Usylis presenció el impacto del asteroide. El temblor afectó a la base y se dispararon todas las alarmas. Por suerte ya estaban todos preparados y con sus trajes de vacío puestos, así que no hubo víctimas entre los superiores. Aunque sí que se perdió todo un grupo de plantas al perder su aire y lo mismo con dos jaulas de alimañas del laboratorio. Aunque, ¿quién se preocupa de esas pequeñas alimañas peludas?
Las cámaras en órbita mostraron cómo era destruida la base de los rojos. El pequeño cuerpo rocoso era de sólo 10 kilómetros de diámetro, pero suficiente para abrir un cráter de más de 85 kilómetros de diámetro. Cuando se hubo despejado el polvo, donde antes se hallaba situada la base roja, en el sur del Mundo Satélite, ahora se podía apreciar un cráter nuevo de color claro, con grandes emisiones de polvo en todas direcciones. La cara del satélite quedaba marcada para siempre con un nuevo impacto.
Aunque se tratara de enemigos, Usylis lamentaba su muerte. Doscientos mil superiores eran demasiadas víctimas, por muy roja que tuvieran su piel. A diferencia de otros superiores, Usylis no despreciaba a las otras razas, ni devolvía el desprecio que los rojos demostraban a las demás razas. Bajo las escamas y plumas azules, rojas, verdes o marrones, todos los cuerpos eran idénticos.
Además, probablemente los rojos se vengarían. Más aún cuando descubrieran que ese asteroide no era el único que los azules habían desplazado para producir impactos catastróficos. El primero era una prueba tan sólo. Visto el éxito, era evidente que los otros tres, cada uno de 25 kilómetros de diámetro, serían mantenidos en rumbo de colisión al Mundo Planeta. Aunque los rojos los detectaran, era difícil que pudieran evitar a los tres. Cualquiera de ellos alcanzaría el planeta y crearía un cráter mucho mayor, cuyos efectos serían más catastróficos por la onda expansiva en la atmósfera y el oscurecimiento atmosférico posterior.
La teoría era que, tras la destrucción de todos los rojos, las restantes razas repoblarían el planeta, pero Usylis dudaba que llegara a funcionar. Aunque por descontado que no decía nada, su prestigio quedaría por los suelos si se sabía que no confiaba en los mandos.
Había asimismo otra razón para que Usylis no abrazara la idea de los asteroides. En el Mundo Planeta estaba un ser que no había querido ir con él al Satélite y Usylis era lo suficientemente sentimental como para añorar a su compañera. Lyhermes era marrón, una hembra más bien pequeña pero de cuerpo perfecto, muy inteligente y muy buena madre: cuando puso el huevo se dedicó a vigilar la incubadora mucho más del tiempo que le correspondía. Más de una vez Usylis tuvo que apartarla para poder cumplir con su obligación de turnarse en la vigilancia. Cuando finalmente eclosionó el huevo, ella recogió con todo cariño un trozo de cáscara y la guardó como un tesoro. Y mientras el pequeño multicolor se desarrolló con sus padres, lo cuidó como sólo podía hacerlo la mejor de las madres. Finalmente, el pequeño Byjón se fue a la Academia de Profesores y Lyhermes sufrió la separación; aunque Usylis trató de confortarla, tardó meses en recuperarse, y nunca volvió a ser la misma.
Más tarde, cuando a ambos se les propuso viajar al Satélite, ella se negó de plano; y Usylis comprendió que su vida en común se había terminado.
Al menos sabía que el pequeño Byjón (ahora ya casi un adulto) sí había sido transferido al Satélite, y varias veces lo había visitado para vigilar su desarrollo.
Como ingeniero neurólogo, Usylis tenía trabajo de sobra en la base azul del Satélite y eso le sirvió para superar el dolor de dejar atrás a Lyhermes. Pero siempre se opuso al Proyecto Asteroide y no era el único entre los azules. “Pacifistas” los llamaban los demás. En todo caso, se impuso el criterio más belicoso, sobre todo a la vista de las barbaridades que los rojos estaban cometiendo en el Planeta, destruyendo ciudades enteras con sus bombas sísmicas. Y aunque Usylis no estuviera de acuerdo, la debida obediencia le mantuvo callado. Solo así logró mantener su prestigio y el de su familia.
La ciudad de los azules en el Mundo Satélite estaba en el norte pero, a diferencia de la de los rojos en el sur, no era fácilmente visible. De hecho, ocupaba buena parte de una cavidad natural bajo un mar de lava y muy poca gente conocía su localización; esa era su principal defensa en la guerra que mantenían rojos y azules en el Planeta y ahora también en el Satélite. Las autoridades azules confiaban en que los rojos no les atacaran, aunque eran bien conscientes de la fragilidad de su entorno: el impacto de un proyectil sísmico sería suficiente para acabar con todos ellos.
En realidad, la guerra era de la raza roja contra las demás razas, si bien los azules eran quienes comandaban el bando contrario. Pero también los verdes y los marrones, y con ellos los multicolores mestizos, se habían sentido obligados a alinearse del lado azul, ya que el odio de los rojos contra las demás razas también les alcanzaba.
Nadie sabía de donde venía ese odio. Durante milenios había existido, si bien sólo en los últimos años había alcanzado tal virulencia. Algunos pensaban que podía relacionarse con el periodo, decenas de siglos atrás, en que los azules esclavizaron a los rojos. Pero eso fue en otra civilización, otra cultura, ya desaparecida. Y aunque fuera así, no justificaba la extensión del odio a las razas verde o marrón, pues estas también fueron esclavizadas por los azules en aquella época de preponderancia azul.
De hecho, ni siquiera estaba claro el origen de las diferencias raciales, pues no estaba claro que el color cutáneo fuese una ventaja evolutiva. Algunos estudiosos comparaban los colores de los superiores con los de muchos voladores emplumados (también de vistosos colores) y en base a ello argumentaban que los seres superiores procedían de voladores con plumas. Sin embargo, la mayoría no estaba de acuerdo, indicando que todos los voladores con plumas tenían pico, con o sin dientes, y que el antepasado más probable de los superiores era alguno de los pequeños carnívoros bípedos, especialmente el “cuello largo de noche”, especializado en cazar alimañas y lagartos. Muchos superiores tenían en el Planeta algún cuello largo de noche para mantener a raya las alimañas en sus hogares. Eran animales muy inteligentes y capaces de reconocer a sus dueños, e incluso de defenderlos en ciertos casos, sobre todo a los pequeños; por eso eran muy apreciados. De hecho, Usylis hubiera deseado tener uno de ellos, pero en el Satélite no había sitio para animales más grandes que las alimañas.
Otros cuellos largos eran mucho más agresivos. Algunos superiores mantenían cuellos largos diurnos como mascotas, pero daban demasiados problemas; incluso de vez en cuando se registraban casos de superiores atacados por sus mascotas, lo que aparte del daño que les pudiera producir, aparejaba pérdida de prestigio para la víctima: otra razón más para no tenerlos.
Más frecuente era tener algún herbívoro, sobre todo de los más pequeños. Aunque la mayoría de los herbívoros era demasiado grande para tenerlos en la ciudad, aquellos que podían mantenerlos demostraban con ello que les sobraba el espacio; en otras palabras, eran señal de prestigio. Pero sólo si se demostraba que realmente les sobraba el espacio en su hogar: más de uno intentó mantener un herbívoro sólo para conseguir el prestigio que daba su posesión, con el efecto contrario al demostrarse que no tenían espacio. Y el espacio era algo que escaseaba en las atestadas ciudades.
Herbívoros grandes sólo se criaban para carne (y a veces por los huevos) en las granjas del interior. No eran mascotas, eran alimento.
Usylis había trabajado un par de años en un criadero de herbívoros. Sus obligaciones eran varias, la primera de ellas conducirles al claro del bosque donde se alimentaban; para ello usaban máquinas que imitaban a carnívoros, en cada una de las cuales se situaba un superior controlándola. Era un trabajo sencillo, aunque un experto podía dirigir toda una manada con sólo una máquina, lo habitual era usar tantas como fuera necesario.
La segunda de sus obligaciones era el control diario, buscando detectar cualquier trastorno lo antes posible para poderlo tratar. El sensor de diagnóstico que empleaba fue uno de los principales motivos que le llevó a elegir los estudios médicos, y finalmente la ingeniería neurológica.
La tercera obligación era más complicada: evitar los herbívoros salvajes. Particularmente problemáticos eran los “tres cuernos”, de gran tamaño, cuyas manadas aparecían de vez en cuando para arrasar con todo lo verde. Para eliminarlos había que organizar una verdadera cacería con rifles energéticos. No se podía apuntar a las cabezas acorazadas sino a los vientres desnudos. Usylis recordaba haber disfrutado de verdaderos festines con la carne de los tres cuernos capturados en varios de esos incidentes; le servían para compensar el trabajo adicional que causaban al tener que buscar luego otros lugares para conducir el ganado.
También daban problemas los “cola de martillo” acorazados. Con ellos ni siquiera los rifles energéticos servían de mucho, era necesario usar munición explosiva. Por suerte, no solían ir en manada, y uno o dos colas de martillo eran incluso bienvenidos entre los herbívoros domésticos. Usylis sabía que en las manadas salvajes era normal esta convivencia. De todos modos, aunque los animales de cría aceptaran aquellos otros animales salvajes, no eran bienvenidos por sus cuidadores: a la hora de recoger el ganado no daban más que inconvenientes.
La cuarta y más dura obligación era luchar contra los carnívoros, sobre todo contra los grandes. Había algunos cuellos largos que se atrevían (en manadas) a atacar a los grandes herbívoros pero sus principales enemigos eran los cuellos cortos. Esos enormes carnívoros, de manos ridículamente pequeñas pero cabezas gigantescas, podían matar a un herbívoro en segundos, y si sus cuidadores no se cuidaban también daban cuenta de ellos. Pero eso era obligatorio llevar siempre el rifle energético a punto.
Ni siquiera temían a las máquinas que les imitaban, de hecho con frecuencia las atacaban pensando que estaban ante un rival. Por tal motivo las máquinas de control estaban siempre acorazadas y armadas con fusiles energéticos y de munición explosiva. De todos modos, estar demasiado tiempo sin justificación dentro de las máquinas era una forma de perder prestigio que Usylis detestaba, como la mayoría de sus compañeros.
La pauta normal era usar las máquinas para conducir el ganado y luego permanecer fuera de ellas en grupo y siempre vigilando. A veces se turnaban para que uno de ellos subiera en su máquina y dispusiera así de mejores medios de vigilancia; esa práctica no era contraria al prestigio, o al menos eso pensaba la mayoría. Usylis no lo tenía tan claro.
Volviendo al presente, Usylis decidió aprovechar su día de ocio para visitar el arca. Con cierta dificultad, había logrado convencer a las autoridades de la conveniencia de dejar un registro de su paso por el Satélite para el futuro. Muchos estudiosos estaban convencidos de que la vida podía haber surgido en otros mundos; de hecho algunas naves automáticas enviadas a explorar otros planetas y satélites habían mostrado algunos indicios en ese sentido. Eso fue justo antes de estallar la guerra, por eso aquellas investigaciones quedaron congeladas; más de una nave continuaba explorando y enviando su información sin que nadie se dignara recogerla.
Usylis era uno de los que pensaban así. Sabían ya que existían planetas similares al suyo en torno a otras estrellas y lo lógico era pensar que pudieran estar habitados. Tal vez en ellos pudiera aparecer un ser inteligente que viajara por el espacio... y ¡quien sabe si algún día pudiera llegar al Satélite! Si así fuera, y no hubiera superiores habitando en él, podría encontrar el arca. Y en el arca hallaría la información suficiente para conocer el mundo actual.
Otra posibilidad que a Usylis le ponía las plumas de punta era que ese ser inteligente apareciera en su propio planeta... millones de años en el futuro. Por ejemplo, a partir de las omnipresentes alimañas. Sería divertido si alguna alimaña peluda fuera capaz de construir una nave espacial y viajar al satélite.
Esa hipotética alimaña inteligente tal vez se sintiera intrigada por el cráter más reciente, uno muy visible en la cara sur. ¿Sabría tal vez que en ese cráter existió una ciudad de los superiores? Usylis lo dudaba. Pero sí que era posible que en el norte, cerca de un semicírculo claramente visible desde el Planeta, descubriera la señal que ellos, los superiores azules, habían dejado.
Hacía ya unas cuantas revoluciones del satélite que Usylis había depositado en el arca su objeto más preciado, el fruto de su investigación personal. De hecho, lo había confeccionado a escondidas de los mandos.
Si se descubría, podría ser motivo suficiente para la pérdida de prestigio. Aunque el futuro se presentaba tan pesimista que a Usylis no le preocupaba demasiado perder su prestigio, el hábito de toda una vida se impuso. Mantendría el secreto. Sellaría el arca.
Salió de la cueva artificial y contempló la señal que marcaba la presencia del arca. Cualquier ser inteligente que la viera comprendería de inmediato que no era natural y que señalaba algo muy importante.
Entretanto, los tres asteroides se dirigían al Planeta. Los rojos los detectaron y atacaron con proyectiles de gran potencia. Dos de los asteroides fueron volatilizados pero el tercero logró su objetivo.
El mundo del superior despareció en poco tiempo. Una de las millones de víctimas era por supuesto Lyhermes, pero Usylis ya estaba más allá del dolor.
Solos en su base del Satélite, los superiores supervivientes esperaban su oportunidad. Inútilmente, pensaba Usylis, quien era consciente de la enorme fragilidad de su medio. Muy pronto empezarían a fallar las máquinas y todos ellos acabarían de una u otra forma como sus congéneres del Planeta.
Era finalmente la oportunidad de las alimañas.
2 comentarios:
Muy interesante y muy bien contado.
El final es simplemente escalofriante.
Un saludo
De todos modos, me gustaría saber si alguien capta dos o tres cuestiones clave. No quería dar pistas, pero voy a dar una: se relaciona con mi novela Como el Fénix
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