01 diciembre 2011

ZEMOZ, EL BARBARIANO (2ª parte)

(Viene de la primera parte)
Por aquellos tiempos, el jovencito Zemoz tan sólo aspiraba a cuidar sus ovejas y cabras en compañía de su amor, Artadek Arneh. Estaba coladito por ella, vivía pensando en ella desde la mañana a la noche. Y eso que sólo lograba verla de vez en cuando, al entrar y salir de su choza. La joven salía todos las tardes y volvía de madrugada, justo al revés que Zemoz.
      Cuando él salía con su ganado al amanecer, Artadek Arneh entraba en su choza, visiblemente agotada. A veces, si lograba verlo, le daba los buenos días en un tono cansado que, sin embargo, a Zemoz le sonaba a música celestial.
      Al regreso del campo, tras guardar las cabras y ovejas, Zemoz se quedaba esperando el momento en el que su amiga salía, siempre bien vestida y perfumada. En ocasiones, ella lo veía y le saludaba con la mano antes de subir a un coche de caballos que la estaba esperando. El mismo coche en el que solía volver por las mañanas.
      Solía vestir faldas largas y vaporosas, se me movían con sus andares sinuosos mostrando las bien torneadas piernas. De colores llamativos, las telas eran semitransparentes y apenas ocultaban su cuerpo. El torso, con un escote bien marcado por donde se perdía la vista de Zemoz, imaginando oscuros rincones apenas escondidos.
      Completaba su vestimenta con unos zapatos de charol que nunca estaban sucios, algún bolso diminuto y diversos abalorios, pero Zemoz apenas se fijaba en esas cosas.
      Él no tenía ni idea de adonde iba Artadek Arneh, pero imaginaba que sería a una escuela de brujería. Muchas jóvenes barbarianas solían asistir a escuelas nocturnas donde aprendían las artes de la brujería, las mismas que tanta fama han dado a Barbaria. De hecho esa misma vestimenta es la habitual entre las brujas de Barbaria.
      Es bien sabido que en la capital de Barbaria hay numerosos locales donde ejercen las brujas sus especialidades, y de todo el mundo llegan hombres para probar suerte con alguna de las brujas. Aunque nadie cuenta como es su experiencia con una bruja, lo cierto es que todos salen satisfechos, pero con el bolsillo fuertemente aligerado.
      No, no voy a contar el secreto de las brujas de Barbaria, aunque he de reconocer que lo conozco…
      El amor de Zemoz era puro y casto. Por aquel entonces, toda su ansiedad la calmaba en solitario pues Zemoz aún no había conocido mujer. Y aunque sabía que muchos pastores se relajaban con las cabras y ovejas, Zemoz prefería guardarse para su amor, a la que por supuesto suponía tan virgen como él.
      Durante varios años, Artadek Arneh siguió saliendo de noche en dirección a su escuela de brujería, según imaginaba Zemoz, mientras él dormía soñando con ella y manchando el lecho. Hasta que finalmente él decidió que tenía que hablar con ella.
      Esa tarde volvió temprano a su hogar y, para sorpresa de sus padres ya mayores, se lavó, vistió de limpio y perfumó. Cogió su mejor traje de tela, el mismo que su madre solía mantener limpio esperando el día en que su hijo decidiera vestirse decentemente. Casi no llega a tiempo de ver salir a Artadek Arneh, pero haciendo de tripas corazón se le acercó y le dijo: «Artadek Arneh, quiero hablar contigo de una cosa muy importante». No pudo decir mucho más, y de hecho esas pocas palabras le costaron muchísimo porque de repente descubrió una tartamudez de la que nunca había sospechado.
      Artadek Arneh le dijo riendo que mañana hablarían, si la buscaba un rato antes de salir.
      Esa noche, Zemoz apenas durmió. Su amor estaba en todas partes y el ardor que sentía le impedía conciliar el sueño. Finalmente, tomó medidas para relajarse con su gruesa mano y pudo así dormir un poco.
      Por la mañana, la vio llegar una vez más. Ella lanzó un beso volado, sin quedar claro si el beso era para Zemoz (al que ya había visto) o a otra persona en el carro. Zemoz supuso que era para él, claro está.
      Fue un día nublado, ventoso y oscuro, pero a Zemoz le pareció el más radiante, pleno de sol y con una suave brisa. Ni siquiera se protegió de la lluvia que cayó a media tarde, y que le dejó empapado.
      Ese día se le escaparon dos cabras y una oveja y Zemoz fue incapaz de encontrar a una de las cabras. Pero estaba tan abstraído que no le importó ni lo más mínimo.
      Regresó temprano otra vez, se lavó y vistió. Su pobre madre tuvo que lavar el traje «de las visitas» a toda prisa. Quisieron los dioses que tras la lluvia hiciera un sol intenso, pues gracias a eso el traje quedó listo para cuando Zemoz quiso usarlo nuevamente.
       Se perfumó una vez más (agotando el frasco de colonia) y fue corriendo a la puerta de la choza de su amada.
      Ella le abrió y dejó entrar. Era una choza modesta, como la de cualquier pastor, pero sin embargo tenía muebles de gran lujo: una mesa de teca con las sillas tapizadas en terciopelo violeta, gruesos cojines de seda rellenos de espumosa lana de oveja, una enorme cama con dosel, varios armarios que parecían rebosar con ropas caras…
       Zemoz, que nunca había estado en su casa, quedó perplejo ante los adornos que Artadek Arneh tenía por todas partes. Eran varas pequeñas y gruesas de punta redondeada de muchos tamaños y formas, todas ellas colgadas por las paredes, o apoyadas en lujosas repisas. Algunas se parecían incluso a un miembro masculino.
      Zemoz no llegó a decir nada. Ella le miró a los ojos y le dijo: «Sé bien lo que quieres, y por eso te invito para que vengas a la escuela conmigo». Y sin más, lo besó.
      No fue un beso casto, fue un beso que prometía mucho. Zemoz la abrazó y si no es porque ella le suplicó que debieran marcharse, se habría olvidado de todo.
      Pero salieron, y Zemoz la acompañó al coche. El cochero se bajó para abrirle la puerta, y ella subió seguida de su compañero. Llevaba el mismo uniforme que siempre había visto Zemoz.
      El coche era muy cómodo por dentro, con una suspensión tan buena que no se notaban los baches del camino.
      De forma sorprendente, el caballo pudo con el peso de Zemoz; aunque lo cierto es que llegó renqueando a su destino.
      Tal y como Zemoz había supuesto, el coche bajó a la ciudad. Se detuvo finalmente ante un edificio lleno de farolillos rojos frente al cual esperaban numerosos hombres. Más de uno se quedó verde de envidia al ver a Zemoz acompañar a Artadek Arneh.
      El edificio era, en sí, un palacio. Ricos mármoles en la fachada, ventanas con cristales tallados y rejas decoradas en bronce. Puertas macizas, con figuras humanas talladas. Los mismos farolillos eran a gas, y ni siquiera eran malolientes. Más bien, parecía que el gas estaba perfumado con incienso.
      Bien, yo he prometido no decir nada de lo que sucede tras las puertas de una escuela de brujería, de ahí que no me sea posible contaros lo que le sucedió a Zemoz en aquel lugar. Tan solo os diré que él descubrió que su amada no era virgen. Y que Zemoz dejó de serlo ese mismo día.
      Nunca más volvió a ver a Artadek Arneh. De hecho, ella se mudó a un palacio cercano a la escuela, pues pronto la ascendieron a maestra de brujas.
      Y Zemoz dejó el pastoreo. Se fue de su casa para entrar en la escuela del Maestro Hugok y fue allí donde se convirtió en el paladín de la justicia de Barbaria. Temido por todos, especialmente por los enemigos del bien.
      Zemoz nunca ha vuelto a enamorarse, y esa es la pura verdad.

(Continuará)

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