, el cabo hizo aterrizar la nave.
—Ya no sigue el túnel, teniente —dijo—, puede verlo usted mismo.
Y así era. Aquel túnel terminaba en una pequeña cueva.
El sargento salió con tres de los marines, vestidos con sus trajes espaciales transparentes que dejaban ver la camiseta roja reglamentaria.
De pronto, sintieron un terremoto.
—¡Todo el mundo a la nave! —ordenó el teniente.
Los marines corrieron al interior de la nave, tropezando por lo intenso del terremoto.
—Parece que el terreno no es estable —observó 8UM4N05.
—¿Están todos a bordo, sargento? —preguntó el cabo Kritowich.
—Afirmativo —respondió el sargento.
—Despega —ordenó el teniente.
La nave se elevó y enfiló hacia el exterior del túnel. Pese a estar en el espacio, se notaba cómo las paredes del túnel se movían por causa del terremoto.
O quizás fuera al revés, comprendió de pronto el teniente. ¡Las paredes se movían y eso causaba el terremoto!
—Parece que la salida se cierra —dijo el robot—. Da la impresión de que estamos dentro de la boca de un monstruo.
En efecto, dos hileras de dientes parecían cerrarse en la salida del túnel.
—¡Usen los misiles de aguja! —ordenó el teniente.
El sargento se puso a cargo de las armas. Apuntó hacia la bóveda superior y lanzó una andanada de misiles, afilados como enormes agujas que se clavaron en la boca del monstruo.
Oyeron un enorme rugido de dolor. Y la boca se abrió.
Salieron y así pudieron ver al monstruo, que se retorcía de dolor.
—Es un gusanoide asteroidal —informó 8U.
—Gracias por el dato, robot.
—De nada, teniente —contestó 8U—. Eso me recuerda el chiste de los dinomorfos que estaban comiendo.
—¡Silencio, robot!

Por un momento, el teniente estuvo tentado de volver a la Entrom-Hetida. Pero aún faltaban horas para que el ingeniero terminara su trabajo, la lanzadera tenía combustible de sobra y todos estaban con ganas de seguir.
Dio la orden de seguir explorando.
Por un par de horas, recorrieron el campo de asteroides sin ver nada especial. No había ciudades, ni colonos, tampoco gusanoides ni nada de nada.
Hasta que el robot señaló algo.
—Aquel asteroide parece adecuado, teniente —dijo.
—Cabo dirija la nave hacia allí —ordenó el teniente.
El asteroide indicado no era muy grande, pero tenía una superficie bastante llana. La lanzadera aterrizó en el borde del campo.
Todos los tripulantes salieron al exterior, menos el cabo y el robot.
—Vamos a dividirnos en dos grupos —ordenó el teniente Luxor—. La mitad se va con el sargento, los otros se vienen conmigo.
Mostró un objeto que llevaba en las manos. Tenía forma esférica.
Era un balón de fútbol de reglamento.
Minutos más tarde, estaban jugando al fútbol en la superficie del asteroide.
El soldado Luisiano Morinety demostró ser el más preparado para el juego, cuando con un pase largo marcó el primer gol en la portería defendida por el teniente.
—¡Estaba fuera de juego! —se quejó.
—¡Venga ya, teniente! ¿Consultamos con el árbitro? —respondió el sargento, capitán y portero del otro equipo.
—No tenemos árbitro —señaló el teniente—. Claro que podemos consultar con el BAR.
—Teniente —intervino el soldado Rambo Tedexo Seko—. Lo del bar no es mala idea. Pero será en la nave, ya de regreso.
—Para que lo sepa soldado, BAR son las iniciales de Bonito Artefacto Raro, un sistema infalible para saber si fue o no gol. Pero no lo tenemos en la nave. ¡Está bien! Admito el tanto.
Volvieron a seguir jugando. Al poco, Rambo marcaba un gol para el equipo del teniente.
Éste celebró el empate con saltos de júbilo.
—¡Toma, toma, toma!
Volvieron al juego. De nuevo la pelota en el centro del campo.
Para el saque, el sargento señaló a Morinety. Éste tomó carrerilla y dio tal patada que la pelota salió lanzada al espacio.
—¡Por los wikis! —exclamó el teniente—. Creo que alcanzó la velocidad de escape.
—Quiere decir que no volverá al campo —explicó el sargento.
—¡Se acabó el partido! —ordenó el teniente.
—¿Así, con un empate? ¿Sin hacer el desempate?
—Sargento, ¿tiene usted otra pelota? —preguntó el teniente—. Ya veo que no. Así pues, ¿cómo jugamos?
—Podríamos jugar a otra cosa, teniente. Por ejemplo, al escondite.
—¡Olvídelo! Volvemos a la lanzadera. Y luego, a la Entrom-Hetida.
Varios soldados soltaron una exclamación de pena.
—¡Ya lo han oído! —dijo el sargento—. ¡Todos a la nave!
Pocos minutos más tarde, todos volvían al interior de la lanzadera. De inmediato, el robot 8U dio detalles acerca de la trayectoria seguida por el balón. Al menos hasta que el teniente le mandó callar.
Despegaron, pero no volvieron a la Entrom-Hetida.
Más bien siguieron unos cuantos minutos explorando los asteroides.
Encontraron un asteroide que tenía un enorme cartel.
«NIO» decía en letras negras.
—¡Es un asteroide rico en selenio!—exclamó el teniente—. ¿No lo ven? Se lee «NIO».
—También tiene titanio —indico el sargento—. Ese cartel, es con tinta «NIO».
—En todo caso, hemos conseguido algo de lo que informar al capitán —observó el cabo.
Todos estuvieron de acuerdo.
Ahora sí que pusieron rumbo a la Entrom-Hetida.

Ya de vuelta a la nave, el teniente Luxor se entrevistó con el capitán para rendirle su informe. Antes, supo que el ingeniero estaba a punto de terminar la reparación. Partirían en pocos minutos.
—Así que un asteroide rico en titanio o selenio, ¿no, teniente? También podría ser niobio, porque «NIO» vio usted, ¿verdad?
—Es posible, señor.
—No importa, porque primero me gustaría que me explicara qué fue lo que observó el navegante Jajá Jojó.
—Si fuera tan amable de dar más detalles, señor.
—Era un objeto pequeño, esférico, que procedía del campo de asteroides. Parecía un balón de fútbol. Iba a gran velocidad y por un momento creímos que era un meteorito.
—Capitán, yo no sé nada de eso.
—No me engañe, teniente estuvieron ustedes jugando al fútbol, ¿verdad?
El teniente Luxor no respondió, pero su cara lo dijo todo.

Enlace al capítulo 1

14 abril 2020

Capitán Waleo capítulo 19: Mundo de cuentos


La nave espacial Entrom-Hetida viajaba por regiones ignotas de la galaxia. El Navegante Jajá Jojó estaba tenso, pero su rostro no lo mostraba, como era lo habitual. Tenía que estudiar todo lo que quedaba al alcance de los sensores de la nave.
El capitán Waleo estaba en el puente y también se hallaba pendiente de lo que señalaban los sensores.
—¿Qué hay en esa nebulosa, navegante?
—Hay algunos indicios de un sistema con planeta habitable, capitán.
—¡Interesante! ¿Aparece en los mapas?
—No, señor.
—Luego, nos interesa ir allí. Trace un rumbo, navegante.
—¡Ya estaba en eso, señor! Solo tengo una duda, capitán.
—A ver.
—¿Atravesamos la nebulosa o la rodeamos?
Xujlius Waleo estudió los datos que tenía ante sí en la pantalla.
—Mejor la atravesamos. No parece ser muy densa y en cambio es enorme; rodearla nos hará perder mucho tiempo. Ahora debo informar al Almirante.
Poco después, aparecía el holograma del Almirante Ñiki Muelax, Comandante Mayor de la Flota Estelar.
—¡Capitán Waleo! Observo que no está vestido correctamente, como es habitual.
—Disculpe, almirante, pero no soy consciente de ello.
—¿Sabe que esa corbata no es reglamentaria?
—¡Ups! No me acordaba de la corbata de la buena suerte.
Waleo llevaba una pajarita de color rojo intenso. No era lo correcto en su uniforme, por supuesto.
—Bien, y aparte de obligarme a ver su repulsivo cuerpo humano, ¿qué se le ofrece, capitán Waleo?
—Nos disponemos a reconocer un posible mundo habitado, señor, y de acuerdo con las Normas procedo a avisar al Alto Mando de mis intenciones.
—Pues capitán, mucho hablar de las Normas y es la primera vez que usted nos avisa antes de ir a un mundo desconocido. Así que puede que esta vez deje en evidencia las veces anteriores. Ya no podrá decir que no lo sabía.
—En todo caso, almirante, sus órdenes son…
—Explorar. Y si está habitado, conseguir como sea que se integre en la Federación Galáctica.
—Así se hará, señor.
La imagen del juiniano desapareció, dejando al capitán Waleo sumido en la confusión. ¿Cómo pudo olvidar la pajarita?
—¡Navegante! ¿Ya tiene ese rumbo trazado?
—¡Sí, señor!
—Pues páselos a la computadora.
—Ya está.
La nave se adentró en la nebulosa de gas y polvo.

Minutos más tarde, la nave se detenía con brusquedad. Todos los presentes en el puente se sintieron empujados hacia delante. En el puesto del capitán apareció una enorme bolsa gris que hizo de colchón, impidiendo que se golpeara la cabeza. Otros tripulantes no tuvieron tanta suerte, y recibieron algunos golpes.
—¡Vaya, el airbag funciona! —exclamó el capitán, añadiendo—. Lisandra, ¿qué ha pasado?
—Capitán, me temo que se ha fundido el frobostatopocio —contestó la computadora.
—¡Llama a Dixim-Owurro!
Poco después se presentaba en el puente el ingeniero Gram Dixim-Owurro.
—Xujlius, te dije que instalaras airbags en todos los puestos del puente.
—Calla, Gram, sabes bien que costaba un pico. Y ahora lo que importa es que arregles el frobostatopocio
—¡Por los wikis! ¡Te has metido de lleno en una nebulosa llena de polvo! ¡Tenía que pasar!
—Quería ahorrar tiempo. Y no debes discutir las decisiones del capitán de la nave.
—Mis disculpas, capitán. Pero esta reparación me llevará un par de horas.

Durante dos horas exactas, la nave permaneció detenida dentro de la nebulosa. Los heridos del puente se curaron los chichones (poca cosa, en realidad), maldiciendo para sus coletos la racanería del capitán al no ponerles a ellos airbags.
Terminado el trabajo, el Ingeniero avisó al capitán:
—Mejor das media vuelta. No hay otro frobostatopocio, si decides seguir entre este polvo tan denso.
—Lisandra, ¡media vuelta! Daremos un rodeo sobre la nebulosa.

Por fin, tras dos días de duro viaje bordeando la nebulosa, y sin ver nada especial, el auxiliar Fresntgongo anunció:
—Planeta desconocido en pantalla, capitán.
Esta vez, Waleo optó por no usar las lanzaderas. Activó los tubos de teletransporte y llamó al comando de contacto.
—Teniente Luxor, baje con cinco marines al planeta.
—¡Sí, señor! —el reptiliano tragó saliva—. Señor, ¿usaremos los tubos?
—¡Claro!
Nicomedes Luxor no dijo nada. Odiaba los tubos, él prefería bajar de una forma normal, en una lanzadera.
El cabo Lormingo Kritowich apareció, al mando de cuatro soldados. Todos ellos vestían camiseta roja.
Los cinco marines y el teniente se colocaron en el interior de los tubos. Segundos más tarde, desaparecían.
Y surgían en la superficie del planeta desconocido.

Caperucita Roja les dio la bienvenida. Es decir, un ser de pequeño tamaño que asemejaba una niña con capucha roja.
—¡Hola, señores! ¿Han visto al Lobo Feroz?
—¡Hola! Me llamo Nicomedes Luxor, y no deberías buscar al Lobo. Es peligroso.
En ese momento apareció corriendo un individuo parecido a un lobo, erguido sobre las patas traseras y vestido con ropas extravagantes.
Se situó entre los soldados.
—¡Ayúdenme! —dijo—. ¡Me quiere comer!
El teniente no entendía nada.
—Un momento. Se supone que es usted quien quiere comerse a Caperucita.
La aludida abrió una enorme boca, llena de afilados dientes.
—¡Mira mi boca! —dijo—. ¡Es para comerte mejor!
—Señor —dijo el cabo Kritowich—. Diría que es el cuento al revés.
—¡Sí! Este es el Mundo de los Cuentos al Revés —replicó el lobo.
De pronto aparecieron cientos de Caperucitas Rojas.
—No debemos implicarnos en los asuntos locales —señaló el teniente.
Los recién llegados del espacio se fueron, dejando al Lobo a merced de las Caperucitas, quienes se lanzaron a devorarlo.
—¡Es horrible! —pudo decir el cabo, mientras se alejaban de aquella carnicería.

Y así iniciaron la exploración de aquel extraño mundo. Al rato se toparon con otro Lobo Feroz, este perseguido por los Cerditos, quienes pretendían comérselo asado en el caldero que uno de ellos tenía en su cabaña de madera.
Luego vieron al Enano del Bosque y las Siete Blancanieves, que lo tenían esclavizado. Y Cenicienta daba órdenes a la Madrina, quien debía poner sus conocimientos de brujería al servicio de la criada.
Hanzel y Gretel tenían encerrada a la bruja en la casita de chocolate.
Pulgarcito medía dos metros y medio y era el líder de una pandilla de gamberros.
Y así cuento tras cuento, todos estaban al revés.
El teniente Luxor tomó una decisión. Llamó a la nave
—Capitán, ¿puede venir el robot 8UM4N05?
—Se lo enviaré con mucho gusto, teniente —Waleo no entendía cómo alguien podría desear tener a su lado al repelente robot, pero con tal de no tenerlo a bordo…
El robot se presentó de inmediato.
—Aquí me tiene, capitán —dijo—. Y sospecho que desea enviarme al planeta, como apoyo al comando de exploradores. Si es así, solicito no usar los tubos de teleportación.
—Tienes razón, robot. Pero no voy a disponer una lanzadera para tu uso exclusivo.
—Le recuerdo que no es necesaria, capitán.
Waleo había olvidado que el robot disponía de su propia propulsión.
Y poco después, el robot 8UM4N05 salía de la nave lanzado hacia el planeta.
Fue un recorrido sin novedad, al menos hasta que alcanzó la atmósfera. En ese momento, el robot desplegó un campo protector, cuya existencia desconocían en la nave. Ese campo formó una burbuja alrededor del robot que le permitió sobrevivir al infierno de la reentrada.
8UM4N05 aterrizó sin novedad junto al equipo formado por el teniente Luxor y los cinco atónitos marines de espacio.
—Necesito tu ayuda, robot —dijo el teniente Luxor—. No solo no entiendo qué pasa aquí, además he de buscar a los líderes.
—Necesito datos.
—Los tendrás —replicó el teniente.
Durante media hora, le fue narrando todos los sucesos acaecidos en el planeta, al menos de los que habían sido testigos.
—Como verás, esto es una locura.
—Necesito entrevistar a uno de los habitantes de este mundo.
—Mira, ahí mismo tienes a uno de ellos —el teniente señaló a una guapa joven, tendida en un diván con cara sonriente—. Supongo que es la Bella Durmiente, pero como podrás ver está bien despierta.
El robot se dirigió hacia la joven.
—¿Es usted la Bella Durmiente?
—¿No ves, colega, que soy la Bella Despierta?
—Pues Bella Despierta, entonces, ¿puede decirme dónde está el autor del cuento?
—¿Se refiere usted a Grim y Grim?
—Imagino que son los Hermanos Grim, en efecto.
—Esos mismos. Les llevaré a su despacho.
Tuvieron que caminar durante varias horas, pero al fin llegaron a una colina en cuya cima se podía apreciar un castillo blanco con enormes torres acabadas en tejados cónicos.
El comando, agotado por la caminata y por tener que subir andando aquella cuesta, entró por la enorme puerta levadiza del castillo.
Les recibió un ser monstruoso, un siamés con dos cabezas y un solo cuerpo. Las cabezas no hacían más que discutir.
—Que el Gato con Botas tiene que ser de angora —decía una de las cabezas.
—¡Calla, imbécil! —replicó la otra.
—Tenemos visita —dijo la primera de las cabezas.
—Busco a los Grim. Mi nombre es Nicomedes Luxor y pertenezco a la Federación de Planetas.
—Somos los Grim —dijeron al unísono las dos cabezas.
—Les ofrecemos entrar en la Federación —anunció el teniente.
La negociación fue breve, para sorpresa de todos. Los dos Grim firmaron el documento, uno con la mano derecha y otro con la izquierda.

Poco después, el teniente daba orden para que fueran teletransportados a la nave.
—¡NOOOO! —exclamó el robot 8UM4N05.
Era tarde. Instantes después, los seis tripulantes de la Entrom-Hetida aparecían a bordo, junto a un montón de piezas metálicas desordenadas.
—Creo que olvidaron que solo se puede teletransportar materia viva —observó Lisandra.
El ingeniero Dixim-Owurro fue de nuevo llamado al puente, y al ver lo sucedido, comprendió de inmediato.
—¿No me digan que han teletransportado al robot?
No hacía falta que respondieran.
—Arreglar esto me llevará mucho tiempo.
—¡Tómate el tiempo que necesites! —replicó el capitán. ¡Por fin algo que salía bien!
Estarían bastante tiempo sin tener que soportar al repulsivo robot.
Solo Lisandra estaba triste. Echaba de menos sus transmisiones de datos.

Capítulo 20: En los asteroides
Enlace al capítulo 1

09 abril 2020

Capitán Waleo capítulo 18: Gayokiriko


A bordo de la nave Entrom-Hetida, aún faltaban algunos días para dar por terminada la cuarentena. A bordo nadie padecía la enfermedad producida por el viroide KronBy-19… aunque cada vez que alguien se rascaba era mirado por los demás de forma muy sospechosa. Eso sí, ya todos estaban inmunizados de por vida, o eso aseguraba el médico Carlosantana.
El ser gallináceo podía hablar gracias a las traducciones del robot 8UM4N05 o bien de la computadora Lisandra. (En adelante solo se pondrá la traducción de las palabras del gallináceo).
Ahora recuperado por completo, aquel ser parecido a un enorme pollo estaba en el puente con el capitán Xujlius Waleo y Mal'Mbo Ta'Rte, el oficial con el que mejor se relacionaba.
―Mi nombre es Gayokiriko y procedo del planeta Kokvuold. Le doy las gracias, capitán Waleo, por acogerme a bordo de su nave.
―A quien debe agradecer es al oficial Mal'Mbo Ta'Rte.
El gallináceo miró al oficial.
―Muchas gracias, oficial.
―De nada, señor. Tan solo he cumplido con mis obligaciones. Pero me permito recordarle la conversación que mantuvimos hace un rato. Si no tiene inconveniente en recuperar una de las cuestiones que hemos tratado…
―Se refiere usted, sin duda, al hecho de que esta nave sea propiedad del capitán. ¿Es así, capitán Waleo?
―En efecto.
―Por lo tanto, es con usted con quien debo tratar el retorno a mi mundo.
―¡Un momento! Antes de que prosiga, me veo obligado a recordarle que este no es un crucero de paseo. Se trata de una nave de la Federación y tenemos ciertas obligaciones que hemos de cumplir sin demora.
―Obligaciones que usted podría decidir ignorar a cambio de una cifra de, digamos diez millones de créditos.
―Si fuera cierto que usted puede pagarlos, cabe en lo posible que esté en lo cierto. En cualquier caso, estaría dispuesto a estudiar el tema. En otras palabras, que puede ser factible.
Al capitán se le habían puesto los ojos como estrellas gigantes blancas. ¡Diez millones!
―Le puedo asegurar que sí puedo pagar todo ese dinero. Espere a escuchar mi historia.
―Adelante.
Todos los presentes en el puente oyeron la historia de Gayokiriko. Y todos se quedaron atónitos y entristecidos. Alguno incluso lloró, pues se trataba de una historia muy triste y desgraciada.
Todos menos Xujlius. Pues él comprendió que no solo podrían viajar al planeta del gallináceo. ¡Es que les darían la orden de hacerlo!
Tenían que llamar de inmediato al Almirantazgo. Pero primero dedicó sus buenos minutos a ponerse decente, pues ya sabía lo exigente que era el Almirante Ñiki Muelax con la uniformidad de todos en la Flota.
―¡Almirante! ¡Se presenta el capitán Waleo a bordo de la Entrom-Hetida!
―¡Por los wikis, capitán! Me deja usted asombrado. ¡Está usted bien uniformado! Aunque creo que ese galón de la izquierda está un centímetro fuera de su sitio.
Waleo no pudo evitar el gesto de ajustarse el galón.
―¿Y qué se le ofrece, capitán? ¿O es que solo pretende que lo vea bien vestido por una vez? Aunque esté uniformado de acuerdo a las normas, le recuerdo que su sola imagen de humano me resulta repulsiva.
―Señor. Tenemos a bordo a un ser de Kokvuold que hemos recogido en una cápsula de supervivencia. Su historia debería ser conocida por usted.
―O sea que piensa contarme una batallita. Pues sea breve, capitán, y envíe los detalles más amplios por el medio habitual.
―¡Sí Señor! Verá, Gayokiriko era rey en Kokvuold pero fue depuesto. Su competidor, Tyoperiko, lo infectó con el viroide KronBy-19 y eso lo volvió no apto para el trono. Se les exige a todos los reyes una salud perfecta. Tyoperiko lo colocó anestesiado en una cápsula y lo envió por el espacio sin rumbo.
―Hasta que ustedes lo recogieron.
―Así es.
―Bonita historia para un psicodrama, Waleo. Pero ¿por qué cree usted que debo conocerla? No me gustan los psicodramas.
―Almirante. No he terminado.
―Adelante. Capítulo dos del psicodrama.
―Resulta que Tyoperiko dispone de cultivos del viroide para usarlos como le plazca. Y se los ha ofrecido a la Confederación a un módico precio.
El almirante montó en cólera. Era verdaderamente terrorífico verlo.
Pero mientas gritaba y gesticulaba, al mismo tiempo pensaba con rapidez.
―Capitán Waleo ―dijo una vez calmado―. ¿Me equivoco o ahora todos los tripulantes de la Entrom-Hetida están inmunizados contra el KronBy-19?
―Así se nos ha dicho, señor.
―Luego, ustedes son los indicados para esta misión. Le ordeno que se dirija a Kokvuold e impida, ¡como sea! Que la Confederación se haga con el viroide. Creo que lo mejor es que lo destruya, aunque sea tragándoselo. ¿Queda claro, capitán?
 ―Perfectamente, señor.
Xujlius sonreía de oreja a oreja.
―Bien, ya tiene sus órdenes. Desaparezca de mi vista, capitán.
Cortó la comunicación.
Como era lógico, no le diría al Gaykiriko que tenía órdenes de hacer el viaje. Así cobraría los diez millones limpios, sin tener que hacer nada especial. Ni siquiera desobedecer las órdenes.
Eso sí, aún debían esperar a terminar la cuarentena.

Aunque el planeta Kokvuold era desconocido, no fue difícil dar con sus coordenadas gracias a las indicaciones de Gayokiriko.
Nada más terminar la cuarentena, la Entrom-Hetida puso rumbo al planeta de los gallináceos.
Ya en órbita, primero que nada comprobaron que no había naves de la Confederación a la vista.
―Hemos llegado a tiempo, ¡por los wikis! ―hizo notar el capitán.
Prepararon las lanzaderas A y B con un nutrido grupo, formado por el propio capitán, varios oficiales y tripulantes, y diez marines, éstos al mando del temible sargento Aeiou Máxavelwurroketú. También les acompañaba 8UM4N05 el cual ejercería de traductor.
La nave quedó al mando del oficial Keito Nimoda.
Ya en tierra, les esperaba un nutrido grupo de gallináceos vestidos con lo que parecían uniformes militares. Tenían varias catapultas, con las que de inmediato lanzaron bolas de vidrio llenas de un gas.
―¡Qué mal huele! Sargento, ¿podría ser algún gas tóxico?
―No, capitán. Son solo gases con el viroide.
―Ahora podremos comprobar si de verdad somos inmunes, tal y como dijo Carlosantana.
Y así fue. Ni uno solo de ellos sintió ganas de rascarse.
―Sargento, ataque con esos cosquilleadores.
Muy pronto, todos los soldados gallináceos estaban cloqueando y cacareando, que era su forma de reír.
Eliminada toda oposición, Waleo y los suyos marcharon hacia el palacio real dirigidos por Gayokiriko. Allí les esperaba un iracundo Tyoperiko, el cual aún les lanzó la última bola llena de gas con el viroide.
Tras la respuesta de los federales con sus cosquillleadores, Tyoperiko tuvo que reconocer su derrota entre cloqueos.
―¿Dónde están todo el viroide que pensaban entregar a la Confederación? ―preguntó el capitán Waleo.
El ahora depuesto rey dio unas indicaciones que el robot 8UM4N05 tradujo. A un gesto del capitán, cinco marines fueron corriendo en aquella dirección, cosquilleadores en mano.

Ya en su trono, Gayokiriko dio orden de aplicar la pena máxima contra Tyoperiko. Fue desplumado.
Los marines informaron que no quedaba viroide en ningún depósito.
―Demos las gracias al capitán Waleo ―dijo el rey Gayokiriko.
―Más que las gracias, Majestad, prefiero el dinero.
―Sea.
El rey hizo un gesto y aparecieron diez servidores, cada uno portando una caja bastante voluminosa y pesada.
―Nosotros solo usamos monedas, capitán ―explicó el rey Gayokiriko.
En efecto, cada caja contenía un millón de monedas de un crédito, como pudo comprobar el capitán Waleo.
Sería bastante peso para despegar, pero soportable para las lanzaderas.
Y mientras pensaba en lo que haría con ese dinero, Xujlius Waleo dio la orden de regresar a la nave en órbita. Las dos lanzaderas despegaron entre aclamaciones de los gallináceos que abarrotaban la plaza; aunque estaban tan cargadas que casi no logran levantar vuelo. ¡Dichosas monedas!
Ya a bordo, hubo que guardar las pesadas cajas en lugar seguro, lo que no fue fácil. Además, evitando miradas espurias.

Cuando llevaban un par de horas recorriendo el sistema solar de Kokvuold, y antes de poder saltar al hiperespacio, Lisandra detectó la presencia de un grupo numeroso de naves.
No son de los gallináceos, capitán. Diría que son naves de la Confederación.
―¡Por los wikis del espacio! ¡Preparados para batalla!
Ya más cerca, pudieron ver que se trataba de 189 naves confederadas. Se recibió un mensaje en el puente con la imagen de un chingón de bigote enorme y sombrero de ala ancha.
―¡Ándale! ¿Qué se le ofrece a una solitaria y escuálida nave de la Federación por estos lares?
―Aquí la nave Entrom-Hetida, al mando del capitán Waleo. Este sistema ha sido admitido en la Federación Galáctica, luego es territorio federal. Son ustedes quienes han de largarse. Y no me ha sido usted presentado, capitán chingón.
―Capitán no, Padre, si es tan amable. Soy el Padre Zito y me alegra conocer al famoso capitán Waleo. Porque seré aclamado entre los míos como el chingón que derrotó a la Entrom-Hetida.
―¡Rayos fantasma! ―ordenó Waleo.
De inmediato aparecieron 188 copias de la Entrom-Hetida. Y todas, junto a la original, empezaron a disparar al unísono.
Muy pronto, el espacio se llenó con los restos de las naves chingonas y fantasmas. Hasta que solo quedo una nave, la auténtica Entrom-Hetida.
―Lisandra, pon rumbo al territorio federal más cercano.
―¡A la orden!
Pasaron al hiperespacio.
Pero al llegar a territorio de la Federación, surgió un problema.
Recibieron un comunicado urgente del Almirantazgo.
―Felicidades, capitán Waleo, por eliminar el peligro que suponía dejar el viroide en manos de la Confederación y de paso por conseguir un nuevo miembro federal. Pero ahora todos estamos ante un grave peligro. Verán, ustedes han estado expuestos al viroide KronBy-19. Y aunque estén todos ustedes inmunizados, son portadores del microbio. Por lo tanto, no podemos permitirles el paso a territorio federal sin que primero guarden una cuarentena.
¡Por todos los wikis!, pensó Waleo. ¡Otra vez 172 días de aburrimiento!
¡Prefería un enfrentamiento con los chingones!

Capítulo 19: Mundo de Cuentos
Enlace al capítulo 1

08 abril 2020

Capitán Waleo capítulo 17: Cuarentena


Aunque estuvieran en territorio desconocido, todo estaba tranquilo a bordo de la nave Entrom-Hetida. El oficial Mal'Mbo Ta'Rte se encontraba al mando, de guardia junto con otros tripulantes, todos aquellos a quienes tocó la tercera imaginaria (nombre que daban a la tercera guardia nocturna, la peor de todas). Los demás estaban durmiendo… o eso se suponía, pues alguno como el capitán. Xujlius Waleo estaba disfrutando de una simulación erótica, gracias a la computadora Lisandra.
Otros tripulantes nunca dormían, como era el caso del robot 8UM4NO5.
De hecho, el propio 8U se hallaba en el puente de mando, para disgusto del capitán en funciones.
―¡Capitán en funciones! ―dijo de pronto el robot―. Sospecho que usted se ha quedado traspuesto.
―Explica por qué dices eso, robot.
―Antes de responder, debo añadir que todo el personal de guardia se ha quedado traspuesto.
―Vale, responde ahora, robot. Deja los comentarios para luego.
―Sencillo. Hay un objeto extraño en la pantalla y nadie lo ha señalado. Ni siquiera Lisandra.
¡Por los wikis! Tienes razón, robot. ¡Lisandra!
¡A la orden, capitán en funciones!
¿Puedes decirme qué es eso?
8UM4N05 estaba a punto de responder, pero se contuvo. No se le había ordenado hablar.
Es una cápsula de supervivencia dijo la computadora―. Diseño desconocido, pero su funcionalidad es evidente.
¿Estás totalmente segura, Lisandra?
Claro que sí, capitán en funciones.
Mal'Mbo Ta'Rte sabía que las normas de navegación espacial le obligaban a recoger aquella cápsula de supervivencia. Por eso quería asegurarse antes de actuar.
De acuerdo. Procedan a recoger esa cápsula y veamos lo que tiene en su interior.
La Entrom-Hetida emitió dos prolongaciones telescópicas, cada una acabada en una unidad prensora que recordaba a una enorme mano humana. Esas «manos» atraparon el objeto extraño y lo depositaron en la bodega principal.
Cuatro marines, al mando del sargento Aeiou Máxavelwurroketú, se prepararon para abrir la cápsula. Los cinco vestían la camiseta roja reglamentaria.
Fue el soldado Gaspakiwi Himoto quien abrió la esclusa de acceso. Con él iba Rambo Tedexo Zeko, quien había tenido que dejar a su mascota, la perrita Laika, en el camarote, al cuidado del cabo Lormingo Kritowich (globiano de Xetrilo-17).
Entraron los dos, cosquilleador en mano. Tras ellos, los otros dos soldados y el sargento.
El interior de la cápsula estaba a oscuras. Todos alumbraban con sus linternas hasta que Gaspakiwi encendió el interruptor.
¡No toque nada, soldado! ordenó el sargento.
Señor, estaba claro que esto es un interruptor para la luz.
En realidad, el sargento reconoció que ahora estaban mejor. Aunque la luz era algo cegadora, ahora podían ver todo el interior de la cápsula.
Allí señaló Rambo hacia una especie de caja de color azul.
Siguiendo la dirección señalada, descubrieron algo como un pollo enorme, desplumado, dentro de aquella caja.
No hay otra cosa a bordo que lo de dentro de esa caja informó Gaspakiwi.
De acuerdo. Saquemos esta cosa de la caja ordenó el sargento.Tal vez podamos comerla. Hace semanas que no comemos pollo.
Abrieron la caja y sacaron al ser de su interior. Tenía más de un metro de alto y unas protuberancias como pequeños tentáculos en el extremo de lo que parecían alas. Eso y otros detalles hicieron comprender al sargento que seguirían sin comer pollo.
―¡Vaya! Me temo que este ser es inteligente. No nos lo podemos comer.
¿Está vivo?
Creo que sí. Pero mejor aviso al médico Carlosantana.

El doctor Carlosantana nunca había visto a un ser como aquel de la cápsula. Bueno, ni él ni nadie más de la nave.
Pero sí pudo hacerle un análisis de su sangre. Era verde, aunque venía a ser algo parecido, por lo que así llamó al líquido que extrajo con una jeringa.
Cuando tuvo los resultados, llamó todo alarmado al sargento Máxavelwurroketú, a los cuatro soldados y a todos los que habían estado cerca del ser gallináceo.
―Tiene el viroide KronBy-19 ―avisó.
―Por mí, como si tiene el PePe-478.
―Sargento, no diga sandeces. El KronBy-19 produce una enfermedad muy contagiosa. Se caracteriza por producir eritema y prurito por toda la piel. Para que lo entiendan, enrojecimiento y picazón. Y muy fuertes.
―¿Algo así como esto? el soldado Rambo mostró su mano derecha, toda hinchada y enrojecida.
―¿Le pica?
―¡Mucho!, pero no puedo rascarme.
Rambo mostró su mano izquierda, tan hinchada y roja como la otra. Su cara también estaba enrojeciendo a gran velocidad.
―¡Por todos los wikis! ―exclamó el médico mientras corría hacia el intercomunicador del puesto médico―. Lisandra, ¡aviso de emergencia sanitaria en la nave! ¡Corta todos los accesos que llevan hacia este lugar! Y creo que deberías hacer lo mismo con la bodega de carga…

En cuestión de pocas horas, se hizo necesario levantar todos los bloqueos en el interior de la nave. No eran necesarios, pues toda la nave estaba infectada.
El capitán Waleo se despertó de pronto, notando un fuerte calor por todo el cuerpo, que además picaba por todas partes.
Lisandra, ¿qué sucede? ¿Y por qué te presentas así?
La imagen de la computadora era la típica hembra terrestre, casi desnuda, que usaba en las comunicaciones en el camarote del capitán. Pero esta vez tenía la piel roja por todos lados y no cesaba de rascarse.
He decidido mostrar una imagen coherente con lo que sucede en toda la nave, capitán.
En pocos minutos, la computadora hizo un resumen de lo que había sucedido.
Pero a ti ese viroide no te afecta ¿verdad, Lisandra?
No, señor. Pero siento la obligación de mostrar empatía con la tripulación.
No lo hagas. Me pones nervioso. Y vístete.
La imagen de la pantalla pasó a ser la de una mujer con uniforme. Y sin enfermedad visible.
Xujlius se vistió como pudo y se dirigió al puente. Allí estaban Carlosantana, el oficial Ta'Rte y hasta el ingeniero Gram Dixim-Owurro. Todos ellos no cesaban de rascarse.
Es decir, todos menos el híbrido de especie desconocida.
¿A ti no te afecta, Gram? preguntó el capitán.
―A mí no me afectan ninguna de las enfermedades habituales de la galaxia.
―Y sin embargo estás casi siempre enfermo…
―Dejemos eso. He subido al puente porque soy el único que puede teclear bien, pues no tengo que andar rascándome. Todos los demás están incapacitados para hacer cualquier cosa.
―Lo entiendo. ¿Y qué has hecho?
―Informar al Almirantazgo, claro está. Y han declarado la cuarentena a bordo. 172 días estándar.
―¿172 días? Pero, ¿cuarentena no son cuarenta días?
―Es una forma de hablar, Xujlius.
―¿Y no podemos ir a ninguna parte?
―A ningún sitio. La nave está detenida en medio del vacío estelar.

Fueron 172 días que se hicieron eternos para todos los tripulantes de la Entrom-Hetida. Y ni siquiera podían hacer mantenimiento de la nave, o entretenerse con cualquier actividad. El prurito, o sea la picazón, impedía realizar cualquier labor.
Hasta comer se les hacía difícil. La mitad de las veces, cuando tenían la cuchara, tenedor o el instrumento adecuado a su especie, con un trozo de alimento, sentían tal picazón que debían soltarlo. Aunque cayera al suelo.
Para desazón del soldado Rambo, también la perrita Laika se vio afectada. No cesaba de rascarse con las patas traseras.
El capitán preguntó al médico si existía algún remedio.
―Sí lo hay. El antídoto KKPis.0017. Disponible en cualquier mundo de la Federación.
―¿Y no lo tenemos a bordo?
―Está claro que no. Y no podemos ir a buscarlo, pues estamos en cuarentena. Tampoco pedirlo, pues ninguna nave se acercará a nosotros mientras estemos así.
―Me pregunto por qué no le tenemos. ¿No lo habías puesto en la lista del botiquín?
―¡Claro que sí, capitán! Pero usted, al ver lo que costaba, suprimió esa y otras partidas.
―¡Por los wikis!
―Al menos le puedo dar una buena noticia, capitán.
―A ver.
―En unos 32 días, todos nos habremos curado. Y la inmunidad ya será permanente.
―Entonces, ¿por qué los 172 días?
―Norma del Almirantazgo. Por razones de seguridad, según tengo entendido.

El robot 8UM4N05 tampoco se vio afectado, y era continuamente solicitado por toda la nave.
―Debería estar satisfecho con que se requieran mis servicios ―dijo 8U a Lisandra―. Pero no lo estoy. No me reclaman por mi elevada inteligencia, ni por mis amplísimos conocimientos. Solicitan mis servicios porque tengo las únicas manos disponibles a bordo. ¡No soy más que un vulgar ayudante!

Cuando pasaron los primeros 32 días de cuarentena, casi todos estaban recuperados a bordo de la nave.
Ya no fueron necesarios los servicios de 8U.
Y los oficiales decidieron aprovechar para hacer mantenimiento de todos los sistemas de a bordo.
En cuanto a los marines, el sargento Máxavelwurroketú les ponía a entrenar todo el tiempo. En el gimnasio y en los simuladores.
Más de uno extrañaba aquellos tiempos en los que no podían hacer nada.

Entretanto, el ser gallináceo rescatado en la cápsula permanecía en el centro médico. Respiraba y mostraba signos vitales, pero no despertaba.
Hasta que de pronto abrió los ojos y vio que estaba solo en un lugar extraño.
Kokorico glogo cocooooo ―dijo.
Lisandra avisó a Carlosantana. Y éste pidió la presencia del robot 8U, que conocía más de dos millones de formas de comunicación.
―¿Dónde estoy? ―tradujo el robot.
―Explícale dónde está. Y pregunta lo que le pasó.
Aún tenían más de cien días de cuarentena. Tiempo suficiente para contar muchas cosas.

Capítulo 18: Gayokiriko
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05 abril 2020

SE ACABÓ


Cuando por fin terminó el confinamiento, Julián se bañó, se afeitó y se puso ropa limpia recién planchada. Estrenó un frasco de colonia y se miró en el espejo.
Estaba listo para salir.
Al abrir la puerta, captó un fuerte olor a podrido. Pensó que él no había sido el único en descuidar la higiene al estar encerrado.
Salió a la calle, esperando ver a los vecinos que también abandonaban sus encierros.
Pero no había nadie.
Absolutamente nadie en la calle.
Tampoco en las otras calles. Ni en los edificios.
En ningún sitio.
Era el último hombre sobre la Tierra.

17 abril 2019

Infierno Helado

El salón de conferencias estaba lleno a rebosar. Lidia Afonso, astronauta de la UNSA (Agencia Espacial de las Naciones Unidas) miró a las caras del público, buscando alguna conocida. Varios rostros le parecieron familiares, pero lo más probable es que fueran simpatizantes que le seguían de una a otra conferencia. Continuamente recibía emelios de todo tipo, la mayor parte procedentes de admiradores; aunque últimamente había conseguido programar su asesor electrónico para que contestara de forma automática a la mayor parte de esos emelios, librándose así del asedio.
      El presentador estaba diciendo la típica colección de exageraciones: «la más famosa astronauta hispana, cuya habilidad y destreza en el satélite Europa de Júpiter permitió salvar dos vidas, una de ellas la suya, y a quien debemos el grandioso descubrimiento de que hay vida en otro mundo distinto de la Tierra… bla bla bla…».
      Por suerte ésta era la última del circuito de conferencias que le exigía la UNSA en su calidad de astronauta de renombre. Mañana mismo volaría de Caracas a Libia para reanudar los entrenamientos. Y tal vez en un par de años podría estar de nuevo en el espacio… aunque solo fuera en la Luna.
      Pero ya el presentador estaba terminando.
      —…y con ustedes, ¡la astronauta Lidia Afonso!
      Era su turno. Se puso en pie y de inmediato notó las miradas de admiración de todos los hombres de las primeras filas y la envidia de muchas mujeres. Con su estatura de casi dos metros, su cuerpo bien trabajado por el ejercicio, su pelo largo de color negro (que se cortaba cuando estaba en el espacio), sus ojos brillantes, y su boca carnosa, Lidia llamaba la atención aunque no lo quisiera. Y apenas se notaba que su piel estaba estropeada por la radiación (aparte de que el maquillaje lo disimulaba muy bien).
      —Muchas gracias, querida gente de Caracas. Para empezar, les ruego disculpen al Señor Loperriaga, que ha dicho más mentiras que otra cosa acerca de mí.
      La mayor parte del público se echó a reír.
      —Si una le fuera a hacer caso, pensaría que yo soy Supermujer. Y la verdad es que muchas de las cosas que se me atribuyen en realidad no son méritos míos. De todos modos, lo agradezco. Pero si hoy estoy aquí con todos ustedes es para que vean que soy de carne y hueso, una mujer común como las demás que están aquí mismo frente al escenario.
      Se los había ganado. Todos escuchaban en silencio. Empezó su conferencia propiamente dicha.
      —Desde el siglo pasado hemos comprendido que la vida es algo especial. Pero nuestro conocimiento de la bioquímica por un lado y de la astrofísica por otro nos ha llevado a pensar que, en efecto, la vida es especial pero no tiene por qué ser exclusiva. Desde que iniciamos la exploración de otros mundos una de nuestras primeras prioridades ha sido siempre la búsqueda de vida. Aún no estamos del todo seguros de haberla hallado, pero ya hemos visto indicios claros de que hubo vida en Marte hace miles de millones de años, hemos descubierto unas estructuras en Titán que podrían estar en el camino de la vida; y finalmente hemos hallado en Europa lo que parecen ser seres vivos muy elementales.
      »Muchos de los detalles de la Misión Zeus es casi seguro que los conozcan, pero permítanme repasarlos. La nave Zeus-01 partió de la órbita terrestre el 15 de marzo de 2107. Iba comandada por Eugene Kutov y su tripulación estaba formada por doce astronautas, uno de los cuales era quien les cuenta todo esto.
      »El destino de la Zeus era Júpiter, o más exactamente los satélites mayores de Júpiter, los llamados satélites galileanos. Tras un viaje sin novedad el 30 de septiembre del 2108 realizamos el frenado atmosférico en torno a Júpiter y nos situamos en órbita alrededor de Calisto, el más externo de los satélites galileanos.
      »La nave mayor Zeus contenía a su vez tres naves auxiliares, cada una de ellas con capacidad para tres personas y cuyo objetivo era otro de los satélites. Zeus abrió su parte delantera como si fuera una flor y las tres naves se dirigieron a sus respectivos objetivos; luego, la nave mayor descendió sobre Calisto. Allí realizaron sobre todo perforaciones en el hielo y tomaron miles de muestras. Curiosamente, sólo en dos de las perforaciones hallaron rocas, lo que indica que Calisto es casi todo él hielo y más hielo.
      »La nave número 1 se dirigió a Io y durante dos meses fue estudiando el cuerpo más activo del Sistema Solar. Como anécdota, los mapas que tenían cuando partieron ya no servían en el momento de llegar, así que tuvieron que elaborar unos nuevos. Y el lugar donde descendieron quedó demasiado cerca de un volcán que de pronto entró en erupción, viéndose obligados a mudarse a otro emplazamiento a los pocos días.
      »La nave número 3 llegó a Ganímedes, el mayor de los satélites. Tuvo mucho trabajo, pues no sólo perforaron el hielo sino que recorrieron varios centenares de kilómetros, buscando emplazamientos adecuados para una base habitada que probablemente será instalada en una expedición posterior. Hallaron cuatro lugares adecuados, aunque aún quedan muchos estudios por hacer antes de empezar a planificar la ciudad que tal vez será llamada «Jove».
      »En la nave número 2 íbamos Piotr Zaruleski, Huen-Yu Laong y yo. Huen-Yu era el piloto, especialista en navegación e ingeniero, Piotr era el geofísico y mi papel era el de geoquímica con conocimientos de astrobiología.
      »La nuestra era la misión más importante. No lo digo yo, nos lo habían dicho antes de partir y nos lo recordó el comandante Kutov. Aparte de hacer algunas exploraciones superficiales y tomar muestras del hielo, teníamos un perforador especialmente diseñado para llegar hasta el océano que suponíamos hallaríamos a una profundidad de entre 50 y 100 kilómetros.
      »Lo primero que hicimos fue buscar una base adecuada de operaciones. Según los sondeos sísmicos realizados por las naves robots, había lugares donde el espesor del hielo apenas alcanzaba uno o dos kilómetros y otros donde superaba los centenares de kilómetros. No nos interesaban ni unos ni otros. En el caso del hielo delgado, el riesgo de contaminación del agua líquida era muy alto y en el hielo más grueso el agua era inalcanzable para nuestros medios. El límite del perforador estaba en los 75 kilómetros, así que buscamos un lugar de grosor intermedio. Y allí fue donde nos posamos.
      »Déjenme explicarles la forma de operar del perforador. No es tan sencillo como hacer un orificio en el hielo porque, mientras el taladro realiza la perforación el hielo a tres metros por encima se va fundiendo para sellar el túnel de entrada. Queríamos evitar a toda costa cualquier posible contaminación. Como el perforador era el artefacto más biológicamente estéril que jamás haya partido de nuestro planeta, nuestra preocupación era que pudiera ser contaminado por alguna bacteria portada por nosotros mismos. Así que toda la operación la realizamos desde la nave, antes de salir. Y sólo cuando el perforador estuvo ya a diez metros bajo el hielo, y con la entrada sellada, nos atrevimos a iniciar las operaciones exteriores a la nave.
      »Alguno de ustedes se preguntará que para qué tanta preocupación por una hipotética contaminación. Bien, imagínense el bochorno si descubrimos vida en otro mundo y cuando la analizamos resulta que se trata de microbios terrestres llevados por nosotros mismos o por alguna nave anterior. O, peor aún, que la verdadera vida autóctona quede enmascarada por la vida terrestre que ha venido después. Basta con que simplemente aparezca la duda para que todo sean problemas. No tienen más que recordar las polémicas sobre los microbios marcianos, hasta que finalmente quedó claro que en Marte no ha habido vida en los últimos mil millones de años. Y que si ahora hay vida de nuevo es porque la hemos llevado nosotros.
      »Por eso eran tan extremas nuestras precauciones en Europa. Tanto que la sonda perforadora no sería recuperada. Toda la información se recibía mediante un cable de nanotubos de carbono de grosor submicroscópico con una minúscula fibra óptica en su interior, que conectaba el perforador con nuestra nave a través de un orificio tan fino que ni una bacteria podría penetrar en él. Y la sonda estaba equipada con toda una batería de analizadores adecuados para un medio acuoso.
      »Todo el sistema lo habíamos probado en un lago bajo el hielo antártico, el Lago Vostok. La mayor diferencia era que el lago terrestre no estaba a 65 kilómetros de profundidad sino tan sólo a dos kilómetros. Pero bajo esas condiciones no detectamos contaminación de ningún tipo en aquella prueba.
      »Lo que finalmente pasó ha sido relatado por muchos medios y estoy segura de que todos ustedes conocen bien los hechos. Así que no voy a insultarles contando una vez más lo que sucedió cuando la sonda alcanzó el mar y descubrimos que el agua estaba a una presión tan grande que el hielo recién fundido no la pudo soportar. El agua salió con fuerza y nos provocó graves daños.
      Llegada a este punto, Lidia solía atropellarse, pese a ser una profesional. Le venían a la mente las semanas, incluso meses, en que fue víctima propiciatoria de la prensa rosa y amarilla. Aún tenía que dar esquinazo a los paparazzi y le molestaba ver su foto en ciertos medios.
      Además, los detalles de la tragedia eran sobradamente conocidos por el público. Lidia no necesitaba recordarlos, y tampoco le apetecía hacerlo.
      —Esos daños —prosiguió— nos afectaron directamente a los tres astronautas de la nave número 2. Como ustedes saben bien, la misión quedó completamente comprometida desde ese momento, y ni siquiera era seguro que pudiera completarse en forma satisfactoria. Estábamos en grave peligro y lo que primaba era la supervivencia.
      De esta forma, Lidia eludió dar más comentarios acerca del accidente.
      —Pero obtuvimos algo inesperado. No contábamos con lograr ninguna muestra del agua interior para poder analizar directamente, y aquella explosión liberó grandes cantidades. Que por supuesto se congeló de inmediato. Por otro lado, nuestra situación no era la más apropiada para aprovechar aquella circunstancia.
      »Más adelante, cuando todo volvió a una relativa normalidad, nos fue posible recoger algunas muestras del hielo reciente.
      »Ya lo saben ustedes, pero no me canso de repetirlo. En aquel hielo había unas estructuras más o menos esféricas, similares a los esferoides de Titán pero con una estructura interna muy compleja. Bastante similar a la de una célula terrestre.
      Lidia siempre se callaba en aquel momento de su conferencia. Dejaba que el público, que esperaba sus impresiones acerca del accidente, absorbiera el impacto de sentir el descubrimiento de una nueva forma de vida. Muy pocos se daban cuenta del cambio de tema, pues ella no deseaba hablar del suceso y sí de la vida en otros mundos.
      —Los esferoides de Titán fueron descubiertos por la sonda Kitihawk a finales del siglo XXI —prosiguió—. Se encuentran en el interior de los lagos de metano y etano del satélite saturnino y son unas esferas formadas por hidrocarburos complejos con aminas y otros componentes orgánicos. Es difícil hallar dos esferoides iguales, pero sin embargo parece que toman sustancias del medio externo para incorporarla a su interior, y a veces las modifican. También tienen la capacidad de dividirse aunque con mucha frecuencia los nuevos esferoides no se parecen demasiado a sus progenitores. Y al parecer son capaces de percibir estímulos del medio exterior pues durante la misión de la Kitihawk se apartaban del calor producido por la sonda.
      »Los esferoides de Titán no son seres vivos según una definición rigurosa, pero están muy cerca de serlo. Según nuestras teorías, la vida en la Tierra, o donde quiera que surgiera primero si proviene de otro lugar, se inició de una forma muy similar; una estructura más o menos cerrada con sustancias químicas en su interior que se intercambiaban con el exterior. Y cuando uno de esas estructuras primitivas logró mantener su composición al duplicarse se dio un paso más en dirección a la vida. Este paso aún no se ha dado en Titán, ni sabemos cuándo se llegará a dar, o siquiera si se puede dar alguna vez.
      »Las estructuras celulares de Europa, llamadas europoceldillas, tienen una composición uniforme y un interior mucho más complejo que la simple mezcla de sustancias de los esferoides de Titán. Hemos visto compartimientos que dividen unas partes de otras, unas formas alargadas que recuerdan a los cromosomas y otras relativamente redondeadas cuyas funciones desconocemos. Lo malo es que no podemos calificar a las europoceldillas de seres vivos si todos los que hemos visto están congelados. Y ninguna de ellas ha recuperado la actividad al ser calentada en un medio acuoso a una presión similar a la que suponemos existe en el océano de Europa.
      »Por tanto, aún no podemos asegurar que en Europa hay vida. Esto puede resultar sorprendente porque muchos de los aquí presentes provienen de Europa, o bien sus antepasados llegaron de allí, así que yo diría que, en efecto, allí hay vida…
      Risas en el público.
      —Bien, chistes fáciles aparte, todos ustedes saben a lo que me refiero. Espero que la próxima misión que viaje al satélite joviano vaya preparada para sumergirse en aquel océano con cámaras que nos permitan ver lo que hay en sus profundas aguas. En realidad nuestra sonda perforadora ya contaba con cámaras, pero la explosión las destruyó. La elevada presión del agua resultó una sorpresa pero hubiéramos de haberlo previsto: no podemos suponer que bajo una capa de hielo de 50 kilómetros la presión sea pequeña.
      »No importa si ese futuro vehículo submarino sea tripulado o no. Posiblemente descubra un nuevo medio habitado. Y por fin podremos estar seguros de que la vida no es algo único y exclusivo de nuestro planeta. Muchas gracias.
      Poco a poco se fueron iniciando los aplausos. Con algo de timidez al inicio, muy pronto toda la sala se puso de pie para aplaudir. Lidia Afonso permaneció inmóvil todo el rato, hasta que finalmente se volvió el silencio.
      —Bien, si alguno de ustedes tiene alguna pregunta, puede hacerla.
      Una mano se elevó casi de inmediato en la primera fila. Era una mujer menuda de voz apagada, que sólo pudo oírse cuando un ayudante le alcanzó un micrófono.
      —Ahora sí se me oye. Bien, doctora Afonso, usted ha hecho alusión a la hipótesis de la panespermia. ¿Cree usted que la vida de la Tierra proviene del exterior?
      —No lo afirmo porque aún no tenemos pruebas ni en un sentido ni en el otro. Las europoceldillas presentan una composición muy similar a la de una típica célula terrestre, pero también hay grandes diferencias. Si suponemos que son seres vivos no parecen estar muy relacionados con los de la Tierra; eso, por supuesto, iría en contra de la panespermia. Pero por otro lado hay muchas similitudes a nivel químico, lo que nos hace pensar una panespermia al nivel de las sustancias prebiológicas, aunque no de los seres vivos en sí.
      —En otras palabras, doctora Afonso, usted afirma que las sustancias que dieron origen a la vida en la Tierra y tal vez en Europa se formaron en otro lugar, probablemente en una nube interestelar. ¿Estoy en lo cierto?
      —Sí, eso es lo que dice la teoría y es lo que yo afirmo.
      —Muchas gracias.
      La mujer se sentó y varias manos se alzaron en diversos puntos del auditorio. La primera de ellas que recibió un micrófono fue un hombre de piel morena, que dijo:
      —¿Cuándo volverá usted al espacio?
      —Espero que sea muy pronto. Con esta conferencia precisamente concluye mi ciclo dedicado a la promoción espacial y desde mañana me reincorporo a los entrenamientos de la UNSA. Quedo a su disposición para que me envíen al espacio cuando lo consideren necesario, como cualquier otro astronauta activo.
      Las preguntas de uno u otro tipo prosiguieron durante un buen rato. Finalmente llegó la que Lidia siempre temía, la que esperaba no tener que responder pero que, inevitablemente, alguien hacía en cualquier conferencia.
      —¿Qué fue lo que realmente pasó en la nave número 2 a partir de la explosión de agua?
      Una vez más los recuerdos volvieron…

La perforación avanzaba bien. Piotr estaba junto al indicador de profundidad observando las lecturas. Huen-Yu se había colocado al lado del orificio donde desaparecía el hilo de nanotubo y fibra de vidrio que conectaba con la sonda. Lidia era la que se hallaba más alejada, en el interior de la nave verificando que todos los datos enviados por la sonda se estaban retransmitiendo hacia Calisto, que pocas horas antes se había situado frente a ellos, del lado opuesto a Júpiter. Ya Calisto no se apreciaba sobre el horizonte, pero eso no tenía importancia pues la Zeus había lanzado una pequeña red de satélites artificiales para mantener las comunicaciones en todo momento.
      Si Lidia miraba hacia la otra ventanilla podía ver la imagen abrumadora del planeta que tomaba el nombre del padre de los dioses. Resultaba realmente imponente y ni a Lidia ni a ninguno de los otros dos astronautas les gustaba contemplar aquellas bandas móviles de colores marrones, amarillos y salmón. Al principio sí, habían sido interesantes e incluso bonitas, pero terminaban por dominar los sentidos hasta subyugarles. Y, por extraño que pudiera parecer se les iban los ojos, creando un conflicto entre la mente racional y los sentidos; una decía que no había peligro, que ese enorme disco que cubría buena parte del horizonte no se les echaría encima; pero los sentidos decían que sí.
      Lidia dudaba que los miembros de la nave número 1, en Io, mucho más cerca de Júpiter que ellos, pudieran soportar la visión del planeta durante mucho tiempo. Probablemente más de un miembro de la Misión Zeus necesitaría ayuda psicológica para superar el trauma causado por la constante visión del enorme mundo cercano. Tan sólo esperaba que ella no fuera uno de los necesitados.
      La aparente tranquilidad se truncó de forma repentina. Empezó a escuchar un ruido muy tenue en tono grave. En el espacio, cualquier ruido inesperado puede significar peligro, de ahí que Lidia fuera de inmediato a buscar su casco; aunque estaba en el interior de la nave se había mantenido con el traje puesto para salir en cualquier momento. Recogió el casco del estante y se dispuso a ponérselo.
      Pero con el casco no podría seguir escuchando el ruido extraño, y debía saber cuál era su origen. Por eso decidió permanecer a la escucha con el casco en la mano.
      Se disponía a comunicar el hecho a sus compañeros del exterior cuando el débil ruido se convirtió en una vibración que aumentaba de intensidad. ¡Era un terremoto!
      Definitivamente, Lidia se colocó el casco. Lo selló y verificó que todo estaba en orden. Conectó la comunicación por radio a tiempo de oír a Huen-Yu decir:
      —¿Qué es eso?
      —¡Parece un sismo! —respondió Piotr y añadió—: ¡Corramos a la nave!
      De improviso se oyó un fuerte estruendo en el interior de la nave. Lidia pudo oírlo a pesar del casco. Por la ventanilla que daba a donde estaban sus compañeros vio brotar una enorme cantidad de agua (en estado líquido) del orificio. Salió con fuerza explosiva y alcanzó una altura de más de un kilómetro antes de caer tomando la forma de una fuente gigantesca. Pero en el vacío el agua se congeló de inmediato y se convirtió en hielo. Toneladas de hielo que cayeron sobre la nave y sus alrededores.
      Oyó los gritos de sus dos compañeros por la radio. Y oyó también los crujidos de la cabina al recibir el impacto de miles de bloques de hielo. De inmediato ésta empezó a perder aire por decenas de grietas.
      Lidia debía salir al exterior para auxiliar a sus compañeros. Pero mientras prosiguiera la peculiar granizada no podía hacerlo; estaba más segura en el interior de la nave.
      Además, comprendió de inmediato que si no controlaba las fugas de aire, de poco iba a servir que salvara a los dos hombres, pues luego morirían los tres por falta de oxígeno. Conocía bien la cantidad de aire que había en el interior de la navecilla, así como las reservas y lo que necesitaban para llegar hasta Calisto; o para esperar a que otra nave llegara hasta ellos. Si con las fugas se perdía más de la mitad del aire, no tendrían suficiente.
      Por lo tanto, las prioridades estaban claras. Ignoró los gritos que oía por la radio (que ya sólo procedían de Piotr), para lo cual desconectó la radio, y dedicó unos cuantos minutos a reducir la presión de la cabina, conservando el precioso aire en los tanques. Finalmente, cuando el nivel de aire en la cabina era tan sólo de 100 milibares, decidió que las pérdidas por los escapes serían aceptables y salió por la esclusa. Ya no caía hielo.
      Se encontró con un espectáculo espeluznante. Parecía una nevada, o más bien una granizada por el tamaño de los trozos de hielo. Donde antes estaba el orificio por el que se había introducido la perforadora había ahora una pequeña montaña de hielo de un par de metros de alto, con la forma de un volcán (podía apreciarse el cráter en su cima). De sus compañeros no veía rastros, ni tampoco podía oírlos.
      De pronto recordó, para su vergüenza, que había desconectado la radio. La encendió y pudo oír a Piotr:
      —Pero ¿dónde demonios estás, hija de puta? ¿Es que piensas dejarnos aquí solos? ¡Sal de una vez de tu guarida, bruja!
      Ignorando los insultos, Lidia respondió:
      —Aquí estoy. Dime dónde te encuentras y qué es de Huen-Yu.
      —Me encuentro detrás de la montaña de hielo, y no me puedo mover. Creo que tengo las dos piernas rotas. De Huen-Yu no sé nada. Estaba junto a la perforación, y creo que la explosión le alcanzó de lleno. No lo veo ni lo oigo.
      Lidia se dirigió hacia el volcán de hielo. Apenas empezó a rodearlo cuando encontró a Huen-Yu. Su cuerpo estaba casi sepultado por el hielo, y su placa facial estaba rota; su rostro estaba helado con la expresión de quien ve perderse todo el aire. Evidentemente, estaba muerto.
      —¿Dónde demonios estás, Lidia?
      —Ya voy, Piotr. Acabo de hallar a Huen-Yu. Me temo que está muerto.
      —¡Muerto! Así estaré yo pronto si no me vienes a buscar. Deja de andar remoloneando, lerda y ven a recogerme.
      —Tranquilo. ¡Mira, ya estoy aquí!
      Piotr tenía las piernas atrapadas por el hielo que ya empezaba a compactarse. Lidia tuvo que tirar con fuerza para liberarlo.
      —¡Ten cuidado, cacho de puta!
      —Permanece tranquilo, Piotr. Si te tensas no me vas a ayudar, más bien al contrario y eso lo sabes bien.
      —¡No me vengas ahora con estupideces de entrenamiento, que esto no es una simulación! ¡Sácame de una vez! ¿Pero hace falta que seas tan brusca? ¡Carajo! ¡Aghhhhh!
      Si bien Lidia era alta y fuerte, su compañero era incluso más alto y pesado. Solían bromear con él diciendo que en vez de ser astronauta debía dedicarse al baloncesto, y así dejaría de abollar los techos de las cabinas de las naves, aunque Piotr solía encajar mal esas bromas por lo que no eran muy frecuentes.
      Lidia pensó para su coleto que era una lástima que Piotr no hubiera hecho caso de tales consejos. Tal vez si hubiera sido así estuviera en su lugar alguien de cuerpo más manejable.
      Pero por supuesto, no dijo nada e hizo lo que pudo para mover los casi cien kilos de humanidad. Si bien la baja gravedad de Europa ayudaba, la inercia seguía existiendo. El peso aparente era de unos 13 kilogramos, pero cada vez que debía tirar del cuerpo sentía los casi cien kilos de masa que se adherían al suelo helado. Y todo eso no contribuía mucho a que el herido se calmara. Lidia podía apreciar ahora que tenía las piernas destrozadas: por debajo de las dos rodillas no eran más que masas de hielo y carne. El traje estaba roto en las perneras y entre los cortes de la tela se apreciaban los coágulos congelados de sangre. Tal vez lo que había impedido la muerte de su compañero había sido la rápida congelación de la sangre expuesta al vacío.
      Finalmente, logró subirlo por la escalerilla y lo metió en la esclusa de acceso. Ahora tenía otro problema: no cabían los dos. Y no podía dejarlo solo, pues él era incapaz de manejar los controles de apertura y cierre.
      Por suerte el mecanismo de apertura de emergencia funcionó sin problemas. La esclusa dejó de cumplir su función y ella pudo abrir las dos compuertas, aunque perdió el poco aire que aún se mantenía en el interior.
      Por un momento pensó en los millones de bacterias que tal vez ahora estaban en el medio externo de Europa. Pero la situación no estaba para delicadezas: si los tres morían, la contaminación biológica sería mucho mayor. Aparte, como es lógico, que su vida y la de su compañero tenía máxima prioridad sobre cualquier consideración. O así le parecía en aquel momento.
      Cerró la esclusa pero no llenó de aire la cabina. Primero debía sellar todas las fugas. Piotr no lo comprendía así.
      —¿Pero qué demonios estás haciendo, hija de puta, zorra, cacho de mierda? ¡Tienes que ayudarme a quitarme el traje para proceder a las primeras curas! ¡Y luego debes llamar a la Zeus! ¿Qué mierda estás haciendo?
      —Tengo que sellar las fugas, Piotr, antes de volver a dejar salir el aire.
      —¿Es que vaciaste toda la cabina? ¡No me extraña que tardaras tanto en salir! ¡Aghhhh! ¡Joder, cómo duele!
      —Hay docenas de fugas, Piotr. Si nos quedamos sin aire, no tendremos suficiente para sobrevivir hasta la llegada de una partida de rescate. O hasta que nosotros podamos ir a su encuentro. ¡Aquí hay otra!
      Mientras hablaba, Lidia iba recorriendo todo el interior de la cabina buscando las fugas. Para ello había dejado entrar un poco de aire del depósito y así podía detectar los lugares donde se perdía. Cada vez que localizaba un punto, depositaba pasta selladora y, sin esperar a que solidificara como exigía el procedimiento, pasaba a buscar otra fuga.
      Estuvo así durante largos minutos. Fueron largos para ella y lo fueron mucho más para Piotr, quien se desgañitaba con toda clase de insultos dirigidos a su compañera; Lo que por supuesto no contribuía mucho a facilitarle el trabajo.
      Por fin, Lidia soltó la pistola selladora y abrió las válvulas del aire almacenado. Cuando la presión era ya de 250 milibares, volvió a recorrer la nave buscando fugas. Había unas pocas pero eran minúsculas. De todos modos, aplicó más pasta sobre ellas.
      Cuando la presión era ya aceptable (700 milibares, la presión equivalente a poco más de dos mil metros de altura en la Tierra), se quitó el casco y lo mismo hizo con el de su compañero.
      Ahora los gritos e insultos resonaban en toda la nave, no sólo en sus oídos.
      Lidia buscó el botiquín de la nave y sacó un calmante inyectable. Sin darle siquiera oportunidad de ver lo que ella hacía, lo clavó en la nuca de Piotr, donde sabía que existía musculatura suficiente. Poco después, el herido quedaba desfallecido en el suelo.
      Esta vez no tuvo dificultad en quitarle el traje. Aunque para ello tuvo que cortarlo en varios trozos usando unas tenazas que recogió de la caja de herramientas.
      Verificó la respiración y los latidos del corazón poniendo la mano en el pecho y luego en la muñeca. Respiraba bien, aunque el corazón latía como loco. Midió la presión sanguínea: era alta, demasiado alta. Pero Lidia no sabía si debía administrarle un hipotensor; en su estado podía ser peor el remedio que la enfermedad. Hubiera deseado poder consultar con un médico en la Tierra para así aclarar sus dudas, pero resultaba de todo punto imposible.
      Por las piernas no podía hacer nada, si bien debía controlar cualquier señal de gangrena; de todos modos, ella esperaba no tener que cortar, pero estaba segura de que eso sería lo que finalmente harían los cirujanos. Si se salvaban ellos dos, por supuesto.
      Se dirigió a la radio para comunicar lo sucedido. Pero la radio estaba muerta. Un vistazo a los pocos controles que funcionaban le hizo suponer que la antena estaba rota. Tal vez la señal pudiera llegar a la Zeus si Calisto estaba sobre el horizonte. Pero ella no tenía ni idea de la posición de los satélites. Además, ninguno de los cuatro ordenadores parecía funcionar.
      Un rápido reconocimiento de los sistemas de a bordo resultó descorazonador: la mayoría estaba visiblemente roto o como mínimo no funcionaba.
      Por supuesto, en esas condiciones era impensable despegar; eso suponiendo que pudiera poner en marcha los motores, claro está.
      Su única esperanza estaba en la radio. Y necesitaba verificar el estado de la antena.
      El cuerpo tendido de Piotr en el medio del suelo le molestaba. Así que lo rodó hacia la parte de atrás, junto a la ventanilla trasera desde donde se apreciaba el círculo de Júpiter.
      Lidia se colocó otra vez el casco y salió al exterior por la esclusa. Vio de nuevo el cadáver de Huen-Yu y pensó que algo debía de hacer con él. Lo lógico sería recogerlo. O tal vez fuera mejor aún dejar que eso lo hicieran quienes vinieran al rescate.
      La antena se hallaba en un lugar demasiado elevado para verla bien. Estaba rota, sí, pero permanecía en su sitio. Subiendo a la cima del volcán de hielo, pudo verla con más detalle.
      En efecto, tal vez podía arreglarla. Aparte de algunos agujeros, tenía el emisor principal doblado, no roto. Quizás ella fuera capaz de enderezarlo.
      Lamentando que el especialista en comunicaciones estuviera muerto bajo el volcán de hielo, Lidia subió por la pared cubierta de hielo de la nave. Era resbaladiza pero pudo sujetarse en los agarres previstos en la pared de la nave. Aunque no por ello dejaba de ser peligrosa para subir.
      Con mucho cuidado de no romperla más, se acercó a la antena y enderezó como pudo el emisor, usando su mano derecha como única herramienta; la izquierda la usó para aferrarse al soporte.
      Bajó con tanta precaución como había subido. Entró por fin en la nave a través de la esclusa, a tiempo de oír nuevas imprecaciones de Piotr dirigidas a ella.
   
Normalmente, uno de los ordenadores de la nave enfocaría hacia alguno de los satélites de comunicaciones puestos en órbita en torno a Júpiter y permitiría la conexión por radio con la Zeus o con cualquiera de las otras dos naves auxiliares. Pero sin el ordenador no tenía forma de saber a dónde apuntar la antena; y sin poder mover la antena no sabía si alguno de los satélites estaba en línea para hacer la conexión. Evidentemente, no eran visibles a simple vista.
      La antena había quedado apuntada en dirección contraria a Júpiter.
      Los únicos cuerpos visibles eran los satélites naturales. Io, donde se hallaba la nave número 2, estaba siempre del mismo lado que Júpiter; por lo tanto quedaba fuera del alcance directo de la antena. Ganímedes y Calisto con sus órbitas más externas pasaban con cierta frecuencia frente a Europa, y podían quedar alineados con la antena. Ganímedes lo haría en poco más de un día. Pero Lidia comprendió que no bastaba con que el otro satélite se pusiera a tiro si la nave número 3 estaba en la otra cara del mundo. Podía intentarlo, cuando viera a Ganímedes subir en el cielo, pero era poco probable que lograra comunicarse.
      Calisto sí que era conveniente. La nave Zeus estaba posada en la cara interna del satélite, justo en el lado más adecuado. Pero Calisto se alineaba con Europa en conjunción cada 4 días y medio. Y no hacía mucho que había pasado por el cenit del cielo europeano; por lo tanto, tendría que esperar cuatro días para intentar la comunicación.
      Bien, tenían aire para cuatro días, de eso estaba segura pues acababa de verificar las reservas y las pérdidas eran despreciables. Además de que eran sólo dos para consumirlo. Al menos la muerte de Huen-Yu les daba a los otros más probabilidades de supervivencia.
      El problema era Piotr. No soportaba el dolor ni la incapacidad forzada. Hombre muy activo, nunca había estado herido de gravedad (su único recuerdo en ese sentido fue una pierna rota cuando era un niño); la inactividad forzosa le llenaba de resentimiento y hacía que afloraran unos rasgos machistas que él creía que había superado después de ciertos traumas emocionales en la adolescencia. La verdad es que había verdadera misoginia en su interior y él nunca lo habría reconocido hasta verse herido, inútil y bajo el cuidado por una mujer con la que no congeniaba demasiado. Para Piotr sólo había dos clases de mujeres: las que se acostaban con él y las demás. A las primeras las apreciaba, por lo menos mientras le dieran lo que su cuerpo pedía; las demás eran simplemente toleradas. Y esa regla se aplicaba incluso a sus compañeras de trabajo. Como no era conveniente andar de cama en cama con las chicas con las que compartía una nave espacial, él se limitaba a ignorarlas o a tolerarlas, según el tipo de relación que le impusieran las circunstancias.
      Con Lidia se había llevado más o menos bien. Él ya sabía que ella no era de las fáciles, así que ni siquiera había intentado una aproximación (sólo tanteaba a una mujer cuando tenía cierta seguridad de que sería aceptado, pues no se arriesgaba por gusto a un rechazo). Mientras estuvieron en la Zeus ella fue uno más de sus compañeros, sin mucha cordialidad pero con mutuo respeto.
      En la nave número 2 se vieron forzados convivir con mayor intimidad. Pero la presencia de Huen-Yu sirvió para que no surgieran roces importantes entre los tres.
      Ahora estaban los dos solos y sus personalidades chocaban como el mar tormentoso contra un rompeolas. Lo peor era que Lidia era una mujer realmente guapa y a Piotr le gustaba; claro que él sabía perfectamente que eso no significaba nada. Si ella en lugar de ser una compañera, además de inteligente, fuera una de sus tontas admiradoras juveniles, a él no le hubiera costado nada llevarla a la cama. Y saber que eso era imposible constituía otra causa más de resentimiento.
      Todo lo que Lidia hacía él lo veía como a través de un cristal oscurecedor. Si ella se demoró en salir de la nave cuando el accidente fue para que Huen-Yu no se salvara y para que él sufriera más. Si ella lo movió fue de forma que él sufriera lo más posible. Si ella salió a arreglar la antena fue para disimular su incapacidad de hacer algo positivo. Si ella lo había dejado en la parte más interna de la nave era para colocarlo de forma tal que siempre estuviera viendo el enorme disco de Júpiter que tan insoportable se les hacía a todos ellos. Y así cada acción de Lidia era, para Piotr, una demostración de su incapacidad y de su torpeza.
      Por ejemplo, sabiendo lo que él sufría, sólo le ponía el calmante cada seis horas, a sabiendas de que su efecto tan sólo duraba treinta minutos. Las cinco horas y media restantes eran un constante suplicio para Piotr, sobre todo porque cada vez que alzaba los ojos veía en medio de la ventana el apabullante disco salmón del planeta gigante.
      Lidia hubiera deseado tener siempre sedado a su compañero, pero había leído las instrucciones del calmante: máximo de 4 dosis al día. Así, el resto del tiempo se veía obligada a escuchar las invectivas y los insultos del herido. Se sentía realmente acosada.
      Más de una vez pasó por su mente la idea de sacarlo de la nave y dejarlo expuesto al vacío. Siempre podría decir que fue un accidente.
      Pero se veía incapaz de semejante atrocidad. Estaba obligada a hacer todo lo posible por salvarlo.
      De momento no parecía haber peligro. Sus piernas congeladas habían detenido cualquier hemorragia inicialmente, y no se apreciaba señal alguna de gangrena, ni siquiera de una infección severa. Cada dos horas le tomaba la temperatura manualmente, pues los sensores biométricos no funcionaban (ni había ordenador a bordo que los leyera), ésta apenas subía una o dos décimas por encima de lo normal; el corazón latía con cierta normalidad y la respiración era lenta y pausada, aunque cada vez que lanzaba su colección de insultos se disparaba bajo la acción de la adrenalina en su sangre. De hecho, si algo positivo tenían los insultos y gritos eran como señales de que aún estaba vivo y consciente.
      Cuando era necesario, ella atendía a sus necesidades. La comida no era problema, pues las raciones adecuadas para un medio sin gravedad eran perfectamente consumibles por el enfermo sin tener que hacer grandes esfuerzos. Las otras necesidades resultaban más complejas, pues Lidia debía colocar un recipiente para que Piotr hiciera lo que fuera necesario, soportando su desprecio y su olor. La higiene, como era lógico en aquella situación, comenzaba a ser un problema.
      Lidia usaba una esponja húmeda para limpiarle la piel, pero no podía malgastar el agua, que era casi tan escasa como el aire. De todos modos procuraba estar atenta a los olores de su compañero, a ver si detectaba algún olor a descomposición; por el momento sólo captaba los olores normales de un cuerpo no demasiado limpio, sudor principalmente. Pero él no toleraba verla olfatear su piel, y la llamaba «perra en celo», eso entre insultos aún peores.
      La reparación de la antena no daba señales de haber sido útil. Cada pocos minutos, Lidia intentaba establecer comunicación, sin obtener respuesta.
      Cuando Lidia se sentía cansada de los constantes cuidados al enfermo o de intentar hablar por la radio, salía al exterior. Aprovechaba sobre todo la media hora en que Piotr descansaba bajo el efecto del sedante.
      Había recogido muestras del hielo fresco procedente de la explosión. Le llamaron la atención particularmente unas minúsculas esferas, de algo menos de un milímetro de diámetro. Recogió un buen número de ellas y las guardó en recipientes herméticos y estériles.
      Cuando llevaban ya tres días esperando la conjunción con Calisto, Lidia recordó que tenían un microscopio. Aunque ella lo había sabido desde el principio, con la tensión de los últimos días (acrecentada por los continuados insultos de Piotr) se le había borrado de la memoria. Ahora acaba de recordarlo, y comprendió que debía usarlo para observar aquellas curiosas esferas.
      Nerviosa, tensa y agotada, tuvo que hacer un gran esfuerzo para manejar el microtomo, pero tras varios intentos infructuosos logró disponer de una muestra adecuada para el aparato. La colocó cuidadosamente (las manos le sudaban como a una estudiante de biología en su primer examen práctico) y encendió la pantalla.
      Casi se olvida de activar el registro de imágenes.
      No fueron necesarios muchos aumentos para ver una estructura que recordaba a una célula. El tamaño no concordaba, pues era miles de veces más grande, pero lo que tenía en la pantalla del microscopio podría ser una especie de bacteria u otra célula similar sin núcleo. Había diversos compartimientos, con distintas formas: redondas, alargadas, irregulares. Veía estructuras en forma de cadena, de collar, otras tenían paneles hexagonales como una colmena.
      Y si aumentaba la resolución podía apreciar mayor complejidad en las estructuras. Era como ver una célula cada vez con mayor aumento.
      Sólo había un pequeño detalle que le impedía asegurar que aquello era un ser vivo. Y es que estaba muerto, congelado. Nunca lo había visto en actividad, por lo que no podía asegurar que alguna vez hubiera estado vivo.
      Pero aquellas esferas de Europa eran mucho más complejas que los esferoides de Titán, su complejidad era equiparable a la vida terrestre.
      —¡Piotr, hay vida en Europa!
      —¿Qué mierda has estado fumando, cacho zorra? ¡Las estupideces que sueltas son cada vez más gordas! Las tres neuronas que te quedan en la cabeza están fundidas sin remedio.
      Lo mejor era callarse…
      Finalmente llegó el momento de la conjunción con Calisto. Lidia se mantuvo casi dos horas ante la radio, mientras veía subir en el cielo el diminuto disco del otro satélite. Pero no obtenía respuesta alguna.
      Piotr se burlaba de sus intentos llamándola inútil y sugiriéndole que se fuera a fregar los platos, como si se tratara de un ama de casa esclavizada.
      Finalmente, ella ya no pudo más.
      —¡Está bien! Si quieres pudrirte, púdrete porque ya no voy a hacer ni tanto así para cuidarte. Por mí puedes llenarte de mugre y apestar hasta que seas un cadáver, porque no pienso acercarme a ti para nada.
      —¡No serás capaz, zorra putona! Si lo haces, nunca más podrás subirte en una nave y será tú la que se pudra en la cárcel allá abajo en la Tierra.
      —Eso ya lo veremos porque…
      En ese momento sonó la radio.
      —Nave número 2, aquí la Zeus. Vamos a vuestro encuentro. Si podéis hacerlo, informad de la situación pues no sabemos nada de vosotros desde hace cuatro días.
      —¡Hola, Zeus, aquí Lidia! Hemos tenido un accidente, Huen-Yu ha fallecido y Piotr está malherido. ¡Vengan pronto, pues nuestras reservas de aire se acaban!
      —En veinte minutos estaremos allí, número 2. Ya he dicho que vamos a vuestro encuentro.
      Lidia no podía creerlo…
   
Cuando se perdió el contacto con la nave número 2, el comandante Kutov sospechó que algo grave había sucedido, por lo que activó los planes de emergencia. Todos los proyectos fueron cancelados y se ordenó el regreso de las naves número 1 y número 3. Si finalmente se recuperaba el contacto con la número 2 y su informe era negativo, siempre se podría reanudar las exploraciones suspendidas. Pero la número 2 seguía sin dar señales de vida. No quedaba más remedio que ir a su encuentro… si es que estaba donde debía estar.
      Finalmente, las otras dos naves regresaron, quedando en órbita en torno a Calisto. Zeus despegó, recogió las dos naves auxiliares y puso órbita hacia Europa.
      Sólo cuando estuvo bastante cerca de la nave número 2 logró establecer contacto, pues el intento de reparación de la antena por parte de Lidia no había servido de mucho: los conectores internos estaban rotos. Huen-Yu podría habérselo dicho de estar vivo, pero Lidia no era especialista en comunicaciones.
      La Zeus descendió a pocos metros de la nave número 2. Sus tripulantes vieron con asombro el pequeño volcán de hielo que había surgido y comprendieron que algo muy grave había sucedido.
      Recogieron a Piotr y de inmediato fue llevado a la enfermería donde le colocaron una sonda para mantenerle sedado hasta regresar a la Tierra. El cadáver de Huen-Yu fue retirado y guardado en una bolsa hermética, pues en la Tierra sería examinado por los forenses. También recogieron y guardaron todos los restos de la sangre de Piotr que pudieron ver en el hielo. Y Lidia recogió las muestras de hielo que guardaba celosamente, junto con los registros de sus observaciones microscópicas.
      En realidad, todo el interior de la nave número 2 fue retirado y guardado en la Zeus. A pesar del accidente, debían seguir intentando por cualquier medio minimizar la posible contaminación del medio europeano.
      Y pudieron volver a la Tierra…

Lidia volvió al presente. El hombre que había realizado la fatídica pregunta aún aguardaba su respuesta.
      —¿Doctora Afonso, no desea responder a mi pregunta?
      —Disculpe. Se trata de una cuestión muy delicada, como supongo que sabrá usted perfectamente. Hay un informe oficial sobre el que incluso ha tenido lugar un juicio que me exculpa por completo. Hay diversos artículos acerca del tema, a los cuales remito. Ya he hablado más que suficiente del tema e insistir en él me resulta doloroso. Así que disculpe si le digo que no, no voy a responder a su pregunta. Si tiene alguna otra pregunta que hacer…
      —No, y le ruego por favor que me excuse.
      —No tiene importancia. ¿Hay alguna otra pregunta, por favor?
      No hubo más preguntas. El presentador se adelantó para agradecerle su presencia, al igual que al público.
      Se repitió la salva de aplausos, esta vez durante más tiempo.
      Finalmente, la gente fue abandonando la sala.
      Lidia permaneció en el escenario contemplando cómo se vaciaba el enorme salón. Estaba perdida en sus pensamientos y tardó en darse cuenta de que alguien del público se le acercaba. Era un hombre delgado y alto, que se movía sobre ruedas.
      Cuando estuvo más cerca vio que tenía piernas artificiales: la parte inferior de su cuerpo era un vehículo motorizado con tres ruedas. Fue entonces cuando lo reconoció.
      —¡Piotr! ¿Tú, aquí?
      —Hola Lidia. Ha sido una conferencia preciosa, como sólo tú podrías darla.
      —Disculpa, ¿no será una nueva forma de ironía por tu parte?
      —Entiendo que no me creas, pero te juro que lo digo en serio. No hemos intercambiado ni una sola palabra desde lo de Europa, ¿verdad?
      —No, ni siquiera en el juicio.
      —Lo del juicio fue una estupidez que me sugirieron mis abogados. Sólo me sirvió para gastar dinero. Aunque a ti te ayudó a reivindicarte, ¿verdad?
      —Sí, y podría decir incluso que te lo agradezco. Aunque no creo que fuera esa tu intención.
      El tono era cualquier cosa menos cordial.
      —Lidia, todos estos años he estado pensando en que si no llega a ser por ti, yo no estaría vivo. Y no me porté contigo como era debido. Ni siquiera lo del juicio fue una buena idea. Te pido perdón.
      —¡Eh!
      —Si pudiera me ponía de rodillas. Tal vez así entenderías que hablo en serio. Fui un malnacido, un verdadero cabrón allá en la nave número 2. Pero yo estaba malherido y no razonaba bien. Lo pasé mal, muy mal, y te hice pasarlo mal a ti también. Perdóname.
      Era lo último que Lidia esperaba. Comprendió que no le quedaba más remedio que poner punto y final. Si ahora no lo perdonaba, sería ella la que estaría portándose de forma incorrecta, justo lo mismo que Piotr había hecho con ella.
      Eso sería ponerse a su misma altura, lo que sería indigno de la astronauta Lidia Afonso. E indigno de cualquier ser humano que se considerase como tal.
      —Bien, te perdono. Lo mejor será no hablar más del tema.
      —¡Uf! Eso por supuesto.
      —Veo que te han dejado como nuevo. ¿Qué tal tus nuevas piernas?
      —¡Sobre ruedas!
      Piotr se echó a reír y ella hizo lo mismo. Muy pronto todos los presentes (los que la habían acompañado en el estrado) estaban riendo a mandíbula batiente. Aunque sin enterarse muy bien del motivo.
      —Y bien, Lidia, ésta fue tu última conferencia, ¿no es así?
      —Sí, mañana parto a Libia a los entrenamientos. A ver cuando me convocan para otra misión. ¿Y tú?
      —Pues aunque no lo creas, es posible que vuelva al espacio. Mira lo que me han puesto.
      Piotr se abrió la camisa y mostró un conector de datos estándar donde normalmente estaría el ombligo.
      —Soy un ciborg, mitad hombre y mitad máquina. El sistema de transporte que ves está conectado directamente a mi cerebro, por lo que actúo sobre él como si fueran mis piernas naturales. Pero el mismo mecanismo puede conectarse a cualquier vehículo, incluso una nave espacial.
      —Será entonces como conectar el piloto humano directamente a la nave…
      —Exacto. Si la nave tiene un conector de control, lo conecto al mío y la controlo directamente con el cerebro. Podría ser un piloto increíble.
      —Totalmente integrado con la nave. No sé si desear volar contigo. Francamente, me da algo de miedo.
      —Te entiendo. Pero no creo que lleguemos a coincidir, al menos por el momento. Los vehículos que llevaré serán todos ellos experimentales. Y tú irás en naves de serie, para otras misiones.
      —Te deseo suerte. Y creo que debo despedirte como un buen compañero.
      Lidia se le acercó y le dio un beso. Un beso amistoso, pero beso al fin.
      Un periodista fue lo bastante hábil para captar el momento. Una hora más tarde la imagen aparecía en los principales noticieros.
   

Publicado en "12 grados de latitud norte", Antología de Ciencia Ficción venezolana.