20 marzo 2018

Fuera del Paraíso

«… Yos creó a los homínidos, les llamó Adaw y Ewah y les llevó al Paraíso. Adaw y Ewah tenían pelo en todo el cuerpo. Y en el Paraíso había frutas en abundancia y otros tipos de comida, así que los homínidos no debían esforzarse para conseguir alimento.
Pero Adaw y Ewah no podían comer carne. Yos les dijo: “Si comen carne, enfermarán”. Y la Curiosidad les dijo: “No hagan caso a Yos. Si comen carne, serán como Yos”.
Adaw cazó un pequeño animal y se lo llevó a Ewah. Y así los dos probaron la carne. Y vieron que era buena y que les daba alimento.
Yos notó que faltaba un animal en el Paraíso. Preguntó a Adaw y Ewah y ellos reconocieron lo sucedido. Yos montó en cólera y les expulsó del Paraíso. Dijo:
—Perderán el pelo y tendrán que usar ropas para cubrir la desnudez. Tendrán que vivir en la sabana y ya no podrán volver a la selva, el Paraíso».
Y así fue cómo Yos canceló el experimento de los homínidos. Era un experimento fallido, pues no había conseguido inculcarles la debida obediencia. Ahora, ya fuera del Paraíso, sin duda la especie desaparecería en unas cuantas generaciones...

Adaw y Ewah caminaban por la sabana, dejando huellas de sus pies en la ceniza gris. Otra vez las montañas de fuego habían soltado ese desagradable polvo gris que lo cubría todo. Una lluvia, pero no de agua. Una lluvia mortal.
Y es que con el polvo todo moría. Eso les obligaba a caminar una enorme extensión. Debían encontrar un sitio donde vivir.
Ewah echaba agua por los ojos. Adaw también, pero lo de Ewah era mucho más abundante.
—Adaw, ¿por qué no estamos con los primos en el bosque? —preguntó, entre sollozos.
—Porque ellos no nos quieren. Ya lo viste, Llut y Fers casi nos matan. Nos echaron.
—Pero, ¿por qué?
—Porque no tenemos pelo. Eso dijeron.
—Me gustaría que estuviera aquí alguna prima. Marh, o Lur, por ejemplo.
—¿Esas dos? Se asarían con este calor. Si algo bueno tiene nuestra falta de pelo es que soportamos el calor mejor que los primos.
—Estamos soltando mucha agua por la piel. Dicen que eso refresca.
—No hables de agua. Tengo una sed terrible.
—¡Mira, unos arbolillos!
Los árboles estaban cubiertos de ceniza gris, como lo demás, pero aún retenían unas jugosas bayas. Una rareza en medio de la sabana.
Devoraron las bayas, a pesar de su sabor agrio por la ceniza. Pero estaban frescas y calmaron la sed y el hambre.
Aprovecharon la sombra para descansar un poco. Podían caminar largo rato, pero aquel descanso se agradecía, sin duda.
Adaw notó un bulto en el suelo y escarbó en la ceniza suelta. ¡Era un animal! Muerto, con sus buenos trozos de carne, pues aún no lo habían encontrado los buitres ni los ratones, oculto como estaba bajo la ceniza.
Compartió la pieza con su compañera, como habían hecho desde que formaron pareja.
Vino la oscuridad de la noche, y los dos homínidos decidieron que aquel era un buen sitio para dormir. Adaw aferró el palo que usaba como arma, y Ewah hizo lo propio con una rama que arrancó del árbol, tras quitarle con una piedra algo de corteza y ramitas molestas.
No durmieron toda la noche. Cuando ya la luz nocturna iluminaba el cielo, oyeron las pisadas de un leopardo, y vieron sus ojos brillantes. Los dos se pusieron en guardia.
El leopardo comprendió así que aquellas presas lo habían descubierto y rugió su frustración.
La noche se llenó de los gritos de los dos homínidos, que golpearon al felino con piedras, lanzadas con buena puntería, y golpes con los palos cuando intentó acercarse. Una de las piedras dio con fuerza en la cabeza del animal, y éste al fin comprendió que aquellos seres no eran adecuados para comer. Los dejó tranquilos, y se fue a lamerse las heridas.
La pareja volvió a su duermevela. No fueron molestados más durante el resto de la noche.
Por la mañana, siguieron su camino hacia donde se ponía el sol, como siempre. Lejos del bosque, allí donde moraban los primos peludos.
Adaw y Ewah encontraron unos árboles en la orilla de un río. En aquel lugar no había llegado la ceniza gris. Había vida, comida para los dos y un refugio donde Ewah parió su cría, con bastante dificultad.
Adaw siguió ayudándola a criar a la pequeña. Buscaba comida para las dos y las defendía de las fieras. Pronto, Ewah volvió a estar receptiva al sexo.
Y Adaw estaba contento de estar allí.
Lejos del Paraíso, pero contento.

Con el paso de los años, aquel grupo de homínidos sin pelo creció y creció y creció. Dominó toda la sabana, todo el continente, todo el planeta.
Muchos años después, un descendiente de Adaw y Ewah puso el pie en otro mundo, el mismo que alumbró aquella noche en la que el leopardo les atacó y fue rechazado.

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