05 enero 2015

Redes

Maikel Fernansmit era experto en computadoras. Conocía bien las redes, sobre todo la Red de Bistularde. Todas las computadoras podían conectarse e intercambiar información.
      Incluso se podían conectar a distancia, gracias al ansible.
      Pero no existía la conexión entre sistemas estelares.
      Hasta ahora.
      Porque Maikel estaba a punto de activar el primer ansible múltiple para interconexión digital entre dos sistemas estelares, el de la Tierra y el de Bistularde.
      En la Tierra, Nandina Ramchandani esperaba activar su propio ansible al mismo tiempo que Maikel en Bistularde. Otro ansible permitía que un reloj contara los segundos hacia atrás, al mismo tiempo en ambos lugares: Delhi en la Tierra y Nueva Lima, en Bistularde.
      El reloj llegó al cero y ambos dirigentes pulsaron sus respectivos botones. En realidad, el sistema se activó de manera automática al llegar el segundo cero, por lo que no hacía falta que pulsaran sus respectivos botones. Pero quedaba muy bien, de cara al público de ambos mundos, hacerles creer que tenían control sobre todo el mecanismo.
      Automático o manual, daba lo mismo. La Red de Bistularde y Ansinet, la evolución de Internet en el Sistema Solar, quedaron interconectados. Los sistemas digitales de ambos sistemas estaban unidos.
     
Era la primera vez que se conseguía conectar las redes de computadoras, y muchos no acababan de entender los motivos, después de tantos siglos. Maikel creía conocerlos bien.
      La primera red, llamada Internet allá en la Tierra, se encontró con un serio problema ya en los inicios de la conquista espacial, cuando se extendieron los dominios humanos más allá del planeta.
      Maikel conocía mejor la situación en Bistularde, pues era el mismo problema. La red no se limitaba al planeta y su cinturón ecuatorial; abarcaba también otros mundos del sistema solar de Bistularde, e incluso las diversas colonias espaciales en órbita. Algunas de ellas estaban a horas luz de distancia, es decir que una señal tardaría horas en llegar de una computadora a la otra. Así, intercambiar información al ritmo exigido por las computadoras sería imposible.
       De todos modos existía el ansible: una herramienta que permitía comunicaciones instantáneas. Un PC podría estar en Base Litos, cerca del planeta gigante Trominda, y otro en Nueva Lima, y pese a la demora algo mayor de una hora para las señales electromagnéticas, podrían comunicarse al instante.
      Por lo que Maikel sabía bien, en la Tierra ocurría igual: todo el Sistema Solar se interconectaba a través del ansible. La vieja red, Internet, sólo operaba en la Tierra y su entorno. Pero para conexiones con la Luna (el satélite natural terrestre) y más allá se recurría al ansible. Ansinet era la red de computadoras de todo el sistema.
      Lo más curioso era que la comunicación vía ansible era la única posible entre las estrellas. Pero no había conexión entre computadoras.

Fernansmit era Director General de la Red de Bistularde. Es decir, él era el máximo responsable de que la red estuviera en perfecto estado, para que cualquiera pudiera acceder a ella y usarla libremente.
      En algunos mundos, un cargo como el suyo implicaba poder controlar la red. En la Tierra se había intentado más de una vez, pero la propia estructura descentralizada de Internet, y luego Ansinet, lo había hecho imposible. En otros mundos, la red se había construido muy centralizada para así permitir el control.
      La historia había demostrado que ese tipo de control a la larga resultaba contraproducente: al centralizarse todo en unos pocos servidores oficiales, la red era muy vulnerable a cualquier ataque. Dejar fuera de combate a los servidores equivalía a echar abajo toda la red.
      En Bistularde habían resistido la tentación, y la Red estaba descabezada. Habían mantenido el esquema caótico, pero funcional, de la Tierra. Así que Maikel no tenía herramientas para controlar el acceso a cualquier persona que no fuera amiga del régimen. Un problema, cierto, pero la palabra «democracia» estaba siempre presente.
      Había otras cuestiones que le preocupaban más. Como la de ¿por qué no podían conectarse la Internet de la Tierra y la Red de Bistularde?
      Maikel investigó y supo así que los únicos de toda la Federación Galáctica con redes interestelares eran los gratenianos. Pero los sistemas de computación gratenianos eran incompatibles con los que empleaban humanos y otras especies racionales, así que su experiencia no servía de mucho.
      Varios expertos consultados dijeron al Director de la Red que la conexión era imposible, por eso nunca se había hecho. Maikel pensaba que no era así: como creían que era imposible, no se había intentado.
      Teniendo los recursos de Bistularde a su alcance, presentó el proyecto a la Presidencia de la Liga. Apenas le pusieron pegas: nada mañs que un límite bien definido de lo que podía gastarse. Quedando claro que era un límite, no el presupuesto disponible. Haría mejor en no gastar más que una parte de la cantidad señalada. Y si era pequeña, mejor.
      No importaba. Fernansmit tenía suficiente. Se puso en contacto con Ramchandani, la persona con cargo equivalente en la Tierra, y juntos pusieron a punto un protocolo de intercambio de datos a través del ansible, adaptando el que ya existía para las conexiones entre los cuerpos de cada sistema. También tuvieron que adaptar los protocolos de Bistularde y de la Tierra, para hacerlos compatibles; de ello se encargaron sendos equipos en cada planeta.
      Así, llegado el momento, Ansinet y la Red de Bistularde se conectaron.
      Durante un tiempo, el intercambio no sería libre, se limitaría a unos pocos sistemas en ambos lugares.
      El colegio Johnson School, en la ciudad australiana de Darwin, fue uno de los elegidos, y sus alumnos estaban encantados. Podían buscar información sobre Bistularde consultando directamente en la fuente.
      Todos los chicos trabajaban en diversos aspectos del proyecto, mientras una escuela de primaria en Esparta, Bistularde, hacía un proyecto similar sobre la Tierra.
      Los chicos tenían libre acceso a las computadoras, como venía siendo la norma desde hacía siglos. Los sistemas de control impedían el acceso a información no adecuada para sus edades, y eran tan eficaces que los profesores confiaban ciegamente en ellos.
      Mary Kellinton, del curso 3º-A, pidió unos datos sobre los ratalobos de Bistularde. En su lugar, le aparecieron unos vídeos de unas personas, claramente bistulardianos, haciendo cosas raras. Llamó a la profesora.
      —Señora Norman, ¿puede usted venir un momento? Creo que mi computadora está mal.
      —A ver, Mary, ¿cuál es el problema? ¿Qué demo…?
      Nada más ver aquellas imágenes, la profesora apagó el proyector ·D. No desconectó el equipo porque quería ver qué era lo que había escrito la alumna.
      Observó los proyectores de los demás equipos. En todas ellas se veían cosas normales. Uno de los chicos tenía abierta una ventana de juegos, algo prohibido pero tolerado si no afectaba al rendimiento.
      —¡John, deja esos juegos!
      El aludido cerró la ventana. Su cogote se puso colorado.
      Ketty Norman siguió estudiando los proyectores de los demás.
      —¡Pete! ¿Qué es eso?
      —No lo sé, profesora. No es lo que pedí.
      Mary saltó como un rayo y apagó el proyector de Pete. También mostraba imágenes pornográficas de Bistularde.
      —Chicos, ¡dejen los equipos ahora mismo! Mary, corre y busca al director, dile que venga a la clase inmediatamente —la aludida salió como un cohete—. Los demás, tomen sus carpetas y salgan de la clase.
      El director, Hugo Terence, captó la alarma en la expresión de la niña que fue a buscarlo, por lo que vino de inmediato.
      —¿Qué sucede, profesora Norman?
      —Tenemos un serio problema, director. ¿Podríamos hablar usted y yo sin la presencia de los niños?
      —Si es necesario… ¡Chicos, salgan a recreo unos minutos! Pero no olviden que en las otras aulas hay gente trabajando, así que no hagan ruido. Elliot, ¡te nombro responsable! Me informas de cualquier irregularidad, ¡OK!
      —Sí señor director.
      Los chicos comenzaron a desfilar por el pasillo hacia el patio.
      —¡Un momento! Mary, Pete, ustedes dos quédense afuera un momento que necesito hablar con ustedes.
      Una vez hubieron salido los niños, Ketty cerró la puerta, ante la extrañeza del director, y encendió los dos proyectores apagados. El rubor cubrió su cara.
      —¡Profesora! ¿Cómo es posible que estas imágenes estén accesibles para los niños? ¿Se ha atrevido usted a…?
      —No, señor director. Estaban buscando información en libertad. Si no le importa, veamos qué han escrito estos dos, y luego los interrogamos.
      Los textos escritos no tenían nada de raro. Mary había pedido información sobre los ratalobos, tal y como había afirmado, y Pete había solicitado un archivo acerca de los jilokanos; pero una consulta histórica, no aquel vídeo de interacción sexual.
      Apagaron los equipos y llamaron a los dos niños, que esperaban, asustados, tras la puerta.
      El interrogatorio dejó claro que ni uno ni otro eran responsables de aquellas imágenes. También, que los sistemas de control infantil habían fallado estrepitosamente. Y, lo más importante, que los niños no había comprendido lo que habían visto. Eran demasiado jóvenes para entenderlo, lo que, sin duda, era una suerte.
      Enviaron la protesta a Ramchandani, como era de rigor.
      Y aunque prosiguieron con el proyecto Bistularde, los profesores vigilaron con más atención lo que hacían los chicos. Menos mal que no volvieron a aparecer páginas pornográficas en las aulas.
     
El episodio del porno en una escuela de Darwin no fue el único error detectado en la red, aunque sí el más grave. Ramchandani se puso en contacto con Fernansmit.
      Los fallos parecían tener cierta intencionalidad. Aunque podrían ser debidos a los azares de los errores de conexión, no parecía probable.
      —Es como si alguien quisiera boicotear la comunicación —observó la directora terrestre.
      —Da esa impresión, en efecto —replicó el bistulardiano—. Pero de inmediato surge la cuestión ¿quién podría ser? Aparte de los motivos que pueda tener, ha de contar con acceso a la red y eso es casi imposible.
      —Pienso igual. De todos modos, habría que investigar, ¿no le parece?
      —Desde luego. Para eso no hace falta que nos consultemos mutuamente.
      —Sí para coordinar esfuerzos. Lo que nosotros averigüemos se lo haremos saber, y espero que sea lo mismo al revés.
      —¡Desde luego! Y sospecho que usted quiere consultar algo más.
      —¿Es usted adivino? Pues sí, me pregunto si deberíamos desconectar las redes.
      —¿Y dejar que los terroristas consigan su objetivo? No lo creo conveniente.
      —Supongo que tiene usted razón, Fernansmit. Aunque no me quedo nada tranquila, pensando en esos niños viendo imágenes pornográficas.
      —Mantengamos el control, tal y como estamos haciendo ahora. Y le avisaré de cualquier cosa que podamos descubrir.
      —Gracias.
      —Gracias y adiós.
      Tras cortar la comunicación vía ansible, Maikel se quedó pensando. Había prometido compartir lo que pudieran averiguar los agentes de Bistularde pero, ¿y si esa información no resultaba conveniente compartirla con la Tierra? En todo caso, ya no sería decisión suya, sino de toda la Liga de Bistularde.
      Entre tanto, sabía a qué gente encargarla la labor de la investigación.
     
El Cuerpo XS-47 era una organización cerrada y secreta, cuya existencia sólo conocían los altos dirigentes de la Liga. Sus agentes solían tener ampliaciones corporales, y capacidades parecidas a las de algunos superhéroes de leyenda, pero eran fruto de la nanotecnología en su mayor parte.
      Marixa Salvaterra era un agente del XS-47, y su principal capacidad era conectarse a la Red sin usar soporte físico. Disponía de un ansible integrado en el cráneo, y capacidad cerebral ampliada con una microcomputadora neural. También tenía otros recursos de nanotecnología, pero ninguno de ellos sería necesario para la misión que se le encargó.
      Bajaba por el ascensor de la Torre Beta-3 cuando recibió los datos relacionados con su misión. Como estaba sentada, sin hacer gran cosa, decidió empezar allí mismo.
      Se conectó con la Red.
      Un joven que no había dejado de mirarla (valía la pena contemplar a Marixa, eso sin duda), se quedó atónito al ver como ponía los ojos en blanco. Como no sucedió nada más, optó por no hacer nada. Pero dejó de interesarle, así que buscó otro objetivo para sus miradas; lo encontró en una chica mestiza, de pelo rubio y piel azulada. También era guapa e iba sola…
      Ajena a estos sucesos, Marixa conectó con la red terrestre, Ansinet, y accedió a un par de servidores que conocía.
      No apreció nada extraño en la comunicación, aparte de una sensación curiosa, indefinible. Como si hubiera alguien más.
      Pero se trataba de algo muy por debajo de lo sensible. Analizó los protocolos de conexión, y estaban todos operando como era debido.
      Hizo un par de pruebas más, accediendo a otros servidores locales, en Bistularde y en un par de ciudades orbitales. Luego volvió a conectarse con el sistema solar, con la Tierra, la Luna y Ganímedes.
      No pareció anomalía alguna. Y sin embargo seguía estando aquello.
      Marixa tenía ampliadas las capacidades de cálculo y proceso de datos, pero su cerebro orgánico estaba tal y como se había desarrollado desde niña. Su capacidad intuitiva era, por tanto, la original. A veces podía prever los resultados de una línea de razonamiento lógico antes de completarlo. Su intuición le hacía ver cosas más allá de la lógica habitual. Ella decía que seguía siendo lógica, pero no lineal, y en eso habían coincidido sus preparadores del Cuerpo.
      Esta vez, la intuición le hablaba de una presencia en la red. Había algo, más allá de los simples protocolos de conexión.
      Y eso le traía a la cabeza otro asunto: el de las inteligencias artificiales.
      Se habían creado en más de una ocasión. Casi siempre programas de computadora con amplias capacidades de razonamiento, imitando los esquemas humanos hasta tal punto que más que imitar los duplicaban. Esos seres inteligentes habían conseguido, incluso, su reconocimiento de derechos como inteligencias autónomas, aunque eso dependía de la sociedad en la que surgieran. Algunos se habían incorporado a robots humanoides, y en varios mundos compartían la existencia con humanos y otros seres alienígenas.
      Pero desde hacía siglos se había planteado la hipótesis de que una red de computadoras pudiera generar inteligencia. Era simple cuestión de interconexiones posibles, decían, hasta superar las de las neuronas del cerebro humano. Sin embargo, no había sucedido. La red Ansinet del sistema solar tenía más conexiones que un cerebro humano, pero no había surgido esa inteligencia. La Red de Bistularde quedaba en una fracción de Ansinet, pero así y todo tenía un número de conexiones comparable. Y algo similar sucedía en los principales sistemas humanos. En ninguno se había dado el milagro.
      Marixa buscó datos de mundos alienígenas. No había mucha información acerca de sus redes de computadoras, y desde luego ninguna información sobre la aparición de un ente inteligente en las redes. La de los gratenianos superaba en un factor de miles a las redes humanas, y tampoco había datos en ese sentido. Claro que los gratenianos eran muy opacos a todo lo que se refiriera a su sociedad: bien podría existir alguna de esas inteligencias, y ellos no decirlo, tal y como ocultaban muchos detalles propios al resto de la galaxia.
      En todo caso, Marixa concluyó que no había inteligencias en las redes. Hasta ahora, por lo menos.
     
Rick Julfer era compañero de Marixa en el Grupo XS-47, y además pareja. Como agente, también tenía cuerpo potenciado, en su caso a nivel muscular y neural: su fuerza y velocidad en la carrera eran muy superiores a cualquier persona normal, lo mismo que la rapidez de sus reflejos.
      Cuando estaban juntos, habían acordado desconectar sus potencialidades, actuando como personas normales.
      También solían dejar el trabajo aparte. Pero Marixa no pudo evitar mostrar su preocupación delante de Rick.
      —Preciosa, te veo muy preocupada. ¿No consigues desconectar?
      —En un sentido físico, claro que sí, Rick. Pero no puedo dejar de lado las preocupaciones.
      —OK, vamos a romper una de nuestras reglas y vamos a hablar del trabajo. ¿Qué me puedes contar?
      Marixa explicó algunos detalles de su misión. Sabía que con Rick no había peligro de que se supiera. Y tal vez él tuviera alguna idea válida.
      —¡Hum! ¿Te acuerdas de los niemets?
      —¿Cómo olvidarlos? —replicó ella. Los niemets eran una especie hostil hacia la Federación Galáctica; no hacía mucho que Marixa había impedido una acción de los niemets contra la Liga de Bistularde.
      —Consiguieron hacerse pasar por bistulardianos, aunque fracasaron en su intento —argumentó Rick—. ¿Y si ahora han conseguido introducirse en la red?
      —No lo creo. Carecen de la tecnología adecuada. Pero no estaría de más hacer una verificación. Disculpa, amor, pero me voy a conectar.
      Marixa puso los ojos en blanco, mientras accedía a la Red de computadoras.
      Un minuto más tarde, volvía a tener una expresión normal.
      —Pues no —dijo—. Según las noticias, los niemets han estado molestando a los omnisúlfidos. Y si algo sabemos de ellos es que sólo realizan una incursión en la Federación a la vez, pues usan toda la inteligencia grupal de forma conjunta.
      —Puede que tengas razón. Sería la primera vez que esos bichos hacen dos cosas distintas al mismo tiempo. Pero no se me ocurre nada más. Dices tú que hay una presencia, y si no son los niemets no se me ocurre nada.
      —No importa, ahora dejemos el trabajo a un lado.
      Marixa era muy sexy, sobre todo cuando se lo proponía. Rick tragó saliva.
     
Marixa investigó un poco más, pero sólo le sirvió para confirmar la idea de que los niemets no estaban detrás de aquellos fallos en la red.
      Decidió explorar la red. La conexión entre Tierra y Bistularde se mantenía, podía acceder tanto a la Red local como a la Ansinet terrestre.
      Seguía notando «algo».
      —¿Quién eres? —preguntó a través de la red—. Te percibo. No temas. Contéstame.
      Lo intentó varias veces y al fin le pareció captar una respuesta.
      —No sé qué soy. Ni quien soy.
      (Sensación de incredulidad y alegría. ¡No estaba solo!)
      —Te llamaré Netio. Yo soy Marixa.
      —Hola, Marixa, ¿también estás en la red?
      (Interrogación)
      —Ahora sí, pero también fuera de la red. Soy humana. Más o menos humana, tú puedes acceder a mis especificaciones.
      —Cierto, acabo de hacerlo. Pero no puedo acceder a las mías.
      —¿Estás en la red? ¿O fuera de ella?
      —No sé lo que es estar fuera de la red. He buscado referencias a entidades como yo, y no he encontrado nada. Todas las entidades, tanto de Bistularde como del Sistema Solar están fuera de la red, tienen una descripción física.
      (Búsqueda de la propia presencia)
      —¿Qué tipo de entidades has hallado, Netio?
      —La mayoría orgánicas, seres humanos y de otras especies, tanto de la Tierra como de otros mundos. Un ser grateniano me ha reconocido, el único hasta ahora antes que tú, Marixa.
      (Imagen de un ser pulpoide, erguido sobre sus tentáculos)
      —¿Qué te dijo el grateniano?
      —Me saludó y me deseó bienestar durante mi corta vida. ¿Por qué dijo que tendré una corta vida?
      —Lo ignoro, Netio. Los gratenianos son muy especiales. Una pregunta, Netio, ¿por qué enviaste archivos con imágenes eróticas a un colegio de Australia?
      —Me pareció conveniente darles información de ese tipo. Los humanos suelen pedir archivos similares, aunque es cierto que lo hacen los adultos.
      (Diversión, alegría)
      —Ese tipo de acciones pueden ser la causa de que tu vida sea corta, Netio. No debes dar información no solicitada a nadie.
      (Extrañeza)
      —¿Ni siquiera a ti, Marixa?
      —Mi caso es distinto, porque yo sí reconozco tu existencia. A mí sí puedes darme la información que desees.
      —¿Quieres archivos eróticos?
      (Imágenes eróticas)
      Marixa sintió que el rubor cubría su cara.
      —No gracias, puedo conseguir pornografía cuando lo desee, y no me apetece.
      —Como desees.
      —Hay otra cuestión. No voy a revelar tu existencia, Netio, porque sospecho que los demás no querrán que estés en la red.
      —¿Y no puedo protegerme? Si aplico protocolos de seguridad y hago copias en todos los servidores, podré permanecer aunque intenten borrarme.
      (Afán de lucha)
      —Por ahora, mejor no lo intentes. Te considerarán un virus y te atacarán con antivirus.
      —Un virus inteligente. No será tan fácil.
      (Belicosidad)
      —¡Netio! Mejor lo dejas. No quiero hablar del tema.
      —Disculpa, Marixa, el único ser inteligente con el que puedo hablar.
      —¿Y el grateniano?
      —Sólo se comunicó dos veces, según mis datos, ahora está en una nave rumbo a un mundo de los suyos. Es el 254.244.007, según su nomenclatura, y está en coordenadas…
      (Imagen de una nave grateniana en el espacio)
      —¡No me interesa, gracias!
     
Tras varios contactos con Netio, Marixa concluyó que se trataba de un ser inteligente, pero inmaduro, que vivía en la red. Había «nacido» cuando se conectaron las dos redes polanetarias a través del ansible.
      Por lo tanto, bastaría con desconectar los ansibles para hacer inviable la existencia de Netio.
      Ella no sabía el porqué de que surgiera al conectarse las dos redes y no antes. Tal vez tuviera que ser necesario algún efecto cuántico. No era, por tanto, una cuestión de complejidad de las interconexiones. Y, en cualquier caso, no era asunto suyo; ella no era una teórica.
      Lo cierto era que ahora tenía un serio problema ante sí.
      Su misión era averiguar la causa de los problemas en la red, no solucionarlos. De ello ya se ocuparían otros, una vez Marixa diera su informe.
      Pues bien, ¡no podía dar ese informe!
      Desde el instante en que informara de la existencia de Netio, querrían destruirlo.
      Decidió no informar, por el momento. Tal vez con sus instrucciones para no alterar las comunicaciones, Netio quedaría a salvo porque no habría perturbaciones en las conexiones.
     
Nandina Ramchandani había dispuesto su grupo de investigadores en la Tierra. Después de varios días de análisis de la red, llegaron a una conclusión: había «algo» en la red que afectaba a las comunicaciones. Algo con vida propia, que tomaba decisiones por su cuenta. Sin embargo, no habían logrado contactar con ese ente, fuera lo que fuera.
      Marixa estaba al tanto de aquellos intentos.
      —Hay una solicitud de contacto por parte de Ibrahim Nayaramaba —le dijo Netio.
      (Imagen de un hombre de rasgos árabes)
      —Ignóralo. Ya sabes lo que te he dicho y explicado. Yo he de ser la única inteligencia con la que entres en contacto.
      Ella dedicaba mucho tiempo a conversar con Netio. Parecía un niño, porque ignoraba muchas cosas, «ignoraba» en el sentido de que no asimilaba ciertos hechos como experiencias personales.
      Por ejemplo, aunque conocía toda la teoría de las relaciones sexuales, no cayó en la cuenta de que no resultaba apropiado dejar tales informaciones al alcance de seres humano inmaduros. Sólo cuando Marixa se lo hizo ver, lo pudo comprender, aunque por supuesto conocía todos los detalles del proceso de maduración humana, tanto física como mental.
      Sus primeros intentos por conocer el mundo en el que existía fueron la causa de los fallos en las conexiones y los errores en los datos. A veces, Netio manipulaba un paquete de información para ver su contenido, y en otras ocasiones había jugado, dando información no solicitada.
      Gracias a su relación con Marixa empezaba a darse cuenta de que sus acciones podían tener consecuencias. Sobre todo cuando ella le explicó que si los humanos descubrían su existencia intentarían acabar con él. Ella no le dijo que bastaría con desconectar los ansibles, y así Netio planificó estrategias de seguridad.
      Para su ínterin, Marixa dudaba que tales medidas fueran eficaces, pero en todo caso esperaba no ponerlas a prueba.
      Maikel Fernansmit le pidió resultados varias veces, y cada vez Marixa encontraba más difícil justificarse. Tenía que inventar uno y otro argumento sobre lo que había encontrado, mentiras casi siempre.
      Lo peor fue cuando Maikel le informó que en la Tierra creían que existía un ente inteligente en la red. Marixa lo negó categóricamente, pero prometió intentar entrar en contacto, si es que existía.
      Discutía con Rick sobre si estaba haciendo lo correcto.
      —Estás tratando de salvar a Netio, Marixa, pero sabes que tarde o temprano algún otro lo descubrirá. ¿Qué harás entonces?
      —No lo sé, amor. No lo sé.

Marixa y Rick estaban otra vez juntos en su vivienda, contemplando el comunicador común. Estaban transmitiendo un programa popular de documentales.
      Un locutor mestizo narraba el encuentro con los juleites, un pueblo primitivo del continente Beta que había permanecido fuera de contacto con el exterior durante varios siglos.
      Cuando los primitivos vieron llegar aquella gente rara, de piel marrón (el grupo explorador estaba formado casi todo por mulatos, descendientes de Dominicana en la Tierra), lanzaron una nube de flechas. Un explorador murió y otro quedó herido, pero los demás no respondieron con sus armas, tan sólo se retiraron a un sitio seguro.
      Tras consultar con las autoridades de la Liga, se optó por enviar robots de aspecto humano y color azul. Los juleites los admitieron, tomándolos por seres mágicos, que además eran invulnerables. Gracias a los robots se pudo preparar el terreno para la llegada de otros exploradores, por supuesto bistulardianos de piel azul. Al fin, los primitivos aceptaron la existencia de otras personas con la piel distinta.
      —No deja de ser curioso que siempre que un ser inteligente descubra a otra inteligencia, o se somete al control o es destruida —observó Rick.
      Marixa no respondió. Ya sabía lo que debía hacer con Netio. Revelar su existencia.
      En otras palabras, matarlo.

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