07 enero 2011

¿GUERRA O PAZ?

La guerra contra los meduseos llevaba ya tanto tiempo que nadie recordaba cómo empezó… ni cuando. Durante siglos se habían enfrentado terrestres y meduseos, y no se conocía solución alguna al problema.
El comandante Harold Grimson no permitía que tales disquisiciones le afectaran. Sus problemas se circunscribían a la nave de batalla Hector 102, a su tripulación y a los cazas que dependían de ella. Si le ordenaban luchar, ya procuraría que sobreviviera su gente lo mejor posible, a la vez que cumplían la misión de la mejor manera. Si se encontraban con meduseos, luchaba por su supervivencia. Y muy rara vez se planteaba dudas sobre la guerra.
Desde que nació había oído hablar de los meduseos. Seres terribles, de cabeza esférica llena de protuberancias tentaculares, con ojos y otros sentidos en los tentáculos. Dominaban cientos de sistemas solares que correspondían a los terrestres (según la opinión generalizada, aunque nadie explicaba porqué) y atacaban a cualquier nave terrestre que hallaran.
Los terrestres hacían lo mismo, atacando a cualquier nave enemiga que descubrieran, e invadiendo sistemas bajo control enemigo, y eso se justificaba como «acción de guerra».
¿Quién atacó en primer lugar? ¿Por qué habían iniciado las hostilidades? Nadie lo sabía...
Apenas hacía un año desde que Grimson se había enfrentado con dos naves meduseas. Su propia nave, la Hector 102 las había destruido con muy pocas bajas propias; de hecho no eran más que exploradores poco armados. Muy distinto habría sido si hubieran topado con un super-crucero meduseo, una nave enorme, mayor incluso que la Hector 102. Nadie sabía cuantos super-cruceros tenían los meduseos, pero se creía que no pasaban de diez o doce. Por suerte, pues de tener un centenar, el conflicto con los terrestres ya estaría decidido.
Grimson sabía que en los astilleros de Alfa Centauro se estaban construyendo varias supernaves de batalla, junto a las cuales la Hector 102 sería como una nuez frente a un globo aerostático.
Por cierto que esa había sido la tónica general en todo el conflicto. Cada vez que uno de los bandos superaba ligeramente al otro, en poco tiempo la otra parte se había puesto de nuevo al nivel. Por ejemplo, hacía ya siete siglos desde que los meduseos habían alcanzado el sistema solar y casi destruido la colonia marciana. Pero en la Batalla de Marte había quedado aniquilado todo el ejército invasor… con la excepción de una sola nave. Aquel explorador meduseo se libró de la destrucción para que pudiera informar a su pueblo de lo sucedido.

Casi un siglo más tarde, los Cuerpos Espaciales 3 y 4 de las Fuerzas Terrestres llegaron al Sistema Meduseo, y tan sólo sobrevivió un cazador para que volviera a informar del desastre. Desde entonces no se había atacado a ningún sistema importante, sólo colonias aisladas, tanto terrestres como meduseas. Y naves, como aquellas dos meduseas en el sistema KJ-457.
Tras aquel ataque, la Hector 102 había pasado a velocidades relativistas. Y en un año de su tiempo había recorrido decenas de años luz.
La nave Hector 102 se encontraba ahora en el sector F-56, y en sus cercanías se habían detectado naves enemigas. Por eso la nave estaba bajo alerta, con los cazas listos para salir disparados en caso necesario, y toda la artillería a punto. Ni qué decir tiene que los escudos estaban activados. Aunque la información fuera de varios años atrás, no podían arriesgarse. Menos mal que los sistemas cercanos eran todos ellos colonias terrestres o bien territorio no colonizable. Como la estrella cercana, una A-5 cuyos planetas estaban bañados en radiación letal.
Grimson se hallaba en el puente, viendo trabajar a su bien entrenado equipo. Cada uno de ellos sabía perfectamente lo que debía hacer, y lo hacía sin preguntas. Incluso los dos grumetes se dedicaban a contemplar la labor de sus instructores, sin hacer preguntas innecesarias.
Una luz roja se encendió en el panel del comandante. Casi de inmediato se activó la comunicación con el equipo de sensores.
—¡Comandante! —dijo la teniente Swift—, detectada nave extraña. Dirección menos 12,56 grados, más 35,89 grados de elevación.
—¿Características? —preguntó el comandante.
—¡Desconocidas! No figura en las bases ni como amiga ni como enemiga.
Grimson se quedó sorprendido, pero reaccionó de inmediato.
—Será tratada como hostil mientras no se defina. ¡Artillería, manténganla bajo la mira sin disparar hasta que yo lo ordene! ¡Santos, envíe diez cazas en misión de escolta!
Grimson dio aquellas órdenes ante los comunicadores de los jefes de guardia.
—¡A la orden! —respondió el alférez Gabriel Santos, el oficial de guardia al mando de los cazas. Lo mismo respondió, casi simultáneamente, el oficial de guardia al mando de los artilleros, Sergei Kamarov.
De inmediato, varios cazadores salieron al encuentro de la nave desconocida. Un minuto más tarde, Grimson podía escuchar el reporte del jefe del grupo.
—Puente, aquí Jefe de Clan. Informo sobre nave hostil.
—Aquí el comandante. Informe, Luwoszky.
—Señor. Es una nave de tamaño medio, forma esférica. No presenta armas a la vista, pero tampoco aprecio sistema de propulsión, ni antenas o cualquier forma de comunicación. Si todo eso está oculto, también podrían estarlo las armas.
—Bien, Jefe de Clan, mantenga la posición. Distribuya sus naves para escolta y vigilancia, manteniendo las distancias. No ataque sin estar seguro de que sea en defensa propia. ¿Entendido?
—Afirmativo, Puente. Vigilancia y  escolta. Y sólo defendernos si estamos seguros. ¿Recibido?
—Afirmativo, Jefe de Clan.
Grimson convocó al gabinete de guardia. Aparte del comandante de la nave, estaban los mandos de artillería, cazadores, infantería, astronáutica y ciencia. La directora de los científicos, Sia Ling, era la única civil del grupo, pero no la única mujer: también lo era la capitana de astronáutica, Naraya Silatopeyama. Junto con Santos y Kamarov, completaba el grupo el teniente Homito Tayata, al mando de la infantería espacial.
Tomó la palabra Grimson, como era preceptivo.
—Como ya saben, hemos detectado una nave desconocida en las cercanías. No es amiga ni enemiga y por el momento la consideramos hostil hasta ver lo que hace.
—¿Y qué es lo que hace? —preguntó Tayata.
—Por ahora, nada. Se ha situado a 15 unidades de distancia y allí se mantiene estable. Tiene nuestros cazas a una unidad de distancia y no parece importarle. No reacciona.
—Debe de estar a la espera de nuestra reacción —sugirió Silatopeyama.
—Es lo que yo me imagino —replicó el comandante—. Pero me pregunto qué debemos hacer. No podemos seguir así. Y si es cierto que está esperando nuestra respuesta, ¿cómo respondemos?
—¿Podríamos destruirla? —quiso saber Kamarov.
—Tal vez sí, o tal vez no. No conocemos nada de sus potenciales, pues no tiene armas a la vista; si las tiene, estarán ocultas. Y tampoco sabemos el tipo de escudo que pueda tener.
—Además, no podemos atacar una nave desconocida sin una provocación previa —observó Ling—. Si fuera medusea ya tendríamos argumentos, pero no sabemos si lo es.
—¿Podría serlo? —preguntó Santos.
—Tal vez sí. No figura en nuestros datos, pero puede tratarse de un nuevo modelo.
—Si así fuera, ¿por qué no nos ataca?
—Se me ocurren dos razones —sugirió Silatopeyama—. Una, porque no es medusea. Y dos, porque si lo es, desde que ataque se pondrá en evidencia.
—Propongo que la consideremos no hostil —indicó Ling—. Aunque estemos preparados para una acción hostil, obviamente. La pregunta es, ¿seguro que no hace nada de nada? ¿No estará espiando nuestras comunicaciones?
—Es una posibilidad —contestó Tayata.
—¡Nada de eso! —replicó Santos—. Las comunicaciones entre los cazas y la nave de batalla son encriptadas y direccionales. No creo que sea posible captarlas.
—Lo confirmo —añadió Silatopeyama. Era la responsable precisamente de que las comunicaciones fueran de esa forma.
—Estamos suponiéndole capacidades al enemigo —observó Grimson—. No tenemos base para saber si puede o no captar las comunicaciones…
—Creo que la discusión está fuera de lugar —intervino Ling—, desde el momento en que hemos decidido considerarla no hostil, ni siquiera debemos hablar de «el enemigo». Con el permiso del comandante, me he permitido corregirle.
Ling aprovechaba que era la única persona que podía hacer callar al comandante sin tener que responder ante un tribunal militar. Pero no quería abusar de ese privilegio, por eso adornó la corrección con toda la amabilidad de que fue capaz. El comandante aceptó la rectificación sin inmutarse.
—Nave desconocida, entonces. Doctora Ling, ¿puede saberse el motivo de su pregunta, si no cree que nos esté espiando?
—Claro que sí, comandante. Expondré mi razonamiento. Si se trata de una nave extraña, que hasta ahora no ha entrado en contacto con los terrestres y no es de los meduseos, ¿no es lógico que busque la manera de entrar en contacto?
—Tiene usted razón…
—¡Y para eso ha de detectar nuestras comunicaciones!
—¡Por lo tanto, nos está espiando! —exclamó Tayata.
—Prefiero no usar terminología militar, si no le molesta, teniente. Digamos más bien que están analizando nuestras comunicaciones para hallar una pauta que les permita entrar en contacto. Pero no creo que lo consigan.
—¿Por qué? —preguntó el comandante.
—¡Pues precisamente porque las comunicaciones están blindadas! Sugiero que nos comuniquemos en abierto, para que ellos puedan captarlas y analizarlas. Si es así, es posible que en un tiempo prudencial ellos se comuniquen con nosotros.
—¡Me niego! —replicó Kamarov.
—¡Un momento, Sergei! —dijo el comandante—. Este gabinete es meramente consultivo, no lo olviden. Quiero saber qué otras sugerencias hacen ustedes.
Nadie más dijo nada. Se miraron unos a otros en silencio. Más de uno era partidario de atacar, pero no había lugar a ello si se consideraba como no hostil a la nave.
—Al menos Ling ha hecho una propuesta —dijo finalmente Grimson—. Bien, estas son las órdenes: abran el canal entre los cazas y la nave, informen de tal situación a los cazadores para que estén al tanto y procuren no suministrar información valiosa. Pero que hablen. Ling, ¿cuándo deberíamos tener esa comunicación?
—No lo sé, comandante. Depende de su capacidad de procesamiento y de que dispongan de datos suficientes para conocer las pautas de comunicación.
—Les daré una hora. Si su nave tiene recursos comparables a los nuestros, en una hora deberían haberlo computado. Y creo que lo mismo puede decirse de los meduseos.
—¿Y si transcurre la hora y no hay comunicación? —preguntó Santos.
—En tal caso, convocaré de nuevo a este gabinete para decidir el plan de ataque.
—Conforme, comandante —dijo Silatopeyama—. Si no hay más órdenes, le solicito permiso para retirarme y proceder de acuerdo con sus instrucciones.
—Sólo una cosa más. Si hay comunicación, les convocaré para decidir nuestra respuesta. En caso contrario, en una hora exacta les quiero aquí a todos, como ya dije.
—Si es para una acción militar, no veo para que debo estar yo —comentó Ling.
—Es lo preceptivo. Luego usted podrá retirarse, una vez iniciadas las deliberaciones.
—Conforme, si es así.
—Así lo es y usted lo sabe. Bien, pueden retirarse todos.
Apenas tuvieron que esperar cinco minutos. Nuevamente fue la teniente Swift quien informó:
—¡Comandante! La nave extraña está enviando señales. Son casi compatibles con nuestros sistemas.
—¿Puede interpretarlas?
—Afirmativo.
—¡Pues hágalo y envíe el código sellado al Puente. ¡Se convoca al gabinete! —Esto último lo anunció por los intercomunicadores.
La mayoría de los miembros del gabinete ya estaba en el Puente. Sólo la doctora Ling tuvo que subir desde su oficina. Entró entonando una disculpa:
—¡Perdón, comandante! No me esperaba que respondieran tan rápido.
—¡Nadie lo esperaba, Sia!, así que no tiene importancia. Bien, ahora que estamos todos, oigamos lo que nos tienen que decir estos extraños.
—¿Será comprensible? —quiso saber Kamarov.
—Está en nuestro idioma, eso ya lo he comprobado pues pude oír la primera frase. Voy a ponerlo completo.
Grimson activó el reproductor. Frente a ellos se encendió una esfera en el aire. De inmediato se convirtió en lo que parecía la cabeza de un ser alienígena. Era cónica, de color rojo y tenía cinco ojos distribuidos alrededor. Mostraba otros órganos de función desconocidos, aunque uno de ellos era una especie de boca. Se abrió mientras se empezó a oír una voz metálica, típica de un traductor mecánico.
—¡Hola, terrestres! Represento a una especie desconocida para ustedes, pero pueden llamarnos «ribosos» por el momento. Y a mí pueden nombrarme «Kliv», que es algo así como «embajador» en nuestra lengua primordial. Este mensaje es una señal de paz, los ribosos venimos para comunicarnos con los terrestres y establecer relaciones pacíficas. Sabemos que están ustedes en guerra con los que llaman meduseos, y puedo afirmar que no mantenemos relación alguna con ellos. Quedamos a la espera de su respuesta, que esperamos en menos de una hora.
—¡Muy sutil! —observó Santos, pensativo.
—¿Por qué dices eso, Gabriel?
—Son muy diplomáticos, pero aprecio amenazas veladas.
—No entiendo —dijo Ling.
—Primero, está esa demostración de potencia y eficacia. ¡Han detectado y traducido una lengua desconocida en menos de cinco minutos!
—Eso, suponiendo que realmente sea nueva. Tal vez llevan espiándonos desde hace años.
—Es posible, pero creo más bien que es el primer contacto. Sugiero mantener esa hipótesis y seguir con mi razonamiento.
—Conforme, alférez —dijo el comandante—. Prosiga.
—Gracias. En segundo lugar, reconocen estar al tanto de nuestro conflicto con los meduseos. ¿No creen que lo lógico es que entren en contacto con ellos. Y a ellos les dirán que no tienen contacto con los terrestres.
—Hasta hace unos minutos, esa afirmación sería exacta —observó Ling.
—Y lo seguirá siendo para estos «ribosos» si así les interesa —añadió Grimson—. Lo lógico es que otra nave de los suyos esté en el sector meduseo haciendo algo parecido.
—¡Es lo que yo creo, comandante! —añadió Santos—. Por lo tanto, tenemos la sutil amenaza de que se alíen con ellos si no lo hacen con nosotros.
—¡Entiendo! ¿Algo más, Gabriel?
—Sí, comandante. Tenemos una hora para responder. O irán a buscar a los meduseos.
—¡Opino que el alférez Santos está en lo cierto, comandante! —exclamó Kamarov.
—¿Alguna sugerencia más, Gabriel?
—¡No, señor! Sólo esos tres puntos.
—Potencia de proceso, lo que implica una tecnología desarrollada, conocimiento de nuestros enemigos y urgencia en nuestra respuesta. ¡Sí, tiene su lógica! Y creo que hemos de seguirla. ¿Alguien más tiene otra sugerencia que hacer?
—Sí, comandante —dijo la doctora Ling—. Que respondamos con una invitación para venir a bordo. Que venga ese tal Kliv, si es el embajador como asegura ser.
—¿No nos estaremos precipitando? —intervino Kamarov.
—En realidad, más bien no, Sergei —observó el comandante—. Tarde o temprano tendremos que llegar a ello. Pero aún no. En primer lugar debemos aclarar unas cuantas cosas, como por ejemplo si a ellos les es posible desplazarse a esta nave. Pero ya habrá tiempo. ¿Alguna otra cuestión, señores?
Nadie respondió.
—¡Perfecto! Silatopeyama, ¿cómo andamos de tiempo?
—Recibimos la señal hace 21 minutos. Nos quedan, por lo tanto, 39 minutos para responder.
—¡Vamos a hacerlo ya! Envíe el mensaje que le voy a dictar y a continuación tome usted el control de las comunicaciones. Encárguese de aclarar todos los puntos necesarios y finalmente, proponga a Kliv que se desplace hasta nosotros, eso si es que ellos no lo proponen antes. El mensaje es el que sigue:
»Al habla Harold Grimson, comandante de la nave terrestre Hector 102. Estamos encantados de entrar en contacto con una nueva especie inteligente, y más aún si se trata de individuos amigos de la paz. Nosotros también queremos la paz con el pueblo riboso. Les ruego se pongan en contacto con mis oficiales para organizar la mejor forma de contacto. Yo mismo me encargaré de hacer llegar a las autoridades terrestres cualquier información que ustedes deseen darnos. Eso es todo, por ahora.
Silatopeyama se encargó de las comunicaciones desde ese momento. Los ribosos enviaron los datos necesarios y muy pronto ellos mismos sugirieron que Kliv viajara hasta la nave terrestre.
El vehículo usado por Kliv resultó ser enorme. Y cuando éste desembarcó en el hangar de la nave de batalla terrestre, todos comprendieron porqué: el riboso era grande, casi tanto como un elefante. Unos tres metros de alto, cuerpo casi esférico apoyado en seis gruesas patas. Tenía dos apéndices superiores a modo de brazos.
Todo ello estaba enfundado en un traje transparente con un casco cónico en su parte superior.
Sin duda, Kliv no cabía dentro de los pasillos de la nave, ni tampoco en la mayor parte de sus salas. Por eso habían acondicionado un volumen en el propio hangar, siguiendo las indicaciones de los ribosos. Hacia allí condujeron al embajador alienígena, precedido por el comandante Grimson.
Una vez en el interior, Kliv y Grimson hablaron. Solos, usando los traductores automáticos, pero sin la presencia de otros humanos.
En el Puente, la capitana Silatopeyama mostró su inquietud. En ausencia del comandante, ella era la oficial de mayor rango y a su cargo había quedado la nave.
—No se preocupe, capitana —observó el alférez Santos—. Conozco al comandante desde hace tiempo y estoy más que convencido de que saldrá bien de esta.
—No es el comandante lo que me preocupa, Santos. Se trata de lo que puede salir de esta conversación. Se me ocurre que es casi seguro que debamos llevar a este ser hasta la Tierra.
—¡Sería estupendo! —exclamó el teniente Tayata.
—No te entusiasmes, Homito —observó el jefe de artilleros, el teniente primero Kamarov—. Comprendo el temor de Silatopeyama. Esta podría ser nuestra misión más difícil. ¿Qué dirías si nuestra misión fuera llevar a este Kliv para que la Tierra firmara la rendición? Sospecho que de una u otra forma, nuestro viaje a la Tierra traerá el fin de la guerra.
—¿Y qué hay de malo en eso? —preguntó la Dra. Ling.
—Tan solo esto —respondió la capitana al mando—: ¿Quién nos asegura que la paz deseada por los ribosos será de acuerdo con nuestros intereses?
—No lo entiendo —dijo Tayata.
—Los ribosos parecen tener una tecnología superior, muy superior. No hacen ostentación clara de ella, pero sí que lo hacen de una forma muy sutil. Y si bien han dicho que quieren la paz, podría ser que lo que ellos llamen «paz» no nos guste nada a nosotros. ¿Me explico?
Media hora más tarde, Grimson volvía al puente. Casi sin tomar aire, gritó:
—¡A toda la nave! ¡Prepárense para aceleración máxima! Navegación, ponga rumbo al Sistema Solar.
Justo lo que todos esperaban…

Probablemente, una de las causas de que la guerra entre terrestres y meduseos se eternizara fueran las distancias interestelares. Entre una estrella y otra se tardaban años de viaje, incluso a velocidades cercanas a la de la luz; aunque para los tripulantes el tiempo trascurrido fuera mucho menor, desde que la nave partía con una misión hasta que llegaba al destino las circunstancias podían haber cambiado mucho. Los planes de ataque podían verse alterados durante el viaje, pero quienes iban en las naves no tenían forma alguna de saberlo… ni tampoco el alto mando en los planetas de origen. Uno de los bandos desarrollaba una nueva tecnología y tal vez cuando las naves mejoradas llegaran al objetivo, años más tarde, ya los otros habían logrado su propia versión de la misma tecnología.
La Hector 102 tardó cien años en llegar a la Tierra con su embajador Kliv. Mientras tanto, en otros lugares seguía la guerra: naves terrestres atacaron una colonia medusea fronteriza, en otro sistema un escuadrón de meduseos incluyendo un super-crucero había aniquilado a tres naves de batalla terrestres completamente equipadas…
De hecho, esas acciones de guerra ni siquiera eran conocidas cuando el comandante Grimson pidió permiso para desembarcar en el puerto espacial terrestre, y la nave ribosa con Kliv a bordo salió del hangar de la Hector 102 con rumbo hacia el planeta.
Fue una sorpresa el comprobar que aquella nave alienígena tenía capacidad para descender en la superficie de la Tierra. Era algo que no sucedía desde hacía siglos.
De hecho, en la memoria colectiva se hallaba la primera (y única) visita de los meduseos, cuando apenas se habían iniciado los conflictos; de eso hacía tanto tiempo que no quedaban registros, tan sólo leyendas. Y esas leyendas resucitaron al ver llegar a la Tierra la nave de los ribosos.
Kliv salió de su nave, enorme y llamativo en su traje espacial dorado. Grimson, Ling y Kamarov estaban presentes entre los terrestres que les esperaban. Grimson, en particular, se había encargado de concertar la reunión con el Presidente Nume’Fil y la Secretaria General Oshinnin (se decía que ella era quien mandaba en la Tierra, pues el cargo de Presidente era más honorífico que real).
El extraterrestre Kliv ignoró la nube de reporteros que le rodeó, captando su imagen y sus sonidos. No respondió a las preguntas, dirigiéndose de inmediato hacia el espacio reservado para su primer contacto con los líderes terrestres. Una mesa sobre una tarima, con cinco sillas en el lado terrestre y un espacio vacío, fuera de la tarima, para Kliv. Las diferencias de tamaño entre ribosos y terrestres obligaba a aquella disposición tan peculiar.
En las sillas se sentaron Nume’Fil, Oshinnin, el Primer Ministro Lekongo, y Grimson con la doctora Ling. Se había concedido tal honor a dos miembros de la Hector 102 porque eran quienes mejor conocían al alienígena; es decir que era más por motivos prácticos que por méritos.
El Presidente Nume’Fil tenía previsto un discurso y nadie le impediría decirlo.
—Como representante del pueblo de la Tierra y de las colonias espaciales, es para mí un honor dar la bienvenida a un miembro de otra especie viva que, al igual que nosotros, ha desarrollado los viajes espaciales…
Grimson observó al riboso mientras el Presidente hablaba. No sabía si escuchaba atentamente, si estaba dormido, o si hacía cualquier otra cosa. De hecho, la falta de expresión del ET era un problema a la hora de poder juzgar su reacción. Ni siquiera sabía hacia donde miraba.
De todos modos, el discurso estaba más dirigido hacia los espectadores terrestres que hacia el visitante. El comandante de la nave de batalla lo sabía muy bien. Suponía que Kliv simplemente grabaría el discurso para un análisis detallado y una traducción completa. Por ahora le bastaba con esperar su turno.
El extraño no se movió prácticamente en todo ese tiempo. Pero cuando finalmente terminó el presidente, Kliv giró su cuerpo hacia todos los lados y habló.
Como ya sabían Grimson y Ling, la voz del riboso era infrasónica, es decir inaudible, pero gracias al traductor todos pudieron oír su respuesta.
Fue muy breve.
—Doy mi saludo a los terrestres. Vengo a traerles la paz y desearía empezar a discutir los detalles de inmediato. Señor presidente, mi intención es hablar con las máximas autoridades terrestres. Si son ustedes, ¿podríamos dirigirnos a un lugar donde sea posible hablar sin molestias?
Nada de discursos. Los terrestres se quedaron atónitos. Pero muy pronto el comandante de la Hector 102 tomó la palabra para decir:
—Señor presidente. Sugiero que nos desplacemos al lugar previsto para la reunión. El embajador Kliv no es amigo de las grandes recepciones, así que, si lo permite el protocolo…
Para ser exactos el protocolo no existía, pues era la primera vez que se producía una situación semejante. Si se descontaba la mítica visita de los meduseos a la Tierra de siglos atrás, y de la cual no quedaba registro alguno, era la primera vez que se planteaba el protocolo a seguir en una reunión entre especies inteligentes diferentes.
Si el alienígena deseaba saltarse las recepciones y entrevistas, habría que hacerle caso. Así que el jefe de protocolo se acercó al presidente de la Tierra y le susurró algo en el oído.
—Bien, ¡adelante, embajador Kliv! —dijo Nume’Fil. Y todos se dirigieron hacia los vehículos que les esperaban.
Para el riboso se había adaptado un vehículo de carga con un contenedor transparente siguiendo las indicaciones recibidas de la Hector 102. Las autoridades terrestres subieron en sus propios vehículos con la escolta habitual. Grimson y Ling también subieron a un transporte, mucho más lujoso de lo que ellos habían tenido ocasión de usar hasta entonces. Por tener, ¡hasta tenía conductor humano!, aunque éste no parecía tener nada que hacer salvo vigilar los controles; y hablar con los pasajeros.
La doctora Ling aprovechó para averiguar todo lo que pudo acerca de aquel hombre. Era asiático, como ella, pero de Tailandia, no de China y le describió su población natal con bastante detalle. Ling llevaba siglos fuera de la Tierra, por el efecto relativista, y tenía mucho interés por conocer las novedades en su tierra; o al menos de un lugar cercano a ella. El conductor poco le pudo decir de China, pero alguna información útil le pudo suministrar.
Lamentablemente llegaron muy pronto al palacio presidencial. Todos se bajaron de inmediato, y Ling no pudo proseguir su conversación con el chofer.
En poco tiempo se reunieron en la sala acondicionada para la reunión. Había cámaras, por lo que todo sería grabado, pero no se emitiría nada sin pasar antes por el control de la autoridad terrestre. El propio riboso estaba de acuerdo con ello, pues sabía bien que su propuesta sería discutida por los terrestres, y que no todo el mundo estaría de acuerdo.
Todos los presentes oyeron lo que Kliv quería transmitirles. Se plantearon algunas dudas, y se aclararon lo mejor posible.

En teoría, la propuesta debería ser debatida por el senado y por la junta de colonos. Pero en estado de guerra ambos órganos podían ser ignorados y de hecho lo eran desde hacía siglos. Ni uno ni otro tomaban decisiones de importancia en relación con la guerra.
La decisión fue tomada por Oshinnin y respaldada por Nume’Fil. Lekongo mostró su oposición, pero finalmente se avino a respaldarla también. Con los tres de acuerdo, y siendo un tema de interés bélico, la propuesta de los ribosos según la transmitió Kliv fue aceptada. Sobre todo porque éste les aseguró que una muy parecida había sido llevada ante los meduseos.
Grimson y Ling volvieron a la Hector 102. Su misión era doble: en primer lugar, devolver al embajador Kliv hasta su nave matriz, en el lugar de encuentro acordado. Y luego se dirigirían al planeta que les indicaran los ribosos para su nueva misión: defenderlos.
La orden (emitida por Nume’Fil) según la cual la guerra había terminado, tardaría años en llegar a todas las naves terrestres dispersas por la Galaxia. Cabía en lo posible que la Hector 102 encontrara algún meduseo beligerante, que ignorara la orden de detener los enfrentamientos; sobre todo porque oficialmente, aún no se había firmado la paz con éstos. Sólo contaban con la palabra de Kliv y la suposición de que los meduseos también aceptarían la solución propuesta.
En tal caso, la nave de batalla terrestre se defendería, tratando de hacer el menor daño posible y de entrar en conversación con los meduseos para explicar la situación.
Un grupo de terrestres se había puesto en camino hacia el Sistema Meduseo para negociar un tratado de paz, pero eso también llevaría años. Era de esperar que antes de que ellos llegaran al planeta ya se habría recibido la transmisión; de todos modos, no viajarían a una gran velocidad para dar tiempo a tener noticias frescas.
Nada de eso debería preocupar al comandante de la Hector 102. Lo importante era que los ribosos habían comprado la paz con los meduseos, simplemente contratando los servicios de defensa terrestre y meduseo.
La Agrupación de Culturas Galácticas, en la que entrarían a formar parte tanto los terrestres como los meduseos si aceptaban el acuerdo con los ribosos, era un grupo heterogéneo, pero más bien pequeño a nivel galáctico. Como explicó Kliv, la gran mayoría de las especies representadas en la Agrupación eran pacíficas y tenían poca experiencia militar. Pero se sabía de la existencia de otras civilizaciones galácticas más agresivas; aunque no se había entrado en contacto con ninguna de ellas, era simple cuestión de tiempo que eso ocurriera. Por eso la Agrupación tenía miedo de lo que pudiera suceder a cualquiera de sus miembros en un encuentro de ese tipo. Aunque en términos generales casi todos contaban con una aceptable tecnología defensiva, nunca habían tenido ocasión de ponerla a prueba. Y sólo con defenderse no llegarían a ninguna parte en un enfrentamiento real.
Los ribosos habían hecho la propuesta de admitir alguna especie belicosa para que les defendiera a todos ellos. Y enviaron a Kliv a hablar con los terrestres, además de otro riboso con los meduseos.
Para la Tierra, las condiciones eran claras: abandonar el enfrentamiento y aprovechar su enorme experiencia militar en la defensa de aquellos pueblos de la Agrupación que solicitaran sus servicios. Pagando bien, por supuesto.
A cambio de renunciar a la guerra tendrían acceso a todos los recursos de la Agrupación. A sus conocimientos y a toda su tecnología.
Era un buen negocio, y lo curioso era que el enfrentamiento con los meduseos proseguiría, pero en otro nivel.
A ellos también se les hacía la misma propuesta. Para la Agrupación, sería simple cuestión de elegir entre contratar la defensa terrestre o la medusea.
Es decir, serían rivales comerciales.

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