14 abril 2020

Capitán Waleo capítulo 19: Mundo de cuentos


La nave espacial Entrom-Hetida viajaba por regiones ignotas de la galaxia. El Navegante Jajá Jojó estaba tenso, pero su rostro no lo mostraba, como era lo habitual. Tenía que estudiar todo lo que quedaba al alcance de los sensores de la nave.
El capitán Waleo estaba en el puente y también se hallaba pendiente de lo que señalaban los sensores.
—¿Qué hay en esa nebulosa, navegante?
—Hay algunos indicios de un sistema con planeta habitable, capitán.
—¡Interesante! ¿Aparece en los mapas?
—No, señor.
—Luego, nos interesa ir allí. Trace un rumbo, navegante.
—¡Ya estaba en eso, señor! Solo tengo una duda, capitán.
—A ver.
—¿Atravesamos la nebulosa o la rodeamos?
Xujlius Waleo estudió los datos que tenía ante sí en la pantalla.
—Mejor la atravesamos. No parece ser muy densa y en cambio es enorme; rodearla nos hará perder mucho tiempo. Ahora debo informar al Almirante.
Poco después, aparecía el holograma del Almirante Ñiki Muelax, Comandante Mayor de la Flota Estelar.
—¡Capitán Waleo! Observo que no está vestido correctamente, como es habitual.
—Disculpe, almirante, pero no soy consciente de ello.
—¿Sabe que esa corbata no es reglamentaria?
—¡Ups! No me acordaba de la corbata de la buena suerte.
Waleo llevaba una pajarita de color rojo intenso. No era lo correcto en su uniforme, por supuesto.
—Bien, y aparte de obligarme a ver su repulsivo cuerpo humano, ¿qué se le ofrece, capitán Waleo?
—Nos disponemos a reconocer un posible mundo habitado, señor, y de acuerdo con las Normas procedo a avisar al Alto Mando de mis intenciones.
—Pues capitán, mucho hablar de las Normas y es la primera vez que usted nos avisa antes de ir a un mundo desconocido. Así que puede que esta vez deje en evidencia las veces anteriores. Ya no podrá decir que no lo sabía.
—En todo caso, almirante, sus órdenes son…
—Explorar. Y si está habitado, conseguir como sea que se integre en la Federación Galáctica.
—Así se hará, señor.
La imagen del juiniano desapareció, dejando al capitán Waleo sumido en la confusión. ¿Cómo pudo olvidar la pajarita?
—¡Navegante! ¿Ya tiene ese rumbo trazado?
—¡Sí, señor!
—Pues páselos a la computadora.
—Ya está.
La nave se adentró en la nebulosa de gas y polvo.

Minutos más tarde, la nave se detenía con brusquedad. Todos los presentes en el puente se sintieron empujados hacia delante. En el puesto del capitán apareció una enorme bolsa gris que hizo de colchón, impidiendo que se golpeara la cabeza. Otros tripulantes no tuvieron tanta suerte, y recibieron algunos golpes.
—¡Vaya, el airbag funciona! —exclamó el capitán, añadiendo—. Lisandra, ¿qué ha pasado?
—Capitán, me temo que se ha fundido el frobostatopocio —contestó la computadora.
—¡Llama a Dixim-Owurro!
Poco después se presentaba en el puente el ingeniero Gram Dixim-Owurro.
—Xujlius, te dije que instalaras airbags en todos los puestos del puente.
—Calla, Gram, sabes bien que costaba un pico. Y ahora lo que importa es que arregles el frobostatopocio
—¡Por los wikis! ¡Te has metido de lleno en una nebulosa llena de polvo! ¡Tenía que pasar!
—Quería ahorrar tiempo. Y no debes discutir las decisiones del capitán de la nave.
—Mis disculpas, capitán. Pero esta reparación me llevará un par de horas.

Durante dos horas exactas, la nave permaneció detenida dentro de la nebulosa. Los heridos del puente se curaron los chichones (poca cosa, en realidad), maldiciendo para sus coletos la racanería del capitán al no ponerles a ellos airbags.
Terminado el trabajo, el Ingeniero avisó al capitán:
—Mejor das media vuelta. No hay otro frobostatopocio, si decides seguir entre este polvo tan denso.
—Lisandra, ¡media vuelta! Daremos un rodeo sobre la nebulosa.

Por fin, tras dos días de duro viaje bordeando la nebulosa, y sin ver nada especial, el auxiliar Fresntgongo anunció:
—Planeta desconocido en pantalla, capitán.
Esta vez, Waleo optó por no usar las lanzaderas. Activó los tubos de teletransporte y llamó al comando de contacto.
—Teniente Luxor, baje con cinco marines al planeta.
—¡Sí, señor! —el reptiliano tragó saliva—. Señor, ¿usaremos los tubos?
—¡Claro!
Nicomedes Luxor no dijo nada. Odiaba los tubos, él prefería bajar de una forma normal, en una lanzadera.
El cabo Lormingo Kritowich apareció, al mando de cuatro soldados. Todos ellos vestían camiseta roja.
Los cinco marines y el teniente se colocaron en el interior de los tubos. Segundos más tarde, desaparecían.
Y surgían en la superficie del planeta desconocido.

Caperucita Roja les dio la bienvenida. Es decir, un ser de pequeño tamaño que asemejaba una niña con capucha roja.
—¡Hola, señores! ¿Han visto al Lobo Feroz?
—¡Hola! Me llamo Nicomedes Luxor, y no deberías buscar al Lobo. Es peligroso.
En ese momento apareció corriendo un individuo parecido a un lobo, erguido sobre las patas traseras y vestido con ropas extravagantes.
Se situó entre los soldados.
—¡Ayúdenme! —dijo—. ¡Me quiere comer!
El teniente no entendía nada.
—Un momento. Se supone que es usted quien quiere comerse a Caperucita.
La aludida abrió una enorme boca, llena de afilados dientes.
—¡Mira mi boca! —dijo—. ¡Es para comerte mejor!
—Señor —dijo el cabo Kritowich—. Diría que es el cuento al revés.
—¡Sí! Este es el Mundo de los Cuentos al Revés —replicó el lobo.
De pronto aparecieron cientos de Caperucitas Rojas.
—No debemos implicarnos en los asuntos locales —señaló el teniente.
Los recién llegados del espacio se fueron, dejando al Lobo a merced de las Caperucitas, quienes se lanzaron a devorarlo.
—¡Es horrible! —pudo decir el cabo, mientras se alejaban de aquella carnicería.

Y así iniciaron la exploración de aquel extraño mundo. Al rato se toparon con otro Lobo Feroz, este perseguido por los Cerditos, quienes pretendían comérselo asado en el caldero que uno de ellos tenía en su cabaña de madera.
Luego vieron al Enano del Bosque y las Siete Blancanieves, que lo tenían esclavizado. Y Cenicienta daba órdenes a la Madrina, quien debía poner sus conocimientos de brujería al servicio de la criada.
Hanzel y Gretel tenían encerrada a la bruja en la casita de chocolate.
Pulgarcito medía dos metros y medio y era el líder de una pandilla de gamberros.
Y así cuento tras cuento, todos estaban al revés.
El teniente Luxor tomó una decisión. Llamó a la nave
—Capitán, ¿puede venir el robot 8UM4N05?
—Se lo enviaré con mucho gusto, teniente —Waleo no entendía cómo alguien podría desear tener a su lado al repelente robot, pero con tal de no tenerlo a bordo…
El robot se presentó de inmediato.
—Aquí me tiene, capitán —dijo—. Y sospecho que desea enviarme al planeta, como apoyo al comando de exploradores. Si es así, solicito no usar los tubos de teleportación.
—Tienes razón, robot. Pero no voy a disponer una lanzadera para tu uso exclusivo.
—Le recuerdo que no es necesaria, capitán.
Waleo había olvidado que el robot disponía de su propia propulsión.
Y poco después, el robot 8UM4N05 salía de la nave lanzado hacia el planeta.
Fue un recorrido sin novedad, al menos hasta que alcanzó la atmósfera. En ese momento, el robot desplegó un campo protector, cuya existencia desconocían en la nave. Ese campo formó una burbuja alrededor del robot que le permitió sobrevivir al infierno de la reentrada.
8UM4N05 aterrizó sin novedad junto al equipo formado por el teniente Luxor y los cinco atónitos marines de espacio.
—Necesito tu ayuda, robot —dijo el teniente Luxor—. No solo no entiendo qué pasa aquí, además he de buscar a los líderes.
—Necesito datos.
—Los tendrás —replicó el teniente.
Durante media hora, le fue narrando todos los sucesos acaecidos en el planeta, al menos de los que habían sido testigos.
—Como verás, esto es una locura.
—Necesito entrevistar a uno de los habitantes de este mundo.
—Mira, ahí mismo tienes a uno de ellos —el teniente señaló a una guapa joven, tendida en un diván con cara sonriente—. Supongo que es la Bella Durmiente, pero como podrás ver está bien despierta.
El robot se dirigió hacia la joven.
—¿Es usted la Bella Durmiente?
—¿No ves, colega, que soy la Bella Despierta?
—Pues Bella Despierta, entonces, ¿puede decirme dónde está el autor del cuento?
—¿Se refiere usted a Grim y Grim?
—Imagino que son los Hermanos Grim, en efecto.
—Esos mismos. Les llevaré a su despacho.
Tuvieron que caminar durante varias horas, pero al fin llegaron a una colina en cuya cima se podía apreciar un castillo blanco con enormes torres acabadas en tejados cónicos.
El comando, agotado por la caminata y por tener que subir andando aquella cuesta, entró por la enorme puerta levadiza del castillo.
Les recibió un ser monstruoso, un siamés con dos cabezas y un solo cuerpo. Las cabezas no hacían más que discutir.
—Que el Gato con Botas tiene que ser de angora —decía una de las cabezas.
—¡Calla, imbécil! —replicó la otra.
—Tenemos visita —dijo la primera de las cabezas.
—Busco a los Grim. Mi nombre es Nicomedes Luxor y pertenezco a la Federación de Planetas.
—Somos los Grim —dijeron al unísono las dos cabezas.
—Les ofrecemos entrar en la Federación —anunció el teniente.
La negociación fue breve, para sorpresa de todos. Los dos Grim firmaron el documento, uno con la mano derecha y otro con la izquierda.

Poco después, el teniente daba orden para que fueran teletransportados a la nave.
—¡NOOOO! —exclamó el robot 8UM4N05.
Era tarde. Instantes después, los seis tripulantes de la Entrom-Hetida aparecían a bordo, junto a un montón de piezas metálicas desordenadas.
—Creo que olvidaron que solo se puede teletransportar materia viva —observó Lisandra.
El ingeniero Dixim-Owurro fue de nuevo llamado al puente, y al ver lo sucedido, comprendió de inmediato.
—¿No me digan que han teletransportado al robot?
No hacía falta que respondieran.
—Arreglar esto me llevará mucho tiempo.
—¡Tómate el tiempo que necesites! —replicó el capitán. ¡Por fin algo que salía bien!
Estarían bastante tiempo sin tener que soportar al repulsivo robot.
Solo Lisandra estaba triste. Echaba de menos sus transmisiones de datos.

Capítulo 20: En los asteroides
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