01 agosto 2011

LA CIUDAD VACÍA-2

MUERTE

Alexis durmió muy mal. Toda la noche sintió escalofríos y una sensación general de malestar. Pero, como si eso no fuera poco, el escándalo que venía del pasillo era tremendo. Voces, gritos, ruido de toda clase. Aquello en vez de un hotel de gran clase parecía una pensión de lo más vulgar.
      No obstante, de una u otra manera logró quedarse dormido.
      Se despertó bañado por un sudor frío. Al ruido y al malestar se había sumado una pesadilla.
      Había soñado que salía de la habitación del hotel y se encontraba los pasillos llenos de cadáveres. En todo el hotel no había otro ser vivo que él mismo. Todo el mundo había muerto. En un momento determinado, tropezaba con un cadáver y éste se descomponía en una nube de polvo…
      Por otro lado, del pasillo ya no llegaba ni un solo ruido. ¡Mejor así!
      Intentó descansar, aprovechando el silencio, pero el sueño no le venía.
      Seguía sintiendo un ligero malestar. Decidió pedir un analgésico a recepción.
      Descolgó el teléfono pero nadie atendía. Marcó el cero, y obtuvo línea; era el procedimiento para llamar a la calle. Marcó el número del hotel, como si llamara desde afuera. El teléfono sonó largo rato y tampoco hubo quien contestara.
      Suponiendo alguna avería, Alexis se lavó y se vistió. Bajaría a desayunar y de paso averiguaría por qué no atendían al teléfono.
      El pasillo se veía vacío, al menos hasta el siguiente recodo.
      La moqueta azul no devolvía sonido alguno a las pisadas de Alexis.
      El silencio era total.
      ¡De pronto, vio algo que le hizo dudar de si estaba despierto!
      Se oyó un tremendo grito.
      Alexis tardó un momento en darse cuenta de que el grito procedía de su propia garganta. ¡Era él quien gritaba!
      ¡Había un cadáver en el pasillo!
      Tras haber girado en la esquina, había descubierto el cuerpo de una camarera, tirado en el medio, sobre la moqueta. No se apreciaban manchas de sangre, ni el cuerpo presentaba signo alguno de violencia.
      La muchacha parecía dormir, pero estaba completamente inmóvil. No se movía el pecho, no respiraba.
      Alexis le tocó la cara. Estaba fría.
      ¡Y la piel se deshizo a su contacto!
      Otra vez sonó el grito, y Alexis tardó en darse cuenta de que procedía de él mismo.
      Sentía una extraña sensación. No sabía si aún estaba soñando o si había despertado y estaba reviviendo el sueño.
      Se echó a correr hacia el ascensor. Encontró otro cadáver, éste de un señor vestido con un pijama, probablemente un cliente.
      Marcó el botón de llamada del ascensor. De los tres que tenía el hotel, llegó el primero.
      Alexis entró sofocado en la cabina, ¡y salió de inmediato!
      ¡Dentro había otros dos cadáveres!
      Corrió por la escalera. Ya no quería saber nada de ascensores.
      Además, recordó que en caso de emergencia no era recomendable usar un ascensor. Y aquello, ¡no le cabía duda!, ¡era una emergencia!
      Por la escalera se encontró con más cadáveres. Pero ya empezaba a tolerarlos mejor. Simplemente los evitaba o pasaba por encima.
      Los dos que llegó a tocar con el zapato se deshicieron en polvo. Cuando le sucedió lo mismo por segunda vez, se volvió hacia atrás para ver mejor el fenómeno.
      Toda la carne se deshizo. También los huesos. Sólo quedó la ropa en el suelo.
      Cuando llegó a la planta baja, ya no le extrañó comprobar que no había nadie vivo a la vista. Sólo cuerpos tendidos por todas partes.
      Alexis esperaba que al menos otra persona hubiera sobrevivido a la extraña muerte. Gritó con todas sus fuerzas pero sólo oyó un lejano eco, al reverberar su voz en el enorme espacio del hall.
      De todos modos, seguía teniendo hambre, así que pasó al comedor.
      El desayuno no estaba preparado, aunque daba la impresión de que habían intentado montar el buffet, dejándolo a medio hacer. Al menos una cafetera estaba lista, así que se sirvió una buena taza de café con leche. Había pan, y la tostadora estaba conectada, así que se pudo preparar unas tostadas. Encontró los tarritos de mermelada y los cubiertos, y de paso una buena provisión de embutidos variados.
      Siguiendo con su búsqueda, halló fruta y cereales. Para completar el abundante desayuno, pasó al sector de la cocina y se preparó unos huevos con bacon. Aunque tuvo que averiguar como encender aquella cocina profesional.
      Se sirvió todo lo que le apeteció sin tener que esperar más que lo que tardaban los platos en cocinarse. No apareció ningún ser humano, ni cliente ni empleado.
      Finalizado el desayuno, Alexis decidió salir a la calle.
      Pero primero…
      Pasó por detrás del mostrador de recepción y ¡sí allí había un arma! Cogió la pistola y se la metió en el bolsillo del pantalón.
      Nunca se sabía lo que podría encontrar en la calle.
      Ya más seguro, Alexis salió a la puerta del hotel.
      La nieve seguía cubriendo la calle y los vehículos estacionados. No se apreciaba más movimiento que el de un perro vagabundo.
      Alexis gritó varias veces y luego quedó a la escucha.
      No le llegaban más sonidos que el del viento y de algún ave. Y unos ladridos lejanos.
      Ninguna voz, ningún sonido de maquinaria, del tráfico. Tampoco había señales en el cielo del paso de aviones.
      Sintió que su corazón se encogía. Pensaba que debería explorar la zona. Pero más adelante.
      Por ahora se quedaría en el hotel. Había bastante para explorar.
      Subió a su habitación, por la escalera, y llegó agotado.
      Ya había notado que la luz eléctrica seguía funcionando, lo mismo que el agua corriente en los baños.
      Encendió la televisión, y sólo consiguió ruido blanco. Cambió de uno a otro canal y ninguno transmitía.
      Aburrido, apagó el aparato y encendió el portátil.
      Tampoco había internet. Mejor dicho, el WiFi del hotel funcionaba, pero no había conexión con la red exterior. Alexis probó incluso escribiendo un par de IPs que conocía bien, sin tener resultado.
      En cambio, el GPS seguía funcionando. Tal vez porque era un sistema totalmente automático, y los satélites seguían en órbita.
   
      Durante unos cuantos días, Alexis se dedicó a recorrer todo el hotel. Aprovechaba que aún había electricidad y agua corriente y disfrutó de las piscinas, del spa, de los distintos servicios que lograba poner en marcha.
      Por supuesto, no tenía a nadie para realizar los servicios, así que debía ingeniárselas para ponerlos en marcha y no siempre lo conseguía.
      Pero lo que más hacía era revisar todas las habitaciones. Entre las ropas de lo que había sido una camarera (un poco de polvo era lo que quedaba de su cuerpo) encontró una llave maestra que habría todas las puertas electrónicas. Pensó que cuando finalmente dejara de haber electricidad las puertas serían imposibles de abrir sin forzarlas (y eso incluía la de su propia habitación, por cierto). Así que debía aprovechar para ver si encontraba algo aprovechable.
      Ya se había acostumbrado de tal manera a ver montones de ropa tirada con algún indicio de haber tenido un cuerpo humano. Si le molestaba alguno, simplemente lo apartaba con la pierna. Al hacerlo podía notar la presencia de algún objeto, y entonces revisaba los bolsillos a ver lo que encontraba.
      Se hizo así con montones de dinero… que no le servía para nada. Él mismo tenía unos cuantos millones en algún banco y no sabía como podría recuperarlo… aparte de que se preguntaba qué haría con su dinero si lo sacaba. No había otras personas a las que pagar por bienes, y además para ser francos podía conseguir lo que le diera la gana simplemente tomándolo de donde estuviera. Ya había hecho acopio de unas cuantas prendas de vestir en las boutiques del hotel, y luego había ampliado su guardarropa con lo que hallaba en las distintas habitaciones.
      La ropa era, de hecho, lo más útil que podían encontrar en las habitaciones que revisaba. Dinero y joyas no le servían para nada. Aparatos electrónicos, inútiles salvo el GPS que ya tenía, o un reproductor de películas que venía con una buena biblioteca en un disco portátil: le sirvió para matar unos cuantos ratos libres. También aprovechaba los libros, si bien la mayoría eran biblias, o bien best-sellers aburridos y en inglés. Algunos objetos como navajas o cortaúñas fueron a parar a su bolsillo, lo mismo que unos cuantos mapas: no esperaba poder disponer del GPS mucho tiempo.
      Y comida, lo más importante. Tenía una nevera en su habitación, pero sólo contenía unas cuantas golosinas, agua y bebidas de todo tipo. Las golosinas desaparecieron rápidamente, y lo mismo sucedió con las que había en las neveras de todas las demás habitaciones.
      Cuando quería comer algo decente debía ir a la cocina del hotel. Los frigoríficos estaban bien surtidos, pero Alexis no se hacía ilusiones: tan pronto como fallara la luz, aquellas carnes y verduras se pudrirían en cuestión de días. Había una buena reserva de alimentos en conservas, latas sobre todo, que durarían más tiempo.
      Alexis estaba retrasando el momento crucial en que debería dejar el hotel. Lo sabía pero pensaba que a fin de cuentas nadie le estaba metiendo prisa.
      Tal vez algún otro superviviente notara el movimiento en el hotel y así decidiera entrar en contacto.
      Lo más que había hecho era asomarse a la calle unas cuantas veces. Pudo comprobar así que la nieve había desaparecido, pero las calles seguían estando vacías. Sólo se apreciaban los montones de ropa que indicaban restos de seres humanos.
      La única vida que podía ver en la calle son animales, sobre todo perros vagabundos. Alexis comprendió al observar un pequeño grupo de estos que suponían un serio peligro si se decidía a salir finalmente.
      Tenía que buscar supervivientes pero... Alexis no olvidaba que Caracas tenía fama de ser una ciudad con un alto índice de delitos. Nada le garantizaba que cualquier otra persona que pudiera haber sobrevivido fuera un ser pacífico y tranquilo; más bien los sucesos por los que habría pasado le harían ser desconfiado. Incluso violento, tal vez.
      En resumen, la calle era muy peligrosa.


CALLES VACÍAS

Finalmente, Alexis ya empezaba a aburrirse del hotel. Había llegado el momento de salir a la calle.
      Lo primero que hizo fue armarse. Ya tenía la pistola del conserje, pero encontró una mejor entre los restos de un vigilante de seguridad, junto con abundante munición y un chaleco antibalas. También se hizo con un machete que encontró en la cocina.
      Vistió con unas buenas botas y un pantalón de tela gruesa. Se puso una camiseta ligera y encima el chaleco. Colocó su armamento lo mejor que pudo y llenó una cantimplora con agua. También tomó el GPS, que había recargado en un enchufe. Y con un sombrero ya se sintió preparado para salir al exterior.
      Ya era un recuerdo el frío que pasó durante el Incidente (fuera lo que fuera); no sólo la nieve había desaparecido, el aire acondicionado del hotel lo había detenido Alexis para no consumir electricidad sin necesidad. Y el calor tropical se había colado dentro del edificio.
      Así que Alexis no se extrañó al sentir el calor en la calle, no era muy diferente del que reinaba en el hotel.
      Eso sí, la luminosidad era alta. Miró al cielo y lo vio despejado, color azul intenso. Había unas cuantas nubes, ¡pero nada de contaminación!
      Según había sabido, Caracas era una ciudad situada en un valle poco ventilado por los vientos y por eso era habitual la presencia de una capa de smog sobre el valle. Pero al no haber ni un solo carro andando, el nivel de humos se había reducido considerablemente.
      Sin embargoseguía habiendo fuentes de humos. Alexis vio a lo lejos varias columnas, procedentes de edificios que ardían sin que nadie los apagara. Le llegaba el rumor de alguna alarma que sonaba lejana.
      Pero no oía sonido alguno procedente de los vehículos, ni de la gente.
      Todos los carros a la vista estaban parados, algunos en medio de la calle. Más lejos podía apreciar una extraña acumulación…
      Se acercó y pudo comprobar que se trataba de un accidente. Varios carros habían chocado y allí mismo se habían quedado. De hecho, daba la impresión de que otros chocaron más tarde, aumentando la confusión.
      Ahora sólo había un montón de hierros retorcidos sin apenas señales de sus ocupantes; si acaso algunas ropas y zapatos tirados aquí y allá.
      Por las aceras no había más que montones de ropas. Incluso en el medio de la calle.
      Alexis vagó por las vías, procurando mantenerse en las cercanías del hotel gracias al GPS.
      Sólo vio animales sueltos: gatos, perros, aves. Ni siquiera los perros parecían peligrosos; al menos los que había podido ver hasta ese momento.
      Entró en unas cuantas casas a ver lo que encontraba. Encontró lo que ya esperaba: algunas ropas tiradas, dinero y joyas que no le servían para nada, aparatos que ahora eran inútiles, y comida. Donde vio que la nevera funcionaba y tenía algo aprovechable, allí se hizo la comida. Le era más simple usar la cocina normal de una vivienda que la compleja cocina profesional del hotel.
      Hizo acopio de unos cuantos botes de comida enlatada y precocinada y algo de fruta que aún estaba fresca. Y volvió al hotel.
      Durante unos días siguió el mismo esquema. Salía, vagabundeaba por las calles, entraba en los edificios a ver lo que podía llevarse y regresaba.
      Encontró un supermercado, que estaba cerrado. Pero ni corto ni perezoso, rompió la entrada y penetró en su interior. La alarma sonaba, pero él sabía bien que nadie vendría (y si venía, ¡estupendo!). Llenó un carrito de la compra con todo lo que le pareció útil. Al pasar por la caja se sintió extraño; por un momento pensó en dejar algunos billetes para pagar su compra, pero se echó a reír estrepitosamente.
      ¡Nadie se enteraría de que se había llevado todo eso sin pagar! Y si pagaba, ¡nadie recogería el dinero! Más aún, si alguien lo recogiera, ¿de qué le serviría? No había bancos, ni funcionaban los cajeros automáticos.
      Sólo para estar seguro, pasó ante una oficina bancaria llevando su carrito. Había un cajero automático y él llevaba su tarjeta de crédito con la que podía sacar dinero. Tras mirar hacia todos lados (un viejo hábito que aún le resultaba útil), sacó su tarjeta, la introdujo en el cajero y tecleó el código de seguridad. El aparato funcionaba, para su sorpresa, y le entregó varios billetes que Alexis miró con extrañeza.
      No es que no supiera lo que era el dinero, es que se preguntaba qué hacer con él. Comprendió que no servía para nada, así que lo dejó caer al suelo. Recogió su tarjeta por un viejo hábito, pero igual podría haberla dejado allí.
      Siguió hacia el hotel arrastrando su carrito, cuyo contenido era más útil que aquellos papeles de colores que había abandonado.
      Cada día se alejaba más del hotel. Tenía que fijarse bien en el camino con el GPS para estar seguro de regresar al hotel mientras aún era de día. No quería enfrentarse a las calles por la noche; aunque aún funcionaban las farolas, y se encendían puntualmente, no deseaba correr riesgos.
      Un par de veces se acercó al río, pero notó la presencia de demasiados perros por la orilla; tal vez las aguas arrastraban restos comestibles. No de personas, supuso Alexis, si todos se habían convertido en polvo, pero sí de animales. También llegó a notar un cierto olor extraño, desconocido, procedente del agua. Sin duda aquellos millones de cuerpos hechos polvo habían sido arrastrados por el agua de las lluvias y habían terminado en el río.
      Tampoco le atraía el Metro. Sólo una vez intentó bajar las escaleras para acceder a una estación, pero le impresionó ver el montón de ropas y zapatos, allí donde mucha gente había fallecido. Pero más le impresionó ese túnel oscuro que se perdía en amas direcciones.
      Lo mismo le sucedió en una iglesia. Entró y sólo vio los restos de decenas de personas que allí habían buscado la ayuda divina, sin conseguirlo. Había un gran número de velas consumidas por todos lados, y Alexis sospechaba que más de un incendio había sido producido por las velas en las iglesias.
      Por sistema había evitado las zonas más pobres, pero acabó pensando en que no dejaba de ser una estupidez: una vez muertos, no había ninguna diferencia entre un rico y un pobre.
      Caminaba por unas calles algo estrechas cuando oyó gruñidos. Un grupo de perros, unos seis o siete, se acercaba por el camino que él seguía.
      Eran perros grandes, peligrosos. Y Alexis sabía que lo peor que podría hacer era dar media vuelta y huir. Lo alcanzarían.
      Sacó su pistola y disparó hacia los animales. Hirió a uno de ellos y los demás huyeron.
      Entonces oyó otro tiro. Y luego otro más.
      Venían del este, y tras fijarse bien en su posición en el GPS, Alexis echó a correr en aquella dirección. Dio un disparo al aire y pudo oír como le respondían.
      Caminó durante media hora. Se estaba alejando demasiado del hotel, pero no le importaba. ¡Por fin había hallado a otra persona!
      Cada vez podía oír los tiros más cercanos. ¡Parecían venir de la calle al girar esa esquina!
      Llegó a la esquina, ¡y una bala le pasó rozando el brazo!
      Había una chica disparando hacia donde él se encontraba.
      —¡Para, que no te voy a hacer nada!
      La joven no dio señales de escucharle. Pero sí que le había visto y ahora le apuntaba con el arma, mientras seguía disparando.
      Finalmente agotó el cargador, y Alexis pudo hablarle.
      —¡Deja de disparar! ¡No voy a hacerte daño! ¡Sólo quiero hablar!
      Pero ella se limitó a colocar otro cargador y volver a apretar el gatillo.
      Alexis se puso a salvo corriendo. Observó que la chica ahora le perseguía, mientras seguía disparando. Le pareció que la saliva chorreaba por las comisuras de la boca y que los ojos mostraban señales claras de paranoia.
      Corrió en zigzag para no ofrecer un blanco fácil y se refugió tras un carro. Observó que el cristal del lado del conductor estaba bajado ¡y tenía las llaves puestas!
      Sin pensarlo dos veces, abrió la puerta, apartó las ropas y los zapatos que había en el lugar del conductor y le dio al contacto.
      El carro arrancó con facilidad, pese a llevar (sin duda) varios días parado.
      Alexis salió de allí a toda velocidad.
      Sólo cuando estuvo seguro de haber puesto una buena distancia entre aquella loca y él se detuvo para orientarse.
      Gracias al GPS comprobó que no estaba demasiado lejos del hotel, si seguía usando el vehículo.
      Pero no era tan fácil. Las calles no estaban vacías y más de una vez, Alexis tuvo que subir a la acera para poder esquivar un carro atravesado.
      El GPS le guiaba, pero teniendo en cuenta las señales de tráfico. La estúpida máquina no sabía que no había nada malo en circular en dirección contraria, pues sólo Alexis circulaba por aquellas vías. Así que muchas veces no hacía caso de las indicaciones del aparato y luego debía reorientarse.
      Hasta que llegó a un atasco imposible. La montaña de chatarra bloqueaba toda la vía.
      De todos modos, el hotel estaba cerca y aún era de día. Así que Alexis abandonó el vehículo. Recogió las llaves y lo dejó cerrado: los viejos hábitos tardaban en desaparecer.
      Caminó hacia el hotel y cuando ya estaba dentro cayó en la cuenta de que no necesitaba seguir ocupando aquella habitación de la planta séptima.
      Se mudó al despacho del conserje. No era tan lujoso como su habitación, pero estaba más cerca de la calle.
      Aún podía disfrutar de una película grabada en su viejo portátil. Y luego, se puso a leer un libro que había tomado de una librería.

Continuación
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