La nave kilit penetró en la atmósfera. Alguno de los habitantes de La Tierra creyó ver una estrella fugaz.
La nave kilit llegó a la superficie del planeta. Pero antes de poder establecer contacto con las autoridades, tal y como estaba previsto, unos seres extraños tomaron posesión de ella.
Dani enseñó a los otros chicos lo que había hallado.
—Parece un platillo volante —dijo Mario.
—¡Qué chulada! —exclamó Jose.
—¡Tíralo, a ver si vuela! —sugirió César.
—¡No, que se rompe! —observó Dani.
—No lo creo —replicó Jose—. ¡Déjame verlo!
Y antes de que Dani pudiera evitarlo, Jose se hizo con el platillo. Lo cogió con la mano, apreciando el peso (mayor de lo que había pensado) y lo lanzó a César con un giro de la muñeca.
—¡Cógelo! —gritó.
—¡No hagas eso! —exclamó Dani, visiblemente enfadado.
César cogió al vuelo el platillo y se lo lanzó a Mario. Éste, lo devolvió a Jose, quien al fin lo envió a Dani.
—¡Ves como sí vuela! —concluyó Jose.
Poco después, los cuatro chicos jugaban con el platillo, lanzándolo de uno a otro lado o tirándolo a la hierba del jardín. El platillo volaba bien, aunque sus recorridos eran cortos por su peso, mayor que si fuera un disco de plástico.
Valeria se asomó al oír el escándalo de los chicos. Vio que estaban jugando con algo nuevo y quiso apuntarse. Se acercó a su hermano.
—¿Qué es eso, Dani?
—Un platillo que me encontré. Parece de verdad y vuela como uno de verdad.
—¿Por qué no me lo tiras?
César era quien tenía el platillo en ese momento y por un momento estuvo a punto de lanzarlo. Pero lo retuvo en su mano.
—No jugamos con chicas —explicó.
—Mentiroso —objetó Valeria—. Te he visto jugar con tu hermana Luci.
—Eso es en casa. Pero aquí sólo estamos los chicos.
—Ahora estoy yo también.
—Pero te irás enseguida —indicó Jose—. Porque no vamos a jugar contigo.
—No, no queremos que juegues con nosotros —añadió Mario.
Dani estaba dubitativo. Él solía jugar con su hermana, pero sólo cuando no estaba con sus amigos. Nunca había tenido que elegir como ahora.
Si intercedía a favor de su hermana, los otros se reirían de él. Lo llamarían niña y otras cosas peores.
—Valeria, mejor te vas a casa —dijo al fin. Procuró que sonara más como recomendación que como orden.
Pero no evitó que un par de lágrimas cayeran de los ojos de Valeria.
Comprendiendo que no la dejarían jugar con aquel objeto, se fue en silencio.
Los cuatro chicos celebraron la victoria con una carcajada generalizada.
Poco después, volvían a lanzar el platillo.
Dentro de la nave kilit, el desconcierto era total. Por suerte, aún mantenían las sujeciones que habían usado para cruzar la atmósfera. Las sacudidas a bordo eran terribles.
Una de las pocas veces que el capitán logró hacer algo, pudo conectar las pantallas externas. Todos contemplaron los terribles seres que se habían hecho con el control de la nave.
—¡Capitán! ¿Activo los neutralizadores? ¿Disparo los rayos de antimateria?
—¡Un momento! Tengo que ver qué seres son esos.
Con las sacudidas, apenas podía operar el sistema de datos. Pero al final consiguió la información que deseaba.
—¡No podemos hacer nada! ¡Son crías de los habitantes del planeta! Si les hacemos daño, adiós al contacto.
Siguieron las sacudidas. Ahora estaban todos cabeza abajo.
Por fin, los cuatro chicos se aburrieron de jugar con el platillo y lo dejaron tirado en la hierba.
César cogió la pelota que había traído de su casa, y todos se pusieron a jugar al fútbol.
Se fueron al parque, donde había un sitio mejor que el jardín de Dani para jugar a la pelota.
Valeria los había estado viendo desde la ventana de su cuarto. Comprendiendo que era el momento, se acercó al jardín.
El capitán kilit decidió arriesgar aquel momento de calma. Las crías habían dejado de zarandear la nave y la habían dejado caer en el suelo.
Por suerte, estaban cabeza arriba; aunque eso no tenía tanta importancia, pero ayudaba a pensar mejor y a usar todos los aparatos de a bordo.
El capitán y dos ayudantes salieron al exterior de la nave.
Valeria cogió el platillo, justo cuando se abrió un pequeño agujero y salieron por él tres hormigas.
¿De verdad eran hormigas? Tenían aspecto raro, y eran azules.
Valeria llevaba una lupa en su bolsillo del pantalón. Le gustaba observar los insectos y las hojas de las plantas. Ahora la usó para ver mejor aquellas extrañas hormigas.
¡No eran hormigas! Tenían ocho patas, y las delanteras no tocaban el suelo, sino que se movían como si fueran brazos. Las cabezas parecían llevar un casco transparente y miraban hacia ella.
De pronto, le llegó una idea. Como si alguien hablara con ella en la cabeza. Era una voz extraña.
—¡No somos peligrosos! ¡Venimos de otro planeta! —decía aquella voz en su cabeza.
Valeria comprendió que aquel platillo volante podría ser un platillo volante de verdad. Una nave espacial extraterrestre.
—Sí, somos extraterrestres —pareció responder aquella voz—. ¡Llévanos ante tu líder!
La niña decidió llevar el objeto a su madre.
Por fin, los kilits lograron contactar con un adulto terrestre. Sus sistemas de comunicación estaban diseñados para ellos, no para los cerebros inmaduros de sus crías.
Ahora la comunicación fue perfecta.
La madre de Valeria comprendió lo que le dijeron los alienígenas y avisó a las autoridades.
El capitán kilit pudo comunicarse con autoridades terrestres cada vez más importantes, hasta lograr dirigirse a la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Los terrestres los llamaron «los micros» por su reducido tamaño, y ese fue el nombre con el que se quedaron los kilit.
Y Valeria fue nombrada embajadora de honor de los micros en la Tierra.
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