-7-
Entretanto, ¿qué había ocurrido con el grupo de Bjarni?
Los supervivientes empujaron el drakkar sobre las rocas de la playa y tan pronto como estuvo a flote embarcaron en él.
Bjarni se sentía abochornado por tener que huir, pero sabía reconocer a un enemigo poderoso cuando lo encontraba. Y aquellos nativos lo eran.
Con un drakkar y sólo 25 hombres no se podía atacar a una gente que ocupaba las laderas de un barranco y, por centenares, les acribillaba a pedradas.
Debía volver con una expedición más poderosa. E inventarse toda clase de riquezas para convencer a los hombres pues si no, no querrían venir.
Ya se estaba imaginando su discurso, hablando del oro que recubría las paredes de los templos, de los rebaños inmensos de ganado, de las telas de seda y lino que vestían las mujeres, de la plata y joyas que lucían éstas encima.
Por supuesto que Bjarni no vio nada de eso pero, una vez reclutado un buen grupo de conquistadores, ¡qué importaba si al final todo ello era mentira!
Cuando ya hubieran conquistado las islas, se buscaría alguna forma de compensar el esfuerzo. Aunque fuera a base de mujeres y esclavos, que de eso siempre había.
Con esa idea en mente, Bjarni costeó la isla por el sur en dirección al Naciente y luego mantuvo ese rumbo hasta llegar a la costa africana. Entonces viró hacia el Norte y fue costeando, siempre manteniendo la costa a estribor.
Y cuando finalmente tuvo ante sí las Columnas de Hércules, prosiguió hacia el norte, rumbo a Gadir y Lusitania. Se dio cuenta de que al llegar a cierto cabo viniendo del norte, podría seguir hacia el sur hasta dar con África y así acortar camino; pero eso sólo funcionaría bien en la ruta de vuelta a las Islas de Fuego. Ahora no conocía el mar lo suficiente para atreverse a hacerlo; por eso había preferido costear y no arriesgarse. Pero Bjarni recordaba bien cierto cabo africano; sospechaba que desde él podría seguir hacia el norte y llegar a Iberia a través de mar abierto, ganando unas cuantas singladuras.
Tomó nota mental para la expedición que esperaba organizar.
Entretanto, el drakkar seguía costeando tierras musulmanas. O tal vez fueran ya cristianas pues había oído que los cristianos habían reconquistado parte del territorio moro en la península de Iberia; no sabía bien donde quedaba la frontera... ni le importaba, pues tan enemigos eran unos como los otros.
Hrafnkell echaba de menos a Asbjörn, a quien imaginaba en el banquete de Odín, servido por las valkirias. Recordaba incluso que habían dejado pendiente una pelea, por unas palabras de las que ahora se arrepentía.
Pero entretanto, no tenía otra opción que cumplir su tarea en el barco, cubriendo su baja como podía. Cuatro remos del barco eran inútiles por falta de los hombres que debían moverlos, y eso se notaba a bordo.
Mientras tuvieron vientos favorables, todo fue bien, pero tan pronto como el viento les vino de proa y se vieron obligados a ceñir y a remar, entonces se echaron de menos todos aquellos brazos perdidos en la isla de fuego.
Como por ejemplo ahora que navegaban hacia el norte y el viento les venía de frente. Por suerte no era un viento norte, que les habría obligado a arriar la vela y remar, pero sí lo bastante contrario para obligar a que Bjarni hiciera ceñidas a uno y otro lado, obligando a todos los hombres a soltar y amarrar los aparejos según el capricho del piloto.
Además eran vientos racheados y poco fiables. Lo mismo soplaban desde poniente que desde levante, que pasaban a soplar favorables del sur o totalmente opuestos, del norte.
El cielo encapotado anunciaba una tormenta.
Bjarni pensó que el dios Loki estaba haciendo lo imposible para fastidiarlo. Se acercaba a Finisterre, un lugar inhóspito y lleno de arrecifes y costas peligrosas, ¡y les alcanzaría una tormenta! Mandó plegar el aparejo para capear el temporal como pudieran.
El pequeño snekke flotaba entre las enormes olas como un corcho, pero si una sola les cayera encima dejaría de flotar. Así que era importante mantener la proa hacia las olas mayores.
Los hombres remaban y remaban siguiendo las indicaciones del piloto, y se notaba la falta de cuatro pares de brazos.
Pero parecía que Odín, tal vez Thor, les ayudaba, pues ninguna ola había barrido la cubierta hasta ahora.
¿O tal vez sólo le había parecido? Quizás Njörðr estaba ganando la batalla... porque una ráfaga de viento repentino les rompió el mástil. Al caer mató a dos hombres y dejó malheridos a cuatro más.
Ya el barco era ingobernable. No había gente suficiente para hacer virar al barco, de ahí que a Bjarni no le extrañó cuando una ola les dio de través.
El drakkar se viró de lado y todos los hombres cayeron al agua.
Bjarni trató de nadar hacia la costa. ¿Pero dónde estaba la costa? Creyó verla hacia su derecha y hacia allá nadó con todas sus fuerzas.
En realidad, se estaba adentrando en el mar. Cuando ya le fallaron las fuerzas, seguía sin ver tierra alguna.
Era muy cómodo dejarse llevar por las olas. Descansar hasta que llegaran las valkirias...
Hrafnkell podía ver el casco totalmente virado. Se alejó del mismo, y de los pocos supervivientes que tenía al alcance de la vista. Sólo podía salvarse él y no podía hacer nada por los demás.
Recordaba haber visto unas rocas hacia babor. No tenía sentido, porque la costa debía estar hacia estribor, pero tal vez el barco había virado durante la tormenta.
Ahora que estaba en el agua, recordó hacia donde estaban aquellas rocas. Las tenía enfrente, o debían estar en aquella dirección pues tan sólo podía ver olas y más olas.
Hrafnkell sabía que sólo la suerte le podía ayudar. No sabía bien hasta donde llegaba su destino, eso sólo lo conocía la norna Skuld. Pero esperaba que aún le quedara algo de hilo en la madeja...
Felizmente, Hrafnkell llegó a tierra y consiguió salir de entre las rocas bañadas por olas violentas. Subió a un terreno cubierto de hierba, y comprendió que hasta allí no llegaban las olas.
Fue el único superviviente. Hrafnkell estaba en tierras cristianas del Reino de Galicia. Fue bautizado y recibió el nombre de Santiago Normán. Aprendió el gallego y olvidó su lengua vikinga.
En Alabu nunca tuvieron noticias del barco de Bjarni. Cuando, meses más tarde llegó Thorberg victorioso de su raid por tierras de Roma y Sicilia, informó que había perdido dos barcos; uno de ellos, el de Bjarni en una tormenta ante las Columnas de Hércules. El otro fue en el curso de una batalla contra los cristianos.
-8-
A Guanache no le hacía mucha gracia que Hisaco se dedicara a enseñar a Amcor, pero no podía hacer nada por evitarlo. El faycán era libre para elegir a quien darle sus enseñanzas, y mientras Adaya estuviera con las harimaguadas no había nadie para ayudarle a curar
Pero Amcor seguía manteniendo sus obligaciones. Tenía que cuidar del ganado del faycán, con la inestimable ayuda de Guayasén.
Cada vez que tenía ocasión, Amcor ensayaba algún aspecto de la lucha con su compañero. Éste le estaba más que agradecido por salvarle la vida, y aunque no lo vio luego rescatar a la arisca cabra Tigual, se enteró más tarde y se quedó tan asombrado como los demás amoganenses.
Amcor ya era capaz de esquivar las pedradas sin moverse del lugar y más de una vez venció a Guayasén en el enfrentamiento sin armas.
Guanache también veía a veces esos entrenamientos y tampoco le gustaban. No podía decir nada porque dos hombres se mantuvieran entrenados para la lucha, pero sospechaba que el rival que Amcor quería desafiar era él mismo.
Llegó el Beñesmén, y antes de que Guanache se viera insultado porque un trasquilado lo desafiara, optó por invertir los términos y desafió él a Amcor. Éste aceptó.
Siendo guayre uno de ellos, pidieron permiso al guanarteme, quien lo concedió. Luego fue el turno del faycán, Hisaco. Éste hubiera querido negarse, pero no podía sin un motivo claro, así que también dio el permiso.
Los dos hombres se quedaron casi desnudos, vestidos sólo con un taparrabos. Se untaron el cuerpo con grasa de cerdo y se subieron al terraplén acondicionado como campo de lucha.
Cada uno llevaba las armas autorizadas para el combate, y las depositó a su lado.
Comenzaron con el lanzamiento de las piedras redondas, los toniques. Al ser de menor rango, Amcor fue el primero en lanzar. Apuntó a la cabeza de Guanache, pero éste se agachó esquivándola.
Ahora era el turno del guayre, quien lanzó la piedra hacia el pecho de Amcor; éste se giró sin moverse del lugar y la piedra pasó rozándole.
En el segundo lanzamiento, Amcor trató de engañar a Guanache, apuntando bajo pero tirando alto. Su contrincante no se dejó engañar y nuevamente esquivó la pedrada.
Cuando el otro tiró hacia Amcor, éste estuvo a punto de perder el equilibrio. Al moverse para recuperar la posición, tocó la piedra con el brazo sintiendo el dolor del impacto. No fue un golpe directo, sólo un roce.
En su último lanzamiento, Amcor trató de obligar a Guanache a moverse del sitio, tirando hacia los pies; pero el guayre realizó un ágil movimiento levantando la pierna, y la piedra ni siquiera lo rozó.
El guayre lanzó su última pedrada apuntando a la cabeza de Amcor, pero cambió el tiro y casi le da en el hombro izquierdo; de todos modos, Amcor logró esquivar la piedra.
Era el momento de pasar a la segunda etapa. Ambos contendientes se acercaron al centro del terreno, donde se había dibujado un círculo en la tierra. Cada luchador portaba un largo garrote y dejó en el suelo sus tabonas.
Cuando el faycán dio el grito para que empezaran, Guanache atacó a Amcor con el garrote; el otro se defendió interponiendo el suyo.
Durante largo rato estuvieron los dos intentando golpear al otro, pero ninguno conseguía siquiera tocar a su contrincante. Los dos demostraban gran habilidad para la esquiva.
Por un momento, Amcor logró tocar el brazo de Guanache, pero apenas fue un roce pues el guayre interpuso su garrote.
El sudor corría copiosamente por los cuerpos de ambos cuando el faycán ordenó parar.
Dos mujeres trasquiladas les limpiaron y dieron agua para beber. Luego comieron una pella de gofio y bebieron más agua.
Finalmente, los dos luchadores volvieron al lugar de brega. Ahora era el turno de las tabonas.
Cuando era Asbjörn había luchado más de una vez con puñales, por lo que Amcor se sentía en su salsa en esta fase de la lucha.
Pero Guanache también estaba muy experimentado. Cada uno intentaba cortar la piel del contrincante, pero éste siempre esquivaba el filo cortante.
Entretanto, los dos se movían por el terreno acotado, pues si alguno salía del círculo sería perdedor. Amcor trataba de empujar a Guanache hacia el borde, pero éste siempre retrocedía y trataba de que fuera Amcor el obligado a salir. Como ambos debían estar pendientes de los límites, Amcor consiguió rozar su tabona por la pierna de Guanache, dejándole un pequeño hilo de sangre.
El público gritó al ver la sangre. Pero no era más que un rasguño. Guanache lo ignoró y atacó con mayor ferocidad, tratando de que Amcor se diera la vuelta y saliera del terreno.
El faycán gritó y ambos luchadores debieron volver al centro. Siguieron luchando largo rato, hasta que finalmente Hisaco ordenó parar.
Otra vez fueron atendidos los dos luchadores por las mujeres. Guanache recibió un poco de sangre de drago en su herida y el guayre ni siquiera dejó salir un murmullo al sentir el escozor del líquido astringente.
Bebieron agua y comieron gofio y finalmente volvieron al terrero. Ahora, sin armas.
Se colocaron en el centro, cada uno frente al otro. Los dos se inclinaron, sujetando cada uno la mano izquierda del otro que llevaron hasta el suelo, mientras la derecha era situada sobre la espalda del contrincante. Al grito del faycán, comenzó la luchada.
Cada uno intentaba derribar al otro, o bien obligarle a salir del círculo. Pero Amcor estaba ya agotado y no conseguía parar del todo los lances de Guanache. Más de una vez estuvo a punto de caer al suelo de espalda, pero siempre lograba mantener el equilibrio y levantarse a tiempo.
Ya los espectadores iban comprendiendo quien acabaría por ganar. Pero fue del todo evidente cuando el guayre hizo una zancadilla a su contrincante, sorprendiéndolo de tal manera que éste cayó de espaldas.
Había perdido Amcor.
Pero la luchada había sido tan larga que durante semanas todo el mundo habló de su habilidad. Tanto, que incluso parecía que era Amcor el que había vencido, pues casi nadie mencionaba a Guanache.
El guayre pensó que la luchada no había servido para dejar claro quien era mejor. Aquel advenedizo había perdido, ¡y la gente hablaba de su habilidad como si hubiera ganado!
Como parte de sus enseñanzas, Hisaco llevó a Amcor de acompañante en diversos viajes a través de la isla.
Gracias a ello, Amcor tuvo mejor conocimiento de la que ya consideraba su tierra.
Visitaron las cuevas abandonadas de Tirjarna. Hisaco le explicó que hacía ya unos cuantos años que una gran pestilencia se cernió por la zona, obra de Gabiot con toda certeza, y murió la tercera parte de la población, incluidos el guanarteme y el faycán. Decían que habían visto tibicenas.
-¿Qué son tibicenas? -preguntó Amcor.
-Perros demonios, hijos de Gabiot. A veces salen del agua y devoran el ganado. También pueden salir de grietas en la tierra.
Amcor asociaba esas ideas con Fenrir, el lobo hijo de Loki y Angrboda. No era lo mismo, pero apreciaba ideas comunes. Pero Fenrir era sólo uno y estaba encadenado, en cambio las tibicenas eran muchos y andaban sueltos, por lo que eran más de temer.
Hisaco prosiguió con su narración.
-Todos los supervivientes huyeron asustados y varios encontraron cobijo en Amogán, otros en Araginés, Texeda y Artiacar.
-¿Y nunca se volverán a habitar?- preguntó Amcor.
-Es posible. Ya no hay señales de los venenos de Gabiot ni de tibicenas y como podrás ver estas cuevas están bien situadas. Hay agua limpia, pastos, los árboles están cercanos.
-¿Y quién podrá habitarlas?
-Deberían ser los descendientes de quienes vivieron en ellas. Pero si ellos no quieren, cosa que entiendo, cualquiera que sea la bastante valiente para venirse a vivir aquí podría reclamarlas. Y si es de la familia de los guanartemes, podría incluso convertirse en guanarteme de Tirjarna, ¿por qué no?
-¿Las tibicenas dejan huellas como los perros?
-Creo que sí. Por eso cada vez que me acerco a Tirjarna busco huellas de perros. Nunca las he visto.
Amcor sabía que sólo tendría una manera de llegar a la familia de los guanartemes. Primero, convertirse en guayre demostrando su valía. Y luego, casándose con la hija de un guanarteme.
También recorrieron el barranco de Guayadeque hasta llegar a Araginés. Allí estuvieron unos días, mientras su faycán le explicaba algunas cuestiones a Amcor.
Visitaron el almogarén de Atara, en Telde, el más importante de todo Tamarán.
-Hay otro lugar más importante aún en Bentayga -exploicó Hisaco-, pero es el tamogante de las harimaguadas y allí no podemos entrar.
De todos modos, pudieron acercarse hasta los límites de Bentayga. Amcor vio aquellas estructuras, y le recordaron un castillo de los cristianos, una fortaleza militar. Así le dijo al faycán.
-Pues sí, porque las harimaguadas viven ahí dentro sin tener contacto con los demás. La gente del pueblo les lleva comida y la deposita en la puerta y ese es todo el contacto que tienen con el exterior.
-Entiendo que sea un lugar cerrado, pero ¿por qué una fortaleza?
-Ha habido casos. Algún guayre disgustado porque su amada se haya convertido en harimaguada ha intentado entrar por la fuerza, desafiando a Acorán. Y lo ha pagado con su vida, pues las harimaguadas son capaces de defenderse.
-Ahí dentro está Adaya, ¿no?
-Es posible, pero también puede estar en el tamogante de Agáldar, que no se donde se encuentra, pues es un secreto del faycán y ni siquiera otros faycanes como yo lo sabemos. De todos modos, Amcor, harías mejor en olvidarte de Adaya. Ella debe de casarse con alguien de la familia de los guanartemes, o, si acaso, con un guayre. Nunca con un trasquilado como tú.
-¿Y si yo fuera un guayre?
-Lo tienes difícil. Ya me he dado cuenta de que aspiras a ello, y me parece muy loable por tu parte. Pero no olvides que Utindama ya tiene seis guayres y no puede tener más. Y que Guanache conoce tu ambición y hará todo lo posible para impedirla.
-Cuento con la ayuda de Acorán.
-Será la única que puedas tener, Amcor.
-9-
Durante la visita a Artiacar, Amcor observó con preocupación ciertas señales. Aunque ahora fuera un pacífico pastor y aprendiz de ayudante del faycán, no podía olvidar su pasado guerrero, mucho menos las habilidades que aún mantenía.
Por ejemplo, se fijaba mucho en los hombres, a quienes veía como posibles rivales en una lucha. Y si hacían muchas preguntas, las evaluaba como una posible fuente de información para la guerra.
Eran hábitos a veces incómodos pero que no lograba borrar.
La gente de Artiacar, en particular los guayres, les hicieron muchas preguntas a él y a Hisaco. Sobre todo preguntaron acerca de como les iba en Amogán.
Amcor dijo lo menos posible sin ofender a los guayres, pues como trasquilado debía responderles. Pero Hisaco no fue tan comedido y explicó con todo detalle la gente que vivía en cada cueva, el ganado que cuidaba, y otras cosas por el estilo.
Amcor sintió que se encendían las alarmas en su cabeza. Aquellos guayres estaban consiguiendo información de gran valor para una incursión en sus tierras. Pero él no podía hacer nada para evitarlo, ni siquiera sugerirle al faycán que no hablara tanto.
Otro rasgo que conservaba Amcor de su pasado era su enorme interés por mejorar las armas. Ya había intentado fabricar un arco pero había fracasado por completo. Pero construyó una honda y aprendió a usarla. Con ella en la mano ya fue capaz de acertar a una cabra que estuviera a muchos pasos de distancia. No sólo llegaba más lejos la piedra que si la tiraba con la mano, además tenía la misma puntería.
Guayasén se había interesado en el artefacto y elaboró otro para sí. Pero aún no lo dominaba. Otros trasquilados también estaban experimentando con el harhuyberolo, que es como llamaban a la honda, porque estaba hecha con piel (harhuy) y servía para lanzar piedras pequeñas (berolos). Incluso un guayre como Tacaycate había mostrado interés en el arma.
Cuando finalmente los de Artiarcar se decidieron a la incursión, lo hicieron por Tirjarna, pues confiaban en que por aquella ruta no serían vistos. Aunque pasaron por la parte alta del Guiniguada, lo hicieron por la selva y ciertamente nadie les vio.
En Artiarcar habían perdido varias docenas de cabras y algunas ovejas y la gente pasaba hambre, pues no se atrevían a sacrificar más animales sin haber repuesto las pérdidas. Una enfermedad se había llevado la mitad, luego sucedieron varios accidentes e incluso los de Aquexata les habían robado unas cuantas cabezas de ganado.
Lo de Aquexata fue lo peor, pues nunca pudieron probarlo y su guanarteme les amenazó con una guerra abierta si insistían en reclamar unas cabras que todos aseguraban que siempre habían sido de Aquexata.
Por eso Soront, el guanarteme de Artiacar, había decidido conseguir los animales que necesitaban en otros lugares. Había gente que tenía demasiados y, con la ayuda de Acorán, deberían ceder un poco a quienes los necesitaban.
A través de diversos medios, Soront consiguió averiguar donde había más ganado. Supo así que la mayor cantidad de animales la tenían en Agaete y Agáldar. Pero ambos eran territorios poblados y algo alejados. No sería fácil conseguir capturar un buen número de cabezas y luego traerlas sin que nadie se los impidiera.
En el tercer puesto estaba Amogán. Gracias a la información que tan alegremente les diera el faycán, Soront tenía una buena idea de lo que podrían conseguir. Y además, si marchaban por el sur menos poblado poca gente les vería. Eso sin contar con el detalle de que la población de Amogán era más reducida que la de Agáldar y Agaete.
Tampoco podrían ser demasiados para realizar la incursión. Soront eligió a cuatro de sus guayres, los más rápidos, y cada uno de ellos buscó quince hombres ágiles y acostumbrados a caminar deprisa.
Dos meses antes del Beñesmén, el tiempo había mejorado lo suficiente; los barrancos llevaban ya menos agua. Soront despidió a su grupo y les deseó suerte.
La gente de Artiacar siguió el camino hacia el sur, para pasar entre los dominios de Texera y Telde. Llegaron hasta el Guayadeque y lo siguieron hasta cerca de su nacimiento. Prosiguieron hacia la zona de Tirjarna para finalmente poner rumbo a Amogán.
Guayasén estaba practicando con el harhuyberolo y casualmente estaba mirando hacia levante cuando vio un grupo de gente que se acercaba, al otro lado del barranco. Era un gran número de hombres, armados con banotes y magados; tal vez llevaran piedras, pero eso no se apreciaba a distancia.
No dijo nada y corrió hacia donde estaba Amcor con el ganado.
-¡Vienen hombres desde Tirjarna! -le dijo.
-¿Muchos?
-Como muchas manos -Guayasén no sabía contar más allá de cinco.
Amcor le pidió que lo llevara a donde pudiera verlos.
-Me parece una incursión para capturar nuestro ganado -Amcor nunca había revelado que Hisaco había hablado más de la cuenta, pues debía mantener el respeto al faycán, pero sí le había contado a Guayasén que temía una incursión. Y por eso su compañero se había alarmado al ver tantos hombres-. Guayasén, ¡corre a avisar a Hisaco y Utindama!
-¿Y tú, qué harás?
-Me quedo con el ganado, y vigilaré lo que hacen todos esos. Dile a Hisaco que son unos sesenta.
-¡Cuídate, hermano!
Guayasén se echó a correr.
Amcor había asegurado que se haría cargo del ganado, pero él tenía otras ideas. Con suerte, aquellos hombres no capturarían ningún animal. Y por otro lado, si perdían de todos modos se los llevarían, así que a fin de cuentas daba lo mismo.
Buscó un risco elevado desde el que pudiera hacer blanco con facilidad usando su honda. Tan pronto como los tuvo a tiro, lanzó la primera piedra.
Uno de los enemigos cayó al suelo, seguido de inmediato por otros dos. Todos se pusieron a cubierto, evitando aquellas piedras que llegaban desde muy lejos, tanto que no podrían responder.
Localizaron sin dificultad el risco desde el que Amcor les disparaba, pero para capturarlo deberían acercarse.
Amcor sabía bien que no podía permitir que alguno de ellos se acercara sin que él lo viera, pues eso precisamente sería lo que intentarían. Siendo ellos sesenta y él uno solo, era sólo cuestión de tiempo que lograran llegar hasta el risco. Pero en ese tiempo, tal vez Utindama habría podido organizar un grupo que le sirviera de refuerzo.
Los otros no comprendían como era posible que aquel hombre solitario pudiera lanzar piedras con tanta fuerza y a esa distancia. Pero no eran tontos y sabían que ellos eran muchos más. Lo que debían hacer era dispersarse para ofrecer blancos más alejados unos de otros, y aquel solitario no podría cubrirlos a todos a la vez.
Poco a poco, aún a riesgo de recibir duras pedradas, los de Artiacar se fueron dispersando en una y otra dirección del sendero. Amcor atacaba de preferencia a los que más se acercaban, pero finalmente dejó de verlos a todos. Los que se vieron a salvo de las pedradas buscaron un lugar por el que dar un rodeo y llegar hasta el risco.
Amcor vio a tres hombres que intentaban subir por la derecha. Con tras rápidas piedras los derribó, para seguir disparando por la izquierda. Cada vez se lo ponían más difícil, y a la vez quedaban menos berolos aprovechables: estaba gastando todas las piedras que tenía a mano.
Guayasén llegó sofocado hasta la cueva de Hisaco, la que le quedaba más a mano. Le contó lo que había visto y que Amcor se había quedado solo.
Hisaco supo más que lo que le había contado el trasquilado. Mandó tocar el bucio y convocando el sábor se reunió con Utindama y los guayres disponibles.
-¡Ese pequeño imbécil de Amcor va a intentar detenerlos él solo! -explicó.
Tacaycate organizó un grupo con rapidez y se fueron corriendo hacia el lugar. Los demás se fueron organizando como podían, según iban llegando suficientes hombres armados.
Amcor ya estaba a punto de ser atrapado. Cuatro grupos diferentes escalaban el risco por varios lugares, y él no podía dispararles a todos.
Pero llegó Tacaycate, y lanzó a los suyos con sus magados.
Las cosas no estaban saliendo bien para los de Artiacar. Primero fue aquel loco con sus piedras lejanas que les mantuvo a raya demasiado tiempo, y acabando con la sorpresa. Ahora llegaban los refuerzos de Amogán. Cada vez llegaban más grupos.
En el suelo había ya más de quince hombres tendidos, heridos gravemente o muertos, cuando se rindieron los de Artiacar.
Tacaycate ordenó parar la lucha.
Amcor bajó del risco y fue felicitado por todos.
Entre los muertos había dos guayres. Uno de Artiacar, el otro (Teniguado) de Amogán. Llamaron al guanxaxo, el encargado de preparar a los muertos, para que se ocupara de ellos. Teniguado sería enterrado en una cueva cuya localización sólo la conocía el guanxaxo; respecto al guayre de Artiacar, lo limpiaría y prepararía para que se lo llevaran a su lugar de origen; allí completaría el proceso otro guanxaxo.
Los demás muertos (incluyendo a dos de Amogán) serían enterrados sin ninguna ceremonia, pues se trataba de trasquilados.
Más importante era tratar a los heridos. Para la gente de Artiacar resultó toda una sorpresa cuando el mismo hombre que había herido a la mayoría, Amcor, apareció con el faycán Hisaco para realizar las curas. Amcor ya era bastante hábil a la hora de preparar la sangre de drago o el agua de sauce, entre otros remedios sencillos. Entre el faycán y él se ocuparon de todos y fueron curados con habilidad. Aunque uno de los heridos no superó la enorme brecha que tenía en el cráneo y se sumó a la lista de muertos, el que hacía el número cuatro de Amogán.
Los heridos permanecieron unos días en las cuevas de Tirjarna, atendidos por sus compañeros y por algunas de las mujeres de Amogán. Utindama había sugerido esa solución para no tener que hospedarlos en las propias cuevas.
Finalmente, el xaxo de Teniguado fue llevado a la cueva de los muertos por los otros cinco guayres, Utindama, Hisaco y Amcor. Utindama insistió en que Amcor debía ir con ellos, pues le nombraría guayre en el Beñesmén. Y, de paso, ordenó que se fuera dejando el pelo largo desde ese preciso momento.
Llegaron hasta el Guayadeque y allí despidieron al guanxaxo y su ayudante, los únicos que podían llevar al muerto a su lugar de descanso eterno.
Mientras aguardaba, Hisaco le narró a Amcor la leyenda del barranco:
-Se dice que cuando Acorán quiso descansar después de hacer el mundo, se echó aquí, y dejó una profunda huella en la tierra. Esa huella es Guayadeque, el barranco bendito. Por eso está aquí la cueva de los muertos.
-¿Traen muertos de muchos lugares?
-No lo sé. De Amogán y de Texeda, estoy seguro. Y por supuesto de Araginés. Los de Artiacar, por ejemplo, no tengo ni idea de lo que harán; tal vez también lo traigan aquí.
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