Decidirse a emigrar no fue una decisión sencilla. Lo primero que hizo Tahinoaya fue lo más evidente: entrevistarse con Hilda; debía saber cómo eran las cosas en su planeta y, si podía, porqué ella se había marchado.
Hilda no la recibió como paciente, sino como amiga. Le contó detalles muy sabrosos de la vida en Bistularde, un mundo casi tan desarrollado como la Tierra. Y en el que también quedaban reductos naturales sobre la superficie, justo lo que Tahinoaya quería.
La terapeuta le contó como se había enamorado de un joven terrestre y cuando éste quiso volver a su planeta (no se adaptaba a las costumbres bistulardianas), ella lo siguió.
—Fue mi mayor error —reconoció—. Al llegar aquí era yo la inadaptada. Y él me dejó a los pocos meses. Lo pasé fatal.
—¿Por qué no regresaste?
—Creo que no has captado el principal problema de los viajes espaciales. Tardé casi doscientos años en el viaje. Toda la gente que yo había conocido en mi mundo estaba muerta. Si regresaba serían otros doscientos años y eso suma cuatro siglos de diferencia en total. ¿No te parece que en ese tiempo es muy difícil que todo siga igual? Ya nunca podré volver a mi pueblo.
—¿Y por eso te quedaste?
—Finalmente logré adaptarme. En el Cinturón hay tanta gente y tanto espacio que es fácil que cualquiera pueda hallar su sitio. ¿Por qué no lo intentas tú también?
—Dime donde hay naturaleza libre y relativamente pura. Donde pueda vivir sin artificios.
—¡Eso sí que es difícil!
—Pero has dicho que en tu mundo sí que hay lugares así.
—De hecho hay más que en la Tierra. Aquí quedan pocos lugares intactos, aunque hay muchos que se han recuperado en estos siglos, cuando la gente ha abandonado la superficie para subir aquí, al Cinturón. Pero en Bistularde la mayor parte se conserva casi como antes de la llegada de los terrestres.
—Otra cosa que me agrada es que no desentonaré con mi estatura.
—Y tienes toda la razón. Pero hay un problema muy grave. Ya no hay emigración a Bistularde.
—¿Cómo es eso?
—Desde que se independizó, las relaciones entre el Imperio Terrestre y la Liga de Ciudades de Bistularde no son muy fluidas. Y la corriente emigratoria ha sufrido mucho con eso.
—¿No me dejarán emigrar? ¿Tendré que quedarme aquí? —Tahinoaya estaba alarmada.
—Te dirán que elijas otro destino. Atlantis o Nuevo Perú, por ejemplo.
—No me gustan. Son mundos nuevos, sin vida propia. En Atlantis apenas tienen un 5% de oxígeno y hay que usar mascarillas y se sigue viviendo en cúpulas. En Nuevo Perú el aire ya tiene un 15% de oxígeno, pero falta agua y cada pocos meses hay un impacto de cometa; la gente tiene que refugiarse hasta que pasen los efectos. Y en los dos casos, son mundos muy tecnificados, sin vida natural. No es lo que quiero.
—¡Hum! Ya veo que has estudiado bien el asunto. Y tienes razón. Además, creo que todos los destinos disponibles son por el estilo.
—No es que lo «creas», es que es así. Revisé toda la lista. Sólo en Bistularde hay naturaleza más o menos virgen. Dime, Hilda, ¿tú no conoces a alguien? Podrías ponerte en contacto por ansible…
—¿Pero es que no me has oído? ¡La gente que conocí murió hace más de cien años!
—¿No has contactado por ansible?
—Sale caro, la verdad.
—Tengo recursos. Te puedo pagar los gastos.
—Sí, ya sé que tus clases de Vida en la Naturaleza han tenido mucha aceptación. ¡De acuerdo! Puedo llamar a los nietos de mis amigos a ver si consigo ayudarte. Al menos puedo intentarlo, ya que no parece importarte el gasto…
—¡Te lo agradeceré mucho!
Tahinoaya tenía un ídolo de tela que había bendecido el brujo Emerando con agua bendita. Era una imagen, toscamente realizada, de María Lionza. Ella le pidió a María Lionza que le ayudara, tal y como había hecho muchas veces en su vida. Y, según le parecía, María Lionza le había ayudado.
Tal vez porque la diosa india le ayudó, o quizás fuera por otros motivos. Lo cierto es que las gestiones de Hilda dieron su fruto y Tahinoaya fue admitida en la nave Sol de Panamá, rumbo a Bistularde.
Ya en la nave, le dieron la opción de quedarse unos días como turista a bordo, antes de pasar a hibernación. Mucha gente lo hacía para disfrutar de las vistas espaciales, tanto de la Tierra como de otros planetas. También para relacionarse con los demás pasajeros. Pero Tahinoaya prefirió no perder el tiempo en esas relaciones y pidió la congelación inmediata.
De la misma forma, a su llegada de Bistularde no quiso ser descongelada con mucha antelación. Cuando Tahinoaya despertó, el robot asistente le informó que faltaba un día para atracar en el Cinturón Ecuatorial de Bistularde. Había un camarote en el que podría dormir su única noche en la nave y si lo deseaba, ya era visible el Cinturón desde el mirador nº 2. Pero primero debía comer algo…
Apenas dedicó tiempo a recuperar fuerzas y a contemplar el panorama. Se encerró en su camarote y se puso a revisar la información disponible sobre el planeta. No en vano la que ella tenía estaba dos siglos atrasada.
(Concluirá...)
Capítulo 1
Capítulo 2
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