A bordo de
la nave Entrom-Hetida, aún faltaban algunos días para dar por terminada la
cuarentena. A bordo nadie padecía la enfermedad producida por el viroide KronBy-19…
aunque cada vez que alguien se rascaba era mirado por los demás de forma muy
sospechosa. Eso sí, ya todos estaban inmunizados de por vida, o eso aseguraba
el médico Carlosantana.
El ser gallináceo podía
hablar gracias a las traducciones del robot 8UM4N05 o bien de la computadora
Lisandra. (En adelante solo se pondrá la traducción de las palabras del
gallináceo).
Ahora recuperado por
completo, aquel ser parecido a un enorme pollo estaba en el puente con el
capitán Xujlius Waleo y Mal'Mbo Ta'Rte,
el oficial con el que mejor se relacionaba.
―Mi nombre es Gayokiriko y
procedo del planeta Kokvuold. Le doy las gracias, capitán Waleo, por acogerme a
bordo de su nave.
―A quien debe agradecer es
al oficial Mal'Mbo Ta'Rte.
El gallináceo miró al oficial.
―Muchas gracias, oficial.
―De nada, señor. Tan solo he
cumplido con mis obligaciones. Pero me permito recordarle la conversación que
mantuvimos hace un rato. Si no tiene inconveniente en recuperar una de las
cuestiones que hemos tratado…
―Se refiere usted, sin duda,
al hecho de que esta nave sea propiedad del capitán. ¿Es así, capitán Waleo?
―En efecto.
―Por lo tanto, es con usted
con quien debo tratar el retorno a mi mundo.
―¡Un momento! Antes de que
prosiga, me veo obligado a recordarle que este no es un crucero de paseo. Se
trata de una nave de la Federación y tenemos ciertas obligaciones que hemos de
cumplir sin demora.
―Obligaciones que usted podría
decidir ignorar a cambio de una cifra de, digamos diez millones de créditos.
―Si fuera cierto que usted
puede pagarlos, cabe en lo posible que esté en lo cierto. En cualquier caso,
estaría dispuesto a estudiar el tema. En otras palabras, que puede ser
factible.
Al capitán se le habían
puesto los ojos como estrellas gigantes blancas. ¡Diez millones!
―Le puedo asegurar que sí
puedo pagar todo ese dinero. Espere a escuchar mi historia.
―Adelante.
Todos los presentes en el
puente oyeron la historia de Gayokiriko. Y todos se quedaron atónitos y
entristecidos. Alguno incluso lloró, pues se trataba de una historia muy triste
y desgraciada.
Todos menos Xujlius. Pues él
comprendió que no solo podrían viajar al planeta del gallináceo. ¡Es que les
darían la orden de hacerlo!
Tenían que llamar de
inmediato al Almirantazgo. Pero primero dedicó sus buenos minutos a ponerse
decente, pues ya sabía lo exigente que era el Almirante Ñiki Muelax con la
uniformidad de todos en la Flota.
―¡Almirante! ¡Se presenta el
capitán Waleo a bordo de la Entrom-Hetida!
―¡Por los wikis, capitán! Me
deja usted asombrado. ¡Está usted bien uniformado! Aunque creo que ese galón de
la izquierda está un centímetro fuera de su sitio.
Waleo no pudo evitar el
gesto de ajustarse el galón.
―¿Y qué se le ofrece,
capitán? ¿O es que solo pretende que lo vea bien vestido por una vez? Aunque
esté uniformado de acuerdo a las normas, le recuerdo que su sola imagen de
humano me resulta repulsiva.
―Señor. Tenemos a bordo a un
ser de Kokvuold que hemos recogido en una cápsula de supervivencia. Su historia
debería ser conocida por usted.
―O sea que piensa contarme
una batallita. Pues sea breve, capitán, y envíe los detalles más amplios por el
medio habitual.
―¡Sí Señor! Verá, Gayokiriko
era rey en Kokvuold pero fue depuesto. Su competidor, Tyoperiko, lo infectó con
el viroide KronBy-19 y eso lo volvió no apto para el trono. Se les exige a
todos los reyes una salud perfecta. Tyoperiko lo colocó anestesiado en una
cápsula y lo envió por el espacio sin rumbo.
―Hasta que ustedes lo
recogieron.
―Así es.
―Bonita historia para un
psicodrama, Waleo. Pero ¿por qué cree usted que debo conocerla? No me gustan
los psicodramas.
―Almirante. No he terminado.
―Adelante. Capítulo dos del
psicodrama.
―Resulta que Tyoperiko
dispone de cultivos del viroide para usarlos como le plazca. Y se los ha
ofrecido a la Confederación a un módico precio.
El almirante montó en
cólera. Era verdaderamente terrorífico verlo.
Pero mientas gritaba y
gesticulaba, al mismo tiempo pensaba con rapidez.
―Capitán Waleo ―dijo una vez
calmado―. ¿Me equivoco o ahora todos los tripulantes de la Entrom-Hetida están
inmunizados contra el KronBy-19?
―Así se nos ha dicho, señor.
―Luego, ustedes son los indicados
para esta misión. Le ordeno que se dirija a Kokvuold e impida, ¡como sea! Que
la Confederación se haga con el viroide. Creo que lo mejor es que lo destruya,
aunque sea tragándoselo. ¿Queda claro, capitán?
―Perfectamente, señor.
Xujlius sonreía de oreja a
oreja.
―Bien, ya tiene sus órdenes.
Desaparezca de mi vista, capitán.
Cortó la comunicación.
Como era lógico, no le diría
al Gaykiriko que tenía órdenes de hacer el viaje. Así cobraría los diez
millones limpios, sin tener que hacer nada especial. Ni siquiera desobedecer
las órdenes.
Eso sí, aún debían esperar a
terminar la cuarentena.
Aunque el
planeta Kokvuold era desconocido, no fue difícil dar con sus coordenadas
gracias a las indicaciones de Gayokiriko.
Nada más terminar la
cuarentena, la Entrom-Hetida puso rumbo al planeta de los gallináceos.
Ya en órbita, primero que
nada comprobaron que no había naves de la Confederación a la vista.
―Hemos llegado a tiempo,
¡por los wikis! ―hizo notar el capitán.
Prepararon las lanzaderas A
y B con un nutrido grupo, formado por el propio capitán, varios oficiales y
tripulantes, y diez marines, éstos al mando del temible sargento Aeiou Máxavelwurroketú. También les acompañaba
8UM4N05 el cual ejercería de traductor.
La nave quedó al mando del oficial Keito Nimoda.
Ya en tierra, les esperaba un nutrido grupo de
gallináceos vestidos con lo que parecían uniformes militares. Tenían varias
catapultas, con las que de inmediato lanzaron bolas de vidrio llenas de un gas.
―¡Qué mal huele! Sargento,
¿podría ser algún gas tóxico?
―No, capitán. Son solo gases
con el viroide.
―Ahora podremos comprobar si
de verdad somos inmunes, tal y como dijo Carlosantana.
Y así fue. Ni uno solo de
ellos sintió ganas de rascarse.
―Sargento, ataque con esos
cosquilleadores.
Muy pronto, todos los
soldados gallináceos estaban cloqueando y cacareando, que era su forma de reír.
Eliminada toda oposición, Waleo
y los suyos marcharon hacia el palacio real dirigidos por Gayokiriko. Allí les
esperaba un iracundo Tyoperiko, el cual aún les lanzó la última bola llena de
gas con el viroide.
Tras la respuesta de los
federales con sus cosquillleadores, Tyoperiko tuvo que reconocer su derrota
entre cloqueos.
―¿Dónde están todo el
viroide que pensaban entregar a la Confederación? ―preguntó el capitán Waleo.
El ahora depuesto rey dio
unas indicaciones que el robot 8UM4N05 tradujo. A un gesto del capitán, cinco
marines fueron corriendo en aquella dirección, cosquilleadores en mano.
Ya en su
trono, Gayokiriko dio orden de aplicar la pena máxima contra Tyoperiko. Fue
desplumado.
Los marines informaron que
no quedaba viroide en ningún depósito.
―Demos las gracias al
capitán Waleo ―dijo el rey Gayokiriko.
―Más que las gracias,
Majestad, prefiero el dinero.
―Sea.
El rey hizo un gesto y
aparecieron diez servidores, cada uno portando una caja bastante voluminosa y
pesada.
―Nosotros solo usamos
monedas, capitán ―explicó el rey Gayokiriko.
En efecto, cada caja
contenía un millón de monedas de un crédito, como pudo comprobar el capitán
Waleo.
Sería bastante peso para
despegar, pero soportable para las lanzaderas.
Y mientras pensaba en lo que
haría con ese dinero, Xujlius Waleo dio la orden de regresar a la nave en órbita.
Las dos lanzaderas despegaron entre aclamaciones de los gallináceos que
abarrotaban la plaza; aunque estaban tan cargadas que casi no logran levantar
vuelo. ¡Dichosas monedas!
Ya a bordo, hubo que guardar
las pesadas cajas en lugar seguro, lo que no fue fácil. Además, evitando
miradas espurias.
Cuando
llevaban un par de horas recorriendo el sistema solar de Kokvuold, y antes de poder saltar
al hiperespacio, Lisandra detectó la presencia de un grupo numeroso de naves.
―No son de los gallináceos, capitán. Diría que son
naves de la Confederación.
―¡Por los wikis del espacio!
¡Preparados para batalla!
Ya más cerca, pudieron ver
que se trataba de 189 naves confederadas. Se recibió un mensaje en el puente
con la imagen de un chingón de bigote enorme y sombrero de ala ancha.
―¡Ándale! ¿Qué se le ofrece
a una solitaria y escuálida nave de la Federación por estos lares?
―Aquí la nave Entrom-Hetida,
al mando del capitán Waleo. Este sistema ha sido admitido en la Federación
Galáctica, luego es territorio federal. Son ustedes quienes han de largarse. Y
no me ha sido usted presentado, capitán chingón.
―Capitán no, Padre, si es
tan amable. Soy el Padre Zito y me alegra conocer al famoso capitán Waleo.
Porque seré aclamado entre los míos como el chingón que derrotó a la
Entrom-Hetida.
―¡Rayos fantasma! ―ordenó
Waleo.
De inmediato aparecieron 188
copias de la Entrom-Hetida. Y todas, junto a la original, empezaron a disparar
al unísono.
Muy pronto, el espacio se
llenó con los restos de las naves chingonas y fantasmas. Hasta que solo quedo
una nave, la auténtica Entrom-Hetida.
―Lisandra, pon rumbo al
territorio federal más cercano.
―¡A la orden!
Pasaron al hiperespacio.
Pero al llegar a territorio
de la Federación, surgió un problema.
Recibieron un comunicado
urgente del Almirantazgo.
―Felicidades, capitán Waleo,
por eliminar el peligro que suponía dejar el viroide en manos de la Confederación
y de paso por conseguir un nuevo miembro federal. Pero ahora todos estamos ante
un grave peligro. Verán, ustedes han estado expuestos al viroide KronBy-19. Y
aunque estén todos ustedes inmunizados, son portadores del microbio. Por lo
tanto, no podemos permitirles el paso a territorio federal sin que primero
guarden una cuarentena.
¡Por todos los wikis!, pensó
Waleo. ¡Otra vez 172 días de aburrimiento!
¡Prefería un enfrentamiento
con los chingones!
Capítulo 19: Mundo de Cuentos
Enlace al capítulo 1
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