01 abril 2012

VIAJEROS DEL TIEMPO

Jules-12 soltó la palanca. Las ventanas se oscurecieron, desapareciendo los intrincados diseños multicolores.
Los cinco ocupantes de la nave sintieron que la tensión del viaje había pasado. Viajar por el tiempo era peligroso, eso sin dudarlo, y sólo cuando comprobaron que habían vuelto al espacio normal pudieron respirar tranquilos.
Al espacio normal, sí, pues eso mostraban las portillas: el negro espacio interplanetario. Pero, ¿dónde estaban? ¿Y cuándo?
En los relatos de ciencia ficción sobre viajes en el tiempo, siempre hay un indicador que muestra una fecha; a veces incluso señala los segundos exactos. En la ficción, basta con seleccionar esa fecha para llegar a ella, ¡exactamente! Así no queda la menor duda de a que época se ha llegado.
Pero eso era en la ficción. Como descubrieron los exploradores del tiempo, la realidad era muy diferente: había que calibrar los controles del vehículo para poder prever, con cierta seguridad, a que momento, del futuro o del pasado, se llegaba. Sólo tras arduos experimentos se podía disponer de un sistema adecuado para medir los desplazamientos, siempre que no fueran más allá de unos pocos siglos respecto al presente.
Para viajes más largos, la solución estaba en observar. Si se viaja al pasado terrestre, no se pregunta a unos habitantes locales «Disculpe, señor pero, ¿podría decirme qué día es hoy?» si no se quiere terminar condenado por brujo o algo peor. Lo que se hace es observar los planetas y sus satélites: constituyen un reloj muy preciso, aunque lleva tiempo para poder observarlo.
Pero ni siquiera el reloj astronómico es lo bastante preciso cuando se viaja a 65 millones de años en el pasado. Así que Jules-12 y sus compañeros tenían que observar con mucho cuidado para ver si habían llegado a tiempo.
Debían localizar un asteroide en ruta de colisión hacia la Tierra. O ver si ya había tenido lugar el impacto.
No. El aspecto del planeta era el normal: nubes y claros, con los vientos distribuidos de forma típica en el planeta. No había señales de una perturbación reciente, de un impacto muy violento.
Y ¡en efecto! Allí estaba el asteroide. Les costó hallarlo porque estaba aún lejano. ¡Habían llegado dos meses antes del impacto!
Jules-12 ya había contado con ello. Activando los propulsores espaciales, llevó su nave detrás de la Luna, en el punto L-2 donde quedaría relativamente inmóvil durante el tiempo necesario.
El satélite estaba en la fase de Luna Nueva, por lo que en la superficie terrestre a la vista era de día.
Jules-12 no llegó a ver la cara nocturna del planeta.
Una infinidad de luces poblaban la oscuridad, algunas muy densas y agrupadas en enormes manchas blanquecinas.




Durante largos días, los ocupantes de la nave cronomóvil se entretuvieron observando el espacio. Estaban en una situación única para observar los planetas y satélites del sistema solar, varios millones de años antes que sus contemporáneos.
Los viajes en el tiempo habían aparecido como un efecto secundario de los viajes interestelares. Para ir a otras estrellas, había que salir del espacio-tiempo normal y acceder al Multiverso. De esa forma, se podían recorrer decenas o cientos de años luz en cuestión de minutos. Mientras se hallaba la nave en el Multiverso, el cielo negro desaparecía y se observaban unos complejos patrones muy sutiles con múltiples colores; de hecho, el patrón de radiaciones abarcaba todo el espectro y nadie tenía muy claro a qué se debía. Las teorías eran muchas y ninguna satisfactoria.
Pero a veces no se llegaba al punto previsto. Mínimas alteraciones podían hacer que la nave apareciera a cientos de años luz de distancia. Se hizo habitual la observación después de un salto por el Multiverso, para comprobar que todo había ido según lo previsto; de no ser así, había que programar otro salto, siempre que se supiera donde se encontraba la nave. El caso más dramático fue una nave que apareció fuera de la Galaxia y tuvo que hacer diez saltos antes de poner llegar al destino previsto. Ese viaje duró varios meses y a punto estuvieron de agotar las provisiones.
Tal vez había habido sucesos peores y simplemente no sabían nada de sus ocupantes. Algunas naves habían desaparecido sin dejar rastro…
El caso más curioso de todos fue cuando una nave llegó al sitio correcto, ¡veinte años antes! Lo supo porque se trataba de una colonia espacial recientemente fundada y no estaba. Observando los movimientos de los astros y comparando con los datos disponibles se pudo concluir que habían viajado por el tiempo, además de por el espacio.
Tenía sentido. Al entrar en el Multiverso, se abandonaba el espacio-tiempo normal y así se llegaba a otro punto del espacio-tiempo. En otras palabras, otro punto del espacio, ¡y del tiempo!




¡Ya faltaba poco para el impacto! Jules-12 abandonó su refugio tras la Luna y se acercó al asteroide. No cabía la menor duda de que se dirigía hacia la Tierra.
¡Pero se detectó algo más! Una nube de objetos se dirigía hacia el asteroide. La trayectoria de la nube indicaba que habían partido de distintos puntos del planeta.
La nube estaba formada por gran cantidad de cuerpos metálicos, de forma alargada, y propulsados por motores químicos. Tenían todo el aspecto de misiles intercontinentales.
Los viajeros del tiempo observaron el movimiento de los misiles. En realidad, suponían que se trataba de misiles, pero bien podían ser otra cosa.
Los supuestos misiles no impactaron directamente sobre el enorme cuerpo rocoso; entraron en órbita de forma coordinada. Pasados unos cuantos minutos, se pusieron de nuevo en movimiento, para impactar en un área muy reducida del asteroide.
No explotó en miles de pedazos (otra vez el tópico de la ciencia ficción), pero sí cambió su trayectoria.
El asteroide impactó contra la cara oculta de la Luna, dejando un enorme cráter de más de doscientos kilómetros de diámetro.
Jules-12 volvió a su época.




Tras el desagradable viaje por el Multiverso, la nave cronomóvil entró en el espacio normal: las portillas mostraban el negro del espacio. Jules-12 se dispuso a observar los planetas del sistema solar, para confirmar la fecha.
¡Bien! Estaban apenas una semana más tarde de la fecha de partida.
Podían regresar a casa.
Descendieron sobre la superficie terrestre y Jules-12 rindió su informe ante el director del proyecto, Kelim-54.
—Tal y como habíamos supuesto. La civilización de los dinosaurios inteligentes logró mover el asteroide; el cráter formado es, sin ninguna duda, el Galenius en la Cara Oculta.
—Por lo tanto, la civilización de los dinosaurios prosiguió hasta su agotamiento —replicó Kelim-54—. Agotaron todos sus recursos, acabaron con los árboles y la vegetación, y así terminaron con todos los grandes animales.
—En efecto. Y de la catástrofe que provocó su extinción, sobrevivieron las pequeñas alimañas que infestaban sus ciudades.
—Me pregunto qué habría sucedido si no hubieran terminado con los árboles. Según los fósiles, había un pequeño mamífero arbóreo que podría haber evolucionado tras la extinción de los dinosaurios. Tenía el potencial para dar una especie inteligente.
Tanto Jules-12 como Kelim-54 se quedaron pensativos. Lo suyo no era más que una especulación. Jules-12 se rascó los bigotes que sobresalían de su rostro afilado. Sus orejas redondas destacaban a ambos lados de su enorme cráneo. Lo mismo que sus incisivos, aunque éstos fueran mucho menores que los de sus antepasados roedores.

1 comentario:

Malamen dijo...

Muy interesante