16 agosto 2012
Mukelele
Mukelele vive con sus dos padres en una pequeña cabaña cerca de la selva. No tiene hermanos y aún es pequeño para ayudar a sus padres a cultivar el sorjo.
Di Pietro es el dueño de la mayoría de las tierras cercanas a la cabaña de Mukelele. Quiere hacerse también con las tierras de los padres de Mukelele, pero éstos no las quieren vender. Sin embargo, Di Pietro es brujo e invoca al espíritu de Shangri’Kal.
—¡Oh Gran Espíritu! —exclama—. ¡Por tu poder y por el poder que me has concedido, te suplico ayuda para éste tu siervo!
El brujo Di Pietro ha sacrificado una cabra para satisfacer al espíritu de Shangri’Kal.
De repente, una nube negra cubre la cara del Sol. Un viento frío levanta polvo de las tierras donde hace semanas que no llueve.
Así es como el espíritu de Shangri’Kal muestra su favor al brujo.
Y sucede la desgracia en la casa de Mukelele.
Sus padres de Mukelele enferman de pronto. No se levantan de la cama.
Están quietos y fríos.
Mukelele contempla lo que sucede, se asusta y sale corriendo. En la puerta encuentra a Di Pietro, cubierto el rostro con la horrible máscara de brujo.
—¡Señor Di Pietro! —exclama el niño llorando—. A mis padres les pasa algo malo. Están muy quietos y fríos en la cama. No sé qué hacer.
—¡Lo que debes hacer es irte ahora mismo, si no quieres que te lo mismo que a tus padres! ¡Fuera de aquí! ¡Ja ja ja ja ja ja!
El niño contempla la terrible máscara del brujo y oye su terrorífica voz y se asusta aún más. Huye hacia la selva cercana.
Ya en la selva, Mukelele le reza a Simba, el espíritu del león.
—¡Oh, Simba! Estoy solo y mis padres se murieron. No sé lo que debo hacer. ¡Ayúdame, por favor!
Simba no responde a la llamada de Mukelele. Al menos es lo que le parece al niño.
En la selva, Mukelele ya sabe buscar comida. Encuentra fruta y agua.
En un momento en el que está bebiendo agua del río, oye a unos hombres que vienen caminando y hablando ruidosamente.
Él se esconde y los ve pasar.
Los sigue para ver a donde van. Y mientras tanto, les oye hablar de unos barcos. También, de un sitio donde hay trabajo y comida.
Llegan a una playa después de un par de días de caminata. Todo el tiempo, Mukelele les ha ido siguiendo sin que ellos lo noten. Durante ese tiempo apenas ha podido comer algo de fruta y beber agua que ha encontrado por el camino.
Mukelele nunca ha visto el mar, aunque sabe lo que es por lo que le han contado sus padres. Tiene mucho miedo al ver las olas que rompen en la arena una y otra vez, sin cansarse jamás.
Uno a uno, los hombres se acercan a una cabaña y hablan con un hombre mayor. Le dan algo y a continuación entran en la cabaña.
Mukelele se arma de valor y se acerca al viejo.
—Hola, señor —dice—. Me llamo Mukelele y no tengo padres. ¿Me puedes ayudar?
—Hola, Mukelele. Si tienes con qué pagarme un puesto en la barca podré ayudarte. Si no tienes, lo siento mucho, pero no te puedo ayudar.
—No tengo nada.
—Pues en ese caso, ¡lárgate de aquí inmediatamente! —grita con fuerza el viejo.
Mukelele se echa a correr, pero permanece escondido entre los árboles cercanos a la playa.
Por la noche, uno tras otro van saliendo los hombres de la cabaña y empujan la barca hacia el mar. Como es Luna Llena, Mukelele puede verles subir en ella y partir hacia muy lejos.
Incluso el viejo de la cabaña se va en la barca.
Mukelele se queda solo.
Llorando, se echa a dormir en la arena.
Aún es de noche cuando un enorme león se le acerca. Mukelele se asusta pero no grita ni dice nada.
El león abre la boca y dice:
—Mukelele, soy Simba y te quiero ayudar. Me has llamado. No temas.
El niño se tranquiliza.
—Este árbol bajo el que duermes es un cocotero —explica Simba—. Y sus frutos son mágicos. Coge uno de los que están en el suelo y lo partes en dos con una piedra; tendrás una barca que podrá llevarte a donde tú deseas y además dispondrás de agua y comida fresca mientras permanezcas a bordo.
Simba desaparece. Mukelele sigue durmiendo.
Por la mañana, Mukelele no está seguro de si aquello fue real o un sueño, pero coge uno de aquellos cocos y lo parte. Se bebe el agua que sale de su interior y luego termina de abrirlo por la mitad.
En cuanto coloca una de las mitades en la arena, ésta empieza a crecer.
Antes de que se haga demasiado grande para moverla, Mukelele se mete en el agua empujando el medio coco. Aunque le dan miedo las olas y no sabe nadar, está seguro de que Simba le está ayudando y por eso no teme.
La mitad del coco ha crecido tanto que Mukelele ya puede meterse en su interior. Coloca la otra mitad en el fondo, pues probablemente sea toda el agua y alimento que tendrá.
No sabe a donde ir, pero él imagina un lugar hermoso como al cual aquellos hombres de la barca se dirigían; además piensa que si el coco-barco es mágico sabrá perfectamente lo que debe hacer.
En efecto, el coco se mueve sobre las olas sin que Mukelele tenga que hacer absolutamente nada.
Navegando, se aleja de la playa y se adentra en el mar desconocido.
La otra mitad del coco le sirve a Mukelele para comer y beber fresca agua de coco. Mukelele la encuentra deliciosa.
Entretanto, la costa del país de Mukelele se ha ido alejando y desaparece tras el horizonte.
Llega la noche, y Mukelele se acuesta en el fondo del coco-barco. Las olas lo mueven pero sigue navegando hacia el lugar que Mukelele anhela.
Amanece y no se ven más que olas. Mukelele no sabe si falta mucho o poco. Sigue confiando en Simba, aunque las olas lo asustan. Y no se ve nada más que agua.
Poco a poco va surgiendo, de más allá del horizonte, una montaña.
En cuestión de horas, la montaña parece acercarse. Es una montaña enorme, blanca en su parte de arriba.
Por fin se ve la tierra cercana. Es un lugar que Mukelele no ha visto nunca.
Ya más cerca, Mukelele ve que el coco-barco se acerca a otra playa.
Es una playa distinta a la que dejó atrás, está llena de gente tumbada al sol. El niño nunca ha visto algo así pero no se preocupa. Sigue confiando en Simba, si él le guió hasta allí será por algún motivo.
Las olas empujan el medio coco gigante hasta la orilla. Mukelele salta a la arena negra, y contempla como de inmediato el coco se reduce a su tamaño natural. Recoge las dos mitades del coco y mira a su alrededor.
Una mujer solitaria le está observando.
Mukelele va a su encuentro.
La mujer no dice nada, pues sabe que no entenderá su lengua. Pero sus brazos hablan por sí solos. Abraza al niño y le da una botella de agua.
Hace muy poco que ella ha perdido a su hijo pequeño en un estúpido accidente. La noche pasada ella ha tenido un sueño en el que un león le decía que si iba a la playa podría hallar a su nuevo hijo.
Así es como Mukelele encuentra a su nueva madre.
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