08 noviembre 2014

Jimmy Cara de Caballo - 4

Episodio 6: El concurso de tiro
   
La mina de Jimmy Cara de Caballo
En el poblado de Sitekansas Town, Jimmy entró en el saloon empujando de un golpe las dos puertas oscilantes. Todas las personas que estaban dentro se volvieron hacia la puerta para ver al recién llegado. Dos comerciantes que estaban haciendo negocios guardaron su dinero de inmediato. El barman, tras la barra, puso a buen recaudo las bebidas. Las dos chicas de vida alegre que estaban sentadas junto a la barra se escondieron. El pianista dejó de tocar el piano y agachándose recogió un rifle Winchester que estaba bajo el mismo.
      Todos los hombres con pistola, es decir todos los hombres del saloon, pusieron sus manos junto a las armas.
      El sheriff fue el menos discreto de todos. Con las manos sobre sus dos pistolas, cada una a un lado del cinto, se acercó al recién llegado y le espetó:
      -¿Qué diablos desea? En Sitekansas Town no nos gustan los desconocidos.
      -Sólo quiero un poco de agua, sheriff. Y no soy ningún desconocido. Soy Jimmy Cara de Caballo.
      El sheriff reconoció que, como ahora ya sabían quien era, ya no era desconocido.
      -Pues es cierto, Jimmy. Ahora que sabemos quien eres no eres ningún desconocido. Siéntate en mi mesa. ¿Quieres jugar una partida de póker?
      Desde la puerta llegó el sonido de un relincho. Era, por supuesto, Cara de Jimmy recordándole a Jimmy que no debía jugar.
      -Lo siento -respondió Jimmy-. No tengo ni un céntimo para jugar.
      Jimmy cogió el vaso de agua que le ofreció el barman y se despidió de todos. Del barman, que había vuelto a colocar las bebidas en los estantes. De las dos chicas que habían salido y le sonreían provocativamente. Del pianista, que había guardado su Winchester y vuelo a tocar el piano. De los comerciantes que seguían haciendo sus cuentas con varios enormes fajos de billetes sobre la mesa. De todos los hombres con pistola, es decir todos los hombres del saloon, que ya no tenían las manos junto a sus armas.
      Y del sheriff quien, siendo el más directo de todos, le preguntó:
      -Dígame, Jimmy, su apodo ¿tiene algo que ver con esos dientes que tiene?
      -Pues sí. En realidad me llamo Jimmy Peterson, pero todos dicen que tengo cara de caballo, por eso me llaman Jimmy Cara de Caballo. Y afuera está mi caballo Cara de Jimmy, que todos dicen que se me parece.
      El sheriff salió a ver al caballo. Cara de Jimmy relinchó a modo de saludo.
      -¡Pues es cierto! Ese caballo parece nacido para que usted lo monte.
      Cuando Jimmy estaba junto a la puerta, para salir del saloon, se fijó en un cartel pegado en la pared. Decía:
      “GRAN CONCURSO DE TIRO DE PISTOLA. GRANDES PREMIOS”
      -¿Qué concurso es ese? -preguntó Jimmy.
      Uno de los dos comerciantes se levantó a explicarlo.
      -Buenas, caballero -dijo-. Soy Sam Buesow, el dueño de la tienda de armas, y ese concurso es idea mía. ¿Desea participar? Será mañana al mediodía.
      -¿Y tiene buenos premios?
      -¡Grandiosos premios, se lo aseguro!
      -Pues apúnteme, por favor.
   
A la mañana siguiente, se reunieron varios hombres, cerca de una docena, en las afueras del pueblo. Frente a cada uno de ellos se había situado una diana. La mayoría de los hombres eran los concursantes, casi todos ellos vaqueros del pueblo, además de Jimmy Cara de Caballo y un indio cuya vestimenta lo identificaba como un indio carajote. También estaban  Sam Buesow y el sheriff de Sitekansas Town.
      A distancia prudencial había gran cantidad de espectadores: mujeres, niños y hombres, todos ellos habitantes de Sitekansas Town. De hecho, más de la mitad de los pobladores del pueblo estaban allí, muchos de ellos descuidando sus obligaciones: alimentar al ganado, arrancar malas hierbas de los cultivos, atender a los clientes del saloon (de hecho, no había nadie en el saloon).
      Sam Buesow se dirigió a los concursantes.
      -¡Buenos días señores! Va a empezar el concurso de tiro de pistola. Frente a cada uno de ustedes hay una diana. Supongo que todos pueden verla, porque si no pudieran verla me extrañaría mucho que estuvieran aquí concursando.
      Uno de los concursantes de repente salió de la fila. Es evidente que era ciego y no podía concursar.
      -Pues yo no puedo verla, lo siento.
      -Es una pena, Charles Digokesí -observó Sam Buesow-. Pero no puedes concursar
      El sheriff retiró la diana que estaba frente a Charles Digokesí.
      -Bien, como les decía -prosiguió Sam Buesow-. Frente a cada uno de los concursantes hay una diana. Todos deben tener su pistola y lanzarla con fuerza procurando dar lo más cerca del centro de la diana. Quien llegue al centro se llevará uno de los grandes premios que ofrece mi tienda de armas, donde por cierto pueden adquirir sus pistolas y rifles a módicos precios. ¡Para los concursantes habrá descuento del 25 por ciento!
      Todo el público aplaudió la generosidad de Sam Buesow.
      -OK, el sheriff ya está listo -continuó el mercader-. Él será el juez de este concurso y sus decisiones serán inapelables. Señor sheriff, ¿está usted listo?
      -¡Listo! -contestó el sheriff.
      -¡Pues que empiece el primer concursante!
      El vaquero situado a la derecha de todos tomó su pistola y la lanzó con fuerza. El arma golpeó en la diana cerca del centro.
      -¡Cinco puntos! -anunció el sheriff.
      -¡Siguiente! -gritó Sam Buesow.
      Un nuevo concursante lanzó su arma con mejor fortuna.
      -¡Siete puntos! -dijo el sheriff.
      Jimmy Cara de Caballo gritó:
      -¡Eh!, ¡qué diablos pasa aquí!
      -Perdón, ¡paren el concurso! -gritó Sam Buesow-. ¿Cuál es el problema, Mister Jimmy Cara de Caballo?
      -Pues que no entiendo nada -contestó Jimmy-. ¿No es un concurso de tiro con pistola? No veo que nadie dispare.
      -Me temo que lo ha entendido mal. Es un concurso de tiro de pistola, no tiro con pistola. Se trata de tirar la pistola, como habrá visto.
      -¡Ya veo! ¡Pues OK, sigamos! Y disculpen la interrupción.
      -¡OK, que siga el tercer concursante!
      Esta vez el tiro salió desviado.
      -¡Dos puntos! ?informó el sheriff.
      De repente un tomahawk salió lanzado, dando en el centro de su diana.
      -¡Diez pun...! ¡Eh, un momento! -exclamó el sheriff.
      El indio carajote había sido quien lanzó el hacha india.
      -¡Es tiro de pistola, no de hacha! -gritó Sam Buesow.
      -Mí lanzar tomahawk, mí no usar pistola de rostros pálidos -dijo el indio.
      ?Pues lo siento mucho, pero las reglas son las reglas -observó el comerciante-. Este tiro no es válido. Si tienes pistola, lánzala, si no, no puedes concursar.
      ?¡Rostros pálidos estar como cabras! ¡Mí regresar a pueblo indio y no volver con rostros pálidos!
      El indio se fue todo lleno de furia, olvidando incluso recoger su hacha.
      -¡Eh, que se olvidas tu arma! -gritó el sheriff y, recogiendo el tomahawk corrió tras el indio para dárselo.
      El indio recogió su arma y, sin decir ni una palabra, se alejó del pueblo.
      Prosiguió el concurso sin más incidentes. Por fin le llegó el turno a Jimmy Cara de Caballo quien, lanzando la pistola con todas sus ganas, la estrelló con tanta fuerza contra la diana que se disparó. La bala pasó rozando el sombrero del sheriff, que dio un brinco del susto.
      -¡Eh, tenga cuidado! -exclamó.
      -Creo que olvidé decir que las pistolas debían estar sin balas -observó Sam Buesow-. Por tanto, imagino que se le puede disculpar al forastero. ¿Opina igual, sheriff?
      El sheriff no pensaba lo mismo. Pero Sam Buesow era el principal contribuyente del poblado y sin el dinero que pagaba en impuestos, el sheriff tendría que dedicarse a otra cosa, como por ejemplo cultivar la tierra.
      -¡Sí, se le puede disculpar! -contestó.
      -Por tanto, el tiro es válido. Sheriff, ¿cuántos puntos logró?
      El sheriff no estaba muy seguro porque con el susto dio tal brinco que ni se fijó en donde dio la pistola, pero dijo:
      -Creo que fue muy cerca del centro. Nueve puntos.
      -¡Por lo tanto, Mister Jimmy Cara de Caballo es el ganador del concurso! ¡Recibirá su gran premio!
      Sam Buesow se acercó a una carreta que estaba cerca y recogió algo de su interior. Al volver, todos pudieron ver que se trataba de un oso de peluche de grandes dimensiones, tan grande como el comerciante.
      -¡Aquí tiene, Mister Cara de Caballo, su premio! ¡Un gran premio como podrá usted ver!
      Jimmy recogió lleno de asombro el enorme juguete. No era lo que esperaba, pero a fin de cuentas siempre había querido tener un osito de peluche desde que era niño.
      Con su gran oso de peluche en las manos, Jimmy recogió su pistola del suelo junto a la diana y se despidió de todos. Cerca estaba, pastando, Cara de Jimmy. Montó en su vieja silla y, aferrando el enorme peluche, cabalgó hacia las montañas.
      Muy pronto estaba cantando.
      -¡Al 'ueste', vamos al 'ueste'! ¡Al 'ueste', vamos to's pa'llá!
      Cara de Jimmy relinchaba, pero de tal manera que no estaba claro quien era el que cantaba ni quien relinchaba.
      Pasaron al lado de un rancho, donde un niño pequeño, al oírlos, se echó a llorar todo asustado. Sus padres aún estaban fuera, en el campo de tiro comentando el concurso y lo habían dejado solo.
      Jimmy se apenó del pobre niño. Y comprendió que con aquel enorme oso de peluche no podía cabalgar. Así que se lo dio al niño
      -¿Te gustaría tener este osito? -le dijo al niño.
      -”¡Tí, guta ochito!” -contestó el pequeño.
      -Pues es tuyo.
      El niño tomó el oso de peluche de las manos de Jimmy. Era tan grande que no pudo aguantarlo y lo dejó en el suelo. Pero lo arrastró hasta su casa.
      Jimmy esperó un rato antes de ponerse a cantar de nuevo.
      -¡Al 'ueste', vamos al 'ueste'! ¡Al 'ueste', vamos to's pa'llá!
   

Episodio 7: El Cañón del Hombre Pequeño
   
Por un estrecho cañón caminaba, muy de mañana, Jimmy Cara de Caballo montado en su caballo Cara de Jimmy. Era un lugar de paredes altas con un río que bajaba tumultuoso entre las rocas. Jimmy seguía la dirección de la corriente, y cantaba:
      -¡Al 'ueste', vamos al 'ueste'! ¡Al 'ueste', vamos to's pa'llá!
      De pronto, el cielo se nubló, aunque no se había visto ni una sola nube hasta entonces. Cayeron rayos, rugieron los truenos y brillaron los relámpagos. Jimmy buscó refugio en la parte alta del barranco.
      Justo a tiempo. Porque se repente una gran masa de agua apareció en el río, llevándose por delante todo lo que pudo hallar.
      Jimmy se quedó muy asustado y ya no cantó más.
      De inmediato, dejó de llover y salió el sol.
      Siguieron caminando por el cañón, río abajo. Jimmy comentó con Cara de Jimmy:
      —Esto sí que es un cañón verdadero, y no el del Cañón Colorao, ¿no te parece Cara de Jimmy?
      Cara de Jimmy relinchó en respuesta.
      —Bien, sí, el cañoncito de juguete es muy mono.
      Jimmy hurgó en las alforjas y sacó el pequeño modelo en plástico de color rojo que al apretar un resorte hacía un ruido.
       “¡Bum!”
      Sonriendo, lo volvió a guardar.
   
Algo más avanzada la mañana, llegaron a una parte donde el estrecho cañón se ensanchaba. Allí había una pequeña casa, con terrenos sembrados y un cercado.
      Jimmy comprendió que estaba en el Cañón del Hombre Pequeño. Y fue muy inteligente por su parte pues había un gran anuncio que decía “CAÑON DEL HOMBRE PEQUEÑO” justo sobre la casa, tan pequeña que difícilmente podría entrar Jimmy en ella. Y, además, había un hombre diminuto en la puerta de la casa contemplando al recién llegado y su caballo.
      -¡Buenos días, señor! -dijo el hombre pequeño-. Soy el Hombre Pequeño y le doy la bienvenida al Cañón del Hombre Pequeño.
      El Hombre Pequeño apenas medía más de tres pies. Jimmy, en cambio, era bastante alto, medía siete pies. Como él solía añadir sus dos pies, decía que tenía nueve pies, sobre todo para que no lo confundieran con su caballo, de cuatro patas.
      -¡Pues buenos días, señor Hombre Pequeño! -dijo Jimmy con educación-. Soy Jimmy Cara de Caballo.
      Cara de Jimmy relinchó.
      -Y éste es mi caballo Cara de Jimmy. Aunque se me parece un poco, no tiene más que fijarse que él tiene cuatro patas mientras que yo tengo nueve pies.
      -Por cierto que su caballo es increíble -dijo el Hombre Pequeño-. Y dígame, ¿no le atrapó la inundación?
      -No, en ese momento caminábamos por un sendero elevado.
      -Es que, verá usted, primero se oyó un ruido horrible, parecía una especie de relincho pero exagerado, algo inhumano comprenda usted, y de inmediato cayó un fuerte chaparrón aunque el cielo estaba despejado. Era una verdadera tormenta y seguramente cayó mucha agua en la cabecera del río, y se formó la inundación. El agua baja muy deprisa por el Cañón del Hombre Pequeño y es muy peligrosa. Por eso mi casa está tan alejada de la orilla, para no correr peligros con las avalanchas. Y me alegro de que a usted no le pasara nada. ¿No sabe qué puede haber causado este fenómeno tan extraño? Es algo demoníaco.
      -No, no se me ocurre nada.
      Jimmy se fijó en el ganado que estaba encerrado dentro de la cerca.
      -Veo que tiene usted unas cuantas cabras, señor Hombre Pequeño -dijo-. ¿Le dan mucha leche?
      -Pues sí que dan leche, sí, abundante leche y buena para hacer queso y mantequilla, eso se lo aseguro. Pero debe usted saber que está en un error, comprensible error eso sí dado su tamaño. Pero no son cabras, caballero, son vacas enanas, de la famosa raza Vaca Enana del Cañón del Hombre Pequeño. Si las observa bien podrá apreciar que, pese a tener el tamaño de unas cabras, tienen la corpulencia típica de las vacas, los cuernos rectos, la pelambre propia de vacas, con las manchas blancas y negras normales, e incluso las ubres son redondas como las vacas. Son vacas enanas, una maravilla de la que estoy sumamente orgulloso. Y han recibido varios premios. Todos los años las llevo a Kansas City a la Feria de la Vaca Enana donde despiertan gran admiración y es raro el año en el que no traigo algún premio.
      -¿Y tiene más animales?
      -¡Por supuesto!, tengo varios perros, que por descontado son chihuahas, dos caballos ponies y gatos. Pero los gatos aquí son como tigres enanos, vamos que son gatos grandes porque, mucho lo lamento, pero también las ratas aquí son enormes. Y resulta digna de ver la lucha entre uno de mis gatos y una rata. Siempre gana el gato, ¡faltaría más! Pero estas ratas son tan grandes como mis perros, aunque se trata de perros chihuahas, pero así y todo son ratas enormes.
      -¿Y esas ratas enormes no le dan problemas?
      -¡Algún problema sí me dan! Pierdo algo de grano, pero mis maizales también son grandes, véalos bien, son enormes como árboles y me dan mucho grano, así que lo poco que me comen las ratas no supone mucha pérdida. Aunque a veces pienso que por la cantidad del grano, y su tamaño, ¡no vea!, son granos grandes como cerezas, pues por eso a veces creo que las ratas se han desarrollado tanto. Pero por suerte mis gatos están a la altura, ¡sí señor! Gracias a mis gatos tengo las ratas bajo control. Si no fuera así, no podría vivir aquí, en el Cañón del Hombre Pequeño, no señor, claro que no.
      Jimmy decidió continuar su camino.
      -¡Bueno, caballero, he de marcharme!
      -¡Que tenga usted un buen viaje!
      Jimmy siguió cabalgando cañón abajo. Muy pronto estaba de nuevo cantando.
      -¡Al 'ueste', vamos al 'ueste'! ¡Al 'ueste', vamos to's pa'llá!
      El Hombre Pequeño llegó a oír cantar a Jimmy, y también pudo oír como  su caballo Cara de Jimmy relinchaba en respuesta. Aunque no estaba claro si no era al revés, si el que relinchaba era Jimmy y el caballo cantaba.
      De pronto se cubrió el cielo y empezó a llover. Y retumbaron los truenos, brillaron los relámpagos y cayeron los rayos. El nivel del agua en el río subió muy deprisa.
      El Hombre Pequeño cayó en la cuenta de que ya entendía lo que había pasado.
      -¡Por mil demonios! -exclamó-. ¡Ahora entiendo todo! Aquel rugido inhumano que oí esta mañana era este vaquero cantando, o relinchando, o tal vez fuera su caballo el que cantaba o a lo mejor sólo relinchaba. Como fuera, ese sonido terrorífico, demoníaco, fue el que provocó la tormenta y la avalancha, igual que acaba de suceder. Es una suerte que con esta lluvia yo no pueda salir de mi pequeña casa, porque de lo contrario iría a buscar a ese vaquero y le explicaría que no debe cantar de esa forma aquí, en el Cañón del Hombre Pequeño, porque es muy peligroso. Esa avalancha puede llevarse cualquier cosa por delante, sí señor, es un verdadero peligro.
   
Ajeno a la conversación del Hombre Pequeño consigo mismo, Jimmy siguió cabalgando bajo la lluvia. Como dejó de cantar, muy pronto también dejó de llover.


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