04 octubre 2010

MINERAL DE HIERRO (Capítulo -2-)

Bliona siguió soñando, pero fueron los mismos sueños que se repetían una y otra vez. Particularmente aquel en el que aparecía la niña de piel rosada y ojos azules. Bliona sabía que su padre era uno de los extraños, uno de pelo amarillo, y ojos también azules.
Era evidente que Kimla le estaba diciendo algo. ¿Pero qué?
Finalmente, Bliona decidió ir a buscar a aquel extranjero. Antes de que viniera al poblado. Los sueños ya le habían advertido de lo que podía suceder si los extraños llegaban al pueblo y descubrían los objetos de esencia del cielo. Ya que ella tenía que encontrarse con el extranjero, mejor sería ir a buscarlo y no esperarlo en el pueblo.
Bliona nunca había hecho algo inadecuado, pero esta vez sentía que debía hacerlo. No podía pedir permiso, pues no se lo darían.
Sabía donde estaban las cometas y tenía una pequeña idea de cómo usarla. Varias veces había visto a los hombres despegar, dejándose llevar por el viento. Y el propio Gritmon le había suministrado la información que aún le faltaba.
Era en la parte alta, donde mismo se abría la tubería que llevaba el viento a la forja del maestro Pergüi. Allí estaban todas las cometas, listas para usar.
Bliona fue al amanecer. El sol aún no había aparecido sobre el horizonte, pero ya había luz suficiente. Nadie la había visto hasta el momento.
Se había puesto en el pelo el adorno sagrado, la pinza hecha con esencia del cielo. Algo que sólo una hija del brujo podía llevar.
Eligió la cometa más pequeña, que le parecía más manejable según había oído una vez. No podía volar con la ropa normal, pues la falda le molestaba. Se la quitó y se quedó solo con la blusa. Pero tampoco podía volar así.
Tenía que haber… ¡sí! Allí estaba la tinaja con sangre del árbol alto. Los hombres se untaban el cuerpo con ella para protegerse. Ella hizo lo mismo. Se untó las piernas, los brazos, el pecho y el vientre con aquel producto viscoso, que se secó sobre su piel.
Era como si llevara un vestido de color marrón negrusco, feo pero muy ajustado. Se parecía un poco a la ropa de los extraños en sus sueños…
Había unos cascos, pero ninguno le quedaba bien. Decidió volar sin casco; era peligroso, pero a fin de cuentas sólo haría un viaje: ella no sabía cómo buscar las corrientes para regresar, ni cómo despegar en el poblado de los extranjeros. Eso, ¡si es que daba con él!
Se encomendó a Kimla, diosa del aire, y sujetándose a la barra de la cometa se echó a correr. La cometa atrapó el viento y se elevó por el aire.

La aparición del nativo volador supuso todo un revulsivo en el campamento de Luis. Le pedían, ¡casi le exigían!, enviar un vehículo explorador hacia las montañas, para dar con el lugar del que procedía aquel nativo.
Luis hubiera preferido esperar un poco más, pero comprendió que era mejor seguir las sugerencias… al menos mientras fueran tan sólo sugerencias. Así podía evitar una insurrección.
Él mismo subió en el transporte, que recorrió el desierto durante un día entero sin hallar nada. Las montañas eran tan áridas como la llanura y sólo encontrarían verde a otro día de distancia.
Montaron el campamento para pasar la noche, aunque aún era temprano: faltaban tres horas para el atardecer. Pero todos estaban cansados y necesitaban estirar un poco las piernas.
Luis estaba haciendo algo de ejercicio, una carrera corta, cuando vio una cometa en el horizonte. Cogió su linterna y la encendió, para hacerle señales.
El tripulante de la cometa vio las señales y decidió acercarse. Volaba con poca pericia, y más de una vez pareció rozar contra las rocas, hasta que finalmente se estrelló en un pequeño llano.
Luis corrió en su ayuda. Era una mujer, y no parecía herida.

Bliona comprendió que volar era más difícil de lo que creía. Pero ya era tarde para regresar, se encontraba a gran altura en el cielo.
Controlar la cometa significaba llevarla hacia donde ella quería, y no siempre lo lograba. El viento era el que mandaba, y la empujaba hacia uno y otro lado sin que ella pudiera hacer gran cosa. Sabía que debía moverse con el cuerpo hacia uno y otro lado, pero no conseguía sus objetivos.
Sabía también que debía dirigirse hacia donde el sol había salido, pero eso significaba volar hacia el mismo sol, que le encandilaba y cegaba por completo.
El sol subió poco a poco por el cielo, y ella estaba muy lejos del pueblo. Pero no volaba hacia el mar, como quería. Vio otro pueblo de gente como la suya, y pensó en bajar pero no pudo hacerlo.
Cuando el sol ya estaba en su punto más alto, creyó haber conseguido algo de control. Estaba muy cansada, pero tenía que seguir volando. Por suerte, no había olvidado enganchar la correa que la sujetaba a la barra; así, si se soltaba no se caería.
Ya el sol estaba bajando cuando pudo ver el mar a lo lejos, más allá de las montañas. Si Kimla la dirigía, llegaría al campamento de los extraños, si no era así ya vería lo que hacer.
Vio una luz verde, que luego azul y más tarde roja. Estaba sobre las montañas, y bastante cerca. Girando su cuerpo, logró dirigir la cometa hacia la luz. Sin duda Kimla la llamaba.
Volaba muy bajo, y a punto estuvo de rozar con unas rocas cuando finalmente perdió el control, estrellándose.
La cometa dio una vuelta, pero el suelo era liso y estaba lleno de hierba.
Bliona logró soltarse. Tenía algunas magulladuras, pero no le dolía nada, así que no debía tener nada roto.
Un hombre se acercaba. Cuando lo vio de cerca, el corazón le dio un vuelco.
¡Era el extraño de sus sueños!

Dudando entre tocarla o dejarla que se levantara sola, Luis permaneció al lado de la nativa hasta que ella se pudo poner en pie por sus propios medios. Era una bistulardiana típica, de hecho más alta que él, con una cara redondeada y sin barbilla pero, pese a ello, muy atractiva. Vestía lo que parecía ser una malla muy ajustada de látex, hasta que se dio cuenta de que no era una malla, ¡era pintado! Tenía casi todo el cuerpo pintado con látex. Sólo vestía una especie de blusón holgado, que también había cubierto con el látex, y debido al cual sus pechos quedaban ocultos. Pero el resto de su cuerpo era bien visible bajo la capa de látex, y no cabía duda de que se trataba de una mujer, con curvas muy generosas.
Luis quería decirle algo para calmarla, pero estaba la barrera del idioma. Tomando el traductor universal que llevaba en el cinturón, dijo: —Espero que estés bien. ¿Tienes algún dolor? ¿Puedes caminar? Yo puedo ayudarte. Me llamo Luis Barbastro.
La máquina no conocía el lenguaje de ella, así que inició una traducción en una lengua nativa al azar. Luis observó el rostro de la mujer, que mostraba una total incomprensión y pulsó el botón de repetición en otra lengua. Hizo lo mismo tres veces más, hasta lograr una respuesta.
Ella dijo una frase, que fue traducida como «No entiendo».
Él optó por intentarlo de nuevo.
—Disculpa si no nos entendemos, pero si me hablas podremos conseguirlo. Me llamo Luis Barbastro y espero que estés bien.
Esta vez el traductor tenía datos suficientes para intentar una traducción aceptable. La chica mostró interés al oír la voz que salía de la máquina.
—Yo soy Bliona, de los j’mintes. ¿Qué es esa caja que habla? ¿Tú, Luisbarbastro, vienes del cielo?
—Hola, Bliona. Sí, mis padres vinieron del cielo pero yo nací en este mundo.
—Pero eres como la gente del cielo. Nadie aquí tiene la piel rosada, ni el pelo amarillo o la cara alargada. Tampoco nadie tiene los ojos azules.
Hasta ese momento, Bliona no le había visto los ojos. ¡Recordó que la niña de su sueño tenía también los ojos azules!
Luis captó el intenso magnetismo que brotaba de la chica. Sentía una atracción como nunca antes la había sentido… y él no era precisamente un inexperto en asuntos amatorios. Conocía bien las costumbres nativas, sabía qué era lo que iba a ocurrir a continuación. Trató de disimularlo.
—Bliona, ¿estás segura de que no te duele nada? Ya que podemos entendernos gracias al traductor, la caja de las palabras como tú dices, te diré que si necesitas ayuda médica, digo de nuestros brujos, te la daremos sin dudar.
—Gracias, Luisbarbastro, yo misma soy entendida en medicina, hija del brujo. No tengo nada roto por dentro. Sólo estoy un poco magullada por el golpe.
—¿Nunca antes habías volado?
—No, nunca había subido en una cometa.
—Y ahora ¿cómo volverás a los tuyos? ¿Vendrán a buscarte?
—No lo sé, Luisbarbastro.
—¡Llámame Luis!
—No lo sé, Luis. Me fui sin permiso porque quería hablar con ustedes. Pero no aquí.
—¿Dónde, entonces?
—¿Puedes llevarme a tu poblado?
—¿Te refieres al campamento? ¿Dónde tenemos las tiendas?
—Sí, al lado del mar.
Luis tomó nota mentalmente de que ella conocía la existencia del campamento en la costa. Tal vez el otro nativo que voló en una cometa se lo había dicho. Aquel otro era un experto, de eso no cabía duda, no como Bliona.
Si ella se había ido sin permiso, ¿la buscarían? Y si la encontraban con ellos, ¿habría un enfrentamiento?
Comprendió que lo más prudente era llevarla al campamento. Allí al menos tenían mejores medios para defenderse de un ataque de los nativos… siempre que no fueran como los aguerridos jilokanos.
De pronto se fijó en el adorno que llevaba en el pelo. ¡Era una pinza de hierro!
Aquella chica era muy importante. Tenía que averiguar muchas cosas acerca de ella.
A qué había venido ella sola, volando, tal vez huyendo de su gente.
Si los suyos irían a buscarla, y si la encontraban qué harían.
Y, sobre todo, dónde había conseguido aquel adorno de hierro. ¿Habría más?
Dio la orden para regresar de inmediato, al amanecer, pues ya se había puesto el sol.

Los extraños habían rodeado a Bliona y a Luisbarbastro mientras hablaban por medio de aquella caja de palabras. Aquel hombre de pelo amarillo y ojos azules, más bien bajito para lo que era habitual entre los j’mintes, era sin duda el jefe. Todos le obedecían cuando decía alguna cosa en su lengua del cielo.
Bliona estaba ya decidida a tener esa hija que le había revelado Kimla en los sueños. Y sabía bien que era el momento adecuado para ello.
Se reunieron alrededor de la llama y uno de los extraños repartió unas cajitas redondas. Bliona se fijó en lo que hacían los demás, y tirando de un lado se encontró con un recipiente lleno de comida caliente. Observó lo que hacía Luis y usando un objeto con puntas recogió un trozo del plato y se lo metió en la boca. Nadie realizó la ofrenda a Aemen como era preceptivo, así que ella lo hizo.
Luis la vio tirar un poco de comida al suelo y le preguntó: —¿Es que no te gusta?
—Es la ofrenda a Aemen que debo hacer en cada comida —dijo la chica. Y ahora sí masticó lo que tenía en la boca. Tenía un sabor muy extraño, pero agradable—. Está bueno.
—Me alegro de que te guste. Y espero que a Aemen también.
Siguieron comiendo. Al final, todos los platos y demás objetos que habían aparecido en las cajas se colocaron en un recipiente verde con patas redondas.
La gente se quedó alrededor de la llama, hablando. Alguno incluso preguntó a Bliona cosas de su gente y ella respondió, gracias a otra cajita de palabras. Pero con quien mas conversó fue con Luis.
Poco a poco, los extraños se fueron levantando y se metieron en las tiendas. Finalmente, Luis hizo lo mismo y Bliona fue tras él, entrando en la misma tienda.
—¿Quieres dormir en mi tienda, Bliona?
—Sí, claro.
Había dos hombres más en el interior.
—Perdonen, chicos, ¿les importaría salir un momento mientras arreglo este problema? —dijo Luis en su lengua, pero la cajita de palabras repitió en la lengua j’minte.
Los dos hombres salieron. Bliona y Luis se quedaron solos.
—Bliona, sé muy bien lo que tú quieres. Pero nosotros tenemos otras costumbres, y no me parece bien tener relaciones con una mujer habiendo otros hombres.
—¿Es que no te gusto? ¿Acaso prefieres a los hombres?
—¡Huy, no! Quiero decir que sí, que me gustas mucho y que no me gustan los hombres. Pero ahora no puede ser.
—¿Mañana, en tu poblado, sí podrá ser?
—De acuerdo, mañana en el campamento. Y ahora, ¿quieres ir a una tienda con las demás mujeres?
—¿Puedo quedarme aquí? No deseo dormir con extrañas.
—De acuerdo. Nadie te molestará, te lo prometo.
—¡No me molesta! Pero te prefiero a ti antes que otros hombres, ahora, en esta noche.
—Mejor te acuestas. Te voy a explicar como se usa el espacio para dormir.
Luis le ayudó a instalarse en un dispositivo dormitorio que tenía libre. Lo desplegó y colocó en un rincón de la tienda que aún estaba vacío. La ayudó a colocarse en el interior, controlando los latidos de su corazón que se disparaba ante cada contacto, y finalmente le explicó como cerrar la tapa hasta el nivel que ella deseara. Lo normal habría sido que ella se acostara desnuda, pero dadas las circunstancias ni siquiera se lo sugirió.
Cuando Bliona estuvo ya acomodada en su espacio, llamó a los otros hombres para que volvieran a entrar. Ambos lo hicieron en silencio y se acomodaron en sus respectivos lugares. Luis hizo lo mismo y finalmente se quedó dormido. Nadie quiso hacer comentario alguno.
No puede decirse que tuviera unos sueños tranquilos. Toda clase de fantasías eróticas le mantuvieron turbado y no se extrañó que mojara la cama como un adolescente.
En cuanto a Bliona, volvió a tener el sueño en el que se quedaba embarazada, pero en esta ocasión fueron muy claros los detalles de cómo sucedía tal cosa.

(Continuará...)

Prefacio
Capítulo 1

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