17 agosto 2012
Trasplante
Habitación 1327 de un gran hospital. Sólo hay una cama y en ella hay un hombre, apenas visible entre tubos y cables. No se mueve, pero no puede asegurarse si está vivo o muerto.
A su lado, sentada en un sillón, está su esposa. Su cara demacrada muestra las noches pasadas en vela.
Despacho de enfermería de guardia, planta 13. Una pantalla muestra las constantes vitales del paciente de la 1327. Suena una suave alarma, y la enfermera de guardia observa los datos con atención. Llama al médico de planta, quien se presenta de inmediato.
Minutos después, el médico se dirige a la habitación 1327.
—Señora López —le dice a la mujer—. Lamento informarle que su esposo ha fallecido. Hemos detectado la muerte cerebral y necesitamos su conformidad.
La mujer se derrumba. Entre sollozos, pregunta: —Conformidad, ¿para qué?
—Para el trasplante. Ya lo hemos hablado y…
—¡Es cierto! —ella reprime los sollozos y hace un esfuerzo—. Conforme.
El médico le entrega un documento, que ella firma sin leerlo.
Una hora más tarde, el paciente de la 1327 pasa a quirófano. Su cuerpo será usado para un trasplante muy especial… de cerebro.
En vez de su cerebro humano, ya inútil, se le coloca uno artificial. Será el primer robot con cuerpo humano.
Un mes más tarde. La Sra. López ha ido al hospital para hacer unas gestiones. Se dirige a una ventanilla para consultar unas dudas. El funcionario que la atiende es nuevo, pero a la vez le resulta familiar.
—Dígame, señora, qué se le ofrece.
¡Esa voz! La mujer mira fijamente al funcionario, reconociendo los rasgos ¡de su marido!
Sale corriendo y gritando por el pasillo.
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