Los colonos sabían bien que aquel horrible grupo de 8 galpones no eran la verdadera Guadalajara de Bistularde. La ciudad habría que construirla poco a poco, aquello no era más que un campamento provisional.
El teniente Lopalba lo había comentado con Dolomif y el primero había elegido un terreno llano para fundar la ciudad.
La mayoría de los colonos lo sabían, pero por ahora nadie había llegado hasta el lugar, más que nada porque los detalles de organizar el campamento lo habían impedido. Ni siquiera estaban a punto los vehículos de transporte.
Tilaio contempló estupefacto como se montaban aquellas cajas con orugas. No entendía cómo podrían moverse y llevar gente en su interior. Mary se lo explicó como pudo.
Tan pronto como uno de los transportes estuvo listo, los dos subieron para dar un corto paseo. El conductor explicó a Tilaio como podía dirigirlo mediante los controles. No dio demasiados detalles, no fuera que el chico quisiera hacer lo mismo, pero sí lo suficiente para despertar interés.
Cuando el joven captó la idea de un transporte, pasó a la segunda cuestión: ¿a dónde irían?
Mary se lo explicó.
—¡Eso es terreno de lombriserpientes! —exclamó Tilaio.
—¿De qué hablas?
Ningún colono había visto las lombriserpientes. Sólo uno de ellos se había topado con uno de sus túneles, pero no había mostrado curiosidad por el asunto (era un técnico en electrónica y estaba preocupado por las comunicaciones en ese momento). Mary lo supo por un comentario casual que pudo oír. No le había dado más importancia que a cualquier otro comentario que podía oír aquí y allá, pero ahora lo recordaba con detalle.
Tilaio le explicó que eran unos animales muy grandes, de varios pasos de largo, sin huesos salvo la dentadura, que era dura como la roca.
—No se pueden comer, porque saben horrible y su carne es bastante indigesta. Aunque si no hay otra cosa, a veces la gente se los come.
—¿No son venenosas?
—No.
—Y con ese tamaño, ¿no son peligrosas? En mi mundo hay unos bichos llamados serpientes, y las que son muy grandes te pueden rodear hasta asfixiarte, para luego comerte. Otras pequeñas son venenosas, matan de un mordisco.
—Es muy difícil que una lombriserpiente te muerda, pues sólo comen tierra y rocas. Y nunca salen de la tierra, salvo de noche y con mucha humedad.
—Por lo que dices, son como lombrices pero muy grandes.
—¡Exacto!
—Pero si dices que no son peligrosas, ¿por qué les temes?
—Por los túneles que abren. Son enormes y a veces uno puede pisar uno y hundirse hasta medio cuerpo. O, si no, al menos tropezar y romperse una pierna. Cuando uno camina por sitios desconocidos tiene que andar con mucho cuidado para evitar sus agujeros.
—¿Y hay muchas en el lugar donde queremos fundar la ciudad?
—¡Está lleno! He visto agujeros de muchas brazas. Y si no me equivoco, esas cajas con orugas, esos “transportes”, son más pesados que una persona, ¿no?
—En efecto.
—Pues me parecen que se hundirán. Y si caen en un agujero grande, no sé qué podrá pasar.
—¿Cómo es que nadie más se ha dado cuenta?
—Mary, Tenientelopalba sólo escucha a Dolomif y éste nunca ha pasado por allí. Si yo le digo a Dolomif que hay muchas lombriserpientes, no me hará caso. Lo mismo si se lo digo a cualquier otro.
—Yo podría hablar con Lopalba.
—¿Te hará caso?
—No sé. No podré decirle que me lo has dicho tú, porque como bien reconoces sería invitarlo a ignorar mis palabras. ¿Y si dices a los tuyos que vayan allí porque no hay ningún peligro?
—Mary, puede que alguien se lo crea…
—Es posible. Bien, mejor no digas nada, ni en un sentido ni en otro. Yo intentaré hablar con el teniente, y tal vez me escuche.
A Mary le costó tres días concertar una entrevista con el teniente. Y cuando finalmente lo consiguió, no le sirvió de gran cosa. Lopalba insistió en conocer su fuente y cuando supo que era Tilaio simplemente lo ignoró todo.
—¡Lo suponía! —dijo—. ¡Ese chico no hace más que buscar la forma de llamar la atención! Ya me lo han advertido. Tú no deberías hacerle caso, Mary.
—Teniente, creo que los demás cometen un error en relación con Tilaio.
—¿Cómo es que todos los demás se equivocan y tú tienes la razón, Mary? Sospecho que ese crío te tiene sorbido el seso. ¡Ándate con ojo!
—¡Qué insinúa, Teniente? Disculpe, pero no puedo estar de acuerdo.
—Mejor dejemos el tema. ¡Ándale, Mary, sigue con tus cosas!
Aunque Lopalba había tratado de quitar hierro con su frase final, Mary comprendió mucho de lo que no había dicho. No le podía ordenar que no se relacionara con él, pero la sugerencia había sido bien clara.
Comprendió que toda la entrevista había sido un tremendo error. Ahora toda la colonia diría que ella estaba embobada con el chamaquito.
Ajeno a estos problemas, Tilaio tenía los suyos propios. Sus cuatro padres estaban cansados de ser el grupo matrimonial de más baja categoría. Grim, uno de sus dos padres, tenía familiares en otra tribu, situada a dos soles de caminata en un valle lejano. En esa tribu, él estaba seguro de lograr una categoría superior, pues su familia estaba relacionada con el brujo. Grim había realizado una visita (una mano de soles para ir, negociar y volver) y así se lo habían asegurado.
Por lo tanto, Grim, Toleia, Manev y Firmonda estaban decididos a marcharse. Pero no Tilaio. Él no quería alejarse de los terrestres, con su promesa de nuevos conocimientos. En especial, no quería dejar a Mary.
Como ya era lo suficientemente grande, Tilaio podía quedarse si algún adulto se hacía cargo de su cuidado. Pero, ¿quién admitiría al pequeño en su casa?
Ni uno solo de los kalianos estaría dispuesto, más que nada porque admitir a Tilaio en su familia sería rebajar su categoría.
Pero había una opción, y así lo dijo Tilaio a sus padres. Podía quedarse con la terrestre, Mary.
Claro que para eso había que contar con ella. Tilaio se dispuso a marchar, una vez más, al campamento terrestre. En esta ocasión irían con él sus dos padres y dos madres.
Grim y Firmonda no habían estado nunca en el campamento, y lo miraban todo con asombro. Manev y Toleia, en cambio, habían estado una vez cada uno. Pero el único que conocía bien el campamento era Tilaio, y por eso les iba explicando todo lo que veían.
Dos transportes estaban listos para explorar el terreno destinado a la nueva ciudad. La mano (cinco) de kalianos vio cómo dos manos (diez) de terrestres subían a bordo, una mano en cada uno, y se ponían en marcha.
Tilaio tuvo que empujar a una de sus madres para que se apartara del paso.
Preguntaron por Mary. Ella estaba en el centro administrativo, contemplando la pantalla con las transmisiones de los vehículos.
—Mary, éstos son mis padres, Firmonda, Grim, Manev y Toleia.
Ya apenas usaban el traductor, pues Mary hablaba el kaliano con cierta soltura, y Tilaio conocía bastantes frases en latino.
Mary saludó a cada uno. Ya no le extrañaba el cuadrilátero que formaban los matrimonios entre los kalianos; ni siquiera se preguntaba quien se acostaba con quien, pues a fin de cuentas no era de su incumbencia. Sabía bien que los hijos se consideraban de los cuatro, con independencia de la madre que lo hubiera gestado, y con total ignorancia de cual de los dos hombres era el padre genético.
Los cuatro kalianos adultos y el niño se fijaron en la pantalla holográfica. Una imagen aparecía frente a ella, mostrando un modelo de los árboles del valle, transmitido por uno de los transportes.
Tilaio era el único que había visto antes una pantalla, así que no se extrañó que sus padres se quedaran atónitos ante la imagen. Mary tuvo que explicar, lo mejor que pudo, que aquellos árboles no estaban allí, sino que era lo que veían los “ojos” del transporte.
Grim dijo: —¿No van a un sitio con muchas lombriserpientes?
—Eso me ha dicho Tilaio —respondió Mary—. Pero nadie le ha hecho caso.
—Pues yo he estado allí y apenas se puede caminar por tantos túneles.
—A mí tampoco me han hecho caso, y lo he intentado.
—¡Quieran los espíritus benévolos que no ocurra nada!
La pantalla mostraba ahora al otro transporte, que iba delante del que transmitía.
¡De pronto, el transporte dejó de estar a la vista! Una pequeña nube de polvo cubrió la imagen y al despejarse, ¡no había nada!
Se oyeron gritos por los altavoces. Los técnicos de control se pusieron a hablar por sus micrófonos, mientras una atronadora alarma sonaba por toda la sala.
El transporte que iba detrás, el que transmitía, se cercó con cuidado al lugar donde había desaparecido el primer vehículo. Vio un enorme agujero, de unos cinco metros de profundidad y más de quince de diámetro.
¡De pronto, la imagen tembló, cuando el segundo transporte también cayó! El suelo bajo él había cedido.
Mary y Tilaio corrieron a donde estaban los técnicos de control. El jefe era un veracrucense, que en las fiestas se vestía de mariachi, uno de los pocos que tenía un buen concepto de Mary.
—¡Pepe! Ahora no es momento de que me ponga a decirte aquello de «yo te avisé». Aquí está Tilaio, quien tiene algunos conocimientos sobre esas lombriserpientes. Creo que es mejor que consultemos con él todas nuestras dudas.
—¡Por mi madre, que tienes razón, Mary!
Tilaio explicó lo mejor que pudo, y con toda rapidez, lo que sabía de las lombriserpientes. Insistió en que el mayor peligro eran los agujeros, pero que aparte de eso no había peligro.
Grim se acercó al grupo y, aunque no hablaba nada de latino, con la ayuda del traductor pudo completar los informes del pequeño.
En la pantalla se veían unos animales enormes. Parecían anacondas de color negro, que se movían ante la cámara buscando la oscuridad al ver perforado su nido por los dos pesados intrusos.
Los ocupantes de los vehículos estaban aterrorizados. No sabían lo que eran aquellas especies de serpientes enormes, y se temían lo peor.
Aunque el blindaje había resistido la caída, alguno de los bichos estaba royendo las paredes. Tilaio confirmó que había riesgo de que las rompieran.
—Sus dientes rompen las rocas más duras.
El teniente Lopalba apareció, a medio vestir, y se puso al mando.
Su primera decisión fue enviar otro transporte al lugar.
—Mary, irás tú con el pequeño nativo. Ya que él sabe mejor que cualquiera lo que hay que hacer, que vaya.
—Uno de sus padres debería ir con él.
—Si crees que será una ayuda, sí. Si va a molestar, que no vaya.
Grim nunca había subido en un transporte, así que finalmente decidieron dejarlo atrás, pues no sería de mucha ayuda. Sin embargo, se quedó ante la pantalla para responder cualquier consulta.
El tercer vehículo llegó al lugar rápidamente. Tilaio se bajó y buscó señales de los túneles de las lombriserpientes. Indicó así la mejor ruta a seguir.
Se quedaron a una distancia prudente del enorme cráter abierto.
Mary bajó con Tilaio.
—Siguen aterrorizados —dijo—. Uno de los bichos casi ha perforado la pared. Tenemos que explicarles que pueden salir sin peligro.
Ella no estaba del todo tranquila.
—¿Estás seguro de que no hay peligro? Son unos bichos muy grandes.
—No, Mary, podemos incluso pisarles; sólo se apartan y tal vez te tiren al suelo al empujarte, pero no te hacen nada.
—Pues vamos a bajar.
Desde el borde del agujero se veían decenas de animales, moviéndose en todas direcciones, buscando la frescura y la oscuridad. Mary se tragó su miedo para empezar a bajar, pero Tilaio ya estaba bajando por la rampa inclinada.
Ella lo siguió.
Se encontró con el primer animal, una enorme tubería andante de veinte centímetros de grosor. Pasó por encima, y el bicho simplemente la ignoró.
Parecía que Tilaio tenía razón; era simple cuestión de tener un poco de cuidado, pues un empujón de una lombriserpiente no era precisamente una caricia. Pero ese era todo el peligro.
Llegaron a la puerta del primer transporte. Se oyó el altavoz interno: —¡Están locos! ¡Salgan de ahí!
—No hay ningún peligro —dijo Mary—. Son totalmente inofensivos.
Ella y el niño permanecieron afuera para demostrar que no había peligro. Dos veces un bicho pasó ante ellos, para susto de Mary quien hizo verdaderos esfuerzos para no ensuciar su ropa interior. Pero Tilaio se quedó tranquilo en todo momento.
Finalmente, abrieron la puerta del transporte. Uno de los colonos salió. Tenía un rasguño en la ceja izquierda, resultado de la caída.
—¿Seguro que no hay peligro? ¡Son enormes!
—Ningún peligro. Hasta puedes pisarles. Mientras no te empujen…
Lopalba envió los otros dos transportes que quedaban. Rescataron a toda la gente y luego, manteniéndose en terreno firme, sacaron los vehículos accidentados con grúas.
Al día siguiente, los cuatro padres de Tilaio volvieron a hablar con Mary de su propuesta. Ella les prometió que lo pensaría.
Para los cuatro adultos, la situación en el poblado kaliano era incómoda, eso ella lo sabía bien. Así que era comprensible que se marcharan.
Tilaio sólo tenía dos opciones: o se iba con ellos o se quedaba con los terrestres, pues nadie del pueblo lo aceptaba.
Ella estaba bien dispuesta a hacer de madre de Tilaio. A fin de cuentas, por su edad bien que podría serlo.
Y así se lo haría saber al chico.
Tan sólo le quedaba un pequeño detalle que estaba obligada a resolver.
Entre los kalianos no existía el tabú del incesto. Nada impedía así que un hijo tuviera relaciones sexuales con su madre.
(Primera parte)
(Segunda parte)
2 comentarios:
Wow!! Un relato muy interesante! No recuerdo si es que me olvidé de la edad del niño o es que no fue mencionada. No entiendo como puede pedir relaciones sexuales cuando aún tiene que tener a alguien que responda por él. Muy raros estos nativos :D Me gustó mucho el cuento!
Deberías leer mi libro Crónicas de Bistularde, si no lo has hecho (puedo enviártelo por correo). Tilaio tiene 13 años, lo que equivale a 14 en un terrestre. Y los bistulardianos son más atrevidos y lanzados en lo sexual, como mismo reconoce Mary y podrás ver en el libro. De hecho, los padres de Tilaio forman un cuarteto, donde todos se acuestan con todos, sin diferencias de género.
Publicar un comentario