15 abril 2020

Capitán Waleo capítulo 20: En los asteroides


La nave espacial Entrom-Hetida está detenida en el espacio. Una vez más, el ingeniero Gram Dixim-Owurro ha de trabajar duro buscando la forma de reparar una avería. Y tiene para rato.
—Hemos de quedarnos aquí varios días —informó el capitán Waleo a todos los tripulantes—. Así que ya pueden buscar la forma de pasar el rato sin salir afuera.
Él mismo lo tenía fácil, así que se retiró a su camarote a gozar de una simulación erótica cortesía de Lisandra, la computadora.
Al mando se quedó el oficial Keito Nimoda.
Un tímido teniente, el reptiliano Nicomedes Luxor, se acercó al puente cuando Nimoda intentaba echar una cabezadita en el puesto, sin que se notara mucho.
—¡Eh, disculpe, señor!
Ni caso.
—¡SEÑOR! ¡CAPITÁN EN FUNCIONES!
Nimoda sacudió la cabeza ante semejante grito.
—No hace falta que glite, teniente.
—Disculpe, señor, pero me pareció que estaba algo traspuesto.
—¡Yo nunca duelmo cuando estoy de gualdia!
—Como usted diga, señor
—¿Y qué se le oflece, teniente?
—Verá, señor, he observado que hay cerca un grupo de asteroides muy interesante y solicito permiso para explorarlos.
—¿Explolal-los usted solo?
—¡No, señor! Llevaría un grupo conmigo.
Cleo que eso debe autolizal-lo el Capitán.
Al capitán Waleo no le hizo mucha gracia que interrumpieran su simulación con esa solicitud. Pero no podía quejarse.
—Teniente —dijo después Nimoda—. El capitán autoliza la expedición a los asteloides. Lleve la lanzadela C, que tiene cañones de misiles aguja.

Poco más tarde, partía la lanzadera C, tripulada por el cabo Lormingo Kritowich y con el propio teniente Luxor y un grupo de marines al mando del temible sargento Aeiou Máxavelwurroketú. También iba el robot 8UM4N05, por recomendación expresa de Waleo.
El cabo Kritowich condujo la pequeña nave de forma magistral hasta penetrar en el campo de asteroides.
Junto con su última reparación, 8U había recibido algunas «mejoras», como por ejemplo un circuito humorístico. El resultado fue que no se callaba, siempre andaba contando chistes.
—Van dos flobinos por la aeropista —dijo el robot— y el del medio revienta.
—¿Por qué no te callas? —replicó el soldado Gaspakiwi Himoto—. ¡Me tienes hasta la coronilla con tus chistes malos!
—No se puede callar —objetó otro soldado, Rambo Tedexo Zeko—. Pero déjalo, a ver si revienta.
—La inteligencia de estos marines no permite apreciar la belleza y calidad de mis chistes —contestó el robot.
Ajenos a esa conversación, el teniente Luxor observó un asteroide peculiar.
—Cabo, ¿ha visto ese asteroide?
—¿El que tiene un túnel, teniente?
—El mismo. Vamos a explorarlo.
Y añadiendo por el micrófono hacia el compartimiento de la tropa.
—Sargento, ¡que sus hombres se preparen para batalla!
Lo de «hombres» era una forma de hablar, pues muchos de ellos no eran humanos; ni hombres, por lo tanto.
—Ya estamos preparados para lo que sea, teniente.
Era un asteroide de gran tamaño, casi un planeta enano. Y en la superficie mostraba un enorme orificio, negro, oscuro. Invitador.
La pequeña nave se introdujo en el interior de aquel orificio. Encendieron los potentes focos, que alumbraron las paredes irregulares de un largo túnel.
—Siga hacia el interior, cabo —ordenó el teniente.
En el compartimiento de tropa, los marines observaban cómo avanzaban con rapidez las paredes del túnel.
—Me pregunto a dónde nos llevará esto —observó el sargento.
—Se diría que está usted asustado, sargento.
—¡Soldado Morinety! ¡Cállese! ¡Yo nunca estoy asustado!

En la cabina, el teniente pensaba lo mismo, pero tuvo la precaución de callar.
De pronto, el cabo hizo aterrizar la nave.
—Ya no sigue el túnel, teniente —dijo—, puede verlo usted mismo.
Y así era. Aquel túnel terminaba en una pequeña cueva.
El sargento salió con tres de los marines, vestidos con sus trajes espaciales transparentes que dejaban ver la camiseta roja reglamentaria.
De pronto, sintieron un terremoto.
—¡Todo el mundo a la nave! —ordenó el teniente.
Los marines corrieron al interior de la nave, tropezando por lo intenso del terremoto.
—Parece que el terreno no es estable —observó 8UM4N05.
—¿Están todos a bordo, sargento? —preguntó el cabo Kritowich.
—Afirmativo —respondió el sargento.
—Despega —ordenó el teniente.
La nave se elevó y enfiló hacia el exterior del túnel. Pese a estar en el espacio, se notaba cómo las paredes del túnel se movían por causa del terremoto.
O quizás fuera al revés, comprendió de pronto el teniente. ¡Las paredes se movían y eso causaba el terremoto!
—Parece que la salida se cierra —dijo el robot—. Da la impresión de que estamos dentro de la boca de un monstruo.
En efecto, dos hileras de dientes parecían cerrarse en la salida del túnel.
—¡Usen los misiles de aguja! —ordenó el teniente.
El sargento se puso a cargo de las armas. Apuntó hacia la bóveda superior y lanzó una andanada de misiles, afilados como enormes agujas que se clavaron en la boca del monstruo.
Oyeron un enorme rugido de dolor. Y la boca se abrió.
Salieron y así pudieron ver al monstruo, que se retorcía de dolor.
—Es un gusanoide asteroidal —informó 8U.
—Gracias por el dato, robot.
—De nada, teniente —contestó 8U—. Eso me recuerda el chiste de los dinomorfos que estaban comiendo.
—¡Silencio, robot!

Por un momento, el teniente estuvo tentado de volver a la Entrom-Hetida. Pero aún faltaban horas para que el ingeniero terminara su trabajo, la lanzadera tenía combustible de sobra y todos estaban con ganas de seguir.
Dio la orden de seguir explorando.
Por un par de horas, recorrieron el campo de asteroides sin ver nada especial. No había ciudades, ni colonos, tampoco gusanoides ni nada de nada.
Hasta que el robot señaló algo.
—Aquel asteroide parece adecuado, teniente —dijo.
—Cabo dirija la nave hacia allí —ordenó el teniente.
El asteroide indicado no era muy grande, pero tenía una superficie bastante llana. La lanzadera aterrizó en el borde del campo.
Todos los tripulantes salieron al exterior, menos el cabo y el robot.
—Vamos a dividirnos en dos grupos —ordenó el teniente Luxor—. La mitad se va con el sargento, los otros se vienen conmigo.
Mostró un objeto que llevaba en las manos. Tenía forma esférica.
Era un balón de fútbol de reglamento.
Minutos más tarde, estaban jugando al fútbol en la superficie del asteroide.
El soldado Luisiano Morinety demostró ser el más preparado para el juego, cuando con un pase largo marcó el primer gol en la portería defendida por el teniente.
—¡Estaba fuera de juego! —se quejó.
—¡Venga ya, teniente! ¿Consultamos con el árbitro? —respondió el sargento, capitán y portero del otro equipo.
—No tenemos árbitro —señaló el teniente—. Claro que podemos consultar con el BAR.
—Teniente —intervino el soldado Rambo Tedexo Seko—. Lo del bar no es mala idea. Pero será en la nave, ya de regreso.
—Para que lo sepa soldado, BAR son las iniciales de Bonito Artefacto Raro, un sistema infalible para saber si fue o no gol. Pero no lo tenemos en la nave. ¡Está bien! Admito el tanto.
Volvieron a seguir jugando. Al poco, Rambo marcaba un gol para el equipo del teniente.
Éste celebró el empate con saltos de júbilo.
—¡Toma, toma, toma!
Volvieron al juego. De nuevo la pelota en el centro del campo.
Para el saque, el sargento señaló a Morinety. Éste tomó carrerilla y dio tal patada que la pelota salió lanzada al espacio.
—¡Por los wikis! —exclamó el teniente—. Creo que alcanzó la velocidad de escape.
—Quiere decir que no volverá al campo —explicó el sargento.
—¡Se acabó el partido! —ordenó el teniente.
—¿Así, con un empate? ¿Sin hacer el desempate?
—Sargento, ¿tiene usted otra pelota? —preguntó el teniente—. Ya veo que no. Así pues, ¿cómo jugamos?
—Podríamos jugar a otra cosa, teniente. Por ejemplo, al escondite.
—¡Olvídelo! Volvemos a la lanzadera. Y luego, a la Entrom-Hetida.
Varios soldados soltaron una exclamación de pena.
—¡Ya lo han oído! —dijo el sargento—. ¡Todos a la nave!
Pocos minutos más tarde, todos volvían al interior de la lanzadera. De inmediato, el robot 8U dio detalles acerca de la trayectoria seguida por el balón. Al menos hasta que el teniente le mandó callar.
Despegaron, pero no volvieron a la Entrom-Hetida.
Más bien siguieron unos cuantos minutos explorando los asteroides.
Encontraron un asteroide que tenía un enorme cartel.
«NIO» decía en letras negras.
—¡Es un asteroide rico en selenio!—exclamó el teniente—. ¿No lo ven? Se lee «NIO».
—También tiene titanio —indico el sargento—. Ese cartel, es con tinta «NIO».
—En todo caso, hemos conseguido algo de lo que informar al capitán —observó el cabo.
Todos estuvieron de acuerdo.
Ahora sí que pusieron rumbo a la Entrom-Hetida.

Ya de vuelta a la nave, el teniente Luxor se entrevistó con el capitán para rendirle su informe. Antes, supo que el ingeniero estaba a punto de terminar la reparación. Partirían en pocos minutos.
—Así que un asteroide rico en titanio o selenio, ¿no, teniente? También podría ser niobio, porque «NIO» vio usted, ¿verdad?
—Es posible, señor.
—No importa, porque primero me gustaría que me explicara qué fue lo que observó el navegante Jajá Jojó.
—Si fuera tan amable de dar más detalles, señor.
—Era un objeto pequeño, esférico, que procedía del campo de asteroides. Parecía un balón de fútbol. Iba a gran velocidad y por un momento creímos que era un meteorito.
—Capitán, yo no sé nada de eso.
—No me engañe, teniente estuvieron ustedes jugando al fútbol, ¿verdad?
El teniente Luxor no respondió, pero su cara lo dijo todo.

Enlace al capítulo 1

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