01 julio 2014

CHAPUZAS DEL MÁS ALLÁ

In memoriam: Cruci
     
      Fue un accidente. Vio venir el otro coche de frente y ya no recordó nada más.
     
      Primero fue una luz muy intensa que le atraía irremediablemente. Luego fue un túnel luminoso por el que Cristina se movía rápidamente.
      Comprendió que acaba de morir. Pensó que por fin podría comprobar si lo que se decía de la vida en el Más Allá era cierto…
      De repente, el túnel desapareció. La luz se redujo al nivel de unas pocas lámparas.
      Cristina se vio en un sitio extraño, lleno de aparatos y maquinarias, y con unos personajes que parecían ángeles, pero tenían casco y uniforme de obreros. Un enorme cartel tenía unos grabados extraños que Cristina no pudo entender.
      En su primer contacto con la escritura panceleste no pudo comprenderla. Pero en el Más Allá no hay problemas de comunicación, de ahí que muy pronto los extraños caracteres se convirtieron en letras latinas, y el texto se hizo legible:
      «Estamos mejorando las comunicaciones en la Eternidad. Disculpe las molestias. CONSTRUCCIONES CELESTIALES LTDA.»
      Más abajo explicaba que se estaba procediendo a sustituir el cable intermundial, para lo que se habían cortado las vías de las almas.
      Cristina se quedó sorprendida. ¿Obras en el Más Allá?
      Observó que otras personas, distintos de los obreros angelicales, caminaban en una misma dirección. Almas recién fallecidas. Así que ella fue también por el mismo camino.
      Una eternidad más tarde (no hay medida de tiempo en el Más Allá, un simple segundo en la Tierra puede ser toda la eternidad, pero también puede ser al contrario), Cristina llegó a un enorme edificio, más parecido a la gran estación de aeropuerto que a otra cosa. Numerosos carteles indicaban las rutas a seguir:
      «MUSULMANES Sector A-6»
      «JUDÍOS Vía 45»
      «ADVENTISTAS Ruta HL-4»
      «HINDUÍSTAS Sector B-1»
      «ATEOS Ruta V-4»
      «CATÓLICOS Vía F-12»
      «AGNÓSTICOS Área N-100»
      «HUMANISTAS Siguiente bifurcación»
      …y así más de cien.
     
      Pero frente a la entrada, varios ángeles desfilaban portando carteles, y molestando visiblemente a quienes querían entrar en el edificio.
      Cristina pudo leer alguno de esos carteles:
      «TRABAJAMOS COMO DEMONIOS»
      «SOLICITAMOS MÁS PERSONAL»
      «QUEREMOS EL PLUS POR TRABAJO EXTRA»
      «EN EL INFIERNO SE TRABAJA MENOS. ME VOY PARA ALLÍ»
      «HUELGA GENERAL»
      Uno de los ángeles entregaba un panfleto a todo el que lograba entrar. Cristina recibió el suyo, y preguntó:
      —¿Qué es todo esto?
      —Estamos en huelga. Tenemos demasiado trabajo, porque la población de la Tierra ha crecido y llevamos siglos siendo los mismos. Todavía hay muertos de la época de los hippies que no han sido clasificados.
     
      Cristina entró en el enorme edificio mientras sonreía para sí.
      Tenía que buscar una cola. Fijándose en los carteles, recordó que era agnóstica; en vida llevaba años pensando que no valía la pena preocuparse por el Otro Mundo, así que se dirigió por ese camino hasta llegar a una cola. ¡Era enorme, de hecho era la cola más larga de todas! Y avanzaba muy despacio…
      La cola de los católicos era mucho más reducida y además avanzaba muy deprisa. A fin de cuentas, ella había sido bautizada, así que ¿por qué no?
      Otra eternidad más tarde, se encontró frente a la típica ventanilla. Al otro lado, un ángel funcionario con el aspecto de llevar siglos haciendo lo mismo.
      —¿Nombre? —preguntó casi sin mirarla.
      —Cristina Álvarez Cruz.
      El funcionario consultó en una pantalla de ordenador.
      —Deletree su nombre, por favor —pidió con desgana.
      Cristina repitió su nombre muy despacio. El funcionario miró a la pantalla, y a continuación a la cola que iba creciendo.
      —No aparece. ¿Seguro que ha sido bautizada?
      —Totalmente segura. Mis padres y mis padrinos me enseñaron las fotos más de una vez. Incluso recuerdo la Partida Bautismal que tenía mi madre.
      —Vamos a ver el fichero general.
      Esta vez la pantalla tardó una eternidad (literalmente) en mostrar los datos. El funcionario frunció el ceño, y al ver la cola volvió a fruncirlo.
      —Cristina, ¿cuándo fue la última vez que fue a misa, se confesó o comulgó?
      —¡Hace años! Hice la Primera Comunión y esa fue la única. Desde entonces no he vuelto a la iglesia.
      —Por eso aquí figura como agnóstica. Debe hacer otra cola. ¡Siguiente!
      Cristina tuvo que buscar la cola de los agnósticos.
     
      Otra eternidad más tarde, Cristina se hallaba ante otra ventanilla. En esta ocasión, el ángel parecía más amable, aunque igualmente aburrido.
      O aburrida, porque Cristina la veía más como mujer. Pese a que los ángeles no tienen sexo.
      —Dime tu nombre, por favor.
      —Cristina Álvarez Cruz.
      Una búsqueda no muy rápida trajo la respuesta a la pantalla de la funcionaria.
      —No estás en el registro. ¿Estás segura de que ésta era tu cola? A veces hay gente que se considera agnóstica y que realmente es atea. O al revés, mantiene sus creencias sin reconocerlo.
      —Ya hice la cola de los católicos, y consto como agnóstica. Además, yo no creo que Dios no exista, simplemente no me planteo la cuestión.
      —Sí, es la definición del agnosticismo, pero ¿por qué no compruebas entre los ateos? Total, ¡tienes toda la Eternidad para hacer los trámites!
      Cristina pensó que, ciertamente, los trámites eran eternos. Buscó la cola de los ateos, que resultó bastante difícil de localizar, pese a los numerosos carteles indicativos. Pero la información muchas veces era confusa.
      Por fin estuvo ante la tercera ventanilla. Aquí también el ángel funcionario parecía amable. Sobre todo cuando comprobó que, una vez más, Cristina no aparecía en el registro de fallecidos.
      Ya empezaba a desesperarse.
      —Vamos a ver, señorita —exclamó Cristina—. Disculpe pero ¿puedo tratarla como si fuera una mujer?
      —No hay problema. Los ángeles no tenemos sexo, pero aceptamos que los humanos nos atribuyan uno. Dígame, por favor.
      —Veamos. Yo estoy muerta, de eso estoy segura. Por lo tanto, debo figurar como muerta en vuestros archivos, si están al día. Porque están al día, ¿no es cierto?
      —Hasta ahora, sí. Pero estamos teniendo problemas debido a las obras en el cable. Supongo que se habrá encontrado con ellas, ¿no?
      Cristina recordó el problema que tuvo a su llegada por el túnel.
      —Sí, me encontré con esas obras. También había una gente en huelga en la entrada.
      La funcionaria cambió de expresión.
      —Esos son del Sindicato Independiente de Ángeles y les encanta armar follón. No les haga mucho caso. Pero volviendo a su problema es posible que aún no hayamos recibido sus datos. Lo siento pero va a tener que regresar.
      —¿Regresar? ¿A la Tierra?
      —Sí, a su cuerpo. Apenas han pasado unos minutos y le están haciendo la reanimación. Puede volver.
      —Pues en ese caso…
      —Diríjase a la Salida BG-457 por favor. Sector K-56 planta 3ª.
     
      En la ambulancia estaban realizando la reanimación artificial. Aunque la paciente había perdido gran cantidad de sangre y algo de masa encefálica por la brecha del cráneo, los enfermeros estaban obligados a intentarlo. El encefalograma mostraba una línea casi plana y el cardiograma apenas variaba.
      De pronto aparecieron picos en la pantalla.
      —¡Se está recuperando! —dijo el ayudante en prácticas—. Pensaba que no era posible.
      —No te fíes, Ricardo.
      La paciente abrió los ojos… para cerrarlos de inmediato. Tanto el encefalograma como el cardiograma mostraban líneas rectas, sin picos.
      —¡La hemos perdido! —exclamó Ricardo—. ¿Tú la viste abrir los ojos?
      —Yo no vi nada. ¿Seguro que abrió los ojos?
      —¡Te lo juro!
      —En cualquier caso, ya nada podemos hacer…
     
      Justo en el momento en el que abría los ojos, Cristina oyó una voz lejana:
      «Cristina, ya llegó tu expediente. Debes volver.»
      Nuevamente se enfrentó a la luz brillante y al túnel que la arrastraba. Y en esta ocasión no se sorprendió cuando la luz del túnel desapareció (por completo en esta ocasión) saliendo al lugar donde estaban trabajando.
      O deberían estar trabajando. Todos los ángeles obreros estaban gritando ante los recién fallecidos que salían del túnel.
      «¡Queremos mejores condiciones de trabajo!»
      «¡Ya basta de explotación!»
      Cristina no pudo aguantar la curiosidad y preguntó a uno de los huelguistas:
      —¿De qué sindicato son ustedes?
      —Del Sindicato Independiente de Ángeles, ¿por qué?
      —Por nada, por nada.
     
      Frente al edificio terminal no había huelguistas, así que esta vez pudo entrar sin problemas. Se fijó ahora en un terminal electrónico, algo intermedio entre un cajero automático y el puesto de un ciber, sobre el cual un cartel sugería:
      «Consulte su expediente. Ahorre colas innecesarias»
      ¡Bien podía haberlo visto la vez anterior! Se habría ahorrado muchas molestias.
      Ante el terminal, tecleó sus datos: nombre, padres, religión oficial, estado de sus creencias, dirección en la Tierra y otros datos que le fue pidiendo la máquina, hasta que apareció su expediente:
      «Cristina Álvarez Cruz. Budista. Fallecida el…»
      ¿Budista? Cristina no podía creerlo. ¡Si su único contacto con el budismo había sido una amiga de la infancia a quien había encontrado una vez en la playa y le explicó que ahora creía en la reencarnación! Aunque aquella amiga, Naira, había intentado convertirla, no había logrado su propósito.
      Al final de la pantalla de datos había una leyenda:
      «Para cualquier consulta, pulse este botón»
      Cristina lo pulsó. Una eternidad más tarde (como no podía ser menos), la pantalla con sus datos se quedó en blanco y apareció una ventana como en un chat:
      «SERVICIO DE DATOS ETERNOS. CONSULTAS. TECLEE SU PETICIÓN.»
      Cristina tecleó:
      «HAY UN ERROR EN MIS DATOS. APAREZCO COMO BUDISTA Y SOY CATÓLICA, O AGNÓSTICA MÁS BIEN»
      «NOMBRE, POR FABOR»
      Cristina casi ni cayó en la cuenta de la tremenda falta de ortografía. Escribió:
      «CRISTINA ÁLVAREZ CRUZ»
      Otra eternidad…
      «CONFIRMADA RELIGIÓN BUDISTA. SI ES DATO ERRÓNEO, DEBERÁ DIRIGIRSE AL DEPARTAMENTO DE RECTIFICACIONES, SECTOR DFK-56 PLANTA SUBSÓTANO, OFICINA 5643-B. PUEDE USAR LA VÍA J-4. GRACIAS POR SU CONSULTE»
      La última palabra era, textualmente, «consulte» en vez de «consulta».
     
      El Departamento de Rectificaciones era una oficina minúscula, donde un único funcionario angelical tecleaba incansablemente. Junto a él, una enorme pila de expedientes por revisar.
      No había nadie más, así que Cristina se vio obligada a interrumpirlo.
      —Disculpe, señor, pero ¿es aquí donde podrán rectificar mis datos?
      —Sí aquí es —el funcionario parecía encantado de tener una excusa para interrumpir su labor—. Dígame su nombre.
      —Cristina Álvarez Cruz.
      Otra eternidad mientras el funcionario consultaba su pantalla…
      —Sí, aquí veo sus datos. ¿Cuál es el problema, Cristina?
      —Que no soy budista.
      —¡Hum, ya lo veo! Bautizada por el rito católico pero aquí aparece una conversión al budismo.
      —Eso nunca sucedió. Debería figurar como agnóstica.
      —Pues lo corregiré. Pero he de serte sincero, Cristina. Tardaré un poco. Tengo aquí miles de expedientes de cristianos baptistas que aparecen como anglicanos. Hay un problema con ellos en el Purgatorio y debo solucionarlo antes de un Evo. Luego tengo la relación de indios chacalíes que se bautizaron y no se registró su bautizo. Además hay un naufragio en el Ganges donde se han mezclado los hinduistas con los musulmanes y también…
      —No hace falta que me lo cuente todo. Ya veo que tiene mucho trabajo. Dígame lo que he de hacer, pero no puedo volver a mi cuerpo otra vez.
      —¡Hum! Supongo que deberás ir al Limbo. Es lo habitual en estos casos.
      —El Limbo, ¿y eso dónde está?
      —Por este pasillo hasta el fondo. Toma la Vía Y-457 en dirección inferior hasta la bifurcación 4ª. Allí pasa a la ruta KJH-851-B que va directa al Limbo.
      —¿No hay carteles indicadores?
      —Puede ser, pero creo que no son muy visibles. Así que mejor no cuentes con ellos.
     
      El funcionario del Departamento de Rectificaciones tenía razón. Los carteles que dirigían hacia el Limbo estaban totalmente desgastados e ilegibles. Si no hubiera sido por sus indicaciones, Cristina jamás habría llegado.
      Una enorme puerta de madera herrumbrienta permanecía entreabierta. Cristina tuvo dificultades para abrirla, con algunos chirridos en sus bisagras oxidadas.
       Dentro, un enorme salón poco iluminado, totalmente vacío. Cristina recorrió un buen trecho dentro del salón, sin ver ninguna otra alma. Sí que vio cucarachas, ratones, moscas, arañas (cuyas telas cubrían desde el techo hasta el suelo), e incluso pequeños reptiles.
      El polvo cubría algunos muebles, lo que junto a las telarañas hacía difícil reconocerlas; pero parecían mesas y sillas.
      Cristina gritó:
      —¿Hay alguien aquí?
      Sólo le respondió el eco…
      Desde luego, ¡sí que había personas en el Limbo!
      De todas maneras, era un lugar inmenso, así que podía recorrerlo durante un tiempo; o, más bien, una eternidad.
     
      En sus recorridos por el Limbo, Cristina tan sólo halló un alma. Era un ser poco comunicativo, que únicamente hablaba en balbuceos. De hecho, no pareció reconocer la presencia de Cristina. Su aspecto era lamentable, con las vestiduras desgarradas, sucias y todo el aspecto de llevar una eternidad sin bañarse, despidiendo un olor insoportable.
      Cristina lo dejó tan pronto como pudo comprobar que no reaccionaba ante su presencia.
      Después de mucho vagabundear por el Limbo, sorteando muebles llenos de polvo y telarañas, y sin poder sentarse ni una sola vez (odiaba ensuciarse), pudo encontrar la entrada al Limbo.
      Salió del mismo y buscó el Departamento de Rectificaciones.
      El funcionario parecía encogido ante la enorme pila de expedientes, que había crecido visiblemente.
      —¡Hola! —Saludó Cristina— ¿algún avance con mi asunto?
      —A ver, tú eres Cristina, ¿no es cierto? Te recuerdo bien. Me temo que no, porque ahora me han traído dos millones de expedientes de rusos que figuran como ateos pero eran practicantes en secreto, en la época de la URSS. Y les han dado la máxima prioridad.
      —¡Es que el Limbo es muy aburrido! No puedo quedarme allí.
      —Pues regresa a la Tierra. Te avisaré cuando esté tu expediente corregido.
     
      Cristina volvió al mundo terrenal una vez más. Pero esta vez no tenía cuerpo: sus padres lo habían incinerado, tal y como ella les había pedido en vida.
      Por un tiempo anduvo como fantasma. Aunque no quería asustar a nadie, notó que sus padres sentían su presencia y lo pasaban mal.
      Visitó a su antiguo novio, quien por cierto no le guardaba mucha pena; o tal vez su nueva compañera se encargaba de consolarlo… En cualquier caso, tanto él como ella sintieron la presencia de algo extraño. Tanto que la chica (una a quien Cristina apenas conocía) se asustó y se fue casi sin vestirse.
      No es que Cristina tuviera esa intención pero al menos se alegró de ello.
      De todos modos, ella no era dada a buscar el mal a la gente, así que no se sentía bien actuando de fantasma.
      Volvió al Departamento de Rectificaciones.
      El funcionario se alegró al verla.
      —¡Hola Cristina! —dijo—. Tengo noticias para ti
      —¡Ya está corregido!
      —¡No, eso no! Es sólo que he comentado tu caso con las altas instancias y me han dado un vale para que visites nuestras instalaciones. Así hallarás un lugar adecuado. Es un vale para estancias provisionales, eso que conste.
      Y le entregó un documento con aspecto de tarjeta de crédito. Era azul celeste y tan sólo ponía:
      «VALE PARA PERMANECER EN CUALQUIER LUGAR DEL MÁS ALLÁ DURANTE UN TIEMPO INFINITESIMAL»
      —¡Tiempo infinitesimal! —masculló Cristina.
      —Será suficiente para que conozcas todos los rincones del Más Allá. Cielo, Purgatorio e Infierno.
      —Pues gracias.
      —¡No hay de qué! Más adelante te vienes para aquí, a ver si has hallado un lugar adecuado para permanecer mientras se resuelve el expediente.
     
      En primer lugar, Cristina fue al Cielo. Mostró su pase al ángel guardián, quien lo miró extrañado y tuvo que confirmar su autenticidad.
      —Puedes pasar —dijo, por fin.
      En el Cielo había varias estancias, según las creencias de cada alma.
      El Cielo de los católicos fue donde primero entró Cristina. Todo el mundo cantaba salmos y espirituales negros. A Cristina le pareció el colmo de la sosería.
      Buscó el cielo de los agnósticos, donde estaba segura de que le tocaría ir. Era una enorme biblioteca, con todas las obras escritas en la Tierra, incluyendo antiquísimos pergaminos. Pero era tan grande que encontrar una obra determinada resultaba casi imposible, pues no había servicio de búsqueda. Cristina sólo logró ver textos de mala calidad y algún libro ya conocido. Nada interesante.
      El Cielo de los Ateos era un ateneo. Todo el mundo discutía de filosofía. ¡Aburrido!
      El Cielo de los musulmanes parecía más divertido, con las huríes y «los huríes» (también los había masculinos) entreteniendo a las almas benditas. Pero no resultó del gusto de Cristina; una cosa es alguna juerga de vez en cuando y otra una juerga continua por toda la eternidad.
      Peor resultó el Valhala de los vikingos. No sólo eran orgías, también peleas continuas. Y encima, como nadie moría, resultaban aún más crueles.
      Al no hallar ni un solo sitio adecuado en el Cielo, Cristina visitó el Purgatorio. Pero tan sólo vio almas rezando o sufriendo diversos suplicios dignos de mártires.
      El Infierno parecía tener un buen ambiente. Nada más entrar, Cristina se sintió como en una discoteca inmensa, con toda la gente bailando bajo una música atronadora. Demasiado atronadora, comprendió de pronto Cristina. Era puro Hard Rock, con mucho Metal.
      A ella le gustaba la música, pero se imaginó con terror toda una eternidad de música Hard…
      Por fin, Cristina volvió a la diminuta oficina. Había tomado una decisión.
      —¿Le importa si deja el expediente como está? —preguntó al funcionario.
      —¡De mil amores! —respondió éste, encantado.
     
      Así, Cristina se presentó ante la ventanilla de los budistas.
      —Cristina Álvarez Cruz —dijo.
      —Sí, todo conforme, Cristina. Veo que eres cristiana de nacimiento, pero te convertiste al budismo, ¿no?
      —Sí. Una amiga que tuve me explicó las enseñanzas de Mahatma Buda.
      —Bien. Permanecerás un tiempo entre nosotros hasta que se te asigne un nuevo cuerpo. Que disfrutes tu estancia.
      Los budistas tenían una sala propia. No era un Cielo, tampoco un Infierno, era algo diferente de ambos.
      La gente permanecía cantando y bailando bajo la música hindú o tibetana, haciendo yoga o meditando. Muchos vestían túnicas naranjas, pero la mayoría vestía de forma informal.
      Cristina hizo un poco de cada cosa. Observó que, aunque la mayoría eran asiáticos, había gente de todo el mundo, incluyendo europeos como ella misma. De estos, la mayoría eran cristianos convertidos como ella.
      Por fin recibió la llamada. Tenían que proceder al borrado de su memoria antes de insertarla en un recién nacido.
      Justo antes del borrado, Cristina pensó: «A ver si cuando vuelva a morir tengo mejor suerte y no me toca esta chapuza de Más Allá…»
     
      En Nueva Delhi, una niña acababa de nacer.

1 comentario:

Heber Rizzo dijo...

Muy bueno.