20 octubre 2010

ENTROMETIDOS (1ª parte)

Candelaria Dos-Santos era la alguacil de Cindervilla, un pequeño poblado del Río Amazonas, continente Alfa, Bistularde.
Debido a su cargo y también a su genio, era conocida como “Métele Candela”… aunque nadie lo decía cuando ella podía oírlo.
En Cindervilla había 245 habitantes, sin contar los nativos que vivían en las poblaciones vecinas; éstos eran gumblites, aborígenes que mantenían sus usos y costumbres y se gobernaban también de forma independiente. Sin embargo, dentro de la Liga de Ciudades de Bistularde, la capital del sector gumblite era Cindervilla. Eso significaba sólo que a través de Cinder tenían lugar todas las gestiones relacionadas con los gumblites, y que el alcalde era su representante ante la Liga y por extensión ante la Federación Galáctica.
Así pues, cuando los gratenianos se comunicaron por ansible para indicar su deseo de visitar al pueblo gumblite, fue el alcalde de Cindervilla quien recibió la petición y quien tuvo que organizarlo todo. Avisó a su fuerza de policía para que se encargara de proteger a los aliens en su visita.
La “fuerza policial” era, por supuesto, Candelaria Dos-Santos, además del agente suplente que se tuvo que hacer cargo de las tareas rutinarias mientras Candelaria viajaba hasta la Torre nº 8 para recibir a los gratenianos.
Candelaria era mestiza, alta y de cara redonda pero de piel rosada y pelo rubio. Había buscado información acerca del pueblo que dominaba media galaxia. Ya le había advertido el alcalde que era muy importante que los extraños quedaran totalmente satisfechos de su visita.
—No solemos recibir turistas, y mucho menos alienígenas —había dicho don Pedro Fonterama, el alcalde—. Pero si queremos volver a recibirlos en el futuro debemos contentar a estos que vienen ahora.
El problema, por lo que Candelaria había averiguado, consistía en que los gratenianos resultaban muy curiosos y no se detenían ni siquiera ante una puerta cerrada. Además, al tener la seguridad de que miles (¡millones!) de mundos les respaldaban, eran osados y muy atrevidos. Unos verdaderos entrometidos.
La Liga no había escatimado medios para facilitar la visita. Candelaria pudo disponer de un volador con asientos adaptados a los gratenianos; por suerte no hacían falta más adaptaciones: otras especies alienígenas requerían atmósferas distintas, o al menos una separación porque producían olores desagradables. Eso cuando soportaban la reclusión en los vehículos humanos…
Candelaria llegó a la base de la Torre 8. Mucho antes de llegar pudo distinguir su destino: una torre que se elevaba hasta el mismo cielo. Allí se unía al Cinturón Ecuatorial, la enorme ciudad que rodeaba el planeta y donde vivía, de hecho, la mayor parte de la población de Bistularde. Sólo unos pocos amantes de la naturaleza (como Candelaria o indígenas como los gumblites) seguían habitando la superficie del planeta.
La base era un único edificio que se extendía, en superficie, por varios kilómetros cuadrados. Una de sus alas llegaba hasta el aeropuerto y allí descendió Candelaria con su volador.
Nada más atravesar la puerta, se sintió perdida. ¡Aquello era enorme!
Localizó una pantalla informativa y se dirigió a ella, toda llena de ansiedad.
Lo primero era lo primero. Averiguó cómo dejar constancia y registro de su vehículo, asegurando que estaría allí mismo, intacto, a su regreso. Por las normas de seguridad debía dejar acceso al sistema de encendido, pero verificó que sólo sería en caso de una emergencia. A veces los ladrones tenían acceso a los sistemas de emergencia y aprovechaban para desvalijar los vehículos estacionados, o incluso para llevárselos.
Con el comprobante del registro, Candelaria sabía que si le robaban el vehículo las autoridades deberían darle uno equivalente. Y no sería fácil conseguir uno adaptado a los gratenianos, por lo que la vigilancia sería mayor de lo habitual.
Ahora, “sólo” faltaba llegar al punto de encuentro de los aliens.
Nuevamente tuvo que recurrir a la pantalla informativa. Por suerte, el acceso a los ascensores era la ruta más solicitada, como era lo lógico, y Candelaria no tuvo ninguna dificultad en orientarse. Una línea azul recorría el suelo y un haz luminoso, también azul, marcaba la ruta en medio del aire. Rodeada del azul, Candelaria pasó a un pasillo automático que la condujo, en pocos minutos, a la sala de espera de los ascensores.
Había calculado bien el tiempo, y los gratenianos fueron puntuales, como era lo habitual en ellos (si los medios se lo permitían). El ascensor 3-J se detuvo y de él salió un grupo heterogéneo de seres: terrestres, bistulardianos, mestizos, y unos pocos alienígenas.
Uno de los aliens vestía un traje protector que apenas dejaba ver detalles de su anatomía. Parecía un caballo con cuatro patas, vestido con una armadura roja; dos salientes podían ser cabezas o algo por el estilo, cubiertos ambos con sendas esferas de color oscuro. Candelaria no tenía ni idea de a qué especie pertenecía aquel ser. Pero era seguro que había realizado un viaje muy largo, así que no se conformaría con hacer una visita turística.
Con el ser caballuno había cinco sin traje de ningún género. Parecían pulpos de color entre amarillo y rosado, con adornos multicolores en los “tentáculos” (en realidad, soportes columnares, pues se trataba de seres netamente terrestres). Tenían dos enormes ojos oscuros, en el mismo lado de su “cara” y bajo ellos un grupo de orificios que lo mismo podían ser bocas como narices u oídos.
Eran los gratenianos y nada más verla la reconocieron. Uno de ellos se dirigió hacia la alguacil y emitió unos sonidos a través de sus orificios. El traductor habló en lengua latina:
—Usted ha de ser el ser Candelaria Dos-Santos, según mis registros. Le ruego su confirmación.
—En efecto, ser grateniano. Yo soy Candelaria y estoy encargada de recoger a los visitantes de mi pueblo, Cindervilla. Pero sólo me habían informado de tres seres gratenianos y aprecio que son cinco más uno cuyo origen desconozco.
El traductor de Candelaria no era muy distinto del que usaba el grateniano, aunque se trataba de un modelo más simple. Todos los traductores usados en los mundos humanos eran variantes del modelo grateniano, así que no era extraño que se parecieran.
—No hay problema, pues lo explicaré. Mi código es XSD-457800 y junto con KI-457800 y LIJY-457800 seremos quienes acompañaremos al ser Candelaria en su viaje a Cindervilla y las poblaciones gumblites. Los otros dos seres gratenianos no me han autorizado a dar sus códigos, así que tan sólo le informaré que ellos se quedan aquí, con el ser de Trimbaljer, con una misión que no es de nuestra incumbencia. Simplemente hemos venido en la misma nave desde Trimbaljer.
—¡Ah, claro, ahora lo entiendo! Bien, si no tienen inconveniente, los tres seres que han de acompañarme...
—¡Disculpe, pero antes hemos de realizar las despedidas!
Durante unos minutos, el aire zumbó con vibraciones extrañas, que no fueron traducidas. Candelaria podría haber sintonizado su aparato para la traducción (salvo el habla del alien de Trimbaljer, que era la primera vez que conocía y que por supuesto no estaba en su traductor); pero sería de mal gusto, al tratarse de cuestiones personales. Ni siquiera hizo ademán de intentar entender la conversación entre los seis alienígenas.
Finalmente, los dos gratenianos desconocidos y el de Trimbaljer se alejaron con rumbo ignoto. Los otros tres gratenianos siguieron a Candelaria por el pasillo azul hasta la puerta y de allí hasta el vehículo. Éste estaba intacto, como era de esperar.
Todos subieron a bordo y una vez asegurados, Candelaria despegó.
El volador era un modelo bien automatizado. Candelaria no tenía que hacer absolutamente nada ante los controles. Tenía ante sí tres horas de aburrimiento si no conseguía conversación de los gratenianos.
—Si me disculpan los seres gratenianos —preguntó—. ¿Puedo saber de qué planeta proceden?
—Nuestro mundo de origen es el 127.405º del Sector Grateniano. Muy cercano a Trimbaljer y situado a 45,8 años luz de Bistularde y a 57,1 de La Tierra.
La respuesta vino de uno de ellos, pero Candelaria no pudo saber si era el mismo que había hablado antes o si era otro. Los tres gratenianos eran idénticos y no había forma de distinguir uno de otro.
Candelaria probó con otro tema. Tal vez la respuesta no estuviera cargada de números.
—Disculpen si mi pregunta les incomoda pero, ¿de qué sexo son ustedes? No soy capaz de distinguir uno de otro.
—Acepto la curiosidad del ser Candelaria. Pero la pregunta ciertamente nos incomoda. Sólo responderé informando que formamos una unidad sexual, es decir que los tres somos de sexos distintos. Lamento mucho la situación, pero nuestras costumbres me impiden ser más explícito. No daré más información acerca de nosotros, si bien aceptaré responder a cuestiones de otra índole.
Candelaria lamentó su metedura de pata. Tenía que compensarla.
—Gracias, y ruego a los seres gratenianos que me disculpen. Nosotros los humanos no somos tan discretos en lo del sexo, sobre todo aquí en Bistularde.
—Afirmativo. He deducido que es usted hembra. Me atrevo a preguntarle, ya que no parece incómoda por ello, si pertenece a algún grupo de la llamada «geometría sexual».
Candelaria se echó a reír. Ella también había oído esa expresión, referida a las muchas formas familiares que podían hallarse: triángulos, cuadrados, trapecios, figuras en estrella… En realidad no era algo exclusivo de Bistularde, pues en todos los mundos humanos se daban las mismas formas geométricas; simplemente que en su mundo los tríos eran más destacados.
—Pues no, ser grateniano. Ni siquiera tengo una pareja estable, y no me gustan los tríos ni esas otras formas exóticas.
—¿Puedo hacer otras preguntas?
—Sí, y espero que no sean tan personales.
El grateniano prosiguió su interrogatorio. Quería conocer muchos detalles de la vida en Cindervilla y de los gumblites.
Candelaria suspiró. Al menos estaba entretenida.
Mientras respondía a las preguntas como podía, recordó un artículo que había leído sobre el sexo de los gratenianos. Era lo único que pudo hallar sobre el tema.

«Los gratenianos tienen tres géneros sexuales. Uno está formado por los fecundadores, otro son los productores del huevo y el tercero son los receptores del huevo fecundado. Al parecer, el acto sexual implica a los tres sexos de una forma que no está clara, dada la notoria discreción de estos alienígenas para hablar de sí mismos; pero al parecer el fecundador deposita sus células fecundadoras sobre el huevo y luego el huevo fecundado es entregado al receptor. Éste se ocupa de su desarrollo ¡dentro de su aparato digestivo! Aunque los genes son los aportados por el fecundador y el productor, el receptor también aporta enzimas importantes en el desarrollo del embrión. Estas mismas enzimas podrían explicar cómo el embrión se puede desarrollar sin ser digerido; más bien parece que recibe los nutrientes directamente gracias a los procesos digestivos del receptor.
Según informaciones no contrastadas, hace medio millón de años hubo un intento en algunos mundos gratenianos para suprimir el sexo receptor mediante cámaras de desarrollo artificiales. No se sabe qué pudo ocurrir pero es evidente que el experimento fracasó.»

Finalmente cuando ya era de noche llegaron a la pequeña pista de Cindervilla. El alcalde don Pedro Fonterama hizo los honores en la recepción oficial, y los aliens fueron conducidos por la alguacil hasta el pequeño apartamento acondicionado para ellos.
Hacia media noche el tiempo cambió de forma un tanto brusca. Llovía, pero no era la típica lluvia suave de la mayor parte de las noches. Era una lluvia bastante intensa y el viento soplaba con ganas.
Por la mañana, una Candelaria cubierta con un protector de lluvia se acercó a la vivienda de los aliens.
—Temo informar a los seres gratenianos que será necesario cambiar de planes.
Uno de los tres se acercó con el traductor sujeto por un tentáculo, mano o lo que fuera.
—¿Acaso está relacionado con el tiempo atmosférico? Hemos observado que la lluvia y el viento no son acordes con las predicciones metereológicas.
—En efecto. El huracán Genaro ha cambiado de rumbo y se dirige a la costa de Alfa cercana a la desembocadura del Amazonas. Nos afectará bastante.
—¿No puede ser desactivado? —Esta vez Candelaria estuvo segura de que quien había efectuado la pregunta era otro grateniano.
—Tal vez el ser grateniano no esté informado de que no es conveniente desactivar a un huracán. Representan un mecanismo natural de ajuste de temperatura y los intentos de desactivación suelen ser peores.
—Entiendo. ¿Y tampoco se pude controlar su trayectoria? Representan un fenómeno caótico que nos resulta muy desagradable.
—¿He de suponer que en los mundos gratenianos no hay huracanes?
—El ser Candelaria supone correctamente. Dejamos que se produzcan, pero bajo condiciones cuidadosamente controladas para evitar todo daño.
—Pues nosotros no podemos hacerlo. ¡Bien! Como sea he de explicarles lo que hemos de hacer.
—El ser Candelaria será tan amable de informarnos.
Ahora, la bistulardiana no supo quien le había hablado. ¡Daba lo mismo!
—Hemos de permanecer en lugar seguro, como esta vivienda, hasta que el huracán se haya alejado o bien haya perdido fuerza. Lo más probable es lo segundo, pues una vez que entre en la tierra se debilitará.
—¿Cuántos días hemos de permanecer en este refugio?
—Dos o tres. Probablemente dos y tal vez un día más. No creo que haga falta estar más tiempo.
—Entendemos que el bajo nivel tecnológico de los humanos nos obliga a permanecer aquí un número variable de días, entre 2 y 3 con mayor probabilidad. ¿Es correcto?
—Cierto. ¿Necesitan algo para matar el tiempo?
—Que me disculpe el ser Candelaria. ¿Acaso “el tiempo” es un enemigo o una víctima para sacrificar?
—¡Perdón! «Matar el tiempo» quiere decir entretenerse, es una frase hecha.
—Creo comprender. No, no necesitamos ayuda para ocupar nuestro tiempo. Agradecemos al ser Candelaria su ofrecimiento.
—Bien, si no hay nada más, me retiro. Les ruego que no salgan mientras el tiempo siga tan inestable. Yo vendré cuando me sea posible.
—Agradecemos al ser Candelaria sus desvelos.
La alguacil volvió a salir bajo la lluvia. Siempre que hablaba con los gratenianos se quedaba mal. Por un lado, la obligación de hablar de forma protocolaria, por otro el no saber con quien estaba hablando. Ambas cosas le dejaban un mal sabor de boca.

Por suerte, Genaro no les molestó gran cosa pues no se acercó a Cindervilla tanto como se había temido. Tuvieron un día de lluvias intensas y viento, sin apenas destrozos. Y otro día con lluvias más suaves, justo lo suficiente para obligar a permanecer a cubierto.
Así, al tercer día los gratenianos pudieron salir de su refugio y recorrieron el poblado de cabo a rabo. Su inspección apenas duró un par de horas: no había nada que fuera de su interés.
Uno de los gratenianos lo explicó así a Candelaria: —Ser Candelaria, temo informarle que no hallamos nada digno de interés en esta población. Corresponde a un núcleo habitado humano típico, es muy similar a cualquiera de los que hemos visto en este planeta, en La Tierra o en cualquier otro mundo humano.
—¿Ustedes tres han estado en esos mundos?
—No me he explicado bien. Me refiero a mi especie. Contamos con los registros de miles de visitas a poblaciones humanas y no apreciamos diferencias destacables con lo que hemos visto en ésta. Sin ánimo de menospreciarles a vosotros, que quede constancia.
—¡OK! Deduzco que los seres gratenianos desean visitar un poblado gumblite. Haré las gestiones para mañana. Podemos ir caminando, son pocos kilómetros.
—Que me disculpe el ser Candelaria, pero creo haber entendido que ha sugerido un desplazamiento por nuestros propios medios físicos. ¿He entendido correctamente?
—Sí, caminando. ¿Hay algún problema? A los gumblites no les gusta que vayamos en nuestros vehículos.
—Nuestros cuerpos no están adaptados a realizar largos desplazamientos en esta gravedad y con estas temperaturas. Al menos nosotros tres no estamos acostumbrados a ello. Si no es posible hacer un recorrido en un vehículo, o bien si el desplazamiento es inferior a medio kilómetro, en tal caso nos veremos obligados a cancelar este viaje. Y eso supondrá una serie de trastornos que…
—¡Espere! Voy a ver si puedo arreglarlo. Veamos si lo he captado bien. Ustedes no pueden caminar más allá de quinientos metros, para desplazamientos mayores han de usar un vehículo. ¿OK?
—Afirmativo.
—En ese caso, hablaré con el alcalde. Los gumblites deben hacer una excepción, ¡como que me llamo Candelaria!
—¿Su otro nombre no es «Métele Candela»?
La alguacil enrojeció al oír el mote popular.
—¿Dónde han oído eso? ¡Por favor, no lo repita!
—Veo que he insultado al ser Candelaria. ¡No ha sido mi intención y le pido humildemente disculpas!
—¡Oh, no importa! Con que no lo repita, me basta.
—No lo repetiré, y daré instrucciones a los otros seres para que no lo hagan.
—¡OK! Me largo para arreglarlo todo.

(Continuará...)

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