-3-
Decidirse a emigrar no fue una decisión sencilla. Lo primero que hizo Tahinoaya fue lo más evidente: entrevistarse con Hilda; debía saber cómo eran las cosas en su planeta y, si podía, porqué ella se había marchado.
Hilda no la recibió como paciente, sino como amiga. Le contó detalles muy sabrosos de la vida en Bistularde, un mundo casi tan desarrollado como la Tierra. Y en el que también quedaban reductos naturales sobre la superficie, justo lo que Tahinoaya quería.
La terapeuta le contó como se había enamorado de un joven terrestre y cuando éste quiso volver a su planeta (no se adaptaba a las costumbres bistulardianas), ella lo siguió.
—Fue mi mayor error —reconoció—. Al llegar aquí era yo la inadaptada. Y él me dejó a los pocos meses. Lo pasé fatal.
—¿Por qué no regresaste?
—Creo que no has captado el principal problema de los viajes espaciales. Tardé casi doscientos años en el viaje. Toda la gente que yo había conocido en mi mundo estaba muerta. Si regresaba serían otros doscientos años y eso suma cuatro siglos de diferencia en total. ¿No te parece que en ese tiempo es muy difícil que todo siga igual? Ya nunca podré volver a mi pueblo.
—¿Y por eso te quedaste?
—Finalmente logré adaptarme. En el Cinturón hay tanta gente y tanto espacio que es fácil que cualquiera pueda hallar su sitio. ¿Por qué no lo intentas tú también?
—Dime donde hay naturaleza libre y relativamente pura. Donde pueda vivir sin artificios.
—¡Eso sí que es difícil!
—Pero has dicho que en tu mundo sí que hay lugares así.
—De hecho hay más que en la Tierra. Aquí quedan pocos lugares intactos, aunque hay muchos que se han recuperado en estos siglos, cuando la gente ha abandonado la superficie para subir aquí, al Cinturón. Pero en Bistularde la mayor parte se conserva casi como antes de la llegada de los terrestres.
—Otra cosa que me agrada es que no desentonaré con mi estatura.
—Y tienes toda la razón. Pero hay un problema muy grave. Ya no hay emigración a Bistularde.
—¿Cómo es eso?
—Desde que se independizó, las relaciones entre el Imperio Terrestre y la Liga de Ciudades de Bistularde no son muy fluidas. Y la corriente emigratoria ha sufrido mucho con eso.
—¿No me dejarán emigrar? ¿Tendré que quedarme aquí? —Tahinoaya estaba alarmada.
—Te dirán que elijas otro destino. Atlantis o Nuevo Perú, por ejemplo.
—No me gustan. Son mundos nuevos, sin vida propia. En Atlantis apenas tienen un 5% de oxígeno y hay que usar mascarillas y se sigue viviendo en cúpulas. En Nuevo Perú el aire ya tiene un 15% de oxígeno, pero falta agua y cada pocos meses hay un impacto de cometa; la gente tiene que refugiarse hasta que pasen los efectos. Y en los dos casos, son mundos muy tecnificados, sin vida natural. No es lo que quiero.
—¡Hum! Ya veo que has estudiado bien el asunto. Y tienes razón. Además, creo que todos los destinos disponibles son por el estilo.
—No es que lo «creas», es que es así. Revisé toda la lista. Sólo en Bistularde hay naturaleza más o menos virgen. Dime, Hilda, ¿tú no conoces a alguien? Podrías ponerte en contacto por ansible…
—¿Pero es que no me has oído? ¡La gente que conocí murió hace más de cien años!
—¿No has contactado por ansible?
—Sale caro, la verdad.
—Tengo recursos. Te puedo pagar los gastos.
—Sí, ya sé que tus clases de Vida en la Naturaleza han tenido mucha aceptación. ¡De acuerdo! Puedo llamar a los nietos de mis amigos a ver si consigo ayudarte. Al menos puedo intentarlo, ya que no parece importarte el gasto…
—¡Te lo agradeceré mucho!
Tahinoaya tenía un ídolo de tela que había bendecido el brujo Emerando con agua bendita. Era una imagen, toscamente realizada, de María Lionza. Ella le pidió a María Lionza que le ayudara, tal y como había hecho muchas veces en su vida. Y, según le parecía, María Lionza le había ayudado.
Tal vez porque la diosa india le ayudó, o quizás fuera por otros motivos. Lo cierto es que las gestiones de Hilda dieron su fruto y Tahinoaya fue admitida en la nave Sol de Panamá, rumbo a Bistularde.
Ya en la nave, le dieron la opción de quedarse unos días como turista a bordo, antes de pasar a hibernación. Mucha gente lo hacía para disfrutar de las vistas espaciales, tanto de la Tierra como de otros planetas. También para relacionarse con los demás pasajeros. Pero Tahinoaya prefirió no perder el tiempo en esas relaciones y pidió la congelación inmediata.
De la misma forma, a su llegada de Bistularde no quiso ser descongelada con mucha antelación. Cuando Tahinoaya despertó, el robot asistente le informó que faltaba un día para atracar en el Cinturón Ecuatorial de Bistularde. Había un camarote en el que podría dormir su única noche en la nave y si lo deseaba, ya era visible el Cinturón desde el mirador nº 2. Pero primero debía comer algo…
Apenas dedicó tiempo a recuperar fuerzas y a contemplar el panorama. Se encerró en su camarote y se puso a revisar la información disponible sobre el planeta. No en vano la que ella tenía estaba dos siglos atrasada.
-4-
El Cinturón de Bistularde era como el de la Tierra, pero en pequeño. No tenía 50 mil millones de habitantes, apenas un par de miles de millones.
Pero Tahinoaya no perdió el tiempo en él. Tan sólo lo justo para decidir su destino en el planeta.
Aunque había un río llamado Amazonas, tenía poco que ver con el que ella conocía. Así que eligió un lugar en el continente Beta, bastante cerca de las ruinas de Nueva Barranquilla.
Los nativos siluegros habían resistido con fuerza a la colonización, matando a unos cuantos colonos. Finalmente lo habían aceptado para no sufrir el mismo destino de los jilokanos, masacrados en una guerra bacteriológica, y también porque lograron mantener su forma de vida tradicional dentro de la colonia.
Todo lo que pudo averiguar Tahinoaya de los siluegros le resultó bastante similar a lo que hacía ella en San Carlos. No debería ser difícil adaptarse a vivir con ellos.
Pero, ¿la aceptarían?
Como casi todos los nativos bistulardianos, los siluegros mantenían contacto con las autoridades de la Liga. Una pequeña población moderna, Leroma, tenía toda la representación oficial. Allí estaban el comunicador y el ansible; también el aeropuerto y la terminal del Tren Transverso, que recorría todo el continente de este a oeste.
Tahinoaya contactó con un nativo residente en Leroma. Su nombre era Klom. Algo en su imagen (tal y como lo vio en el comunicador) y en su voz despertaron su interés.
Klom realizó las gestiones, después de revisar los antecedentes de la terrestre. Ella no mencionó el cambio de sexo, sólo sus experiencias en San Carlos y más tarde el éxito de sus clases.
Klom le informó, tres días más tarde, que había hablado con varios jefes y estaban de acuerdo en aceptarla, aunque de forma provisional. Ella debería demostrar que estaba dispuesta a convertirse en una siluegra completa, aprendiendo lo que no supiera.
Tahinoaya aceptó y se desplazó hasta Leroma.
Antes de integrarse de lleno entre los siluegros, la terrestre debía conocer a fondo las costumbres nativas. A ello dedicó un año entero en Leroma. Y Klom fue su maestro.
Al intimar con él, Tahinoaya pudo llegar a conocer qué era lo que le había llamado la atención desde un principio.
Klom era un transexual, como ella.
Le costó averiguarlo pero comenzó por analizar unas cuantas pistas. Para empezar, Klom no se comportaba como un hombre típico, más bien tenía una actitud algo forzada, poco natural. Al principio, ella supuso que sería parte de la idiosincrasia local. Pero tras tratar unos cuantos hombres de Bistularde, nativos, mestizos o de origen terrestre, observó que los hombres del planeta eran casi iguales a los terrestres. Klom no era así.
Luego estaba la cuestión de la forma corporal. Klom era bistulardiano, pero su estatura era más bien baja, sólo 1,82 metros. Alto para un terrestre, pero bajo para un hombre de Bistularde. Y el cuerpo tenía algunos rasgos femeninos, como unas caderas algo exageradas.
Tras un mes de vivir sola, aceptó compartir vivienda con él. Y también la cama, pese a que él no la había perseguido; o tal vez precisamente por eso, ella fue quien se lo pidió.
Pudo así verlo desnudo más de una vez. Y observó más rasgos femeninos; por ejemplo, aunque no tenía nada de pecho sus pezones eran demasiado grandes para ser de un hombre. Los labios eran carnosos y tenía demasiada grasa en los brazos y las piernas. Incluso sus genitales tenían un «no sabía qué» ¡tal vez porque eran demasiado perfectos!
Decidió contarle que ella había nacido como hombre. Y él le confesó que había nacido como mujer. Tras una dura adolescencia había cambiado de sexo.
¡Curiosa mezcla! Una mujer que había sido un hombre al nacer y un hombre que nació como mujer.
Podrían haberse quedado así. Pero entre los siluegros se daban dos formas de la variada geometría sexual de Bistularde. Tan frecuentes eran las parejas como los tríos.
Tahinoaya conoció a Olaria, una siluegra preciosa. A Klom también le gustó. Y Olaria encontraba muy agradables a los dos, así que conformaron un trío.
Para entonces, Tahinoaya creía estar preparada para irse a vivir a un poblado siluegro. Buscaron uno bastante alejado, donde no recordaran la infancia de Klom.
Cerca del río Goloso, viviendo en una cabaña no muy diferente de la que habitaba en San Carlos, Tahinoaya se dedicó a recolectar plantas, a pescar peces con red, a cocinar tortas de holema (parecido al casabe) y a fabricar hamacas de fibra. Olaria le ayudaba y Klom salía a cazar. Cuando el hombre no conseguía su alimento (algo más frecuente de lo que él deseaba), recurrían a la cocina automática. También tenían un pequeño comunicador con el que se mantenían informados de lo que sucedía en Bistularde y, a veces, en otros mundos.
Era una vida integrada en la Naturaleza. Tahinoaya era feliz, pues sus dos compañeros la amaban y ella amaba a los dos.
Sólo quedaba un pequeño resquicio para la infelicidad. No tenían niños.
Fue Tahinoaya quien planteó el problema. A Olaria el asunto le resultaba indiferente. Sabía bien que Klom no podía dejarla embarazada pues no producía espermatozoides: los cirujanos le habían construido un pene, pero no fueron capaces de simular el semen. Klom podía sentir orgasmos porque disponía de nanoimplantes que estimulaban las áreas del placer sexual, pero no eyaculaba pues carecía de los órganos correspondientes. Y Tahinoaya tenía incapacidad para procrear, por motivos muy parecidos.
La primera sugerencia fue de Olaria: ella podía gestar un clon de cualquiera de los tres y criarlo como un hijo. Era una opción bien aceptada en Bistularde, sobre todo en un caso como el de ellos.
Pero fue hablando del tema como salió a relucir que Tahinoaya también podía vivir un embarazo gracias a su útero artificial. Y por cierto que la manipulación era inevitable, incluso aunque Tahinoaya fuera una mujer normal y Klom un hombre también normal: los cromosomas de ambos eran incompatibles.
Así que decidieron viajar hasta Nueva Lima para someterse a tres intervenciones. Tahinoaya meditó en la ironía del destino: en Lima se había decidido su futuro como mujer, en Nueva Lima se completaría.
El plan era que Olaria gestaría un clon de su propio cuerpo. A Klom se le extraería una célula para convertirla en un gameto con la dotación cromosómica terrestre. A Tahinoaya se le extraería otra célula, que sería sometida a un tratamiento similar pero conservando sus cromosomas intactos. Finalmente, estas dos células serían combinadas para formar un cigoto que sería implantado en el útero de Tahinoaya. Ya que Klom tenía cromosomas sexuales XX y Tahinoaya XY, la mezcla se haría al azar, sin elegir sexo.
El resultado fue que las dos mujeres quedaron preñadas a la vez. El trío se quedó en Nueva Lima hasta la culminación de los embarazos. Por suerte, nadie llegó a saber que un hombre (Tahinoaya) había quedado preñado, pues de saberlo la noticia habría llegado a todos los mundos humanos. Pero quienes participaron en las intervenciones supieron respetar la intimidad de los tres. Eso sí, una vez que volvieran a la vida normal, entre los siluegros, se haría pública al noticia sin mencionar a los afectados.
Tahinoaya padeció todos los trastornos del embarazo, incluyendo el parto.
Regresaron los tres a Beta, ella con un niño al que amamantaba y Olaria con una niña que era idéntica a su madre.
Y Tahinoaya sintió que era ¡al fin! una mujer en todos los sentidos.
(enlace a la primera parte)
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