Loneia era una buena jefa, según la opinión de la mayoría de los j’mintes. No era partidaria de la fuerza sino de la negociación; antes de buscar un enfrentamiento, procuraba el acuerdo entre las partes afectadas.
Tenía en gran aprecio las palabras del brujo, Sipret. Tanto, que a veces la gente creía que el jefe era él, lo que no era cierto. Pero en tanto como brujo, tenía mucha influencia.
Dejándose llevar por la opinión de Sipret, Loneia ordenó olvidar a Bliona. No le gustaba la forma en que la chica se había marchado, robando una cometa y sin decir nada a nadie. Pero su padre le contó los sueños que había tenido y la jefa comprendió que eran una motivación de índole superior. Si era la voluntad de Kimla, ellos, simples mortales, no debían inmiscuirse. Kimla velaría por Bliona.
Pero algunos no estaban de acuerdo con eso. Gritmon en especial era partidario de ir a la búsqueda de la fugitiva y traerla a la fuerza si era necesario. Él personalmente se sentía agraviado pues estaba convencido de que ella había tenido relaciones con él la noche anterior para averiguar todo lo relacionado con el vuelo.
Habló con otros guerreros y propuso un cambio de jefe.
Según las leyes de los j’mintes, cualquiera podía proponerse como jefe si contaba con apoyos suficientes.
Sipret convocó a reunión a todo el pueblo. A este tipo de reuniones asistían todos, incluso los más pequeños; y los enfermos eran trasladados para que estuvieran presentes.
Gritmon comenzó diciendo que respetaba a Loneia, pero que le parecía una persona débil y sin carácter. Habían aparecido unos extranjeros que tarde o temprano llegarían hasta el poblado y hacía falta un jefe fuerte y capaz de tomar decisiones rápidas sin tener que consultar a nadie. Finalmente, se propuso él mismo como jefe.
Ni siquiera nombró a Bliona, y sólo aludió al brujo de pasada. Fue un discurso muy hábil que caló en la población.
Loneia reconoció que el pueblo tenía el derecho de elegir a su jefe. Ella era hija de otro jefe y durante varios años había desempeñado su labor con éxito. Habían tenido paz, sobre todo gracias a que ella había evitado los conflictos. Si ahora venía una época turbulenta, sería mejor tener a alguien que amara la paz en lugar de un guerrero que les llevara a la perdición.
Acabó diciendo que sólo Gritmon había visto a los desconocidos. Nadie les había visto cerca, ni había motivos para creer que fueran a venir.
Eso último fue un error, pues la gente sabía más de lo que ella creía. Incluso se habían comentado los sueños de Bliona, pese a ser algo que sólo el brujo y la jefa debían conocer. Pero Gritmon estaba cerca cuando ellos hablaron, lo oyó todo y lo comentó con varios más.
La gente votó, eligiendo a Gritmon por clara mayoría. Sobre todo los jóvenes y los hombres guerreros mostraron su favor hacia él. La mayoría de las mujeres con hijos votó por Loneia, pero quedaron en minoría.
Lo primero que ordenó Gritmon fue construir armas más potentes. Tenían polvo de fuego, una mezcla que ardía con mucha furia y permitía incluso lanzar cosas. Mandó fabricar un tubo hecho de esencia de cielo para meter dentro el polvo de fuego; tendrían así una especie de cerbatana que usaría la fuerza del polvo de fuego para lanzar algo con fuerza. Por ejemplo, una bola, hecha también de esencia de fuego.
El maestro Pergüi se escandalizó cuando le ordenaron fabricar aquel objeto. Pero obedeció.
No dijo nada, aunque pensó que Gritmon acabaría como Lakim, quien quiso usar los objetos de T’Jum hechos con esencia del cielo.
Bliona no consiguió la hija que anhelaba de Luis. Lo comprendió cuando le vino la sangre de mujer.
Recordaba bien la conversación que tuvieron en la casa del poblado, junto al mar. Gracias a la caja de palabras, pudieron entenderse fácilmente.
Luis le había preguntado por la pinza de esencia del cielo.
—Me gusta ese objeto —dijo él—. Está hecho de una cosa que llamamos hierro.
—Esencia del cielo. Sé que ustedes los extranjeros lo aprecian mucho.
—¿Cómo lo sabes?
—Por un sueño. Y porque he visto que lo usan en muchas cosas, como esos transportes y otras cosas que he visto.
—Sí, es verdad. Me enviaron a buscar hierro. ¿Sabes tú donde hay?
—Sí, lo sé. Conozco un lugar donde hay mucho. Pero sólo te lo diré con dos condiciones.
—Dímelas.
—La primera, no quiero que hagas daño a mi pueblo.
—No sé donde está tu pueblo.
—Acabarás por saberlo. Ustedes los extranjeros han venido del cielo y están ocupando todo el mundo, así que tarde o temprano llegarán a nuestro pueblo.
—Tienes razón. ¡De acuerdo!, haré todo lo que pueda para que los tuyos no sufran. Pero tan sólo puedo responder por los míos. Hay otras gentes a las que no puedo controlar.
—Sé que tú harás todo lo que puedas.
—Bien. Has dicho «dos condiciones». ¿Cuál es la otra?
—Quiero tener una hija contigo.
Luis se quedó atónito al oír aquellas palabras.
—¿Una hija? ¿Y si es un niño?
—Si nace un niño y es hijo tuyo, lo aceptaré. Pero sé que la diosa Kimla me dará una niña.
Luis decidió no explicarle que era imposible que bistulardianos y terrestres tuvieran hijos… salvo con intervención genética. Si ella quería que él le hiciera una hija, no tenía inconveniente en intentarlo. Tal vez bastara con eso para que le contara donde estaba la mina de hierro de su pueblo.
Habían pasado ya casi tres semanas desde que apareciera Bliona y los exploradores se estaban cansando de no hacer nada. Habían visto que Luis andaba todo el día (y toda la noche) con la nativa y aunque éste les había asegurado que buscaba la forma de que ella revelara la fuente del hierro (todos habían visto el adorno que llevaba en el pelo), aún no lo había conseguido.
Algunos hablaban de marchar hacia las montañas. Ahora sabían, no sólo que había nativos, sino que éstos conocían el hierro.
Luis se debatía entre las dudas. Sobre todo porque ya se había dado cuenta de que Bliona no le revelaría su secreto si antes no tenía la hija prometida.
Sólo quedaba una solución. Irían a Nueva Lima y se someterían a un tratamiento de mestizaje.
Empezó por explicárselo a Bliona. No le habló de células ni de cromosomas, pero sí le explicó que allí conocían una magia para permitir que la gente del mundo (llamado Bistularde) tuviera hijos con la gente que venía del cielo, terrestres como él. Se justificó diciendo que hasta entonces pensaba que no haría falta, pero que ahora veía que no quedaba otra solución.
Ella le creyó y se mostró dispuesta a partir enseguida.
Pero antes, Luis debía dejar a alguien a cargo. Teresa Diañez le pareció la persona más adecuada.
Puso a Teresa en antecedentes. Y sobre todo le rogó encarecidamente que no organizaran una expedición al pueblo de Bliona, explicándole la promesa efectuada. Teresa prometió mantener a la gente ocupada y sobre todo enfriar a los más calenturientos.
Y así, en el día 197º, Bliona y Luis Barbastro partieron en el transporte de superficie hacia Punta Sur.
Bliona lo pasó fatal durante esa parte del viaje. Nunca había estado tan cerca del mar y las olas tan grandes parecían ahogarla. Se sintió de lo más contenta cuando pisó tierra de nuevo. Aunque fuera una tierra en la que nunca había estado.
Subieron a un vehículo suborbital, y la chica j’minte sufrió un nuevo choque cultural, al verse en un vehículo que ascendió por el espacio. Pudo ver su mundo como nadie antes lo había visto, y descubrió así que era redondo.
Para la gente del cielo podría ser normal, si viajaban entre los mundos. Pero para alguien que ni siquiera había volado hasta pocos días antes, todo era demasiado nuevo y asombroso.
Finalmente, Bliona llegó a una población enorme, llena de casas altísimas que llegaban hasta el cielo, de gente que andaba deprisa por unas cintas que se movían solas, y de objetos que pasaban a toda prisa. De los objetos también salía (o entraba) gente.
Las personas eran tanto del cielo como del mundo. Unos eran azules, como ella, otros rosados o marrones. Las caras eran redondas o alargadas, los pelos de todos colores (¡incluso rojo!), y los tamaños muy variados. Vio una mujer con el pelo verde, pero Luis le contó que ese color era pintado.
Casi todo el mundo vestía al estilo del cielo, con ropas de muchos colores que cubrían casi todo el cuerpo. Pero vio un chico alto de piel azul con un taparrabos de piel. Un aborigen, como ella.
Luis le había explicado los nombres. Aborígenes eran la gente del mundo, de color azul y que seguían con las costumbres de antes de conocer a los latinos (como se llamaban a sí mismos la gente del cielo). Conquistados eran los aborígenes que adoptaban las costumbres de los latinos. Colonos eran los latinos recién llegados al mundo. Colonos de segunda generación eran la gente como él, que habían nacido ya en Bistularde. Y mestizos eran los hijos mezclados de conquistados y colonos.
Había más divisiones y clasificaciones, pero Luis prefirió no comentarlas.
Buscaron una casita donde quedarse en Nueva Lima y se pusieron en manos de los especialistas en mestizaje. Extrajeron a Bliona varios óvulos. De Luis tomaron espermatozoides que manipularon para que tuvieran 48 cromosomas, en vez de los 46 normales.
Luis había explicado que deseaban una hija con pelo negro pero ojos azules. Eligieron el óvulo y el espermatozoide con los genes adecuados. Ambos fueron puestos en contacto, y de la fusión nació un embrión mestizo, que fue implantado en el útero de Bliona.
Esperaron hasta estar seguros de que el embarazo progresaba. Se les aseguró que de ahora en adelante todo marcharía normalmente, así que se prepararon para marcharse.
Sin embargo, justo cuando lo tenían todo a punto, Bliona empezó a sangrar.
Luis la llevó al centro de urgencia y el diagnóstico fue “incompatibilidad del embrión”.
Sucedía a veces: aunque siempre se procuraba que el embrión fuera compatible con los tejidos de la madre, no siempre se lograba. A veces quedaba algún gen del padre que daba lugar a proteínas incompatibles con las de la madre, activando las reacciones de rechazo.
El embarazo era de alto riesgo y Bliona debería permanecer internada hasta el parto… que incluso podría adelantarse.
La j’minte lo aceptó con paciencia y entereza. Ella quería tener su niña a cualquier precio.
Para Luis, la demora supuso un tormento. Temía lo que podía suceder con los suyos si no aparecía hierro pronto, sabiendo que a unos cientos de kilómetros tierra adentro lo había con total certeza.
De vez en cuando contactaba con Teresa, en el campamento de Gamma, y ella le contaba que todo iba en orden. Eran pocos los contactos, pues resultaban muy caros.
Por fin, decidieron intervenir y adelantar el parto, pues Bliona se estaba debilitando en exceso. La niña era increíblemente pequeña, y la madre preguntó si siempre eran así los hijos mestizos. Le explicaron que no, que era porque había nacido antes de tiempo.
Ella sabía que los niños prematuros tenían muy pocas posibilidades de sobrevivir, pero tampoco ignoraba que los medios de los extranjeros eran muy superiores. Tal vez serían capaces de hacer que aquella niña tan pequeña, que cabía en la palma de su mano, se desarrollara bien.
Como Bliona aún estaba débil y no podía levantarse, fue Luis quien se dedicó a contemplar a su hija en el nido todos los días.
Su espíritu de padre se fue fortaleciendo, viendo como aquel diminuto cuerpo se hacía cada días más grande.
Bliona también tenía contacto con la pequeña, pues le daba un poco de pecho varias veces al día. Una enfermera se la traía, tomaba su ración y luego se la llevaba.
Cuando ella se hubo recuperado, también acompañó a Luis en sus visitas al nido.
Finalmente, Bulis (nombre que le dieron a la niña) pudo salir del nido. Luis y Bliona se la llevaron a su casa.
Pero aún no podían marcharse. Bulis debía ser controlada diariamente hasta que los médicos pudieran dejarla marcharse a un lugar tan alejado de la civilización. Sólo cuando pudieran estar seguros de que se desarrollaría como cualquier otro niño, tan sólo entonces podrían irse.
Luis llevaba unos cuantos días sin contactar con Gamma. La última vez no lo había logrado, pero supuso que sería por algún fallo en el equipo (algo bastante habitual). Pero ya se estaba empezando a preocupar.
Por fin, los médicos dieron el alta definitiva a Bulis. Era una niña normal, de piel entre rosa y un azul muy tenue, pelo negro y ojos azules. Tomaba el pecho con ganas y reaccionaba perfectamente a las voces de su madre y de su padre. Incluso había empezado a mostrar intentos de sonrisa. Era encantadora, pensaba Luis.
Hicieron las maletas una vez más, incluyendo la pequeña cuna de viaje.
Volaron hasta Punta Sur y de allí al campamento en Gamma.
(Continuará...)
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
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