Eduardo contemplaba en la pantalla la magnífica desolación. La superficie de Venus, seca, ardiente, borrosa bajo un aire cientos de veces más denso que el de la Tierra.
Él se hallaba a bordo de Afrodita, la Ciudad Flotante, a cientos de kilómetros por encima, lejos de las nubes de ácido y de las tormentas perpetuas.
Tenía un sirviente mecánico allá abajo, en la superficie. Una máquina que parecía el resultado de un cruce entre un tanque, un submarino y una enorme langosta. El robot RVA-012 transmitía lo que captaban sus ojos/cámaras a la Ciudad Flotante.
RVA-012 buscaba recursos para una agotada Tierra, donde se habían agotado muchos metales. Venus era un mundo duro pero sin explotar, y muchas corporaciones comerciales habían conseguido contratos de explotación de sus recursos.
Eduardo era un técnico contratado por la Venus Enterprise Inc y vivía en un habitáculo de la empresa, comía en sus comedores y vestía sus uniformes. De su sueldo se descontaban los gastos y por eso debía trabajar 12 horas diarias, para pagar sus deudas; de lo contrario, la empresa lo despediría y… ¿a dónde ir en Ciudad Flotante, si todo está controlado por las corporaciones? Sólo tenía el suburbio, donde malvivían a duras penas los desempleados con delincuentes y otros proscritos.
De todos modos, a Eduardo no le preocupaba tener que trabajar 12 horas, pues lo hacía ante una consola, controlando el robot explorador. Y aparte de comer, dormir y demás necesidades, no tenía otra cosa que hacer; incluso las diversiones estaban a cargo de la empresa, así que no eran más que otra forma de endeudarse.
El robot buscaba nódulos minerales, unas estructuras típicas de Venus, parecidas a perlas y que se formaban de un modo parecido según los científicos. Unos seres vivos flotaban en la atmósfera superior, y a veces también en la inferior; algunos de ellos acumulaban metales en su organismo y cuando pesaban demasiado los expulsaban, formando pequeñas bolitas que caían al suelo.
La existencia de vida en Venus había supuesto toda una sorpresa. Las condiciones eran infernales, ¡y sin embargo había vida!
En el pasado no había sido siempre así. Las huellas estaban por todas partes: millones de años atrás, Venus había tenido un aire más tenue, grandes océanos, y vida en abundancia. Pero las condiciones cambiaron, se entró en una espiral de descontrol y al final todos los océanos se evaporaron, la vida casi desapareció. Venus pasó de ser un paraíso a un infierno.
Entre los entretenimientos que había comprado a la empresa, Eduardo tenía una biblioteca de ficción antigua, sobre todo libros y películas del siglo 20. Entre los libros digitalizados, tenía reproducciones de antiguos «pulp», una especie de revistas en papel de poca calidad. Algunas de esas revistas contenían historias divertidas y entretenidas de cómo imaginaban los viajes espaciales aquellas gentes antiguas.
Eduardo leía historias de un Venus imposible. Un planeta donde habían enormes selvas pobladas por animales prehistóricos, y donde sus habitantes eran humanos, más o menos parecidos a los terrestres. También había historias de otros mundos, como Marte, pero las que más agradaban a Eduardo eran las de Venus.
¡Cuánto habría deseado vivir en ese planeta mitológico! Viajar por aquellos océanos, acompañando a hermosas princesas en guerra contra reinos hostiles, o luchando contra dinosaurios con armas increíbles. En sus sueños, Eduardo se veía a menudo como un héroe de ficción, vestido con una camiseta ajustada, que mostraba toda su musculatura, y un diminuto pantalón. Sus fuertes piernas terminaban en un calzado muy ajustado, y sin embargo cómodo. Podía completar el equipo con una vistosa capa, o tal vez un casco sobre la cabeza. Sus compañeras vestían aún menos que él: apenas unas tiras de tela para cubrir sus partes pudendas. Todas ellas eran preciosas y se morían por su ayuda.
Eduardo despertó. ¡Se había dormido ante los controles! Esperaba que no lo hubieran detectado los sistemas de verificación automática.
¡Un momento! El robot estaba mostrando algo en la pantalla. ¡Un nódulo!
¡Era enorme! Debía medir más de diez centímetros de diámetro. Era de un blanco azulado, casi como vidrio, no parecía un nódulo típico. De hecho, era demasiado grande para ser un nódulo normal.
Dio orden al robot para que lo expidiera de inmediato para su análisis. Y él controlaría dicho análisis, como era su labor.
El robot colocó al nódulo en un contenedor de globo. Una pequeña cápsula, con un globo destinado a subir hasta la Ciudad.
Unas horas más tarde, cuando de hecho debería estar durmiendo, Eduardo se pudo hacer con la cápsula y el globo. Tomando las debidas precauciones, extrajo el nódulo, lo lavó y desinfectó para poder tomarlo con las manos.
Raras veces podía tener en sus manos un nódulo, pero nunca había visto algo como aquello. Eduardo sabía bien que todos sus actos estaban siendo monitorizados, así que ni se le pasó por la cabeza quedarse con aquel objeto.
Pero era extraño. Parecía una cápsula de cristal.
Incluso daba la impresión de tener algo dentro…
Eduardo la acercó a los ojos. Y vio algo dentro de la cápsula.
No sólo podía ver el interior. En su cabeza oía una voz. Y la imagen se expandió ante sus ojos…
Era una preciosa joven de piel azulada y orejas puntiagudas, pero aparte de eso muy humana. ¡Tremendamente humana!
Con pelo rojo, muy largo, ojos negros de grandes pestañas, boca generosa y redonda, pechos prominentes (el pezón se marcaba claramente bajo una diminuta tela), cintura estrecha, grandes caderas con otra minúscula pieza de tela triangular; y finalmente, piernas muy bien torneadas. Era una mujer realmente deseable y le hablaba con una voz dulce, musical.
«Hombre del futuro, me llamo Ishtar y te hablo desde el remoto pasado. Mi mundo se muere, las selvas se están agostando, los océanos se evaporan y todas las grandes bestias se están muriendo. Mi pueblo está condenado a la extinción, pero me han encomendado a mí, su reina, que deje al menos un recuerdo. Con los pocos recursos que nos quedan, hemos construido una máquina para grabar esta cápsula, que esperamos pueda sobrevivir millones de años hasta que algún ser inteligente la encuentre.
Sólo te pido una cosa: que nos recuerdes. Que pidas a los tuyos que cuiden nuestros restos.
Y una advertencia: no se de donde podréis venir vosotros, pero si como creo procedéis del tercer planeta, cuídenlo. Los puede suceder lo mismo que a nosotros, que consumimos nuestros recursos sin control y, sin quererlo, matamos nuestro mundo.
Recibe un saludo de Ishtar».
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