31 julio 2011

LA CIUDAD VACÍA-1

AEROPUERTO

Alexis Herrera salió del avión por el túnel de acceso. La azafata le dijo adiós con una sonrisa mientras él desfilaba, uno más entre todo el pasaje. Llevaba un maletín como único equipaje de mano.
      A través de las cristaleras de la Terminal Internacional podía ver algunas de las instalaciones del Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar. Y también podía ver el cielo, azul y con pocas nubes. La temperatura era asfixiante, unos 28 grados; aunque el aire acondicionado trataba de disimularlo, el aire caliente se metía por la puerta abierta donde salía el túnel plegable.
      Como siempre que llegaba a un aeropuerto desconocido, Alexis buscó la orientación entre los carteles. Vio a donde debía dirigirse para retirar su maleta, que a fin de cuentas era a donde se dirigía la mayor parte de los pasajeros.
      Ya con todo su equipaje, Alexis pasó por la aduana. Un billete de 50 dólares estratégicamente colocado sirvió para que la revisión fuera un mero trámite. No es que tuviera algo que no pudiera declarar, pero él prefería ahorrarse molestias.
      Finalmente, salió al exterior. Vio la típica aglomeración de pasajeros buscando un vehículo. Unos doce o así se agolpaban en el lateral de un autobús de turismo, otros esperaban el servicio público y el resto buscaba un taxi.
      No había una cola claramente definida para el taxi, pero sin duda la oferta superaba la demanda, pues quienes se amontonaban eran los taxistas ofreciendo sus vehículos. Alexis se fijó en uno bastante nuevo y limpio y se subió en él.
      Como era de esperar, el conductor apareció enseguida y ocupó su lugar, con cara de estar satisfecho por el cliente. Lo cierto era que Alexis ofrecía la imagen típica del ejecutivo, tal vez generoso con las propinas.
      —¿A dónde, mister?
      —Caracas. Hotel Magnus Cacique. Y no me lleve por las vías lentas, por favor, que llevo prisa.
      —Como quiera.
      Diciendo eso, Alexis esperaba que el taxista comprendiera que no le sería fácil cobrarle de más siguiendo una ruta más larga de lo necesario. Además, como Alexis hablaba español, no se podría amparar en el desconocimiento del idioma.
      Alexis se había planteado alquilar un coche, y de hecho pensaba hacerlo. Pero en su ya larga experiencia de viajero, sabía que era mejor tener un primer contacto con el tráfico a través de un profesional. Luego ya vería si se sentía capaz de enfrentarse a las calles él solo.
      En Nueva York o Miami lo hacía casi siempre, pero cuando estuvo en El Cairo no se sintió capaz de conducir entre aquel caos circulatorio.
      Pero Caracas tenía sus peculiaridades. Como aquella dirección que le habían dado para localizar a su primo «Altagracia a Salas», en lugar de «Avenida Norte 4» que era lo que aparecía en el GPS. Según había podido leer, en la parte vieja de Caracas era tradicional nombrar las esquinas en vez de las calles. Altagracia y Salas eran dos esquinas consecutivas, y el “abasto” que buscaba estaba en la calle que las unía. Aunque más que abasto (tienda pequeña de comestibles) era un supermercado, según le había dicho su tío en Garachico.
      Bien. Primero tomaría la habitación en el hotel, se cambiaría y pediría otro taxi para buscar a su primo Miguel. Luego ya decidiría si alquilar un coche. O un carro, que era como decían en América.
      Llegó al hotel sin novedad. Como sabía que el chofer esperaba propina le dejó 150 bolívares para que se quedara con el cambio.
      El hotel no estaba mal. Ya en la entrada, un botones se hizo cargo de su equipaje y, en cuanto Alexis hubo firmado la recepción, le acompañó hasta su habitación en el piso séptimo.
      Vació su maleta y el maletín, dejando los objetos de valor en la caja fuerte. Nunca se fiaba del todo de las cajas fuertes de los hoteles, pero sabía que no era conveniente llevar muchas riquezas encima. Si no viajara tanto en avión llevaría consigo una pequeña pistola, pero eso le daba muchos problemas en sus viajes; así que había desistido.
      Se dio una ducha larga y relajante. El viaje había sido cansado y pese a viajar en clase Executive, ocho horas en avión siempre eran muchas. Ni siquiera poder desplegar el asiento como si fuera una cama le había servido para descansar.
      Tenía algo de sueño, pero era temprano y no podría acostarse hasta pasadas unas cuantas horas. Era lo que tenía viajar hacia el oeste, el jet-lag le hacía tener sueño a horas en que debía estar despierto.
      Se vistió con ropa ligera, adecuada para el calor tropical. Aunque allí tenían 22 grados era gracias al aire acondicionado; sabía que en la calle hacía bastante calor.
      Bajó a la cafetería y se tomó un café ligero. Se había acostumbrado al café americano, y lo tomaba muy aguado según la opinión de los partidarios del expreso.
      Luego se dirigió a la consejería del hotel y pidió un taxi «con aire acondicionado, por favor».
      El taxi llegó en pocos minutos. Alexis comprobó, con satisfacción, que el conductor estaba uniformado.
      Subió y notó enseguida el frescor del aire acondicionado.
      —¿A dónde? —preguntó el chofer.
      —Altagracia a Salas. Según tengo entendido son dos esquinas, ¿no?
      —¡Así es, mister! ¿Y a qué altura?
      —Edificio Lope de Aguirre. Busco una tienda de comestibles, un abasto. Aunque creo que ahora es un supermercado.
      —Un supermercado o un abasto. Ya lo veremos.
      Y el carro se sumergió en el tráfico de Caracas.
      Por la Avenida Urdaneta llegaron hasta la esquina Carmelitas y giraron hacia la derecha. Alexis observaba que estaban en el centro de la ciudad, como se apreciaba por la típica mezcolanza de casas coloniales y edificios modernos. Cerca del lugar estaba el palacio presidencial y así se notaba una importante presencia policial.
      Pasaron la esquina Altagracia y así se lo hizo saber el conductor.
      —Creo que el edificio Lope de Aguirre está un poco más arriba, hacia la izquierda, pues a la derecha está el Banco Central.
      Llegaron hasta el lugar, pero no se veía ningún supermercado.
      Alexis pagó el viaje y le pidió que le esperara cinco minutos.
      —Más no puedo, o algún fiscal me pondrá una boleta —explicó el chofer.
      Cinco minutos le bastaron a Alexis para comprobar que donde antes había un supermercado ahora había una tienda de electrónica.
      Volvió al taxi.
      —¡Justo a tiempo, caballero! Casi me agarra aquel fiscal que viene andando. ¿A dónde le llevo?
      —Country Club. Aquí tiene la dirección.
      Le pasó una tarjeta al conductor. Éste la leyó y puso en marcha el vehículo.
      El Country Club era una zona residencial con cierto aspecto decadente. La mayor parte de la sociedad caraqueña había elegido residencia fuera de la ciudad, en barrios selectos y bien protegidos. La urbanización Country Club ya estaba encerrada por las clases menos favorecidas económicamente y aunque seguía habiendo enormes quintas y seguía estando el campo de golf, el nivel de seguridad era bastante precario. Alexis observó que más de uno de aquellos palacios tenía carteles de «se vende».
      Encontraron la quinta de Miguel, pero en ella sólo estaba el servicio. Una joven uniformada le informó que «el señor está de viaje y vendrá el sábado».
      Así que Alexis volvió a subir en el taxi con aire acondicionado, agradeciendo este hecho una vez más, y volvió al hotel.
      Pagó el tercer trayecto y añadió una generosa propina.
      Al salir del carro notó frío. Extrañado, miró hacia arriba.
      Entre la contaminación habitual se apreciaban nubes oscuras. Al parecer iba a caer una buena tormenta tropical.


TIEMPO RARO

Alexis no salió del hotel durante el resto del día. Después del almuerzo, el tiempo siguió malo; el cielo oscurecido amenazaba con una tormenta más fuerte de lo habitual.
      No era la primera vez que estaba en un país tropical, así que se cuidó mucho de salir; si le pillaba la tormenta se empaparía en pocos minutos. Y sus planes, por el momento, eran precisamente pasear por las calles comerciales cercanas al hotel.
      Así que decidió dejarlo para el día siguiente.
      En la habitación, buscó programas interesantes en la televisión, sobre todo noticias. Luego se conectó con su portátil a la red del hotel y se dedicó un buen rato a consultar el correo, las redes sociales, más noticias, etc.
      Empezaba a sentir frío, lo que le extrañó bastante. Revisó el aire acondicionado, no fuera a estar demasiado fuerte; pero no, estaba a unos 24º perfectamente aceptables.
      Se fijó entonces en que el termómetro externo, situado en el aparato junto al regulador de temperatura, marcaba 12º.
      ¡Con razón tenía tanto frío!
      Apagó el aparato, pues debía de estar averiado. Pero el frío continuó.
      Peor aún, el termómetro pasó a marcar 11º.
      Por la ventana podía ver el cielo, cada vez más negro.
      ¡Pasaba algo raro! No tenía sentido que en Caracas, en pleno mes de marzo, la temperatura fuera la de un país europeo.
      Finalmente, optó por ponerse una chaqueta y bajar al hall del hotel. Podría visitar el bar, tomarse algo para entrar en calor, y tal vez pasar por las boutiques situadas en el propio hotel.
      Un café con leche bien caliente, acompañado de un chorrito de coñac, sirvieron para darle calor. Notó que todo el mundo en el bar se quejaba del frío, en español y en otros idiomas.
      En una de las pequeñas tiendas compró una gruesa chaqueta de cuero, más propia del norte que del trópico. Era de lujo y muy cara, pero con su tarjeta de crédito no tuvo problemas para adquirirla.
      Se disponía a subir a su habitación cuando oyó exclamaciones de sorpresa. La mayoría venían de la entrada, y de la propia calle.
      Aún sabiendo que era peligroso dejarse llevar por la curiosidad, decidió asomarse a ver. Si había peligro ya se metería de nuevo en el interior.
      ¡Estaba nevando!
      Unos pequeños copos blancos caían sobre la calle. Aún no habían llegado a cuajar, pero ya habían servido para sorprender a todo el mundo. La gente señalaba al cielo o abría las manos para recoger los copos.
      Ya no hacía tanto frío, pero de todos modos la temperatura debía rondar los 0º.
      Aparte del hecho de que nunca podía nevar en el trópico a sólo mil metros de altura…
      Todas las personas en la calle comentaban el extraño fenómeno. Más de uno lo achacaba al calentamiento global, otros a la contaminación. Uno gritaba que era el fin del mundo, y otro que era el preludio de una invasión extraterrestre.
      Todos los carros habían dejado de circular. No parecía haber motivo, pero en el cruce cercano se había producido un accidente por la distracción de los conductores.
      Alexis volvió al hotel y subió a su habitación. Debía consultar las noticias.
      En la televisión y en internet, todos los noticieros hablaban de que nevaba en todo el planeta. El extraño fenómeno tenía lugar por todas partes. Según algunos, la nieve tenía un ligero color rosado, que ciertamente Alexis no había llegado a apreciar.
      Lo más curioso: los casquetes polares de la Antártida y de Goenlandia se estaban derritiendo a gran velocidad. Tenía que haber una relación entre ambos fenómenos.
      Alexis se quedó pensativo. Lo del calentamiento global no tenía sentido. Vale que se derritieran los polos pero ¿por qué eso iba a producir nevadas generalizadas?
      En todo caso, él no era un experto en esas cosas…
      De las otras ideas que había escuchado, la del fin del mundo o de la invasión extraterrestre parecían tener una cierta lógica…
      Bajó a cenar, aunque empezaba a sentirse mal. Tal vez el frío le había afectado.
      Observó que el sistema de aire acondicionado del hotel ahora actuaba como calefacción. La temperatura era de 20º.
      Afuera la nieve seguía cayendo y ahora sí que se había detenido todo el tráfico en la calle: el asfalto estaba cubierto por varios centímetros de nieve.
      Poca gente estaba cenando y la mayoría mostraba mala cara, como si estuvieran enfermos. Lo mismo se notaba en el personal, que hacía lo imposible por cumplir con sus cometidos pese a que se les notaba en la cara la enfermedad.
      Alexis dejó la mitad de la comida, firmó la factura y subió.
      Llegó justo a tiempo para vomitar en el retrete.
      Se lavó y buscó en la neverita. Sí, había ginebra y tónica. Se preparó un gin-tonic con la esperanza de que le aliviara el malestar de estómago.
      La televisión seguía con los comentarios y las especulaciones de muchos sobre la nevada mundial. Conectó su portátil y lo mismo.
      Sólo unas pocas noticias mencionaban algo distinto a la nevada. Se decía que se había producido una enorme ola en la costa antártica y que avanzaba hacia el norte. Se hablaba de unos 500 metros de altura en la costa, y que otra similar se había visto en el norte…
      Ya tenía bastante sueño, así que no hizo mucho caso a las últimas informaciones. Poniendo el regulador del aire acondicionado en 26º para así sentir algo de calor, Alexis se acostó.

Continuación

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