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Ataytana había conservado dos de sus sirvientes, Ubay y Cataysa, y como confiaba en ellos más de una vez envió al joven hasta Güimar, para traerle noticias de sus padres. Ubay se sentía orgulloso por su papel como mensajero. Se había integrado bien entre los achicaxna de Abona y esperaba el próximo Beñesmén, en el que sería declarado hombre.
Traía nuevas de Güimar. Los padres de Ataytana se habían rehecho tras el disgusto causado, y aparte de eso estaban bien.
El guadameñe, Benitomo, había tenido una fuerte discusión con Antón, el extranjero, y el propio mencey se vio obligado a intervenir. Por lo visto, Antón quería que los guimareños adoraran a una cruz que había confeccionado con dos tablones, diciendo que era la representación del dios hijo de Candelaria, o Chaxiraxi, es decir Achamán. Él lo llamaba Jesús.
Benitomo había aceptado que la figura de madera traída por el extranjero era Chaxiraxi, la diosa madre. A fin de cuentas, era una imagen bonita y aceptable. Pero eso de adorar a una cruz diciendo que era Achamán, ¡era demasiado! No podía permitirlo.
Y la intervención de Adacaimo dejó las cosas en su sitio. Antón había pretendido ir demasiado lejos. A fin de cuentas no era guanche, aunque hubiera sido aceptado por los guanches de Güimar. Y no tenía derecho a ir imponiendo sus costumbres. Si él quería adorar a una cruz, podía hacerlo. Pero que no pretendiera que los demás también lo hicieran; debía conformarse con que la gente fuera a la cueva donde tenía la imagen de Chaxiraxi (o María Candelaria, como él insistía en llamarla) y pusiera velas y lámparas con grasa. Pero eso sería todo.
En cuanto a Araday, como achiciquitza descubrió nuevas obligaciones.
Llegaron noticias de la playa: cerca de Guaza unos extranjeros habían venido en un barco y montado un campamento. Con ellos habían nativos de Gomera, y uno de ellos fue capturado en el curso de una incursión. Araday lo interrogó, y el gomero le supo decir que se pensaba construir una casa de piedra, a nombre del Señor Guzmán Ponte.
No atacaron de inmediato porque primero había que planificarlo. Los dos sigoñés de Peliguaro trazaron una estrategia que evitaba la lucha en el llano. Allí los extranjeros tenían ventaja, con sus armas y sus caballos. La idea sería atraerlos al barranco, donde los guanches les harían caer una lluvia de piedras.
Araday se ofreció a comandar el grupo que haría de cebo. Al frente de diez achicaxna, atacaron las tiendas de los extranjeros, que ardieron de inmediato.
Varios hombres salieron, montados a caballo y dispararon sus arcabuces. Uno de los guanches cayó al suelo, pero los demás siguieron corriendo. Los disparos eran como truenos que retumbaban en los valles vecinos.
Araday sintió un dolor en el brazo izquierdo, pero no le dio mayor importancia. Tenía que llegar al barranco, y aquellos caballos eran muy rápidos. Sólo la gran cantidad de vegetación existente les permitía mantener la ventaja.
Finalmente, lograron llegar al interior del barranco. Se refugiaron entre unas cañas.
Araday pudo verse el brazo y lo que observó le llenó de horror: tenía un hueco por el que podía ver el hueso. La sangre le corría, goteando con fuerza hacia el suelo. Se desmayó de inmediato.
No pudo ver, así, como sus compañeros rechazaban a los extranjeros a base de certeras pedradas desde la ladera del barranco. Más de la mitad de los guerreros quedó tendida en el suelo. Y sólo tres guanches fueron alcanzados por las balas, uno de ellos muriendo de inmediato.
Cuando despertó, estaba en unas cuevas desconocidas. El guadameñe le había cortado el brazo a la altura del codo y le ponía unas hierbas curativas (con sangre de drago entre otras medicinas) en la carne cosida. No sentía dolor, pero era porque le habían hecho ingerir una fuerte droga, mientras dormía.
Esa noche, Araday tuvo un extraño sueño.
Se hallaba en el camino de Adexe al Echeyde, el mismo que había seguido año tras año, pero esta vez salía fuego de la tierra. Con el fuego salió un monstruo negro, con enormes plumas blancas. Recordaba, en cierta manera, a los barcos de los extranjeros, pero éste parecía una persona. Tenía piernas y brazos, y una cabeza con una enorme boca parecida a la de un perro. Araday pensó en las tibicenas, pero éste era su padre, el mismísimo Guayota. Al ver al pastor guanche, que portaba su añepa de noble, le dijo:
—Acabas de vencer a uno de los extranjeros, ese llamado Ponte, pero vendrán otros extranjeros por Anaga. Y a esos no podrás vencerlos. Aunque ahora Achamán me ha ordenado que vuelva a mi lugar bajo el Echeyde, yo te doy aviso, Araday. Mi venganza será a través de esos hombres, que les impondrán otras costumbres. Tendrán que olvidar que fueron guanches si quieren sobrevivir. ¡Ja, ja, ja, ja!
Y sin más, Guayota desapareció. Cesó el humo y el fuego y sólo quedaba una pequeña montaña de picón negro.
Araday despertó. Contó al guadameñe lo que había soñado y éste se quedó pensativo. Muy preocupado. Pero no dijo nada.
Subieron a las cuevas de Chasna, tan pronto como Araday pudo caminar.
Esa misma tarde, un pastor que había subido a la cumbre vino con la noticia de que ya no salía fuego en el camino de Tauce a Adexe.
Guayota ya había sido vencido. Pero antes había transmitido su terrorífico mensaje a través de Araday.
Él ya sabía que desde hacía años varios extranjeros habían intentado conquistar la isla. Alguno sólo se había llevado esclavos, pero otros habían llegado con intención de quedarse, como el llamado Guzmán Ponte. Se decía que otras islas ya habían sido conquistadas, como la cercana Gomera o Tamarán.
Era sólo cuestión de tiempo que llegara una expedición a la que no pudieran hacer frente.
Y él ya no podía hacer nada. Con un solo brazo, no podía luchar por su esposa.
Lunas más tarde, Ataytana parió una preciosa niña, a la que pusieron el nombre de Atagora.
Araday se sentía contento. Pero pensando en aquel sueño, veía un futuro muy oscuro.
Para él, para los suyos, para todos los guanches.
EPÍLOGO
Años más tarde, en la recién fundada población de Granadilla se asentó un rico terrateniente castellano. El jefe de sus sirvientes era un hombre libre llamado Francisco Ponte, al que le faltaba un brazo y que por eso no había sido considerado guanche enemigo (a esos se les hacía esclavos). El tal Francisco tenía una esposa, bautizada Carmen, de la que se decía que era pariente del antiguo rey de Güimar. También tenía tres hijos: dos hembras y un varón.
Francisco había nacido con el nombre de Araday, pero ya no lo usaba: estaba prohibido mencionar los nombres anteriores al bautismo. El apellido lo había elegido él mismo.
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