21 enero 2011

TRABAJO

La calle era de pavimento sintético, bastante poroso, pero no se podía apreciar bajo la capa de detritus. Entre uno y dos centímetros de restos compactados y polvo se habían convertido en tierra con el paso de los años. En esa tierra crecían plantas, a duras penas y también morían; sus restos se incorporaban finalmente a la capa sobre el pavimento.
Los restos procedían de la basura que la gente había arrojado al suelo, incluyendo incluso excrementos. También de las paredes de edificios antiguos, de la pintura de los coches abandonados. Y de la basura plástica que no se había degradado por completo.
Asimismo abundaban los restos metálicos, procedentes de la misma basura y de los coches oxidados.
El resultado era así una capa más o menos uniforme, en parte cubierta por hierbas y musgo. Hacia el centro de la calle, la hierba y el musgo desaparecían dejando un sendero, allí por donde la gente solía circular.
Por aquel sendero caminaba cautelosa una chica solitaria. Era de noche cerrada, reinaba la oscuridad y ella se alumbraba con un diminuto farol en el que había invertido la mitad de sus ahorros. La otra mitad la había gastado en una navaja que aferraba con su mano derecha, llevando el farol en la izquierda.
Aquí y allá se apreciaban grupos de personas durmiendo, y Limanova hacía lo posible por no perturbar su sueño. Pero debía caminar entre ellos sin tropezar con nadie, lo que era difícil.
Un hombre se levantó de repente e intentó agarrarla. Rápida como el rayo, la chica colocó la navaja en el cuello del hombre.
—Haría mejor en seguir haciéndote el dormido, cabrón —le dijo entre susurros.
El otro comprendió que llevaba las de perder. Aunque si armaba escándalo la chica podía salir perdiendo, él recibiría un corte fatal, así que no compensaba. La soltó y dejó que se marchara en silencio.
Cuando ella ya se alejaba, él optó por gritar.
—¡Eh! ¿A dónde vas tú, cacho puta?
Limanova se escondió detrás de los restos de un coche. Estaba vacío, así que podía esconderse sin peligro. Apagó el farol.
Los compañeros de aquel hombre se fueron despertando, alertados por los gritos.
—¿Qué coño pasa?
—¿Por qué nos despiertas, Kiyodrenco?
—Allí hay una chica sola. Le podíamos dar un buen viaje, ¿no creen?
—¡Yo no veo nada! ¡Estás soñando, capullo!
—¡Anda, Kiyodrenco, vuelve a dormirte, que eso era un sueño!
—Si te acuestas, tal vez puedas encontrarla de nuevo.
—Pero si yo…
—¡Que te acuestes ya!
—¡Vale, jefe! Ya me acuesto.
Desde su escondite, Limanova oyó la discusión, sonriendo para sí.
Cuando estuvo segura de que todos estaban de nuevo durmiendo, encendió el farol y prosiguió su camino.
Al acercarse al Cercado, ya fueron menos frecuentes los grupos de gente. Limanova pudo así caminar más tranquila. Pero al mismo tiempo, la soledad era mayor y eso generaba intranquilidad.
Para ser sinceros, Limanova temía acercarse al Cercado, pero no le quedaba otro remedio si quería encontrar una ocupación. Fuera del Cercado no existía casi un solo trabajo decente. Y ni siquiera “indecente”, pues hasta las prostitutas se las veían y deseaban para encontrar un cliente que les pudiera pagar, siquiera en especie. ¡Era tal la oferta y había tan poco dinero que muchas aceptaban lo más denigrante por una simple comida! Limanova era joven y guapa, pero tenía la esperanza de no verse en esa situación.
Otra opción para una chica como ella podría ser convertirse en la mantenida de un capo de los sicarios. Ellos sí tenían recursos y solían tener una o dos chicas a su cargo para que les calentaran la cama. En realidad venía a ser casi lo mismo que una prostituta, salvo porque no se tenía que estar en la calle; pero el trabajo venía ser más o menos lo mismo.
Dentro del Cercado había otras opciones, y mejor consideradas. Incluso el puesto más bajo, también de puta, estaría bien pagado y con clientes decentes. Sobre todo limpios.
Pero Limanova aspiraba a otras ocupaciones, que no tuvieran que ver con el sexo.
En realidad no tenía muchas esperanzas. Para una mujer había pocas posibilidades de trabajar que no fueran con su cuerpo. Pocas sí, pero existían, y ella estaba dispuesta a no perder esas posibilidades.
Ya en las proximidades del Cercado, las iluminarias realmente alumbraban la calle. El farol portátil ya no era necesario y Limanova sabía que tendría que dejarlo para cruzar.
Vio cerca un depósito de recogida y en él dejó su preciado farol. Más tarde, ya avanzado el día, alguna otra persona lo recogería, junto con los demás objetos variados que se habían abandonado en aquel sitio. Ella pudo ver varias armas y eso le hizo pensar en dejar también la navaja.
Pero aún no se sentía lo bastante segura como para abandonar aquel recurso. Tarde o temprano debería desprenderse de ella. Sin embargo, aún no era el momento.
Llegó al edificio de contratación y vio la enorme cola. Todavía era muy de madrugada, faltaban varias horas para el amanecer y ya la cantidad de gente era increíble. ¡Limanova no estaba nada segura de que la llegaran a atender!
Pero no se arredró por eso.
Primero se acercó a otro depósito y dejó en él la navaja. Ya no le serviría de mucho.
Luego, anduvo caminando junto a la fila de hombres y mujeres. Cuando ya estaba cerca de la puerta se fijó en un chico joven, muy joven y probablemente inexperto en las cosas mundanas. Se le acercó insinuante.
—¡Hola! —le dijo—. ¿Llevas mucho rato en la cola?
—¡Hola! ¿Qué tal? Sí, me puse aquí antes de oscurecer. Llevo toda la noche sin dormir.
—Tienes suerte, porque a ti seguro que te dejan pasar. A mí no.
—¿Cómo es eso?
—Acabo de llegar y la cola tiene ya más de dos kilómetros. Mira detrás de ti.
El chico miró y comprobó la enorme longitud de la cola.
—¡Caray! ¡Pues sí que es larga! No me había dado cuenta.
—Si me pongo en mi sitio no tendré suerte. ¡Y llevaba meses esperando este momento!
—¿No te habías puesto en cola antes?
—¡Cinco veces! Pero siempre he llegado tarde. Hoy pensé que para una vez que conseguía llegar temprano tendría suerte, pero veo que no.
—¿Quieres que te deje pasar?
—¿De verdad que lo harás? Te ayudaré a mantenerte despierto.
—Pues te lo agradecería mucho. Si me caigo dormido seguro que pierdo el puesto.
—Eso desde luego. Nadie te va a despertar. Y si no es que roban lo que lleves encima.
—Sí, es horrible.
—Dime, ¿y si cuando la gente se ponga en marcha alguien protesta?
—¡Pues que lo haga! Soy yo quien te deja pasar, no tú que te cuelas. Lo haremos rápidamente cuando todos empiecen a caminar. Entretanto, quédate a mi lado y cuéntame cosas. He tenido una noche muy aburrida.
Limanova buscó mil y un temas de conversación para entretener al chico, que resultó llamarse Ernest. Éste por su cuenta se imaginó a la chica en su cama y realizando con ella toda clase de fantasías. Incluso llegó a decírselo y ella se echó a reír, sin prometer nada, pero tampoco decir que no.
Finalmente, la puerta se abrió y una docena de soldados se apostaron a ambos lados de la misma. La fila se puso en camino despacio, pues cada persona que llegaba a entrar era registrada concienzudamente.
Limanova se colocó delante de Ernest, ignorando los gritos provenientes de atrás. Uno incluso llegó a empujar al chico pero éste se limitó a darse la vuelta y mirar desafiante al que estaba detrás.
Limanova había realizado una buena elección, pues Ernest se impuso al que le seguía, un hombre pequeño y bastante apocado. No tuvo necesidad siquiera de amenazarle, le bastó con aquella mirada que imponía.
Cuando al fin ella llegó a la puerta, los soldados la miraron de arriba abajo, desnudándola con la mirada. De hecho, era eso exactamente lo que hacían, pues usaban los escáneres visuales para detectar cualquier objeto oculto entre sus ropas; como efecto secundario, podían verla exactamente igual que si no llevara nada puesto, y sin duda se aprovechaban y disfrutaban con lo que podían apreciar. Limanova fue consciente de las miradas libidinosas pero las ignoró, pues no le quedaba otro remedio.
Ya en el interior del recinto se hallaba un hombre ante un teclado. Le preguntó el nombre, la edad y fecha de nacimiento (si no concordaban, él mismo lo indicaría) y el código de registro.
—Limanova Petroskaya, 21 años, fecha 125/15, código PetLim-014178247.
Aquel empleado ni siquiera se molestó en escribirlo. Su función se limitaba a verificar que los datos quedaban registrados; el teclado sólo se usaba cuando había problemas para reconocer la voz del interesado.
—Conforme —dijo—. Siga hacia la izquierda.
Limanova vio hacia la derecha un pequeño grupo de personas, que probablemente no recordaban su código y estaban esperando su reconocimiento por los métodos físicos de rigor: detección dactilográfica, observación retinal y registro genético.
Hacia la izquierda había un pequeño pasillo que conducía a un escáner corporal completo. Ella sabía que era una versión más sofisticada de la que tenían los soldados, pues daba una imagen de gran tamaño y en tres dimensiones que incluso podía graduarse para detectar en el interior del cuerpo. Podían verse los huesos, cualquier órgano… o cualquier objeto que se llevara en el interior. Como bien sabía, más de un caso de estreñimiento había llevado a una inspección detallada del recto, pues las heces se confundían con objetos. Igualmente, una chica con la menstruación podía tener problemas si se detectaba un tampón insertado en su vagina. Hasta las prótesis dentales podían ser fuente de dificultades.
Ella pasó por el aparato sin que nadie le diera el alto, y eso la tranquilizó. Sabía muy bien que la imagen de su cuerpo desnudo había sido totalmente detallada, aunque no la hubiera podido ver.
Por fin pudo ver su destino: un grupo de despachos con una fila de personas ante cada uno, y una enorme sala con asientos donde cada vez se iban situando más y más hombres y mujeres. Todos ellos estaban pendientes de las pantallas que les iban llamando uno a uno.
Miró hacia atrás y vio como Ernest, el chico que la dejó colarse, se disponía a pasar por el escáner. Lo ignoró y se fijó en los distintos carteles situados sobre los despachos.
Sabía bien las opciones que tenía ante sí.
La primera no le interesaba en lo más mínimo: comando de los sicarios. Para empezar, una mujer tenía pocas posibilidades de ser aceptada. Pero además se trataba de un destino que le haría volver a las masas, Afuera. Los sicarios estaban cerca de la gente, por eso eran un destino muy solicitado. Además, la autoridad que daba ser un sicario era algo muy apreciado por muchos. Eso venía a significar, ni más ni menos, mucha competencia para los puestos, y pocas posibilidades para lograrlo ella.
La segunda posibilidad era la primera realmente accesible como mujer. Pero ella ya había rechazado la prostitución en cualquiera de sus modalidades. Incluso dentro del Cercado, en un salón de lujo.
Luego estaba la opción militar. Podían admitirla como mujer, aunque las soldadas no tenían lo que se dice buena fama. Los soldados (hombres y mujeres) permanecían en los Cercados mientras no fueran movilizados, pero cuando pasaban a serlo debían viajar a lugares lejanos, y vivir en barracones cumpliendo misiones extrañas, que debían seguir ciegamente. Los soldados cumplían una función análoga a la de los sicarios, es decir mantener la opresión de las clases bajas; pero lo hacían en sitios alejados de sus hogares para que no se comprometieran con la población. Si les ordenaban masacrar a un grupo de mujeres y niños, debían hacerlo sin más. Lo único bueno de ser soldado era la formación que recibía: un soldado debía manejar un equipo muy complejo y la preparación de un soldado resultaba carísima. Por eso la mayor parte del tiempo transcurría en el Cercado o haciendo maniobras.
La siguiente opción era adecuada tanto para hombres como para mujeres: sujetos experimentales. La investigación en medicina requería probar técnicas y medicamentos, y eso se hacía mejor sobre gente Afuera, llenas de enfermedades, que en los habitantes del Cercado. Por eso siempre se solicitaban voluntarios para las distintas experiencias. Siempre se suponía que los que participaban en los experimentos eran voluntarios, aunque la mayoría realmente no se fijaba en lo que firmaba (a veces ni sabía lo que firmaba, pues no sabía leer).
Aquella opción era peligrosa, pero Limanova la consideró seriamente. Pero entonces se fijó en la última opción.
Decía simplemente: «colonos». Y la fila de gente estaba formada tanto por hombres como por mujeres.
Decidió ir a preguntar, así que se puso en aquella cola.
Al otro extremo, vio que el chico, Ernest, se había puesto en la cola de los sicarios. Mejor, así no tendría que volver a verlo. Era bastante probable que le pidiera «un favor» por dejarla colarse. Aunque siendo tan inexperto, lo mismo ni se le ocurría, pero ella no podía contar con eso. Si él insistía en cobrarse en especie, ella improvisaría. Sólo accedería si no le quedaba otra alternativa, pues ella no se ofrecía a cualquiera así como así.
La cola avanzó rápido y Limanova se colocó ante la mesa de la especialista.
—Hola, ¿quieres ser colonizadora? —le preguntó la mujer.
—¿De qué va esto?
—En este folleto se te explica todo. Veo que eres joven y decidida y supongo que estás en buen estado de salud.
—Sí, así es. Aunque hace tiempo que no me hacen una analítica y…
—No importa. Si aceptas te la haremos antes de firmar el contrato. Sólo aceptamos a gente con una salud perfecta.
—Vale, ¿y qué más?
—¿Quieres ir a otro mundo?
—¿Morir? ¡No gracias! Estoy muy contenta con mi vida y quiero disfrutarla.
La mujer se echó a reír.
—¡Me refería a salir del planeta! ¡Ir a Marte!
—¡Ah claro, es eso, hacer de colona en Marte! ¡Ahora lo entiendo! No se mucho de cómo es la vida allá, pero podría interesarme.
—Perfecto. Bien, toma el folleto para que lo leas mientras te llamamos. Tu nombre es Limanova, ¿no?
—Sí.
—Bien, Limanova, siéntate por favor.
La joven se apartó y buscó una silla libre. Eligió una entre dos ocupadas por desconocidos para que Ernest no se pudiera sentar a su lado.
Pero el chico simplemente la había olvidado. Limanova vio como se sentaba muy lejos de donde ella estaba. Por el momento podía dejarlo al margen.
Transcurrió bastante tiempo, pero finalmente la pantalla indicó «LIMANOVA PETROSKAYA, sala D, puesto 45A».
Limanova buscó los indicadores de la sala D y se dirigió hacia ella. Luego localizó el puesto 45A, donde la esperaba un hombre mayor de aspecto serio y aburrido. Nada más sentarse e identificarse, él la acribilló a preguntas.
Era un cuestionario que incluía muchos temas: datos personales, educación y formación, experiencia laboral, situación sentimental, ideas filosóficas, religiosas y políticas, fantasías y deseos, aspiraciones, gustos y preferencias, enfermedades, accidentes y operaciones, afinidades sociales…
Cuando terminó, Limanova estaba tan cansada que ya ni recordaba la mayoría de las preguntas. Había una que sí recordaba porque la había dejado desconcertada.
«Se encuentra usted totalmente desnuda en el centro de una habitación enorme y vacía. La temperatura es de 23º y las paredes son blancas pero en ellas hay colgados cuadros de todo tipo. En uno de los más cercanos se aprecia la figura de un niño pequeño, en otro hay un perro, al lado un hombre maduro y en un cuarto cuadro aparece una casa antigua. De repente todos los cuadros empiezan a arder y usted sólo puede apagar uno de ellos pulsando el botón antiincendios situado en la parte inferior. Insisto en que sólo puede salvar uno, pues los demás arderán de inmediato. Todos los cuadros son igualmente valiosos y su pérdida será irreparable ¿Cuál de ellos decidirá salvar?»
Recordaba haber respondido que el del niño pequeño, pero no entendía qué tenía que ver aquella situación, obviamente fantástica y casi imposible, con la colonización de Marte.
Al salir de la sala D, le dieron una tarjeta personal. Con ella pudo acceder al sistema de servicios del Cercado.
Pues ahora Limanova se encontraba ya dentro del Cercado. Era parte de la Sociedad Libre.
Salió por una puerta distinta de la que entró. Había una estación con diversos vehículos unipersonales. Eligió uno e introdujo la tarjeta en la ranura para ello.
Una voz automática le dijo:
—Bienvenida, Limanova. Te llevaré a tu hábitat.
Y sin más, el vehículo automático se puso en marcha. Ella no tenía ni idea de cómo controlarlo, aparte de que tampoco sabía a donde debía ir.
Pero no hacía falta. El pequeño automóvil se movió entre las vías con toda seguridad hasta entrar en un edificio. Siguió por el pasillo y se detuvo ante una puerta.
—Aquí es —dijo, y la puerta del vehículo se abrió.
Limanova salió y se plantó ante la puerta del habitáculo. Ya había comprendido que los sistemas automáticos estaban puestos al día, así que no se extrañó cuando al introducir su tarjeta en la ranura de la puerta, ésta se abrió y le dio paso a su nueva vivienda.
Una enorme pantalla le dio la bienvenida, y a continuación le hizo una serie de sugerencias: lavarse, comer, salir a adquirir ropa, luego asistir a un espectáculo, finalmente un paseo por el parque para hacer ejercicio. También le informó que por la mañana, antes de comer, vendría el equipo del laboratorio para hacerle las primeras pruebas, incluyendo la toma de muestras. Y que hasta obtener los resultados, ella era libre de hacer lo que quisiera como cualquier otro habitante del Cercado. Lo que no podía hacer era salir, salvo que deseara renunciar a su nuevo estatus.
Disfrutó de su nueva vida durante 10 días. En ese tiempo, aparte de sufrir toda clase de análisis y pruebas clínicas, recibió una formación muy completa.
No había caído en la cuenta de que un colono tenía que ser una persona muy preparada, pero comprobar ese detalle la llenó de satisfacción. Si en algún momento se había planteado seguir o no el destino de colona, desde el momento en que supo lo de la formación ya no le quedó ninguna duda.
Los diez días eran sólo preparatorios. La mayor parte de la formación tendría lugar en la nave, mientras viajaban hacia el planeta rojo.
Transcurridos los 10 días, Limanova salió del Cercado. Pero lo hizo en un avión acorazado, con todos los demás colonos de aquel Cercado.
Viajaron hacia el puerto espacial. Y allí continuó la preparación física y la formación.
35 días más tarde, Limanova embarcaba en una nave espacial, con rumbo a Marte.

2 comentarios:

Mary Hernandez dijo...

Beginning the adventure!

Baldo Mero dijo...

En realidad no, Mary. Pienso centrarme en lo que sucede en la Tierra superpoblada y hambrienta. Lo de las colonias espaciales sería más bien de pasada.
Creo que ya he dicho que estoy en la fase inicial de una novela sobre el descubrimiento de un exoplaneta habitado por seres inteligentes... y como estos mismos ET's ven a nuestro planeta como un exoplaneta.
Es una idea de Santiago Eugenio, el músico