12 enero 2016

Capitán Waleo capítulo 5

La lanzadera visitante pidió permiso para acceder al garaje de la Entrom-Hetida. Lisandra leyó sus datos y permitió el acceso.
      La pequeña nave atracó en un puerto libre, reservado para visitantes.
      Su ocupante cruzó la esclusa y se encontró con el soldado Gaspakiwi Himoto, que era el encargado de la guardia. Himoto vestía la camiseta roja habitual en las guardias y en las acciones peligrosas. A nadie le gustaba llevarla, pues daba mala suerte. «Camiseta roja, baja segura», decían.
      La visitante era humana, y, sin ninguna duda, una mujer.
      —Necesito comprobar que no porta usted armas —dijo el soldado.
      —¿Y cachearme? ¡No lo voy a permitir! De todos modos, ¿cree usted que puedo llevar algún arma escondida?
      El soldado Himoto la miró bien, algo que sin duda valía la pena. La visitante llevaba un traje de neopiel totalmente ajustado a su cuerpo, y nada más. De tan ajustado, era evidente que no llevaba armas encima, ni cualquier otra cosa dicho sea de paso. Siguió mirando hasta que se dio cuenta de que ya no estaba justificada la inspección. El rubor cubrió la cara del soldado marciano.
      —Conforme. Dígame su nombre, por favor, y su procedencia.
      —María Zorra. Procedo de Centauro AA-II. Pero pertenezco a la Comunidad Afrodita, en Capricornio BB-V.
      —Disculpe, ¿he comprendido bien su apellido?
      —Sí, he dicho Zorra, ese es mi apellido. La culpa es de mi bisabuelo y de la costumbre de asignar género a los apellidos en mi mundo. Mi familia procede de la Tierra, Sol-III, por si no lo sabe.
      —Claro que lo sé. Soy de Sol-IV, o sea Marte.
      —Bien, como decía, mi bisabuelo se apellidaba Fox, una palabra de un antiguo idioma terrestre, pero al asentarse en Centauro tradujo su apellido al galáctico común, y pasó a llamarse Zorro. Luego está la costumbre de indicar el género en el apellido, algo que no se hace en otros mundos. ¿Queda claro mi nombre, soldado?
      —Perfectamente, señora. Temía ofenderla.
      —Pues acaba de hacerlo. Soy señorita, no señora.
      —Mis disculpas, señorita. Otra cuestión, ha dicho usted que procede de Centauro AA-II, pero luego ha mencionado Capricornio BB-V. ¿Cuál es su procedencia, a efectos de identificación, por favor?
      —Centauro. De allí es toda mi familia.
      —Conforme, señorita.
      Un soldado aún abochornado pulsó el intercomunicador.
      —La señorita María Zorra de Centauro AA-II desea ver al Capitán Waleo. Se ha verificado que cumple con las normas de seguridad.
      —Bien, que María la Zorra pase al transporte interno —dijo Lisandra, con cierto retintín al cambiar el nombre.
      La centauriana no dijo nada. Accedió al transporte y se sentó en el interior del vagoncito.
      La compuerta se cerró y se hizo el vacío en el interior del tubo.
      El soldado Gaspakiwi Himoto se quedó solo, en el puesto de guardia. Lamentaba mucho no haber tenido que cachear a la visitante, pero hubiera sido demasiado descarado.
      —¡Qué buena que está! —dijo en voz baja.
      —¿Decía algo, soldado? —preguntó Lisandra.
      —¡Nada, disculpa, dejé abierto el intercomunicador.
      La computadora reconocía tener celos. Aquella visitante tal vez no llevara armas escondidas, pero sin duda que las tenía y bien visibles. Lisandra hubiera preferido que las armas de su cuerpo estuvieran escondidas. Con tanto macho a bordo, entendía el peligro que corría la tripulación; pero ella sólo podía avisar al capitán, y hacerlo de manera muy discreta.
      Mientras tanto, el vagón con la visitante se desplazaba a gran velocidad por las entrañas de la nave. Se detuvo junto al puente de mando.
      Todos los presentes se volvieron a ver quién salía del vagón. Salvo el auxiliar Fresntgongo, que no era humano, los demás se quedaron mirando fijamente a la recién llegada. Alguno no pudo evitar una exclamación de sorpresa.
      Xujlius Waleo estaba al mando y tampoco pudo evitar quedarse mirando como un pazguato. Lisandra, la computadora de a bordo, decidió intervenir.
      —María la Zorra, de Centauro AA-II —dijo en tono satírico.
      El capitán despertó de su marasmo.
      —Soy Xujlius Waleo, al mando de esta nave. ¿Es usted María la Zorra?
      —María Zorra, si me hace el favor. Señorita María Zorra y quiero hablar con usted a solas, si no es molestia.
      —Encantado. Oficial Keito Nimoda, ocupe mi puesto.
      —A la olden, capitán.
      La Sta. Zorra y el capitán se encerraron en el camarote de este último. Si por la mente de Xujlius Waleo pasó alguna fantasía, se tuvo que quedar en eso, fantasía, porque de inmediato la joven comenzó a hablar.
      —Soy la presidenta de la Comunidad Afrodita en Capricornio BB-V. Vengo a solicitar su ayuda, Capitán Waleo.
      —Usted dirá.
      —Es una petición de ayuda oficial a la Flota. Verá, tenemos serios problemas con los piratas esgaes. Asaltan nuestras naves y nos roban todas las películas y toda la música que llevamos, para copiarlos y luego dárselos a los topmantas. Nos estamos arruinando porque no conseguimos sacar ni un céntimo, y luego toda la Galaxia escucha nuestra música gratis. Es terrible.
      —Con que los piratas esgaes, ¿no? OK, acepto su solicitud de ayuda. Vamos al puente —y activando la pantalla, llamó a la computadora—. Lisandra, ponme en contacto con el puente.
      —¿Ya terminaste con la Zorra?
      —¡Lisandra! ¡Te he dado una orden!
      —¡Sí, señor!
      —¡A la olden, señol! —se oyó la voz del oficial Nimoda.
      —Ponga rumbo a Capricornio BB-V. Y de la orden a toda la nave para prepararse para combate en cualquier momento. Pasamos a situación de guerra.
      —¡Sí, señol!
      La Entrom-Hetida saltó de inmediato al hiperespacio.
      Salió al espacio normal cerca de una enorme nave. Era de color blanco, con un enorme disco del cual brotaba, en un extremo, una especie de tirachinas doblado.
      —No cabe duda, es una nave de los piratas esgaes —observó el capitán, de nuevo en el puente.
      En la parte frontal de la nave pirata se veía su identificación: NCC-2001
      Pero aquella nave no estaba sola. Tras ella se veían decenas de naves similares. También detrás de la Entrom-Hetida, arriba, abajo, a babor y a estribor.
      —Hay 574 naves enemigas, capitán —informó Lisandra.
      —¡Activen duplicación y usen rayos fantasmas! —ordenó Waleo, sin dejar que el temor se notara en su voz por el mero hecho de estar solos frente a semejante flota enemiga.
      La Entrom-Hetida comenzó a duplicarse, usando una curiosa propiedad de los rayos fantasmas: producir naves fantasmas.
      Muy pronto, hubo 573 copias de la Entrom-Hetida, todas indistinguibles de la original; cada una frente a una nave pirata.
      De inmediato, todas las naves empezaron a disparar rayos fantasmas a las naves enemigas.
      La batalla se volvió encarnizada. A veces las naves esgaes lograban enviar un torpedo de fotones que destruía una nave fantasma, pero también eran aniquiladas naves piratas de manera continuada.
      —¿Por qué no usan pedos-Thor? —preguntó María Zorra.
      —Porque no lo pueden hacer las naves fantasmas —explicó el capitán—. Si lo hacemos, sabrán que ésta es la única de verdad. Con los rayos fantasmas nos va bastante bien por el momento.
      —Quedan 187 naves enemigas —informó Lisandra.
      —¿Y de las nuestras?
      —341 naves fantasmas.
      —¡Perfecto! Que se mantenga el fuego hasta que no quede ni una sola nave enemiga.
      La cuenta regresiva continuó. 154 naves enemigas… 129… 105… 80… 51… 23… 2 naves enemigas.
      —¡Usen los pedos-Thor! —ordenó el capitán.
      Ya no había peligro en ponerse al descubierto. Las 59 naves fantasmas restantes seguían disparando sus rayos, ahora con poca energía. Pero la auténtica Entrom-Hetida pasó a lanzar pedos de alta potencia; acabaron con las naves enemigas en muy poco tiempo.
      Las naves fantasmas se desvanecieron de inmediato. Ya no eran necesarias.
      Una emocionada María Zorra abrazó al capitán.
      —¡Oh, Capitán! ¡Qué buen trabajo! Pensaba que tendría que pedir ayuda a otras naves de la flota Estelar. Pero, en vez de eso, ¡lo ha conseguido usted solo! Bueno, ¡usted y esta maravillosa nave que comanda!
      —No ha sido nada —Waleo devolvió el abrazo—. Es una buena nave, y tengo una buena tripulación.
      —¡Pero ha sido increíble! Dígame una cosa: ¿en cada una de esas naves fantasmas había un Capitán Waleo fantasma?
      —Nunca lo he sabido. No hay forma de comunicarse con las naves fantasmas. Ellas hacen lo mismo que nosotros. Nunca he sabido si hay alguna tripulación en ellas.
      —En cualquier caso, ¿cómo podría agradecérselo?
      El capitán la miró de arriba abajo.
      —¿De veras quiere saberlo?
      —Creo que entiendo su sugerencia. Pero me temo que está muy equivocado, Capitán. En nuestra Comunidad Afrodita todos somos homosexuales. Somos lesbianas y gais. Todos, absolutamente todos.
      Un atónito capitán preguntó:
      —Si me permiten la pregunta, ¿cómo se reproducen? ¿No tienen hijos?
      —No es tan difícil. Usamos la fecundación in vitro. Pero no me gustan los hombres, así que lo siento mucho. Sólo me gustan las mujeres, y me temo que aquí no hay ninguna. Mas si quiere agradecimiento, podría bajar al planeta y recibir una medalla de honor en el Senado. Y puede que algún jovencito quiera estar con usted, ya me entiende…
      —¡No gracias! Aceptaré la medalla, pero nada más.
      Mientras el capitán subía a bordo de la lanzadera con María Zorra y descendía a la Comunidad Afrodita, Lisandra no pudo evitar un comentario, que aunque fue en voz baja llegó a oídos del capitán en funciones, otra vez Keito Nimoda.
      —¡Vaya con la Zorra! Al final no resultó tan peligrosa como parecía.
      —¿Decías algo, Lisandla? ¿Algo soble una zola?
      —Nada, nada que importe.

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