23 agosto 2014

Planaria - 2

-4-

Allyx voló en dragón desde el Templo del Borde hasta la Isla Central. Allí recibió la sorpresa de una nota de Herset: a la vuelta quería tener una entrevista con él. Preguntándose por lo que querría el Gran Sacerdote, el estudiante subió a otro dragón, rumbo al Este.
      Llegó a Kelia al atardecer. Despidió al jinete del dragón recordándole que en una semana esperaba volver a verlo allí mismo.
      Zytiaz estaba allí mismo, observándolo todo con los ojos bien abiertos.
      —Te has vuelto alguien muy importante, Allyx, volando en dragón como un noble. ¿O tal vez debería llamarte Allyt? —añadió, con sorna.
      —Aún soy Allyx.
      —O sea que todavía tienes tus cojones. ¡Dame un abrazo!
      Aquel recibimiento era más de lo que el joven esperaba. Abrazó a la chica, mientras sentía que el calor subía en su interior.
      —Por eso quise venir a verte, amor, antes de dejar de ser lo que soy.
      —¿Cuánto tiempo vas a estar aquí?
      —Una semana.
      —Tenemos tiempo…
      Allyx no preguntó para qué. Simplemente la besó.
      Fue un beso largo, que sorprendió a muchos de los paseantes del pueblo. Alguien carraspeó con fuerza.
      Los jóvenes se separaron y miraron en torno. Era Pirot, el sacerdote del pueblo.
      —Saludos, maestro —dijo Allyx.
      —Esas exhibiciones no son correctas en un aprendiz de sacerdote —dijo aquel.
      —Lo siento, maestro.
      —No importa. Sospecho que viniste por eso, pues ya es hora de la neutralización. ¿Me equivoco?
      —No se equivoca usted, maestro.
      —Bien. Pues si quieres pasar tus últimas horas como hombre, hazlo con discreción. Y a ver si tienes uno o dos minutos para conversar conmigo.
      Zytiaz lo animó a marcharse.
      —Vete ahora, que además tienes que saludar a tu padre y tu madre. Nos veremos a la noche.
      Allyx acompañó al sacerdote de mala gana. Fue con él al templo, donde contempló el espacio en el que durante varios años había aprendido lo más elemental. Ahora le parecía más pequeño de lo que recordaba.
      Contó varias anécdotas de los estudios superiores. Habló de los diversos maestros, algunos de los cuales eran conocidos de Pirot y otros no.
      —Caelit me dio clases de teología e historia —dijo el sacerdote—. No podía ver a Herset ni en pintura, y hace ya unos cuantos años de eso. ¿Dices que ahora es el regidor del Tempo del Borde Oeste?
      —Así es. Por eso me enviaron al Templo Este, con Gerigfrit.
      —No lo conozco bien. Es posible que estuviera estudiando en uno de los bordes cuando yo estaba en la Central.
      —Puede ser. Es muy rígido, nada amigo de bromas. Hace meses que insiste en que debo ser neutralizado, y creo que si no fuera por Herset ya me lo habrían hecho.
      —Opino igual. Estas cosas es mejor hacerlas lo antes posible. Te habrías ahorrado el pesar del amor, que ahora sin duda tienes.
      —No sé los motivos que podrá tener el Gran Sacerdote, pero he oído que quiere que tenga más conocimientos del mundo antes de perder mi hombría. La decisión debo tomarla yo, y no que me la impongan. Y lo cierto es que aún no estoy listo para ello.
      —¿Y esperas estar preparado con este viaje?
      —Eso creo. Antes de un año habré tomado mi decisión. Podría hacer como Britax.
      —Espero que no. Sería un desperdicio perder una mente como la tuya.
      —Cambiando de tema, me atreveré a una pregunta, maestro. ¿Sería posible que Gredox y Afridaz tuvieran otro hijo?
      —Estás al tanto del secreto, ¿no es así? Sabes que debes guardarlo bajo pena de muerte.
      —Sí, maestro. Lo he prometido.
      —Bien, porque la población se mantiene estable gracias a que los sacerdotes de cada pueblo impedimos que nazcan más niños de los permitidos. A tus padres les correspondían dos, como a casi todos, y esos dos ya los han tenido. La operación que les hice a ambos no tiene marcha atrás. No pueden tener más.
      —Pero si me neutralizan, es como si se perdiera un hijo en el pueblo.
      —Es cierto. Creo que a tu hermano Kryx, quien se acaba de unir a una joven, le corresponden ahora tres niños. Y si uno sale neutro, serán cuatro. No se lo dirás, por supuesto.
      —¡Por supuesto! Se lo agradecerá a los dioses, sin duda. Y se olvidará del trabajo que ha tenido que hacer por mi culpa.
      —Mucho cariño no te tiene. Ahora, aprovecha que él ya no está con tus padres, así podrás saludarles con tranquilidad.
      —Adiós, maestro.
      Allyx salió del templo. Menos mal que con Pirot había podido hablar de esos temas, porque nadie más del pueblo debería saber, jamás, las cosas que hacían los sacerdotes.
      Fue a casa de sus padres, quienes ya sabían de su llegada.
      Gredox, su padre, permaneció frío casi todo el tiempo. Aunque cuando el joven mencionó que faltaba poco para su neutralización, el mayor no pudo evitar una exclamación de dolor: su fachada dura se había roto por un momento.
      Su madre, Afridaz no se molestó en disimular su malestar y rompió a llorar. Allyx la consoló como pudo.
      La cena fue más bien triste, a pesar del reencuentro.
      Allyx terminó y se disculpó ante ellos. Salió y fue a buscar a su amada.
      Zytiaz lo estaba esperando en un rincón apartado y discreto, donde no había peligro de que les sorprendieran.
      Otra vez se besaron, se abrazaron, se dejaron llevar por la pasión.
      La joven lo llevó a su habitación, aprovechando que sus padres no estaban.
      Allí consumaron su amor.
      Para ambos era la primera vez.
      Allyx se alegró de tener aún sus órganos masculinos.
   
Durante toda la semana, Allyx y Zytiaz pasaron casi todo el tiempo juntos. La madre de la chica convenció al hermano menor para que llevara a cabo las labores que correspondían a la joven, con lo que ella pudo estar más tiempo con su amor. Cuando ambos estaban en la habitación de ella, los demás hacían como que no oían los ruidos y gemidos que a veces llegaban.
      Por fin, llegó el momento de la despedida. Allyx estaba dispuesto a aceptar su destino: en dos o tres meses perdería sus órganos masculinos. Pero era eso o perder su mente y, aunque lo de Zytiaz había sido increíble no podía condenar su curiosidad por tan solo unos ratos de sexo.
      Incluso en los momentos de pasión, la mente de Allyx analizaba lo que sucedía. Alguna vez ella lo sorprendió distraído, con la mente en otro lugar que no fuera allí, con ella.
      Como ella lo conocía bien, lo perdonó por esos despistes. Lo que hizo en todas esas ocasiones fue distraerlo, para que se centrara en el amor, y ahí si que tuvo éxito.
      Llegó el dragón a la hora esperada, y Allyx dijo adiós a su amada. Adiós para siempre, suponía.
      No miró atrás mientras el animal remontaba vuelo.
   

-5-

En Isla Central, Allyx esperó una hora a que el Gran Sacerdote terminara su reunión con los nobles de ciudades del Sudeste.
      Herset le invitó a pasar a su despacho privado.
      Años atrás, era Hersez, una niña del Suroeste, cuya curiosidad e inteligencia llamaron la atención del sacerdote local. Hersez pasó a ser instruida en el templo y con el tiempo fue neutralizada. Pero mientras aún era mujer tuvo un par de relaciones sexuales.
      La primera fue con su propio hermano mayor, algo no tan raro en aquel continente, donde las poblaciones eran pequeñas y aisladas, y los jóvenes no solían tener contacto con otros jóvenes.
      La segunda relación fue con un chico del pueblo, en realidad un hombre ya mayor, cuyo interés en ella fue pura ficción. Lo que hicieron fue tan poco satisfactorio que ella casi ni se enteró cuando él ya había terminado.
      Después de aquello, no puso inconveniente alguno a ser neutralizada. Hersez desapareció para siempre, quedando el estudiante Herset1.
      Y sin embargo, ahora el Gran Sacerdote sentía que aún conservaba algo de mujer. Notaba una atracción imposible hacia el estudiante Allyx; de momento, ese sentimiento le había llevado a retrasar el momento de su neutralización. Se amparaba en que ese era el deseo del joven, pero la verdadera razón era que se trataba de una decisión de la máxima autoridad sacerdotal.
      Y ahora lo tenía allí, sentado. Por un momento imaginó que era joven y… ¡no! Ya había pasado esa época en que añoraba las sensaciones de ser mujer.
      —Hola, Allyx. ¿Cómo te encuentras?
      —Muy bien, Gran Maestro.
      —¿Querrías compartir un té conmigo?
      —¡Estaría muy honrado, gran Maestro!
      Herset dio unas palmadas y dos novicios entraron con un servicio de té y unas pastas. Sirvieron primero al Gran Sacerdote y luego al joven.
      Allyx esperó a que el superior probara su infusión y cogiera una galleta antes de hacer lo mismo.
      —¿Te gustan las pastas? —preguntó Herset.
      —Están muy buenas, Gran Maestro.
      Por un rato sólo se habló de nimiedades, pues esa era la etiqueta. Por fin, Herset avisó para que retiraran el servicio.
      Era el momento de hablar de las cosas importantes.
      —He seguido con mucha atención tu desarrollo como estudiante, Allyx. Ya te falta poco para completarlo.
      —Así es, Gran Maestro. Gracias a los maestros que he tenido he aprendido mucho.
      —Gracias a tu gran capacidad, querrás decir. Cuando yo tenía tu edad, aún me faltaban tres años para completar mi formación. Eres uno de los estudiantes más precoces que han pasado por nuestros templos.
      —Me siento muy honrado por esas palabras.
      —Bueno, mantienes la humildad que se debe a la etiqueta, pero no dudes en sentirte orgulloso. Aunque no lo demuestres, como debe ser.
      —Sí, Gran Maestro.
      —De todos modos, aún te queda dar un paso importante. No se si sabes que yo también tuve que darlo. Yo era mujer.
      Allyx sintió la sorpresa. No por lo que había dicho (ya lo suponía) sino por el mero hecho de que se lo dijera. No era algo oficial: el Gran Sacerdote también había sido neutralizado. ¡Y se lo decía a él!
      —¡Es, sin duda, una sorpresa, Gran Maestro! ¡Y me honra que me lo haya dicho!
      —Pues sí, te honro con esa confesión, a la vez que te ordeno que no lo comentes. No es que sea un secreto, pero es algo que normalmente se calla, y yo lo prefiero así.
      —¿Puedo preguntar el motivo por el que me hace el honor de decirme eso?
      —Creo que es evidente. Porque yo estuve en tu misma situación. Y tomé la decisión que espero tú también adoptes. Y que sea pronto, por favor. Mi pregunta es simple: ¿cuándo lo harás?
      —En unos meses, Gran Maestro.
      —Perfecto, porque has de permanecer dos meses en este templo. Gerigfrit está al tanto de ello. Hay algunos detalles de tu formación que quiero vigilar de forma personal. Seré tu maestro, así que no me llames Gran Maestro de ahora en adelante. Me basta con maestro, e incluso estás autorizado a llamarme Herset.
      —Es un honor, Gran… ¡perdón!, maestro. No sé si seré capaz de tener esa confianza.
      —Deberías, porque veo en ti a mi sucesor. Sobre esas cuestiones quiero formarte.
      —Maestro Herset, aún os quedan muchos años por delante.
      —No tantos como pareces creer, pero sí los suficientes para que tú estés preparado para llegar a Gran Sacerdote. Eso sí, primero, has de ser sacerdote de alguna población.
      —¿Kelia, tal vez?
      —Lo dudo, porque Pirot… ¿es el sacerdote de tu pueblo, no?
      —Así es.
      —Decía que Pirot es más joven que yo y no creo que se jubile aún. Ya te buscaremos otro pueblo, tal vez una gran ciudad. Los nobles del Sudeste están buscando alguien capaz. ¡Hum! En un año o dos, tú podrías servir…
      —Estoy a las órdenes del maestro.
   
Fueron dos duros meses de aprendizaje. Herset explotó las capacidades de Allyx hasta el límite, haciéndole leer libros muy difíciles de entender, y explicándole conceptos más propios de personas ya entradas en años.
      Más de una vez, Allyx acababa el día con dolor de cabeza. Pero en la cama terminaba de digerir las ideas y, sí, al día siguiente lo comprendía todo.
      Lo más difícil de aceptar era que el mundo era artificial, obra de los míticos dioses. De ellos se sabía poco, pues aunque existía una compleja mitología y un amplio panteón divino, todo ello no era más que ficción para las masas. Unos pocos sacerdotes sabían que todas esas historias las habían creado ellos mismos, y en ese grupo entraba ahora Allyx. Herset lo animó inclusive a crear alguna historia que añadir a la mitología.
      Los dioses de verdad eran los que habían creado Planaria: un disco plano de treinta millones de pasos de diámetro, con una bóveda semiesférica transparente a través de la cual se veían las estrellas. Se decía que los dioses habían venido de las estrellas, que en algunas de ellas había mundos y que éstos no eran planos sino redondos; más bien esféricos.
      El sol que cruzaba la bóveda celeste era una masa de fuego creada por los dioses, pero las estrellas eran soles gigantescos, tan lejanas que sólo se veían como puntos. diminutos
      Allyx leyó tales cosas en un libro muy viejo, que sólo podían leer los sacerdotes de máxima categoría. Y, por supuesto, era tan secreto que no se comentaba ni con otros sacerdotes.
      Bajo el mundo había túneles y cámaras. Los túneles conectaban los principales templos y en algunas de las cámaras había máquinas increíbles. Se decía que una de esas máquinas permitía viajar a las estrellas.
      Herset prometió mostrarle los túneles a Allyx. Pero de la cámara con la máquina de viaje no sabía nada. Él mismo reconocía que nunca había explorado esos tesoros subterráneos.
   

-6-

Faltaba poco para terminar la formación de Allyx bajo Herset. Una mañana, Allyx se sorprendió al ver a Pirot en la explanada del templo.
      —¿Maestro? ¿Qué os ha traído por estos lares?
      —Te buscaba a ti. Traigo una carta de Zytiaz. Aquí la tienes.
      Le entregó una hoja de pergamino doblada y lacrada. Por un momento, Allyx olvido que Zytiaz no sabía leer ni escribir. Se centró en la emoción de tener noticias suyas.

Querido Allyx. Espero que te vaya bien en tus estudios. Estoy convencida de que llegarás muy lejos, pues tú vales mucho. Sólo espero que cuando estés en lo alto, como sacerdote o lo que seas, no te olvides de esta pobre campesina que siempre te ha querido y te querrá siempre.
Tengo motivos para estar feliz, pues siempre tendré algo que me servirá para acordarme de ti. Incluso aunque me llegaras a olvidar. Porque estoy embarazada.
Tengo un hijo tuyo y sé que es tuyo, no de otro. Tú has sido mi único hombre y no creo que nunca más haya otro.
Quería que lo supieras, que vas a tener un hijo. Podrás ser, a lo mejor, un sacerdote con hijo, algo único.
Nunca te olvidaré, te lo prometo.
Pirot, el sacerdote, está al tanto de todo, pues es quien está escribiendo esta carta, ya que no sé leer ni escribir. Él me ha asegurado que el templo se hará cargo del pequeño. Así que puedes quedarte tranquilo. Aunque el niño no tenga padre conocido (nunca diré que eres tú, eso te lo prometo), tendrá su comida, su ropa y su educación. Como campesino, espero, salvo que salga neutro.
Con todo mi amor, Zytiaz.

      Allyx miró al sacerdote.
      —Maestro, supongo que usted conoce el contenido de esta misiva, ¿no es así?
      —Cierto. Te prometo dos cosas. Una es discreción total. Ella no será la primera madre de un niño sin padre conocido. La otra promesa es que el templo se encargará del cuidado del niño. Es lo normal en estos casos. Puedes quedarte tranquilo.
      —Gracias, maestro. Y me alegro de saberlo.
      —No sé si he hecho lo correcto. Tal vez no, pero ella insistió en que debías estar al tanto a la hora de perder tu hombría.
      —Y tiene razón. Es algo que debo saber. Podría optar como Britax y hacer de padre.
      —Espero que no sea esa tu decisión.
      —Gracias, de todas maneras. Una última pregunta: ¿cuándo nacerá?
      —Aún quedan varios meses. Ten en cuenta que fue concebido durante tu visita a Kelia. Si ella tiene razón en que tú eres el padre.
      —La tiene. Lo sé muy bien.
      —Bien, pues tú mismo puedes hacer los cálculos. Eso sin duda.
      Y sin más, el sacerdote se fue, dejando al joven estudiante ensimismado en sus cálculos mentales.
      No vio más al sacerdote de su pueblo.
      Dos días más tarde, Herset le mandó llamar. Insistió en que debía traer todas sus cosas, pues se iría de viaje.
      Allyx no sabía qué pensar, pero por supuesto obedeció. Devolvió a la biblioteca los libros prestados y con su bolsa por todo equipaje, se presentó ante el Gran Sacerdote.
      —Bien, Allyx, has progresado más rápido incluso de lo que yo había pensado. Estoy realmente sorprendido. Has de saber que ya se acabó tu tiempo aquí, en Isla Central, y has de volver al Borde con Gerigfrit. Aún dispones de unos días antes de decidirte a aceptar la neutralización o bien olvidarte de todo. ¿Ya estás decidido?
      —Agradecería al Maestro disponer de esos días. Mi decisión está casi tomada pero aún tengo que hacer acopio de fuerzas.
      —Te entiendo, y no voy a presionarte. Ahora, acompáñame.
      Allyx hizo lo que le ordenaron.
      Para su sorpresa, se introdujeron en lo más profundo del templo, bajando varias escaleras.
      —Perdone mi curiosidad, Maestro, pero no vamos al patio de los dragones. ¿No me tenía que ir ya?
      —Sí es cierto que te vas, Allyx, pero no será en un dragón. Hay otro medio, uno que no es habitual que se emplee con estudiantes, sólo con sacerdotes de alto rango. Pero he decidido hacer una excepción en tu caso. Como parte de tu formación, has de conocer su existencia.
      Llegaron a un túnel que se prolongaba hacia abajo. Estaba iluminado de una forma especial, pues no había velas ni lámparas de aceite o cualquier otra forma de iluminación que Allyx conociera. Eran esferas de luz perlina, incrustadas en la roca.
      —¿Esas luces, Maestro?
      —Magia de los antiguos dioses. Nadie sabe como funcionan, pero tan pronto como una persona entra en el túnel se encienden. No lucen si no hay nadie, o si entra un animal. Y así llevan milenios, sin consumirse. Creo que uno de los motivos por los que muchos que conocen su existencia no vienen por aquí es por el temor de que se consuman estando ellos. ¡Sería una terrible mala suerte!
      —Sospecho que vos no tenéis ese miedo.
      —Es tonto creer que se consumirán de repente. Incluso una vela avisa cuando está a punto de consumirse. Llevo años observándolas y no he apreciado una disminución en su intensidad, así que supongo que aún tienen años por delante. Más de los que yo estaré por aquí, creo.
      —Imagino que esta parte del templo es muy antigua, ¿cierto?
      —Así es. Y forma parte de la estructura artificial subterránea del mundo.
      —¿Vamos a los túneles?
      Herset lo miró extrañado.
      —¿Conoces su existencia? Dime lo que sabes ¡ya!
      —Leí que hay túneles mágicos que comunican todos los templos bajo tierra. Nada más.
      —No estaba al tanto de que esa información estuviera en un libro. ¿En cuál?
      —«Crónicas», de Asltlex. Es muy viejo.
      —Ya, creo saber cual es. No es un libro que normalmente se consulte por los estudiantes.
      —¿Lo tengo prohibido?
      —No, pues si así fuera no te habrían dejado leerlo. No importa. ¿Seguro que no sabes nada más acerca de los túneles?
      —Si mi memoria no me engaña, nada más. Tal vez debería leer de nuevo las Crónicas.
      —Olvida eso. Bien, tienes razón, los túneles conectan los cuatro templos del borde con el central y además conectan cada templo del borde con los dos más cercanos, sean los de los hielos o los del sol. Tienen un medio mágico, cuyo mecanismo no hemos podido averiguar y que es muy pero que muy rápido. Antes de que te des cuenta ya estás en el otro lado. Pero sólo pueden ser usados por sacerdotes de alto rango. Tú los usarás ahora porque vas conmigo, pero solo, jamás. Al menos mientras no seas más que un estudiante.
      Allyx decidió no hacer más preguntas. Llegaron al final de túnel, donde una pared cerraba el paso. Había un dibujo de líneas y un rectángulo con diez cuadrados en su interior.
      Reconoció el interior de cada cuadradito como un número. Eran las diez cifras.
      Herset tocó determinados cuadrados, marcando así unas cifras, y la pared se abrió. Era una puerta, comprendió Allyx.
      —¿Esos cuadrados con números, qué son? —preguntó.
      —Es un teclado y en él hay que pulsar un número secreto que yo conozco y que permite abrir la puerta. Cuando tengas el permiso para usar los túneles, se te dirán los números secretos, que son distintos para cada túnel y cada puerta.
      Llegaron a lo que sí era el final del túnel. Otro túnel mayor parecía seguir hasta el infinito. En el extremo se hallaba una esfera, parecida a un carruaje sin ruedas, con cinco asientos en su interior.
      Herset entró y se sentó, e invitó a Allyx a hacer lo mismo. Éste se colocó en un asiento enfrentado al Gran Sacerdote.
      De inmediato, la esfera se cerró (aunque Allyx no había visto puerta alguna) y notaron sensación de movimiento. Un leve zumbido fue creciendo, sin llegar a ser molesto. El artefacto apenas parecía moverse, pero se notaba que no estaba inmóvil.
      El zumbido comenzó a atenuarse hasta desaparecer. También la sensación de movimiento.
      Se abrió la puerta.
      Herset salió y esperó al atónito joven.
      —¿A qué esperas? ¡Ya hemos llegado!
      Allyx no hizo comentario alguno. Le parecía imposible que ya estuvieran en el Borde Este. ¡Eran unos quince millones de pasos de distancia!
      Salió por obediencia y siguió el túnel pequeño (el grande parecía perderse en el infinito, igual que aquel por el que se suponía que habían viajado).
      Este túnel no parecía muy diferente del que siguieron en Central, aunque algunos detalles no le sonaban.
      Pero Allyx no estaba dispuesto a dejarse convencer de que realmente estaban en el Templo del Borde Este hasta que no viera algo que se lo confirmara. Podría ser una prueba de su credibilidad por parte de Herset.
      Cruzaron una puerta, abierta, con unos dibujos algo distintos y con su «teclado» lleno de números. Siguieron subiendo por rampas y escaleras hasta que salieron a una sala que Allyx conocía.
      ¡Aquello era, sin duda, el Borde Este!
      Ya se había convencido.
      No le extrañó, pues, encontrarse con su maestro Gerigfrit.
      Éste saludó al Gran Sacerdote y Herset dio media vuelta.
      —Me voy, pues tengo muchas cosas que hacer. Allyx, que tengas suerte y decidas lo mejor para todos.
   
(Continuará)
Enlace a la primera parte

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