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Los padres de Alex se quedaron encantados con su nuevo amigo, hasta el punto de no poner inconvenientes para que se fuera el fin de semana, pese a no conocerlo anteriormente. Pero Alexis nunca antes les había presentado a ningún amigo, de hecho era el primero que él reconocía como tal. Y si bien nunca hasta entonces había pasado un día fuera de la casa, confiaron en el chico nada más verlo. Parecía un chico normal, estudioso pero no un empollón, con los gustos normales de los chicos de su edad. Mientras estuvo con ellos habló de novias, de juegos de ordenador y consola, de música, de cine, incluso dio su opinión acerca de varios programas de televisión; opiniones que en general coincidían bastante con las de los padres de Alexis.
El viernes por la tarde, tras asegurar que tenía hecha toda la tarea, Alexis salió a esperar a Willy. Éste llegó en un coche pequeño, conducido por un hombre y una mujer que dijeron ser sus padres. Éstos hablaron un rato con los padres de Alexis, intercambiándose direcciones y números de teléfono. Finalmente, Alex guardó su equipaje en el portabultos y subió al vehículo.
—Bien, Alex, antes de partir quiero asegurarme de que estás dispuesto a hacer el viaje. ¿Sabes lo que te espera?
—Más o menos. Supongo que me llevarán a una nave espacial. Me pregunto cómo será, cómo es que no la detectan y de qué forma llegaremos a ella.
—Todo a su tiempo.
—¿Y estaremos de regreso el domingo?
—Seguro. No te preocupes que en cuanto pasemos al hiperespacio podremos jugar con el tiempo.
—Entonces, ¿es verdad eso del hiperespacio y el factor warp?
—Lo primero, sí. Lo otro es pura ficción. No te voy a explicar como nos movemos por el espacio, porque no lo entenderías. De hecho, ni yo mismo lo entiendo del todo, es cuestión para los ingenieros.
—¿Y no eres el capitán de la nave?
—Sí que lo soy. Pero aparte de que se genera una curvatura en el espacio-tiempo debido al campo que generan nuestros motores, no me pidas detalles. Conozco los suficientes para poder dirigir la nave, pero para repararla hacen falta los ingenieros robots. Ninguno de nosotros tiene capacidad mental para comprender todo el mecanismo, eso se lo dejamos a las máquinas.
—¿Y por qué nos paramos aquí?
Habían entrado en un callejón sin salida y se habían detenido.
—Necesitamos transformar el vehículo. Ya no es necesario que el resto se mantenga oculto.
Ante los ojos de Alex aparecieron varios asientos más, ocupados por ocho personas. El pequeño coche se transformó en un microbús. Salió en marcha atrás del callejón y se incorporó al tráfico, en dirección salida de la ciudad.
—Supongo que me llevarán hasta la nave —dijo Alex.
—La nave está en órbita.
—¿Y cómo llegaremos a ella? ¿Por teletransporte?
—Olvida la ficción, Alex. Lo haremos de una forma más sencilla. Volando.
Se habían detenido en un lateral de la autopista.
Y antes de que Alex se diera cuenta, se hallaban en el aire, subiendo como un globo.
—¿No nos ven los demás?
—Hemos activado la barrera óptica. Nadie puede vernos, ni tampoco detectarnos con el radar.
Alex pudo ver alejarse la autopista llena de vehículos que entraban y salían de la ciudad. Parecía un circuito de coches de juguete.
Entraron en un banco de nubes, y perdieron de vista la superficie. Seguían subiendo verticalmente.
Cuando salieron de las nubes ya se apreciaban las montañas lejanas, cubiertas de nieve. La ciudad se veía borrosa, entre las nubes.
Siguieron subiendo y pronto el cielo se vio más oscuro. Ya se apreciaba la redondez del planeta.
—Podemos decir que ya estamos en el espacio —dijo Willy—. Ya estamos por encima de los 100 kilómetros de altura.
—Supongo que los cristales serán estancos.
—Supones bien. Éste es un vehículo espacial. Y allí está nuestra nave.
Sí, allí estaba la NCC-1701 USS Enterprise.
—¡No es posible! —exclamó, atónito, Alexis.
—¡Ja, ja! Entiendo tu desconcierto. En realidad, nuestra nave es polimórfica.
—¿Cómo es eso?
—Que puede adoptar cualquier forma. Puede ser una nube, una roca, un platillo volante, un barco, cualquier forma que sea compatible con el tamaño y la masa.
—Por lo tanto, han adoptado esa forma porque sí.
—¡Exacto! Es en tu honor, Alex. Pero podríamos parecernos al Halcón Milenario o a la nave nodriza de «Encuentros en la Tercera Fase».
—Pues ¡muchas gracias!
Para Alex fueron quince días, pero el domingo por la tarde estaba de nuevo en su casa. Tenía unas cuantas fotografías de la casa en el campo de los padres de Willy y de una caminata que realizaron los dos. También, algo de ropa sucia.
Pero desde ese lunes, Alex cambió. Y pocos de entre sus compañeros dejaron de notar el cambio.
Si antes Alex atendía a clase, ahora es que no se perdía nada. Incluso cuando parecía estar distraído, realmente estaba captando todo lo que los profesores explicaban. Hasta en aquellas asignaturas en las que no destacaba, ahora pasó a ser el número uno.
Lo mejor fue que algunos compañeros se atrevieron a pedirle ayuda con las tareas. Primero fue una chica, luego fue otra, más tarde un chico, hasta que finalmente un grupo de unos doce chicos solían contar con él para hacer los deberes. No es que él se los hiciera, es que les ayudaba realmente, pues sabía hacerlos y los explicaba mejor que los profesores.
Cuando Alex se concentraba, se tocaba la oreja izquierda, o se rascaba la ceja derecha mientras cerraba los ojos.
En la oreja izquierda tenía una nanograbadora implantada, donde grababa todas las clases; así que no tenía más que activarla para recordar lo que se dijo en un momento dado. Y tras la retina del ojo derecho tenía un circuito de memoria con varios terabytes almacenados. Tocándose la ceja y cerrando los ojos podía acceder a los datos almacenados, mucho más completos que cualquier enciclopedia en Internet.
Ambas implementaciones le fueron realizadas durante el viaje con Willy.
Sin embargo, donde el cambio fue más notorio fue en el mundo treki. Alex ya no se dedicaba a imaginar, ahora contaba lo que realmente había visto en aquellos quince días. Como es lógico, nadie creía que fuera cierto, lo tomaban como una manifestación más de sus fantasías. Pero esta vez eran fantasías creíbles, absolutamente realistas. Si alguien comentaba alguna incoherencia, Alex lo explicaba: no había tal incoherencia, era o bien que el otro no lo había entendido o que él se había explicado mal. Muy pronto, Alex el vulcaniano fue reconocido por su prodigiosa imaginación y por los increíbles mundos que describía. Él decía, insistía incluso, en que eran reales, pero nadie le hacía caso.
Y era mejor así. Willy le había dicho que en los foros trekis podía contar con absoluta libertad lo que sabía. No le harían caso, lo tomarían por fantasías; pero se irían preparando para cuando se revelara a la Tierra la verdad.
Porque el planeta estaba en disputa. Dos potencias galácticas querían hacerse fuertes en la Tierra. Una era la Federación, representaba por Willy y su gente. Los otros eran los que Alex llamaba «klingons», no porque tuvieran algo que ver con los enemigos homónimos de Star Trek, sino porque eran los contrarios. Lo mismo podría haberlos llamado el Imperio, o los fantoches espaciales. Pero según la información que le había suministrado Willy, los otros, como quiera que los llamara, eran más bien dictatoriales, e imponían una serie de normas a los planetas bajo su organización, normas que en la Tierra no serían bien recibidas. Como el pago de tributos en forma de recursos, de mano de obra esclava o de carne de cañón para sus ejércitos. La Federación parecía más democrática, y de hecho no obligaría a casi nada a la Tierra, salvo a no dar ayuda a los «klingons».
En pocos años, la Federación haría una oferta a la Tierra, si los «klingons» no se adelantaban. Y Alexis sería el encargado de plantearla.
Pero primero debería prepararse.
Como Willy no conocía del todo las peculiaridades del mundo de Alex, éste le había sugerido la forma de plantear su preparación. Lo primero sería obtener buenas notas en el resto del curso.
Al acabar el segundo trimestre, Alex tenía matrículas de honor en casi todas las asignaturas.
Y al finalizar el curso, las tenía en todas. Así que a nadie le extrañó que recibiera una carta del Alien College, en Londres, anunciándole que disponía de una beca con todos los gastos pagados para estudiar un año en sus instalaciones.
Los padres de Alexis se quedaron asombrados. Ni siquiera sabían que existiera ese centro. Alex explicó que él se había encargado de escribirles, y que tal vez había olvidado comentárselo a sus padres.
Hacía falta un pasaporte, una autorización paterna, el traslado de expediente, la apertura de una cuenta corriente en un banco de Londres, y otros trámites. El colegio se encargaba del alojamiento, que sería en régimen de pensión completa con una familia.
Y así, un día de septiembre, Alex subió en un avión hacia Londres. Siendo menor, estuvo acompañado por la tripulación en todo el viaje.
Pero a su lado se sentó un hombre de aspecto maduro, con apariencia de un empresario, que resultó ser Willy.
En el aeropuerto de Gatwick le esperaba una mujer, representante del Alien College. Acompañó al chico a un microbús, en el que también se subió Willy.
Y poco después estaban ascendiendo en el cielo de la metrópolis hasta llegar a la nave espacial.
-3-
Durante todo el curso, los padres de Alex recibieron con frecuencia más o menos semanal cartas suyas. En ellas comentaba cómo le iba en el Alien College, cómo se las arreglaba con el inglés, con la familia con quienes convivía, los amigos que hacía, etc., etc. Ni qué decir tiene que ellos se sentían encantados del cambio y le contestaban dándole ánimos.
Sí que les extrañó un poco que no viniera a casa por Navidad ni por Semana Santa. Alexis aseguró en las dos ocasiones que estaba muy a gusto y no quería ocasionar gastos innecesarios, pues estos viajes no estaban incluidos en la beca.
Finalmente, acabó el curso y Alex volvió con sus padres. Éstos sí notaron que se había desarrollado bastante; de hecho había crecido.
Nada de extrañar si tenemos en cuenta que en realidad habían sido tres los años que Alex había pasado fuera; y cuando partió aún no había completado su desarrollo.
Alex traía una unidad de memoria repleta de fotografías. Su amigo Willy estaba cuando conectó la unidad a su ordenador para que sus padres las vieran.
No eran fotos de Londres. Ni siquiera de Inglaterra.
De hecho, no eran imágenes de la Tierra.
Los dos lo comprendieron casi a la vez.
—Alex, ¿dónde diablos has estado? —dijeron al unísono.
—Papá, mamá, ¿sabían que Willy es un extraterrestre?
Costó un buen rato de explicaciones, incluyendo la típica demostración de la capacidad de Willy para cambiar de forma. También ayudaron las imágenes, que mostraban otros mundos sin ninguna duda muy lejos del Sistema Solar.
Y también resultó muy útil un cuaderno que trajo Alex. Cada página era realmente una grabación de vídeo que mostraba algún aspecto de la vida alienígena. Las hojas se podían pasar como si fueran de papel pero al activarlas se veía en cada página una película. El cuaderno tenía 150 hojas, es decir 300 páginas, cada una con una secuencia de vídeo de distinta duración: entre 15 minutos y dos horas. Era tecnología totalmente fuera de lugar en la Tierra.
Alex explicó también que tenía unos implantes en la cabeza que podrían apreciarse en una tomografía o una imagen de resonancia. Esos implantes eran diminutos y resultaba imposible para los medios de la Tierra colocarlos.
Finalmente, completó su explicación con una demostración de su funda polimórfica.
—Me han preparado como representante de la Federación en la Tierra, pero soy muy joven y mi imagen no ofrece confianza. Por eso he de adoptar la imagen de un hombre maduro en el que puedan confiar los políticos.
Y mientras decía esto último, cambió de aspecto. Su ropa pasó a ser un conjunto de chaqueta y pantalón a juego con una corbata discreta. Su cara, la de un hombre de unos cuarenta años, bien afeitado y con un corte de pelo clásico.
—Con esta imagen me presentaré ante nuestra presidente. Debo conseguir llegar a contactar con el presidente de los Estados Unidos para hacer una alocución en las Naciones Unidas.
—Eso no será fácil —observó su padre.
—No, no lo será —convino Willy—. Pero contamos con buenos argumentos para que nos atiendan. Comprenderán que no se trata de una fantasía de ovnis.
—¿Puedo contar con ustedes, papá, mamá?
—Parece que te has vuelto alguien muy importante, Alex. Cuenta con nosotros —dijo su madre, emocionada y orgullosa.
Primero hubo que contactar con los políticos locales. Como era de esperar, al principio reaccionaron con total desconfianza. Pero las pruebas que mostraba Alex (incluyendo las imágenes de escáner que le habían realizado) eran lo bastante creíbles como para que aceptaran llevar el asunto a una instancia superior.
Finalmente, Alex y Willy viajaron a Madrid y luego a Bruselas. Convencieron al presidente de turno de la Unión Europea, y éste propuso una reunión de las Naciones Unidas.
Alex viajó a Washington y se entrevistó con el presidente.
Hasta entonces, la nave alienígena había permanecido oculta, pero en esta ocasión anuló su camuflaje, apareciendo en todos los sistemas de detección justo cuando Alex lo anunció.
Cuando se presentó ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Alexis ya no estaba solo. Con él estaban Willy y otros extraterrestres, todos ellos con aspecto claramente humano.
Alex anunció a todos los delegados que la Tierra debería votar su inclusión en la Federación Galáctica. Explicó los motivos para hacerlo. Willy expuso las ventajas que eso supondría para el planeta: acceso a nuevas tecnologías, planetas vírgenes para colonizar, un nuevo impulso al desarrollo como nunca antes se había visto.
Muchos oradores se opusieron, pues eran incrédulos. O desconfiaban de la oferta de los extraterrestres: «y si luego aparecían las naves para llevarse a la gente como esclavos…».
Willy repuso que exactamente eso sería lo que harían los otros, los «klingons».
Otros oradores aplaudieron la idea. Sólo les preocupaba el futuro de aquellos técnicos cuyos conocimientos quedaran desfasados por las nuevas tecnologías.
Según Willy, tendrían prioridad a la hora de colonizar nuevos mundos. Y una de las nuevas tecnologías, que Alexis conocía bien, permitía el aprendizaje rápido; esos técnicos podrían adaptarse a las nuevas formas de hacer las cosas.
Pasaron a votar.
Se aprobó la entrada.
Desde ese día, la Tierra ya era miembro de la Federación Galáctica. Y Alexis, su embajador.
Todo un logro para un treki, pues su mundo fantástico se había hecho realidad.
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