09 octubre 2010

MINERAL DE HIERRO (Capítulo -4-)

El campamento estaba demasiado solitario. Teresa recibió a Luis con lágrimas en los ojos.
—¡No pude evitarlo, Luis! Finalmente, montaron un campamento al otro lado de las montañas. Me han dicho que han visto dos o tres poblados de nativos y que piensan ir a visitarlos.
—Espero que al menos quede un vehículo para nosotros.
—Sí. Dejaron dos, uno porque no funciona pero el otro está operativo.
—OK, Teresa. Aquí debe permanecer un grupo para mantener el contacto, así que seguirás en tu puesto. Si no te importa, quiero decir…
—Me quedaré con la madre y la niña.
—¡No! Aunque te parezca absurdo, ellas deben ir. ¡Búscame una tripulación para el transporte! No quiero guerreros.
—Todos los espíritus belicosos se fueron ya, de eso puedes estar seguro. Te buscaré tres técnicos capaces, por si tienes algún problema en el viaje.
—Perfecto. Saldremos mañana temprano.
Bliona ya hablaba el latino con facilidad, tan sólo con un curioso acento. Y Luis dominaba la lengua j’minte, así que ambos se podían comunicar sin problemas.
Luis le explicó lo que había sucedido. Insistió en que si sucedía algo no sería porque él había roto su promesa. Pero que debían hacer lo posible para evitar cualquier desgracia.
Ella estuvo de acuerdo en marchar con él. Y por supuesto, llevando a la niña. Pese al peligro que había.

Gritmon había visto el nuevo campamento de los extranjeros y decidió atacarlos antes que se acercaran más.
Por desgracia, sólo habían podido fabricar una cerbatana de fuego, con esencia del cielo. La llevaba él, como jefe. Había comprobado que funcionaba muy bien: lanzaba una bola de esencia a muchos pasos, con fuerza suficiente para matar, incluso a un lobotigre. O a un hombre.
Había contactado con otras tribus, pero nadie estuvo de acuerdo en atacar a los extraños sin tener un motivo para ello. Gritmon no logró convencerles. Aunque todos estuvieron de acuerdo en ayudarles si fuera necesario, siempre que estuviera claro que no había sido él quien provocara la lucha.
Gritmon decidió que sería mejor atacar de noche y con un grupo pequeño que pudiera huir con facilidad por la selva. Eligió a dos dobles y una mano (25) de sus mejores y más fieles guerreros y se aprestaron para salir al atardecer.

Luis y Bliona viajaron a gran velocidad por el desierto. Llegaron más allá de las montañas y alcanzaron un oasis de verdor justo antes de que el sol se pusiera.
No podían viajar de noche, así que allí mismo montaron el campamento para dormir.

Gritmon atacó a los extraños cuando éstos estaban durmiendo en sus tiendas. Lanzó flechas de fuego que quemaron las tiendas, y luego una lluvia de dardos con las cerbatanas. Él, por su parte, lanzó varias bolas con fuego que hirieron a tres hombres. Era un poco complicado, pues después de cada lanzamiento debía cargar el arma con polvo de fuego y una bola de esencia, apretarlo todo, apuntar y encender la mecha. Se tardaba bastante más que en montar una flecha en un arco o un dardo en una cerbatana. Pero los resultados compensaban.
Lamentablemente, los extraños también tenían algo parecido, pues sus armas echaban fuego. Tres de sus guerreros quedaron tendidos en el suelo, muertos, mientras otros cuatro fueron heridos.
Finalmente, ordenó la retirada, refugiándose entre los árboles. Nadie les siguió, mientras ellos se alejaban del campamento enemigo.

Félix Casabrián era el autonombrado jefe del campamento avanzado en Gamma. Luis lo reconoció de inmediato como el más exaltado de los suyos.
El transporte había llegado a media mañana al campamento, y para Luis supuso toda una sorpresa ver las tiendas quemadas y claras señales de lucha.
El jefe de aquel grupo, Félix Casabrián, también quedó sorprendido al ver al verdadero jefe entrar en el campamento, acompañado de una mujer que, aunque vistiese al estilo terrestre, era claramente una nativa. Tardó en reconocerla como la chica que había ido al encuentro en una tosca cometa.
Finalmente, se fijó en el pequeño niño que ella llevaba en brazos.
Luis y Félix pasaron al interior de una de las tiendas intactas. Bliona les acompañó con Bulis, pese a las protestas de Félix.
—Ella es mi compañera y me acompañará en todo momento —insistió Luis, agregando—: ahora cuéntame lo que ha pasado.
—Nos atacaron. Anoche mismo.
—¿Quiénes?
—Nativos. Y tienen armas de fuego. Tenemos tres muertos y unos doce heridos en diversos grados.
—Bien. Primero, quiero un informe detallado del ataque. Y rápido, para poder decidir la reacción.
—¡Sugiero un ataque inmediato con los transportes! Ahora que tenemos uno más…
—¡Seré yo quien decida ese ataque, si se hace y cómo se hace! ¿Queda claro?
—¡Sí, señor!
—Bien. Déme ese informe. Y luego explíqueme porqué montaron este campamento tan cerca de los hábitats nativos, quienes pueden haberlo visto como una provocación. ¿Acaso no dí órdenes claras de que me esperaran?
—Pero, señor, ¡usted tardaba tanto! Llegamos a creer que se había olvidado de nosotros.
—Los motivos de mi demora no son de su incumbencia. Baste con decir que tuve a Bliona hospitalizada durante varios meses. ¿Queda claro?
—Sí, señor.
—Bien, a ver ese informe del ataque.
Félix narró los principales detalles del ataque. Cuando mencionó las armas de fuego, Bliona intervino.
—¡No puede ser!
—¿Qué es lo que no puede ser, querida? —quiso saber Luis.
—Por lo que dice Félix, la gente usó armas hechas con esencia del cielo, lo que ustedes llaman hierro.
—¡Sí, eso parece! Con pólvora.
—La pólvora es lo que llamamos polvo de fuego y yo misma sé cómo hacerla. La usamos sobre todo para las fiestas. Yo sé preparar unos fuegos verdes y rojos que suben muy alto antes de estallar. Pero la esencia del cielo no se usa para armas.
—Eso será en tu pueblo, Bliona. Parece que algún otro pueblo ha usado el hierro para hacer armas. Perdona, pero que Félix siga con su informe.
—De acuerdo, me callo.
Quedó claro entonces que, aunque los nativos tuvieran armas de fuego, no eran más que una o dos.
Finalmente, Félix completó su informe del ataque.
A continuación, Félix narró muy por encima cómo se aburrían en el campamento base de la costa, sabiendo que a unos pocos cientos de kilómetros podrían hallar hierro.
—Ya habíamos completado todos los informes geológicos posibles en un radio de cien kilómetros y apenas había que hacer. Logré convencer a unos cuantos y, aunque Teresa se opuso, agarramos tres transportes y nos pusimos en marcha.
Luis pensó en cómo habrían hecho para “convencer” a Teresa, y supuso algún grado de violencia. Pero no dijo nada hasta que se aclarara ese detalle.
Al finalizar ya era la hora del almuerzo. Luis suspendió la reunión hasta después de la comida.
Todos se reunieron después de comer en un rincón sombreado, bajo el que aún humeaban dos tiendas. Sólo tres hombres permanecían de vigilancia, que resultaba imprescindible después de haber sufrido un ataque.
Luis tomó la palabra de inmediato.
—Bien. Ustedes están aquí sin haber seguido mis instrucciones, pero espero que ahora sí que las sigan. Y son las de regresar.
Se oyeron murmullos y alguna voz airada.
—¡Silencio! No tomaré represalias por esta insubordinación, pero si ahora no me obedecen tengan por seguro que lo haré. ¿Queda claro?
Por un momento, alguien pensó que Luis difícilmente podía tomar represalias estando en clara minoría. De hecho, el propio Luis fue uno de los que lo pensó así.
Pero nadie se atrevió a dar el paso. Cabía en lo posible que, en caso de rebelión, varios de los presentes se pusieran de parte del verdadero jefe; una cosa era tomar una decisión en su ausencia y otra mantenerla estando él presente.
Aunque mantuvo su rostro impertérrito, Luis respiró para sí cuando comprobó que nadie aceptaba el sutil desafío. Prosiguió con su discurso.
—No se irán todos porque mantendré el campamento avanzado con una dotación mínima. Al menos mientras yo esté entre los nativos.
Ahora todos los comentarios fueron de sorpresa.
—No les temo, ni siquiera después de que les hayan atacado a ustedes. Por si no se han dado cuenta, mi esposa es una nativa y ha tenido una hija mestiza. Las dos son la mejor garantía de paz en estos momentos. Siempre que ustedes no hagan más provocaciones.
Dedicaron el resto del día a organizar los cambios. Alguno de los heridos sería trasladado en los vehículos pero los más graves se quedarían. Luis aprovechó esa circunstancia para que el médico se quedara; así si surgiera cualquier problema con Bulis tendrían un médico cercano.
Ni qué decir tenía que Félix Casabrián sería el comandante del grupo que regresaría. Luis habló con Teresa por radio y ambos acordaron estar al tanto de aquel grupo, no fuera a tomar otra decisión menos conveniente.
Luis aguardaría uno o dos días antes de buscar el poblado de Bliona. Aún no estaba seguro de que el ataque precediera de ellos, podría haber venido de cualquiera de los seis poblados cercanos. El de Bliona era sólo uno de los seis.
Le preocupaba un poco el que hubieran fabricado armas de fuego. Bliona le había narrado las leyendas, sobre todo las relacionadas con T’Jum y Lakim, donde quedaba claro que el uso del hierro se reservaba tan sólo a usos religiosos. Bliona había podido llevar un adorno del metal porque era hija del brujo y futura bruja de la tribu. Pero ni siquiera un jefe o un brujo usarían un arma de metal.
¿Qué les había llevado a ese cambio? Parecía evidente la respuesta: la presencia de los extraños.
Luis esperaba que las perturbaciones provocadas no fueran aún mayores.

Luis y Bliona tardaron dos días en abandonar el campamento. Primero, Luis quiso asegurarse que el grupo de Félix llegaba a la costa, en vez de, por ejemplo, dirigirse hacia otro lugar. Aún no se fiaba de ellos.
Una vez que Teresa le confirmó la llegada, ya se sintió más seguro.
Entretanto, estudió los mapas que habían confeccionado de la zona, siguiendo las indicaciones de Bliona sobre donde se hallaba su poblado. No era nada fácil, porque ella no se había alejado mucho de su gente hasta que decidió volar en la cometa. Y en su vuelo apenas pudo fijarse en lo que veía, pues le costó controlar el vuelo; para cuando logró tener cierta soltura se hallaba muy lejos de los suyos. De hecho ya estaba perdida y sólo volando hacia el este dio con el transporte de Luis.
Pero ella recordaba bien como eran los alrededores de su pueblo y con esos datos más las indicaciones de los exploradores sobre donde había núcleos habitados por nativos, finalmente Luis se hizo una idea de la ruta que deberían seguir.
Y antes de partir tuvo que tomar una decisión bastante difícil. Decidió que la localización del pueblo de Bliona quedara en secreto; era la forma más segura de protegerles, porque desde que hubiera un solo documento indicando donde se hallaba una tribu que conocía el hierro, alguien iría a buscarlos. Ahora o dentro de 50 años, daba lo mismo. Si se sabía, alguien acabaría por estar interesado.
Para mantener el secreto, deberían ir ellos dos solos en un transporte. Luis era capaz de llevarlo, siempre que el terreno no fuera demasiado malo. Pero Bliona no podría servir de apoyo: ¡ni siquiera sabía manejar la radio!
Bien, pues no usarían la radio salvo para una emergencia. Luis se detendría cada hora para enviar una señal de OK al personal de guardia en el campamento.
La fecha de partida fue 1698/120. El transporte con Bliona, Bulis y Luis partió del campamento avanzado casi al amanecer.
Cuatro horas más tarde, Bliona reconocía las casas de su poblado.

(Continuará...)

Prefacio
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Capítulo 2
Capítulo 3

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