24 agosto 2014

Planaria - 3

-7-

Durante un par de días, Allyx meditó acerca de lo que debía hacer. Era evidente que debería cometer varias faltas, entre ellas la desobediencia, pero ya estaba decidido a hacerlo. No podía dejar a Zytiaz tener su hijo a solas.
      Su primera infracción fue un robo. En el templo vivían varios sacerdotes, junto con los estudiantes y otros neutros (personal de servicio). Dizlit, el maestro de filosofía y economía, era más o menos de la talla de Allyx y éste sabía donde dormía. Le robó el traje de sacerdote junto con el báculo.
      Si Allyx iba a viajar por su cuenta, no debería hacerlo vestido de estudiante. Así que era mejor si aparentaba ser un sacerdote: con su formación podía simularlo a la perfección, pues de hecho sólo le quedaban unos meses (¡y una operación!) para convertirse en uno de ellos.
      El báculo también formaba parte del atuendo sacerdotal, pero además era un arma. Todos los estudiantes recibían instrucción física, para mantenerse en un buen estado atlético; esa instrucción incluía el manejo del bastón. Allyx era consciente de algunos de los peligros que podría correr y esperaba poder defenderse con el báculo. Un arma como las que llevaban los soldados y cazadores hubiera sido mejor, pero no cuadraban con la imagen sacerdotal.
      Se puso el traje y colocó el suyo en su cama de tal manera que una visión rápida diera la impresión de que estaba durmiendo. Con eso esperaba despistar a sus perseguidores unos minutos; pues no tenía dudas de que cuando se descubriera su falta lo buscarían.
      Ya con el traje de Dizlit notó unos bultos en el interior. Allyx sacó dos bolsas llenas de metal, oro, plata y cobre: dinero. Una de las bolsas estaba llena de monedas de oro, la otra tenía otras de plata (mayores) y de cobre. Otra ventaja de aparentar un sacerdote era tener dinero: los estudiantes jamás lo manejaban, salvo durante las clases para aprender economía. Observó el contenido de las bolsas: había monedas de oro por valor de 1, 5, 50 y 100 monedas. En la otra bolsa había monedas de una, media y un cuarto de moneda, en plata, y cobres por valor de 1, 5 y 10 céntimos.
      Era de noche, ya pasada la medianoche y no se veía a nadie por los pasillos. Allyx siguió el camino que había recorrido a la inversa con Herset para llegar al túnel.
      Allí estaba la puerta, con el teclado y el curioso dibujo. No conocía el número que debía teclear y no pensaba perder el tiempo con pruebas. Pero suponía que el dibujo sería una pista para determinar el número secreto.
      Era un óvalo con tres series de líneas que se cruzaban. El primer grupo eran tres líneas, formando dos de ellas un ángulo recto y la tercera uno oblicuo hacia fuera. Allyx comprendió que era una representación de tres dimensiones.
      Cada una de las tres líneas estaba dividida en tres partes. ¡Hum! ¿Sería el número tres elevado a la tercera potencia? ¿27?
      Al lado había un grupo de cuatro líneas, todas ellas divididas en dos partes. Podría tratarse del número dos elevado a la cuarta potencia, o sea 16.
      El otro grupo eran dos líneas en ángulo recto, cada línea con cinco sectores. Según el esquema anterior sería cinco al cuadrado, o sea 25.
      ¿Y ahora, qué?
      Allyx recordó la descomposición factorial de los números, una parte de la matemática cuya utilidad no le había parecido mucha. Pero aquí podría tener su aplicación.
      Si multiplicaba 27 por 16 y por 25 obtenía 10800. ¿Qué pasaría si tocaba los dígitos del teclado en ese orden?
      Pulsó el 1, luego el cero, a continuación el 8, y terminó con el cero dos veces.
      ¡La puerta se abrió!
      Allyx atravesó el portal sin perder un instante. Llegó a la cápsula y se sentó.
      La puerta de la cápsula se cerró y ésta se puso en marcha con un suave zumbido.
      Antes de que pudiera darse cuenta, ya estaba detenida.
      Esperaba estar en la Isla Central. De lo contrario, sería uno de los Templos de Hielo, del Norte o del Sur…
      Salió de la cápsula y caminó hacia arriba, sin hacer ni un ruido.
      Todo estaba en silencio, pues no en vano era noche avanzada, aún faltaban dos horas para que saliera el sol.
      Estuvo en un tris de perderse, pues apenas conocía aquellos pasillos subterráneos, pero por fin pudo llegar a uno que reconoció. Y, en efecto, era el Templo Central.
      Ahora tenía que salir, esperando que nadie lo viera. O, si lo veían, que lo tomaran como un sacerdote y no como lo que era: un novicio rebelde, ladrón y desobediente.
   
      Nadie le impidió el paso hasta llegar a la puerta del templo. Le sorprendió comprobar que estaba abierta, aún a esas horas.
      Había dos vigilantes armados, quienes al verlo se limitaron a saludarle.
      Allyx respondió al saludo con un vago gesto cansino, como si estuviera harto de saludos.
      Funcionó, pues los guardias no le impidieron pasar por la puerta. Más bien le ignoraron.
      Ahora tenía que dirigirse al patio de dragones. Pero era demasiado temprano.
      Optó por buscar un lugar donde pasar las horas hasta la cercanía del amanecer, cuando despertaban los dragones y sus jinetes se aprestaban a montarlos.
      Los alrededores del templo estaban llenos de tiendas y albergues para los nobles y comerciantes que debían ir al templo a alguna ceremonia o por cualquier otro motivo. También había cuarteles de la milicia. Y bares u otros locales de entretenimiento.
      Esos últimos no cerraban por la noche. Y no eran ajenos a los sacerdotes, como sabia Allyx.
      Lo que ignoraba era que los sacerdotes que iban a tales lugares no llevaban sus ropas de gala, que eran las que tenía el estudiante.
      Se dio cuenta nada más traspasar la puerta de un tugurio de mala muerte, lleno de vapores, ruido y olores extraños.
      Todo el mundo se le quedó mirando. Parecía una hoguera en lo más profundo del bosque oscuro, o una linterna en la mayor oscuridad.
      Una joven se le acercó de inmediato.
      —¿Se le ofrece algo, señor? Puedo darle lo que desee. Polvo celestial, hierbas de humo, licor del infierno. ¿O prefiere compañía?
      —¿Puedo saber tu nombre?
      —Me llamo Grez.
      La chica, si acaso Grez fuera su nombre, se había fijado en el sacerdote. La cara no parecía neutra, sino de hombre. Tal vez había sido neutralizado hacia poco. Sabía que algunos sacerdotes no eran tan neutros como se suponía, y éste podía ser uno de ellos. Eran los mejores clientes, pues pagaban más que los soldados o comerciantes, incluso que los nobles. Y rara vez había peligro de quedarse embarazada, pues no tenían con qué.
      Allyx estaba al tanto de esas perversiones. Aunque no fuera materia de estudio, se comentaba entre los estudiantes. Y comprendíó que era la excusa que necesitaba.
      —Bien, Grez, podría necesitar tu compañía hasta el amanecer. ¿Podemos ir a un sitio discreto? Me temo que aquí llamo la atención, y no pude ponerme otra ropa.
      —Lo entiendo, señor. Podemos subir a mi habitación, pero primero, ¿desea tomar algo? ¿O tal vez fumar?
      —No, déjalo. Quiero estar en buenas condiciones por la mañana.
      —Como prefiera. Serán dos monedas de plata.
      —Te cotizas bien, puta.
      —Si quiere un buen servicio, ese es el precio. Si quiere algo más barato, le sugiero que salga de mi local.
      —No te enfades, te pagaré. Arriba.
      Subieron y apenas cerró la puerta, la joven empezó a desnudarse.
      —Te daré tres monedas, pero de oro, si te dejas la ropa. No quiero tener relaciones, me bastará con que me guardes un secreto.
      —¿Cuál es el secreto?
      —¿Aceptas?
      —He de decir que de los sacerdotes he visto las mayores perversiones, pero estar a solas con uno y sólo hablar será la mayor de ellas. ¿Es lo que deseas, sólo hablar?
      Allyx sacó la bolsa de monedas de oro y, a tientas, recogió tres de las más pequeñas.
      —Aquí las tienes. Necesito estar un rato sin llamar la atención hasta que pueda contratar un dragón. No quiero beber nada que altere mis sentidos o mis reflejos. No te diré mi nombre. Sólo hablaremos. Puedes contarme tu vida, si te apetece. O inventarte una historia. Lo que quieras.
      La mujer recogió las monedas y las hizo desaparecer enseguida. Se sentó en el lecho junto a Allyx y empezó a contarle su vida.
      El perfume de la mujer era embriagador, y Allux sintió la tremenda excitación. Podría hacer lo que se esperaba de él, pues no en vano era un hombre, no un neutro.
      Pero si lo hacía cometería un gran error: Grez se daría cuenta de que bajo las ropas de sacerdote lo que había era un hombre completo, por lo tanto que era un falso sacerdote, pues no parecía tan tonta. Y tarde o temprano lo revelaría.
      Pensó en Zytiaz para no dejarse llevar por el deseo. Tenía que serle fiel…
      ¿Qué decía la mujer? ¡Ah, si!, estaba contando sus vivencias en algún pueblo perdido del interior. Tal y como había esperado, no tenía imaginación ni para inventarse algo, así que lo que decía era la verdad. Su vida miserable y que no tenía la menor importancia.
      Allxy desempeñó su papel de sacerdote, escuchando y aconsejando, hasta que notó algo de luz en la ventana.
      Se asomó. Aún no había salido el sol, pero sin duda los dragones estarían despertando.
      Se despidió de la mujer, no sin antes recordarle que había prometido silencio sobre lo ocurrido en la habitación.
   

-8-

Allyx salió del tugurio y, entre las calles mal iluminadas, anduvo hacia el patio de dragones.
      Dos veces tuvo que hacer uso del bastón para defenderse. Maldiciendo la forma en que llamaba la atención, se sintió ya más tranquilo al llegar cerca del templo.
      Allí estaba el patio, con sus enormes bestias lanzando sus gritos al aire. Despertaban como solían hacerlo, gritando su poderío y desafiando a los que estaban cerca. Los dragones eran bestias muy territoriales y no soportaban estar cerca de sus congéneres. Salvo en la época del celo.
      Los jinetes, que dormían al raso con sus monturas, estaban ya dándoles los enormes fardos de hierba y fruta que comían.
      El lugar apestaba a excrementos, pero era un punto muy concurrido. Aunque no a esas horas, como pudo comprobar Allyx. Justo lo que necesitaba.
      Miró alrededor, buscando la bestia adecuada. No entendía de dragones, pero uno de ellos le pareció más despierto que los demás. Era verde y negro, distinto a los otros, rojos y azules. Fue hacia él, o más bien hacia su jinete.
      —Busco un dragón rápido y fuerte que vuele lejos.
      —El mío lo es, mi señor. Quince monedas de oro y le llevará a cualquier parte de Planaria. Hasta el borde, si hace falta.
      —Bien, tengo mucha prisa. ¿Ya está listo?
      —En cuanto haya vaciado la tripa, mi señor.
      El dragón estaba comiendo a toda velocidad, así que estaba llenando la tripa, no vaciándola. Allyx entendió lo que quería decir el jinete cuando el dragón, terminaba la comida, alzó el enorme rabo y depositó una gran cantidad de olorosos y frescos excrementos. Arrugó la nariz, pero no dijo nada.
      Allyx sacó la bolsa y se quedó con tres monedas doradas de a 5. El jinete las mordió, lo que provocó el supuesto enfado del otro.
      —¡Mi oro es bueno! —exclamó Allyx.
      —Lo siento, mi señor —dijo el otro, pero no cesó hasta morder las tres monedas.
      —¿A dónde, mi señor?
      —Kelia, continente Oeste. Está cerca de Traúl, el puerto del Mar del Norte.
      —Conozco el lugar, mi señor.
      —Pues vamos. Llevo prisa —no le costaba nada aparentar impaciencia.
      Subieron a bordo y pusieron rumbo al cielo cuando el sol empezaba a iluminar los tejados de la ciudad. Allyx sabía que era una bola de fuego artificial, y se preguntaba si no habría otro mundo al revés, bajo Planaria, donde ahora sería de noche.
      Sus fantasías se borraron, recordando cual era su situación. Pensó en Zytiaz. Iba a buscarla, pero luego ¿qué harían?
      ¿Aceptaría ella huir con él hacia un destino incierto?
      Si ella no aceptaba, se entregaría a las autoridades.
      Tal vez lo perdonaran y simplemente sería neutralizado.
      Desde luego, sin Zytiaz no valía la pena correr más riesgos. Pero debía suponer que ella estaría de acuerdo, ¿no?
      Hacía frío, pues nunca había volado tan temprano. Y el jinete parecía empeñado en cruzar todas las nubes que encontraba.
      —¿No podrías volar más alto? —preguntó—. Me estoy helando.
      —Hacia arriba hará más frío, mi señor.
      —Pues por debajo de las nubes, entonces.
      —Está lloviendo, mi señor.
      —Vale, vale, no he dicho nada. Pero me gustaría que no hiciera tanto frío.
      —Haré lo que pueda, mi señor.
      Por fin sobrevolaron Traúl y empezaron a descender. Algo más tarde, Allyx bajaba del dragón en el patio frente al templo.
      —Ven a buscarme mañana al atardecer —instruyó al jinete—. O envía a otro, si tú no puedes.
      —Sí, mi señor. Y que sea afortunada su gestión.
      Sin más, el dragón se echó a volar, dejando a Allyx solo.
      La vivienda de Zytiaz estaba hacia el norte. A esa hora, aún estaría en su casa.
      Hacia allá se dirigió, de prisa, antes de llamar demasiado la atención. Una vez más aborreció aquella ropa tan suntuosa que llevaba, pero sabía que no había podido elegir mejor.
      Zytiaz estaba comiendo, y se sorprendió al verlo entrar, sin siquiera pedir permiso en la puerta.
      —¿Allyx? ¿Ya eres sacerdote? ¿Debo llamarle Allyt, mi señor?
      —Deja eso ahora. Tengo que hablar contigo. A solas.
      La madre de la joven hizo además de marcharse.
      —No hace falta, señora. Iremos a su habitación.
      —¡No está recogida, mi señor!
      —Zytiaz, termina de comer.
      La madre corrió a poner en orden la habitación de su hija, como le parecía que era lo adecuado para un sacerdote como aquel. Pero la joven terminó enseguida.
      —No tengo hambre —dijo.
      —Vamos adentro.
      —¿Y mi madre?
      —Que se deje de boberías. No me importa si la cama está sin hacer.
      El tono serio de Allyx no dejaba lugar a dudas. Zytiaz echó a su madre con un gesto, y se sentó en la cama a medio hacer.
      Allyx cerró la cortina que permitía una cierta intimidad. No había puerta.
      —Estás embarazada —dijo, sin más preámbulos.
      —Sí, y tú eres el padre.
      —Te creo, porque te voy a pedir algo muy importante. Para ti y para mí.
      —Tú dirás.
      Allyx miró hacia la cortina de la habitación. Sospechaba que la madre estaba al otro lado.
      —Me gustaría hablar con toda seguridad. ¿Y si me acompañas al campo?
      —Tengo que vestirme mejor.
      Allyx apenas se había dado cuenta de que ella tenía puesto el pijama de dormir. Tuvo una idea.
      —¿Puedes conseguirme unas ropas de tu hermano? O de tu padre, pues no quiero llamar la atención con mi atuendo de sacerdote.
      La joven salió a buscar las prendas. Volvió mejor vestida, con un sencillo vestido de campesina, pero fuerte y resistente. Le dio unas prendas de hombre y salió, dejándolo solo.
      Allyx se puso las toscas vestimentas de campesino. Eran del hermano y no estaban del todo limpias, pero le servían. El traje de sacerdote lo metió en un saco, que se echó al hombro.
      —Vamos —le dijo a Zytiaz.
      Salieron y se encaminaron hacia el monte cercano. Allyx llevaba el bastón de sacerdote como arma, pues no tenía nada más adecuado.
      Buscaron un rincón tranquilo, apartado de la vista del pueblo. Allí, Allyx le confesó sus planes.
      La pregunta más importante era ¿estaría ella dispuesta a seguirlo?
      —Zytiaz, no se hasta donde podremos llegar, pero ha de haber un sitio donde no tenga que elegir entre perder mi mente y perder mi hombría, donde pueda conservar ambas cosas y tú puedas estar conmigo, donde podamos criar a esa criatura y tal vez alguna otra, si los dioses nos la conceden.
      Ella estaba decidida.
      —Te seguiré. Te amo, Allyx y por ti estoy dispuesta a todo. Sólo hay una cosa que te pido y es que no me pidas abandonar este hijo. Prefiero que te marches y me dejes, pero quiero tener este hijo tuyo. Aunque nadie lo sepa. Pero ya me dijo Pirot que el templo se haría cargo.
      —Sí, lo sé. Pero no quiero que sea así, no deseo renunciar a mi deber como padre. Huiremos juntos, por lo tanto.
      Se quedaron el resto del día escondidos. Debían esperar a la noche.
      Al mediodía, Zytiaz volvió a su casa a buscar algo de comida para los dos. Ignoró las preguntas de su madre sobre el paradero del sacerdote, y ésta entendió que lo mejor era no preguntar.
   

-9-

Aguardaron a que se hiciera de noche. Lamentaron no tener una antorcha para alumbrarse.
      En la casi oscuridad, caminaron de vuelta al pueblo. Zytiaz se aseguró de que sus padres y su hermano estuvieran durmiendo. Así se lo dijo a Allyx, quien había esperado por fuera.
      —Bien, ¿has dejado las monedas?
      —Sí, mi madre las verá por la mañana. Espero que entienda lo que significan.
      —Y yo, porque no quiero quedar como un ladrón. Ahora vamos a por el carro.
      El burro que tiraba del carro del padre de Zytiaz no quería levantarse. Pero la insistencia de la muchacha, a la que desde luego reconocía, sirvió para que por fin obedeciera. Lo unció al carro y se subieron los dos jóvenes.
      Allyx se llevaba el carro y el burro que la familia de la chica necesitaban. También se la llevaba a ella.
      Su propia familia había recibido una indemnización de doscientas monedas cuando él se fue a estudiar para sacerdote; era lo habitual cuando una familia de campesinos perdía unos valiosos brazos.
      En el caso de Zytiaz, no sólo eran sus brazos, también el medio que el padre tenía para llevar los productos a Traúl. Allyx esperaba que trescientas monedas fueran compensación suficiente.
      En la bolsa aún quedaba un buen capital, por cierto, lo que Allyx agradecía. Aunque podría ser una tentación para los ladrones…
      Se habían hecho también con una linterna, que colocaron sobre el asiento del carro. El animal no tenía muchas ganas de andar, y Zytiaz tuvo que azotarlo con el látigo un par de veces.
      Al fin se alejaron del pueblo.
      Anduvieron por una hora, más o menos, hasta dar con un rincón apartado del camino donde podrían pasar el resto de la noche. Zytiaz no quería agotar al animal, pues por la mañana deberían seguir un largo camino.
      Ella había esperado que fueran a Traúl, pero Allyx se lo dejó bien claro.
      —A estas alturas ya se sabrá que me he escapado, y el lugar lógico es Kelia. Al ver que no estoy, me esperarán en el puerto más cercano. Hemos de confundir algo las pistas, así que iremos hacia el norte y luego hacia el oeste. ¿Qué te parece Ufrano?
      —No conozco ese lugar.
      —Es un puerto del mar del borde, hacia el noroeste.
      —No te entiendo.
      Allyx sacó una hoja de papel. Era un mapa, arrancado de un libro (otro delito que añadir a la ya larga lista de faltas).
      Señaló Kelia y Traúl, pero la joven no entendía nada. Sólo veía una hoja de papel con dibujos inexplicables.
      —No importa, Allyx. Confío en ti. Si sabes a donde ir, adelante.
      —De acuerdo —guardó la hoja en el saco con el traje de sacerdote, su única posesión.
      —¿Dice esa hoja de papel lo que tardaremos en llegar?
      —Da unos datos de distancia, pero no me sirven de nada, pues carezco de referencias.
      —¿Quieres decir que lo sabes o que no lo sabes?
      —No lo sé. Pero calculo que varios días.
      Pasaron la noche abrazados, abrigados con la manta que Zytiaz había recogido en su casa. El carro era descubierto y nada cómodo, pero no llovió por la noche.
      A la mañana, comieron de una bolsa con pan y frutas que la chica había preparado. Se pusieron en marcha siguiendo el camino.
      Pronto llegaron a un cruce. No había indicaciones, pero la ruta hacia la derecha se veía más transitada. Allyx supuso que sería la ruta al puerto.
      Tomaron la de la izquierda, que conducía a una subida bastante empinada.
      Allyx consultó el mapa.
      —Espero que mañana lleguemos al pueblo de Grenie. Allí podremos comprar algo de comida. Y también heno para el burro.
      —¿No nos podrían reconocer?
      —No, si aparentamos ser dos comerciantes.
      —Llevamos el carro vacío.
      —Pero la bolsa llena. Aparte de comida compraremos algún género. Lo que veamos allí. ¿No sabes lo que elaboran los artesanos de Grenie?
      —No tengo ni idea.
      —Creo haber oído a mi padre que hacen unas ánforas muy buenas. Y buenas pieles.
      —Pues compraremos ánforas y pieles.
      —Y una cubierta para el carro. ¿Dónde se ha visto un carro de comercio sin su toldo? Pero hemos de tener unos nombres de comerciantes. Zytiaz es de campesina y Allyx, además, es un estudiante huido del templo.
      —Si lo crees adecuado…
      —Sí. Tú serás Ezytiaz, que suena casi igual y yo Balix. A ver, repítelo, me llamo Balix.
      —Balix.
      —Y tú eres Ezytiaz.
      —Ezytiaz.
   
Llegaron a Grenie al día siguiente, mojados y llenos de barro, pues les habia pillado la lluvia.
      Allyx se presentó como Balix y dio una explicación a su estado.
      —Unos bandidos nos asaltaron. Menos mal que pudimos huir con la bolsa de dinero, pero ya habían arrancado el toldo. La mercancía se perdió por el camino, pero no valía gran cosa. Esperamos poder reponerla en este lugar, donde hay tan afamados artesanos.
      La explicación fue aceptada y de inmediato les invitaron a tomar algo caliente en la posada del pueblo. El burro fue llevado a la cuadra.
      Allyx, o Balix, demostró que tenía dinero en la bolsa pagando por adelantado el hospedaje de dos días. Y comprobó la calidad de las manufacturas locales.
      No sólo ánforas y pieles. También había un buen herrero, al que le compró una espada corta, fácil de esconder entre sus ropas, y un cuchillo para su compañera; además de como arma, le serviría para otras labores, como cortar la carne y el pan. Ella lo aceptó con esa idea.
      En la posada prestaron atención a todos los comentarios y rumores.
      Uno, en especial, les llamó la atención. En un pueblo del sur (no dijeron donde), había llegado un dragón con un sacerdote buscando un aprendiz huido. No sabían del paradero, pero se decía que había secuestrado a una joven. Había militares buscándoles por todas partes.
      Eso último preocupó a Allyx, pero no dijo nada. La mayoría de los militares eran unos torpes, así que tardarían en dar con su pista hacia el norte.
      Pero no debía permanecer demasiado tiempo en aquel pueblo, a dos días de Kelia.
      Tenía que confundir algo más las pistas. Desde Grenie se podía llegar hasta Hurba, un poblado de las montañas, y a Loberno, un pequeño puerto pesquero. Anunció a todos que se dirigiría a Loberno, y compró una partida de fruta para vender allí, a cambio de pescado.
      Salieron al día siguiente, con la carga típica de un comerciante y la bolsa bastante más vacía.
      —¿Crees que el burro se comerá esta fruta? —preguntó Allyx a su compañera—. No creo que en Hurba tengan interés en ella.
      —¿No habías dicho que nos dirigíamos a Loberno?
      —Para despistar a los que nos sigan.
      En Hurba pasaron un día, vendiendo pieles y un ánfora. Tal y como esperaba, la fruta no causó el menor interés: tenían de sobra. De hecho, intentaron venderle una poca, pero el comerciante no la aceptó.
      De Hurba siguieron hacia el norte, aunque aseguraron dirigirse al sur.
      Durante dos largas semanas, recorrieron poblado tras poblado, comerciando. Zytiaz hizo bien su papel como Ezytiaz, aunque ya comenzaba a cansarse del camino.
      Por fin vieron a lo lejos el mar. Un cielo plomizo les esperaba cuando llegaron a Ufrano.
      Allyx agradeció que con su labor de comercio la bolsa no había menguado, sino lo contrario. Porque casi toda la bolsa les haría falta para la etapa siguiente: contratar un barco hacia el Borde Oeste.
      En realidad, el Templo de los Hielos del Norte quedaba más cerca, pero nadie navegaba hasta ese lugar, sólo se podía ir volando o a través de los túneles. Las serpientes de mar atacaban a los barcos, cuando éstos no chocaban contra los hielos o naufragaban en las terribles tormentas.
      Además, Allyx creía que Caelit estaría más que dispuesto en participar en una conjura contra Herset, pues eso le sugeriría Allyx para pedir su ayuda.
   
(Continuará)
Enlace a la primera parte

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