Gritmon se quedó atónito al ver llegar la caja móvil de los extraños. ¡No serían capaces de venir a cara descubierta a su propio poblado! Llamó a su guardia de honor (los tres guerreros más fieles) y recogió la cerbatana de fuego, hecha con metal, junto con la bolsa de polvo de fuego y la bolsita con las bolas.
A través de las paredes transparentes de la caja podía verse la gente del interior. ¡Sólo había dos!
Gritmon se quedó más tranquilo. No era un grupo que viniera a atacarle.
La caja se detuvo en el centro del poblado. El jefe pudo ver mejor a sus ocupantes. Uno de ellos era un extranjero típico: cara rosada, alargada, pelo amarillo. La otra persona era una mujer del pueblo: cara azul, redonda, pelo negro. ¡Era Bliona!
Los dos se bajaron de la caja. Bliona vestía como una extraña, con ropas de colores que le cubrían todo el cuerpo. Y llevaba en los brazos a un pequeño.
La gente del pueblo comenzó a arremolinarse. No cesaban de exclamar «¡Bliona ha vuelto!» y «¡tiene un hijo!». ¡Estúpidos!
El hombre extranjero habló en la lengua de los j’mintes.
—¡Quiero hablar con la jefa, Loneia, y con el brujo, Sipret! Esta que está a mi lado es Bliona, hija del brujo y en los brazos tiene a Bulis, hija de Bliona y mía.
Gritmon se plantó ante él.
—Loneia no es la jefa.
—¿Quién es jefe?
—Yo, Gritmon, soy el jefe. Es conmigo con quien has de hablar.
Al oír aquello Bliona sintió un escalofrío que no pasó desapercibido por el jefe.
—Conforme, jefe Gritmon, hablaremos en un lugar con el brujo, si es que sigue siendo Sipret. Sólo estaremos los cuatro y la niña.
—Sipret es todavía el brujo. Bliona podría ser bruja, pero al irse Sipret decidió preparar a otro chico.
—Jefe Gritmon, yo espero quedarme —dijo Bliona—. Y seré bruja cuando mi padre así lo crea oportuno y yo supere la prueba.
—Eso ya lo veremos. Ahora vamos a mi cabaña. Diré a mis mujeres que salgan.
Bliona captó el detalle. Gritmon había dicho «mujeres». Cuando ella se fue, él no tenía ninguna compañera, pero ahora que era jefe había completado su trío. Puede que, incluso, tuviera más de dos mujeres…
Fueron dos chicas jóvenes las que salieron de la cabaña al verlos llegar. Bliona las conocía y no se extrañaba que se hubieran unido al joven jefe. Una de ellas estaba embarazada por lo que pudo apreciar.
El brujo Sipret parecía mucho más viejo que cuando Bliona abandonó el pueblo. Sintió pena por él y también deseos de abrazarlo. Pero no sería lo adecuado.
Tal vez en otro momento, si conseguía estar con él y en mayor intimidad…
Gritmon tomó la palabra, mostrando su visible enfado.
—¡Quiero saber porqué un extraño se atreve a entrar en mi pueblo! ¿Acaso no han tenido suficiente con la demostración que les hemos dado? Y también deseo saber porqué la traidora los ha conducido hasta aquí.
Luis miró a Bliona, y ésta respondió.
—Luis no es un extraño, es el compañero de la hija del brujo y padre de la nieta del brujo. Me ha pedido formar parte del pueblo, y aprovecho para pedirlo en su nombre.
—¡Eso habrá que decidirlo!
—Cierto, habrá que decidirlo. Pero lo menciono ahora para dejar bien claro que no es un extraño. Luis ha tenido mucho cuidado en que ningún otro extranjero haya venido con nosotros, para que el lugar donde está el pueblo siga siendo desconocido. Pero hay otra cosa más importante que debo decirte, jefe Gritmon.
—¿A ver?
—Yo no he conducido a los extranjeros hasta aquí. ¡Has sido tú!
—¿Cómo te atreves?
—¡Perdón, jefe Gritmon! —intervino Luis ante lo que parecía una discusión violenta. Le costaba un poco seguir el ritmo del lenguaje en una forma tan airada—. No puedo entenderles si se enfadan, y creo que puedo explicar lo que quiere decir Bliona. Si me lo permites…
—¡Habla!
—Tú eras el que llevaba la cometa que nos vio cerca del mar, ¿me equivoco?
—En efecto, era yo.
—Eso mismo me contó Bliona. Pues bien, desde que apareciste en el cielo de mi campamento, mi gente supo de la existencia de este poblado. Es lo que quiere decir Bliona. Puede que lo hayas hecho sin tú quererlo, pero al aparecer volando acabaste por traer a los míos a tu hogar. Y eso pese a que yo intenté evitarlo.
—Te ruego que te expliques, si no deseas que te mate ahora mismo.
Gritmon tomó su arma de esencia.
Luis se fijó mejor en aquel objeto. Era ciertamente un arma de fuego, un tubo de hierro con una tosca culata de madera. Parecía cargarse por delante con pólvora, como un antiquísimo arcabuz de los tiempos de la conquista de América.
—Preferiría que no me amenazaras —dijo—. Yo también tengo armas hechas de metal —y sacó su pistola láser. Sólo la puso frente a él, sobre la pequeña mesa de madera.
Gritmon comprendió que su demostración de fuerza le había salido mal. Captó la indirecta: los extranjeros tenían armas más poderosas que las suyas, y no convenía amenazarles.
—De acuerdo —convino—. Veo que tenemos armas iguales y no me temes. Yo tampoco te temo. Deseo que me cuentes todo lo que quieras acerca de lo que ha sucedido.
Luis sonrió al oír que «tenían armas iguales», poniendo al mismo nivel un tosco arcabuz con una moderna pistola. Pero no dijo nada sobre eso, y comenzó un relato bastante pormenorizado sobre lo que había sucedido en el campamento base desde que Gritmon apareciera volando sobre ellos. Incluyendo los sucesos a partir de la llegada posterior de Bliona, su viaje para que pudiera quedarse embarazada y la demora posterior para el regreso, dando pie a que unos cuantos desobedecieran las órdenes de Luis.
Gritmon no entendió bien muchas cosas, como el motivo del viaje. Pero quedó claro que fue necesario para aplicar una magia medicinal que permitiera el nacimiento de una niña hija tanto de los j’mintes como de los extranjeros. Era la niña con la que Bliona había soñado y que, según ella, traería la paz.
También comprendió que el llamado Luis había hecho lo posible para evitar que los extranjeros (los «terrestres» como los llamaba él) se acercaran al pueblo j’minte. Y los que lo habían hecho finalmente había sido por desobediencia. También que cuando él volvió a tomar el mando les obligó a regresar.
Pero lo más duro fue comprender que Bliona tenía razón al decir que fue él, Gritmon, quien los había traído. Y ahora, al atacarles sin provocación previa, les había dado un argumento para querer destruir a los j’mintes.
Luis narró el episodio de los jilokanos, el pueblo más fiero del mundo que se había enfrentado a los terrestres. Y cómo finalmente fueron derrotados. Estaba claro que los j’mintes acabarían derrotados en una guerra contra los extranjeros.
Lo mejor era evitarla, y tanto Luis como Bliona se estaban dedicando a ello con todas sus fuerzas.
Sin embargo, no podía aceptar todo eso.
—¡Es mentira! —exclamó—. ¡Todo eso no son más que mentiras para engañarnos! ¡Vienes aquí solo con la traidora y esa niña que dices es hija y no lo creo! ¡Seguro que hay miles esperando tus noticias para invadirnos! Y no creo que mediante la magia sea posible un hijo entre tus gentes y las nuestras.
Sipret había permanecido en silencio, pero decidió intervenir ante el arrebato del jefe.
—¡Que el jefe Gritmon me perdone, pero he de hablar!
—¡Habla, brujo!
—Yo también he de narrar una historia, y es la de los sueños de Bliona.
—Que muy probablemente se ha inventado ella.
—¿Tú crees? ¿Acaso no supo donde estaban los extranjeros antes de que tú los vieras desde el aire? ¿Acaso no vio al jefe de ellos, el mismo que ahora tienes ante tus ojos? Recuerdo bien cómo me lo describió: «no muy alto, de pelo amarillo, piel rosada y ojos azules». ¿Has visto a otro extranjero, otro terrestre, que corresponda con esa descripción?
—No, no lo he visto. De acuerdo, brujo, sigue con tu historia.
—Eso haré. Bliona me contó cada uno de sus sueños como era su obligación. Todos sabemos que a veces Kimla elige hablar a personas como ella antes que a un jefe o un brujo. Y yo estoy convencido de que esta vez a ella le ha hablado Kimla. ¿Acaso discutes conmigo cuando afirmo tal cosa, Gritmon?
—No voy a discutirlo, brujo. Tú eres quien interpreta a los dioses. Si dices que Kimla le ha hablado, debo creerte.
—Pues veamos lo que Kimla ha dicho a Bliona. Primero le mostró a los terrestres llegando a la playa. Luego, lo que sucedería si esos terrestres descubrían a nuestro pueblo, pues ellos buscan con desesperación la esencia del cielo y nos la arrebatarán. Ya has visto que ellos hacen cosas con ella que nosotros no sabemos. Usan la esencia para muchas cosas y la necesitan con ansia. Pregunto al extranjero, Luis, si no es cierto.
—Tienes razón, ¡oh brujo Sipret, padre de Bliona! —respondió Luis—. Me ordenaron venir a estas tierras a buscar hierro, lo que ustedes llaman esencia del cielo. Mis jefes la necesitan y si saben que los j’mintes la tienen, sin duda vendrán como animales de presa. He tratado de mantener el secreto de este poblado para que mis jefes no lo conozcan porque así se lo prometí a Bliona.
—Prosigo con mi historia —continuó el brujo—. Más tarde, Bliona supo en sueños que tendría una hija del jefe de los terrestres y cuando comprendió que esa niña podría impedir que ellos vinieran a por la esencia, decidió ir a buscar al padre para tenerla. ¿Acaso me equivoco, hija?
—No, padre —fue la respuesta de Bliona—. Cuando creí entender lo que Kimla quería decirme, sentí que mi obligación era hacerlo. Fue mucho más difícil de lo que yo creía, pero gracias a Kimla y a la magia de los terrestres, aquí está Bulis —mostró la niña a los presentes.
—¿Y cómo crees tú que esa niña puede impedir que los terrestres vengan? —quiso saber Gritmon.
—Por la promesa que le hice a Bliona —replicó Luis—. Promesa que estoy procurando cumplir, y que seguiré cumpliendo mientras yo viva. Entretanto, ruego al jefe que me permita quedarme unos días en el pueblo, viendo como viven los j’mintes.
—Para que luego se lo digas a los tuyos.
—¡No, si eso supone faltar a mi promesa!
—¡Conforme! —Gritmon se tragú su rabia, pero estaba obligado a aceptar—. Te quedarás cinco días con tu máquina infernal. Luego deberás irte y que todo rastro de los tuyos desaparezca de los alrededores. Incluso pido más, que se vayan del poblado en la costa. Si haces todo eso, te dejaré ser uno más del pueblo.
Eran unas condiciones duras, pero Luis las aceptó.
Tenía cinco días para hallar una solución al enredo en que se había metido.
(Continuará...)
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
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