01 noviembre 2015

Accidente

Ana y Julián estaban de servicio cuando recibieron la llamada.
      «Posible accidente aéreo en el monte del Pinoviejo. Se informa que han visto caer un vehículo pequeño, tal vez sea un helicóptero. Dirijan una ambulancia a la zona».
      Los dos estaban listos, por supuesto. Ana se puso al volante y Julián de pasajero. Salieron tocando la sirena para avisar a los coches, que como siempre estorbaban.
      —Siempre he dicho que deberíamos tener el puesto en un lugar mejor comunicado, como los bomberos, con salida directa a la autopista —dijo Julián.
      Ana no le hizo caso porque estaba pendiente de pasar entre los coches, y porque siempre repetía lo mismo.
      Salieron de la ciudad y ya pudo desconectar la sirena, aunque mantenía las luces de emergencia.
      Julián se mantenía conectado por la radio.
      —Informa la guardia forestal que, en efecto, es un vehículo pequeño. No hay fuego, pero los bomberos se mantienen en camino por si hay que excarcelar a alguien.
      —Aparte de los forestales, ¿hay alguien más en la zona?
      —Algunos curiosos, pero están siendo apartados por seguridad. la zona está aislada.
      Ana tomaba las curvas de la carretera de montaña con lo que parecía una total imprudencia. No era así, pues no por nada era la mejor conductora de ambulancias del puesto de la Cruz Roja. Ella calculaba hasta donde podía acelerar y cuando podía circular por el carril contrario, manteniendo la velocidad máxima posible, pero sin correr riesgos innecesarios.
      Julián empezaba a marearse, pero no dijo nada. Optó por mira al frente e ignorar la radio, donde no se decía nada importante.
      Llegaron a un cruce de carreteras, y giraron a la izquierda, tal y como habían indicado.
      —Acaba de llegar una unidad de la UME —avisaron por radio.
      —¿Qué diablos pinta la Unidad Militar de Emergencias? —preguntó Julián.
      —El ejército dice que tiene mucho que ver. No han explicado los motivos.
      En efecto, dos pequeños todoterrenos del ejército estaban cortando el paso. Pero al ver la ambulancia blanca, la dejaron pasar. Julián vio que, en efecto, eran de la UME, con su banda amarilla característica.
      En la vía estaban las dos motos de la guardia forestal, uno de los agentes conversaba con un oficial del ejército. Julián se les acercó.
      El oficial, un teniente, les explicó lo que sabían.
      —No es un helicóptero. Es un vehículo aéreo desconocido. Con vosotros irá un sargento para acompañaros. Usad mascarillas.
      Aquello sonaba muy raro, pero Ana y Julián se pusieron las mascarillas. Eran de uso habitual en los desembarcos de inmigrantes, pero aquí no tenían mucho sentido, ¿o tal vez sí?
      El sargento, cuyo apellido era Guzmán, tal y como indicaba la etiqueta de velcro de la camisa, también llevaba mascarilla. Y pistola.
      Julián bajó por la senda que había indicado el guarda forestal. Se notaban los árboles destrozados por algo caído desde el cielo. Y, sí, allí había algo metálico.
      Cierto, no era un helicóptero.
      De hecho, no era ningún vehículo conocido.
      Tenía forma de disco plateado, con dos protuberancias esféricas transparentes. Una de ellas estaba rota y se podía ver que dentro era una especie de cabina. La otra estaba intacta, pero no se apreciaba movimiento.
      Por fuera, el extraño vehículo tenía marcas en algún idioma desconocido. Parecían ideogramas como los chinos.
      —¿Eso es de los chinos? —preguntó Julián.
      —Yo diría que no —replicó el sargento—. Esos ideogramas no son chinos ni japoneses, por lo que yo sé.
      Se habían acercado a la cabina rota. En el interior había algo.
      No era un ser humano.
      Era algo extraño, con enormes ojos, de color azul, con tentáculos por todos lados.
      Un extraterrestre.
      Los ojos no veían, ni se movía. Parecía muerto.
      Ana tuvo la entereza suficiente para acercarse al extraño cuerpo y ver que salía un líquido verdoso de su interior. Además, varios tentáculos estaban cortados por trozos de metal producidos en el choque.
      —A mí me parece que este ser está muerto —dijo ella.
      —Veamos si hay más cosas de esas —observó el sargento—. Pero hemos de tener cuidado, pues puede haber algún gas venenoso.
      —Yo no noto nada al respirar —adujo Julián, respirando con precaución—. No detecto ningún olor extraño, y me temo que  no tenemos máscaras antigás. Así que, si hay algo, estamos jodidos.
      La otra cabina estaba intacta. Julián tocó algo, nunca supo el qué, y se abrió de repente. Se oyó un silbido, pero lo que salía parecía ser aire sin más.
      Julián olió con mucha precaución.
      —Yo diría que es aire normal —dijo.
      En el interior había otro ser tentacular, azul, con los ojos cerrados. No se veía sangre verdosa, salvo por una pequeña brecha de lo que parecía ser la cabeza. Pero estaba inmóvil, como el otro, aunque entero.
      —Este podría estar vivo —señaló Julián—. Tenemos que sacarlo de aquí.
      —Y al otro, aunque esté muerto —añadió Ana.
      Regresaron a buscar las camillas. El sargento ordenó a dos soldados que lo acompañaran al interior del vehículo, por si hubiera más seres dentro. Ya que no parecía haber peligro con la atmósfera del vehículo, olvidaron la cuestión por el momento. Nadie había traído máscaras antigás.
      Mientras Ana y Julián buscaban la forma de sacar a los dos seres, los tres militares se metieron en las entrañas de lo que parecía una nave espacial.
      Por suerte, llegó la unidad de bomberos y dos hombres bajaron a ayudar a sacar a los seres de su encierro. Uno pudo salir sin problemas, pues estaba sujeto con una especie de arnés, después de que el bombero lo cortara. Seguramente había un mecanismo para liberarlo, pero no tenían ni idea de cuál sería.
      Para sacar al otro hubo que cortar el metal de la cabina.
      No fue nada sencillo sujetarlos a las camillas, diseñadas para humanos, pero de alguna manera lo consiguieron.
      Por fin, ambos seres estaban ya dentro de la ambulancia. Ana se puso al volante, y Julián en su puesto, cuando vieron subir a bordo el sargento Guzmán.
      —¡Oiga! —exclamó Julián.
      —Órdenes del teniente —replicó el sargento—. Debo acompañaros para asegurar la debida discreción en este incidente. Creo que es evidente porqué, ¿no os parece?
      —Supongo que será secreto hasta que se decida divulgarlo —señaló Ana.
      —¡Exacto, señorita! Bien, iremos al hospital universitario, donde han habilitado un espacio en una planta para nosotros. Ahora mismo la están evacuando.
      —¿Puedo hablar por la radio, sargento? —preguntó Julián—. Necesito recibir las indicaciones.
      —Canal 25.
      Julián cambió al canal indicado y se identificó. Le dieron los datos que necesitaba.
      —Ana, no entraremos por Urgencias, pues siempre hay demasiada gente. Iremos por el sótano, directo a los ascensores, a la planta 11. Debería estar allí un oficial de la UME para relevar al sargento.
      —¡Mierda! No me gusta este secretismo, Julián. No va con nuestro estilo, lo sabes.
      —Lo sé bien, pero no podemos hacer otra cosa.
      La ambulancia bajaba por la carretera de montaña con las luces y la sirena a todo dar. Julián volvió a sentir el mareo creciente, pero hizo lo imposible para controlarse. Por fin, no pudiendo más, optó por tomar una pastilla de la guantera.
      —¿Mareado? —preguntó Ana.
      —¡Por supuesto! Pero tú sigue, atenta a la carretera.
      —Ya casi no quedan curvas.
      Llegaron al hospital. Se les hizo raro no entrar por Urgencias, sino seguir de largo a la entrada de servicio, ya sin las sirenas. Allí les aguardaba un jeep del ejército. No era de la UME, sino de Capitanía.
      El sargento saludó al oficial que les esperaba.
      —Soy el comandante Luis —dijo—. Tomo el control de la operación.
      Ana ya no podía más.
      —¡En la Cruz Roja no estamos bajo control militar, señor!
      —Disculpe, señorita, pero aquí está en juego la seguridad nacional. Sólo os pido la máxima discreción.
      —Eso lo entendemos, comandante. Pero no pretenda que estemos bajo sus órdenes. Aceptaremos sus sugerencias, eso delo por descontado, pero no estamos obligados porque no somos militares —añadió Julián.
      —Les aviso que si no me hacen caso pueden ser juzgados por un delito grave. Actúo como autoridad en todos los sentidos, y así son las cosas.
      Ana comprendió que llevaban las de perder.
      —Vale, le haremos caso, pero por favor no abuse de su poder. No somos soldados, por favor eso debe recordarlo. Y ahora, ¿podemos seguir adelante?
      El oficial hizo un gesto y un soldado, con uniforme de la policía militar, les abrió la puerta.
      Un enfermero salió para ayudarles con las dos camillas.
      —Deje aquí la ambulancia —ordenó el comandante a Ana cuando ésta se disponía a arrancar. Ella se encogió de hombros y procedió a cerrar el vehículo. Si molestaba, ya le avisarían para que lo quitara.
      En un ascensor subió Julián con una camilla, un enfermero, un policía militar y el oficial. En otro ascensor, Ana con la otra camilla, otro enfermero y otro soldado.
      La camilla de Julián llevaba al ser que creían vivo, la de Ana al que estaba, casi seguro, muerto.
      Julián no dejaba de mirar con disimulo las armas de los militares, odiaba toda forma de violencia, por eso se había apuntado voluntario en la Cruz Roja.
      En la planta 11 les esperaban dos médicos, vestidos de verde por lo que serían cirujanos.
      Uno de ellos se dirigió a Julián.
      —Hola, soy el doctor López. El comandante ya me ha explicado el caso que tenemos y yo me ofrecí voluntario. Mi colega, el doctor Ortega, ha sugerido que usemos el cuerpo del ya fallecido para averiguar mediante una disección cómo es la anatomía de estos seres y veamos así lo que podemos hacer por el otro. No hace falta decir que estamos haciendo historia.
      Todo un sector de la planta 11ª estaba cerrado. Un policía, civil, vigilaba el acceso al pasillo. Tenían un quirófano preparado y en él entraron todos, debidamente equipados con batas, mascarillas y guantes y luego de lavarse a conciencia y desinfectarse.
      Julián y Ana se preguntaban qué hacían allí, si ya había terminado su misión, cuando notaron que varias personas entraban vestidas con trajes de protección biológica. Ana recordó los casos de contaminación por ébola y ató cabos.
      —¿No nos dejarán salir? —preguntó al comandante.
      —Me temo que no, ni uno sólo de nosotros podrá salir mientras no se pueda asegurar que no hay peligro de contaminación biológica. Yo mismo acepté participar en estas condiciones, lo hice voluntariamente; lamento que vosotros no lo seáis, porque en vuestro caso no se os dejó elegir. Pero los militares estamos aquí voluntarios, sabiendo el riesgo que corremos.
      —¡No nos avisaron! —exclamó Julián, ya muy molesto.
      —No lo sabíamos. Sólo cuando vimos lo que había en el monte decidimos tomar estas medidas. Vosotros ya estabais camino del monte. Lo siento mucho, pero ahora estamos todos en el mismo lío.
      Vieron allí a los guardas forestales y a los soldados de la UME que habían colaborado. A todos se les estaba colocando en habitaciones libres.
      Ana fue asignada a una habitación compartida con una soldado. Julián compartió habitación con el sargento Guzmán.
      —Me temo que esto irá para largo —comentó Julián al sargento.
      —Así es, caballero. A los medios de comunicación se les ha informado que se ha detectado un posible brote de ébola. Es lo que mejor cuadra. Y nos dejarán tranquilos.
      —Lo dudo. Seguro que los alrededores se llenarán de periodistas y fotógrafos intentando captar lo que sucede aquí dentro.
      —Mientras estén fuera, no importa. Porque si supieran la verdad, los periodistas se multiplicarían como hongos.
      —Pues es cierto. Dígame una cosa, ¿podremos usar una tablet para conectarnos? Tengo una en la ambulancia y aquí hay una Wifi muy buena.
      —Hay que consultarlo con el comandante. Pero creo que sí, con la debida censura, eso sí.
      —¿Censura?
      —Eso me temo. Hay que asegurar que nadie se vaya de la lengua y pueda decir lo que no debe. Es eso, o dejarnos incomunicados. ¿Qué prefiere?
      —Supongo que la censura. Tendré cuidado en lo que diga por las redes.
      —¡Mucho cuidado, caballero!
      El comandante Luis dio el visto bueno, tras organizar el seguimiento de todo lo que se publicara en la Red, usando para ello un proxy, un canal por el que debía pasar toda la comunicación. En Capitanía, dos expertos seguirían todas las comunicaciones desde la planta a fin de asegurar que nadie diría lo que no convenía.
      Julián aceptó esa censura, porque no le quedaba otro remedio. Pero, mientras una parte de su mente se rebelaba contra esa intromisión de los militares, otra la consideraba inevitable. Y si no hablaba más de la cuenta no tendría problemas, y podría ignorar su situación.
      Se conectó a las redes y explicó que estaba incomunicado por un posible contagio de ébola, pero que no podía dar más detalles por razones de seguridad y secreto judicial. Por lo menos pudo hablar con sus padres y amigos, y explicar a todos que estaba bien.
      También se enteró de lo que sucedía en el mundo: guerras, catástrofes, peleas de políticos, boberías de las estrellas de los espectáculos, noticias deportivas que le importaban un comino. Nada nuevo.
      Ninguna mención al extraño suceso en el que estaban todos ellos implicados.
      Al día siguiente, tuvo lugar una reunión de todos los encerrados.
      El doctor López tomó la palabra.
      —Bien, hemos decidido manteneros informados a todos porque nadie podrá comentarlo con el exterior. El comandante Luis me ha explicado cómo controlan las comunicaciones, así que no habrá riesgo en que yo cuente esto.
      »Creo que entenderéis el tremendo problema con el que nos topamos. Tenemos una criatura, probablemente inteligente, de cuya anatomía y fisiología no sabemos nada, y que hemos de curar. Por suerte, contábamos con la otra, la que estaba muerta, cuyo cuerpo usamos para estudiarlo mediante disección. Así pudimos ver cómo era por dentro y de esa forma nos atrevimos a intervenir en el otro, el que estaba inconsciente pero vivo. Hemos encontrado lo que parecen huesos dentro de esas extremidades tentaculares y hemos soldado un par que estaban rotos. También hemos detectado un órgano equivalente a los pulmones del que hemos extraído un trozo de metal. Y luego hemos hecho las suturas con los materiales normales, que esperamos sean compatibles.
      »Lo importante es que la criatura parece haber despertado y quiere conoceros a todos. No habla, al menos no lo hace con sonidos que podamos reconocer, y sin duda ahora habrá que ver cómo nos comunicamos. Por eso os pido ayuda a todos. Tal vez alguno de ustedes logre averiguar la forma de comunicarse.
      Acordaron visitar al alien por turnos.
      Ana fue de las primeras personas en verlo. No logró nada interesante, pero luego lo comentó con Julián.
      —El muerto está en la misma habitación, cubierto con un plástico y semicongelado. No sé si es una buena idea.
      —No saben qué hacer con él. Lo tienen allí para que su compañero sepa que aún está —explicó Julián, quien ya lo sabía—. Se espera decidir qué hacer con el cuerpo cuando haya una comunicación eficaz.
      Julián fue con la tablet. El ET se quedó mirando el aparato y lo señaló con un tentáculo.
      Eso ya era una comunicación, sin duda. Julián se lo entregó.
      El ser tocó el aparato, sin saber cómo usarlo. Julián le ayudó, tocando la pantalla para que el otro viera el resultado.
      Tras más de media hora infructuosa, el extraño halló lo que buscaba.
      Era la herramienta de dibujo.
      Con la punta de su tentáculo empezó a dibujar. Manejaba la herramienta con una habilidad que ya quisiera Julián para sí.
      Poco a poco fue apareciendo lo que sin duda era un dibujo de la nave.
      Julián asintió con la cabeza, y dijo—: sí esa es la nave.
      El otro pareció aceptar y señaló la entrada. Julián la conocía porque por allí habían penetrado los soldados de la UME, buscando otras criaturas.
      —Sí, es la entrada a la nave —dijo Julián, para demostrar que lo había captado.
      Ana entró en la habitación, atraída por la voz de Julián. Éste le hizo señas de que no dijera nada.
      El extraterrestre borró la imagen y empezó una nueva. Julián no lo podía reconocer.
      —Ana, llama a los soldados que entraron en la nave. ¡Rápido!
      La aludida salió de la habitación y volvió a los dos minutos con los dos soldados y el sargento.
      Entretanto, el alien había seguido dibujando.
      Julián le indicó que observaran el dibujo.
      —¡Vaya! —exclamó el sargento—. ¡Pero si es el interior de la nave! ¡Qué bien está dibujado!
      El ET señaló un punto de la pared del pasillo.
      Uno de los soldados lo reconoció.
      —Sí, es una especie de caja que vi en el pasillo.
      Otra vez el alien borró el dibujo y procedió a dibujar algo nuevo. Era una caja con símbolos extraños. Luego señaló hacia sí mismo.
      —Parece que quiere que le traigamos la caja, sargento —observó Julián.
      —Eso creo yo también, mi sargento.
      —De acuerdo, le traeremos esa caja —dijo Julián con grandes aspavientos dirigidos al ET.
      Éste borró la pantalla y devolvió la tablet a Julián.
      Salieron de la habitación. El sargento esperó a estar afuera para llamar la atención al enfermero de la Cruz Roja.
      —No debió usted prometer eso. No podemos traerlo.
      —No es seguro que nos entendiera. Pero creo que sí debemos traerlo. Y que el comandante Como_Se_Llame nos deje salir. Si hace falta, iré yo solo.
      —Disculpe, pero he de ser yo quien lo solicite.
      —¡Me importa un comino el rango y las normas militares! Se lo pediré yo. O si quiere hacerlo usted, yo estaré presente para dar mi punto de vista.
      —De acuerdo —cedió el sargento.
      Llamaron al comandante Luis.
      —Con la venia de mi comandante, este caballero pretende salir a buscar un objeto que el extraño ha solicitado.
      —¿Cómo es eso? ¿Quiere usted salir, Julián? ¿Es que no sabe que no se puede aún? —de pronto cayó en la cuenta—. ¡Un momento! ¿Dice usted, sargento, que el ET ha «solicitado» un objeto? ¿Acaso habéis logrado comunicaros?
      —Sí, comandante —Julián explicó lo que habían hecho con la tablet. Y completó diciendo—: Y por lo visto desea tener ese objeto, sea lo que sea, por algún motivo. Creo que sería lo adecuado traerlo.
      —Eso he de consultarlo —finalizó el oficial, y se retiró sin más para comunicarse con sus superiores.
      Al día siguiente, el comandante entregó un objeto cuadrangular a Julián.
      —Tenga usted, puede dárselo a la criatura —dijo—. Ordené que fueran a buscarlo a la nave, tal y como me indicó.
      Julián no estaba seguro de que fuera el mismo objeto que esperaba el ET, pero no dijo nada y lo recogió.
      La reacción del alien al ver aquello fue peculiar. Hizo unos gestos que no pudieron identificar pero al fin lo cogió, manipuló por un lado y el aparato, pues eso era, se abrió.
      Julián, Ana y el sargento, quienes estaban presentes, reconocieron algo parecido a un ordenador portátil: dos superficies plegables en ángulo. Aunque la imagen apareció sobre el objeto: un holograma.
      El ser hizo varias operaciones con sus tentáculos, pero por fin se oyó salir una voz del aparato.
      —Hola, terrestres. No me habéis traído el sanador que os solicité, pero al menos el comunicador resulta útil. Necesito el sanador, pues vuestras curas no son todo lo eficaces que deberían ser.
      Julián fue el primero en reaccionar.
      —¿Conoces nuestro idioma? ¿Qué es el sanador?
      —Claro que conozco vuestro idioma, llevamos siglos observándoos y captando vuestras comunicaciones. El sanador es el aparato que le describí a usted mismo, terrestre. ¿No lo vio en la nave?
      —No fui yo quien fue a buscarlo. Los militares son unos estúpidos, y trajeron lo que no es.
      —¡Oiga, no insulte! —interpuso el sargento.
      Ana se echó a reír.
      Ahora que ya era posible la comunicación, Julián insistió de nuevo ante el comandante.
      —¡He de ir yo a buscar el aparato ese! Lo llama sanador y parece imprescindible para que se cure. Vosotros sois tan ineptos que no sabéis de lo que se trata. ¡Yo sí!
      El oficial se sintió muy molesto por el insulto, pero tras meditar un poco cedió y permitió que Julián fuera a buscar aquello.
      Poco más tarde, Julián y el sargento viajaban en la parte trasera de un vehículo de la UME, claramente una ambulancia. Vestían trajes de contención biológica, mientras que los ocupantes de la parte delantera, el chofer y un mecánico, vestían uniforme normal.
      —Tiene que ser así para que no provocar alarma en la población —había exigido el comandante, negándose a la sugerencia de Julián de llevar Ana la ambulancia de la Cruz Roja, con los inevitables trajes de contención.
      En la parte trasera no se les podía ver desde la calle. Julián estaba convencido de que esos equipos eran innecesarios, pero no era el momento de plantear el tema.
      En esta ocasión no había motivos para ir a toda velocidad, y Julián lo agradeció. El conductor tomaba las curvas de la carretera de montaña con todo cuidado.
      Se detuvieron unos minutos ante el control de carretera (el sector del accidente continuaba cortado al tráfico) pero desde la parte de atrás no pudieron apreciar nada de las negociaciones entre el conductor, el mecánico y los vigilantes. Por fin pudieron continuar.
      Poco más tarde se detenían, ahora sí de forma definitiva.
      —Pueden salir, mi sargento —informó el conductor.
      Salieron por la parte trasera.
      Julián miró a su alrededor. Podía reconocer el lugar, sólo variaba un detalle: estaban solos.
      Hizo una seña al sargento y se introdujeron por el sendero ya conocido. Pronto vieron los árboles destrozados y la nave.
      Allí estaba la puerta por la que en su momento había entrado el sargento con los dos soldados.
      Ahora fue éste quien se puso delante. Entraron en el oscuro pasillo.
      La luz del exterior apenas alumbraba, pero lo peor eran los trajes.
      Julián se empezó a quitar la capucha.
      —¡Está usted loco! —exclamó el militar.
      —Mire, sargento. Si aquí hubiera algún agente contaminante, químico o biológico, hace ya tiempo que se habría notado. Seguro que los vigilantes de la carretera estaban sanos y sin protección, ¿no es así?
      —No pude verlos, pero si, lo más probable es que sea como usted dice.
      —Aquí no hay peligro alguno. Y si lo hubiera, nosotros ya estaríamos contaminados, ¿no cree usted? La primera vez que entramos, ni usted ni yo llevábamos este trasto.
      —Tiene razón —dijo el sargento y se quitó la capucha.
      Ahora podían ver mucho mejor. Aunque la luz fuera pobre, sin pantallas transparentes que molestaran ante los ojos podían apreciar mejor los detalles.
      Julián reconoció donde estaban por los dibujos del ET.
      Enseguida localizó el objeto. Era cuadrangular, sí, pero de mayor tamaño que el que llevaron los soldados. Y de color verde, no azul como el otro. Tenía dibujados unos símbolos que él reconoció.
      —Lo recuerdo bien —dijo Julián—. La criatura lo pintó en verde. ¡Este es!
      Lo recogieron. Pesaba un poco, unos diez kilos, por lo que tuvieron que cogerlo entre los dos.
      Salieron de los restos y se colocaron las capuchas. No debían alarmar a los demás sin necesidad.
      Dos horas más tarde, el aparato era entregado al ET.
      De inmediato, éste manipuló en su interior. Brotaron mangueras, cables y otras extensiones que rodearon el cuerpo del alienígena.
      El aparato zumbó y brilló con sonidos y luces extrañas.
      Tras un buen rato, todo se acabó.
      El alien se levantó de la cama y se inclinó ante Julián.
      —Muchas gracias. Ahora sí estoy curado.
      Luego hizo lo mismo ante el doctor López.
      —Y a usted también, doctor. Hizo lo que pudo por salvarme.
      A continuación se acercó a los restos de su compañero.
      —Lamento su muerte, pero veo que lo habéis destrozado.
      El doctor captó el tono de reproche.
      —Teníamos que diseccionarlo para entender su cuerpo —se disculpó.
      —Podéis incinerarlo. No hay peligro alguno de contaminación. Podéis abrir esas puertas y dejar que los periodistas entren. Tengo algo que decir.
      El comandante iba a comentar algo, pero todos los civiles presentes: los miembros de la Cruz Roja, los médicos y enfermeros del hospital, le miraron en forma desafiante.
      El resto, ya es historia. La noticia salió en todos los medios de comunicación a la media hora justa.
      ¡Contacto con extraterrestres!

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