26 agosto 2010

Record


Joseph Hardbreaker se colocó el casco y subió a bordo de su vehículo. Por enésima vez revisó los controles; estaban todos “OK”. Se sujetó el arnés, comprobó que estaba cómodo y bien sujeto en su asiento y dio la señal.
—¡Todo listo! —anunció por el micrófono.
Los periodistas presentes lo oyeron, y muchos miles (millones tal vez) de seguidores también lo oyeron, en directo, desde diversas partes del mundo.
Joseph encendió el motor, y un chorro de gases semiquemados salió por la tobera del motor cohete.
—¡Motor encendido! —anunció.
—Preparados para iniciar cuenta regresiva —dijo uno de los jueces de la prueba, el encargado de controlar los tiempos— 10…9…8…7…6…5…4…3…2…1…¡Ya!
Joseph soltó el freno y pisó a fondo el acelerador. El “Star Ray”, su prototipo experimental, fue incrementando su velocidad rápidamente, mientras corría raudo por el lecho seco del lago.
La velocidad se mostraba en un panel junto al estrado de los periodistas, pero también aparecía en el tablero de instrumentos del vehículo.
150 kilómetros por hora.
250 kilómetros por hora.
400 kilómetros por hora.
575 kilómetros por hora.
725 kilómetros por hora.
900 kilómetros por hora.
1.100 kilómetros por hora.
El vehículo vibraba tanto que parecía que se iba a despedazar. Joseph sabía que era lo normal según se acercaba a la barrera del sonido. La vibración siguió aumentando hasta que…
¡Un fuerte trueno saludó el cruce de la barrera del sonido! ¡Mach 1!
Joseph respiró unos instantes. Un rápido vistazo al indicador del combustible confirmó su decisión.
Siguió acelerando.
Ahora el vehículo era más manejable. Y seguía aumentado su velocidad.
Mach 1.1
Mach 1.3
Mach 1.4
Mach 1.6
No llegó a Mach 1.7.
El motor se detuvo bruscamente, aunque el vehículo seguía su loca carrera. El indicador de combustible marcaba tanque vacío.
Joseph dejó que la fricción fuera reduciendo la velocidad del coche hasta estar por debajo de la barrera del sonido. Entonces activó los primeros paracaídas de freno.
La velocidad se redujo a unos meros 500 kilómetros por hora. Soltó los paracaídas primarios y abrió los secundarios, mucho mayores.
Finalmente, el Star Ray se detuvo en medio del lecho del lago seco.
Joseph acababa de batir el record de velocidad en tierra. Una hazaña digna de un héroe.
Tras una última comprobación a los controles, Joseph abrió la carlinga, soltó su arnés y salió triunfante al exterior. Sabía que debía esperar un buen rato a que llegaran los jueces, y los periodistas. Nadie tenía un coche tan rápido como el suyo en todo el planeta. Era el más rápido que jamás había existido.
Sin embargo, se había olvidado de los helicópteros. Mucho antes de lo que esperaba, estaban allí los jueces para validar su record, y los periodistas…
Disfrutó de su gloria, dejando que lo fotografiaran desde todos los ángulos, firmando decenas de autógrafos, hablando para uno y otro medio.
De pronto, se acordó.
Consultó el reloj, ¡se le iba a hacer tarde!
Murmurando una disculpa, subió a su coche. No el Star Ray, sino un deportivo italiano muy lujoso que le habían traído desde la base.
Sin más palabras, salió disparado.
—¡Qué hombre éste! —dijo un periodista con admiración —.Siempre corriendo.

En la casa de Joseph, su mujer le esperaba con cara de malas pulgas.
—¡Otra vez te has retrasado, Joe! ¿Cómo quieres que te lo diga?
—¡Perdón, querida!
—¡Venga, que tengo que irme! En el horno tienes las patatas, no te olvides de sacarlas en cuanto suene el aviso, que al niño no le gustan frías. Luego lavas la loza, y no olvides cambiarle los pañales al niño, que siempre que come hace lo suyo.
—¡Sí querida!
—Y tampoco te olvides del perro, que está medio flaco de tantas veces que lo dejas sin comer.
—¡Lo haré, querida!
—Llegaré tarde porque voy a jugar con las chicas, o puede incluso que me quede a dormir, así que no me esperes.
—No te preocupes, cielito.
—Cuando te acuestes no te olvides de poner las alarmas, y apagar las luces.
—Lo haré, cariño.
—¡Ah! Y mucho cuidado con aprovechar que estás solo para hacer llamadas “de esas”, que a fin de mes pienso controlar la factura. Y como haya una sola llamada indebida, ¡te la ganas! Lo mismo digo de Internet, que he dejado desconectada.
—Tranquila, mi cielo.
—Ya que estamos, podrías aprovechar para ver lo que le pasa a la plancha, que no calienta como es debido. Y, de paso, puedes planchar la ropa que hace varios días que no lo haces. Y si vez que falta algún botón, lo pones que bien que sabes.
—¡Eso haré, querida!
—Bien, pues te dejo. Mucho cuidado con lo que haces, que como hagas algo indebido, ¡ya lo verás!
—Puedes irte tranquila, mi cielito.
La mujer cerró la puerta, dándole en las narices a Joseph. Sus zapatos de tacón sonaron sobre las piedras del sendero que llevaba al garaje. Ella se subió al deportivo italiano, arrancó y, sin más, pisó el acelerador.
El chirrido de los neumáticos al doblar la calle se pudo oír en la casa aunque estaba la puerta cerrada.

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