Eva Godness estaba totalmente sola en el planeta. Pero Eva tenía un equipo completo de microingeniería.
Eva tomó unas cuantas células de su propio cuerpo y separó algunos cromosomas X de ellas. Sometiéndolos al proceso de reducción creado años atrás por Huendel, Eva fabricó cromosomas Y.
Finalmente, Eva insertó un cromosoma Y en unas cuantas células, sustituyendo a un cromosoma X.
De esa forma, Eva fabricó algunas células con el genoma de un macho.
Con esas células, Eva elaboró unos clones masculinos. También creó otros clones femeninos, con su propio genoma intacto.
La diosa Eva podría haberse puesto en hibernación, pero no se fiaba de los programas automáticos de enseñanza para los clones. Así que ella misma supervisó todo el desarrollo de los clones, machos y hembras.
Por algún motivo desconocido, Eva fabricó más machos que hembras. Y cuando transcurrieron los años precisos, todos los clones alcanzaron la madurez sexual. Se aparearon entre ellos. Pero como sobraban algunos machos, Eva se reservó para sí varios clones masculinos.
Así la diosa Eva pudo complacer su apetito sexual.
Y todos llegaron a tener hijos. Todos eran hijos de Eva, la diosa, pues incluso los que no habían sido concebidos por ella en persona, lo habían sido por alguno de sus clones, idénticos a ella. Y porque todos los padres de los niños eran clones de Eva.
Y sin embargo, todos eran diferentes, pues Eva, en su gran sabiduría, halló la manera de alterar los genes, cambiando caracteres a capricho. Unos clones tenían la piel clara, otros más oscura, unos pelo negro, otros rubio; los había más inteligentes, y otros algo menos listos; unos era altos, otros más bajos; algunos más fuertes y corpulentos, otros más delgados. Y así un largo etcétera.
Pasaron los años.
Y pasaron varias generaciones. Eva descansó al fin.
El planeta se llenó con los hijos de Eva, la Diosa Madre.
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