23 julio 2013

DOS E.T. EN PARÍS

Zif y Pert estaban de vacaciones en la Tierra. El Gran Líder de su planeta, Hunwafrit-4, les había concedido un descanso de 12.000 unidades temporales.
Una u.t. de Hunwafrit-4 equivale a 4,25 segundos de la Tierra, por lo que el periodo de descanso concedido venía a ser de 47 minutos y 3 segundos, medido en unidades terrestres. Pero usando los efectos hiperespaciales, Zif y Pert pensaban quedarse un mes entero en la Tierra, para volver a su planeta natal 47 minutos y 3 segundos después de la partida.
La nave espacial tenía el aspecto de un vehículo de la Tierra, así que no esperaban tener problemas por ello. Llegó volando a una de los puertos para vehículos aéreos, uno llamado Aeropuerto Charles de Gaulle, pero Zif comprendió que algo no estaba bien cuando observó que casi todos los vehículos eran de diseño diferente al suyo.
—Zif, ¿te has fijado en que casi todos los vehículos están diseñados para volar con alas, y que éste no las tiene?
—¡Es verdad! Nuestra nave tiene la forma de un vehículo de tierra. Mejor que abandonemos este lugar antes de que alguien se sienta extrañado.
—Allí veo un lugar donde hay muchos vehículos terrestres. Entre ellos dudo mucho que llamemos la atención.
Más de un operador del aeropuerto se quedó atónito al ver lo que parecía un Citröen 2CV volando por la pista 10 del aeropuerto. El 2CV volador salió de los límites aeroportuarios antes de que alguien se diera cuenta y decidiera llamar al Ministerio de Defensa.
Aquel terreno estaba a medio llenar con vehículos de todo tipo, pero la mayoría tenía el mismo diseño básico que la nave espacial. Cuatro ruedas motrices y un espacio destinado a ser ocupado por unos 4 ó 5 habitantes de la Tierra.
Ese era, por supuesto, el aspecto general de la nave, pero faltaban algunos detalles. Pert buscó un vehículo con el aspecto más parecido posible a su nave, lo que no le resultó sencillo, dada la gran variedad de formas y modelos.
—No entiendo por qué los terrestres son tan dados a cambiar los diseños —dijo.
—Les gusta el diseño —respondió Zif—. Creo que hasta lo consideran una especie de arte. Incluso cuando tienen un diseño que funciona, lo cambian.
—Pues no lo entiendo. Si una forma es perfecta, ¿por qué cambiarla?
Finalmente localizaron el modelo buscado. Era de color amarillo pero tenía la parte superior negra. Pert comprendió que esa parte era una especie de tela removible.
La nave podía ser cambiada gracias al morfo, así que cambiaron su parte superior. El color no lo modificaron, pues ya habían notado que los terrestres eran muy dados a la policromía, así que dejaron el color rosa que tenía la nave.
Zif observó más detalles, que integró en el aspecto externo de la nave.
Finalmente se fijaron en la placa rectangular que llevaban todos los vehículos.
—He notado que la placa rectangular ha de ser obligatoria —observó Pert.
—Pues le ponemos una. Tenemos que inventar un código.
Observaron los elementos comunes a las placas. Solían ser blancas o amarillas pero no todas. La mayoría tenía un rectángulo azul con una circunferencia de estrellas situado a la izquierda, y bajo la circunferencia una o dos letras; la más frecuente era una F. Luego venía una combinación de números y letras, casi arbitraria. Pero Zif se fijó en que había gran número de placas que terminaban en 75, algunas incluso sin la F y el círculo de estrellas.
Finalmente optaron por la secuencia 1234 ABC 75 y con el morfo añadieron dos placas que incluían la F azul. Pert insistió en que la placa trasera debía ser amarilla y la delantera blanca y Zif le hizo caso, pues era el esquema más repetido.
Casi estaban listos para salir del lugar de estacionamiento. Pero faltaba un detalle.
Tanto Zif como Pert tenían 3 centímetros de altura, bastante menor que cualquiera de los humanos. Activaron el hinchable humanoide y se situaron en su interior para poder controlarlo. Desde los controles interiores también tenían acceso a los mandos de la nave, así que no tendrían problemas para moverse.
El vehículo se puso en marcha, siguiendo la ruta prevista para abandonar el lugar.
Llegaron ante una barrera donde un humano les miró extrañado.
—¡Buenos días, señor! —dijo, asomándose al interior por la ventanilla abierta—. ¿Ha validado su tarjeta de estacionamiento?
¡Problema! No entendieron lo que dijo el terrestre. No se correspondía con la lengua panterrestre que habían aprendido. No obstante, optaron por responder en esa lengua.
—Sorry. I do not understand!
—¡Ah, es usted inglés! Pues lo siento, pero yo no lo hablo. Digo que debe validar “ticket parking”.
El terrestre hizo grandes aspavientos y señaló un aparato rectangular situado junto a la que debía de ser su vivienda.
Pert puso a trabajar su equipo de datos. Lo primero era identificar la lengua.
Era francés, lo que tenía sentido puesto que estaban en el territorio terrestre llamado Francia.
Activaron esa lengua, en vez del panterrestre, llamado también inglés.
—Perdón, señor, pero no acabo de entenderle.
El vigilante se quedó más tranquilo. Aquel tipo hablaba francés, aunque con un extraño acento. Pero al menos no tendría problemas para entenderse. ¡Odiaba a todos esos turistas que venían sin molestarse en aprender la hermosa lengua francesa!
—Verá señor, le decía que debe validar su tarjeta de estacionamiento. Allí, en aquella terminal.
—Es que no tengo esa tarjeta.
—¿Cómo que no la tiene? Debió retirarla cuando entró. Sin retirarla no se abre la barrera.
Finalmente, Zif había comprendido el problema. No podía explicarle que ellos no habían cruzado la barrera de entrada.
—La perdí. Soy un desastre.
—Pues deberá pagar un día completo de estacionamiento. Lo siento, pero esas son las normas. Si no le importa aparcar a un lado para que puedan salir los otros coches…
Llevaron la nave junto a la vivienda del vigilante. Aunque, ahora que se daba cuenta, Pert dudaba mucho de que fuera una vivienda: era demasiado pequeña.
Dentro del humanoide, consiguieron moverlo de forma bastante natural. Al menos el vigilante no demostró extrañeza. Lo siguieron al interior de la que creían vivienda… y Pert comprobó que no era más que una habitación llena de objetos, ninguno de los cuales parecía relacionado con la vida de los humanos. Su equipo emitió el dato “oficina”. Aquello era una oficina, no una vivienda.
Zif hizo que el hinchable metiera su extremidad superior en un lateral, sacando un objeto llamado “cartera”, llena de hojas de papel. Tomó una de color violeta, con el número 500 repetido en varios lugares y se lo mostró al vigilante.
Éste puso los ojos como platos y dijo: —Conforme. Puede subir al vehículo que yo le abriré la barrera.
—¿Y la tarjeta?
—No la necesita. Le dejaré pasar.
El vigilante ya había notado que aquel turista era muy raro. Primero había hablado en inglés, pero luego había pasado al francés como si fuera su lengua de nacimiento (pese al acento). También se movía de una forma extraña, ¡por no decir nada de su ropa! Nunca había visto a un hombre que llevara minifalda salvo que fuera un trasvestido, y aquel fulano no lo parecía. Pero si era tan estúpido como para darle un billete de 500 euros, ¡él no lo iba a rechazar!
Moviendo al humanoide, Zif y Pert lo subieron a la nave y se pusieron en marcha. El vigilante hizo levantar la barrera desde la oficina, y así ellos salieron del estacionamiento del Aeropuerto Charles de Gaulle.
La nave se desplazaba siguiendo la estela de otros vehículos terrestres. Pert lo hallaba incomodísimo, pues la fila de vehículos se desplazaba a menos de 50.000 flops, cuando según sus datos podían alcanzar velocidades cinco veces mayores. Pero Zif insistía en que si los terrestres debían mantener la fila, ellos también debían hacerlo.
Detrás de ellos marchaba otro vehículo, algo más grande que la nave. Continuamente hacía oír una señal sonora, y el humano que la tripulaba (el que se sentaba en el lado izquierdo) hacía gestos con una de sus extremidades y gritaba algo.
Finalmente, Pert logró captar las palabras del humano de detrás.
—¡Gilipollas! ¡No se te encienden las luces de frenado!
Zif consultó en la base de datos y comprendió el problema.
—No nos habíamos dado cuenta, Pert, pero si te fijas en todos los vehículos que van delante llevan activadas las señales ópticas traseras. Se enciende una luz roja cuando reducen la velocidad.
—Pues activaré las nuestras con el morfo. ¿Han de encenderse al reducir?
—¡Sí! Lo pone aquí en este archivo de “Aprendiendo a Conducir en Casa”; también aparecen una serie de gestos que se hacen con las extremidades, pero no veo esa señal del dedo central erecto y los demás plegados.
—¿Seguro que no aparece? Busca en otros archivos.
—A ver. ¡Ah, sí! Aquí aparece, en el apartado de “gestos obscenos”. Creo que es algo relacionado con la sexualidad. Tal vez desee copular con el humanoide.
—¡Te dije que no lo buscaras demasiado atractivo! ¡Sólo nos faltaba que algún humano pretenda tener relaciones sexuales con el hinchable!
Entretanto, la fila había llegado a una bifurcación. Había gran número de indicadores, señalando diversos destinos. Algunos indicaban París y las rutas a seguir.
—¡Tenemos varias rutas a elegir! —exclamó Zif.
—Según la “Guía Michelín”, la A1 es la mejor, pero tenemos que pagar peaje.
—No entiendo.
—Como el estacionamiento. Hay una barrera y se debe pagar un dinero.
—No me gusta. No dominamos la economía terrestre ni sabemos usar esos terminales automáticos. ¿Hay otra opción?
—Según este archivo de la Guía Michelín, la A3, que es paralela a la A1.
—Pues sigamos por la A3.
Observaron que eran más los vehículos que seguían la ruta hacia la A3 que a la A1. Y que los de la A1 podían ir a mayor velocidad. Ellos seguían a 65.000 flops.
Siguiendo los diversos señalizadores, llegaron a la vía A3. Era una ruta muy transitada, llena de vehículos en todos sus carriles. Apenas podían alcanzar los 80.000 flops en alguna ocasión.
Ya no tuvieron problemas con los demás automóviles, pues las señales ópticas traseras funcionaban correctamente. Por lo menos no hubo problemas mientras pudieron mantenerse en la vía A3.
Pero la autopista se terminó y se encontraron, de lleno, en el tráfico de París.
Cientos, ¡miles!, de vehículos que circulaban por aquellas vías atestadas. Otra vez se oyeron las señales auditivas, los gritos de los pilotos. E incluso señales manuales que no figuraban en “Aprendiendo a Conducir en Casa” y sí en el archivo de gestos relacionados con la sexualidad.
Zif y Pert ignoraban aquellos intentos de contactar mientras se orientaban en el laberinto de señales contradictorias.
Felizmente encontraron un lugar donde depositar la nave. Había dos placas sobre un poste: un disco y otra rectangular; en el disco había un dibujo y en la otra un texto que correspondían ambos a “Reservado Carga y Descarga”, según “Aprendiendo a Conducir en Casa”, pero Zif observó que muchos otros vehículos como el suyo estaban situados en lugares como aquel.
En la base de datos encontraron varias guías de visita, pero estaban pensadas para seres humanos, por lo que no seguían una lógica reconocible. Decidieron guiarse por las imágenes planas que abundaban en la base.
Zif observó un detalle.
—Se diría que estos humanos tienen sus industrias dentro de las ciudades —observó.
—¿Segura? Pocos seres inteligentes lo hacen. O bien no les importan las contaminaciones, o sus industrias no contaminan.
—Eso se puede ver analizando la atmósfera.
—Ya lo hice, y hay bastante contaminación. Lo que no parece un indicio de mucha inteligencia, ¿no te parece?
—Ya sabíamos que estos terrestres no son demasiado listos.
—Aquí hay muestras claras de industrias dentro de la ciudad. Vayamos a verlas.
Pusieron la nave en marcha. Y fue justo a tiempo porque un gendarme se estaba dedicando a multar a todos los vehículos aparcados en “carga y descarga”. Les vio salir del vado y tomó nota de la matrícula.
Volvieron al caos de los vehículos terrestres. Al lento avanzar, detrás de los otros vehículos, a las señales sonoras incomprensibles y sobre todo, a los deseos de apareamiento que mostraban los conductores (siempre eran machos) con el humanoide hinchable de la nave.
—¿Y si hacemos que nuestro humanoide repita los gestos de apareamiento? —preguntó Zif—. No sería difícil mostrar la mano izquierda con el dedo medio extendido y los demás plegados.
—¿Estás loca? ¿Para que luego pretendan completar el apareamiento?
—¡Es verdad! Nos estaríamos metiendo en un lío mayor.
Llegaron cerca de un enorme edificio con forma de paralelepípedo rectangular. Estaba plagado de tuberías que recorrían sus paredes exteriores. Varios carteles señalizadores lo anunciaban como el “Centro Pompidou”.
—Me pregunto que fabricarán ahí dentro —dijo Pert.
—Ha de ser algo grande y complejo. Y que apenas produce emanaciones al medio ambiente, pues no aprecio chimeneas.
—Veo que los humanos entran y salen. Por lo visto la fabricación es pública y los terrestres van a verla.
—¿No crees que deberíamos entrar? Si podemos averiguar algo sobre la tecnología terrestre, podremos escalar puntos en la pirámide social.
—¡Sí, el Gran Líder estará satisfecho!
Buscaron un espacio libre en un “aparcamiento”, para lo cual tuvieron que entrar en el subsuelo bajando por una rampa lateral. Encontraron la ya habitual barrera, pero al menos ya sabían lo que debían hacer. Pulsaron un botón y por una ranura salió una diminuta cartulina. La barrera se elevó y pudieron proseguir.
Poco más tarde, el humanoide salía al exterior. Tuvieron que orientarse, pues el Centro Pompidou quedaba algo alejado de donde dejaron la nave. Los alrededores de la fábrica estaban vedados para la mayoría de vehículos y sólo se veían humanos caminando o en vehículos ligeros de tracción no mecánica (los llamaban “bicicletas”, “monopatines”, “patinetes”, etc.).
Los otros humanos observaban con extrañeza al humanoide, pero nadie decía nada. Zif y Pert hacían lo posible para que sus movimientos fueran naturales.
Llegaron a la fábrica y notaron que los humanos hacían una cola para adquirir una cartulina, algo similar a la del aparcamiento. Se pusieron en cola y cuando les llegó el turno vieron a un ser humano, tras una ventanilla de vidrio, entregando las cartulinas. Para comprar una tuvieron que usar uno de aquellos papeles de colores. Pero el humano se negó a aceptar el papel violeta con el número 500. Tras varios intentos, finalmente aceptó uno de otro color con el número 50.
Junto con la tarjeta les entregó otros papeles de colores y varios discos de metal. Zif, que ya empezaba a comprender algo de la economía terrestre, dijo —creo que esos números grabados en los papeles y en los discos son unidades económicas.
—¿Usan estos papeles y discos para el intercambio?
—En efecto. Lo acabo de comprobar en la base de datos. La unidad se llama “euro” porque es común a otras agrupaciones locales. Y no les gusta tener que manejar papeles con valor elevado, por eso no quisieron el de 500.
—Pero el humano que nos atendió en el Aeropuerto Charles de Gaulle sí que lo aceptó.
—Cierto, pero no nos dio cambio, ¿te das cuenta ahora?
—¡Claro! El valor de la estancia de la nave difícilmente podría haber sido tanto. Ya leí las tarifas de aparcamiento donde dejamos la nave y no superan las 20 unidades de esos “euros” por estar todo un día.
Entraron en la fábrica. Y vieron unos inmensos pasillos por los que circulaban los humanos mirando a uno y otro lado.
Pero ellos no veían nada de interés. No se apreciaban máquinas, sólo dibujos y algunos otros objetos. Nada móvil, salvo una estructura giratoria que no hacía nada.
—Esto debería ser una de las máquinas —dijo Zif.
—Si es así, no se ve el material de entrada, ni lo que produce. Sólo da vueltas y vueltas.
—Tal vez la máquina en sí esté debajo y esto es sólo un saliente móvil para liberar el calor.
—Será eso.
Tras recorrer la fábrica de un extremo a otro llegaron a una conclusión. Si allí se fabricaba algo, era a escondidas del numeroso público. Tal vez lo que se mostraba en las paredes del lugar fueran los productos ya acabados. Pero para qué servían esos rectángulos coloreados o esas piezas extrañas, no tenían ni idea.
Salieron de la fábrica Centro Pompidou decepcionados.
Volvieron al estacionamiento, buscaron la máquina lectora de la tarjeta, que les pidió una cierta cantidad de discos de metal (“monedas”) y finalmente subieron en la nave. Para poder salir debieron introducir de nuevo la tarjeta, y la barrera se elevó.
Nuevamente salieron a la locura de las calles de París.
—¿Y ahora, a donde? —preguntó Pert.
—Aquí aparece una torre de extracción de petróleo.
—¿Petróleo? ¿Estás segura?
—He comparado en la base de datos la que llaman Torre Eiffel con las torres de extracción de hidrocarburos líquidos y aprecio una gran similitud. Mira aquí, donde dice “Venezuela”.
Pert observó las imágenes y, en efecto, se veían varias estructuras metálicas dentro del agua. Y aquellas estructuras eran similares a la Torre Eiffel.
—Ya que estamos aquí, podremos ver como es su proceso de extracción petrolífera. Ese lugar “Venezuela” queda algo lejos —propuso.
Mientras se movían por las calles buscaron en la base de datos el lugar de aparcamiento más cercano a la Torre Eiffel. Había varios, pero siempre alejados.
—Parece que a los humanos les gusta caminar —observó Zif.
—¿Y  por qué hay tantos en estos vehículos? Si les gustara caminar, dejarían sus vehículos en un aparcamiento e irían andando. ¡Puede que incluso llegaran antes!
—¡Pero esta ciudad es enorme! Un humano caminando no creo que pueda recorrerla de un extremo a otro en un día.
—Será por eso.
—Pert, ¿y si dejamos la nave y usamos los transportes subterráneos?
—No me gusta ir bajo tierra, y no me ofrecen mucha seguridad esos lugares que llaman aparcamientos.
—Los humanos hacen muchas cosas bajo tierra. Ya lo viste en aquel aparcamiento. Y hay muchos así. En cuanto a la nave, ¿no crees que con el servocontrol no corre peligro?
—Sí. Aquí en este planeta no tienen tecnología para romper el escudo de la nave. Pero no acabo de entenderte, Zif.
—Hay algo que llaman Ferrocarril Metropolitano, o Metro, y otra cosa similar que llaman RER, que recorren buena parte de la ciudad bajo tierra.
—¿Y qué ventaja podría tener?
—Pues que bajo tierra no hay tráfico de vehículos. Tienen vías exclusivas para ellos, de metal. Ferrocarril significa algo así como vías de hierro. Por ellas no pueden ir las ruedas de los automóviles.
—Lo de ir bajo tierra no me hace gracia.
—Ni a mí. Pero me he fijado en que los humanos entran en un sitio, lo que llaman una “estación” y allí se suben al Metro. O al RER. Y salen en otra estación, en otro punto de la ciudad.
Pert observó la imagen plana que representaba el recorrido de las líneas subterráneas. Tenía gran variedad de colores y abarcaba toda la ciudad. Incluso, el RER parecía extenderse fuera de la ciudad.
—Podríamos probar —dijo.
—¡Perfecto! Vamos a buscar un aparcamiento.
Ya se habían dado cuenta de que una cosa era decirlo y otra hallarlo. Pero tras ardua búsqueda localizaron la entrada a un aparcamiento. Dejaron la nave, recogieron la tarjeta y salieron a la superficie.
Se hallaban en el lugar llamado “Puente María” y cerca estaba la entrada a una estación del Metro llamada, precisamente “Puente María”. Hacia allá fue el humanoide, ignorando las miradas curiosas de los humanos.
Observando el mapa subterráneo comprendieron que era todo un mundo bajo tierra.
Bajaron por unas escaleras, compraron el ticket, que al parecer les permitía viajar en cualquier vehículo del Metro, y decidieron la ruta a seguir.
Lo lógico habría sido elegir la ruta más rápida, pero no tenían datos. Así que eligieron un poco al azar.
Tenían dos líneas a elegir, la 7 y la 14. Subieron a un vagón de la 7, en dirección Villejuif. Se bajaron en Plaza de Italia donde podrían cambiar de línea. Esta vez subieron a un vagón de la línea 6, dirección Charles de Gaulle (casualmente, el mismo nombre del aeropuerto, pero aquel metro no llegaba hasta el aeropuerto de ahí que sería otro lugar con el mismo nombre, el de algún humano famoso).
El vagón iba repleto, todos los asientos estaban ocupados y apenas había sitio de pie.
De pronto, las alarmas del humanoide se activaron. Zif, que tenía buenos reflejos, bloqueó los accesos a los receptáculos laterales del humanoide, donde llevaba la “cartera” con los “euros”.
El humano que estaba tras el humanoide dio un grito.
—¡Cabrón! —gritó—. ¿Qué mierda tienes en el bolsillo? ¿Una trampa para ratones?
Todo el mundo lo miró, al parecer molestos por su exclamación.
Zif sabía que ese humano había intentado quedarse con la cartera, pero el cierre automático le había lesionado los dedos.
—Si no quiere que le denuncie a los gendarmes, haría mejor en estarse callado —dijo el humanoide, en voz baja de forma que sólo le pudiera oír el humano.
El otro se mantuvo en silencio y a empujones se alejó del lugar.
Llegaron a la estación que decía claramente “Torre Eiffel” y salieron a la superficie. Les esperaba una estructura de hierro enorme, al menos para lo que habían visto en la Tierra.
—Zif, si esto es una torre perforadora de petróleo, ¿dónde tiene el tubo?
En efecto, el centro de la torre estaba totalmente vacío, faltaba el tubo extractor de los hidrocarburos, o bien perforador. No había señales ni de uno ni de otro.
Ni tampoco indicios de que aquella torre sirviera para algo.

Decepcionados, decidieron simplemente observar la ciudad. Viajaron en el Metro y en el RER a diversos lugares, siguiendo las indicaciones del archivo Guía Michelín.
Visitaron el Louvre, Nuestra Dama, la Madeleine, recorrieron las orillas del Río Sena, vieron a los artistas en Montmartre…
Un humano hizo un dibujo esquemático (“caricatura”, lo llamó) del humanoide en el Sagrado Corazón (sabían que el corazón era un órgano importante del cuerpo humano, pero no vieron nada por el estilo dentro del edificio). Por algunas preguntas que hizo, él sacó sus conclusiones. Y el dibujo tenía una nave espacial discoidal.
—¡Mira, Zif! Es un Plet-45-extra, como la nave que teníamos antes.
—Me pregunto como lo habrá sabido este humano. ¿Tú crees que habrá visto alguna?
—¡Quién lo sabe!
Para la siguiente visita volvieron a donde habían dejado la nave. Tuvieron que pagar bastante dinero para recuperarla, pues habían pasado varios días; esta vez no pusieron pegas cuando pagaron (en la oficina) con un billete grande, de color naranja.
Habían decidido visitar Versalles, un lugar con unos jardines preciosos. Los jardines eran conjuntos de vegetaciones muy al gusto de los terrestres; algunos estaban muy trabajados, y eran de hecho una forma de arte.
Ni Zif ni Pret entendían el arte terrestre, pero les gustaba la idea de trabajar con materia viva, así que fueron a visitar aquellos jardines.
¡Fueron lo más bonito que habían visto! Aquellas masas verdes y de otros colores, formando figuras con la materia vegetal. Zif se emocionó como nunca y a punto estuvo de perder el control del humanoide.
También visitaron los edificios, pero no fueron algo que les llamara la atención. Ni siquiera eran tecnología moderna para los terrestres.
Volvieron a subir a la nave y regresaron a París. Ahora querían ver algo de tecnología realmente moderna.
—¡Vamos a La Defensa! —sugirió Pret, y a Zif le pareció una buena idea.
Ya dominaban lo suficiente el tráfico entre aquellos vehículos humanos y llegaron al centro de París sin novedad.
Vieron aquellos enormes edificios. Y eran realmente grandes. Y uno de ellos tenía forma cuadrada, ¡con un enorme boquete en su interior! Por aquel boquete podría pasar perfectamente una nave espacial.
Sólo para comparar, decidieron ver otro arco más antiguo, el Arco del Triunfo.
—Zif, hace rato que vengo observando que un vehículo aéreo se mantiene sobre nosotros.
—¿Segura?
—Sí, podría interceptarlo, pero no creo que sea una buena idea.
—Desde luego que no.
Entraron en una de las vías subterráneas (ya habían observado que incluso existían vías bajo tierra para los automóviles) y a la salida notaron un número muy alto de vehículos de la gendarmería.

La Gendarmería de París llevaba ya unos días siguiendo la pista a aquel extraño vehículo.
Ya habían comprobado que no existía registrado ningún Citröen 2CV con matrícula 1234 ABC 75; de hecho esa matrícula no existía.
Además, ese vehículo iba conducido por un hombre de aspecto estrafalario, vestido con una falda que nunca cambiaba.
Podría ser un terrorista, y ahora se dirigía hacia las cercanías del Palacio del Elíseo. ¡Había que detenerlo!

Los vehículos de los gendarmes estaban atravesados en la vía. Zif detuvo la nave.
El humanoide salió del vehículo, pero Pret estaba muy nervioso; el hinchable realizó un movimiento raro.
Uno de los gendarmes lo consideró amenazante y usó su arma de proyectiles.
Un proyectil de plomo atravesó la pierna del humanoide, desinflándolo.
No se cayó al suelo porque tenía el endosoporte, pero los agentes vieron como lo que creían que era un ser humano se deshinchaba.
Finalmente, del interior de aquella cosa salieron dos figuras diminutas, con el aspecto de pulpos o arañas, de unos 3 centímetros de alto. Uno de color azul y el otro verde.

Felizmente, Zif y Pret pudieron arreglar las cosas con las autoridades terrestres. Éstas decidieron mantener el asunto en total secreto.
Y aún les quedaban unos cuantos días de vacaciones.
Querido lector, si llegas a ver un 2CV rosa volando, que no te extrañes por eso. Zif y Pret aún están de vacaciones.

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