21 octubre 2010

ENTROMETIDOS-2ª PARTE

Candelaria no tuvo más que repetir la amenaza del grateniano para que el alcalde moviera cielo y tierra hasta convencer a los gumblites de que admitieran la llegada de un vehículo volador, sin que se tratara de una emergencia.
El volador adaptado despegó de Cinder y pocos minutos más tarde descendía en las afueras del poblado gumblite nº 17 (Los gumblites no daban nombres a sus poblaciones, sólo un número empezando por el nº 1 para el pueblo central).
Salvo en imágenes, los nativos jamás habían visto de cerca a un alienígena. De ahí que casi todo el pueblo se amontonó alrededor de los tres gratenianos.
Hablaban todos a la vez, por lo que resultaba imposible traducirlo.
Finalmente, Candelaria decidió poner orden.
—¡Silencio! —gritó en gumblite, lengua que por supuesto dominaba—. No se amontonen de esa manera sobre nuestros visitantes. Si hablan de uno en uno, sus traductores podrán interpretarlo y ellos les podrán responder.
Sin embargo, quien habló primero no fue uno de los nativos, fue un alien. Observando el cartel a poca distancia, en alfabeto gumblite, preguntó—: Leo que éste es el poblado número 17. ¿Alguno de los seres aquí presentes podría decirme si hay otros poblados?
—Sí. Tenemos 249 poblaciones, y todas están numeradas. Es nuestra costumbre.
—Es mi suposición que el poblado número 1 será el principal, ¿acaso es así, o es otro el principal?
—El poblado número 1 es el más importante. Es donde están los viejos templos.
Los demás miraron asombrados a quien acaba de hablar; era un joven, no muy acostumbrado a guardar secretos. Los viejos templos no eran lugares donde las visitas fueran bienvenidas, aunque tampoco estaban prohibidas.
Candelaria captó la metedura de pata, si es que lo era.
—Creo que nuestros ilustres visitantes estarían autorizados para visitar los viejos templos —dijo, y todos se quedaron tranquilos. Ningún jefe o sacerdote se negaría a dejarles visitar los templos. Al menos desde afuera, como todos los autorizados para verlos.
La alguacil trató de controlar la visita, pero sólo lo consiguió al principio. Mientras los tres gratenianos permanecieron juntos, ella pudo acompañarlos. Pero inevitablemente, acordaron dispersarse por el poblado.
A ella le era imposible controlarlos a los tres si estaban en sitios distintos. Optó por quedarse al margen, pendiente de cualquier problema que pudiera surgir.
Los alienígenas entraron en las cabañas, y se sorprendieron de lo que en su interior pudieron hallar.
Por fuera, las cabañas mantenían el típico aspecto tosco, primitivo. Tenían forma cilíndrica, con techo cónico y estaban hechas con troncos y hojas amarrados con vegetales. Tenían cortinas tejidas con fibras naturales para las dos puertas, las ventanas y demás aperturas.
Pero el interior mostraba toda clase de comodidades modernas: cocinas de síntesis, camas de gel, comunicadores, asistentes electrónicos, generadores de fusión, ¡incluso algún que otro robot!
Los nativos vestían taparrabos, pero debajo llevaban ropa interior moderna. Las mujeres tenían los senos al aire, pero usaban sujetadores invisibles para mantener el pecho erguido.
Las antenas, cables y demás sistemas de comunicación estaban muy bien disimulados entre las hojas y troncos. Sólo si uno se fijaba con detalle llegaba a verlos.
Lo más sorprendente fue ver llegar a un pequeño grupo de nativos con cámaras, para el canal gumblite evidentemente.
Y no todos los nativos eran de origen bistulardiano. La mayoría eran azules, de etnia gumblosa, pero también había mestizos e incluso terrestres. Uno de los reporteros era un joven de piel negra, pelo rizado y rasgos claramente africanos. Un grateniano le preguntó:
—Disculpe, ser reportero, si le hago a usted una pregunta. No parece nativo. ¿Es usted un gumblite?
El otro tardó un poco en captar la pregunta. Aunque el traductor del grateniano la interpretó correctamente, la forma de expresarse dificultaba la comprensión.
—Sí, soy nativo. De hecho nací en el pueblo 103. Mis padres procedían de la Tierra, de Santo Domingo para ser preciso, y les encantó la forma de vida de los gumblites. En vez de ser colonos se convirtieron en nativos.
—Interesante. ¿Y cómo se reproducen los nativos procedentes de Santo Domingo?
Nuevamente, el reportero tardó en comprender. Y luego se demoró más, pues no sabía como responder. No estaba claro si le estaba preguntando sobre sus relaciones sexuales o era otra cosa. Optó por lo segundo.
—Supongo que estará al tanto de las diferencias en los cromosomas entre los terrestres y los bistulardianos.
—En efecto.
—Bien, pues si yo quisiera tener un hijo con alguien del planeta que no sea de mi especie, podría recurrir al ingeniero genetólogo. Aquí mismo hay varios mestizos.
—Correcto. Pero mi pregunta, ser procedente de Santo Domingo, es sobre la geometría sexual más habitual en esta población.
—¿Geometría sexual? ¡No entiendo!
Por suerte, Candelaria estaba cerca y pudo intervenir.
—El ser grateniano se refiere a si forman tríos o cualquier otra combinación distinta de la pareja.
—¡Ah, eso! No, los gumblites sólo formamos parejas para tener hijos. Yo mismo tengo una compañera mestiza, con dotación cromosómica terrestre, y hemos tenido dos niños de forma totalmente natural.
Fue en ese momento cuando otro nativo intervino para decir: —¡Pero los gratenianos sí que forman un trío!
El alienígena respondió: —Afirmativo. Nuestra unidad sexual es el trío. Pero lamento informar que no es nuestra costumbre aportar más detalles.
Felizmente, el tema de conversación evolucionó hacia áreas menos conflictivas. Candelaria se apartó del grupo para vigilar lo que hacían los otros dos gratenianos.

Llegada la hora de comer, los tres gratenianos se dirigieron al vehículo, sincronizados como relojes y retiraron unos envoltorios de sus enseres personales. Nunca comían con los humanos y eso era algo que la alguacil agradecía, pues no resultaba nada agradable. Ella pensaba que si alguien cometía el error de invitar a comer a un grateniano (y el grateniano aceptaba), se le quitarían las ganas de comer con toda seguridad.
Candelaria no se quedó a ver comer a los alienígenas, y se dirigió al comedor común del poblado. Los gumblites siempre compartían su comida, y no les importó hacerlo con ella.
Se trataba, toda ella, de comida sintética. Los gumblites tal vez vivieran en chozas primitivas, pero habían aceptado plenamente los beneficios de la tecnología en lo relativo a la alimentación. Lo que comió Candelaria había salido de un horno sintético, era pollo con verduras típicas de Bistularde; acompañaba una guarnición de papas fritas. Todo ello de síntesis, pero con todo el sabor y la textura de los alimentos naturales, además de contener los nutrientes equilibrados.
Los gratenianos fueron más rápidos en su comida y ya la esperaban por fuera del comedor comunal cuando ella terminó. Le extrañó que no entraran siendo tan entrometidos pero pensó que tal vez hallaran tan poco agradable ver comer a los humanos como éstos hallaban a los gratenianos. Y tenía toda la razón.
La tarde prosiguió en un tono similar a la mañana. Los tres aliens se dispersaron por todo el poblado y de vez en cuando Candelaria se veía obligada a intervenir para solucionar algún que otro equívoco.
Finalmente todos volvieron al vehículo y regresaron a Cinder. Aunque se les invitó a quedarse a dormir, los gratenianos declinaron la oferta, aduciendo que necesitaban espacios especiales para sus cuerpos, que por supuesto no había en el poblado gumblite.
Al día siguiente Candelaria esperaba perder mucho tiempo organizando la visita al poblado nº 1, pero no fue así. El alcalde se había encargado de solucionar todos los trámites para que los extraños pudieran ver los templos. Y así pudieron salir temprano, rumbo al mismo centro del sector gumblite.
Tardaron algo más de una hora, bajo un cielo nublado que amenazaba lluvia. Tal vez Genaro no les hubiera afectado de lleno, pero aún seguía lo bastante cerca como para producir mal tiempo. Y lo cierto fue que la escasez de luz no les permitió apreciar los templos en todo su esplendor.
La historia de los templos gumblites se perdía en las brumas del pasado.
Cuando los terrestres llegaron a Bistularde, encontraron nativos humanoides repartidos por todo el planeta. Sus culturas eran muy variadas, pero tenían algunos elementos comunes; así, nadie conocía los metales, salvo el uso decorativo de metales nobles y el caso excepcional de los j’mintes. El nivel tecnológico era, por tanto, correspondiente a la edad de piedra, paleolítico o neolítico según los casos. El desarrollo no era uniforme y existían grupos capaces de construir cometas voladoras tripuladas o artefactos de pólvora (¡sin metal!). A nivel social, se apreciaban grupos sin prevalencia de un sexo y de economía común, formando estructuras familiares diversas (la llamada «geometría sexual»).
Del origen de aquellas tribus nada se sabía. Cada una tenía sus leyendas del origen y hacía falta un estudio completo para encontrar sentido en aquel rompecabezas.
Fue una sorpresa descubrir ruinas de una civilización antigua, más desarrollada que la actual. Eso sucedió entre los gumblites, cuando Elena Cinder estableció contacto con ellos y logró ganarse su confianza hasta el punto de que le enseñaran su mayor secreto.
Elena consiguió para los gumblites un estatus de pueblo nativo, y fundó la pequeña villa de Guatemala para que sirviera de contacto con la “civilización” y los gumblites. Años más tarde, los habitantes de Guatemala de los Gumblites decidieron cambiar de nombre su pueblo por el de Cindervilla, ya que había cinco Guatemalas en todo Bistularde, con las confusiones habituales. Aparte de las burlas generalizadas por las iniciales «GG».
Desde entonces, sólo unos pocos privilegiados habían conseguido ver los templos gumblites y aún faltaba que un estudioso fuera capaz de encontrar alguna pista ensamblando las diversas piezas de las leyendas de Bistularde, pues apenas se había trabajado en esa línea.
Los templos eran cinco, es decir una “mano”. Se disponían formando una cruz simétrica, orientada casi de norte a sur. De hecho, cuando se construyeron (45.000 años atrás) apuntaba exactamente al norte y al sur. Los cuatro templos exteriores eran sendas cúpulas de piedra, sin señal de uso de metales, de las cuales dos aún se mantenían en pie. El templo central era el mayor de todos y tenía forma de pirámide pentagonal.
El interior de los templos se mantenía por completo fuera del alcance de los extraños, incluso en el caso de las dos cúpulas derruidas. Sólo los gumblites sabían qué había dentro de los templos, o las ceremonias que allí se celebraban. Tan sólo había un rumor de que en el central estaba Yijala, un objeto de adoración que había venido del cielo.
Candelaria sobrevoló los templos, desde gran altura para no molestar a los nativos, y los gratenianos los observaron con mucho interés. No había forma de reconocer sus expresiones, pero la alguacil creyó captar algún tono de asombro en los comentarios que pudo oír.
Finalmente aterrizó a una distancia prudencial y todos descendieron, para ser recibidos por la habitual algarabía de gumblites.
Durante la mañana, los tres gratenianos se ocuparon en tomar medidas. Usando un medidor interferométrico muy sofisticado, midieron los templos desde todos los ángulos (incluyendo desde arriba, para lo cual Candelaria tuvo que usar el volador y realizar pasadas con mucho cuidado sobre los viejos edificios). Hacia el mediodía, antes de ir a comer, uno de los alienígenas manifestó su asombro. La precisión de las medidas ¡era del orden de centímetros! Y tal vez el ajuste original de las medidas fuera aún mayor, ya que 45.000 años de erosión habían realizado su trabajo.
Eso significaba que los constructores tenían medios para medir y calcular muy avanzados. Aunque todo indicaba que no usaron más que cuerdas para medir y trazar las figuras geométricas, el grateniano explicó a Candelaria que era posible, aunque nada fácil; y en todo caso denotaba un conocimiento avanzado de geometría. Sobre todo porque la pirámide central tenía de base un pentágono regular, algo muy difícil de construir. Pero factible mediante reglas y círculos, es decir con cuerdas.
Aquel grateniano trató de explicarle como se podía hacer un círculo o trazar una línea recta mediante cuerdas bien tensadas, pero Candelaria apenas entendió nada, así que lo dejó sin más.
Empezó a llover y todos se fueron a comer. Los gratenianos al vehículo, Candelaria con los demás gumblites.
La lluvia amainó, convirtiéndose en una suave llovizna que apenas molestaba. Los gratenianos volvieron a lo suyo.
Candelaria optó por quedarse bajo una choza cercana; tal vez fuera la del jefe local, pero por el momento sólo había una mujer con dos niños en ella, y no tenía ganas de conversar con la alguacil, pues los chicos le mantenían bien ocupada.
Candelaria tomó su comunicador y se puso a ver sus registros. Los tres gratenianos tenían idéntica la parte numeral de sus códigos, y eso debía significar que formaban un trío, un grupo sexual. En cambio, la otra parte era distinta, un grupo de dos, tres y cuatro letras.
Aunque ella no había sido capaz de distinguir un alien de otro, tenía que haber alguna diferencia, y tal vez podría relacionarse con su género. A fin de cuentas, en los grupos humanos siempre se notaban las diferencias entre hombres y mujeres, por muy igualitaria que fuera su apariencia; cualquier alienígena era capaz de apreciarlo.
Observó sus grabaciones, a ver si lograba hallar una pauta. A veces creía reconocer a XSD, pero luego lo confundía con KI y otras con LIJY. El problema era que realmente no sabía quien era quien, es decir a quien correspondía cada grupo de letras. Si lo supiera, tal vez podría establecer mejor las relaciones.
¿Debería pedirles que se volvieran a identificar? ¿O se molestarían? A fin de cuentas, ella ya tenía un registro donde ellos se identificaban, en la presentación en Torre 8…
Un escándalo repentino proveniente del exterior la hizo asomarse. Los gumblites corrían bajo la lluvia (que se había intensificado) hacia el templo central.
Candelaria también corrió. No le preocupó mojarse con la lluvia abundante, pues ya sospechaba lo que había sucedido…
Era inevitable. En la Tierra, los gratenianos habían visto el interior de la Kaaba, y conseguido muestras de reliquias muy sagradas del Apóstol Santiago o de Buda. Aquí no podrían evitar ver la Yijala. ¡Y ya se había armado!
Todos los nativos entraban corriendo en el templo central. Candelaria dudó si sería conveniente (pues entonces ella también incurriría en falta) cuando vio que no era necesario.
Los tres alienígenas salían caminando tranquilamente, pero bajo una lluvia de piedras.
Candelaria observó que las piedras rebotaban contra algo que les cubría, algo invisible pero de gran resistencia.
¡Por supuesto! ¡Sólo así se explicaba que los gratenianos fueran tan osados y entrometidos! Sabían muy bien que en caso de emergencia les bastaba con desplegar su escudo, su campo de fuerza o lo que fuera.
Ella se preguntaba si resistiría el impacto de una bala, la radiación de un láser o un pulso de plasma. Tal vez sí, pero desde luego que no lo comprobaría.
Los tres llegaron hasta donde ella se encontraba. La alguacil tomó su emisor de voz y gritó: —¡Todo el mundo quieto! ¡Es una orden ejecutiva!
A duras penas, los nativos suspendieron el bombardeo. Estaban muy enfadados, pero comprendieron que no les servía de nada, y también que podían darle a su amiga de Cindervilla.
El jefe del pueblo se presentó ante Candelaria y, reprimiendo su furia, dijo una sola palabra: —¡Llévatelos!
—Ya mismo lo haré, jefe.
Les condujo al volador, todos escoltados por la multitud indignada.
Candelaria no se sintió tranquila hasta que el vehículo hubo levantado vuelo. Siempre podría quedar un exaltado con mala puntería…
Uno de los gratenianos (Candelaria supo que era XSD, no sabía cómo) dijo: —¡Es un meteorito! ¡La piedra que adoran los seres gumblites es un meteorito!
Candelaria no respondió. Estaba concentrada en dirigir el vehículo, pues no había podido poner el piloto robot. Pero comprendió que era lógico. ¿No decían que la Yijala había venido del cielo?
Se preguntó si sería de hierro, pero prefirió no saberlo. Probablemente no, pues los meteoritos sidéreos eran bastante raros. Sería una roca negra. ¡Y ya sabía demasiado! Los gumblites nunca la perdonarían si comentaba siquiera una sola palabra sobre el tema.

No descansó hasta haber conducido a los tres alienígenas a la puerta del ascensor en la Torre 8. Regresó a Cinder a tiempo de ver al alcalde don Pedro Fonterama.
—¡Felicitaciones, Candelaria! Ha realizado usted muy bien su tarea, y ha salido airosa del mal trago.
—¡Gracias, señor alcalde, pero ahora lo que más necesito es descansar!
—Debo decirle que hemos recibido la copia de un texto recibido en el ansible de Nueva Lima. Es de los gratenianos.
—¡No me diga que van a venir más! —Candelaria estaba aterrada ante la idea.
—¡Quédese tranquila! Es una felicitación por su trabajo. Se la nombra grateniana de honor, lo que quiere decir que si alguna vez viaja a un mundo grateniano tendrá los mismos derechos que cualquiera de ellos.
—¡Vaya, qué bien! Hubiera preferido un aumento de suelo. Y dudo mucho que alguna vez salga siquiera de este planeta. Creo que lo más lejos que iré será al cinturón ecuatorial.
—Nunca se sabe, Candelaria.
—Cierto, señor alcalde, nunca se sabe. Pero hay algo que yo sí sé.
—¿Puede decirlo?
—¡Por supuesto! Si no me equivoco, la Liga está también muy contenta, ¿verdad?
—Sí, en efecto.
—Y como están muy contentos, habrá una gratificación económica para los gumblites, y asimismo para Cindervilla.
—Es posible. Pero no creo que eso le importe a usted porque…
—Sí que me importa, y le ruego me disculpe por interrumpirle. Mi sueldo es pagado por el Ayuntamiento, es decir por la Liga. Por lo tanto, ¿no cree que de esa gratificación podría salir una partida, digamos que pequeña, para subir el sueldo de esta alguacil que tan bien se ha portado? ¿Qué me dice, señor alcalde?
—¡Ya veremos!

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