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15 abril 2020

Capitán Waleo capítulo 20: En los asteroides


La nave espacial Entrom-Hetida está detenida en el espacio. Una vez más, el ingeniero Gram Dixim-Owurro ha de trabajar duro buscando la forma de reparar una avería. Y tiene para rato.
—Hemos de quedarnos aquí varios días —informó el capitán Waleo a todos los tripulantes—. Así que ya pueden buscar la forma de pasar el rato sin salir afuera.
Él mismo lo tenía fácil, así que se retiró a su camarote a gozar de una simulación erótica cortesía de Lisandra, la computadora.
Al mando se quedó el oficial Keito Nimoda.
Un tímido teniente, el reptiliano Nicomedes Luxor, se acercó al puente cuando Nimoda intentaba echar una cabezadita en el puesto, sin que se notara mucho.
—¡Eh, disculpe, señor!
Ni caso.
—¡SEÑOR! ¡CAPITÁN EN FUNCIONES!
Nimoda sacudió la cabeza ante semejante grito.
—No hace falta que glite, teniente.
—Disculpe, señor, pero me pareció que estaba algo traspuesto.
—¡Yo nunca duelmo cuando estoy de gualdia!
—Como usted diga, señor
—¿Y qué se le oflece, teniente?
—Verá, señor, he observado que hay cerca un grupo de asteroides muy interesante y solicito permiso para explorarlos.
—¿Explolal-los usted solo?
—¡No, señor! Llevaría un grupo conmigo.
Cleo que eso debe autolizal-lo el Capitán.
Al capitán Waleo no le hizo mucha gracia que interrumpieran su simulación con esa solicitud. Pero no podía quejarse.
—Teniente —dijo después Nimoda—. El capitán autoliza la expedición a los asteloides. Lleve la lanzadela C, que tiene cañones de misiles aguja.

Poco más tarde, partía la lanzadera C, tripulada por el cabo Lormingo Kritowich y con el propio teniente Luxor y un grupo de marines al mando del temible sargento Aeiou Máxavelwurroketú. También iba el robot 8UM4N05, por recomendación expresa de Waleo.
El cabo Kritowich condujo la pequeña nave de forma magistral hasta penetrar en el campo de asteroides.
Junto con su última reparación, 8U había recibido algunas «mejoras», como por ejemplo un circuito humorístico. El resultado fue que no se callaba, siempre andaba contando chistes.
—Van dos flobinos por la aeropista —dijo el robot— y el del medio revienta.
—¿Por qué no te callas? —replicó el soldado Gaspakiwi Himoto—. ¡Me tienes hasta la coronilla con tus chistes malos!
—No se puede callar —objetó otro soldado, Rambo Tedexo Zeko—. Pero déjalo, a ver si revienta.
—La inteligencia de estos marines no permite apreciar la belleza y calidad de mis chistes —contestó el robot.
Ajenos a esa conversación, el teniente Luxor observó un asteroide peculiar.
—Cabo, ¿ha visto ese asteroide?
—¿El que tiene un túnel, teniente?
—El mismo. Vamos a explorarlo.
Y añadiendo por el micrófono hacia el compartimiento de la tropa.
—Sargento, ¡que sus hombres se preparen para batalla!
Lo de «hombres» era una forma de hablar, pues muchos de ellos no eran humanos; ni hombres, por lo tanto.
—Ya estamos preparados para lo que sea, teniente.
Era un asteroide de gran tamaño, casi un planeta enano. Y en la superficie mostraba un enorme orificio, negro, oscuro. Invitador.
La pequeña nave se introdujo en el interior de aquel orificio. Encendieron los potentes focos, que alumbraron las paredes irregulares de un largo túnel.
—Siga hacia el interior, cabo —ordenó el teniente.
En el compartimiento de tropa, los marines observaban cómo avanzaban con rapidez las paredes del túnel.
—Me pregunto a dónde nos llevará esto —observó el sargento.
—Se diría que está usted asustado, sargento.
—¡Soldado Morinety! ¡Cállese! ¡Yo nunca estoy asustado!

En la cabina, el teniente pensaba lo mismo, pero tuvo la precaución de callar.
De pronto, el cabo hizo aterrizar la nave.
—Ya no sigue el túnel, teniente —dijo—, puede verlo usted mismo.
Y así era. Aquel túnel terminaba en una pequeña cueva.
El sargento salió con tres de los marines, vestidos con sus trajes espaciales transparentes que dejaban ver la camiseta roja reglamentaria.
De pronto, sintieron un terremoto.
—¡Todo el mundo a la nave! —ordenó el teniente.
Los marines corrieron al interior de la nave, tropezando por lo intenso del terremoto.
—Parece que el terreno no es estable —observó 8UM4N05.
—¿Están todos a bordo, sargento? —preguntó el cabo Kritowich.
—Afirmativo —respondió el sargento.
—Despega —ordenó el teniente.
La nave se elevó y enfiló hacia el exterior del túnel. Pese a estar en el espacio, se notaba cómo las paredes del túnel se movían por causa del terremoto.
O quizás fuera al revés, comprendió de pronto el teniente. ¡Las paredes se movían y eso causaba el terremoto!
—Parece que la salida se cierra —dijo el robot—. Da la impresión de que estamos dentro de la boca de un monstruo.
En efecto, dos hileras de dientes parecían cerrarse en la salida del túnel.
—¡Usen los misiles de aguja! —ordenó el teniente.
El sargento se puso a cargo de las armas. Apuntó hacia la bóveda superior y lanzó una andanada de misiles, afilados como enormes agujas que se clavaron en la boca del monstruo.
Oyeron un enorme rugido de dolor. Y la boca se abrió.
Salieron y así pudieron ver al monstruo, que se retorcía de dolor.
—Es un gusanoide asteroidal —informó 8U.
—Gracias por el dato, robot.
—De nada, teniente —contestó 8U—. Eso me recuerda el chiste de los dinomorfos que estaban comiendo.
—¡Silencio, robot!

Por un momento, el teniente estuvo tentado de volver a la Entrom-Hetida. Pero aún faltaban horas para que el ingeniero terminara su trabajo, la lanzadera tenía combustible de sobra y todos estaban con ganas de seguir.
Dio la orden de seguir explorando.
Por un par de horas, recorrieron el campo de asteroides sin ver nada especial. No había ciudades, ni colonos, tampoco gusanoides ni nada de nada.
Hasta que el robot señaló algo.
—Aquel asteroide parece adecuado, teniente —dijo.
—Cabo dirija la nave hacia allí —ordenó el teniente.
El asteroide indicado no era muy grande, pero tenía una superficie bastante llana. La lanzadera aterrizó en el borde del campo.
Todos los tripulantes salieron al exterior, menos el cabo y el robot.
—Vamos a dividirnos en dos grupos —ordenó el teniente Luxor—. La mitad se va con el sargento, los otros se vienen conmigo.
Mostró un objeto que llevaba en las manos. Tenía forma esférica.
Era un balón de fútbol de reglamento.
Minutos más tarde, estaban jugando al fútbol en la superficie del asteroide.
El soldado Luisiano Morinety demostró ser el más preparado para el juego, cuando con un pase largo marcó el primer gol en la portería defendida por el teniente.
—¡Estaba fuera de juego! —se quejó.
—¡Venga ya, teniente! ¿Consultamos con el árbitro? —respondió el sargento, capitán y portero del otro equipo.
—No tenemos árbitro —señaló el teniente—. Claro que podemos consultar con el BAR.
—Teniente —intervino el soldado Rambo Tedexo Seko—. Lo del bar no es mala idea. Pero será en la nave, ya de regreso.
—Para que lo sepa soldado, BAR son las iniciales de Bonito Artefacto Raro, un sistema infalible para saber si fue o no gol. Pero no lo tenemos en la nave. ¡Está bien! Admito el tanto.
Volvieron a seguir jugando. Al poco, Rambo marcaba un gol para el equipo del teniente.
Éste celebró el empate con saltos de júbilo.
—¡Toma, toma, toma!
Volvieron al juego. De nuevo la pelota en el centro del campo.
Para el saque, el sargento señaló a Morinety. Éste tomó carrerilla y dio tal patada que la pelota salió lanzada al espacio.
—¡Por los wikis! —exclamó el teniente—. Creo que alcanzó la velocidad de escape.
—Quiere decir que no volverá al campo —explicó el sargento.
—¡Se acabó el partido! —ordenó el teniente.
—¿Así, con un empate? ¿Sin hacer el desempate?
—Sargento, ¿tiene usted otra pelota? —preguntó el teniente—. Ya veo que no. Así pues, ¿cómo jugamos?
—Podríamos jugar a otra cosa, teniente. Por ejemplo, al escondite.
—¡Olvídelo! Volvemos a la lanzadera. Y luego, a la Entrom-Hetida.
Varios soldados soltaron una exclamación de pena.
—¡Ya lo han oído! —dijo el sargento—. ¡Todos a la nave!
Pocos minutos más tarde, todos volvían al interior de la lanzadera. De inmediato, el robot 8U dio detalles acerca de la trayectoria seguida por el balón. Al menos hasta que el teniente le mandó callar.
Despegaron, pero no volvieron a la Entrom-Hetida.
Más bien siguieron unos cuantos minutos explorando los asteroides.
Encontraron un asteroide que tenía un enorme cartel.
«NIO» decía en letras negras.
—¡Es un asteroide rico en selenio!—exclamó el teniente—. ¿No lo ven? Se lee «NIO».
—También tiene titanio —indico el sargento—. Ese cartel, es con tinta «NIO».
—En todo caso, hemos conseguido algo de lo que informar al capitán —observó el cabo.
Todos estuvieron de acuerdo.
Ahora sí que pusieron rumbo a la Entrom-Hetida.

Ya de vuelta a la nave, el teniente Luxor se entrevistó con el capitán para rendirle su informe. Antes, supo que el ingeniero estaba a punto de terminar la reparación. Partirían en pocos minutos.
—Así que un asteroide rico en titanio o selenio, ¿no, teniente? También podría ser niobio, porque «NIO» vio usted, ¿verdad?
—Es posible, señor.
—No importa, porque primero me gustaría que me explicara qué fue lo que observó el navegante Jajá Jojó.
—Si fuera tan amable de dar más detalles, señor.
—Era un objeto pequeño, esférico, que procedía del campo de asteroides. Parecía un balón de fútbol. Iba a gran velocidad y por un momento creímos que era un meteorito.
—Capitán, yo no sé nada de eso.
—No me engañe, teniente estuvieron ustedes jugando al fútbol, ¿verdad?
El teniente Luxor no respondió, pero su cara lo dijo todo.

Enlace al capítulo 1

14 abril 2020

Capitán Waleo capítulo 19: Mundo de cuentos


La nave espacial Entrom-Hetida viajaba por regiones ignotas de la galaxia. El Navegante Jajá Jojó estaba tenso, pero su rostro no lo mostraba, como era lo habitual. Tenía que estudiar todo lo que quedaba al alcance de los sensores de la nave.
El capitán Waleo estaba en el puente y también se hallaba pendiente de lo que señalaban los sensores.
—¿Qué hay en esa nebulosa, navegante?
—Hay algunos indicios de un sistema con planeta habitable, capitán.
—¡Interesante! ¿Aparece en los mapas?
—No, señor.
—Luego, nos interesa ir allí. Trace un rumbo, navegante.
—¡Ya estaba en eso, señor! Solo tengo una duda, capitán.
—A ver.
—¿Atravesamos la nebulosa o la rodeamos?
Xujlius Waleo estudió los datos que tenía ante sí en la pantalla.
—Mejor la atravesamos. No parece ser muy densa y en cambio es enorme; rodearla nos hará perder mucho tiempo. Ahora debo informar al Almirante.
Poco después, aparecía el holograma del Almirante Ñiki Muelax, Comandante Mayor de la Flota Estelar.
—¡Capitán Waleo! Observo que no está vestido correctamente, como es habitual.
—Disculpe, almirante, pero no soy consciente de ello.
—¿Sabe que esa corbata no es reglamentaria?
—¡Ups! No me acordaba de la corbata de la buena suerte.
Waleo llevaba una pajarita de color rojo intenso. No era lo correcto en su uniforme, por supuesto.
—Bien, y aparte de obligarme a ver su repulsivo cuerpo humano, ¿qué se le ofrece, capitán Waleo?
—Nos disponemos a reconocer un posible mundo habitado, señor, y de acuerdo con las Normas procedo a avisar al Alto Mando de mis intenciones.
—Pues capitán, mucho hablar de las Normas y es la primera vez que usted nos avisa antes de ir a un mundo desconocido. Así que puede que esta vez deje en evidencia las veces anteriores. Ya no podrá decir que no lo sabía.
—En todo caso, almirante, sus órdenes son…
—Explorar. Y si está habitado, conseguir como sea que se integre en la Federación Galáctica.
—Así se hará, señor.
La imagen del juiniano desapareció, dejando al capitán Waleo sumido en la confusión. ¿Cómo pudo olvidar la pajarita?
—¡Navegante! ¿Ya tiene ese rumbo trazado?
—¡Sí, señor!
—Pues páselos a la computadora.
—Ya está.
La nave se adentró en la nebulosa de gas y polvo.

Minutos más tarde, la nave se detenía con brusquedad. Todos los presentes en el puente se sintieron empujados hacia delante. En el puesto del capitán apareció una enorme bolsa gris que hizo de colchón, impidiendo que se golpeara la cabeza. Otros tripulantes no tuvieron tanta suerte, y recibieron algunos golpes.
—¡Vaya, el airbag funciona! —exclamó el capitán, añadiendo—. Lisandra, ¿qué ha pasado?
—Capitán, me temo que se ha fundido el frobostatopocio —contestó la computadora.
—¡Llama a Dixim-Owurro!
Poco después se presentaba en el puente el ingeniero Gram Dixim-Owurro.
—Xujlius, te dije que instalaras airbags en todos los puestos del puente.
—Calla, Gram, sabes bien que costaba un pico. Y ahora lo que importa es que arregles el frobostatopocio
—¡Por los wikis! ¡Te has metido de lleno en una nebulosa llena de polvo! ¡Tenía que pasar!
—Quería ahorrar tiempo. Y no debes discutir las decisiones del capitán de la nave.
—Mis disculpas, capitán. Pero esta reparación me llevará un par de horas.

Durante dos horas exactas, la nave permaneció detenida dentro de la nebulosa. Los heridos del puente se curaron los chichones (poca cosa, en realidad), maldiciendo para sus coletos la racanería del capitán al no ponerles a ellos airbags.
Terminado el trabajo, el Ingeniero avisó al capitán:
—Mejor das media vuelta. No hay otro frobostatopocio, si decides seguir entre este polvo tan denso.
—Lisandra, ¡media vuelta! Daremos un rodeo sobre la nebulosa.

Por fin, tras dos días de duro viaje bordeando la nebulosa, y sin ver nada especial, el auxiliar Fresntgongo anunció:
—Planeta desconocido en pantalla, capitán.
Esta vez, Waleo optó por no usar las lanzaderas. Activó los tubos de teletransporte y llamó al comando de contacto.
—Teniente Luxor, baje con cinco marines al planeta.
—¡Sí, señor! —el reptiliano tragó saliva—. Señor, ¿usaremos los tubos?
—¡Claro!
Nicomedes Luxor no dijo nada. Odiaba los tubos, él prefería bajar de una forma normal, en una lanzadera.
El cabo Lormingo Kritowich apareció, al mando de cuatro soldados. Todos ellos vestían camiseta roja.
Los cinco marines y el teniente se colocaron en el interior de los tubos. Segundos más tarde, desaparecían.
Y surgían en la superficie del planeta desconocido.

Caperucita Roja les dio la bienvenida. Es decir, un ser de pequeño tamaño que asemejaba una niña con capucha roja.
—¡Hola, señores! ¿Han visto al Lobo Feroz?
—¡Hola! Me llamo Nicomedes Luxor, y no deberías buscar al Lobo. Es peligroso.
En ese momento apareció corriendo un individuo parecido a un lobo, erguido sobre las patas traseras y vestido con ropas extravagantes.
Se situó entre los soldados.
—¡Ayúdenme! —dijo—. ¡Me quiere comer!
El teniente no entendía nada.
—Un momento. Se supone que es usted quien quiere comerse a Caperucita.
La aludida abrió una enorme boca, llena de afilados dientes.
—¡Mira mi boca! —dijo—. ¡Es para comerte mejor!
—Señor —dijo el cabo Kritowich—. Diría que es el cuento al revés.
—¡Sí! Este es el Mundo de los Cuentos al Revés —replicó el lobo.
De pronto aparecieron cientos de Caperucitas Rojas.
—No debemos implicarnos en los asuntos locales —señaló el teniente.
Los recién llegados del espacio se fueron, dejando al Lobo a merced de las Caperucitas, quienes se lanzaron a devorarlo.
—¡Es horrible! —pudo decir el cabo, mientras se alejaban de aquella carnicería.

Y así iniciaron la exploración de aquel extraño mundo. Al rato se toparon con otro Lobo Feroz, este perseguido por los Cerditos, quienes pretendían comérselo asado en el caldero que uno de ellos tenía en su cabaña de madera.
Luego vieron al Enano del Bosque y las Siete Blancanieves, que lo tenían esclavizado. Y Cenicienta daba órdenes a la Madrina, quien debía poner sus conocimientos de brujería al servicio de la criada.
Hanzel y Gretel tenían encerrada a la bruja en la casita de chocolate.
Pulgarcito medía dos metros y medio y era el líder de una pandilla de gamberros.
Y así cuento tras cuento, todos estaban al revés.
El teniente Luxor tomó una decisión. Llamó a la nave
—Capitán, ¿puede venir el robot 8UM4N05?
—Se lo enviaré con mucho gusto, teniente —Waleo no entendía cómo alguien podría desear tener a su lado al repelente robot, pero con tal de no tenerlo a bordo…
El robot se presentó de inmediato.
—Aquí me tiene, capitán —dijo—. Y sospecho que desea enviarme al planeta, como apoyo al comando de exploradores. Si es así, solicito no usar los tubos de teleportación.
—Tienes razón, robot. Pero no voy a disponer una lanzadera para tu uso exclusivo.
—Le recuerdo que no es necesaria, capitán.
Waleo había olvidado que el robot disponía de su propia propulsión.
Y poco después, el robot 8UM4N05 salía de la nave lanzado hacia el planeta.
Fue un recorrido sin novedad, al menos hasta que alcanzó la atmósfera. En ese momento, el robot desplegó un campo protector, cuya existencia desconocían en la nave. Ese campo formó una burbuja alrededor del robot que le permitió sobrevivir al infierno de la reentrada.
8UM4N05 aterrizó sin novedad junto al equipo formado por el teniente Luxor y los cinco atónitos marines de espacio.
—Necesito tu ayuda, robot —dijo el teniente Luxor—. No solo no entiendo qué pasa aquí, además he de buscar a los líderes.
—Necesito datos.
—Los tendrás —replicó el teniente.
Durante media hora, le fue narrando todos los sucesos acaecidos en el planeta, al menos de los que habían sido testigos.
—Como verás, esto es una locura.
—Necesito entrevistar a uno de los habitantes de este mundo.
—Mira, ahí mismo tienes a uno de ellos —el teniente señaló a una guapa joven, tendida en un diván con cara sonriente—. Supongo que es la Bella Durmiente, pero como podrás ver está bien despierta.
El robot se dirigió hacia la joven.
—¿Es usted la Bella Durmiente?
—¿No ves, colega, que soy la Bella Despierta?
—Pues Bella Despierta, entonces, ¿puede decirme dónde está el autor del cuento?
—¿Se refiere usted a Grim y Grim?
—Imagino que son los Hermanos Grim, en efecto.
—Esos mismos. Les llevaré a su despacho.
Tuvieron que caminar durante varias horas, pero al fin llegaron a una colina en cuya cima se podía apreciar un castillo blanco con enormes torres acabadas en tejados cónicos.
El comando, agotado por la caminata y por tener que subir andando aquella cuesta, entró por la enorme puerta levadiza del castillo.
Les recibió un ser monstruoso, un siamés con dos cabezas y un solo cuerpo. Las cabezas no hacían más que discutir.
—Que el Gato con Botas tiene que ser de angora —decía una de las cabezas.
—¡Calla, imbécil! —replicó la otra.
—Tenemos visita —dijo la primera de las cabezas.
—Busco a los Grim. Mi nombre es Nicomedes Luxor y pertenezco a la Federación de Planetas.
—Somos los Grim —dijeron al unísono las dos cabezas.
—Les ofrecemos entrar en la Federación —anunció el teniente.
La negociación fue breve, para sorpresa de todos. Los dos Grim firmaron el documento, uno con la mano derecha y otro con la izquierda.

Poco después, el teniente daba orden para que fueran teletransportados a la nave.
—¡NOOOO! —exclamó el robot 8UM4N05.
Era tarde. Instantes después, los seis tripulantes de la Entrom-Hetida aparecían a bordo, junto a un montón de piezas metálicas desordenadas.
—Creo que olvidaron que solo se puede teletransportar materia viva —observó Lisandra.
El ingeniero Dixim-Owurro fue de nuevo llamado al puente, y al ver lo sucedido, comprendió de inmediato.
—¿No me digan que han teletransportado al robot?
No hacía falta que respondieran.
—Arreglar esto me llevará mucho tiempo.
—¡Tómate el tiempo que necesites! —replicó el capitán. ¡Por fin algo que salía bien!
Estarían bastante tiempo sin tener que soportar al repulsivo robot.
Solo Lisandra estaba triste. Echaba de menos sus transmisiones de datos.

Capítulo 20: En los asteroides
Enlace al capítulo 1

09 abril 2020

Capitán Waleo capítulo 18: Gayokiriko


A bordo de la nave Entrom-Hetida, aún faltaban algunos días para dar por terminada la cuarentena. A bordo nadie padecía la enfermedad producida por el viroide KronBy-19… aunque cada vez que alguien se rascaba era mirado por los demás de forma muy sospechosa. Eso sí, ya todos estaban inmunizados de por vida, o eso aseguraba el médico Carlosantana.
El ser gallináceo podía hablar gracias a las traducciones del robot 8UM4N05 o bien de la computadora Lisandra. (En adelante solo se pondrá la traducción de las palabras del gallináceo).
Ahora recuperado por completo, aquel ser parecido a un enorme pollo estaba en el puente con el capitán Xujlius Waleo y Mal'Mbo Ta'Rte, el oficial con el que mejor se relacionaba.
―Mi nombre es Gayokiriko y procedo del planeta Kokvuold. Le doy las gracias, capitán Waleo, por acogerme a bordo de su nave.
―A quien debe agradecer es al oficial Mal'Mbo Ta'Rte.
El gallináceo miró al oficial.
―Muchas gracias, oficial.
―De nada, señor. Tan solo he cumplido con mis obligaciones. Pero me permito recordarle la conversación que mantuvimos hace un rato. Si no tiene inconveniente en recuperar una de las cuestiones que hemos tratado…
―Se refiere usted, sin duda, al hecho de que esta nave sea propiedad del capitán. ¿Es así, capitán Waleo?
―En efecto.
―Por lo tanto, es con usted con quien debo tratar el retorno a mi mundo.
―¡Un momento! Antes de que prosiga, me veo obligado a recordarle que este no es un crucero de paseo. Se trata de una nave de la Federación y tenemos ciertas obligaciones que hemos de cumplir sin demora.
―Obligaciones que usted podría decidir ignorar a cambio de una cifra de, digamos diez millones de créditos.
―Si fuera cierto que usted puede pagarlos, cabe en lo posible que esté en lo cierto. En cualquier caso, estaría dispuesto a estudiar el tema. En otras palabras, que puede ser factible.
Al capitán se le habían puesto los ojos como estrellas gigantes blancas. ¡Diez millones!
―Le puedo asegurar que sí puedo pagar todo ese dinero. Espere a escuchar mi historia.
―Adelante.
Todos los presentes en el puente oyeron la historia de Gayokiriko. Y todos se quedaron atónitos y entristecidos. Alguno incluso lloró, pues se trataba de una historia muy triste y desgraciada.
Todos menos Xujlius. Pues él comprendió que no solo podrían viajar al planeta del gallináceo. ¡Es que les darían la orden de hacerlo!
Tenían que llamar de inmediato al Almirantazgo. Pero primero dedicó sus buenos minutos a ponerse decente, pues ya sabía lo exigente que era el Almirante Ñiki Muelax con la uniformidad de todos en la Flota.
―¡Almirante! ¡Se presenta el capitán Waleo a bordo de la Entrom-Hetida!
―¡Por los wikis, capitán! Me deja usted asombrado. ¡Está usted bien uniformado! Aunque creo que ese galón de la izquierda está un centímetro fuera de su sitio.
Waleo no pudo evitar el gesto de ajustarse el galón.
―¿Y qué se le ofrece, capitán? ¿O es que solo pretende que lo vea bien vestido por una vez? Aunque esté uniformado de acuerdo a las normas, le recuerdo que su sola imagen de humano me resulta repulsiva.
―Señor. Tenemos a bordo a un ser de Kokvuold que hemos recogido en una cápsula de supervivencia. Su historia debería ser conocida por usted.
―O sea que piensa contarme una batallita. Pues sea breve, capitán, y envíe los detalles más amplios por el medio habitual.
―¡Sí Señor! Verá, Gayokiriko era rey en Kokvuold pero fue depuesto. Su competidor, Tyoperiko, lo infectó con el viroide KronBy-19 y eso lo volvió no apto para el trono. Se les exige a todos los reyes una salud perfecta. Tyoperiko lo colocó anestesiado en una cápsula y lo envió por el espacio sin rumbo.
―Hasta que ustedes lo recogieron.
―Así es.
―Bonita historia para un psicodrama, Waleo. Pero ¿por qué cree usted que debo conocerla? No me gustan los psicodramas.
―Almirante. No he terminado.
―Adelante. Capítulo dos del psicodrama.
―Resulta que Tyoperiko dispone de cultivos del viroide para usarlos como le plazca. Y se los ha ofrecido a la Confederación a un módico precio.
El almirante montó en cólera. Era verdaderamente terrorífico verlo.
Pero mientas gritaba y gesticulaba, al mismo tiempo pensaba con rapidez.
―Capitán Waleo ―dijo una vez calmado―. ¿Me equivoco o ahora todos los tripulantes de la Entrom-Hetida están inmunizados contra el KronBy-19?
―Así se nos ha dicho, señor.
―Luego, ustedes son los indicados para esta misión. Le ordeno que se dirija a Kokvuold e impida, ¡como sea! Que la Confederación se haga con el viroide. Creo que lo mejor es que lo destruya, aunque sea tragándoselo. ¿Queda claro, capitán?
 ―Perfectamente, señor.
Xujlius sonreía de oreja a oreja.
―Bien, ya tiene sus órdenes. Desaparezca de mi vista, capitán.
Cortó la comunicación.
Como era lógico, no le diría al Gaykiriko que tenía órdenes de hacer el viaje. Así cobraría los diez millones limpios, sin tener que hacer nada especial. Ni siquiera desobedecer las órdenes.
Eso sí, aún debían esperar a terminar la cuarentena.

Aunque el planeta Kokvuold era desconocido, no fue difícil dar con sus coordenadas gracias a las indicaciones de Gayokiriko.
Nada más terminar la cuarentena, la Entrom-Hetida puso rumbo al planeta de los gallináceos.
Ya en órbita, primero que nada comprobaron que no había naves de la Confederación a la vista.
―Hemos llegado a tiempo, ¡por los wikis! ―hizo notar el capitán.
Prepararon las lanzaderas A y B con un nutrido grupo, formado por el propio capitán, varios oficiales y tripulantes, y diez marines, éstos al mando del temible sargento Aeiou Máxavelwurroketú. También les acompañaba 8UM4N05 el cual ejercería de traductor.
La nave quedó al mando del oficial Keito Nimoda.
Ya en tierra, les esperaba un nutrido grupo de gallináceos vestidos con lo que parecían uniformes militares. Tenían varias catapultas, con las que de inmediato lanzaron bolas de vidrio llenas de un gas.
―¡Qué mal huele! Sargento, ¿podría ser algún gas tóxico?
―No, capitán. Son solo gases con el viroide.
―Ahora podremos comprobar si de verdad somos inmunes, tal y como dijo Carlosantana.
Y así fue. Ni uno solo de ellos sintió ganas de rascarse.
―Sargento, ataque con esos cosquilleadores.
Muy pronto, todos los soldados gallináceos estaban cloqueando y cacareando, que era su forma de reír.
Eliminada toda oposición, Waleo y los suyos marcharon hacia el palacio real dirigidos por Gayokiriko. Allí les esperaba un iracundo Tyoperiko, el cual aún les lanzó la última bola llena de gas con el viroide.
Tras la respuesta de los federales con sus cosquillleadores, Tyoperiko tuvo que reconocer su derrota entre cloqueos.
―¿Dónde están todo el viroide que pensaban entregar a la Confederación? ―preguntó el capitán Waleo.
El ahora depuesto rey dio unas indicaciones que el robot 8UM4N05 tradujo. A un gesto del capitán, cinco marines fueron corriendo en aquella dirección, cosquilleadores en mano.

Ya en su trono, Gayokiriko dio orden de aplicar la pena máxima contra Tyoperiko. Fue desplumado.
Los marines informaron que no quedaba viroide en ningún depósito.
―Demos las gracias al capitán Waleo ―dijo el rey Gayokiriko.
―Más que las gracias, Majestad, prefiero el dinero.
―Sea.
El rey hizo un gesto y aparecieron diez servidores, cada uno portando una caja bastante voluminosa y pesada.
―Nosotros solo usamos monedas, capitán ―explicó el rey Gayokiriko.
En efecto, cada caja contenía un millón de monedas de un crédito, como pudo comprobar el capitán Waleo.
Sería bastante peso para despegar, pero soportable para las lanzaderas.
Y mientras pensaba en lo que haría con ese dinero, Xujlius Waleo dio la orden de regresar a la nave en órbita. Las dos lanzaderas despegaron entre aclamaciones de los gallináceos que abarrotaban la plaza; aunque estaban tan cargadas que casi no logran levantar vuelo. ¡Dichosas monedas!
Ya a bordo, hubo que guardar las pesadas cajas en lugar seguro, lo que no fue fácil. Además, evitando miradas espurias.

Cuando llevaban un par de horas recorriendo el sistema solar de Kokvuold, y antes de poder saltar al hiperespacio, Lisandra detectó la presencia de un grupo numeroso de naves.
No son de los gallináceos, capitán. Diría que son naves de la Confederación.
―¡Por los wikis del espacio! ¡Preparados para batalla!
Ya más cerca, pudieron ver que se trataba de 189 naves confederadas. Se recibió un mensaje en el puente con la imagen de un chingón de bigote enorme y sombrero de ala ancha.
―¡Ándale! ¿Qué se le ofrece a una solitaria y escuálida nave de la Federación por estos lares?
―Aquí la nave Entrom-Hetida, al mando del capitán Waleo. Este sistema ha sido admitido en la Federación Galáctica, luego es territorio federal. Son ustedes quienes han de largarse. Y no me ha sido usted presentado, capitán chingón.
―Capitán no, Padre, si es tan amable. Soy el Padre Zito y me alegra conocer al famoso capitán Waleo. Porque seré aclamado entre los míos como el chingón que derrotó a la Entrom-Hetida.
―¡Rayos fantasma! ―ordenó Waleo.
De inmediato aparecieron 188 copias de la Entrom-Hetida. Y todas, junto a la original, empezaron a disparar al unísono.
Muy pronto, el espacio se llenó con los restos de las naves chingonas y fantasmas. Hasta que solo quedo una nave, la auténtica Entrom-Hetida.
―Lisandra, pon rumbo al territorio federal más cercano.
―¡A la orden!
Pasaron al hiperespacio.
Pero al llegar a territorio de la Federación, surgió un problema.
Recibieron un comunicado urgente del Almirantazgo.
―Felicidades, capitán Waleo, por eliminar el peligro que suponía dejar el viroide en manos de la Confederación y de paso por conseguir un nuevo miembro federal. Pero ahora todos estamos ante un grave peligro. Verán, ustedes han estado expuestos al viroide KronBy-19. Y aunque estén todos ustedes inmunizados, son portadores del microbio. Por lo tanto, no podemos permitirles el paso a territorio federal sin que primero guarden una cuarentena.
¡Por todos los wikis!, pensó Waleo. ¡Otra vez 172 días de aburrimiento!
¡Prefería un enfrentamiento con los chingones!

Capítulo 19: Mundo de Cuentos
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08 abril 2020

Capitán Waleo capítulo 17: Cuarentena


Aunque estuvieran en territorio desconocido, todo estaba tranquilo a bordo de la nave Entrom-Hetida. El oficial Mal'Mbo Ta'Rte se encontraba al mando, de guardia junto con otros tripulantes, todos aquellos a quienes tocó la tercera imaginaria (nombre que daban a la tercera guardia nocturna, la peor de todas). Los demás estaban durmiendo… o eso se suponía, pues alguno como el capitán. Xujlius Waleo estaba disfrutando de una simulación erótica, gracias a la computadora Lisandra.
Otros tripulantes nunca dormían, como era el caso del robot 8UM4NO5.
De hecho, el propio 8U se hallaba en el puente de mando, para disgusto del capitán en funciones.
―¡Capitán en funciones! ―dijo de pronto el robot―. Sospecho que usted se ha quedado traspuesto.
―Explica por qué dices eso, robot.
―Antes de responder, debo añadir que todo el personal de guardia se ha quedado traspuesto.
―Vale, responde ahora, robot. Deja los comentarios para luego.
―Sencillo. Hay un objeto extraño en la pantalla y nadie lo ha señalado. Ni siquiera Lisandra.
¡Por los wikis! Tienes razón, robot. ¡Lisandra!
¡A la orden, capitán en funciones!
¿Puedes decirme qué es eso?
8UM4N05 estaba a punto de responder, pero se contuvo. No se le había ordenado hablar.
Es una cápsula de supervivencia dijo la computadora―. Diseño desconocido, pero su funcionalidad es evidente.
¿Estás totalmente segura, Lisandra?
Claro que sí, capitán en funciones.
Mal'Mbo Ta'Rte sabía que las normas de navegación espacial le obligaban a recoger aquella cápsula de supervivencia. Por eso quería asegurarse antes de actuar.
De acuerdo. Procedan a recoger esa cápsula y veamos lo que tiene en su interior.
La Entrom-Hetida emitió dos prolongaciones telescópicas, cada una acabada en una unidad prensora que recordaba a una enorme mano humana. Esas «manos» atraparon el objeto extraño y lo depositaron en la bodega principal.
Cuatro marines, al mando del sargento Aeiou Máxavelwurroketú, se prepararon para abrir la cápsula. Los cinco vestían la camiseta roja reglamentaria.
Fue el soldado Gaspakiwi Himoto quien abrió la esclusa de acceso. Con él iba Rambo Tedexo Zeko, quien había tenido que dejar a su mascota, la perrita Laika, en el camarote, al cuidado del cabo Lormingo Kritowich (globiano de Xetrilo-17).
Entraron los dos, cosquilleador en mano. Tras ellos, los otros dos soldados y el sargento.
El interior de la cápsula estaba a oscuras. Todos alumbraban con sus linternas hasta que Gaspakiwi encendió el interruptor.
¡No toque nada, soldado! ordenó el sargento.
Señor, estaba claro que esto es un interruptor para la luz.
En realidad, el sargento reconoció que ahora estaban mejor. Aunque la luz era algo cegadora, ahora podían ver todo el interior de la cápsula.
Allí señaló Rambo hacia una especie de caja de color azul.
Siguiendo la dirección señalada, descubrieron algo como un pollo enorme, desplumado, dentro de aquella caja.
No hay otra cosa a bordo que lo de dentro de esa caja informó Gaspakiwi.
De acuerdo. Saquemos esta cosa de la caja ordenó el sargento.Tal vez podamos comerla. Hace semanas que no comemos pollo.
Abrieron la caja y sacaron al ser de su interior. Tenía más de un metro de alto y unas protuberancias como pequeños tentáculos en el extremo de lo que parecían alas. Eso y otros detalles hicieron comprender al sargento que seguirían sin comer pollo.
―¡Vaya! Me temo que este ser es inteligente. No nos lo podemos comer.
¿Está vivo?
Creo que sí. Pero mejor aviso al médico Carlosantana.

El doctor Carlosantana nunca había visto a un ser como aquel de la cápsula. Bueno, ni él ni nadie más de la nave.
Pero sí pudo hacerle un análisis de su sangre. Era verde, aunque venía a ser algo parecido, por lo que así llamó al líquido que extrajo con una jeringa.
Cuando tuvo los resultados, llamó todo alarmado al sargento Máxavelwurroketú, a los cuatro soldados y a todos los que habían estado cerca del ser gallináceo.
―Tiene el viroide KronBy-19 ―avisó.
―Por mí, como si tiene el PePe-478.
―Sargento, no diga sandeces. El KronBy-19 produce una enfermedad muy contagiosa. Se caracteriza por producir eritema y prurito por toda la piel. Para que lo entiendan, enrojecimiento y picazón. Y muy fuertes.
―¿Algo así como esto? el soldado Rambo mostró su mano derecha, toda hinchada y enrojecida.
―¿Le pica?
―¡Mucho!, pero no puedo rascarme.
Rambo mostró su mano izquierda, tan hinchada y roja como la otra. Su cara también estaba enrojeciendo a gran velocidad.
―¡Por todos los wikis! ―exclamó el médico mientras corría hacia el intercomunicador del puesto médico―. Lisandra, ¡aviso de emergencia sanitaria en la nave! ¡Corta todos los accesos que llevan hacia este lugar! Y creo que deberías hacer lo mismo con la bodega de carga…

En cuestión de pocas horas, se hizo necesario levantar todos los bloqueos en el interior de la nave. No eran necesarios, pues toda la nave estaba infectada.
El capitán Waleo se despertó de pronto, notando un fuerte calor por todo el cuerpo, que además picaba por todas partes.
Lisandra, ¿qué sucede? ¿Y por qué te presentas así?
La imagen de la computadora era la típica hembra terrestre, casi desnuda, que usaba en las comunicaciones en el camarote del capitán. Pero esta vez tenía la piel roja por todos lados y no cesaba de rascarse.
He decidido mostrar una imagen coherente con lo que sucede en toda la nave, capitán.
En pocos minutos, la computadora hizo un resumen de lo que había sucedido.
Pero a ti ese viroide no te afecta ¿verdad, Lisandra?
No, señor. Pero siento la obligación de mostrar empatía con la tripulación.
No lo hagas. Me pones nervioso. Y vístete.
La imagen de la pantalla pasó a ser la de una mujer con uniforme. Y sin enfermedad visible.
Xujlius se vistió como pudo y se dirigió al puente. Allí estaban Carlosantana, el oficial Ta'Rte y hasta el ingeniero Gram Dixim-Owurro. Todos ellos no cesaban de rascarse.
Es decir, todos menos el híbrido de especie desconocida.
¿A ti no te afecta, Gram? preguntó el capitán.
―A mí no me afectan ninguna de las enfermedades habituales de la galaxia.
―Y sin embargo estás casi siempre enfermo…
―Dejemos eso. He subido al puente porque soy el único que puede teclear bien, pues no tengo que andar rascándome. Todos los demás están incapacitados para hacer cualquier cosa.
―Lo entiendo. ¿Y qué has hecho?
―Informar al Almirantazgo, claro está. Y han declarado la cuarentena a bordo. 172 días estándar.
―¿172 días? Pero, ¿cuarentena no son cuarenta días?
―Es una forma de hablar, Xujlius.
―¿Y no podemos ir a ninguna parte?
―A ningún sitio. La nave está detenida en medio del vacío estelar.

Fueron 172 días que se hicieron eternos para todos los tripulantes de la Entrom-Hetida. Y ni siquiera podían hacer mantenimiento de la nave, o entretenerse con cualquier actividad. El prurito, o sea la picazón, impedía realizar cualquier labor.
Hasta comer se les hacía difícil. La mitad de las veces, cuando tenían la cuchara, tenedor o el instrumento adecuado a su especie, con un trozo de alimento, sentían tal picazón que debían soltarlo. Aunque cayera al suelo.
Para desazón del soldado Rambo, también la perrita Laika se vio afectada. No cesaba de rascarse con las patas traseras.
El capitán preguntó al médico si existía algún remedio.
―Sí lo hay. El antídoto KKPis.0017. Disponible en cualquier mundo de la Federación.
―¿Y no lo tenemos a bordo?
―Está claro que no. Y no podemos ir a buscarlo, pues estamos en cuarentena. Tampoco pedirlo, pues ninguna nave se acercará a nosotros mientras estemos así.
―Me pregunto por qué no le tenemos. ¿No lo habías puesto en la lista del botiquín?
―¡Claro que sí, capitán! Pero usted, al ver lo que costaba, suprimió esa y otras partidas.
―¡Por los wikis!
―Al menos le puedo dar una buena noticia, capitán.
―A ver.
―En unos 32 días, todos nos habremos curado. Y la inmunidad ya será permanente.
―Entonces, ¿por qué los 172 días?
―Norma del Almirantazgo. Por razones de seguridad, según tengo entendido.

El robot 8UM4N05 tampoco se vio afectado, y era continuamente solicitado por toda la nave.
―Debería estar satisfecho con que se requieran mis servicios ―dijo 8U a Lisandra―. Pero no lo estoy. No me reclaman por mi elevada inteligencia, ni por mis amplísimos conocimientos. Solicitan mis servicios porque tengo las únicas manos disponibles a bordo. ¡No soy más que un vulgar ayudante!

Cuando pasaron los primeros 32 días de cuarentena, casi todos estaban recuperados a bordo de la nave.
Ya no fueron necesarios los servicios de 8U.
Y los oficiales decidieron aprovechar para hacer mantenimiento de todos los sistemas de a bordo.
En cuanto a los marines, el sargento Máxavelwurroketú les ponía a entrenar todo el tiempo. En el gimnasio y en los simuladores.
Más de uno extrañaba aquellos tiempos en los que no podían hacer nada.

Entretanto, el ser gallináceo rescatado en la cápsula permanecía en el centro médico. Respiraba y mostraba signos vitales, pero no despertaba.
Hasta que de pronto abrió los ojos y vio que estaba solo en un lugar extraño.
Kokorico glogo cocooooo ―dijo.
Lisandra avisó a Carlosantana. Y éste pidió la presencia del robot 8U, que conocía más de dos millones de formas de comunicación.
―¿Dónde estoy? ―tradujo el robot.
―Explícale dónde está. Y pregunta lo que le pasó.
Aún tenían más de cien días de cuarentena. Tiempo suficiente para contar muchas cosas.

Capítulo 18: Gayokiriko
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30 noviembre 2017

Star Guars-Episodio 4-1

STAR GUARS
(LA GARRA DE LAS GALAXIAS)

Episodio 4 (De nuevo a la Esperanza).- Sí, querido lector, esta historia empieza en el capítulo 4. Claro que es un rollo, pero te lo explicaré: primero pensaba hacer solo un breve relato, que sería este que tienes en tu mano (sin la soporífera nota del autor). Pero el editor dijo que era muy breve, que mejor hacía una historia en tres partes. Luego, que por qué no hacer que la historia empezara antes, en una precuela (palabro que se inventó, es una fiera para eso de inventar palabras), con lo que tendríamos ya seis capítulos. Para terminar, una multinacional compró la editorial y ahora me piden tres capítulos más (aunque apenas está a punto de salir el 8º y del 9º no tengo ni idea de lo que poner), aparte de historias paralelas (spinof, los llaman) y no sé qué más. Bueno, fuera, rollo, empiezo.

Imagina una secuencia espacial, una batalla. Una nave pequeña, atacada por cientos de rayos, que huye como puede. Y su perseguidor, una nave enorme, enorme, enorme, que parece una ballena a punto de tragarse el boquerón que es la nave pequeña.
Dentro de la nave pequeña, la chica de la película que está metiendo un disquete con datos en un robot pequeñajo (sí, mucha tecnología espacial, pero usan disquetes. De los de 5¼). El robotito emite unos sonidos como maullidos de gato, y solo los entiende otro robot, éste con forma humanoide.
—SI-3-PO, debes acompañar a Pedrito (PDRD-2) al planeta de abajo. Lleva dentro un disquete con datos de máxima seguridad.
—Princesa, yo prefiero quedarme aquí en la nave.
—Aquí estamos jodidos, la nave imperial nos atrapará. Tú obedece, es una orden.
—Sí señora.
PDRD-2 emitió otros maullidos.
—Claro que sí, Pedrito. Pero no me gusta la situación.
Poco después, una cápsula salvavidas es lanzada hacia el planeta que hay debajo. (Creo que olvidé mencionarlo).
Entretanto, los malos malosos de la nave grande imperial han capturado a la nave de los buenos y a la chica. El jefe de los malos, un tío que lleva una máscara negra y se llama Dark Mask (Máscara Negra, lo que demuestra poca originalidad), monta el pollo cuando se entera de que el disquete no está a bordo.
—¿Dónde están los planos? —ruge.
—En el fondo del mar, matarilerilerile. Digo, en el planeta allá abajo —responde un oficial—. Hemos detectado el lanzamiento de cápsulas salvavidas sin seres vivos a bordo.
—¡La princesa ha metido en una de ellas el disquete con los planos!— ruge Dark Mask.
(Había olvidado mencionar que la chica es toda una princesa, con sangre azul y todo eso).

En el planeta, los dos robots aterrizan en medio del desierto. SI-3-PO le pregunta a su compañero, PDRD-2:
—¿Cómo se llama este planeta?
El aludido responde con sus maullidos, que SI-3-PO traduce:
—¿Tatoo-1? ¡Vaya nombrecito! Aunque para un planeta lleno de arena como éste, mejor llamarse así que no Paradise-5, por ejemplo. Y dime, ¿a dónde se supone que debemos ir? Espero que sea cerca porque esta arena se está metiendo en mis articulaciones, y puede provocarme un cortocircuito. Diría que esta arena tiene mineral de hierro y eso hace que el polvo sea conductor.
Nuevos maullidos.
—¿Bobby Juan El_Que_No_Ví? ¿Y quién es ese?
Más maullidos.
—¿Un caballero Yeti? Creía que la orden de los Yetis está extinguida por orden imperial.
Maullidos de respuesta.
—Bueno, retirado, entonces. ¿Y dónde está el tal Bobby Juan?
Ladridos de respuesta. (Es broma, lector, fueron maullidos).
—¿Cómo que no lo sabes? ¡Tendremos que preguntar! ¡Y por aquí no hay nadie a quien preguntar!

Pasa un tiempo indeterminado, pero eso no importa porque sigue en la siguiente viñeta. Digo, secuencia.
Llegan a una especie de granja en medio del desierto. Sí, claro, no tiene sentido poner una granja en el desierto, pero es que así son las cosas. En realidad, lo que ocurre es que la granja es del Tío Wen, un escocés al que tocaron unos terrenitos «algo soleados» en el planeta Tatoo-1, en el reparto de la herencia de su tío Wen-Senlao. Fue una pena, porque Wen-Senlao tenía unos sesenta sobrinos. El pequeño Wen esperaba que le tocara algo mejor, como un spa en Albarramona, pero tuvo que contentarse con su suerte. Y gracias a los condensadores de fluxo para destilar agua, no le iba tan mal.
El sobrino del Tío Wen, Lucas Eskay Walter, andaba escaqueado de su trabajo en los huertos hidropónicos cuando vio a los dos robots vagabundos. Escondido tras unas rocas, aprovechaba el tiempo para subir de nivel en Simulator-98. Había logrado pasar de alférez a teniente de nave cazadora, cuando vio a la pareja de robots. El que tenía forma humanoide se dirigió a él:
—Disculpe, señor, pero mi compañero anda buscando el paradero de un señor llamado Bobby Juan. Está en alguna parte de este planeta, pero necesitamos más datos para computar su dirección a través de Gugle-Star.
—¡Ya coño, dos robots sin dueño! ¡Pues hala, ahora son míos y me los llevaré a casa!
Lucas ignoró por completo lo que le dijo el humanoide. Solo comprendió que ambos podrían cubrir su puesto en los huertos, y así él tendría más tiempo para ocupaciones más entretenidas. Incluso podría darse un salto hasta la ciudad del Vicio, donde había miles de casinos y de locales con máquinas de juego y simulación.
—Tío Wen, mira lo que me he encontrado, ¿verdad que molan?
—¿Dónde has encontrado a esos dos? Nos vienen de maravilla para ampliar los huertos. Estaba pensando que el sector 78 tiene una buena sombra y podríamos montar unos invernaderos, ahora que el banco me ha ofrecido una nueva hipoteca.
Lucas dejó a su tío haciendo cuentas. Pero lo de ampliar los huertos no le hizo ni pizca de gracia, pues lo más probable sería que siguieran contando con su ayuda.
Ya por la noche, SI-3-PO despertó a Lucas.
—Disculpe, amo Lucas, pero me veo en la obligación de perturbar su sueño. El otro robot, Pedrito, se ha dado el piro. Vamos, que se ha fugado.
—¡No fastidies! ¿Y por qué lo llamas Pedrito? ¿No es PDRD-2?
—En la lengua de los sajónidos, esas iniciales se pronuncian «Pedrito».
—Bueno, ahora me lo explicas, mientras arranco el buga volador. Por cierto, tú eres «Si-tres-peos», no?
—Sí, amo Lucas.
A bordo del buga volador, SI-3-PO repite lo de buscar a Bobby Juan. Y Lucas cae en la cuenta.
—¡Claro!, ese es Juan  El_Que_No_Ví, que vive en un chozo entre las rocas. Tenemos que ir hacia allá.

Llegaron de madrugada al chozo de Bobby Juan El_Que_No_Ví. Era un sitio difícil de ver, incluso en Gugle-Stars, pero allí lo tenían.
Bobby Juan les esperaba.
—¡Ugh , menos mal! Tú, robot, debes de ser el traductor, ¿no? ¿O lo es este humanoide orgánico?
—Yo no sé más que la lengua de Tatoo-1 y el Galáctico estándar que me enseñaron en la escuela —explicó Lucas.
—Yo domino tropocientos trillones de lenguas, dialectos o modismos, señor —añadió SI-3-PO.
—¡Pues mira a ver qué dice! Lleva repitiendo los mismos maullidos desde que llegó.
PDRD-2 maulló.
—¡Lo ven! ¡Lo mismo otra vez!
—Dice que tiene un mensaje importante de la Princesa Lola para Bobby Juan El_Que_No_Ví.
Bobby Juan localizó un botón sobre el robot. Tenía el dibujo de una boca humana. Lo pulsó.
Apareció un holograma, donde una mujer (la Princesa Lola, claro está), explicaba:
—Bobby Juan, tú fuiste un caballero Yeti en los viejos tiempos anteriores al Imperio. Debes de saber que los que como yo somos contrarios al Imperio, hemos formado la Insurgencia anti Imperial, IaI, y como somos así de chulos enviamos este robot con un disquete de datos bloqueado que debes llevar a nuestra base, en el planeta Albarramona. Y si no puedes llevarlo allí, puedes hacerlo en la Otra Base Secreta de la Insurgencia anti Imperial, OBSIaI.
Luego venían las coordenadas y el detalle de la ruta a seguir en astronave.
Bobby Juan se quedó pensativo.
—Lucas, ¿te apetece convertirte en mi alumno? No te preocupes por la paga, es gratis, pues así me obliga  a hacerlo el sindicato.
—Alumno ¿de qué? ¿Mates? ¿Historia? ¿Lengua?
—Yo no doy clases de esas. Soy un caballero Yeti, el último, creo, y no te cobraré un céntimo, aparte de darte el coñazo con diversos recaditos.
—¡Vale! Así mando por el saco al Tío Wen y su granja. ¿Cuándo empezamos?
—¡Despacio, colega! Aunque no eres menor, él debe autorizarte. Ahora mismo les llamo.
Pero en vez de aparecer la cara de Tío Wen, maltratada por el desierto, se vio la imagen de una joven tan perfecta que solo podía ser una simulación.
—El número marcado corresponde a un local desahuciado por impago de hipoteca.
—¿Y eso? —preguntó Bobby Juan.
—El tío Wen tenía una hipoteca con el Banco Usurero Galáctico (BUG). Está claro que las cosas le iban peor de lo que yo creía. Pero ahora, ¡no tengo ni idea de adonde se fue el tío Wen! ¡Ya no tengo que volver a los huertos! A ver, explícame eso de ser un Yeti.
—Veo que así ha de ser. Que la Fuefa nos acompañe.
—¿Qué es la Fuefa?
—Primera lección. La Fuefa es una cosa medio rara que impregna la matriz del Universo. Si sabes aprovecharla, te permite hacer casi cualquier cosa, pero la clave está ahí, en saber aprovecharla. La Fuefa tiene dos aspectos, muy necesarios los dos pues juntos forman un equilibrio. Está el Lado Simpático, el de los buenos de la peli, y está el Lado Parasimpático, o Antipático, que es el de los malos malosos. Entre los buenos que saben aprovechar el Lado Simpático de la Fuefa están los caballeros y caballeras Yeti, que aparte de vestir como unos monjes y no gastar un céntimo en trajes, usan un sable luminoso de alta tecnología, aunque lleva pilas de esas normalitas, AA. Aquí mismo tengo uno que perteneció a tu padre, Lucas. Se llamaba Aníbal Eskay Walter, y era mi colega de los Yetis, juntos formábamos una pareja invencible. Pero se esfumó.
—¿Cómo es eso?
—Hizo ¡flash! Y ya no estuvo más en este universo. Lo mismo aparece por otra dimensión, ¡quién lo sabe! Pero fue por culpa de Dark Mask. Que tuvo que ver, eso seguro. Bien, aquí está el sable luminoso.
Bobby buscó el receptáculo para las pilas.
—Lo que imaginaba, las pilas han soltado ácido al descargarse y están sucios los contactos. ¡Con la de veces que le dije a tu padre que usara pilas blindadas, y mejor si eran catalinas! Pero él, dale que dale con que las catalinas eran más caras.
Bobby se puso a limpiar los contactos y puso dos pilas algo viejas que encontró tiradas. Le valió para hacer una demostración, antes de que la luz se apagara con un ¡flash!
—En ciudad del Vicio compraremos pilas nuevas.
—¿Y hay que ir allí?
—Claro, colega. ¿o es que te crees que tengo un montón de créditos? La paga de jubilación apenas me da para vestir de esparto aquí en este chozo. Tendremos que jugar en los casinos. Y allí mismo podremos encontrar una nave que nos lleve si queremos pirarnos. Y eso me recuerda que debemos disfrazar a estos robots, porque en los casinos no se permite la entrada de robots.
Poco después partía el buga de Lucas lleno a tope con el propio Lucas, Bobby Juan, SI-3-PO vestido de lagarterana y PDRD-2 dentro de una caja que ponía «10 minibarriles de cerveza de 5 litros», que Bobby no supo (o no quiso) explicar cómo había aparecido.
Como fuera, se dirigían a la ciudad del Vicio.

Y bien, querido lector, te habrás creído que me había olvidado de la Princesa Lola y del malvado Dark Mask. Pues no es así, como podrás comprobar.
Pues eso, que el malo maloso ha capturado a la princesa y le pidió los planos (¿Qué planos? Pues ya lo verás). Y ella le dijo que se fuera a tomar… el aire. Vamos, que no los tenía. Y como no quiso decir nada más, el jefe de los malos dijo:
—Pues nada, nos vamos a la ASI y así hablará.
(Nota: ASI es el Arma Secreta del Imperio).
Y en la ASI la torturó. No, nada de cosas de la Inquisición: potros y esas antiguallas. En la ASI usaban las más avanzadas técnicas de tortura, como ponerle toda la serie completa de varios culebrones mexicanos, todos seguidos y sin descansar. O una sesión del Congreso Galáctico con su discurso del líder Feiled Castrol, uno de esos que duraban horas y horas. Pero lo peor era ponerle seguidos los anuncios de la Lotería de Navidad, uno tras otro sin parar.
¡Y sin embargo, la Princesa Lola no dijo ni pío! (Bueno, tiene que ganarse el título de protagonista, porque si no, se fastidiaba la historia).
Dark Mask seguía sin saber qué había sido de los planos. Sí, los famosos planos.

Y ahora volvemos a ciudad del Vicio, donde llegan Lucas, Bobby Juan y los dos robots disfrazados.
Llegaron a la puerta de un casino, el «Gran Casino 574», y Bobby Juan sugirió que los dos robots se quedaran cuidando el buga.
—Aquí hay mucho chorizo suelto —explicó.
Ya dentro, Bobby pidió una moneda a Lucas.
—¿Cómo es eso? ¿Venimos a jugar al casino y no traes ni una moneda? Menos mal que tengo aquí una de 50. La tenía guardada para comprarme una chocolatina, porque para una hamburguesa no me da.
Bobby no dijo nada y depositó la moneda en una máquina tragaperras. Le dió a la palanca e hizo unos pases magnéticos con la mano. De inmediato salieron tres 7.
—¡Por el agujero negro central! ¡Vaya suerte!
Empezaron a salir monedas de 50 ruidosamente. Todos los presentes se les quedaron mirando.
—Disimula, Lucas —dijo Bobby mientras recogía el dinero. Puso una de las monedas logradas en otra máquina. Otro pase magnético y, ¡otra vez premio!
Después de unas cuantas sesiones con pases magnéticos, un gorila se plantó junto a nuestros chicos.
—¿No estarán haciendo trampas, ustedes dos, verdad? —preguntó el gorila.
—Claro que no, señor —dijo Lucas mientras depositaba otra moneda en una máquina que aún no había probado. Salieron dos sietes y cuatro avances. Lucas realizó tres avances y apareció el siete que faltaba. No hubo pases magnéticos esta vez (con el gorila a la vista, Bobby no podía arriesgarse), pero es que alguna vez hay suerte de verdad. Y encima, la máquina tenía un bote voluminoso.
Decidieron que no debían arriesgarse. Cambiaron las monedas por billetes y una hamburguesa (Lucas tenía hambre, pues no había comido desde la noche anterior) y se fueron a otro casino, donde se repitió la misma «suerte» de Bobby.
¡Claro que hacía trampa, lector! Con esos pases magnéticos, Bobby aplicaba la Fuefa para que los mecanismos de las máquinas tragaperras giraran justo como él deseaba, dando la combinación de premio máximo. Cuando Lucas lo supo, le dieron más ganas de aprender los secretos de la Fuefa.
—¡Quiero ser un caballero Yeti!
—Despacito, colega, que apenas acabas de empezar el primer curso.
Hicieron cuentas.
—Va justo para un pasaje —dijo Lucas—. Solo uno, no dos.
—Eso sería en una nave de pasaje. Pero aquí, en ciudad del Vicio, hay muchos traficantes que aceptarían llevarnos en plan pirata a mitad de precio que un pasaje oficial. Mira, ahí mismo hay una cantina donde podremos encontrar a uno de esos traficantes.
—¡Pues me gusta la idea! No me vendría mal un trago.
—Los niños no deben beber.
—¡Oye, que no soy un niño! Tengo 12 años. Años de Tatoo-1, claro.
Bobby hizo unos cálculos mentales.
—Eso son 18 años y medio de Corujoscán, el planeta capital. Vas justo, chaval. Pero vale, te dejo tomar un trago, si es de cerveza.
Poco después, Bobby presentaba a un humano y una especie de perro lanudo bípedo.
—Estos son Boy Solo y Echabaca. Tienen la nave Balcón Millonario a nuestro servicio.
—Salimos de inmediato, así que si tienes que ir a mear, hazlo ya —dijo Boy Solo.
Y Echabaca añadió unos gruñidos, pues ese era su lenguaje.
—La llevo clara —comentó Lucas—. Deberían ponerse a conversar éste y Pedrito. Uno ladrando, el otro maullando, será como una pelea…
Llegaron al hangar del puerto espacial y tuvieron que subir pitanto. Un escuadrón de soldados imperiales les pisaba los talones.
¿De dónde habían salido?
Tienes que disculparme, lector, porque olvidé comentar que, aparte de montar el numerito y secuestrar a la princesa, Dark Mask mandó buscar a los robots en el planeta Tatoo-1. Ya tenían una descripción detallada y a punto estuvieron de pillarlos. ¡Menos mal que Bobby cortó una narración detallada y pormenorizada de las aventuras del Balcón Millonario en sus contrabandos más recientes!
Así pues, llegaron a tiempo, despegaron, y aún tuvieron que enfrentarse a dos cazas imperiales.
Lucas lo pasó de miedo disparando a uno de los cazas.
—¡Es mejor que en el simulador! —dijo.
Por fin, ya libres de perseguidores, Bobby volvió a preguntar.
—Entonces, ¿vamos a Albarramona?
—¡Claro que sí! —respondió Bobby.

Es curioso, pero poco antes Dark Mask había decidido ir también a Albarramona. Pero no de visita precisamente.
Resulta que él sabía que ese era el planeta de la Princesa Lola, y al muy malvado se le ocurrió presionarla para que le dijera dónde estaban los planos.
—Si no me dices dónde los has escondido, me cargo al planeta —amenazó.
—Dudo mucho que puedas hacerlo. Podrás bombardearlo, si quieres, pero la Base Secreta de la Insurgencia anti Imperial (BSIaI) sobrevivirá.
—¡Mira tú por donde ahora tengo dos motivos para disparar! —y dirigiéndose al oficial a cargo del cañón gordo, ordenó—: Dele caña.
Y tres potentes rayos que se unieron en uno para mayor potencia, tres rayos en uno decía, partieron rumbo al planeta Albarramona. Y lo dejaron frito, flambeado más bien, chamuzcado. Vamos, que se lo cargaron. Donde estaba el planeta no quedó nada, ni unas rocas en plan nube de asteroides. Nada de nada.
Y fue esa nada lo que encontró Boy Solo cuando el Balcón Millonario había salido del hiperdespacio.
(Un momento, creo que no lo había dicho: el hiperdespacio es la forma que tienen las naves para ir de un lugar a otro a mayor velocidad que la luz. Activas los motores, desapareces del espacio normal y apareces en otro lugar, donde querías llegar –salvo si era mal piloto, que entonces apareces en otro lugar–. Y ya está, no pienso dar más explicaciones).
Pues eso, que salieron del hiperdespacio y no había nada.
—¿Dónde está Albarramona? —preguntó Bobby Juan.
—Eso digo yo —replicó Boy.
—¡Eres un mal piloto! Seguro que te has equivocado con las instrucciones al motor para ir al hiperdespacio. No si ya lo decía yo, que me parecía que este cacharro no estaba en condiciones…
Echabaca gruñó. PDRD-2 maulló. SI-3-PO exclamó: —¡Cielos!
—¡Todo el mundo a callar! —gritó Boy Solo—. Echabaca tiene razón. Las coordenadas estaban bien. Algo pasó con el planeta.
—¡Hay algo en el radar! —exclamó Lucas, que estaba junto a una pantalla, pensando que si se terciaba podría ser capaz de pilotar aquella nave, pues le recordaba al simulador.
En efecto, el radar mostraba una pequeña esfera.
—¿Será el núcleo del planeta? —preguntó Bobby Juan.
Dirigieron la nave hacia aquella esfera. Cuando ya estaban más cerca, Bobby exclamó:
—¡Mierda! Eso no es el núcleo de un planeta. Es una estación espacial, y bien gorda. Creo que estamos a la vista del Arma Secreta del Imperio, ASI.
—Va a ser que sí —replicó Boy Solo—. Echabaca, ¡dale a la reversa!
La nave gruñó (la nave, no solo Echabaca), pero siguió en dirección a la ASI.
—¡Nos han atrapado! —observó Lucas Eskay Walter.
—Aún no del todo —dijo Boy Solo, enigmáticamente.

(Continuará)

01 agosto 2017

Capitán Waleo capítulo 16: Tiempos pasados

La nave Entrom-Hetida viajaba por el espacio. Por el momento, todo estaba tranquilo. No había avisos de amenazas, ni órdenes de la Flota, ni siquiera nuevos mundos que explorar. De hecho, todos en el puente estaban aburridos.
El Oficial Keito Nimoda, quien estaba de guardia, jugaba a las cartas con Lisandra, la computadora.
Pókel de ases, Lisandla. Cleo que te toca quitalte una plenda.
El Oficial estaba ya semidesnudo, pero nadie le hacía caso.
En su camarote, el capitán Xujlius Waleo se disponía a dormir.
—¿Qué clase de simulación desea esta vez, capitán? —preguntó Lisandra con la voz sensual que reservaba para la intimidad con el capitán.
—Hoy no me apetece nada en particular. De hecho, me duele la cabeza. Me conformaría con que me contaras un cuento. Para niños, no para adultos.
—O sea, suprimo las escenas pornográficas.
—Y toda señal de erotismo. No quiero por esta vez.
Era poco habitual una petición como esa, pero Lisandra no se inmutó.

Xujlius Waleo reconoció de inmediato el entorno estelar donde había aparecido la Entrom-Hetida.
—¡La Tierra! ¡El sistema solar de origen de la humanidad!
La pantalla mostraba las constelaciones que los seres humanos conocían antes de viajar a las estrellas. La Osa Mayor, Orión, Escorpio, Casiopea, La Cruz del Sur… Todas eran visibles.
Y a la vista estaba el planeta azul, con su satélite enorme.
Pero algo faltaba.
—¿Dónde están las instalaciones espaciales? No veo el Anillo Ecuatorial, ni la ciudad L5. ¿Y las ciudades lunares? No las veo. Lisandra, por favor.
—Capitán, no veo ninguna instalación de la Flota Estelar. No responden a nuestras peticiones de tránsito. De hecho, no las capto. Tampoco aprecio ningún puerto espacial. Tengo que investigar ésto…
—¿No notaste nada raro al pasar al hiperespacio?
—Es posible, capitán. Supuse que sería un efecto distorsionante, de esos que suceden algunas veces.
—Muéstrame lo que percibiste.
En la pantalla holográfica apareció un pasillo lleno de puertas. Parecían típicas puertas para seres humanos, y entre ellas flotaba una versión de la Entrom-Hetida ridículamente pequeña. La nave cruzó una de las puertas…
—Y aparecimos en el sistema solar terrestre, capitán. Pero creo que hemos retrocedido en el tiempo.
—¿Cómo es posible? No, no me lo expliques, seguro que hablarás de perturbación en el espacio-tiempo o de algo por el estilo.
—Así es, capitán. Pura teoría, pero creo que acabamos de verificarlo.
—¿Cuál es la fecha?
—¿En la nave o en el exterior? La de la nave puedo darla sin problemas, pero para el exterior me hacen falta datos.
—¿Qué clase de datos? Has dicho que no puedes comunicarte con la base de la Flota Estelar. ¿No hay nadie con quien comunicarte?
—Aunque pudiera haberlo, capitán, creo que estará de acuerdo conmigo en que es mejor no hacerlo, para no provocar paradojas temporales.
—Bueno, seguro que como eres tan lista se te habrá ocurrido algo. Hazlo.
—Eso estoy haciendo. Observo la posición de los planetas, satélites y asteroides. Las comparo con las efemérides y así sabremos la fecha.
—Como quieras. Avísame cuando tengas algo. Yo iré al puente.
En el puente, estaba el Oficial Nimoda jugando al strip póker con la computadora. El capitán pensaba llamarle la atención por su falta de uniformidad (estaba en calzoncillos, unos boxer de tela blanca con corazoncitos rojos), cuando Lisandra le reclamó a su vez.
—Capitán, ya tengo la fecha.
—A ver, dímela.
—Estamos a 3 de noviembre de 1957.
—¡No me extraña que no existan ninguna facilidad espacial! La llegada a la Luna fue en 1969, ¿no?
—Así es, capitán. Hasta el año 2198 no se creó la primera base de la Flota Estelar. La creación del Cinturón Ecuatorial se completó en el dos mil doscientos…
—¡Déjalo, no me interesa! Estaba pensando… ¿En este año de 1957 no se lanzaron las primeras naves espaciales? No tripuladas, quiero decir.
—Así es, capitán. El sputnik-1 fue lanzado en octubre de 1957. Y el número dos, con el primer ser vivo a bordo, lo fue el 3 de noviembre.
—¿Hoy? Quiero decir, ¿ahora?
—Más o menos. Desconozco la hora exacta, pero podemos observar la base de lanzamiento. En unos minutos la tendremos en pantalla.
La Tierra fue girando, en apariencia, en la pantalla. Una región del continente mayor, Asia, estaba en el centro de la imagen. Fue ampliándose, dando la impresión de caer en picado hacia el planeta. El capitán se sujetó, pues la sensación de caída era muy fuerte.
Pudo ver cómo un anticuado cohete despegaba, soltando una enorme cantidad de humo. El capitán no entendía cómo podían tolerar semejante contaminación.
—¡Nimoda, deje eso, vístase y atienda de una vez si no quiere ir al calabozo!
—¡Sí, señol! ¿Qué clase de nave es esa?
—Un cohete prehistórico. Lisandra puede darle los datos.
En la pantalla de Nimoda aparecieron los datos relativos a la nave primitiva.
Xujlius estudiaba los datos históricos de aquel lanzamiento.
—Lisandra, has dicho que en esa nave va el primer ser vivo que fue lanzado al espacio, ¿no? ¿Qué fue de él?
—La perra Laika. Murió a bordo pues no tenían medios para recuperarla.
—¿Cómo podían ser tan crueles?
—Capitán, eran otros tiempos. De hecho, ni siquiera sabían si podría sobrevivir al lanzamiento.
—Vamos a rescatarla.
—Capitán, ¡no podemos intervenir en el pasado!
—No digas chorradas. Vamos a ver, ¿qué dice la historia sobre Laika?
—Perdieron el contacto con el animal a las pocas horas. Luego, muchos años más tarde, cuando se suprimió el secreto sobre los detalles de la misión, se supo que el calor a bordo fue insoportable. Se cree que murió de hipertermia.
—Se cree. ¿Nunca se recuperó el cuerpo para una autopsia?
—Negativo. El 18 de abril de 1958 la cápsula se desintegró al ingresar en la atmósfera.
—Por lo tanto, si recogemos a Laika antes de que muera nadie se enterará. ¿qué dices a eso, Lisandra? No habrá paradoja temporal.
—¡Muy bien, capitán!
—Bien, veo que Nimoda ya está vestido. Que él se encargue de la maniobra. Alguien debe ir hasta la cápsula, sacará a su pasajera, y dejará el resto como si nada hubiera pasado.
La Entrom-Hetida se colocó el órbita cerca de la Sputnik-2. El soldado Rambo Tedexo Zeko fue el designado para la misión. Vestido con su reglamentaria camiseta roja, bajo el traje espacial transparente, flotó hasta la cápsula y abrió la escotilla. Previamente, había colocado un recinto de aire de emergencia alrededor de la pequeña nave; así no hubo pérdidas al abrir la escotilla.
Asomó la cabeza dentro de aquel espacio tan sofocante. El calor allí dentro era infernal. Allí estaba el animal, que al verle ladró. Rambo no dijo nada, pues sabía que había micrófonos a bordo. En silencio, soltó los amarres de Laika.
Por suerte era un animal pequeño. Con casco y todo, no pesaba más de treinta kilos.
Fuera de la cápsula, Rambo comprobó el cierre de recinto de aire, que mantuvo alrededor de la perra. Colocó de nuevo la escotilla y volvió a la Entrom-Hetida llevando a la perra en brazos.
A bordo, el médico Carlosantana tuvo que ejercer de veterinario, con las consiguientes protestas, que fueron acalladas de inmediato por el capitán Waleo.

Ahora tenían un tripulante nuevo en la Entrom-Hetida. El nuevo tripulante ladraba mientras correteaba por los pasillos.
Casi todos los tripulantes estaban encantados con Laika. Solo había dos excepciones: 8UM4N05, que odiaba a las mascotas, y el ingeniero Gram Dixim-Owurro al que Laika ladraba cada vez que veía, pues no le gustaba el híbrido.
De pronto, Lisandra avisó a todos.
—¡Ahí está de nuevo la divergencia temporal!
Todos lo pudieron ver en esta ocasión. Un pasillo iluminado débilmente, con puertas enormes. O tal vez fuera que la nave se había reducido al tamaño de un dron, y las puertas tenían el tamaño normal para seres humanos.
Como fuera, la nave pasó flotando por el pasillo y cruzó el umbral de una puerta.
Aparecieron en otro punto del espacio. Las estrellas no eran las mismas…
—¡Establecida comunicación con la Flota, capitán! Nos preguntan dónde hemos estado.
—Envía un informe detallado. ¡Laika, deja eso!
Arrullado por los ladridos de la perra, Xujlius Waleo se fue a dormir.

Xujlius se despertó en su camarote.
—Lisandra, dame un informe. He tenido un sueño de lo más raro. Soñaba que capturábamos a la perra Laika tras viajar en el tiempo…
Un ladrido le hizo darse la vuelta. Allí estaba Laika, la nueva tripulante de la Entrom-Hetida.

Capítulo 17: Cuarentena
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