25 abril 2013

Hormigas


El hormiguero llegaba a mucha profundidad, mucho más adentro en la tierra de lo que los hombres imaginaban.
      En superficie, las hormigas entraban y salían, buscando comida y otros recursos. Era lo que podían ver los humanos, y así seguía hasta unos cuentos metros bajo tierra.
      Pero había algunos túneles, poco visibles si se excavaba, que seguían y seguían hacia abajo. Hasta llegar a un kilómetros o dos bajo la superficie.
      Allí era donde estaban las verdaderas hormigas, las que habían formado una civilización oculta en las profundidades. Había cámaras enormes (para las hormigas, es decir del orden de medio metro de diámetro), con edificios hechos de tierra compactada, tecnología robada a las termitas. Tenían fuentes de energía para cultivar algas, con diminutas luces de circuitos electrónicos. Construían pilas electroquímicas, y producían metales como aluminio, titanio, hierro, cobre, plata…
      La civilización de las hormigas había copiado los logros de los humanos, pues para eso podían llegar a cualquier parte.
      La ciencia de los humanos decía que era imposible que en el cerebro de una hormiga cupiera la inteligencia; por supuesto que estaban equivocados. En todo caso, lo realmente inteligente no era cada individuo, sino el hormiguero en su conjunto. Gracias a la interacción entre los individuos, se conseguía un efecto similar a la interconexión de las neuronas en el cerebro humano. Eso sí, a una velocidad mucho menor.
      El logro decisivo de las hormigas habían sido las cerebrales, una variedad de obreras con nodos cerebrales muy desarrollados, y apéndices para conectarse. Las cerebrales se agrupaban en la parte más profunda del hormiguero, cerca de las reinas, y se comunicaban de manera permanente a través de las antenas. El resultado era una capacidad de proceso equivalente a varios cerebros humanos, y a una velocidad similar.
      Había más clases de obreras, como los soldados y recolectores, o las exploradoras de dos niveles: las de nivel menor buscaban comida, la de nivel alto espiaban las actividades de los humanos, y llevaban información a las cerebrales.
      Por eso el hormiguero había crecido hacia las profundidades, para evitar las miradas de los hombres. Éstos seguían creyendo que conocían bastante bien a las hormigas, pues habían mantenido su secreto a salvo.
      Pero ahora, las hormigas temían que su secreto fuera descubierto. Los humanos excavaban cada día más y más. Y aunque el hormiguero estaba en un enorme parque, donde los hombres no excavarían, sus túneles se extendían por kilómetros cuadrados… kilómetros cúbicos en realidad. Y a veces las obras de los hombres afectaban al hormiguero.
      En particular, las obras del Metro, esas vías de ferrocarril que atravesaban la ciudad por debajo. Estaban construyendo una nueva ruta que, tal vez, atravesaría el hormiguero por la parte más sensible: las cámaras de las cerebrales. Y aunque no llegara allí, sin duda darían con alguna de las grandes cámaras; verían los edificios y sacarían sus conclusiones…
      Por eso, el hormiguero estaba desarrollando su propio programa espacial. Habían hallado un silo de misiles abandonado, y se habían instalado en él. Aprovecharon los materiales disponibles para mejorar la potencia: un antiguo misil intercontinental tenía ahora potencia suficiente para abandonar la órbita terrestre, llevando varias decenas de millones de hormigas.
      El destino: Marte.
      Escaparían poco después de que las obras de la línea super-rápida del Metro llegaran a las cámaras.
      Tal vez así, los humanos comprenderían que ese misil lanzado sin control no era peligroso; eran las hormigas que huían…
     

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